De manera sistemática aparecen opiniones sobre las especialidades enfermeras sin que las mismas obedezcan a un análisis riguroso de la situación, viniendo a añadir, tan solo, mayor incertidumbre y enfrentamiento al que ya de por si genera el propio proceso de especialización enfermera.
Hace ya más de 30 años que se empezó a hablar “en serio” de las especialidades enfermeras.
Tras el fallido Real Decreto 992/1987 que no llegó nunca a desarrollarse tuvieron que pasar 18 años hasta que se publicó el Real Decreto 450/2005 que regulaba las especialidades enfermeras. Haciéndose de manera precipitada, sin consenso y con una gran incertidumbre sobre lo que suponían para las enfermeras y lo que podían aportar a la sociedad.
El júbilo inicial que este logro ocasionó entre las enfermeras fue tan artificial como el propio Real Decreto que nació con graves deficiencias de desarrollo y de implementación como el transcurrir del tiempo ha venido a demostrar.
Mucho se ha hablado y se sigue hablando sobre el citado Real Decreto que sigue devorando la ilusión inicial que su publicación generó, repito, de manera totalmente artificial e interesada. Pero, sin embargo, nadie ha sido capaz, hasta la fecha, de ponerle el cascabel al gato que impida su sigiloso acecho.
Una vez más y que conste que es un tema que aburre y sobre el que deseo dejar de hacer referencia como causa de todos los males de la enfermería, el modelo médico fue el que se adoptó como referencia para el planteamiento de desarrollo de las siete especialidades enfermeras que finalmente se decidieron plantear con criterios que nadie conoce y que, salvo matrona por directrices europeas, no se tenían evidencias de oportunidad. Se mimetizó, en parte el Real Decreto de 1987 del que se cayó Gerencia y Administración de Enfermería a favor de Salud Laboral. Más allá de cualquier otra valoración sobre su eliminación, no deja de ser curioso que fuese la única especialidad que no existía, ni existe, en el modelo de especialidades médicas.
Se decidieron pues estas siete especialidades (matrona, pediatría, geriatría, salud mental, salud laboral, enfermería familiar y comunitaria (EFyC) y cuidados médico quirúrgicos), sin haber realizado previamente estudio alguno sobre las necesidades que en materia de especialidades enfermeras requería la sociedad, más allá de los deseos que tuviesen las enfermeras por especializarse sin una razón clara de por qué hacerlo.
Siete especialidades que empezaron por mimetizar su denominación a las de medicina lo que suponía que desde el principio se alineaban al paradigma biomédico. Se hubiesen podido elegir denominaciones más próximas al paradigma enfermero como Enfermería de la infancia/adolescencia, Enfermería del adulto mayor, Enfermería Salud Comunitaria… por no hablar de la especialidad cajón de sastre de enfermería médico quirúrgica que merecería una reflexión extensa y única que no permite este análisis. Pero ya desde su redacción se estaba diseñando claramente el camino que se quería dar a las especialidades, como el tiempo vino a demostrar.
Se eligió, por tanto, el modelo de formación médica de residencia, el conocido MIR como modelo de formación de las especialidades enfermeras por entender que era la mejor formación que podía darse dados los éxitos alcanzados con la formación médica. Otra mimetización que no tiene mayor argumentación que la de seguir el patrón médico, sin ni tan siquiera plantearse la posibilidad de plantear al menos que las enfermeras siguen otro paradigma que podía requerir una forma diferente de planificar la formación especializada que diese mejor respuesta a las necesidades de cuidados de la población y no a otro tipo de intereses. No sirvió, está claro, para nada lo que en su momento sucedió con las consultas enfermeras en Atención Primaria, cuando se desarrollaron a “imagen y semejanza” de las médicas con el consiguiente fracaso del que aún hoy arrastramos las consecuencias de tan lamentable como inútil copia.
