Ahora parece que está “de moda” decir que tenemos que llevar a cabo una atención humanizada. Y, por supuesto, no es que esté en contra de la atención humanizada, sino que desde la perspectiva enfermera no acabo de entender que tengamos que plantearlo como una novedad, una propuesta o una mejora, pues ello supondría tanto como reconocer que hasta ahora no lo estábamos haciendo. No entiendo la prestación de cuidados deshumanizada, no serían cuidados enfermeros. En cualquier caso, considero, que la humanización no depende de las disciplinas o de las profesiones desde las que se presta atención, sino de los profesionales de las mismas.
Es tanto como decir qué fue antes, si el huevo o la gallina. ¿Estuvo siempre la Enfermería humanizada, o fueron las enfermeras las que la humanizaron? Creo, sinceramente, que entrar en este debate es una manera, como otra cualquiera, de perder el tiempo. Lo verdaderamente cierto es que hacer planteamientos de humanización en la Enfermería es como hacerlos de respeto en el Magisterio o de exactitud en las Matemáticas. Son inherentes a las propias disciplinas y a quienes deciden ejercerlas. No hacerlo iría en contra de los más elementales principios de las mismas.
Sin embargo, existen comportamientos, normas, costumbres, actitudes… que se incorporan de manera rutinaria en el trabajo de las enfermeras y que hacen que la prestación de sus cuidados quede devaluada no tanto por lo que hacen sino por las etiquetas con las que, lamentablemente y de manera totalmente naturalizada y normalizada etiquetamos a las personas a las que atendemos.
La RAE define etiqueta como la “pieza de papel, cartón u otro material semejante, generalmente rectangular, que se coloca en un objeto o en una mercancía para identificación, valoración, clasificación, etc. O como una “calificación estereotipada y simplificadora”.
Cuando sustituimos el valor de la persona a la que atendemos, su identidad, su individualidad, su intimidad por el de la enfermedad o la discapacidad que padece es realmente cuando estamos fallando como enfermeras. La cosificación en forma de etiqueta califica, clasifica y simplifica a la persona y la transforma en un número más que se incorpora a su grupo de mercancía sanitaria. La diabetes le convierte en diabético, la hipertensión en hipertenso o la discapacidad en discapacitado, anulando cualquier otra capacidad o rasgo de identidad que, como persona, pueda tener.
A partir de ese momento, la persona pasa a ser un objeto de estudio, de análisis, de observación en el mejor de los casos, que se mide, se pesa, se cuantifica y se diagnostica para poder ser tratada de manera estandarizada, con el objetivo de que se ajuste a los patrones establecidos, para lo cual posiblemente se le prohíba, prescriba, ordene… todo aquello que debe hacer para, teóricamente, recuperar la salud perdida.
Cuando una persona con diabetes pasa a ser diabética, deja de controlar parte de su vida para dejarla en manos de alguien que le dirá en cada momento que es lo que debe o no debe hacer, que puede o no puede comer, que deberá o no deberá hacer para mantenerse en los límites que marca la ciencia.
Si no somos capaces de anteponer la persona a la enfermedad, las emociones y los sentimientos a los signos y síntomas, las preocupaciones o las dudas a los parámetros de glucosa, tensión o colesterol a, la familia a la dieta o la comunidad a la insulina, el afrontamiento que esta persona tiene que hacer ante este problema de salud influido por la diabetes acabará por superarle a ella a su familia y a su entorno, generando dependencia, inestabilidad, ansiedad y miedo, además de provocar un mayor demanda de atención, un fracaso terapéutico…
Si, por el contrario, la persona se antepone a la diabetes, y como enfermeras somos capaces de escuchar cómo vive esta nueva situación vital, con qué recursos personales cuenta, qué soporte familiar y social tiene, qué le preocupa… podremos llegar a consensuar con ella los objetivos que le permitan afrontar con éxito y autonomía el proceso de salud-enfermedad de la diabetes de manera individualizada sin que tenga que renunciar a seguir siendo una persona y no una etiqueta. La diabetes, que como enfermeras también controlamos, ya ha sido diagnosticada y tratada por otro profesional que desde el paradigma centrado en la enfermedad habrá intervenido y que domina. Desde el paradigma enfermero, nuestra principal preocupación, por tanto, ya no será la diabetes sino cómo esta influye en la persona, su familia y su entorno y qué cuidados deberemos prestar para que sepa afrontar su situación.
