Estimado Sr. Ministro:
Cuando tan solo se conoce su nombramiento, pues aún no ha tomado posesión, me he decidido a dirigirme a usted desde este blog.
Lo primero que quisiera trasladarle es, como no puede ser de otra manera, mi más cordial enhorabuena. Pero también mi expectativa por lo que pueda aportar a este nuevo y reducido Ministerio tras perder las competencias de consumo y asuntos sociales.
Así pues, pasará a ser Ministro de Sanidad. Y ciertamente serlo es muy importante, a pesar de lo que algunos hayan dicho en algún momento tildándolo de un Ministerio secundario. Se trata del Ministerio con competencias en Salud, aunque esta quede oculta en ese concepto menos comprometedor, más organizacional e incluso económico, cuando no mercantil, como la Sanidad. Su cometido, como político, será tratar de gestionar, articular, modular, integrar… la sanidad de los 17 Servicios de, ahora sí, Salud de las Comunidades Autónomas, para que sea lo equitativa, igualitaria, universal y accesible, que marca nuestro Sistema Nacional de Salud, a través de la Ley General de Sanidad de 1986.
Pero más allá de su cometido, responsabilidad y eficacia política, que no pongo en duda y que ha demostrado en puestos bien diferentes al que ahora le ha sido encomendado, no puede obviarse su condición de filósofo.
Y no es que tenga nada que objetar por ello, todo lo contrario. Considero que, si es capaz de equilibrar su conocida competencia y eficacia política con su esperado conocimiento filosófico, se puede esperar un resultado que, cuanto menos, genere ilusión.
Son muchos los autores, entre los que cabe destacar a Clifton Meador[1], que se refieren a “la última persona sana”, como aquella figura ideal que consideran poco probable que surja de un sistema de salud economicista, centrado en la enfermedad, que crea la enfermedad en personas sanas, que considera y aborda el envejecimiento, el climaterio, el embarazo… como enfermedades y que centra su esfuerzo, su discurso y sus recursos en la prevención persecutoria y culpabilizadora, como promesa permanente de una ilusión tan cruel como innecesaria.
Y resulta que en ese sistema medicalizado, asistencialista, biologicista… cada vez más sujeto a los algoritmos, las estadísticas, la alta tecnología, la inteligencia artificial, las guías clínicas de prevención, diagnóstico y tratamiento… en que se ha convertido nuestro sistema nacional de salud, hasta el punto que ahora se cree necesario humanizarlo, ese concepto de “la última persona sana” deja de ser una metáfora para convertirse en una llamada de atención que está pasando inadvertida o desoída, para muchos, con consecuencias tan terribles como que la salud se venda como un producto más de esta mercadotecnia sanitaria tan apetecible, por otra parte, para el mercado.
Nada más alejado de mi intención el tratar de dibujarle un panorama tremendista, pero la salud parece, a pesar de lo que muchos se resisten a aceptar, muy cercana a una adaptación cambiante, variable y subjetiva que hace cada vez más difícil hablar de una ciencia de la salud. Puede que, por eso a mí, me resulte mucho más próxima, entendible e incluso filosófica la definición de la salud de Jordi Gol como aquella manera de vivir que es autónoma, solidaria y feliz. Definición de salud que no se reduce al bienestar, de la definición idealista y aún vigente de la OMS, sino que se entiende de manera dinámica.
Pero claro, señor ministro, para eso hace falta que el Sistema de Salud que promocione dicho estado sea capaz de lograrlo cambiando su actual paradigma y situándose en otro que logre un equilibrio constante entre la persona y su contexto que permita lograr resultados que, en ocasiones, les sitúen dentro de la normalidad y en otras en la enfermedad, lo que nos lleva a poder pensar que la salud es, en muchas ocasiones, una cuestión más filosófica que científica.
Pero lamentablemente, más veces de las deseadas, cuando se habla de salud se confunde con sanidad y, además, se asocia de inmediato a la medicina y a la asistencia médico-clínica, tanto por parte de profesionales, como de medios de comunicación, políticos y población en general, lo que es, no tan solo un lamentable error, sino un clarísimo reduccionismo que nos acerca a los planteamientos a los que aludía al inicio de mi escrito. Sin embargo, no voy a entrar a debatir esta, en ocasiones confusión, en ocasiones clara intencionalidad, que es sistemática y obedece a posiciones hegemónicas y paternalistas reforzadas por la dicotomía entre salud enfermedad. Dicotomía que nos lleva a lo que Edmundo Granda[2] vino en denominar “enfermología pública” como aquella caracterizada por “el presupuesto filosófico-teórico de la enfermedad y la muerte como punto de partida para la explicación de la salud” y por “el método positivista para explicar el riesgo de enfermar en la población y el estructural-funcionalismo para comprender la realidad social”. En base a lo cual nos situamos en un terrible y permanente planteamiento de enfermedad, medicina, curación y positivismo que arrincona y/o fagocita a la salud y su promoción, a otras profesiones/profesionales de la salud, a los cuidados y a todo aquello que se aleje de la estadística y lo numéricamente medible, con el consiguiente abandono de emociones, sentimientos, cultura, espiritualidad… que son entendidos, en más ocasiones de lo deseable, como adornos superfluos, incómodos o inútiles para la ciencia médica, que no de la salud, como dejan patente siempre que pueden, quieren o se les deja.
