LA CONSTRUCCIÓN ENFERMERA

El otro día hablando con un enfermero residente de la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, me comentaba que no percibía la necesidad de pertenecer a una Sociedad Científica. Que, no le aportaba nada.

Por otra parte, cuando se convocan actividades docentes, divulgativas, científicas… acaban congregándose siempre las/os mismas/os profesionales, sin que se identifiquen, salvo raras excepciones, a jóvenes enfermeras o estudiantes.

En otro ámbito, como es el de la docencia de grado, en más ocasiones de las que sería deseable, al menos para mí, las/os estudiantes y futuras enfermeras manifiestan que su mayor expectativa es conseguir una plaza fija lo antes posible y cerca de su casa.

Podría seguir exponiendo casos o ejemplos en los que difícilmente se identifica a las enfermeras jóvenes participando y mucho menos aun haciéndolo de manera activa.

Esta realidad que tan solo obedece a la observación, requiere de un análisis profundo que trate de explicar qué es lo que está pasando para que se produzca.

Sería pretencioso y alejado de todo rigor científico que yo tratase de realizar ese necesario análisis en este espacio. Pero como quiera que se trata de un espacio de reflexión y opinión, no me resisto a expresarlos y compartirlos, porque también me parece interesante con el fin de suscitar un debate tan ausente como necesario.

Lo fácil, simple e inmediato sería caer en la tentación de culpar a las/os jóvenes calificándoles y etiquetándoles de indiferentes, pasotas, conformistas, cómodos… como la mejor manera de evitar la reflexión sobre qué es lo que, desde la atalaya de la experiencia, las enfermeras más veteranas estamos haciendo mal o, cuanto menos, no del todo bien para que se estén dando estas situaciones.

Y es en base a esta reflexión sobre la que voy a opinar. Y reitero, opinar. Lo que supone que mi opinión sea subjetiva al estar basada en mi discurso, pensamiento y valores, pero no por ello exenta de un análisis de lo que está sucediendo y por qué está sucediendo. Para ello he abandonado mi atalaya y he tratado de exponerme a la realidad. Tratando de comprender determinados comportamientos, mensajes y pensamientos que, desde dicha atalaya denominada experiencia, no logro captar y mucho menos entender. Simplemente, aunque realmente es más complejo de lo que uno se piensa y dice, aplicando la empatía que me permita situarme en el lugar de estas enfermeras jóvenes y de estas/os estudiantes que parece que nada les importe.

Tras esta reflexión, me he parado a pensar sobre qué puede hacer que un/a estudiante tenga tan pocas expectativas de desarrollo profesional e incluso personal o que una enfermera no vea más allá de una “plaza fija” como toda aspiración de crecimiento.

Ubicados como estamos en la Universidad en la que la ciencia, el conocimiento, la investigación… lo impregnan todo, parece que quede poco espacio para nada más. Y es que por definición la ciencia está interesada, sobre todo, por los métodos, las generalizaciones y las predicciones, que desplazan de manera consciente o no, los valores que todos tenemos en la toma de decisiones y en la que no siempre recordamos la importancia del cuidado. Porque las enfermeras aprendemos de la experiencia, pero también familiarizándonos con la teoría enfermera, encontrando la forma de aplicar la teoría a la práctica. La imagen enfermera es, pues, inseparable de su evolución como disciplina y ésta ha evolucionado extraordinariamente desde la perspectiva de sus propias orientaciones y conceptos centrados en el cuidado, la persona, la salud, el entorno, la práctica, la formación, la investigación y la gestión. Cuando todo esto no se integra, entiende e interioriza, da lugar a que se impongan los métodos, las generalizaciones y las predicciones, con el riesgo que ello genera.

En la actualidad las enfermeras tienen que responder a múltiples situaciones muchas de ellas complejas y, sobre todo, individuales, por lo específicas que son. Sin embargo, en el día a día, la relación enfermera-persona puede volverse superficial, vinculada a la solución del problema concreto y con poco abordaje del mismo en su conjunto. Es imprescindible que no pensemos que la humanización es tan solo un complemento o una moda, cayendo en la contradicción de lo que, en muchas ocasiones, se está exigiendo por parte de las organizaciones, que es disponer de enfermeras tecnológicas y sin quererlo, nosotras contribuimos a ello. Esto conduce a que se diluya el campo de acción de las enfermeras que debe centrarse en cuidar para proporcionar bienestar, confort, seguridad, asesoría técnica, además de los cuidados específicos adecuados y consensuados. Tan solo, si somos capaces de transmitir que el elemento fundamental, los cuidados, son la vinculación fundamental con la persona y la familia y se asume la responsabilidad de que sean autónomos, lograremos que entiendan que las enfermeras son y serán absolutamente imprescindibles en la comunidad.

Confundimos con demasiada frecuencia el aprendizaje con la acumulación indiscriminada, fragmentada y no siempre coherente de conceptos, en los que habitualmente se imponen las técnicas, impidiendo o dificultando el pensamiento crítico, el análisis, la reflexión y el debate necesarios para construir el conocimiento enfermero. No se trata, pues, tanto de aprender como de aprehender.

Es cierto que cuidar requiere tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, pero para ello hace falta integrarlo, articularlo, gestionarlo de tal manera que adquiera el sentido y el sentimiento que el cuidado requiere. Cuando lo que hacemos es compartimentalizar el conocimiento en base a la distribución de créditos, las luchas departamentales o el encapsulamiento de las áreas de conocimiento o asignaturas, en lugar de generar espacios de confluencia, interrelaciones, coordinaciones o transversalidades que permitan construir el sentido del cuidado con perspectiva integral y alejada de luchas de poder que tan solo provocan omisiones, duplicidades, solapamientos o contradicciones generadoras de confusión que inducen a que las/os estudiantes se refugien en lo que ha venido en denominarse la zona de confort, pero que realmente es una trinchera para defenderse del fuego cruzado que muchas veces establecemos nosotros mismos.

