En las últimas décadas se ha hablado mucho sobre la importancia de generar entornos saludables.
Este, llamemos movimiento, aunque no creo que realmente se trate de un movimiento porque este se relaciona con cierta temporalidad o moda, es realmente una necesidad vital. Lo es para lograr el equilibrio que permite identificar y buscar la salud como aquella manera de vivir autónoma, solidaria y gozosa, tal como Jordi Gol la definió en Perpignan en septiembre de 1976. Este posicionamiento suponía un cambio sustancial a la definición “oficial” de la OMS de 1946 en la que se establece una especie de dicotomía entre salud y enfermedad, de la que subyace que estando enfermo ya no se puede estar sano. Sin embargo, también es posible una forma saludable de estar enfermo.
Por otra parte, plantear, como hace la OMS, que la salud es un estado, no es razonable, pues la vida tampoco lo es. Teniendo en cuenta la definición de estado como la “situación o modo de estar de una persona o cosa, en especial la situación temporal de las personas o cosas cuya condición está sujeta a cambios”, no se puede admitir que ni la vida ni la salud sean un estado, sino un proceso que debe ser identificado en toda su integralidad y no como situaciones aisladas del contexto en que se desarrollan.
Por lo tanto, tan solo se debería identificar la salud como un continuo, como una cualidad dinámica que se proyecta hacia el futuro. Acotar la salud a un estado desvinculándola del futuro es tanto como dar por válidas muchas situaciones de manipulación de esa enfermedad, sostenidas, mantenidas y justificadas por una supuesta búsqueda de la salud que es tan solo una falacia de la atención medicalizada y “salvadora”.
Aunque la definición de la OMS fue un paso importante en la percepción de la salud, su definición no se adapta a la realidad de salud que se planteó, por ejemplo, en la Declaración de Otawa. Dicha declaración supuso un cambio significativo en la forma de afrontar la salud al plantear que las personas tendrían una mejor salud en tanto en cuanto éstas controlasen las variables que sobre la misma intervienen, a través de su empoderamiento y participación activa.
Pero la enfermedad, siempre presente, ha supuesto una seria barrera en dicha identificación tanto por parte de los profesionales de la salud como de la población en general y siguió influyendo de manera muy significativa en dicha visión, contribuyendo a la confusión entre promoción de la salud y prevención de la enfermedad, que ha abocado a efectos indeseables que autores como Carlos Alvarez-Darder denominan la “salud persecutoria”, y que se asocia a la influencia de las TIC y el neoliberalismo, en una superestructura medicalizada que encajaría en la idea zeitgeist de Hegel que corresponde al clima intelectual y cultural de una era dominada por la industria farmacéutica y alimentaria, que desvirtúa el mensaje original de salud y su promoción y que encaja con la modernidad líquida de Bauman (2000).
Por eso, entre otras muchas razones, es tan importante y adquiere tanta relevancia la promoción de la salud desde planteamientos como la salutogénesis y los activos de salud que faciliten la generación de entornos saludables como universidades, escuelas, empresas, hospitales…
Se trata de integrar la acción política actuando de manera integral, integrada e integradora sobre los entornos físico, social, cultural y político, como la opción más saludable.
Así pues, la generación de entornos saludables ha ido adquiriendo relevancia al tiempo que también se ha desarrollado de manera muy desigual y con escasas evidencias científicas hasta la fecha. Pero al menos ya se están llevando a cabo planeamientos que incorporan una nueva forma de percibir y hacer percibir la salud y su promoción.
Si bien es cierto que cualquier entorno es susceptible y deseable de ser saludable, ahora mismo se me ocurre uno que no tan solo no ha hecho ningún intento hasta la fecha por lograrlo, sino que además influye de manera significativa como la idea zeitgeist de Hegel, descrita anteriormente Se trata del entorno de la Política.
Y cabe preguntarse o reflexionar sobre si realmente la Política puede considerarse como un entorno.
Si recurrimos al diccionario, entorno es definido como el “conjunto de circunstancias o factores sociales, culturales, morales, económicos, profesionales, etc., que rodean una cosa o a una persona, colectividad o época e influyen en su estado o desarrollo”. Y ante esta definición no cabe más que dar por válido que la política puede y debe considerarse como un entorno, en tanto en cuanto pocos contextos tienen un poder de influencia en el desarrollo y estado de las personas y sus circunstancias como la política.
Entonces ¿por qué un entorno tan importante como influyente no tan solo es tan poco saludable, sino que no hace nada por lograrlo?
Teniendo en cuenta que los entornos que apoyan la salud ofrecen a las personas protección frente a las amenazas para la salud, permitiéndoles ampliar sus capacidades y desarrollar autonomía respecto a la salud, parece claro que la Política debería ser un claro ejemplo de entorno saludable.
