A pesar de que la palabra que nos define es enfermera, esta ha sufrido y sigue sufriendo los efectos derivados de ocultarla, disfrazarla, deformarla o simplemente ignorarla a la hora de identificarnos. Enfermería, profesionales sanitarios, profesionales de enfermería, sanitarios, ATS, DUE… son solo algunos ejemplos. Esta posiblemente sea una de las causas, aunque no la única evidentemente, por la que la sociedad no es capaz de relacionar, reconocer o valorar lo que significa ser enfermera y ejercer la enfermería. Y por ende es el argumento que la Real Academia Española (RAE) utiliza para que la definición de lo que somos y representamos siga siendo un cúmulo de tópicos y estereotipos alejados de la realidad aunque no de su realidad, la de la RAE.
Hace más de 20 años que las enfermeras españolas iniciamos una movilización sin precedentes en contra de la definición que de enfermería aparecía en el diccionario de la RAE.
Quiero recordar que por aquel entonces la RAE definía a Enfermería en su diccionario como:
- Local o dependencia para enfermos o heridos.
- Conjunto de los enfermos de determinado lugar o tiempo, o de una misma enfermedad.
- Familiarmente, en desuso, en Madrid se llamaba así a los coches tirado por dos mulas pesadas y viejas.
Es decir, para la Academia que regula, modula, normaliza, adapta… la lengua de cientos de millones de hispanohablantes la Enfermería, como profesión o disciplina, no existía. Tan solo la contemplaba como una serie de arcaicos y trasnochados conceptos que lamentablemente compartían vocablo.
La RAE, que siempre ha mantenido que la lengua es dinámica y debe adaptarse a los cambios culturales, sociales y, entiendo que científicos también, no se planteó en ningún momento el que pudiese existir la Enfermería como profesión o disciplina. Y todo ello a pesar de que ya hacía casi dos décadas que la enfermería eran estudios universitarios.
Tan solo la presión de las enfermeras desde diferentes ámbitos como fueron, por ejemplo, la Fundación Index o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) hizo ver a los sesudos miembros que ocupan los sillones del abecedario, en mayúsculas y minúsculas, que había que introducir alguna entrada en el diccionario que hiciese referencia a la Enfermería desde una óptica hasta entonces oculta para los académicos u ocultada por ellos.
Y me imagino que, tras sesuda deliberación lingüística, decidieron que la definición que mejor reflejaba lo que era la Enfermería y, por tanto, lo que de ella debían conocer quienes consultasen el diccionario castellano para saber lo que es y ofrece la Enfermería era la que propusieron como respuesta a la petición mayoritaria de las enfermeras españolas que no por voluntad propia derivada de la identificación de un cambio, tan evidente como ignorado:
Profesión o titulación de la persona que se dedica al cuidado y atención de los enfermos, bajo la dirección de un médico.
Desconozco si los académicos cuentan con asesores o son autónomos y suficientes como para, en su alta sabiduría y manejo excelso de la lengua hispana, redactar semejante definición. Más allá de la evidente torpeza en cuanto a lo que son las “funciones” que atribuyen a la persona titulada, lo más grave fue, sin duda, la subsidiariedad a la que someten a las enfermeras con relación a los médicos.
Pero con ser grave, la subsidiariedad, no es en sí misma lo que rebaja, humilla, anula, invisiviliza o minusvalora a las enfermeras, sino el manifiesto machismo que la citada definición encierra y que es reflejo del patriarcado lingüístico que los académicos (en su inmensa mayoría hombres) trasladan hacia una profesión, la enfermería, claramente femenina y que someten al poder de la profesión médica masculina, encarnada en la finalización de su definición “bajo la dirección de un médico”. La RAE utiliza la preposición “bajo” que define como que “denota dependencia, subordinación o sometimiento” y “dirección” que en una de las entradas del diccionario se define como “consejo, enseñanza y preceptos con que se encamina a alguien”, es decir, en el caso que nos ocupa, a las enfermeras, a las que sitúa en una posición de clara dependencia. Para remate todo ello hecho, dictado o indicado por “un médico”, situando la RAE a dicho profesional como el único y exclusivo protagonista con competencias para tomar decisiones propias y autónomas y, por tanto, con autoridad para influir, mandar, enseñar… a quienes de él dependen.
