Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.
Alexei Tolstoi (1882-1945) Novelista soviético.
Había hecho el firme propósito de no escribir más sobre el coronavirus, el COVID-19, la pandemia, el confinamiento, la desescalada, las nuevas realidades, porque ya hay más de una, la normalidad, los héroes y heroínas… pero no he podido cumplir con mi compromiso.
No sé, sino me estaré contagiando de los medios de comunicación que tan solo tienen ojos, voz, oídos, tiempo y espacio para ello, pero el caso es que estoy de vueltas con la actualidad vírica.
Sin embargo, en esta ocasión, mi reflexión va dirigida a compartir una duda, un temor, un presentimiento, un pálpito… no sé bien cómo llamarlo. Pero, lo bien cierto, es que algo me induce a pensar que estamos ante una nueva clase de contagio que, me temo, va tener consecuencias muy graves para la sociedad en su conjunto y en muy diversos sectores de la misma.
Se ha venido hablando desde hace tiempo del riesgo potencial y no descartable de que el COVID-19 pudiese mutar, si no lo ha hecho ya, con todas las consecuencias que, dicha alteración del material genético del virus, podría tener para la salud individual y colectiva.
Sin embargo, no es a esa mutación a la que ahora mismo quiero hacer referencia, sino a la que provoca un cambio de naturaleza, estado, opinión… de una persona. En concreto a la mutación de políticas/os.
Si algo está dejando al descubierto esta crisis, entre otras muchas cosas, es la falta de coherencia, sentido común, responsabilidad, inteligencia… de muchas/os políticas/os que, desgraciadamente, tienen la capacidad de tomar decisiones que nos afectan a todas/os y que en el caso concreto que nos ocupa va mucho más allá de consecuencias económicas, sociales o de infraestructuras, al incidir de manera directa en la salud de las personas y de la propia comunidad a la que representan y dicen defender con tan poca credibilidad como desvergüenza.
En el caso del virus las mutaciones son de carácter biológico e inciden en la forma como contagia, infecta, se expande… que siendo aspectos complejos permiten su estudio, investigación y posibles remedios que controlen o frenen las alteraciones de su material genético. Es decir, existe la esperanza cierta de que la ciencia sea capaz de hacerlo.
Sin embargo, en el caso de las/os políticas/os las mutaciones no obedecen a una alteración genética, que en algunos casos incluso parece que ya llevan incorporada y es inalterable. Se trata de derivaciones, desviaciones, regates, aceleraciones o parálisis, producto de la falta de criterio, la ignorancia y, lo que posiblemente sea más peligroso, de los intereses personales o partidistas que sitúan por encima de los que siempre debieran prevalecer, es decir, los del conjunto de la ciudadanía que, paradójicamente, las/os han elegido para ello.
Es tanto el engreimiento, la autocomplacencia, el egocentrismo… apoyados en un poder que magnifican y utilizan para su propio beneficio que acaban, como los virus, invadiendo el tejido social y comunitario como si de células se tratase para poder replicar su virulencia destruyendo dicho tejido y provocando, en muchos casos, efectos con graves consecuencias.
Nada, o muy pocas cosas, resultan más peligrosas que un/a tonto/a activo/a, por muy listas/os que puedan parecer. Esto es lo que pasa con algunas/os de estas/os políticas/os que, desde su ignorancia y mediocridad, aplican el absolutismo más radical con argumentos, por llamarlos de alguna manera, tan peregrinos y falsos, como excluyentes. Generan sus propias “verdades” que acaban por creerse, imponiéndolas desde ese absolutismo patriotero de todo para el pueblo pero sin el pueblo, que revisten de falsa democracia, aunque para ello tengan que pactar con el propio diablo. Reniegan, descalifican y apartan a cualquiera que vaya en contra de su pensamiento o planteamientos por mi coherentes o científicos que sean. Se rodean de mediocres que no sean capaces de hacerles sombra y que tan solo obedecen y acatan lo que, desde su atalaya, dictan como órdenes supremas. Manipulan, deforman u ocultan información que pueda poner en tela de juicio sus decisiones. Anteponen la apariencia, el lucimiento, la notoriedad o el protagonismo superfluos, artificiosos e intrascendentes de cámaras, focos y audiencias, a la discreción, el trabajo y la reflexión de los asuntos que puedan conducir a ofrecer soluciones reales y no tan solo discursos vacuos, simplistas, demagógicos, falaces y adaptados a su lucimiento, como si de influencers se tratase. Utilizan el victimismo como defensa a su incapacidad manifiesta de pensar y actuar con diligencia. Consumen los recursos públicos que gestionan, por decir algo, con el único criterio de sacar rédito personal o hacerse la foto oportunista. Se contradicen en breves espacios temporales como resultado de su ignota ignorancia. Usan, a quienes dicen representar, tan solo con una utilidad desechable según cada momento, es decir, usar y tirar. Aplauden o denigran a los funcionarios públicos en función de los intereses de audiencia mediática en cada situación. Se desdicen bajo pretexto de sabiduría, siendo realmente producto de su absoluta incapacidad. Descalifican, insultan y desacreditan a quienes consideran sus enemigos al no disponer de un discurso crítico, inteligente y propositivo.
