FIN DEL ESTADO DE ALARMA. ¿INICIO O REINICIO?

Tras más de tres meses de confinamiento y superado lo peor de la pandemia, la misma nos presenta un nuevo reto.

La situación vivida ha sido dramática y dolorosa por la gran cantidad de muertes producidas y los efectos que ha causado en miles de personas que han padecido la enfermedad directamente, pero también en profesionales tanto sanitarios como de otros sectores, en quienes sin padecer la enfermedad han sufrido las consecuencias o secuelas de la pandemia y en quienes han tenido que modificar su estilo de vida con serias repercusiones sociales, familiares o económicas.

Nadie puede ser ajeno a todo ello. Sin embargo, ahora que la pandemia ha podido ser controlada, que no vencida, tenemos ante nosotros el difícil reto de convivir con una pandemia latente que puede despertar en cualquier momento y situarnos, de nuevo, en un estado de alarma al que nadie queremos regresar.

Por lo tanto, se trata de adaptar nuestras vidas a una realidad que ni teníamos prevista ni para la que estábamos preparados. Pero una realidad que demanda un alto grado de responsabilidad por parte de todos. Y cuando digo de todos, no se trata de una simple expresión inclusiva, sino una necesidad que debemos interiorizar y respetar si realmente queremos lograr eso que se ha venido en llamar nueva normalidad.

Nueva normalidad que va mucho más allá del cumplimiento de las normas de seguridad y prevención, ya que la pandemia ha modificado no tan solo la forma en como nos vamos a tener que relacionar, sino aspectos muy variados en cuanto a la comunicación, la educación, el turismo, el ocio, el deporte, la sanidad… que, aunque puedan llegar a restablecerse en algún momento si se consigue la vacuna, ya no serán, posiblemente, como las recordábamos antes de la pandemia.

En este sentido es evidente que la sanidad, y en concreto el sistema sanitario en nuestro país, ha sido uno de los sectores que más ha sufrido el impacto de la pandemia.

Pero más allá de los efectos de colapso que la embestida violenta, sorpresiva y desconocida de la pandemia haya podido provocar en el que venía siendo reconocido como un extraordinario Sistema Nacional de Salud (SNS), lo que la pandemia ha puesto de manifiesto es la caducidad de un modelo que ya había demostrado serias deficiencias antes de que el COVID-19 irrumpiese en nuestras vidas.

Por encima de cualquier otra valoración más profunda que, sin duda, habrá que realizar si verdaderamente se quiere contar con un Sistema de Salud que responda a la sociedad actual y a la realidad de sus necesidades y demandas, considero necesario reflexionar sobre algunos aspectos relacionados con la enfermería y las enfermeras que deben ser, no tan solo analizados, sino abordados de manera seria, decidida e inmediata, si la voluntad política de cambio es real y no se han estado lanzando mensajes que tan solo perseguían mantener la calma y tranquilizar conciencias, sin ningún ánimo real de llevar a cabo lo prometido tanto antes como después de la pandemia.

De inicio cabe resaltar que antes de que se estableciese el Estado de Alarma como consecuencia de la pandemia, existía un compromiso firme, por parte de las/os responsables de los Ministerios de Sanidad y Educación, para celebrar la prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria.

La irrupción de la pandemia, sin duda, ha supuesto una paralización del proceso que es perfectamente entendible, por dolorosa que sea, dado el tiempo de espera que lleva acumulado y que, salvo esta circunstancia sobrevenida, no tiene explicación alguna tras más de 10 años sin que haya existido voluntad política por resolverlo.

Superada la fase de crisis e iniciado el proceso de nueva normalidad, es exigible que se adopten las medidas urgentes que sean necesarias para que esta prueba se lleve a cabo. Utilizar de manera interesada la pandemia como excusa para no resolver el proceso, sería, además, de una grave irresponsabilidad por parte de las/os responsables políticos, una tremenda injusticia para las enfermeras a las que se ha venido engañando de manera sistemática con excusas peregrinas, falsas y manipuladoras durante muchos años.

La nueva normalidad, por tanto, debe comportar también una nueva toma de conciencia de aquellos temas que quedan pendientes por resolver y que son imprescindibles abordar desde el compromiso, la honestidad y el respeto hacia quienes se han estado lanzando loas y alabanzas por su innegable entrega durante la pandemia. Se trata, por tanto, en estos casos, de un reinicio que no de un inicio.

Por lo tanto, resulta fundamental que la nueva normalidad se construya, antes de emprender cualquier nueva aportación, con el cumplimiento urgente de aquellos temas que quedando pendientes no pueden quedar olvidados o relegados sine die. Cualquier reinicio sin este cumplimiento supondría una anormalidad sobre la que no sería posible la normalidad que se anuncia.

