Estamos asistiendo a un verdadero espectáculo de vodevil.
El vodevil es un subgénero dramático que consiste en una comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco.
Creo que la definición, lamentablemente, encaja a la perfección en la escenificación que actualmente están haciendo, en general y con honrosas excepciones, nuestros políticos en un escenario, además, tan preocupante como el de la pandemia. La única diferencia estaría en que, en la escenificada por los políticos no existen números musicales que, al menos, pudieran hacerlos más llevaderos o entretenidos. Pero posiblemente el argumento de los mismos resulta complicado de musicar.
Otra gran diferencia está en que las/os artistas que se dedican al digno y complicado mundo de la farándula, desde quienes escriben los libretos hasta quienes los escenifican, están sujetos a la crítica de un público exigente que en un momento dado puede expresar su descontento por la calidad, o bien del contenido, o bien de los actores o actrices que lo interpretan. Y la crítica del público es aceptada, por dolorosa que sea. A ninguno de ellos, ni autores ni actores, se les ocurre enfrentarse en una discusión dialéctica con las/os espectadores/as denunciando su falta de tacto o su inoportuna crítica. Simplemente la asumen y tratan de mejorar.
Quienes escenifican el vodevil político, sin embargo, cuando alguien, por prestigioso que sea, en lugar de aplaudir vehementemente y sin criterio, lo que hace, es argumentar su descontento con una crítica razonada, se revuelven y les atacan con intrigas y equívocos propios de la comedia que lamentablemente escenifican.
Así pues asistimos, atónitos, a una representación burlesca, zafia, ligera y frívola en la que las/os políticas/os no tan solo no manejan el arte escénico sino que ni tan siquiera conocen en profundidad y con la exigencia debida el papel que interpretan, lo que les lleva a permanentes cambios en el registro y argumento de sus interpretaciones, provocando tanto el desconcierto de las/os espectadoras/es como el enfrentamiento, fuera de guion, entre las actrices y actores que intervienen en estas obras corales en las que, además, existe una permanente lucha por lograr un protagonismo personal que trasciende al que debiera ser colectivo. De tal manera que las divas y divos, que de todo hay, utilizan cualquier medio para significarse y atacar a quienes interpretan les eclipsa. Porque realmente lo que les interesa es el fin, su fin, y para ello justifican los medios que utilizan, sean los que sean.
Sin embargo, hay algo que merece la pena destacar. Son capaces de adaptar sus interpretaciones, por nefastas que estas sean, a muy diferentes escenarios. Desde los más prestigiosos, como las cámaras de diputados o senadores, tanto sean nacionales o autonómicas, como en interpretaciones callejeras totalmente improvisadas, pero con una escenificación propia del musical “West side history”, en la que no rehúsan a la lucha cuerpo a cuerpo y al navajazo traicionero, vengativo y mortal, aunque sin coreografía.
Centrándonos en la actual situación de pandemia, que tanta incertidumbre, sorpresa como dolor y sufrimiento está causando, nuestras/os intérpretes políticas/os han decidido que no era momento para la reflexión y el cambio hacia una interpretación coral en la que, alejados de egos y divismos innecesarios, se tratase de escenificar un guion coherente, razonado y razonable, entendible y capaz de hacer frente al único y verdadero enemigo de toda esta situación que, no es otro, que el coronavirus COVID 19.
Y en una nueva y frívola decisión, ahora si colectiva, prefieren convertir su interpretación en un lamentable combate pugilístico de todos contra todos, pero con apariencia de vodevil para hacerlo más atractivo.
Y en ese ambiente en el que se mezclan las interpretaciones con la perplejidad de las/os espectadoras/es y la incertidumbre ante lo que puede pasar con la certidumbre de lo que está pasando, puede dar la impresión de que somos un país a la deriva en el que no se están tomando las mejores decisiones y en el que las medidas que se adoptan están muy alejadas de lo que la ciencia dicta.
Y, sin embargo, esto no es así. No hay que engañarse ni engañar. La situación de España en cuanto al afrontamiento de la pandemia y en cuanto a resultados es muy similar e incluso mejor, en algunos aspectos y en algunos territorios, a lo que acontece en otros países de nuestro entorno y de fuera del mismo.
Por lo tanto, el problema no está en el qué y cómo sino en quiénes están escenificando y proyectando una imagen, tanto interna como externa, tan patética y de vodevil como la que se está proyectando.
Países como Bélgica, Holanda, Reino Unido, Francia o la propia Italia… tienen situaciones similares o peores que las de España y, sin embargo, las noticias que llegan, sobre cómo se está abordando, qué medidas se están adoptando ante la pandemia y cuáles son las reacciones internas de sus políticas/os, están muy alejadas de las escenificaciones que aquí se hacen.
Todo lo cual, provoca una imagen, tanto interna como externa, muy deteriorada y altamente negativa que, sin duda, repercute en el clima de crispación generado y en la imagen que se proyecta en torno al abordaje de la pandemia. Se ha logrado que el campo de batalla en el que quisieron situar a la pandemia se haya trasladado al ámbito político, lo que provoca una nueva y triste combinación de vodevil bélico en el que parece que todo vale con tal de ridiculizar, atacar, menospreciar, vejar, ultrajar, denunciar, ensuciar… al supuesto enemigo e intérprete, desviando la atención y los esfuerzos, de lo que es verdaderamente importante, como es vencer a la COVID 19. Recuperando una guerra civil que nunca se ha logrado concluir y en la que los rojos y los fachas, los monárquicos y los republicanos, los vencedores y vencidos… son rescatados por algunos para continuar esa eterna batalla fratricida que nos impide avanzar, mediante usos y abusos de los símbolos y orgullos patrios exclusivos y excluyentes.
