OBSOLESCENCIA Y PARADIGMAS.

                                                         A quienes han hecho, hacen y seguirán haciendo posible el cambio de paradigmas

 

La obsolescencia es la fecha de caducidad de las cosas, es la durabilidad de un producto antes de que sea irreparable o inutilizable.

En base a dicha definición podemos establecer una analogía con la durabilidad de una profesión o de las competencias que le son propias antes de que no cumplan con las necesidades o demandas que presenta la sociedad a la que prestan sus servicios.

Puede parecer forzada la comparación, pero si lo pensamos bien la obsolescencia ya es algo que lleva muchos años estudiándose y siendo motivo de debate en la ciencia a través de los paradigmas.

En palabras de Kuhn los paradigmas eran considerados “como realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. Por lo tanto, si analizamos estas palabras podemos establecer la relación que inicialmente comentaba con la obsolescencia de los aparatos electrónicos[1].

Los paradigmas, por su parte, se configuran como un ámbito o perspectiva desde la que se analizan los problemas que surgen y la forma en que pueden ser resueltos.

Se trata, por lo tanto, de macroteorías que son aceptados mayoritariamente por toda la comunidad científica y en base a las cuales se lleva a cabo la investigación con el fin de clarificar los potenciales errores del paradigma o la extracción de todas sus consecuencias., que según palabras de Kuhn es lo que se denomina “ciencia normal” y que siguiendo con sus palabras “significa investigación basada firmemente en una o más realizaciones científicas pasadas, realizaciones que alguna comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su práctica posterior”.

Y aunque enfermeras revolucionarias como Florence Nigthingale fuesen las que rompieron con las concepciones de su tiempo para generar nuevos paradigmas, muchas enfermeras aún realizan trabajos rutinarios de comprobación para mostrar o poner a prueba la solidez del paradigma, en el mejor de los casos, en el que se basan.

Sin embargo, un paradigma no siempre es capaz de dar respuesta a todos los problemas, por lo que estos permanecen invariables a lo largo de años o siglos, incluso solapándose o acumulándose con otros. Es entonces cuando empieza a cuestionarse y los científicos se plantean si realmente puede considerarse el marco idóneo o la manera más correcta de abordar los problemas o si por el contrario es preferible abandonarlo sustituyéndolo por otro, como sucede cuando un aparato electrónico sufre una avería que impide su adecuado funcionamiento por lo que se plantea su reparación o sustitución por otro nuevo.

La crisis generada provoca una importante proliferación de nuevos paradigmas que inicialmente no pasan de ser experimentales y temporales intentando resolver los problemas surgidos. La competencia surgida entre los nuevos paradigmas pretende imponer el enfoque más adecuado propuesto por cada uno de ellos. En el caso de la obsolescencia las diferentes ofertas de mercado compiten entre ellas para sustituir al aparato averiado en base a las características de cada uno de los posibles sustitutos.

Cuando por fin uno de los nuevos paradigmas reemplaza al paradigma hasta entonces aceptado se produce una revolución científica, que en palabras de Kuhn considera “como aquellos episodios de desarrollo no acumulativo en que un antiguo paradigma es reemplazado, completamente o en parte, por otro nuevo e incompatible”.

La revolución da paso a que el ciclo se inicie nuevamente, dando lugar a que el paradigma que ha sustituido al anterior propicie un nuevo proceso de ciencia formal. Es decir, al aparato electrónico que sustituya al averiado u obsoleto inicia una nueva etapa en su cometido tecnológico.

Kuhn demostró que la ciencia iba más allá de un contraste neutral entre las diferentes teorías existentes y la realidad, al existir un análisis y debate que provocaban diferencias, tensiones y disputas entre quienes defendían los diferentes paradigmas, al comportarse como seres que no son indiscutiblemente racionales. Resulta habitual por lo tanto que, aunque las evidencias demuestren la nulidad o falsedad de una determinada teoría, persista su utilización por parte de algunos científicos.

Esta es una de las explicaciones de por qué la ciencia no es un proceso racional perfecto explicado tan solo por fuerza de las evidencias científicas, al resultar muy complicado, e incluso imposible, entender desde un paradigma determinado un planteamiento diferente o alternativo, al partir en todo momento de un paradigma determinado que dificulta la objetividad al estar situados en una u otro paradigma desde los que se interpreta el contexto en el que nos hallemos inmersos. De ahí que resulte habitual el debate estéril entre defensores de unos u otros paradigmas. Lo que lleva a Kuhn a expresar que el éxito de un nuevo paradigma no se concreta en el hecho de convencer a quienes se oponen a él, sino en la muerte de quienes representan el paradigma más antiguo.

