Para un Gigante: Jorge Enrique Liz Ome
Tengo la permanente sensación de llegar a determinados puntos en los que parece que no haya posibilidad de retorno. Pero en los que tampoco haya posibilidad de mayor avance.
Sin embargo y, aunque la sensación se repite como en un déjà vu, nunca me ha paralizado, ni me ha echado para atrás, aunque tampoco me he lanzado al vacío sin más.
Esta sensación la tengo sobre todo o casi en exclusiva con relación al desarrollo vital que he compartido con la enfermería y que me ha hecho valorar la importancia de ser y sentirme enfermera.
No ha sido, sigue sin ser, fácil el avance de la enfermería en un contexto dominado por la medicina y por los médicos. No se trata de un reproche, ni tan siquiera de un lamento. Es únicamente la constatación de una realidad que nos ha marcado como disciplina y como profesión.
Cada vez tengo más claro que ni la medicina ni los médicos pueden ni deben ser señalados como responsables de nuestra evolución. Al menos no de manera directa. Al menos no como únicos responsables como se ha querido señalar durante tanto tiempo, resistiéndonos a abandonar la idea. Y es que no por mucho repetirla se va a convertir en realidad.
Tanto la medicina, como los médicos, han sido y han estado presentes en la sociedad a lo largo de la historia. Y lo han estado, siendo dueños de su destino y de su desarrollo. Más allá de cómo lo hicieran o de las condiciones en que lo hicieran, lo bien cierto es que lograron situarse como referentes sociales, profesionales y científicos, utilizando para ello todo aquello que tenían a su alcance y que identificaban como recurso o medio idóneo para lograrlo. Alcanzaron notoriedad y prestigio en base a sus aportaciones a la salud de la población en un escenario totalmente aséptico de cualquier otro profesional que pudiese ser identificado como un obstáculo o aparente competidor a sus competencias.
Su evolución, como la de cualquier disciplina, tampoco fue sencilla y las rencillas, enfrentamientos, disputas y diferencias entre sus miembros fueron y me atrevo a decir que siguen siendo permanentes, lejos de esa unidad férrea que en muchas ocasiones quiere trasladarse. Pero también esto forma parte de su propia evolución y crecimiento.
No es mi intención convertirme en relator de la historia médica, ni mucho menos en defensor de su causa, entre otras cosas, porque no les hace falta alguna.
La Enfermería y las enfermeras como profesión y profesionales respectivamente no se incorporaron en el escenario sanitario, creado a imagen y semejanza de quienes lo habían construido, hasta bien avanzado el siglo XX en nuestro país. Aunque los historiadores de Enfermería identifiquen la figura de la enfermera mucho antes. Pero en ningún caso como profesionales. Por lo tanto, la relación médico-enfermera a nivel profesional no se produciría hasta los movimientos, propiciados por los propios médicos, mediante los cuales se creaban las primeras escuelas de Enfermería o incluso las primeras especializaciones a través de becas para estudiarlas en países que, como EEUU, llevaban un claro recorrido previo en este sentido. Aspecto poco conocido o cuanto menos reconocido.
Dichos avances de profesionalización iniciaron una relación que, es cierto, estuvo marcada por una clara subsidiaridad hacia la clase médica que identificaba a las enfermeras como medios útiles para su desarrollo profesional y no, en principio, como obstáculo al mismo.
Por lo tanto, se avanzó en la profesionalización y se llegó a un punto que permitía identificar muestras de desarrollo propio. Sin embargo, la guerra civil supuso, no tan solo la parálisis del proceso iniciado, sino incluso un claro retroceso que sumió a las enfermeras en una clara invisibilidad y una absoluta sumisión a la clase médica. Pero dichas circunstancias estaban más ligadas a cuestiones de género que de desarrollo y competencia profesional.
Lo bien cierto es que se inició una travesía por el desierto de la sanidad médica que nos impidió avanzar profesionalmente durante casi todo el periodo de la dictadura.
Pero en ese recorrido del que hablaba, hubo una serie de enfermeras que no se paralizaron ante la dominación médica, que actuaba replicando el comportamiento autocrático, paternalista y machista que imponía el régimen político. Lograron aglutinar el sentimiento de muchas enfermeras para conseguir finalmente que las enfermeras pudiesen formarse en la Universidad.
Una vez más, lo que parecía una vía muerta o un camino sin posibilidad de avance, fue modificado por la voluntad férrea de quienes creyeron en la enfermería como profesión y en las enfermeras como profesionales, aunque se presentase un camino complejo a partir de ese momento.
La entrada en la universidad, sin duda, supuso un punto de inflexión trascendental para el futuro científico profesional de las enfermeras. Pero también se iniciaba un proceso de reconstrucción en el que los conflictos internos y los recelos, ahora sí, de una clase médica acostumbrada a caminar bajo palio y sin absolutamente ninguna resistencia, generaron importantes desencuentros que actuaron como barreras en el iniciado avance.
