Durante muchos años a las enfermeras, a las que se nos había usurpado el nombre y la identidad profesional, se nos formó como ayudantes y como técnicos al servicio de los médicos. Jugábamos con ellos a médicos, solo a médicos, porque a las enfermeras ya se habían encargado de eliminarlas.
En ese juego planificado e ideado para actuar como fieles, leales y obedientes ayudantes, como ellos mismos nos enseñaban en las escuelas que dominaban y copaban, nos creímos importantes a su lado. Haciendo lo que nos mandaban, pero deslumbradas con las técnicas que ejecutábamos con precisión, aunque sin convicción profesional.
Sin embrago algo cambió cuando algunas enfermeras empezaron a identificar la importancia de serlo y de actuar como tales, con determinación y convicción. Su tesón condujo a que recuperásemos parte de la identidad perdida y el control de la docencia con la incorporación de los estudios de enfermería en la Universidad.
Ser universitarias junto a otros importantes acontecimientos como la aparición de la Revista ROL de Enfermería o la creación de la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED) nos ayudó a ir abandonando nuestra condición de ayudantes, aunque inicialmente fuese tan solo por el abandono de la denominación, al pasar de ATS (Ayudantes Técnico Sanitarios) a DUE (Diplomado Universitario de Enfermería), lo que no dejaba de ser un cambio de siglas que no nos permitía recuperar totalmente nuestra denominación enfermera.
Por otra parte, la puesta en marcha del denominado nuevo modelo de Atención Primaria constituyó un hecho relevante tanto para el Sistema Sanitario español como para las enfermeras que se incorporaron en dicho modelo al pasar, de enfermeras de médicos a enfermeras de la comunidad como magistralmente expuso Mª Victoria Antón Nárdiz en su libro[1]. En dicho contexto las enfermeras encontraron lugar para desarrollar su paradigma centrado en las personas, las familias y la comunidad, desde los nuevos centros de salud en los que se creaban las consultas enfermeras como espacios autónomos de atención y donde la comunidad adquiría una nueva dimensión al poder trabajar en y con ella a través de la participación activa de la misma. La ilusión, el compromiso, la energía… con los que se acometió este proceso de construcción de la salud comunitaria permitió que las enfermeras abandonasen definitivamente el jugar a médicos al pasar a asumir su rol como enfermeras.