            Sería largo, complejo y discutible tratar de trasladar por mi parte estos planteamientos de Kuhn a los supuestos cambios de paradigma de la enfermería y el establecimiento comparativo con la obsolescencia de los mismos.

            Sin embargo, no me resisto a hacer una cierta aproximación en base a los planteamientos del, posiblemente, más importante filósofo de la ciencia, aunque el mío no pretende ser, en ningún caso, científico sino tan solo reflexivo.

            Pero antes de hacerlo voy a tratar de articularlo con el otro concepto con el que inicié esta reflexión, es decir, la obsolescencia. Teniendo en cuenta que existen diferentes tipos de obsolescencia, de deseo, percibida, psicológica o funcional, trataré de identificar con qué tipo se corresponde cada uno de los cambios y analizaré las posibles razones de un supuesto cambio de paradigma. Y digo supuesto, porque, evidentemente, no siempre se corresponde a un cambio de paradigma, sino a una decisión oportunista que diera respuesta a necesidades organizativas e incluso corporativas de los protagonistas exclusivos de las organizaciones sanitarias.

            De esta manera y empezando por la unificación de los estudios de enfermeras, practicantes y matronas en la titulación de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), podríamos decir que fue consecuencia de una clara obsolescencia funcional de las figuras que compusieron la reunificación al no responder ya a las necesidades que el incipiente desarrollismo hospitalario generaba, ni de las que los médicos reclamaban para disponer de una mano de obra Dócil, Ingenua, Obediente y Sumisa, formando el acrónimo DIOS, con el que en muchas escuelas femeninas regidas por órdenes religiosas se adoctrinaba a las futuras ATS, como una forma más de destrucción de la identidad enfermera que constituía el paradigma profesional que no científico que se estaba tratando de suplantar. El cambio en las escuelas masculinas, aunque también obedecía a una obsolescencia funcional, sin embargo, trataba de “producir” ayudantes técnicos muy fieles pero alejados del ámbito de los cuidados. De esta manera se perpetuaba la división que, al menos en teoría, había provocado la reunificación de titulaciones, situando a la nueva realidad profesional en un limbo académico situado entre la Universidad y la Formación Profesional y con una clara intencionalidad de alejarla de planteamientos científico profesionales. Así pues, se puede decir que este primer planteamiento no produjo ningún cambio de paradigma sino de funcionalidad interesada.

            Pero que no existiese paradigma real, al no existir conocimiento propio y bases científicas que lo sustentasen, no supuso freno a la necesidad sentida por muchas enfermeras que, a pesar, o precisamente por el hecho, de haberles sido usurpada su identidad, planificaron y fundamentaron la manifiesta obsolescencia de deseo y psicológica, al identificar el claro agotamiento del modelo técnico y subsidiario que suponía la figura de ATS. Además, en este caso, el cambio sí que se fundamentaba en la necesidad de adoptar un paradigma que al no estar definido supuso el surgimiento de diferentes propuestas que inicialmente fueron experimentales y temporales, tratando de resolver los problemas surgidos en la incorporación de los estudios en la Universidad. El hecho de que este cambio se produjese coincidiendo con la declaración de Alma Ata como punto de inflexión del que vendría a ser el denominado nuevo modelo de Atención Primaria de Salud y el cuestionamiento de los grandes Hospitales o Residencias Sanitarias, generó una gran competencia entre los nuevos paradigmas que pretendían imponer el enfoque más adecuado propuesto por cada uno de ellos. Pero sin duda significó la incorporación no tan solo en la Universidad sino también en la ciencia.

            El desarrollo científico y profesional en ese nuevo escenario paradigmático y universitario supuso una nueva realidad que luchaba por encontrar su espacio tanto en la ciencia, generando y consolidando conocimiento propio, como en la sociedad a la que debía dar respuesta mediante la prestación de cuidados profesionales fundamentados científicamente. Pero este desarrollo tenía barreras que impedían alcanzar los máximos niveles de crecimiento como los de cualquier otra disciplina, lo que condujo también a un agotamiento del paradigma y a una obsolescencia psicológica al creer que se tenía que sustituir el antiguo paradigma por uno nuevo, aunque aún no se hubiese agotado la vida útil del anterior.