Si a lo dicho añadimos que cuidar requiere un marco idóneo donde las condiciones estructurales sean favorables para el ejercicio de dicho cuidado y este marco lo limitamos casi exclusivamente al de las instituciones sanitarias, generalmente públicas, lo que realmente estamos contribuyendo es a que la elección para las/os estudiantes se limite a las mismas y que además se haga desde ese aprendizaje memorístico, dirigido y poco creativo que han recibido y que identifiquen a la técnica como elemento fundamental de su desarrollo.

Además la modernidad ha desarrollado el racionalismo, a través del cual se difunde la idea de que la tecnología puede aportar soluciones técnicas a todos los problemas que aquejan a la humanidad. Está claro que no se puede volver la vista atrás y que la técnica forma parte de nuestra existencia, pero la cuestión es saber qué hacer con ella. Insistir en esto parece, no pocas veces, una reiteración innecesaria ya que se da por supuesta en enfermería; sin embargo, cada vez con mayor fuerza van aumentando las voces que hablan de falta de ética, y de deshumanización. Por ello, es necesario articular el contenido de nuestra responsabilidad profesional, no sea que la evolución de la Enfermería como ciencia vaya dejando escapar su esencia fundamental, la de los valores que le sirven de sostén. La ciencia ha de sostenerse en los valores; si la ciencia está hoy en crisis, probablemente sea por esta divergencia antinatural. Ha de correr paralela con esta dimensión humana y, por ello, situarse en el ámbito de lo moral. El valor social de la Enfermería, se centra en la respuesta humana y técnica a la necesidad de cuidados de la persona, bien en salud o en enfermedad y ofrecido con calidad.

La práctica de los cuidados enfermeros en el contexto actual, pone a la enfermera en el centro de la atención, en contacto con la salud y la muerte, donde las ciencias no son suficientes, pues son neutras en lo que concierne a los valores humanos. Pero para ello debemos ser capaces de compartirlo y hacerlo sentir. No se trata tan solo de formar enfermeras sino de que sientan orgullo de serlo. Ser enfermera es fácil, como lo es ser médico, ingeniero o filósofo, se trata solo de estudiar y aprobar. Sentirse enfermera es lo realmente difícil, y transmitirlo para que se identifique, se construya y se interiorice es igualmente difícil, pero posible y, sobre todo, deseable. Esto jamás se consigue por imposición. De ahí que sea necesario establecer unos mínimos que sostengan y den sentido a la docencia enfermera tanto en el aula como fuera de ella; y a partir de ahí, se ha de trabajar por lograrlo.

La espiritualidad, la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida, el bienestar, los sentimientos, las emociones, los vínculos, las relaciones… son dimensiones que la práctica enfermera debe tener en cuenta. Los cuidados enfermeros son una realidad compleja que va mucho más allá de un concepto, no es lineal y está en evolución permanente, y las palabras para expresarla reflejan lo que significa la construcción del conocimiento. Pero si no las pronunciamos, no lograremos expresar la realidad enfermera que queremos en oposición a la que tenemos y con la que ni nos sentimos a gusto ni logramos transmitir nuestra esencia y nuestra presencia.

Fuera de las aulas también se construye y quienes tenemos experiencias, vivencias, afrontamientos y enfrentamientos basados en la construcción de la enfermería en la que creíamos y por la que hemos trabajado y sufrido, muchas veces, nos sitúa en una visión de la enfermería y las enfermeras que se ha convertido en algo que entendemos nos pertenece y nos cuesta abandonar para que otros continúen. Y desde esa construcción que entendemos nuestra, sin embargo, nos continuamos enfrentando, separando, debilitando, y sin quererlo estamos contribuyendo a alejar a las enfermeras jóvenes que no entienden ni comparten, nuestros planteamientos y diferencias y, por tanto, se resisten o les inquieta participar en nuestros rígidos escenarios. Nosotras consideramos que no participan porque no quieren, no entienden o no se comprometen y ello nos autoconvence como valedoras de nuestros planteamientos y de nuestra indispensabilidad.

El sacrificio, el esfuerzo, las renuncias, las caídas, los golpes… que la construcción enfermera haya podido provocar, no puede continuar siendo la excusa permanente para considerarnos en poder de la verdad absoluta y de seguir identificando como demonios dentro de nuestra propia profesión a quienes no piensen o actúen como nosotras, estableciendo cruzadas en las que lo único que logramos es que las enfermeras jóvenes busquen zonas de confort huyendo de una guerra que ya no tiene sentido mantener y que mantiene en permanente deconstrucción la enfermería y su identidad profesional y social.

Por su parte las jóvenes enfermeras deben entender de una vez por todas que su participación activa en la construcción de la enfermería no es una opción, sino una necesidad sin la que no será posible avanzar. No se trata de qué es lo que aportan las diferentes organizaciones o instituciones (colegios, sociedades científicas, sindicatos…) sino de lo que se quiere que aporten. Y para ello es imprescindible entrar en ellas y, desde dentro, aunque se tenga que entrar con la nariz tapada, tratar de cambiar lo que huele mal y retirar a quien lo provoca. Quedarse fuera, ya sea desde la indiferencia o desde la queja permanente es contribuir a perpetuar lo que no nos gusta. Y todo ello a pesar de que la implicación puede conllevar críticas, zancadillas, presiones y descalificaciones por parte de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta e identifican la enfermería desde una perspectiva única y dogmática.