Ese periodo fue determinante para el desarrollo profesional enfermero, a pesar de la barrera que suponía no poder acceder al máximo nivel académico, doctorado, por estar encorsetada la titulación en una Diplomatura sin posibilidad de desarrollo en un 2º ciclo. Esta circunstancia unida a las disputas entre ATS, DUE y quienes a través de otras titulaciones alcanzaban el grado de Doctor/a, supusieron el principal caldo de cultivo para el crecimiento de gérmenes que ocasionaron graves “infecciones” que eran aprovechadas por quienes, como los médicos, nos veían como una amenaza, cuando realmente la amenaza la teníamos nosotras mismas en nuestra falta de visión, misión y conciencia enfermera. Estábamos situados en un camino intermedio entre la técnica y el cuidado y no éramos capaces de unirlos a la ciencia incipiente enfermera.
Nuevamente estábamos en ese que parecía final de término sin capacidad de avanzar porque aparecía el vacío de lo desconocido y lo temido y con riesgo de retroceder y perder lo logrado, aunque no fuese lo esperado o lo deseado.
Pero siempre hay quienes han creído de manera tozuda, al tiempo que rigurosa, en el crecimiento de la Enfermería y la dignificación de las enfermeras. El Espacio Europeo de Educación Superior supuso una oportunidad para dar el salto y romper el techo de cristal que nos impedía acceder en igualdad de condiciones al máximo nivel académico.
Logrado este avance quedaba por resolver la adaptación de tan importante desarrollo a los ámbitos de la atención y de la gestión. La investigación, a través del doctorado, ya se constituyó en un hecho y la docencia ya estaba lograda, aunque cada vez más devaluada, en un escenario universitario claramente mercantilista y en clara desventaja ante la investigación que ha sido elegida “la niña bonita” para lograr el, cada vez más complicado y desigual, desarrollo académico.
Pero es en esos ámbitos en los que más resistencias se iban a generar tanto por parte de las enfermeras, que no siempre estaban dispuestas a asumir la responsabilidad que suponía dar ese paso, como de una parte de los médicos que veían peligrar competencias propias, más desde una posición infantil de posesión exclusiva que desde una posición racional y de necesaria interrelación.
Los avances fueron lentos y las paradas prolongadas, aunque no existieron importantes retrocesos.
Sin embargo, se incrementó la percepción de una resistencia, cuando no ataque, permanente por parte de la clase médica. Lo que falta por determinar es, hasta qué punto, el ataque o la resistencia médicas son reales o si son el resultado de la propia debilidad enfermera. Debilidad que se identifica en el lento desarrollo y capacidad de influencia de las Sociedad Científicas Enfermeras, en las posiciones de conformismo e inmovilidad de muchas enfermeras, en la ausencia del ámbito político, en la exclusividad de actuación en el sistema sanitario, en la aclimatación a zonas de confort, en asumir como logros la esclavitud de horarios imposibles, en aceptar la imposibilidad de la conciliación familiar, en la comodidad de la subsidiariedad, en el reduccionismo laboral, en la distancia con la investigación… que actuaban y actúan de manera significativa en contra de las propias enfermeras, asumiendo el victimismo como manera más sencilla, dramática y efectista, que no efectiva, de contrarrestar dicha debilidad. Y, para ello, nada mejor que utilizar al enemigo perfecto, el médico, que, dicho sea de paso, asumía encantado el papel que se le asignaba y lo llevaba a cabo de manera, en este caso, efectista pero también efectiva. De tal manera, que ya teníamos el escenario perfecto para representar el drama sanitario en el que unas, las enfermeras, eran el blanco de todos los ataques, mientras otros, los médicos, eran los ejecutores de los mismos. Aclarando, que ni unas ni otros, en su totalidad, eran conscientes del papel que estaban representando, pero lo asumían como parte del desarrollo establecido y guiados por las consignas de quienes verdaderamente les estaban utilizando. Todo ello en ese punto del camino que parece no tenga posibilidad de avance, pero, en el que el retroceso, aunque posible, no se contempla.
Pero como suele suceder en todas las contiendas, batallas, enfrentamientos… siempre hay personas de uno y otro bando que no se acoplan al plan establecido y se posicionan claramente en contra del mismo. Siendo llamados traidores a la causa, renegados o desertores. Fundamentalmente se trata de pensar por si mismos, tener y aplicar el pensamiento crítico y ser lo más pragmáticos posibles en beneficio propio y colectivo. Porque, no nos equivoquemos, el conflicto médicos-enfermeras, no beneficia a ninguna de las partes y, por el contrario, lo hace a quien alimenta, mantiene y potencia el mismo.
Quienes realmente manejan, de manera interesada, los resortes de esta representación, que sirve a sus intereses particulares, logran desviar la atención de los contendientes, de lo verdaderamente importante para situarlo en ficticios problemas en los que distraerlos. Consultas enfermeras, puestos de gestión, prescripción enfermera… son tan solo algunos de los ejemplos de los muchos que se han venido creando y que mantienen una disputa sin solución de continuidad, pues conforme se resuelve, bien por lisis, cansancio o, las menos de las veces, consenso, uno de los problemas, emerge inmediatamente otro que permita seguir manteniendo la distracción y la confrontación.