Se da la circunstancia, además, de que todo este proceso coincide en el tiempo con el que vino en denominarse Proceso Bolonia o del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), por el que se estaban modificando los planteamientos de enseñanza/aprendizaje universitarios y que podía haber propiciado un interesante análisis y debate sobre la posibilidad de vertebrar la formación enfermera de grado y posgrado con la de especialización como sucede en prácticamente todo el mundo. Pero no tan solo no se planteó sino que se rechazó de plano dicha posibilidad argumentando la excelencia de la formación médica de residencia envidiada por todo el mundo, pero sin que, curiosamente, ningún otro país haya replicado e implantado. De esta manera se anulaba cualquier posibilidad de que las universidades formasen parte del proceso formativo de las especialidades.
A todo este despropósito hay que añadir lo que viene a ser una consecuencia de la mimetización a la que aludía anteriormente. Así se sacan de la manga las Unidades Docentes Multiprofesionales, a través de la publicación por sorpresa y sin consenso previo del Real Decreto 183/2008, en las que deben incorporarse las especialidades enfermeras pero con una clara desproporción en cuanto a la capacidad real de liderarlas y en cuanto a la representatividad en el seno de las mismas, lo que supone un clarísimo prejuicio para los programas de formación enfermera que, en la mayoría de los casos, se intoxican y limitan dada la clara influencia médica de las Unidades. Unidades Multiprofesionales en las que las Sociedades Científicas Enfermeras están prácticamente olvidadas o relegadas con una participación que, raramente, va más allá de su presencia en los actos de finalización de la formación especializada. Un nuevo elemento de división y confrontación que añadir a todo este triste panorama.
En todo el proceso de negociación de la que sería futura regulación de las especialidades enfermeras nunca participaron las sociedades científicas a pesar de que algunas de ellas, como por ejemplo la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), hubiesen estado trabajando intensamente en la elaboración de propuestas de las especialidades desde muchos años antes. Esta exclusión, que no olvido, obedeció a una estrategia clara y evidente por eliminar cualquier posibilidad de cambio en la ruta que ya se había diseñado aunque nunca consensuado.
El Real Decreto 450/2005 fue un claro ejemplo de indefinición, falta de concreción y verdades a medias que dejaba abierta la interrogante, y la consiguiente polémica, sobre si todas las enfermeras debían ser especialistas o no. Y este debate abierto pero al que no se quiso dar respuesta normativa supuso el inicio del que ya es uno de los principales problemas con los que se encuentran actualmente las enfermeras que se debaten entre el modelo médico por el que todos los profesionales deben ser especialistas o un modelo más enfermero en el que deban coexistir enfermeras especialistas con enfermeras no especialistas. Y este debate ha sido y sigue siendo utilizado de manera oportunista, demagógica e interesada por diferentes sectores profesionales, políticos y de gestión favoreciendo con ello el enfrentamiento. Si a esto añadimos que los procesos extraordinarios de acceso a las especialidades, recogidos en el Real Decreto 450/2005, aún no se han resuelto totalmente, tras más de 13 años desde su publicación, como es el caso de la especialidad de EFyC, podemos entender que el desánimo y frustración es cada vez más generalizado y que el prestigio y reconocimiento que las especialidades enfermeras deberían tener tanto a nivel profesional, institucional como social se diluyen y los procesos de formación EIR se convierten o bien en una manera de garantizarse un trabajo durante dos años que dura la formación o bien en una “fábrica” de frustración para aquellas enfermeras que invirtiendo tiempo y dinero y sacrificando muchas veces la vida familiar y social, ven como una vez acabada su especialidad tienen que trabajar en cualquier otro ámbito al de su especialidad, con lo que ello supone de pérdida de contacto con la realidad en la que se han especializado. A todo lo cual hay que añadir que las/os tutoras/es de las enfermeras en formación en EFyC, por ejemplo, no son especialistas al no haber podido acceder a la especialidad por la vía extraordinaria y al no haberse generado plazas específicas de especialistas que permitieran el acceso de las enfermeras especialistas que podrían actuar como tales. Todo lo cual añade nuevos elementos de confrontación.
Las Administraciones, tanto central como autonómicas, mientras tanto, miran hacia otro lado y se limitan a gastar dinero público en la formación especializada de las enfermeras sin que posteriormente recuperen la inversión realizada con la contratación de estas especialistas, tirándose las culpas unos a otros sin que nadie tenga la determinación ni la voluntad política de dar solución a un problema que ellos mismos han generado y que ahora no saben cómo resolver, y lo que es más grave, que no quieren resolver.
