La verdad es que últimamente se acumulan las noticias y asuntos sobre los que reflexionar.
Lo triste es que la mayoría de ellos no suelen provocar reflexiones especialmente positivas o esperanzadoras, dado el discurso mezquino, oportunista, populista, descalificador, revanchista y, lo que es peor, mentiroso y falto de argumentación con que se defienden las posturas políticas desde las que se tamizan los mismos. No dejan excesivo margen al análisis sereno y racional que se precisa para poder reflexionar sin caer en posturas revanchistas o de enfrentamiento, violencia verbal y falta de respeto como las que utilizan quienes, en teoría, dicen defender valores universales como la salud, la educación, la libertad…
Pero si malo es entrar en la dinámica centrípeta que se utiliza actualmente por una parte importante de la clase política, peor es inhibirse del mensaje que encierra ese discurso destructor y ausente de propuestas que contrasten o sustituyan a las del “enemigo” político que es como se identifica al otrora contrincante. Y es que ese es el problema. Que, al posicionar al otro como enemigo, el discurso tan solo tiene la idea de la destrucción en lugar de la construcción, de la descalificación en lugar del contraste ideológico, de la mentira en lugar del argumento contrastado, de la falta de respeto en lugar de su salvaguarda como principio básico del debate político. Pasan, por tanto, de oradores a hooligans políticos, con la única diferencia con los futbolísticos en que los primeros gozan de inmunidad y se creen con la libertad de poderla utilizar de cualquier manera, porque finalmente entienden que el fin justifica los medios.
Así pues, las cosas, quienes actuamos como observadores de esta lucha de gladiadores en la arena del circo parlamentario, caemos en la tentación de sucumbir a ese cruento e inútil ejercicio dialéctico o huir para refugiarnos en otros menesteres menos desagradables. Y al hacer esto último, sin pretenderlo, o si, nos alejamos del ejercicio democrático para situarnos exclusivamente como sujetos pasivos de voto útil cada cuatro años.
Esta reflexión, sin embargo, adquiere una dimensión diferente si quien la hace, como es mi caso, es enfermera. Y la reacción inhibitoria de la que hablaba tampoco es igual para cualquier ciudadana/o que para las enfermeras.
Y aquí es donde quisiera centrar hoy mi reflexión. En el hecho de ser y sentirse enfermera del que en tantas ocasiones he hablado y del que ni podemos ni debemos intentar escapar como se hace con el discurso político, como forma de liberación, abstracción o incluso defensa, ante tanta incompetencia, mediocridad, hipocresía y cinismo.
¿Qué tenemos las enfermeras que no tengan el resto de ciudadanas/os? ¿Por qué las enfermeras no podemos inhibirnos? ¿Cómo debemos actuar por el hecho de ser enfermeras? Son interrogantes que podrían quedar resueltas con la respuesta que la propia pregunta encierra, por el hecho simple, o complejo, según se mire, de ser enfermera.
No es que las enfermeras seamos especiales, diferentes o exclusivas. Es que, como enfermeras, nuestra posición ante la libertad, la democracia, la equidad, el respeto… no son una opción, son una obligación. Obligación que debe escapar a cualquier planteamiento ideológico, doctrinal, culpabilizador o descalificador.
Como enfermeras comunitarias, al margen de nuestras respetables y deseables ideas políticas, tenemos la obligación de defender la salud como derecho fundamental y actuar para que esta sea accesible y universal, con una acción de abogacía por la salud, desde un abordaje integral y un enfoque de equidad (desigualdad, diversidad, género, vulnerabilidad…).
Tenemos también la obligaciónn de hacer una indicación social de recursos comunitarios y activos en salud, que disminuya la medicalización, favoreciendo la eficiencia del sistema, la racionalización de los recursos y la optimización de los resultados en salud.
Así mismo estamos obligadas a habilitar, mantener, participar… en espacios de encuentro intersectoriales del distrito, barrio, zona básica… que permitan o favorezcan redes y acciones de participación conjunta entre profesionales y la comunidad.
Tenemos también la obligación de lograr la participación y empoderamiento de las personas en nuestra práctica profesional, tanto a nivel individual como familiar y colectivo, a través de la relación de ayuda centrada en la persona y en la toma de decisiones compartidas.
Y todo ello tenemos la obligación de hacerlo sin imponer nuestro criterio y sin emitir juicios diciendo lo que tienen o no tienen que hacer, abandonando el paternalismo y respetando los principios de autonomía y beneficiencia.
Debemos dejar de culpabilizar a las personas de su estado de salud y sus estilos de vida, al no depender exclusivamente, ni siquiera principalmente de ellas, sino de los condicionantes socioeconómicos, culturales y ambientales sobre los que también tenemos la obligación, como enfermeras, de intervenir.
Es necesario que abandonemos la creencia de que somos protagonistas exclusivos y pasemos a contar con las personas, las familias y la comunidad en todos los procesos y en todas sus etapas, pues no son meras receptoras de actividades diseñadas por nosotras.