Esta permanente mutación conduce a una sucesión de despropósitos, barbaridades, atropellos… sin sentido ni rigor alguno que acaban por infectar de manera irremediable a la sociedad que observa con perplejidad, en algunos casos y, con temor, preocupación, incredulidad e incluso rechazo… en otros, las terribles consecuencias de tan sorpresivas mutaciones. Sin embargo, posiblemente lo más peligroso sea la complacencia, cuando no vehemencia popular, de una parte de la ciudadanía, a estos comportamientos políticos que no tan solo apoyan, sino que aplauden, jalean y animan, contagiados de idéntica actitud irreflexiva y acrítica que va más allá de ideologías, y que anestesia el pensamiento crítico y la capacidad de pensar por sí mismos, convirtiéndose en hooligans ideológicos cuyo único referente es el/la “líder” y quienes les sustentan o igualmente manejan.
Como sucede con el COVID-19, su peligro y letalidad, se ven reforzados por su poder expansivo. La estupidez política y lo que la misma conlleva, se impone en amplísimos territorios de todo el mundo, provocando cierta sinergia cuando no mimetismo, de la misma, a partir de la cual parece que se estableciese una competencia sin límites por ver quien dice, traslada o ejecuta la mayor barbaridad, producto de la mutación intelectual.
Ante este nuevo, o no tan nuevo, peligro, la humanidad debería ser consciente que el verdadero riesgo no es ya lo que sean capaces de hacer, con todo lo que destructivo tiene, sino la imposibilidad de generar anticuerpos que sean capaces de detener su avance. Porque el sistema inmunitario social ha quedado, en gran medida, seria y gravemente afectado e infectado, como consecuencia de las mutaciones de estas/os personajes que, además, se replican en un caldo de cultivo socialmente propicio para hacerlo.
El COVID-19, será vencido con tratamientos eficaces y/o con una vacuna, más pronto que tarde. Pero la mutación política, es resistente a cualquier tratamiento contra la ignorancia, la petulancia, la hipocresía, el cinismo, el desprecio… de quienes, aún sin estar coronados, son mucho más letales que cualquier coronavirus. Su carga vírica actúa de manera implacable provocando alienación y pensamiento único con signos evidentes de nacionalismo disfrazado de patriotismo, individualismo, radicalidad, intransigencia… que no responden a respiradores ni para los que sirven las EPI. Porque el contagio se alimenta básicamente de la ignorancia que previamente ha sido inoculada con la carga vírica del negacionismo, radicalismo e intolerancia que generan las mutaciones políticas.
Tan solo desde una recuperación de la libertad, la equidad, la justicia, la cultura, la educación… seremos capaces de recuperar la salud perdida, que tratan de disfrazar con planteamientos de falsos e idílicos escenarios competitivos, consumistas, mercantilistas y reduccionistas.
Más allá de cualquier lícita y respetable ideología, lo realmente peligroso, es la mutación política interesada exclusivamente en alcanzar un poder desde el que manipular la voluntad ciudadana con falsos discursos populistas. Esta pandemia que llevamos ya tiempo padeciendo se ha hecho claramente visible con la sorpresiva irrupción del coronavirus.
Si al menos la vuelta tras esta situación de crisis, a eso que llaman nueva normalidad o realidad, supusiese también una acción reactiva contra la mutación de las/os políticas/os, desde la serenidad reflexiva y no desde la violencia intelectual que como hooligans se viene aplicando, alcanzaríamos unos niveles de inmunidad que nos permitirían anular, o cuanto menos contener, la infección de dichas/os políticas/os. Si, por el contrario, no somos capaces de asumir con responsabilidad la necesaria huida del conformismo, acabaremos con una infección de rebaño que nos llevará irremediablemente al matadero.
De todas/os depende pues que seamos capaces de identificar las mutaciones políticas y rechazarlas. Nadie escapa al riesgo de infección que las mismas provocan. Las enfermeras tampoco. Ya hemos podido comprobar como hemos sido utilizadas, manoseadas, manipuladas… con falsos halagos de heroicidad, como antesala al desprecio, el olvido o el despido. Pero desde nuestra competencia política también se pueden vencer los efectos de las mutaciones.
Para muestra, tan solo un botón. Pero hay toda una colección.
No puedes ser más claro, yo lo resumo en Enfermeras de Barro, por culpa de los políticos.
Totalmente de acuerdo querido José Ramón
Jesús!. Pertenezcoa a » los jubilados». Ese grupo de «todo lo que se mueve», tratado con descaro, arrogancia, mala educación y como si fuéramos tontos de baba.
Pero desgraciadamente viví el ninguneo y arrogancia, mala educación y descaro por mis propios mandos con un despotismo que tuve la suerte de conocer SOLO en los últimos años de mi vida profesional. Arropados como babosos a la sombra de esos a los que haces referencia. La porquería va de arriba a abajo y el servilismo y la incompetencia, van de la mano. Y hacen sufrir es un arma letal…Y lo saben. Ahhh!. Y duermen tranquilos …