Los políticos y los gestores sanitarios, designados por los primeros, por su parte, siguen llenándose la boca con parabienes puntuales, demagógicos y oportunistas hacia las enfermeras y su imprescindible papel en las organizaciones de la salud para dar respuesta a problemas tan acuciantes como la cronicidad o la discapacidad, pero sin que sean capaces de tomar ni una sola decisión que elimine la parálisis a la que están sometidas las especialidades enfermeras y que podrían contribuir de manera muy determinante a dar respuestas eficaces y eficientes a dichos problemas, necesidades y demandas, utilizando para ello argumentos tan manidos y faltos de consistencia como las difíciles negociaciones que ello supone con los sindicatos. Mientras tanto los sindicatos se enredan en negociaciones en las que no se plantean con rigor el desarrollo de las especialidades al primar más la captación de afiliados o los intereses laborales que los profesionales, con lo que ello supone para la resolución del problema.
Por su parte las Sociedades Científicas claman en este campo de batalla planteando posibles soluciones a los problemas esgrimidos y presentando estudios que avalan la importancia de contar con enfermeras especialistas. Pero al menos las Sociedades Científicas, en los últimos años, han logrado una unidad de acción que permite trasladar un mensaje único y unívoco, lo que está descolocando a las administraciones que hasta ese momento siempre argumentaban que lo primero que tenían que hacer es justamente lo que han hecho ahora. Así pues ahora sus excusas se centran en la dificultad de acuerdo entre administraciones, o lo que es lo mismo, idéntica falta de voluntad política pero con excusas diferentes.
Dicho todo lo cual no se aventura un panorama muy halagüeño para las especialidades enfermeras que han pasado de ser un deseo que generaba ilusión a tornarse progresivamente en decepción que da paso a la frustración y a considerar que todo acabe siendo tan solo una quimera.
Y, ¿qué se puede hacer ante todo esto? Pues desde luego yo no dispongo ni de varita mágica ni de bola de cristal para predecir el futuro, pero cuanto menos me atrevo a plantear diferentes propuestas de desbloqueo como son la realización de una cumbre de especialidades enfermeras en la que participen todos los agentes (administraciones, políticos, gestores, sociedades científicas, sindicatos, especialistas, sociedad civil…) con el fin de llevar a cabo un diagnóstico sobre las mismas, su oportunidad, su desarrollo y su futuro. Dejar de emitir discursos demagógicos en los que se plantee una realidad que ni es posible ni beneficiosa para las enfermeras en general y las especialistas en particular como son los de trasladar que todas las enfermeras deben ser especialistas. Hacer un diagnóstico de las necesidades de cuidados actuales y las respuestas que las mismas requieren por parte de enfermeras especialistas o no y la posible necesidad de nuevas figuras como las enfermeras de práctica avanzada, que eviten nuevas propuestas oportunistas en este sentido sin evidencias científicas que las avalen. Catalogar puestos de trabajo específicos para especialistas y forma de acceso a los mismos. Regular una carrera profesional seria y rigurosa que vaya más allá de la antigüedad. Modificación, si se identifica la necesidad, de los programas formativos de las especialidades enfermeras que den respuesta a la necesidad real de formación enfermera alejada de otros modelos por muy exitosos que para otros profesionales hayan sido. Dotar de peso específico a las Unidades Docentes Enfermeras aunque estén incorporadas en las Unidades Multiprofesionales, pero que estas tengan capacidad real en la toma de decisiones y no sean un reducto en el seno de dichas Unidades Multiprofesionales. Incorporación en el desarrollo de los programas formativos de todos los recursos disponibles (Universidades, Sociedades Científicas…) y por último, identificación clara de la realidad enfermera alejada de modelos que ni les son propios ni ofrecen ningún elemento de crecimiento y desarrollo ni a la enfermería en general ni a las especialidades en particular.
Son propuestas que requieren del necesario debate y consenso, pero cuanto menos son propuestas serias y factibles que pueden dar con la solución al problema generado con las especialidades enfermeras cuando tenían que haber sido justamente todo lo contrario, una solución.
¿Nos atrevemos? O ¿seguimos jugando al escondite para evitar ponerle el cascabel al gato?