Sistema de Salud, el nuestro, el suyo, que, por otra parte, y a pesar de que los cuidados han sido a, lo largo de la historia de la filosofía, centrales al tener que ver fundamentalmente con reflexiones en torno a la condición humana y la ética, siguen sin estar institucionalizados en las organizaciones sanitarias donde, teóricamente, se promueve la salud a través de los cuidados. Y, claro está, si no lo están los cuidados, las enfermeras que los prestan tampoco.
Teniendo en cuenta, así mismo, lo que afirmó Johannes Hessen (1889-1971), sobre que la filosofía es un intento del espíritu humano para llegar a una concepción del universo mediante la autorreflexión sobre sus funciones valorativas teóricas y prácticas; la filosofía, entendida como una reflexión sobre la conducta teórica, le llamaríamos “Ciencia” y, por tanto, la “Filosofía” es teoría del conocimiento científico o teoría de la ciencia. Aplicando estos preceptos a la enfermería, equivaldría a profundizar en el fundamento humanista sobre el cuidado, lo que debería ser suficiente para darle el valor que sigue sin otorgársele en contraposición al valor absoluto que se le da a la curación, que nos lleva a que, por ejemplo, un proceso natural como la muerte, se identifique como fracaso y contribuya a que continúe siendo un tabú o un estigma social y profesional que impide, incluso, ayudar a alcanzarla en momentos determinados.
Como enfermera comunitaria que soy, señor ministro, siempre que se produce un relevo al frente del Ministerio que está a punto de ocupar, me surge el mismo sentimiento de emoción e ilusión pensando que pueda tratarse del/la responsable que finalmente tenga la valentía, la determinación o el compromiso de tomar decisiones políticas que reviertan una situación que no beneficia ni a profesionales, ni a las organizaciones, ni, por supuesto, a las personas, familias y comunidad, a las que realmente debemos nuestros esfuerzos coordinados por promocionar, mantener o restablecer su salud. Lamentablemente, esa/e responsable no he tenido ocasión de conocerle, aunque su antecesora y el equipo que le ha acompañado, en justicia, hay que reconocer que estaban cerca de conseguirlo. Pero también, le voy a ser sincero, el tedio de tener que volver a explicar desde el principio, qué, cuánto, dónde, cómo… hacemos y queremos hacer para contribuir a la salud comunitaria.
Su llegada ofrece un nuevo paréntesis de oportunidad que espero no se pierda, logrando que la filosofía, la política y la salud hagan del Ministerio de Sanidad un nuevo lugar en el que todas las partes, con usted como “maestro/ministro”, puedan/podamos reflexionar, analizar, debatir… como se hizo en la escuela peripatética fundada por Aristóteles.
En lugar de seguir en las permanentes disputas en las que importa más “lo mío” que lo del conjunto, que hacen que se camine en “líneas paralelas”, donde, una de ellas, corresponde a la ciencia y su filosofía y la otra a la praxis enfocada a la recuperación de la salud a través de la curación, debemos esforzarnos por lograr que este avance se realice en líneas convergentes. Recordemos que en la cultura griega la diosa Némesis castigaba la desmesura para proteger el equilibrio universal; por consiguiente, evitemos la venganza de Némesis ante la negligencia por no aceptar la felicidad en la enfermedad, la infelicidad en la salud y la necesidad de los cuidados y quienes los prestan en el año que la OMS y la ONU han elegido como de las enfermeras y matronas[3].
Bienvenido señor Illa. Espero que, finalmente, podamos celebrar que alguien asume el reto de la salud desde la sanidad del ministerio y la filosofía de su buen hacer político.
[1] Clifton Meador, MD. La última persona sana. N Engl J Med 1994; 330: 440-441 DOI: 10.1056 / NEJM199402103300618
[2] Médico ecuatoriano y reconocido filósofo de la Medicina Social
[3] Enf Neurol (Mex) Rey Arturo Salcedo Álvarez, et al. Vol. 12, No. 2: 98-101, 2013 Enfermería Neurológica 101 www.medigraphic.org.mx