            Entre el deseo de las enfermeras por lograrlo y los cambios en el sistema educativo superior con la implantación del denominado Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), se produjo el deseado cambio de paradigma desde el que ya era posible el máximo desarrollo académico desde la disciplina propia de Enfermería, lo que dio paso a que se propiciara un nuevo proceso de ciencia formal tal como describiera Kuhn.

            Pero este cambio generó también tensiones y disputas entre las/os defensoras/es de los diferentes paradigmas que persistían en sus intentos por mantenerlos, aunque los mismos hubiesen quedado claramente obsoletos o se hubiese demostrado su nulidad.

            El cambio, por tanto, no fue un proceso racional perfecto a pesar de las evidencias científicas que así lo avalan, al no lograr el consenso de los diferentes planteamientos ante el paradigma diferente o alternativo, provocando un debate que no lleva a ninguna parte entre los defensores de uno u otro paradigma centrado claramente en las figuras aún coexistentes de ATS, DUE, Enfermeras, desde los que se interpreta el nuevo contexto en el que nos situamos y que como ya expresase Kuhn posiblemente no se resuelva hasta que no desaparezcan (sin necesidad de que mueran) quienes representan dichos paradigmas y/o posicionamientos.

            Además, debemos tener en cuenta que la pandemia que estamos padeciendo, supondrá el planteamiento de un nuevo paradigma que responda al contexto de cuidados que se presenta y para el que las enfermeras sin duda estamos preparadas para generar y afrontar con garantías el cambio que ineludiblemente nos llevará al inicio de un nuevo ciclo como parte de la revolución científica que se genere.

            La obsolescencia, no la programada, y el cambio de paradigma, por lo tanto, siguen vigentes y deben suponer la perspectiva de adaptación a la dinámica social, científica y profesional que toda ciencia, y la enfermería lo es, precisa.

            Renovarse o morir. Mejor, mucho mejor, renovarse.

[1] Sánchez-Cerezo de la Fuente El pensamiento de T.S. Kuhn. Consultado en https://www.webdianoia.com/contemporanea/kuhn.htm#:~:text=Kuhn%20define%20paradigma%20de%20la,soluciones%20a%20una%20comunidad%20cient%C3%ADfica.&text=Pero%20podr%C3%ADamos%20verlo%20tambi%/C3%A9n%20partiendo%20del%20paradigma%20de%20la%20teor%C3%ADa%20helioc%C3%A9ntrica [08/12/2020]

Vicente Ortún: «No faltan médicos, el problema grueso lo tenemos en enfermería»

ENTREVISTA | El experto en salud pública subraya que un 1% de los funcionarios del Estado hubiera cubierto las 30.000 plazas de rastreadores necesarias

David Cobo 10/12/2020 09:58 pm

A menudo abordamos la gestión de la pandemia como una dicotomía: la economía y la salud. Los últimos meses, voces por un lado y por otro han alternado, legítimamente, la exposición de los intereses de su sector. Vicente Ortún, en cambio, vive los dos mundos como un conglomerado y se ha dedicado a estudiar juntos durante toda una carrera. Actualmente es director del Master en Administración y Dirección de Servicios Sanitarios de la UPF Barcelona School of Management, pero en el pasado había asesorado a los gobiernos catalán y español y había llegado a ser presidente de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas) y de la Asociación de Economía de la Salud (AES). También fue decano de la Facultad de Economía y Empresa de la UPF.

En esta entrevista con el TODO Barcelona, ​​se muestra fulminante con las trabas burocráticas a la hora de gestionar la salud pública. De hecho, protesta porque se hayan tenido que buscar rastreadores cuando el 1% de los funcionarios del Estado hubieran sido suficientes para cubrir la emergencia. Con todo, avisa que ahora nos dirigimos a un mundo «aún más» globalizado y no faltarán nuevos retos.

Había visto un trabajo sanitario y científico tan acelerado como el de estos últimos meses?

El VIH ha matado 36 millones de personas en el mundo y tardó tres años en ser secuenciado. El SARS CoV-2 acabará matando dos millones, o dos y medio, y tardó un mes en ser secuenciado. Esto es lo que permite hacer vacunas. La aceleración, sin embargo, no sólo se ve aquí. Se ha producido en todos los ámbitos, tanto científicos como sociales. Las vacunas dan titulares, y son importantes, pero hay aspectos que no dan titulares y tendrán efectos permanentes.

A que se refiere?

El alcance de la pandemia lo ha cambiado todo. Un campeonato mundial de fútbol lo miran mil millones de personas en el mundo. Las guerras las viven 100.000 personas o 200.000 a lo sumo. El primer evento que ha vivido toda la humanidad en todas partes ha sido esta epidemia. Ni una guerra, ni un desastre natural, nada. Esto crea una conciencia diferente y hará que todavía nos globaliza más.