Y todo este trabajo comunitario, insisto, es una obligación que debe alejarnos, de manera definitiva, del voluntarismo, de la formación o de la ideología, para incorporarse como parte fundamental e irrenunciable de nuestro trabajo como enfermeras comunitarias. Aportando aspectos desmedicalizadores y la creación de relaciones y vínculos sociales. Porque estas opciones de intervención enlazan la atención individual con el contexto social, con la dimensión de lo común y con la superación de las dicotomías que limitan y relativizan nuestra acción enfermera.
Y digo que es una obligación porque no podemos esperar a que otros digan lo que nos corresponde o no hacer como enfermeras comunitarias. Podrán establecer diferentes formas de llevar a cabo nuestra actividad, pero nunca debemos permitir que modulen nuestro compromiso profesional, recogido y amparado por el código deontológico enfermero, pero también, y es muy importante, por nuestra voluntad de ser y sentirnos enfermeras comprometidas con la salud.
No hay fuerza más poderosa que el convencimiento de lo que se es y se debe hacer para modular, cambiar y establecer los principios básicos que rijan nuestro quehacer profesional, basado en sólidas pruebas científicas que avalan nuestras decisiones.
Este y no otro, debe ser nuestro discurso, el de los hechos, el de la acción enfermera, el de la respuesta a las necesidades sentidas, el de estar al lado de las personas, las familias y la comunidad, el de fortalecer la salud como la mejor manera de vencer la enfermedad, el de la solidaridad, el de la equidad, el de la igualdad, el del respeto a todas y todos con independencia de su ideología, credo, sexo, raza… porque nada es como parece y todo es como aparece ante nosotros, como enfermeras comunitarias.
Si somos capaces de llevar a cabo este discurso del cuidado compartido, consensuado, cercano, saludable, creíble… a la vez que profesional y científico, nada ni nadie podrá cuestionar nunca nuestra aportación cuidadora única e indispensable a la sociedad, que finalmente será quien determine nuestro valor y nuestra presencia indiscutible.
Esta es nuestra valiosa aportación desde la competencia política que como enfermeras todas tenemos y la única que tenemos la obligación de hacer valer para que la intoxicación del discurso manipulador, demagógico, populista, doctrinario y paternalista utilizado por gran parte de la clase política no acabe por determinar también nuestra aportación enfermera intoxicándola, ideologizándola o adaptándola a sus intereses partidistas y rentistas.
Es pues, nuestra la obligación hacerlo, defenderlo y transmitirlo a través de nuestros cuidados. Dejemos que esos mismos cuidados sean, finalmente, los que logren acallar el ruido de una batalla política alejada de los intereses de la población y centrada tan solo en la defensa de unas ideas que han perdido aquello que las sustenta, la ideología, para impregnarse tan solo de intereses oportunistas para los que no dudan en utilizar banderas, territorios, patrias, lenguas, culturas, creencias, valores… con los que determinar diferencias, bandos, clases… en función de dicotomías, rojos o azules, derechas o izquierdas, nacionalistas o nacionales… que lo único que logran es instaurar una dicotomía global en la sociedad, basada en el enfrentamiento en lugar del debate, en la idea categórica e inmutable en lugar del pensamiento crítico, en la unicidad en lugar de la diversidad, en la descalificación en lugar del respeto, en anteponer la realidad parlamentaria a la realidad social, en ignorar las necesidades para conocer tan solo los intereses propios, en utilizar la voluntad popular de los votos como excusa para actuar impunemente amparados en una inmunidad vergonzosa, en utilizar la ideología para gestionar la economía, la salud, la educación, la justicia… generando enfrentamiento y limitando, hasta casi anular, la capacidad de una convivencia basada en el respeto a la diferencia y al diferente que impide el consenso en aspectos fundamentales para el bienestar y la vida saludable, logrando trasladar la toxicidad de su discurso a la esfera social y a los diferentes organismos, instituciones… que replican sus comportamientos y actitudes de confrontación permanente.
Comprenderán, pues señorías y resto de políticos, que las enfermeras comunitarias tengamos la obligación de vencer tanto activo tóxico como generan, empezando por ustedes como políticos, tratando de incorporar activos de salud que permitan crear espacios saludables, incluso los espacios políticos e ideológicos que ustedes se han encargado de degradar.
Tan solo esperamos y deseamos que alguna vez sean capaces de dejar de utilizarnos, como suelen hacer con todo y con todos, para sus intereses partidistas y realmente se den cuenta de la importancia que las enfermeras en general y las comunitarias en particular tenemos para que esta sociedad que es de todas/os sea saludable. Nos encantaría poderlo hacer desde el compromiso y la implicación del trabajo compartido. Nosotras, mientras tanto, cumpliremos con nuestra obligación como enfermeras para atender las necesidades de las personas, las familias y la comunidad a las que nos debemos.
En su mano y en la manida pero necesaria voluntad política está. ¿Serán capaces de entenderlo, asumirlo y hacerlo?