Ayer tuve la oportunidad de asistir en el Ministerio de Sanidad a una Jornada sobre el desarrollo de la atención comunitaria que forma parte del Marco Estratégico para la Atención Primaria y Comunitaria que se aprobó el pasado año por consenso de las administraciones públicas, los profesionales (sociedades científicas, organizaciones colegiales, sindicatos…) y la ciudadanía (organizaciones y sociedades ciudadanas y de pacientes…).
Esta actividad no tendría mayor relevancia que la influencia que la misma pueda tener en el desarrollo del cambio de la Atención Primaria que se propugna, sino fuese por lo que sucedió en su organización y lo que aconteció durante su celebración.
En plenas vacaciones de navidad salió a la luz información, desde el Ministerio de Sanidad, en la que se anunciaba la celebración de la Jornada “Orientando la Atención Primaria hacia la Comunidad”, organizada por el PACAP, grupo dependiente de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC) y el propio Ministerio. En la citada jornada, estructurada en mesas de debate, ni una sola enfermera para hablar de Atención Comunitaria.
Bueno, pues esta es la realidad entendida como la conducta o forma de ver los hechos o las cosas tal como son en realidad, sin ningún idealismo en ese momento en el que llega la información. Nada que cuestionar a los hechos que así lo atestiguaban.
Ante esto, que por otra parte es o viene siendo lo habitual, cabían varias opciones. Refugiarse en las fiestas navideñas y esperar a que Papa Noel, para los menos tradicionales, o los Reyes Magos, para los nostálgicos, fuesen capaces de edulcorar esa realidad con algún regalo en forma del discurso frecuente en el que se alaba a las enfermeras con el único propósito de que sigan manteniendo su fe en que algo cambiará en algún momento, o en hablar por ellas de manera subsidiaria y a través de voces que ni nos son propias ni se ha solicitado que lo hagan, usurpando, no tan solo la voz sino las ideas. Llorar y quejarse cuando los hechos consumados dejasen a la luz la invisibilidad, una vez más, de las enfermeras al hablar de algo que hacen mayoritariamente ellas. O bien, actuar y tratar de revertir una situación en base a argumentos sólidos.
La primera opción, aunque navideña y entrañable a nadie, o muy pocos, les cabe duda de que es tan solo una ilusión que no tiene posibilidades de cumplirse, ya sabemos quiénes son Papa Noel y los Reyes Magos y la poca capacidad de magia real que tienen, aunque mantengan la ilusión en quienes esperan de ellos siempre sus regalos.
La segunda opción es, lamentablemente, muy habitual y supone la asunción de la figura de plañideras permanentes, ante lo que las enfermeras consideran injusto, sin que sus lágrimas ni su pesar sirva para poco más que generar compasión, lástima o indiferencia ante la reiterada escena de aflicción.
La última opción, es la menos corriente por cuanto supone tener que implicarse, estar convencidas de lo que se denuncia y propone como alternativa, mantener una firmeza abalada por pruebas contrastadas, trasladar una realidad diferente a la que se quiere hacer ver como única e insustituible con el fin de modificarla y adaptarla a la que corresponde realmente.
Y, quien les escribe, optó por la tercera a pesar de que creo firmemente en los Reyes Magos, pero claro está, para otros menesteres y deseos. Y, porque rechazo de plano la segunda ya que vengo repitiendo de manera insistente en que llorar, si se quiere o hay que hacerlo, se hace en casa. En donde importa, es decir donde debemos actuar las enfermeras, sea en el ámbito de la atención, de la gestión de la docencia, de la investigación o de la política, hay que ir lloradas para poder actuar y cambiar aquello que ni nos gusta ni es justo, ni se ajusta a la realidad.
El inmovilismo e incluso el propio llanto de las enfermeras viene determinado muchas veces porque tratamos constantemente de darle sentido al bombardeo de información inconexa que encaramos diariamente y llegamos a ser tan buenas llenando y haciendo un escenario razonable de datos inarticulados que algunas veces damos sentido a lo absurdo. Solemos, por tanto, crear un retrato coherente de lo que escuchamos y vemos aun a sabiendas de que un examen cuidadoso de la evidencia nos revelaría que la información es vaga, confusa, obscura, inconsistente e ininteligible y por tanto que la realidad que emana y es vista por nuestra mente es susceptible de ser cambiada.
Así pues, como enfermera que soy, hice un diagnóstico de la situación, identifiqué los ámbitos en los que actuar, prioricé las intervenciones, movilicé los recursos necesarios y actué.
No es mi intención en ningún momento, presentarme como un héroe o un Robin Hood enfermero para llevar a cabo una redistribución de ideas, planteamientos o posicionamientos, ni Maquiavelo conspirando permanentemente, ni el Quijote que ve gigantes donde realmente hay molinos de viento. No lo soy ni lo pretendo serlo. No hice más que aquello que entendí que debía hacer como enfermera comunitaria que soy y me siento, como Presidente de la Sociedad Científica a la que represento (AEC) y como persona con capacidad de análisis, reflexión y pensamiento crítico, que entiende que no se puede asumir cualquier realidad, la diga quien la diga, por el mero hecho de llevar el sello de una institución o de una profesión determinada. Y porque entiendo y creo que la realidad es diversa, ecléctica y participativa o no es realidad, sino imposición e impostura.
