ESPECIALIDAD DE ENFERMERÍA FAMILIAR Y COMUNITARIA. ¿VINO O VINAGRE?

Desde que en 2005 se publicase el RD de Especialidades de Enfermería la formación de especialistas y su incorporación como tales a los servicios de salud de nuestro país ha sido ciertamente desigual al tiempo que decepcionante.

Centrándome en la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria (EFyC) cabe destacar que, si bien es cierto que, tras la aprobación del Programa Formativo en 2010, se convocaron de inmediato las primeras 132 plazas de Enfermeras Internas Residentes (EIR) de la especialidad de EFyC, que fueron incrementándose de manera progresiva hasta las 521 que se han convocado en este año 2019, no es menos cierto que este aumento tan solo ha servido para incrementar, en idéntica o en mayor proporción si cabe, la desilusión, el desánimo y la frustración de quienes han ido engrosando la lista de especialistas sin plaza específica y, lo que es peor, sin una perspectiva clara que permita ser optimista al respecto.

Al mismo tiempo se ha dilatado hasta límites, tan incomprensibles como inadmisibles, la convocatoria de la prueba excepcional de acceso a la especialidad solicitada por más de 40.000 enfermeras, lo que genera situaciones tan poco deseables como paradójicas como el hecho de que las Residentes sean tutorizadas por enfermeras “no especialistas”. Entendiendo que no lo son por el hecho de no disponer del preceptivo título que las acredita como tales y no porque no tengan la capacidad, las competencias y la experiencia para serlo.

Estos ingredientes han ido macerando y fermentando en un clima de absoluta falta de voluntad política, tanto por parte de la administración central, que no ha tomado las medidas necesarias hasta hace aproximadamente año y medio para que la situación de la prueba excepcional se desbloquease, como por parte de las Comunidades Autónomas (CCAA) que no han tomado las decisiones necesarias que permitiesen la incorporación de las especialistas que desde sus respectivas administraciones han formado con dinero público, abocándolas al paro o a la contratación en puestos de trabajo ajenos, en la mayoría de las ocasiones, a su ámbito de especialización y, en cualquier caso, nunca como especialistas. Y la fermentación ha llegado a tal punto que lejos de generar un caldo de excelente calidad y equilibrio entre el tiempo transcurrido en “barricas” (la inacción política en la toma de decisiones) y su “degustación” (la aportación que las especialistas pueden/deben realizar como tales), que se ha picado y convertido en un vinagre de muy mala calidad y de aroma y gusto totalmente rechazables que incluso está provocando que la excelencia de las “añadas” (enfermeras comunitarias expertas) anteriores empiecen también a perder sus cualidades y a producir un rechazo importante a la degustación de dichos caldos (los cuidados tanto especializados como generalistas). Lamentablemente el símil no queda tan solo en eso, sino que es una triste realidad que se mantiene mucho más allá de lo deseable y razonable.

En una profesión como la enfermera tan dada a los procesos de atomización, individualismo y cainismo, esta situación no viene sino a aumentar la confrontación, la confusión, la falta de credibilidad y la desunión.

Sin embargo y como suele suceder en cualquier situación, todo tiene su lado positivo. Y en este caso y aunque cueste identificarlo, también lo tiene.

De todos es sabido que el desarrollo de la enfermería comunitaria primero y de su especialidad después, condujo a una división profunda entre las dos sociedades científicas (SSCC) españolas de Enfermería Comunitaria, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) y la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP), como ya sucediera en su momento con las Sociedades Médicas de Atención Primaria a pesar de su supuesta madurez y trayectoria. Pareciera que estuviésemos condenadas a mimetizar los procesos de los médicos, en lugar de aprender de sus errores y no repetirlos.

Esta división provocó una herida tórpida en la Enfermería Comunitaria con efectos colaterales importantes y resistente a los remedios que se intentaban aplicar y que lejos de solucionar el problema lo agravaba mucho más.