Además, en su definición circunscriben a las enfermeras al mismo ámbito que el de a quienes las subyugan, los médicos, es decir, en el de la enfermedad y a quienes la padecen, los enfermos, olvidando, o lo que es peor, ignorando, que las enfermeras atienden tanto a sanos como a enfermos en el marco de un paradigma propio que no precisa de control, consejo u órdenes de otros profesionales para desarrollar sus competencias.
Se trataba, sin duda, de toda una declaración de intenciones que encerraba mensajes que iban más allá de la mera definición. Las palabras y su utilización, que nunca son inocentes, adquirían una dimensión que trascendía a lo lingüístico. Al fin y al cabo, situaba a la mujer en el puesto que los propios académicos le daban en “su” diccionario, es decir, inferior o por debajo del hombre, y que recientemente se han visto forzados a corregir o matizar que no a eliminar. Parece como si los académicos tuviesen infalibilidad.
Evidentemente la citada propuesta fue rechazada de lleno por las enfermeras quienes, además, manifestaron su indignación por tan descabellada e inapropiada definición.
La Academia y sus ilustres moradores respondían con un engolado discurso de firmeza argumentando que eso es lo que el pueblo identifica como enfermería y que, por tanto, no se podía trasladar a las páginas de tan ilustre diccionario una definición que no se ajustase a tan democrático argumento.
A pesar de la indolencia de la Academia las enfermeras continuaron trabajando mediante la constitución de diferentes plataformas. De nuevo la profesión enfermera proyectaba mensajes diferentes para una realidad tan dolorosa y que, precisamente, necesitaba de una unidad para la que parece ser aún no estábamos preparadas.
De tal manera que por una parte la denominada plataforma por la definición de enfermería que aglutinaba a importantes referentes enfermeras con el respaldo de sociedades científicas y coordinadas por la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) propusieron la siguiente definición:
- Disciplina profesional que tiene como ámbito de responsabilidad brindar cuidados integrales de salud a la persona, familia o comunidad.
Por su parte la Fundación Index proponía la siguiente:
- Ciencia y arte de cuidar a las personas en la curación de las enfermedades y la preservación de su salud.
Más allá de la indudable división que se utilizó como arma arrojadiza contra las propias enfermeras, las definiciones ofrecían visiones diferentes de una misma realidad que se traducían en definiciones complementarias, no excluyentes, pero si contradictorias.
Ante este hecho la RAE optó por endulzar su definición, aunque su resultado fuese tan lamentable como alejado de la realidad que ya entonces reflejaba la enfermería y las enfermeras y que se tradujo en:
Profesión y titulación de la persona que se dedica al cuidado y atención de enfermos y heridos, así como a otras tareas sanitarias, siguiendo pautas clínicas.
Continuaba situando a las enfermeras en el ámbito de la enfermedad e identificaba otras competencias, como pudiese ser la atención a la salud, como de tareas sanitarias que subsidiaba bajo unas maniqueas “pautas clínicas”, lo que de nuevo suponía negarles la capacidad de tomar decisiones autónomas y ser responsables de las consecuencias de las mismas.
Aunque las protestas se sucedieron acabaron por diluirse y la citada definición se ha mantenido hasta nuestros días.
Coincidiendo con el 40 aniversario de la entrada de los estudios de enfermería en la Universidad, las enfermeras podríamos plantearnos hacer una nueva, unitaria y potente petición de cambio de definición que se ajuste a la realidad tanto social, profesional, científica e incluso popular de la enfermería y de las enfermeras
La RAE debe darse cuenta, a través de nuestras propuestas razonadas, que seguir manteniendo, alimentando y defendiendo los tópicos y estereotipos tanto profesionales como sexistas de su actual definición no va tan solo contra los más elementales principios del sentido común sino de la ciencia y la conciencia colectiva.
Pero para ello, las enfermeras deberemos hacer una propuesta realista, coherente y de unidad que sea difícilmente rechazable. Lo contrario seguirá dejando en evidencia tanto al inmovilismo de la institución de la lengua como a la falta de criterio y unidad de las enfermeras.
De nosotras depende.
¿Nos ponemos a ello o dejamos que pasen 40 años más?
Sin duda,nos ponemos a ello,compañero
Gracias Idoia
Un abrazo
Creo que es hora de ponerse a ello….de nuevo.
De eso se trata Luisa.
Gracias