Por eso entendí que se debía y se podía revertir la situación. Y actué. Y en la actuación me acompañaron otras enfermeras.
Y de esa actuación se produjo lo que muchos no quieren ver, entender o admitir, que no es otra cosa que lo que finalmente sucedió. Y lo que sucedió, es que la Jornada pasó a estar organizada también por enfermeras y no tan solo eso, sino que además se incorporaron enfermeras en las mesas de debate y en la inauguración estábamos dos enfermeras y un médico junto al Ministro y el Secretario General de sanidad, poniendo voz a nuestra realidad y no dejando que otras personas la pusieran por nosotras. De tal manera, que el discurso que se generó en la Jornada fue construido en igualdad y sin protagonismos, con voces e ideas que tenían validez por lo que significaban y no por quien las decía.
Otra cosa, bien diferente es como del realismo de los resultados que se obtengan de la nueva situación generada se conforme la realidad. Esta realidad sí que estará impregnada de idealismo, entendido como la tendencia a considerar la enfermería comunitaria y la Atención Primaria y Comunitaria, de acuerdo con unos modelos de armonía y perfección ideal que no se corresponden con la realidad actual. Pero, también es cierto que quienes allí estábamos, podemos decir que éramos las/os convencidas/os y que aún hay mucha gente escéptica, conformista, inmovilista… que no cree ni quiere creer que otra realidad existe. Posiblemente porque, en esa realidad, o bien entienda que pierde protagonismo o bien que tiene que ganar conocimiento e implicación y ni unas/os ni otras/os estén en disposición ni tan siquiera de intentarlo. Pero finalmente, lo importante es que haya una idea generadora de ilusión que permita cambiar la realidad actual que tiene de realidad de momento, tan solo, la ilusión.
La mente ve lo que quiere ver, aquello que quiere ver y lo hace basándose en prejuicios, programaciones o condicionamientos previos.
Podríamos decir que padecemos, en cierta manera, de un estocoma[1] colectivo que hace que saquemos conclusiones de los actos y palabras de los demás, al interpretar cosas, que en verdad no han hecho, dicho, ni siquiera pensado, pero tomamos esa «verdad» alternativa y nos la creemos hasta las últimas consecuencias.
Y no resulta terrible o irremediable, pero el escotoma actúa como el prejuicio: juzgamos, sentenciamos y hacemos efectiva la condena sin pararnos a pensar si ni siquiera estaremos, efectivamente, en lo cierto; y lo peor es que a veces lo hacemos de forma cobarde. Pero sin ser terrible impide que en muchos casos avancemos.
Así pues, tal como dijo David Bohm[2] “Muchos creen estar pensando cuando están meramente reordenando sus prejuicios”. Sin darse cuenta que no somos espectadores de lo que “nos rodea”; sino que somos parte de ello y por eso si queremos cambiar la realidad debemos actuar y no tan solo admitir como inevitable lo que sucede, resignándonos a las consecuencias o como máximo llorando cuando nos afectan.
William James[3] decía: “Cuando algo es nuevo, la gente dice: «No es cierto” Luego, cuando su verdad es aparente, dicen: “No es importante”. Finalmente, cuando no puede negarse su importancia, dicen: “De todos modos, no es nada nuevo”. Y ese discurso, consecuencia del estocoma nos limita, como enfermeras, y nos impide hacernos visibles, ya que ni damos valor, ni aportamos nada para que se logre o asumimos que la realidad que tratan de imponer es en la que nos corresponde creer al entender que no es nada nuevo y que nada podemos cambiar.
Pues bien, ayer, se demostró que la mente ve aquello que quiere ver y que lo que quiso ver y dejó ver, no es otra cosa que las enfermeras estamos en disposición de cambiar una realidad que durante mucho tiempo se nos ha querido imponer como inalterable.
De nosotras depende que el estocoma nos siga cegando o, que, al contrario, la luz de nuestro planteamiento, nuestra ciencia, nuestros argumentos, nuestro paradigma… contribuya a modelar una realidad diversa en la que tenemos tanto que aportar.
A pesar de todo, siempre deberemos contar con el escepticismo y la visión permanente del vaso medio vacío de quienes prefieren mantener la ceguera de esa otra realidad posible.
[1] (del griego skótos, «tinieblas, obscuridad») es una zona de ceguera parcial, temporal o permanente. Puede ser un escotoma normal en gente sana como lo es el del punto ciego ocular o puede ser patológico, debido a una lesión de la retina o del nervio óptico. Sin embargo, en el lenguaje coloquial y como significado alternativo es la aclaración de que: “la mente ve, lo que quiere ver”.
[2] David Joseph Bohm (Wilkes-Barre, Pensilvania; 20 de diciembre de 1917-Londres, Inglaterra; 27 de octubre de 1992) físico estadounidense.
[3] William James (Nueva York, 11 de enero de 1842-Nueva Hampshire, 26 de agosto de 1910) Filósofo y psicólogo estadounidense.