Sin embargo, la situación descrita, y el oportunismo que de la misma hacían las Administraciones, condujo a generar un punto de inflexión en el que se aparcaron las diferencias y se buscaron los puntos de encuentro que, todo sea dicho de paso, eran muchos más que los de desencuentro. De tal manera que se inició un proceso de unidad de acción tendente a trasladar una única voz en lo relativo al abordaje y desarrollo de la especialidad.

Los resultados no se hicieron esperar y esta estrategia, fundamentada en el respeto y la confianza mutuos, condujo a que las/os responsables sanitarios cambiasen su actitud y sus respuestas o, cuanto menos, valorasen las propuestas que se les trasladaban de manera conjunta, concretándose finalmente una fecha para el examen de la prueba extraordinaria, anunciada por la propia Ministra para finales de este mismo año.

Además, la acción conjunta de ambas SSCC, con propuestas previamente consensuadas en los grupos de trabajo del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria fue otro de los aspectos a destacar, lo que propició que en el citado documento se recogiesen aspectos importantes por los que siempre hemos trabajado las enfermeras comunitarias y que condujo finalmente a su publicación en el BOE en abril de este mismo año.

Estos signos de madurez en el abordaje de los problemas de la Enfermería Comunitaria y de la Atención Primaria por parte de ambas SSCC hacían presagiar un nuevo tiempo de trabajo, análisis, reflexión, debate y consenso.

Sin embargo, la dicha dura poco en la casa del pobre. Y en este caso el pobre es la Enfermería Comunitaria.

Si no teníamos suficiente con los ataques de farmacéuticos y médicos a través de las farmacias comunitarias de los primeros y el egocentrismo centrípeto de los segundos reclamándolo absolutamente todo en exclusiva (actividad física, prescripción, cuidados, gestión…), surgieron determinados colectivos enfermeros que actuaban de manera atomizada e individualizada, pero disparando directamente a la línea de flotación, quiero entender que sin ánimo de hundir la nave, pero con una gran temeridad en su actuación que provocaba el riego de hacerlo.

Por una parte, los denominados ESTOS (Especialistas sin Título Oficial), en un remake de lo que en su momento, de nuevo, llevaron a cabo los Médicos a través de los MESTOS (Médicos sin Título Oficial), en un alarde de poca imaginación y con argumentos cuanto menos de dudosa validez, reivindicando una prueba extraordinaria por no haber podido presentarse en su momento al acceso a la que está pendiente de realizar. Es decir, cuando todavía estamos a la espera de celebrar la que por imperativo legal corresponde, se reclama otra para quienes, teniendo oportunidad de realizar el EIR y por tanto la especialidad por la vía normativa vigente, solicitan una vía excepcional que no se contempla en ninguna norma. Y todo ello al margen de las Sociedades Científicas a las que consideran enemigas de su “causa”, incorporando un importante y peligroso elemento de discordia en el ya complejo panorama existente.

Por otra parte, aparecen asociaciones, organizaciones o agrupaciones oportunistas de especialistas, al margen de las SSCC por entender que estas no les representan. Lo que conduce a un claro, manifiesto, incomprensible y torpe posicionamiento de radicalidad y confrontación, que es justamente lo que menos falta nos hace en estos momentos.

En uno u otro caso, quienes abanderan una hipotética, aunque muy parcial y dudosa defensa de las enfermeras comunitarias, olvidan, por una parte, que lo que ahora reivindican con tanta vehemencia como falta de argumentación sólida, no lo podrían estar haciendo sino fuese por las SSCC que desde hace 25 años vienen trabajando de manera constante, permanente y continuada por todas las enfermeras comunitarias y por la especialidad. Pero con la diferencia, con respecto al oportunismo empleado por estos, de que las SSCC, han considerado siempre a la especialidad como un elemento de mejora profesional y para la prestación de cuidados de calidad y como nexo de unión y cohesión entre todas las enfermeras comunitarias, entendiendo que todas, especialistas o no, son necesarias, válidas y eficaces y no como un elemento de división y enfrentamiento, como hacen estas enfermeras, posiblemente muy mal asesoradas.