Mientras tanto, los “disidentes” acaban por darse cuenta que es mejor unir las fuerzas y desde el respeto mutuo tratar de avanzar y desenmascarar a los manipuladores, aunque ello suponga que además de disidentes sean identificados, señalados y acusados como traidores por cada uno de los “bandos” en contienda.
De repente ese vacío que se presentaba en el desarrollo académico, profesional y disciplinar, se torna en un espacio de posibilidades en el que, si bien, siguen existiendo los manipuladores, al menos, ya se ha sido capaz de entender que el avance depende de las propias enfermeras y no está en peligro por la existencia de los médicos. Por su parte los médicos identifican claramente que existe espacio para todos/as y que las enfermeras no suponen un peligro, ni una amenaza para mantener su largamente logrado reconocimiento y posición, pues el liderazgo y empoderamiento de las enfermeras está totalmente alejado del que ya hace mucho tiempo colonizaron los médicos.
Si finalmente las enfermeras somos capaces de identificar ese lugar de liderazgo y desarrollarlo en armonía, no exento de dificultades, con médicos y otros profesionales como farmacéuticos, psicólogos, fisioterapeutas… podremos centrarnos en lo verdaderamente importante, nuestro espacio y paradigma propio, y huir de inútiles, estériles y artificiales conflictos con quienes deben ser identificados como aliados y no como enemigos.
Tan solo si avanzamos de manera conjunta, sin posesiones irreales, subsidiariedades caducas, recelos infundados, competencias exclusivas… lograremos desenmascarar finalmente a quienes tienen intereses muy concretos de mantener estos conflictos, como, por ejemplo, la precariedad del Sistema de Salud, las ratios irracionales, los modelos caducos, las dependencias mercantilistas, la esclavitud del paternalismo, el secuestro de la ciudadanía, la supremacía de la enfermedad, la indiferencia ante la salud, la postergación de la salud pública, la primacía hospitalaria… que configuran el escenario en el que mueven a su antojo, a unos y otras, como soldaditos de plomo o de plástico, depende si son del hospital o de Atención Primaria de Salud.
Cuando seamos capaces de abandonar nuestro egocentrismo; de levantar la mirada de nuestro ombligo; de darnos cuenta de a quien tenemos al lado, enfrente o tras nosotras; de valorar nuestro potencial cuidador propio; de asumir responsabilidades con todas las consecuencias; de rechazar imposiciones; de identificar a los verdaderos enemigos, internos o externos; de asumir retos; de innovar; de empoderarnos en cualquier escenario; de ejercer un liderazgo real y propio; de aportar evidencia sobre nuestra aportación, de identificar y reconocer a nuestras líderes y referentes… estaremos en disposición de dar ese paso que nos permita dejar de ver un vacío peligroso, para avanzar y volar hacia una realidad tan posible como necesaria.
Tan solo entonces podremos despejar nuestros miedos atávicos contra los médicos y estos, a su vez, podrán entender que lejos de ser un peligro suponemos el mejor aval para lograr alcanzar objetivos comunes. Y desde esa reforzada alianza dejar sin argumentos disuasorios a quienes tan solo han tenido y tienen interés porque nada avance más allá de lo que pueda aportarles beneficio a ellos.
Y esta realidad muy centrada en nuestro contexto como país, es perfectamente trasladable y adaptable a cualquier otro contexto, fundamentalmente del ámbito latinoamericano. Si fuésemos capaces de salvar la distancia geográfica de un océano que nos separa para identificar la oportunidad que supone unir nuestras fuerzas, el avance hacia ese espacio enfermero común sería mucho más eficaz y menos prolongado en el tiempo.
No hay, por tanto, fin de recorrido. Los límites tan solo existen en nuestra mente y disposición por vencerlos y avanzar.
Dejemos de ver fantasmas y veamos al Gigante que, como profesión y disciplina, somos.
Enhorabuena por tu escrito, estoy totalmente de acuerdo con todo. Se puede decir más alto pero no más claro. Si la enfermería creyera de verdad en su labor, quizás pudiéramos salvar a un sistema cada vez más caduco que en mi opinión es el servicio público al que defiendo aún así con los dientes. Pero que por mucho que se siga que tenemos el mejor, no es cierto.
El sistema tal cual está formado no funciona y tanto profesionales como pacientes estamos secuestrados en él. La enfermería y su capacidad de gestión podría hacer mucho pero no lo hacemos.
Muchas gracias Inmaculada
Es labor de todas las enfermeras que ocupemos el lugar que nos corresponde. No podemos ni debemos esperar que sean otros quienes nos lo solucionen, aunque si exigir que se den las condiciones adecuadas para conseguirlo.
Seguro que lo logramos!!!!