Como lo notará un barcelonés?

Ya se está viendo. Desvincular la presencia física del mundo laboral hará que el mercado de trabajo sea más global, cuando justamente parecía que se enfriaba esta tendencia antes de la pandemia. Ahora esto se acelerará. Excepto los trabajos de servicios, como los peluqueros, camareros y otros oficios presenciales, el resto se globalizará.

Las vacunas son un ejemplo de producto globalizado.

Sí, y ya se está viendo que expondrá un conflicto de bloques. La occidental, con Estados Unidos a la cabeza, y la oriental, con China. Nosotros qué vacunas tendremos? Las occidentales: Pfizer, AstraZeneca. Las vacunas chinas y soviéticas también se han mostrado eficaces, pero buscarán otros mercados, otros países.

No se ha oído hablar tanto, de la vacuna china. ¿Qué sabemos?

Que lo han hecho fuera de China, en gran parte. Es curioso, pero es así. Los ensayos clínicos se realizarán con vacuna y placebo para ver quién se infecta y quién no, pero por supuesto, para que esto funcione debe haber virus circulante. Como China no había, han tenido que hacer a otros países con los que ya se habrán comprometido, imagino, a ofrecerles buenas condiciones para distribuir en ellos la vacuna.

¿Qué otra factura deja la pandemia?

Aquí tendremos unos efectos particularmente claros. El país que más ha sufrido el impacto de la Covidien-19 es España. Es lo que tiene la tasa acumulada más alta de muertes por Covidien por millón de habitantes, sacando cuatro países pequeños. También tiene la mayor caída de producto interior bruto (PIB) en Europa. Sabemos que es porque nuestra economía depende más del turismo, del viaje y de la hostelería que ninguna otra economía de Europa.

Qué implicará?

De momento, poco. España está endeudando con tipos negativos a través de Europa y esto puede dar una cierta tranquilidad. Ahora bien, la situación no será eterna, porque Alemania, Holanda y Suecia se harta un día. Y dirán: «Muy bien, en 2020 manga ancha y en 2021 también, pero en 2022 será necesario que comience a devolver los préstamos». No viviremos siempre con permiso para endeudarnos y gastar por encima de lo que ingresamos con la excusa que nos estamos rehaciendo de la pandemia.

Actualmente, le preocupa más la economía que la salud?

Aunque la gente haya sido muriendo sólo con 5 años de pérdida de vida de promedio, en España llevamos casi 50.000 muertos. Esto significarían 250.000 años de vida perdidos. A poco que los valores, esto tiene un peso aún mayor que la pérdida económica.

Vicente Ortún, en el exterior del edificio universitario donde trabaja / Jordi Play

Para el virus hay vacunas. Para reponerse económicamente, el erario público necesita más ingresos y menos gastos. Usted propone subir algunos impuestos. Pero como se reduce el gasto en plena crisis sin recortar derechos sociales?

Esta es la parte difícil, pero hay una cosa muy clara: en España hay tres millones de trabajadores públicos y no en todos los ámbitos s’excel·leix ni todos los profesionales son imprescindibles en un momento excepcional como el que hemos atravesado. Hay trabajadores de la función pública que, en la práctica, han aprovechado para hacer vacaciones. Mientras tanto, ¿verdad que eran necesarios 30.000 rastreadores? Esto es un 1% de los funcionarios públicos. Si haces una llamada a todos los funcionarios para que se necesita alguien que sepa hablar, llamar por teléfono y hacer seguimiento, no se podían encontrar 30.000 personas que tenían servicios anulados? Este es el problema de la gestión pública.

La estructura del Estado ha influido en la pandemia en España?

Los próximos meses surgirán todo tipo de estudios que expliquen el impacto diferenciado de la pandemia según el país, y se contemplará la estructura de salud pública o el tiempo que hacía que el virus circulaba antes de declarar la emergencia, y muchos otros aspectos. Pero al final quedará otra idea que para mí es la más difícil de medir. Es el detalle de hasta qué punto se tiende a hacerlo bien o mal, en un territorio. Uno de los padres de la medicina, William Osler, tiene una frase que dice que «más importante que saber qué enfermedad tiene una persona, conviene conocer qué persona tiene la enfermedad». Aplicado a la pandemia, quedaría la idea de que más importante que saber qué epidemia tiene una sociedad es conocer la sociedad que tiene la epidemia. Ahora bien, la variable que hace que un país acabe de funcionar un poco mejor o peor, este concepto, será difícil de medir. Es claro que esto ha influido. De normal, todo cuesta demasiado.

