La lotería, y más concretamente la lotería de Navidad, supone un punto de inflexión anual en la vida de muchas personas. Lo es durante unas horas en las que las bolas parecen como si se peleasen por salir, o por no hacerlo, del bombo en el que giran incesantemente. Lo es mientras la monótona y repetitiva cantinela de niñas y niños uniformados, que parece como si no tuviesen otro objetivo en sus vidas que hacerlo, tararean los números grabados en las bolas que finalmente han salido y la cantidad de euros que se corresponden según lo grabado en otras bolas. Lo es mientras periodistas de todas las cadenas radiofónicas y canales televisivos se apresuran por decir dónde se ha vendido tal o cual número y tratar de localizar al lotero o lotera que han repartido el preciado premio y conocer la alegría que parece producir esa venta. Lo es mientras el cava acompaña las risas, el nerviosismo y las lágrimas de agraciadas y agraciados con el reparto de dinero para el que previamente han tenido que invertir cantidades importantes de dinero y en ocasiones de tiempo para adquirir los números de la suerte impresos en décimos o papeletas. Lo es para el resto de personas a las que sin ser agraciadas con premio alguno se contagian de alegría y de una deseada salud que compense la falta de suerte con los números que portaban. En definitiva, parece como si una locura colectiva contagiase a toda una nación y no existiese nada más importante durante las horas de ese que ha venido en denominarse el Sorteo de Navidad, en el que, aunque tan solo sea por ese día, todo el mundo desea ser agraciado con la obesidad del premio mayor, es decir, el gordo.
Este es tan solo un ejemplo, de otros muchos, en los que decidimos invertir dinero e ilusión en algo deseado pero que no sabemos si realmente se cumplirá. Lo hacemos, además, con alegría y lo repetimos de manera puntual y sistemática, a pesar de los “fracasos” reiterados por no ser agraciados con la suerte o con el logro deseado con nuestra inversión.
Es pues, precisamente por eso, que me causa mayor perplejidad la resistencia o negación que muchas ocasiones genera la inversión en el futuro profesional enfermero. Y la negativa no es siempre a una inversión económica sino la que se refiere a una inversión personal de tiempo, esfuerzo, dedicación y compromiso.
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