Por último, pero no por ello menos importante, están las negociaciones para regular las bolsas de trabajo de acceso a plazas en los servicios de salud. En dichas negociaciones se utilizan, muchas veces, criterios de supuesta igualdad de oportunidad para acceder a las plazas tanto de interinidad como en propiedad, sin que se contemplen ni las especificidades de las plazas, ni las competencias específicas a desarrollar, ni los requisitos académicos y de formación que sería deseable cumplir, lo que genera, un efecto contrario al supuestamente planteado. Es decir, se anteponen los méritos (meritocracia) y la antigüedad (que no la experiencia con relación a la plaza ofertada), a criterios de idoneidad científico-técnica, con el único fin de beneficiar a los colectivos más numerosos, pero provocando graves perjuicios tanto a los equipos donde se incorporan, como al desarrollo científico-profesional de la especialidad o ámbito de actuación concreto. Y esto contribuye, de manera muy significativa y potencialmente peligrosa, al enfrentamiento entre enfermeras y a la calidad de los cuidados prestados.

Hacer de la especialidad un arma arrojadiza, un elemento de ruptura, una división de clases o un elemento de negociación interesado, es tan mezquino como peligroso y tan solo beneficia a quienes tienen interés en que la especialidad en particular y la enfermería comunitaria en general no avancen.

El análisis, la reflexión, pero sobre todo el consenso, deberían ser los elementos fundamentales del discurso enfermero y de las organizaciones que representan a las enfermeras, a todas las enfermeras, pero teniendo en cuenta su capacitación, formación, especificidad, singularidad y experiencia, más allá de su antigüedad y de mantener el equivocado discurso de que una enfermera sirve para todo. Las diferencias de planteamiento son lógicas y necesarias, pero utilizarlas como barreras en las que parapetarse argumentalmente tan solo conducirán a una guerra fratricida que perjudicará tanto a la profesión como a las personas, familias y comunidad a las que, como enfermeras comunitarias, nos debemos. Seamos especialistas o no.

La especialidad tan solo tendrá capacidad de crecimiento, valorización y visibilidad desde la unidad de acción. Lo contrario conducirá al obscurantismo, la languidez y el total ocultamiento de su aportación.

Estamos a tiempo de hacer planteamientos serios y rigurosos a la vez que generosos y razonables. Tan solo es cuestión de sentarse y hablar, en lugar de darnos la espalda y atacarnos. El enemigo no podemos ni debemos consentir que sea el mismo al que supuestamente estamos diciendo defender con nuestra posición errática, tozuda e inflexible.

Para hacer un buen caldo se precisa de las mejores uvas, de los mejores vendimiadores, de excelentes enólogos y de un inmejorable reposo en excelentes barricas y bodegas, todo ello en perfecta armonía. Si alguna de estas propiedades falla el resultado será un vino “peleón”, sin aroma, sin sabor y sin prestigio.

Para obtener una especialidad de calidad y con reconocimiento se necesitan profesionales implicados, motivados, inconformistas pero generosos, respeto, diálogo, consenso y unidad. Lo contrario conducirá a una reyerta permanente con el resultado de una división que nos abocará a la parálisis y el descrédito profesional. Pero sobre todo se precisa de una línea común fuerte y rigurosa que se centre, fundamentalmente, en la creación de plazas específicas y con perfiles claramente definidos de especialistas, con el fin de que se establezcan los criterios claros de acceso a las mismas y se articulen y coordinen sin distorsiones en los Equipos. Cualquier otra tentativa aislada tan solo conducirá a alimentar la inacción de los decisores políticos y sanitarios, al darles argumentos para ello.

En nuestras manos está. Es cuestión de pensarlo, decidir y actuar.