Los recortes a raíz de la crisis no han tenido un peso, también, en la pandemia?

Seguro que los recortes, que se hicieron porque no había más alternativas en un momento sensible, han jugado un papel. Pero esto no explica el impacto de la pandemia. Confío más en la explicación de Osler que en la explicación de los recortes. Los recortes me preocupan, pero no tanto por la respuesta a la pandemia como por otra evolución que parece que no vemos. En Madrid cada vez se utiliza más la sanidad lucrativa y no la pública, sobre todo en partes y visitas a especialistas. Aquí vamos por el mismo camino. Si vivimos en un mundo que cada vez utiliza menos la sanidad pública, quien votará los partidos que defienden financiar la sanidad pública? El Estado del bienestar es que la gente esté dispuesta a pagar impuestos a cambio de una educación y una sanidad para todos, y que se repartan los recursos según la necesidad clínica, no el incentivo monetario. Si esto fracasa, el Estado del bienestar fracasa. Y si la sanidad termina siendo una sanidad para pobres, tendremos una sanidad pobre.

Muchos usuarios se han quejado del colapso de la Atención Primaria, los enfermos crónicos han sufrido un descenso en la atención y el funcionamiento de los rastreadores se ha mostrado ineficiente. La gestión política de la pandemia desprestigia la sanidad pública?

El problema de la gestión pública no viene de ahora. De hecho, a nivel político, fue gracias al estado de alarma que por primera vez en este país se hizo gestión sanitaria flexible. Normalmente si se quiere cambiar turnos, para que en vez de hacer turnos de ocho horas se necesitan de doce horas, debes pedir 25.000 permisos y tardas 8 meses. Como mínimo, con la ley de excepción se podían cambiar turnos y se podía pedir a los cardiólogos si querían ayudar a respiratorio, o los de reanimación si querían ir con los de anestesia. Y la gente decía que sí. Esto fue clave en la respuesta sanitaria.

Los hospitales se reconvirtieron y muchos trabajadores hacían todo lo que estaba a su alcance por responsabilidad. Sin embargo, sigue faltando personal y la respuesta que nos llega una y otra es el «no hay más». ¿Cuál es la solución del rompecabezas?

En este país no faltan médicos. Tenemos más que a otros países importantes de Europa. Lo que hace falta es dar polivalencia a los médicos que tienes sin hacer nada, que pueden ser muchos ante una situación como la Covidien-19. Un psiquiatra evidentemente no puede ir a quirófano, pero quizá sí un dermatólogo con conocimiento de aquel campo. También entre cardiología, respiratorio y anestesia puede haber circulación. En situaciones normales no se quisiera un cardiólogo a respiratorio. Pero en contextos como el actual, ayuda.

Y la enfermería?

Este es el problema grueso. La exigencia mayor en la asistencia a un paciente está en enfermería. Quién garantiza atención y cuidados las 24 horas es enfermería. Y en eso sí que padecemos. Desde hace 40 años. El ratio enfermeras / médicos es tres veces más alta en el Reino Unido que en España.

¿Por qué?

A vueltas. Por un tema de gestión pública. Porque los profesionales de la enfermería, como tanta otra gente, lo que les gustaría es tener una cierta estabilidad en el trabajo y no tener contratos que duren un día, una semana o un mes. Y en este momento, se les está haciendo firmar contratos temporales y con rotaciones excesivas. Los sueldos son bajos, pero no es eso lo que más quema. Lo que más quema es ser en Barcelona hoy y en Vilafranca la próxima semana. Y el próximo mes, no lo sé. Y en verano, en Cadaqués. Esto no es trabajar de manera digna.

Vicente Ortún, que también había trabajado para la OMS, después de la entrevista / Jordi Play

La inestabilidad golpea sanitarios y pacientes.

Una profesión como la de medicina o enfermería necesita tener longitudinalidad. Si estás en Atención Primaria, debes conocer tus pacientes. No puedes ir al ambulatorio y encontrarte alguien nuevo cada vez que vas. Es un disparate. Y es por ello que una parte de la expulsión de profesionales no se debe tanto a condiciones estrictamente salariales sino a una precariedad que se cronifica hasta que la persona tiene 50 años. Una enfermera no puede esperar a los 50 años para estabilizarse.

¿Cómo se soluciona?

