A tenor de lo que está sucediendo, cada vez parece más claro que se considere como normal el que se digan, hagan o piensen determinadas cosas.
Más allá de la deseada y necesaria libertad de expresión, hay cuestiones que escapan a tan importante derecho. Ampararse en la libertad de expresión para, desde la misma, lanzar ataques a otras libertades fundamentales como el derecho a la educación en libertad, al pensamiento crítico, al respeto a la diferencia… es tanto como ampararse en órganos judiciales para protegerse o ir en contra de ellos cuando interesa. En definitiva, es utilizar la democracia para actuar con la libertad que la misma ofrece con el fin de atacar los pilares en los que sustenta.
Esta actitud no es nueva. Pero no por ello debe naturalizarse o entenderla como normal, porque hacerlo es tanto como contribuir, de alguna manera, al logro de quien está ejerciéndola con la impunidad que le dan las mismas leyes que está intentando eliminar y siendo, por lo tanto, cómplices de un evidente deterioro democrático.
La libertad y las libertades cuestan mucho de lograr y aún más de mantener. Las mismas garantizan la convivencia y el respeto desde la diversidad de pensamiento, religión, raza, sexo, género…para evitar la discriminación, la xenofobia, el racismo, la homofobia, la violencia… que finalmente acaban por generar odio y enfrentamiento, desde posiciones de autoritarismo, paternalismo, reduccionismo, sometimiento y pérdida de libertad desde la que hipotética e hipócritamente se construye un mundo mejor, pero tan solo para quienes piensan igual, apartando, acosando, victimizando y anulando a quienes se instalan en la diferencia de su particular y exclusivo planteamiento, defendido con el disfraz de demócratas.
Confundir e intentar confundir la libertad con la manipulación, el engaño, la imposición, el desprecio, la intolerancia… desde el populismo, la falsa defensa de valores y el cinismo tan solo conduce al deterioro de la democracia, desde la que hipócritamente se está actuando para destruirla.
Esta reflexión, sin duda, no tendría demasiado sentido en este blog sino fuese porque la misma es necesaria para entender que es lo que está pasando y lo que puede llegar a pasar si no logramos detener a quienes están empeñados en destruir todo aquello que identifican como una lacra social, simplemente por no coincidir con lo que ellos plantean como bueno, normal, decente, moral, estándar…lo que finalmente provoca que existan ciudadanas/os de primera o de segunda en función de que se integren o no en su particular y exclusivo planteamiento de vida o pensamiento.
La irrupción en el panorama político español de grupos políticos que, amparándose en la democracia, la constitución, la libertad… aprovechan para atacarlos y eliminar derechos y libertades es una realidad que está provocando situaciones que nunca hubiésemos pensado que volviesen a producirse tras superar una dictadura que estos mismos políticos niegan y ensalzan.
En una sociedad como la nuestra en la que la violencia de género, el acoso a quien es diferente por razón de sexo, religión o raza… se están convirtiendo en lacras sociales que causan muerte, desigualdad, miedo, opresión, estigma… que influye de manera directa y significativa a la salud individual y colectiva, las enfermeras, no podemos ni debemos permanecer al margen, pensando que es algo que no va con nosotras y que nada podemos hacer para afrontar los problemas que se derivan de esta situación.
El denominado pin parental que se ha aprobado en Murcia con el apoyo, no lo olvidemos, de quienes se dicen llamar partidos constitucionalistas, se suma a los ataques que, en forma de nuevas regulaciones o anulación de aquellas que salvaguardaban su cumplimiento, se están llevando a cabo en contra de la violencia de género, que tratan de negar disfrazándola de violencia doméstica, o poniendo trabas para recuperar una memoria histórica que permita conocer la verdadera barbarie de una dictadura que duró más de 40 años.
Entender que estas decisiones son tan solo hechos aislados que no van a tener consecuencias en el desarrollo de nuestra democracia es tanto como negar la evidencia de una realidad que se torna en amenaza para la salud comunitaria.
Restringir, negar, manipular, ocultar, mentir, limitar… la educación de las/os niñas/os desde una supuesta libertad de los padres para salvaguardar a sus hijos de las amenazas que supone una educación en libertad, es tanto como contribuir a incrementar las desigualdades, el odio a lo y al diferente, el clasismo, el machismo, el egoísmo y, por tanto, perpetuar comportamientos machistas, racistas, homófobos… que conducen a la violencia contra todo aquello que no se ajuste a su patrón de normalidad moral, religiosa y política. Identificar a los hijos como una mercancía de propiedad exclusiva con la que negociar es, en sí mismo, un claro ejemplo de la manipulación que se lleva a cabo para tratar de imponer un modo de pensamiento único, irreflexivo, lineal, posesivo, obsesivo y represivo. Es como el matrimonio mal avenido que trata de hacer daño al otro utilizando para ello a las/os hijas/os mediante la manipulación interesada de las/os mismas/os. Finalmente siempre acaba teniendo consecuencias negativas para las/os hijas/os a las/os que hipotéticamente se trata de defender con tales actitudes.
