ENFERMERAS, ESPIRITUALIDAD E IGLESIA

Para Daniel Giménez, quien me ha inspirado esta entrada.

En los últimos días, posiblemente amplificado por la proximidad de diferentes procesos electorales, estamos asistiendo al debate, cuando no a la confrontación dialéctica e ideológica, de diferentes temas como la eutanasia, el aborto o la homofobia.

Con independencia del oportunismo político que estos temas generan por parte de los diferentes partidos políticos, en función de sus ideologías respectivas o de sus intereses particulares, en todos ellos existe un denominador común que es la religión y, concretamente en nuestro país, la religión católica tan presente e influyente en todos los aspectos de la vida pública, tanto de creyentes como de no creyentes. Aunque más que la religión en estos casos, no lo es tanto las creencias que sustentan a esta, como la institución que las gestiona, difunde y defiende como es la Iglesia católica

Así nos encontramos con la implicación directa de la Iglesia en la oferta de cursos para “curar” la homosexualidad, en la injerencia clara para influir en la conciencia de las mujeres sobre el aborto o en la manipulación manifiesta en torno al derecho a una muerte digna. Para ello utiliza las armas que durante tanto tiempo le han servido para mantener a “sus fieles”, la culpabilidad, la resignación, el pecado y el infierno como destino condenatorio a la desobediencia de sus normas.

El problema, por lo tanto, no es que la Iglesia se posicione con relación a estos o cualesquiera otros temas, como cualquier otra persona, colectivo o institución. El verdadero problema es el adoctrinamiento, la injerencia, la manipulación, el sensacionalismo, el dogmatismo, la demagogia… que permanentemente utiliza para demonizar temas como los planteados y trasladarlos no ya al conjunto de la sociedad en la que está inserta, sino a la clase política que se deja influenciar no tan solo ideológicamente sino por la presión que como lobby y poder fáctico se le ha otorgado por dicha clase política en todo el amplio espectro ideológico y que sigue vigente a través de los acuerdos Estado – Iglesia que de manera incomprensible pero evidente se mantienen en un estado aconfesional. Pero no laico y ese es el problema. Lo que conduce a que cualquier decisión que la Iglesia entienda “ataca” a sus creencias de fe conduce irremediablemente a un posicionamiento frontal que condiciona muchas decisiones políticas.

Si bien es cierto que en nuestra sociedad es la Iglesia Católica la que influye de manera tan directa en estos y otros temas relevantes, también lo es que otras religiones actúan de manera similar o mucho más grave en sus ámbitos de influencia. Hace escasos días, por ejemplo, que en el país asiático de Brunéi han aprobado una ley islámica que castiga la homosexualidad con pena de muerte.

Pero centrándonos en nuestro contexto más cercano, resulta paradójico y contradictorio que quien ha practicado, ocultado, consentido e incluso justificado la pederastia, esté realizando cursos para “curar” la homosexualidad, que ellos mismos practican, eso sí, amparados y protegidos por su sacerdocio y su representación divina. Que quien ha colaborado, bendecido y acogido a genocidas y dictadores, cuestione la muerte digna. Que quien ha participado en el robo y venta de niños, esté criminalizando el aborto como un asesinato. Es decir, instaurar la hipocresía y la doble moral como norma, no tan solo de comportamiento, sino para juzgar, creencias o valores que no coincidan con los de su fe dogmática e intransigente.

Las consecuencias de esta injerencia en la sociedad española, sometida durante muchos años a una doctrina religiosa obligatoria que ha marcado su cultura y educación, se traduce en una clara influencia en la salud de las personas, las familias y la propia comunidad y de manera muy significativa, en las mujeres. Y los profesionales de la salud en general, pero muy particularmente las enfermeras, no pueden ni deben permanecer ajenas a los comportamientos, acciones, actitudes y mensajes que la Iglesia católica continúa trasladando.

Teniendo en cuenta que una de las características de nuestra sociedad actual es la pluralidad y la globalidad, cabría decir que la época de imposición de una cultura y de una religión han llegado a su fin. Estamos en un mundo interconectado por la comunicación y por lo tanto intercultural. Se precisa seguir avanzando en esta línea, que todos nos comprometamos en este proyecto de aunar esfuerzos y culturas. Ser capaces de integrar los elementos culturales conjuntos para ofrecer un servicio más acorde con las necesidades sociales, con sus normas y valores. Cualquier proceso de atención enfermera requiere aunar cuidados y valores. Y esto jamás se consigue por imposición. Por ello resulta tan importante establecer unos mínimos que sostengan y den sentido a dicha atención; y a partir de ahí, se ha de trabajar por lograr un respeto a los valores, normas y creencias por diferentes y contradictorios que nos puedan resultar. Se trata, en definitiva, de respetar sin que se tenga, necesariamente, que compartir.