La solución inmediata, para salir del paso, es ir a otro país donde encuentres gente dispuesta a venir. La solución no inmediata es que la gente, cuando termine, encuentre formas de acceso a la función pública que no sean las que tenemos ahora. Que sean más normales, en definitiva, que enlazar 10 o 15 años de contratos temporales. A una enfermera le ofreces unas condiciones de estabilidad y se te queda encantada, no se va a Irlanda para siempre.

En los picos asistenciales se han derivado pacientes a la sanidad privada. El papel de estos centros debería haber sido diferente?

Yo sólo conozco directamente el caso del Hospital del Mar, que cuando se desprogramar intervenciones y se tuvieron que liberar quirófanos, envió cirujanos en la Teknon y fue de coña. Como el Mar no podían operar, los enviaron allí. Se hizo un acuerdo y funcionó. Si todo el mundo lo ha hecho así, nada que decir.

AGEUSIA Y ANOSMIA EN EL AÑO DE LAS ENFERMERAS Y MATRONAS

La pandemia, que mantiene viva la atención de todo y de todos, vino a instalarse justo cuando la OMS había declarado 2020 como el año de las enfermeras y las matronas en todo el mundo y en el marco de la campaña Nursing Now.

            Cuando no se llevaban ni tres meses del que estaba a ser llamado un año de referencia, visibilidad y reconocimiento de las enfermeras, la COVID 19 eclipsó de manera total cualquier posibilidad de celebración.

            A los contagios, la enfermedad, los confinamientos, las medidas de seguridad, la muerte… se unieron las consecuencias económicas, sociales, políticas, que sumieron a los países de todo el mundo en una carrera por la supervivencia y la lucha contra la pandemia.

            Y en medio de esta figurada contienda que algunos quisieron trasladar al ambiente bélico como si del rodaje de una película se tratase, emergieron con fuerza las figuras de los profesionales sanitarios en general y muy particularmente el de las enfermeras.

            Desde un confinamiento forzoso y forzado la ciudadanía adoptó como propia la denominación de héroes y heroínas que a alguien se le ocurrió correspondía a quienes combatían en primera línea contra el virus en condiciones no siempre seguras para su propia seguridad. A la desafortunada denominación se unió la escenificación de fervor y reconocimiento verpertina de los aplausos desde los balcones o ventanas, que sin querer quitar el significado que se pretendía otorgar a los mismos, acabó convirtiéndose en una sistemática forma de reunión vecinal en la que se intercalaban representaciones musicales, deportivas, corales… en un intento por paliar los efectos de un confinamiento tan largo como pesado de soportar. De tal manera que realmente ni las capas ni los aplausos lograban trasladar lo que verdaderamente necesitaban las/os profesionales que eran equipos de protección, planificación de las acciones, refuerzos de personal, decisiones coherentes, evidencias científicas y menos ocurrencias y disputas políticas en las que, muchas veces, eran utilizadas/os como arma arrojadiza o parapeto de sus mediocres discursos e intenciones.

            El tiempo de confinamiento dio paso a una esperada, anunciada, deseada y precipitada desescalada que fue la antesala de nuevos contagios y la aparición, tras una tan artificial como mentirosa normalidad turística-estival, de una segunda ola dispuesta a dejar claro que la pandemia ni se había acabado ni tenía intención alguna de hacerlo. Una vez más las/os profesionales sanitarias/os tuvieron que redoblar sus ya mermados esfuerzos para hacer frente a las nuevas acometidas del virus, aunque ya desprovistos de su condición artificial y artificiosa de heroicidad y sin reconocimiento vespertino en forma de aplauso colectivo.

            En esta nueva situación las luchas políticas, tanto nacionales como entre territorios autonómicos, vinieron a desviar la atención del campo de batalla en el que realmente se libraba esa hipotética guerra entre las/os profesionales y el virus, para situarlo en los espacios políticos en donde se debería intentar hacer frente común a la pandemia, pero que se convirtieron en circos de varias pistas en las que siempre había lugar para la sorpresa, el desconcierto y como no para las payasadas de nuestros representantes populares tanto en forma presencial como virtual. Tanto éxito tuvo que incluso el celebérrimo y aplaudido Cirque du Soleil anunció su cierre al no poder resistir la competencia. Los medios de comunicación, mientras tanto, sufrían de infodemia dada la excesiva información generada por el virus de la que no saben o no quieren eliminar bulos, rumores, mentiras… que se incorporan como ingredientes imprescindibles de sus mediáticos espacios en una carrera alocada por lograr audiencias, lo que provoca incertidumbre, alarma y distorsión de una realidad en la que resulta muy complejo identificar las fuentes fiables de las que no lo son y en la que las enfermeras seguimos sin ser conocidas, percibidas ni reconocidas, más allá de algunos conflictos laborales.