Utilizar la educación como arma arrojadiza, ideológica, fundamentalista, o represora, es mezquino e indigno y supone una claro intento de adoctrinamiento en contra de los valores democráticos y de libertad a los que todas/os las/os niñas/os tienen derecho con independencia de sus madres y padres y de la ideología que estas/os tengan. La ideología individual nunca puede ir en contra de los valores de una democracia que, por su parte, no obligan a nadie a pensar de una u otra forma, sino tan solo a respetar a todas/os aunque sean diferentes o, precisamente, por ser diferentes.
Las enfermeras tenemos un compromiso deontológico, científico, profesional y moral con las personas, las familias y la comunidad que nos obliga a trabajar de manera clara, decidida, firme y rigurosa, junto a otros profesionales y agentes de salud comunitarios, en defensa de la equidad, solidaridad, desarrollo humano, progreso, democracia… que dejan de ser una opción para pasar a ser una obligación. Llevando a cabo una apertura a la realidad social, observando, comprendiendo y planteando una comunicación con el entorno a través de la relación de escucha y diálogo que eleve la competencia social y el sentido comunitario de las/os niñas/os. Tratando que nuestras actuaciones en salud comunitaria dejen de depender del voluntarismo profesional, de la formación o la ideología, pasando a formar parte de nuestro trabajo diario. Para ello resulta imprescindible que no identifiquemos a las personas, y muy particularmente a las/os niñas/os, como meras receptoras de actividades diseñadas por las enfermeras, dejando de culpabilizarlas de su estado de salud o de los estilos de vida, ya que desde un enfoque de determinantes sociales de la salud sabemos que la responsabilidad de la salud y de los problemas de salud no depende exclusivamente, ni siquiera principalmente de ellos. Abandonando el paternalismo profesional y respetando la autonomía de las personas, incluidas/os las/os niñas/os a las/os a quienes parece se les quiere eliminar su condición como tales, por entender que son propiedad de las madres y padres. No se trata de imponer ningún criterio, ni pensamiento como acusan quienes, precisamente lo están haciendo, sino de llevar a cabo un proceso que obtenga el resultado en salud del respeto, la igualdad y la equidad. Lo contrario hace aflorar prejuicios, irracionalismo y pasiones, y es fácilmente manipulable por los demagogos.
Nadie nos puede asegurar que sea este el único “pin” que traten de imponer los intransigentes ideológicos. Si consentimos con nuestro conformismo este, es muy probable que se impongan nuevas restricciones de pensamiento y de acceso a la realidad para, de esta manera, modelar la voluntad a través de la alienación de pensamiento y de acción, amparándose en la defensa de la patria, su patria, de Dios, su Dios, de la religión, su religión, de la economía, su economía, de la libertad, su libertad… para lo que hace falta eliminar a todo aquel y todo aquello que identifiquen como una amenaza para su fin. Según ya dictaba magistralmente Maquiavelo en su obra el Príncipe, el fin justifica los medios, aunque estos supongan eliminar la libertad de muchos en beneficio de la de muy pocos.
Nadie queda exento, por tanto, de responsabilidad ante lo que está sucediendo y las enfermeras comunitarias, en particular, tenemos que actuar en defensa de la salud de las personas, lo que pasa por garantizar la educación para la salud de todas/os con criterios científicos al tiempo que participativos.
Situarse en la marginalidad de lo estrictamente profesional, desde una ética de mínimos que obvie la realidad social, nos sitúa en clara posición de complicidad con quienes utilizan argumentos acientíficos, acríticos, eufemísticos, falaces y mentirosos que contribuyen a la confusión de las personas y a la generación de comportamientos que atentan claramente contra la salud de la comunidad en su conjunto.
Y esto, que nadie lo confunda, no es hacer política, sino tener competencia política para promover, desarrollar y defender políticas de salud, como una competencia propia de las enfermeras comunitarias a la que no podemos permanecer ajenas.
Alzar la voz escandalizándose por los movimientos antivacunas al identificarlos como una amenaza para la salud pública que, además, se realizan desde la mentira y el engaño y no hacerlo ante un movimiento como el que promueve la restricción educativa de las/os niños/os es tan incomprensible como rechazable y tan peligroso, sino más, que la no vacunación infantil. La educación es, sin duda, la mejor vacuna contra la ignorancia, la intolerancia y la violencia y, por tanto, debemos llevar a cabo una defensa a ultranza de la misma que evite un verdadero problema de salud pública, pero también de convivencia democrática y de respeto a las libertades individuales.
Lo que ahora podemos identificar como una simple distopia como la definía Santo Tomás Moro en su obra Utopía (1516), nos puede llevar a una triste y cruel realidad, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la humanidad, de la que cueste mucho salir. No contribuyamos a que sea VOX populi.