Dando por supuesto el cumplimiento de este y otros compromisos, resulta esencial analizar aquellos aspectos, temas o planteamientos que, relacionados con las enfermeras, será necesario tener en cuenta en la reconstrucción que, al menos políticamente, ya se ha iniciado

Inicio que, vaya por delante, no ha tenido muy buen comienzo dadas las dudas trasladadas en la configuración de la que ha venido en denominarse Comisión para la Reconstrucción del SNS, en la que ha habido que pelear mucho para que se incorporasen enfermeras entre sus miembros, dada la inicial ausencia y posterior resistencia a que las mismas formasen parte de su composición.

Vencidas las resistencias y lograda la incorporación a regañadientes de enfermeras, hay que decir que, la misma, obedece más a una concesión por presión que a un convencimiento de su oportunidad real y que, además, no se traduce ni en un equilibrio con relación a su peso cuantitativo, pero también cualitativo, en el SNS, ni en una proporcionalidad en cuanto a representatividad con relación al valor que, por ejemplo, aportan en Atención Primaria de Salud.

Sin embargo, tenemos la esperanza de que las propuestas serias, razonadas, necesarias y eficaces trasladadas por las enfermeras que nos han representado en la Comisión hayan sido entendidas y, en parte al menos asumidas, por las/os interlocutoras/es políticas/os, para que vayan más allá del escenario parlamentario concretándose en hechos que permitan impulsar los cambios estructurales, organizativos y de modelo que precisa el SNS y en los que las enfermeras van a tener que jugar un papel fundamental junto al resto de profesionales de la salud, de otros sectores, así como de la ciudadanía.

Pero resulta básico que esos planteamientos o propuestas que se trasladen no sean identificados o interpretados maliciosamente como reivindicaciones corporativistas, sino como aportaciones imprescindibles para el cambio. Lo contrario sería una nueva estrategia disuasoria para acometer la reforma que, no tan solo se reclama, sino que se debe exigir para garantizar una respuesta de calidad, segura, humanizada, participativa y equitativa.

Entre esos planteamientos o propuestas es fundamental que se visibilicen y pongan en valor los cuidados profesionales enfermeros en cualquier ámbito de atención, rescatándolos del ostracismo al que se han visto sometidos históricamente por parte de las instituciones sanitarias. La reciente pandemia ha permitido identificar, valorar y reconocer dichos cuidados como parte esencial en el proceso de atención de las personas contagiadas y de la población en general.

La puesta en valor de los cuidados, además, debe traducirse en un cambio radical para que los mismos tengan, no tan solo valor en cuanto a su reconocimiento, sino en cuanto a su aportación a la salud de la población, mediante una atención integral, integrada e integradora en la que la persona, que no el paciente, sea tanto, referencia de la misma, como protagonista de su proceso de salud – enfermedad.

Y para que ello sea posible resulta imprescindible acometer cuanto antes una reforma del SNS que genere una dinámica transformadora que, por una parte, se adapte a la sociedad en la que está inmersa para prestar servicio a la población y no ser tan solo referencia y modelo adaptado a las necesidades laborales, científicas e investigadoras de las/os profesionales que en el mismo trabajan y, por otra, que permita responder con eficacia y eficiencia a las necesidades reales de la población que, en esta nueva normalidad, requerirá, además, su participación activa en la toma de decisiones.

La pandemia y sus efectos obligan a todas/os a construir esta nueva normalidad si realmente queremos, que la misma, se desarrolle en espacios saludables, accesibles, solidarios, equitativos y de libertad, en los que la enfermedad deberá ser objeto de atención, pero en los que la salud deberá ocupar la mayor atención por parte de profesionales y ciudadanía. Lo contrario nos llevará, de nuevo, a padecer los mismos problemas que habíamos naturalizado en la anterior normalidad con claras deficiencias estructurales, organizativas y de atención.

Una normalidad, en la que los cuidados deben formar parte fundamental de cualquier proceso, en los que, las personas, las familias y la comunidad, sean identificadas, percibidas e incorporadas como parte de los mismos y no tan solo como sujetos pasivos de la acción fragmentada de las/os profesionales.

Pero en un contexto de cuidados en el que las enfermeras deben liderar su desarrollo y su respuesta transformadora junto a las cuidadoras familiares como verdaderas protagonistas de un cuido, tan importante y necesariamente sostenible, como el familiar. Tal como, al menos en parte, ha trasladado recientemente la Ministra de Igualdad al hablar de un “Estado Nacional de Cuidados”, en el que, como no puede ser de otra manera, las enfermeras coincidimos y apoyamos, pero para el que reclamamos nuestro liderazgo natural, el de los cuidados.

Esperamos que este reto anunciado no quede tan solo en un diálogo político que trascienda de la política para situarse en los ámbitos profesionales y sociales que den sentido a dicho estado en el que tanto tenemos y podemos aportar las enfermeras.

Por lo tanto, tan solo podremos hablar de nueva normalidad si en su configuración incorporamos a todos los agentes y recursos comunitarios de forma natural en un proceso de normalidad transformadora, alejada de protagonismos y personalismos de cualquier tipo.

¿Nos implicamos en construir la nueva normalidad o disfrazamos de novedad aquella de la que partíamos?