Es habitual oír el lamento de falta de reconocimiento social y profesional que las enfermeras hacemos. Consideramos, identificamos y sentimos que hacemos mucho más de lo que realmente se valora nuestra aportación.
Sin embargo esta sensación de permanente agravio colectivo pocas veces es analizada en profundidad por parte de quienes se instalan en la queja, el lamento y la incomprensión. Existe una atávica creencia de que las enfermeras somos ignoradas por cuestiones meramente circunstanciales que no se corresponden con actitudes propias de nuestra profesión, lo que acaba por convertirse en una cierta manía persecutoria sin fundamento aparente.
Desconozco si el autor del personaje de dibujos animados llamado Calimero; Carlo Peroni (Perogatt), que hace algunas décadas entretenía a los niños, era enfermera o si identificó su personaje con alguna enfermera. El caso es que su permanente chascarrillo de “soy un incomprendido” encajaría perfectamente en el discurso enfermero de nuestros días.
Pero nuestro mimetismo con Calimero obedece a algo más que a una oportunista similitud gráfica o graciosa coincidencia disuasoria buscadas para distraer el verdadero sentido de lo que nos sucede y sobre lo que quisiera profundizar.
¿Obedece nuestra falta de reconocimiento a una voluntad externa a la enfermería por ocultar nuestro valor e identidad? ¿Se corresponde esta situación, de aparente agravio, a la comparación permanente con otros colectivos profesionales? ¿Existe una razón real por parte de alguien en evitar nuestra visibilidad y reconocimiento? Responder a cada una de estas interrogantes sería en sí mismo un verdadero ejercicio de psicoanálisis que ni corresponde ni se corresponde con la realidad y que tan solo contribuiría a mantener el mito, la leyenda o la afrenta.
Pero, no deja de ser, cuanto menos curioso, que las/os estudiantes de enfermería tengan serias dificultades en identificar a ni un solo referente profesional que vaya más allá de Florence Nightingale o de Virginia Henderson y sin embargo desde los primeros cursos ya tienen identificada, asumida, interiorizada y verbalizada la falta de reconocimiento.
Así pues, estos dos hechos, la no identificación de referentes y la asimilación inmediata de falta de valorización, nos dan una pista muy clara de cuáles pueden ser las razones de nuestra “Calimerización”.
La falta de referentes vine determinada no porque no existan, que existen y de gran prestigio y relevancia, sino porque no contribuimos ni individual ni colectivamente a su identificación, valoración y reconocimiento, lo que provoca que se mantengan ocultos e invisibles.
Sin embargo, es un hecho constatable, que se alimenta, difunde, y contribuye al sentimiento de “acoso” que provoca nuestra desvalorización.
Y ambos hechos vienen determinados o favorecidos, a mi entender, por un intenso cainismo entendido este como la actitud revanchista contra los propios compañeros.
Mientras otras profesiones adquieren una imagen de fortaleza e incluso de poder que suele ser identificada como lobby, en enfermería nos comportamos como lobos que devoran a sus líderes impidiendo que se favorezca esa visibilización que antagónicamente no tan solo reclamamos sino que lamentamos y que aparentemente se nos niega, lo que provoca una crónica victimización que escenificamos como plañideras en lugar de favorecer, con nuestra actitud, determinación y respeto el que se consiga de una vez las tan anheladas visibilización y valoración.
Como argumento real, más allá de las hipótesis de mis planteamientos, tan solo hay que pararse a analizar lo que está sucediendo actualmente en la academia.
Tras más de 40 años en la Universidad se consiguió que las enfermeras no tuviésemos techo de cristal que nos impidiera acceder al máximo nivel académico, es decir, al doctorado. Pero este logro no es gratuito. Alcanzarlo supuso esfuerzo, dedicación, motivación, implicación… por parte de enfermeras que trabajaron por lo que hoy en día parece algo natural, pero que costó mucho sacrificio. Y ese empeño les impidió en muchas ocasiones, precisamente a sus artífices, acceder a lo que para el conjunto de la enfermería habían logrado, el doctorado.
Las Universidades tienen la potestad de otorgar el grado de doctor a quienes sin serlo hayan demostrado contribuciones relevantes para el desarrollo de su propia disciplina o de la sociedad. Es lo que se conoce como Doctor Honoris Causa.
Pues bien, a estas alturas, tan solo una Universidad española ha otorgado dicho privilegio académico a una enfermera española, porque sí que lo ha hecho con enfermeras extranjeras. Y no es porque no existan candidatas/os nacionales que lo merezcan o que no tengan contrastadas aportaciones científico/profesionales o sociales. Lo que sucede es que, una vez más, el cainismo se instala en el colectivo enfermero e impide con su actitud revanchista que puedan ser ni siquiera propuestas. Antes se prefiere acudir al extranjero que admitir los méritos propios que permitan destacar a alguna enfermera de nuestro entorno. No es que nadie sea profeta en su tierra, es que enterramos a los profetas.
Que nadie se lleve a engaño. No es que existan conspiraciones externas que impiden la valoración, el reconocimiento o la visibilización que de manera tan insistente como artificial y falta de argumentación se realiza. Es que generamos estrategias potentes de resistencia y anulación de nuestras propias identidades, favorecidas por las envidias, los celos, las sospechas, las conspiraciones… propias de una falta de madurez que nos impide crecer y fortalecernos.
Nadie nos quita nada, porque nada tenemos como consecuencia de nuestro propio canibalismo, que nos sitúa en una posición de debilidad de la que intentamos acusar a hipotéticos enemigos sin tener la capacidad, voluntad y humildad de valorar y sentirnos orgullosas/os de nuestra verdadera identidad, en lugar de continuar con la pretensión de mimetizar, o replicar la que nos es ajena y que odiamos y deseamos en parecida proporción.
Abandonar los mensajes lastimeros de incomprensión, injusticia, acoso y persecución del personaje Calimero tan solo será posible cuando seamos capaces de identificar, apoyar y valorar a nuestros propios referentes, abandonando un cainismo que nos arrincona, condiciona y conduce a que estemos lamiéndonos las heridas provocadas en tan cruel como incomprensible lucha fraticida que no tan solo impiden nuestro desarrollo sino que dañan la imagen que proyectamos y de la que acusamos a otros en un intento tan inútil como poco creíble de protegernos.
La diferencia es que, mientras Calimero era un dibujo animado y sus situaciones formaban parte del imaginario creativo de su autor para el deleite de sus jóvenes seguidores, nuestra situación es real y forma parte de una situación profesional de la que nos quejamos amargamente mientras contribuimos al mismo tiempo a mantenerla, alimentarla y difundirla como excusa de nuestra propia parálisis, aunque queramos atribuírsela a otros.
¿Cuándo lograremos quitarnos la cáscara de Calimero y abandonar la quijada de burro de nuestro cainismo? Solo cuando lo logremos nos daremos cuenta de que al valorarnos a nosotros mismos resulta mucho más fácil que los demás lo hagan. ¿A qué esperamos?