Si, además, partimos de la hipótesis de que la acción destinada a crear entornos que apoyan la salud posee muchas dimensiones, entre las que cabe destacar la acción política directa, cuyo objetivo es desarrollar y aplicar políticas y reglamentos que contribuyan a crear entornos de apoyo, parece razonable que pueda considerarse un entorno que trabaje por ser saludable.
Por otra parte, el modelo de activos aporta una perspectiva de salud que fomenta la reorientación de la mirada al contexto para centrarse en aquello que mejora la salud y el bienestar, potenciando la equidad en salud y fortaleciendo las decisiones sobre la raíz de las causas de las causas. Entendiendo por activos a cualquier factor o recurso que potencie la capacidad de las personas, comunidades y poblaciones para mantener y promover su salud y el bienestar.
Ante todo lo cual parece claro que la política actualmente se aleja bastante de estos planteamientos generadores de salud, cuando, por el contrario, debería ser uno de los principales escenarios para ello. Resulta complicado identificar en ese entorno activos de salud y, por el contrario, parece sencillo hacerlo con un concepto aún no descrito ni estudiado como son activos tóxicos entendidos estos como aquellos que no tan solo no son capaces de generar salud, sino que influyen de manera negativa para lograrlo. Activos tóxicos que, además, se alimentan entre ellos para potenciar su efecto de toxicidad. No se trata, de factores de riesgo para la salud, como se plantearía de manera preventivista, sino de verdaderos activos negativos que influyen en la manera de vivir autónoma, solidaria y gozosa y por tanto en la manera de no lograr salud.
Si incorporamos la acción transformadora, como la generación de procesos de cambio en el sentido de construcción de sociedades más justas, equitativas y democráticas que no tan solo favorezcan la salud, sino que sean capaces de consolidarla y transformarla, se identifica más caramente el porqué del fracaso de la política como entorno saludable, más preocupado por mantener estructuras de poder partidistas alejadas del interés general de la sociedad y centradas en la descalificación y el insulto como únicos argumentos en esa supuesta construcción, lo que se aleja, o mejor, se opone al concepto de salutogénesis definido por Antonosky (1993) como «el proceso del movimiento que va hacia el extremo de la salud en un continuo bienestar – enfermedad», entendiendo tanto la salud como la enfermedad no como estados sino como procesos dinámicos y continuos tanto físicos como psíquicos, sociales y espirituales.
Ante este escenario tan poco saludable, por tanto, tan solo nos queda tener resiliencia (Rutter, 2007) para tratar de lograr buenos resultados a pesar de estar expuestos a experiencias adversas como las que plantean los actores de la política.
Por eso resulta tan importante que los profesionales de la salud en general y las enfermeras en particular trabajen por lograr un empoderamineto de la sociedad que otorgue un mayor control de las personas sobre las decisiones y acciones que afectan a su salud y que el entorno de la política no tan solo no facilita, sino que impide. Y esto significa que las enfermeras interioricen la importancia de la competencia política como ámbito de su actuación como describe Rosa María Alberdi (2019).
Referencias
- Lindström B, Eriksson M. Guía del autoestopista salutogénico. Girona: Documenta universitaria; 2011. p. 27-9.
- Bauman, Z. Modernidad líquida. Edit Fondo de Cultura Económica. México. 2000
- Cabanyes J. Resiliencia: una aproximación al concepto. Rev Psiquiatr Salud Ment (Barc.) 2010; 3: 145-51
- OMS. Promoción de la Salud Glosario. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo; 1998
- Cofiño, R. Aviñó, D. Blanca Botello, CB. Cubillo, J. Morgan, A. Paredes-Carbonell, JJ, Hernán, M. La salud pública y las políticas de salud: del conocimiento a la práctica. Informe SESPAS 2016. Gac Sanit; 2016. 30 (S1): 93-98. DOI: 10.1016/j.gaceta.2016.06.004
- Alberdi-Castell, R. La competencia política. Concepto, contextualización y ámbitos de desarrollo. Rev ROL Enferm 2019; 42(1): 22
- Martínez-Riera, JR. Gallardo-Pino, C. Aguiló-Pons, A. Granados Mendoza, MC. López-Gómez, J. Arroyo-Acevedo, H. La Universidad como comunidad: Universidades promotoras de salud. Informe SESPAS 2018. Gac Sanit; 32 (S1): 86-91.
- Morgan A, Ziglio E. Revitalising the Public Health Evidence Base: An Asset Model. In: Health Assets in a Global Context [Internet]. New York, NY: Springer New York; 2010 [cited 2019 Feb 17]. p. 3–16. Available from: http://link.springer.com/10.1007/978-1-4419-5921-8_1