En esas pistas circenses, por tanto, se representan de forma simultánea las comparecencias de quienes, en principio, son los representantes y expertos oficiales de los poderes públicos, las de quienes se encargan de tirar “pasteles” a estos y las de los periodistas espectáculo que a modo de domadores tratan de calmar a las “fieras” que sitúan en sus jaulas televisivas, radiofónicas o, en menor medida, de la prensa escrita, para, entre rugidos y zarpazos imponer su fuerza aunque la misma esté exente de argumento alguno. El resultado es el miedo, la incertidumbre, el bloqueo la descalificación interesada y la identificación de culpables repartida entre decisores políticos y colectivos sociales para que la población confundida arremeta contra unos y otros, favoreciendo la estigmatización de determinados grupos sociales y con ella la confrontación que lo único que logra es dificultar las medidas de prevención de la COVID. Todo ello al margen de la participación activa de la comunidad a través de sus representantes o líderes.

            En todo este panorama de confusión y espectáculo lamentable, las/os otrora heroínas/héroes, han pasado a ser villanas/os y la presión de una situación que no logra ser controlada provoca cada vez más desconfianza hacia ellas/os como si fueran las/os culpables, cuando son tan víctimas o más que el resto de la ciudadanía.

            El año se agota y con él la vana esperanza de que el que estaba destinado a ser el de las enfermeras y matronas deje algo más que deseos incumplidos, visibilidad oculta, reconocimiento puntual y desigual, confusión y muchas incertidumbres.

            Sin embargo, nadie ni nada va a poder ocultar, aunque no se pueda celebrar, la gran aportación que a la salud de la comunidad han venido realizando las enfermeras en todo momento, circunstancia, ámbito o escenario en los que han desarrollado sus competencias y prestado sus cuidados profesionales. Muchas son las experiencias, vivencias, recuerdos, agradecimientos… de quienes, en medio del sufrimiento de la enfermedad y el aislamiento, han sabido reconocer su valiosa aportación sin saber que este era o no su año. Lo que verdaderamente quedará en su recuerdo es la atención integral más allá de su contagio, el contacto de la mirada como única forma de hacer efectiva esa atención próxima y humanizada, la permanente compañía en ausencia de la que deseaban tener y se les negaba, las palabras de empatía como parte de un cuidado tan necesario como deseado, la escucha activa a sus necesidades y demandas, la sonrisa que era capaz de traspasar la mascarilla, la experiencia reflejada en sus intervenciones, la ciencia acompañando sus decisiones.

            Pero ni el año dedicado ni la dedicación de las enfermeras en esta pandemia han logrado ser percibidos por parte de gerentes de instituciones de salud quienes tan solo las identifican como recursos humanos necesarios, aunque no valorados; por decisores políticos que simplemente las ignoran; por las/os periodistas que ni saben ni tienen intención de saber lo que son y hacen más allá de situarlas a la sombra de la única figura que identifican y visibilizan en un mundo de enfermedad, sanidad, tecnología, asistencia, hospitales y curación, como únicos escenarios o conceptos conocidos y reconocidos, dada la ageusia y la anosmia que padecen a pesar de no estar infectados por el virus.

            Se trata de una pérdida del sabor y el olor como metafórica percepción de los valores y las aportaciones profesionales específicas de las enfermeras.

            Puede parecer, que tengan poco que ver el olfato y el sabor como sentidos relacionados con la percepción de las enfermeras. Sin embargo, considero que nada más lejos de la realidad. Porque me van a permitir que les diga, y espero coincidan conmigo, que la empatía, la escucha activa, la compañía, la cercanía, la experiencia, la ciencia, tienen olores que nos permiten identificarlos y que, no necesariamente, van a estar ligados a aromas concretos. Pero que huelen de una manera específica que permite identificarlos y valorarlos. Posiblemente de ahí venga el dicho de “tener olfato”.

Y si no, fíjense en estas palabras escritas por Isabel Allende: Catalogaba a la gente a través del olfato: Blake, su abuelo, olía a bondad, una mezcla de chaleco de lana y manzanilla; Bob, su padre, a reciedumbre: metal, tabaco y loción de afeitar; Bradley, a sensualidad, es decir, a sudor y cloro; Ryan Miller olía a confianza y lealtad, olor a perro, el mejor olor del mundo. Y en cuanto a Indiana, su madre, olía a magia, porque estaba impregnada de las fragancias de su oficio[1].”