Las enfermeras, y en particular las enfermeras comunitarias, debemos mantener, por tanto, un profundo respeto hacia las personas, las familias y la comunidad a las que prestamos cuidados a través de un singular estilo de implicarlas sin condicionar ni imponer.

Por eso resulta imprescindible que la atención integral, integrada e integradora que prestamos las enfermeras a través de los cuidados se haga con un abordaje no tan solo biopsicosocial, sino también espiritual.

Pero, ¿no estoy cuestionando la influencia de la iglesia y de la religión? Si, efectivamente lo que cuestiono es esa injerencia, la de la religión y la de quien, sobre todo, la representa, la iglesia. Pero es que como bien dice Sánchez, citado por Veloza y Pérez: “el término espiritualidad que es muchas veces utilizado como sinónimo de religión, tiene un sentido mucho más amplio y más complejo que ésta y agrupa las ideas filosóficas acerca de la vida, su significado y su propósito. Lo espiritual no es prerrogativa de los creyentes, sino una dimensión dentro de cada persona.”[1]

Por todo lo dicho, es imprescindible que las enfermeras, más allá de nuestras creencias y valores, sepamos respetar las de otras personas, culturas o religiones para prestar cuidados que se adapten a las necesidades y demandas de la población a la que atendemos que es plural y multicultural. Todo ello enmarcado siempre en la legislación existente y en nuestro máxima norma de actuación que no es otra que el código deontológico enfermero.

La sociedad, es dinámica, activa y debe ser participativa y por tanto sujeta a cambios que plantean nuevos escenarios y nuevas realidades demográficas, sociales, políticas… que configuran un futuro reservado a los cuidados enfermeros. La persona es, o al menos debe ser, considerada globalmente y la enfermera debe centrar su atención en dicha globalidad. Dicho de otro modo, la espiritualidad, la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida, el bienestar, los sentimientos, las emociones, los vínculos, las relaciones… deben ser tenidas en cuenta más allá de los signos y síntomas, como dimensiones de la práctica enfermera. Los cuidados enfermeros se refieren a una realidad compleja, no lineal, en evolución, y las palabras para expresarla reflejan, hoy en día, el nivel de desarrollo del conocimiento en la disciplina, en el que inevitablemente debe contemplarse la espiritualidad, ya que la práctica de los cuidados enfermeros, en el contexto actual, pone a la enfermera en el corazón de la vida, en contacto con la salud y la muerte, donde las ciencias no son suficientes, pues son neutras en lo que concierne a los valores humanos. Pero no podemos ni debemos nosotros, como enfermeras, determinar qué es lo que está bien o mal, acertado o erróneo, según nuestros valores o creencias, porque eso es tanto como querer modular la voluntad individual de las personas y anular los derechos que como tales tienen.

Recientemente en los grupos de trabajo de la estrategia de reforma de AP impulsada por el Ministerio, trasladé la necesidad de que se recogiese la espiritualidad en el abordaje de la atención. Petición que tuve que explicar dado que se entendió que lo que solicitaba era que se contemplase la religión como parte de dicho abordaje. Hasta ese punto la Iglesia ha logrado mediatizar nuestras mentes al relacionar en exclusiva la espiritualidad con su fe. Como hace la derecha, la iglesia, tiende a apropiarse en exclusiva de determinados sentimientos, valores, símbolos y creencias que ni son suyos en exclusiva ni les pertenecen. Será por eso que congenian tanto.

Está claro, por otra parte, que la medicalización y la tecnología no contribuyen a identificar la espiritualidad como parte del contexto de atención.

La modernidad ha desarrollado el racionalismo. Ha difundido la idea de que la tecnología puede aportar soluciones técnicas a todos los problemas que aquejan a la humanidad. Si bien es cierto que la técnica forma parte de nuestra existencia, no lo es menos que deberemos tener en cuenta qué hacer con ella. Insistir en esto parece, no pocas veces, una reiteración innecesaria ya que se da por supuesta en enfermería; sin embargo, cada vez con mayor fuerza van aumentando las voces que hablan de falta de ética, y de deshumanización. Por ello, es necesario articular el contenido de nuestra responsabilidad profesional, no sea que la evolución de la Enfermería como ciencia vaya dejando escapar su esencia fundamental, la de los valores que le sirven de sostén. La ciencia ha de correr paralela con esta dimensión humana y, por ello, situarse en el ámbito de lo moral, en el que la espiritualidad es fundamental, con independencia de lo que cada cual crea o profese.


[1] Sánchez, B. Análisis del paradigma de enfermería. En El arte y la ciencia del cuidado. Citado por: Veloza M., Pérez B. La espiritualidad: componente del cuidado de enfermería. Hallazgos, 2009, 6, 11. 151-162. Universidad Santo Tomás Bogotá. Colombia.