Y en medio de toda esta locura bélica-interpretativa se encuentran, como si de tramoyistas, figurinistas, técnicos de sonido e imagen… y espectadoras/es, se tratasen, científicos, medios de comunicación, profesionales de la salud y de otros servicios esenciales y la propia comunidad, que desde la perplejidad del ridículo espectáculo al que asisten, tratan de aportar algo de calma y consenso con tal de que el espectáculo sea lo menos lamentable posible y permita modificar el guion y las interpretaciones para que no tan solo tenga la coherencia necesaria y deseada, sino también el rigor y la calidad que la población merece y espera.
Sin embargo, no siempre lo consiguen ya que en muchas ocasiones se instrumentalizan las citadas acciones para ser utilizadas como armas arrojadizas en forma de nuevos diálogos frívolos y delirantes hacia quienes los proponen y contra quienes son vistos únicamente como enemigos y no como oponentes políticos que es lo que son. La oratoria serena, crítica pero razonada y respetuosa, la presentación de alternativas… son sistemáticamente reemplazadas por el lenguaje descalificador, vengativo, rencoroso, culpabilizante y vacío de contenido, utilizado tanto en tribunas políticas como en platós televisivos, estudios radiofónicos, redes sociales o páginas de prensa. Todo vale con tal de tapar vergüenzas propias y tratar de exteriorizar y magnificar las ajenas, dejando al margen el verdadero y único problema real que está sufriendo la ciudadanía tanto a nivel de la salud individual, familiar y colectiva como en la economía, la convivencia, el acceso al trabajo…
La COVID 19 no se combate con querellas ante los tribunales, ni con mociones de censura, ni con posicionamientos intransigentes y paralizantes, ni con descalificaciones gratuitas, caprichosas e interesadas, ni con escenificaciones victimistas y populistas… la COVID 19 se combate con evidencias científicas, con consenso, unidad, apoyo, crítica constructiva, reflexión serena, análisis rigurosos y objetivos, con respeto no exento de contraste de ideas, con diálogo, con debate alejado de la estridencia y del espectáculo de vodevil.
La imagen que como país se está trasladando es patética. La ciudadanía quiere que se den respuestas a sus problemas, sus necesidades o sus demandas y que no tenga que asistir al patético espectáculo de vodevil con el que persisten en ofrecernos quienes tienen la obligación, no de entretener, sino de favorecer la vida de aquellas/os que les han situado donde están para que, precisamente, hagan eso que se resisten a hacer.
La pandemia pasará, a pesar de tan nefastos actores, e incluso los citados actores desaparecerán de escena para dejar paso a otros con la esperanza de que sean capaces de cambiar de género, de registro y de interpretación. Pero los efectos colaterales que, tanto la pandemia como las/os intérpretes, dejarán tras de sí, serán tan graves que si no se genera ese cambio de manera urgente las consecuencias son imprevisibles.
Es momento de cambio, a pesar o precisamente por, la presencia de esta pandemia. Cambio en el Sistema Nacional de Salud, en las estructuras políticas, en la forma de gobernar y de presentar oposición, en los posicionamientos de cuantos agentes (políticos, de salud, ciudadanos, sociales, judiciales…) deben de intervenir para transformar una sociedad que necesita de una nueva normalidad alejada de los espectáculos frívolos e intrascendentes que se nos ofrecen actualmente. Normalidad en la que las normas de convivencia, transparencia, honestidad, ética y estética… destierren de una vez la confrontación civil que se resisten a abandonar algunos por sentirse cómodos en la trinchera infinita desde la que llevan a cabo el fuego cruzado que finalmente acaba matando o hiriendo a quienes dicen estar defendiendo desde el cinismo, la hipocresía, la demagogia y el populismo, sean del color que sean o defiendan la bandera que defiendan.
La única bandera que ahora mismo todas/os deseamos defender es la de la salud y la convivencia que nos permita recuperar una normalidad que no tan solo nos ha sido arrebata por la pandemia sino por quienes han contribuido a ello con la escenificación de un vodevil que ha logrado empobrecer, entristecer y envilecer la vida de cuantos sufrimos esta situación sobrevenida, sorpresiva e incierta que no necesitaba de su ayuda para hacer daño.
Ojalá en algún momento seamos capaces, todas/os de utilizar la palabra para solucionar en lugar de estropear, de debatir en lugar de pelear, de analizar en lugar de limitar, de reflexionar en lugar de atropellar, de proponer en lugar de imponer, de escuchar en lugar de tan solo oír, de cuidar en lugar de herir. Hacerlo no supone renunciar, en ningún caso, a las ideas propias, ni rebajarse, ni considerarse vencido, ni ser víctima, ni anular su identidad. Supone un ejercicio de humildad, respeto, grandeza, honestidad, coherencia y, sobre todo, de integridad moral y responsabilidad. Pero, claro, esto no encaja en la necesidad patológica que algunas/os mantienen de querer ser la/el diva/o del espectáculo, aunque se haga desde el esperpento.
Que pare el vodevil!!!!!. Es tiempo de algo menos frívolo, aunque el humor nunca esté reñido con el rigor.