Situarnos en el paradigma médico que ni dominamos ni nos es propio, para desde el mismo, llevar a cabo intervenciones enfermeras, conducirá irremediablemente a planteamientos fallidos, subsidiarios y delegados que no permitirán identificar el valor de nuestra aportación de cuidados.
Da igual que ello lo hagamos con la mayor de las sonrisas, siendo simpáticas y cercanas, porque nuestros cuidados no serán enfermeros, sino una prestación enfermera hecha desde un paradigma ajeno.
Pero el etiquetado no se circunscribe tan solo a las personas con enfermedad. Se generan y aceptan sistemáticamente más etiquetas.
Así, cada vez es más frecuente la utilización de nuevas etiquetas para ocultar problemas que nos molestan y a los que no queremos prestar atención por creer que los mismos no nos afectan profesionalmente. De esta manera, al etiquetar el problema pasa a ser una nueva clasificación indeterminada y anónima que nos permite ocultar a las personas que situamos tras la misma.
Últimamente tenemos un caso realmente preocupante. Hemos acuñado la etiqueta de los MENA (Menores Extranjeros No Acompañados). Etiquetados de esta manera ya dejan de ser niños con necesidades que podrían requerir de nuestra atención y nuestros cuidados. Pasan a ser un número, un problema, un dato a ser atendido en centros con condiciones deplorables en donde no reciben, muchas veces, la atención necesaria. Pero, sobre todo, lo que es mucho peor, es la total y naturalizada ignorancia a unas personas que pasan a ser una nuevo acrónimo estandarizado, despersonalizado, deshumanizado y reductor, que oculta un problema del cual no queremos saber nada. Nuestra actuación, en todo caso, se limitará a curar una herida, a poner una vacuna o a administrar una medicación, sin que hagamos nada por colaborar intersectorial y transdisciplinarmente en el abordaje de un problema humanitario a pesar de lo cual seguiremos diciendo que prestamos cuidados humanizados.
Sin papeles, migrantes, sintecho, acosadas, parados, desalojados… son otras tantas etiquetas de las muchas que utilizamos para ocultar a las personas que padecen paro, hambre, violencia de género, falta de trabajo… y que nos hace mirar para otro lado por entender que no va con nosotras como enfermeras, más preocupadas de la tensión arterial o del peso del hipertenso o diabético sistemáticamente citado que de las necesidades que muchas personas etiquetadas y anónimas sufren en la comunidad de la que como enfermeras somos responsables.
Este es, a mi modo de ver, uno de los principales motivos por los cuales deberíamos preocuparnos para dar sentido a nuestra denominación como enfermeras comunitarias, a nuestra perspectiva holística, a nuestros cuidados integrales, a nuestra atención humanizada. Lo contrario nos tendría que hacer plantearnos el por qué nos denominamos enfermeras y comunitarias.
La humanización, por tanto, pasa por eliminar las etiquetas y recuperar a las personas con sus preocupaciones, sus miedos, sus fortalezas, sus debilidades, sus oportunidades, sus familias, sus entornos… generando espacios de confianza y saliendo de nuestros nichos ecológicos en los mal llamados centros de salud para situarnos en la comunidad para trabajar con y por la comunidad, para ser identificadas como referentes de los cuidados, para articular recursos, para facilitar respuestas, para atender demandas y defender derechos fundamentales sin los que no es posible alcanzar la salud y mucho menos hacerlo con la humanización que tan oportunista como demagógicamente se anuncia. A no ser que se trate de crear una nueva etiqueta con la que ocultar a las personas a las debemos prestar cuidados enfermeros de calidad. No podemos ni debemos seguir pensando que las soluciones dependen de otros. La solución, las soluciones, pasan por actuar y no por ignorar la realidad, por mucho que la misma no nos guste.
Yo, ahí lo dejo!!!!
Así es. En un sentido más amplio, cuando el hambre, por ejemplo, que hoy sufren la mitad de niños y niñas en la Argentina, pasa a ser desnutrición , lo alejamos del campo de las políticas de Estado, y se lo asignamos al campo de problemas del equipo sanitario. Muy buen aporte José Ramón
Me paren muy importante hablar de humanización, como como un bien Evaluación del Programa de la enfermería, sin el cual no es posible actuar en la comunidad. Su enfoque filosófico es muy acertado. estamos de acuerdo
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Estamos de acuerdo con el enfoque humanista del del trabajo comunitario, Ojala que este no se dejara avasallar por los indicadores que normalizan las oda serie de actividades haciendo invisible la persona, Te agradezco tus reflexiones..