El gusto, por su parte, está vinculado al olfato, a lo que percibimos a través de él. Y hablaba de la importancia de percibir y diferenciar los olores de las acciones y aportaciones enfermeras que si se combinan con el poder del gusto se pueden diferenciar múltiples matices en la percepción de las enfermeras, como el sabor aplicado a un ambiente o sentimiento. Y de esa manera se tiene la oportunidad de reconocer el sabor del cuidado.

Pero que nadie se lleve a engaño. Esto no es la simplicidad de la compañía, de lo cotidiano, de lo doméstico, que es donde siempre han querido situar a los cuidados mediatizados por el desarrollo científico positivista, que propició una fundamentación de la división sexual del trabajo extrapolado del núcleo familiar.

Por lo dicho, saber identificar los olores y los sabores de las acciones y las aportaciones de las enfermeras es una forma, entre otras muchas, de valorarlas, reconocerlas, visibilizarlas por lo que son y hacen y no por lo que otros determinan y confundirlas por lo que no son ni representan.

Por lo tanto, las enfermeras, no están ligadas tan solo a una interpretación, un estereotipo o un tópico, sino que forman parte, como dijo Susan Sontag[2] de la inteligencia, que es realmente una especie de sabor: el gusto por las ideas y los conocimientos, que se transforman en ciencia, la ciencia enfermera.

            Tan solo nos cabe desear y esperar que la vacuna que se anuncia salvadora no tan solo acabe con la pandemia de la COVD 19 sino que pueda acabar también con las pertinaces ageusia y anosmia, entre otras destacadas carencias sensoriales, de quienes las padecen y que les impide conocer y reconocer a las enfermeras, o lo que es peor, les impide identificar y valorar los cuidados profesionales que prestan y que resultan imprescindibles en este escenario de cuidados que la pandemia va a dejar tras su fatídico paso.

            Si esto se produjese, la pérdida del año de las enfermeras y las matronas por efecto de la pandemia, habría que darlo por bueno dado que cuanto menos empezaríamos a ser percibidas, identificadas y valoradas por nosotras mismas y nuestros cuidados.

            La denominación de un hospital, al margen de polémicas e incapacidades políticas y de gestión, con el nombre de “Enfermera Isabel Zendal”, tiene que ser el principio de una naturalización en el reconocimiento y valoración de quienes dedican sus cuidados profesionales al mantenimiento, recuperación o rehabilitación de la salud de personas, familias y comunidad.

            Sería bueno que se empezasen a identificar los olores y los sabores de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes los prestan, las enfermeras.

[1] Isabel Allende. El juego de Ripper. Plaza y Janés 2014.

[2] Susan Sontag (nacida como Susan Rosenblatt, Nueva York, 16 de enero de 1933-ibídem, 28 de diciembre de 2004). Escritora, novelista, filósofa y ensayista, así como profesora, directora de cine y guionista estadounidense.

PROCASTINACIÓN ENFERMERA. ENTRE FELIPE Y MAFALDA

La procrastinación, es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables por miedo o pereza a afrontarlas.

            Procastinar, se asocia a la ansiedad provocada por la identificación de una actividad pendiente y la falta de voluntad por llevarla a cabo. No se trata por tanto de una cuestión de prioridades, sino de las sensaciones que la actividad pospuesta genera, tales como dificultad, desafío, peligro, inquietud… que se traducen en estrés, sirviendo de excusa para retrasar su realización sin plazo determinado y que se convierte en un permanente efecto de estar apagando fuegos al supeditar lo importante con aquello que se identifica o prioriza como urgente en un dilema constante entre lo que hay que hacer y lo que realmente se hace.

            Felipe, amigo íntimo de Mafalda, encarna a la perfección esta permanente procastinación y nos acompañará en el relato de mi reflexión ilustrando algunas de las ideas que trato de trasladar.

Así pues, tengo la sensación de que las enfermeras estamos inmersas en una permanente procastinación que nos impide actuar con determinación para resolver aquellos temas que tenemos pendientes y que, siendo importantes para avanzar científica, profesional y socialmente, las postergamos sine die para dar respuestas a otros que no tan solo no contribuyen a nuestro desarrollo, sino que incluso suponen un serio impedimento para el mismo.

            Se especula permanentemente sobre la capacidad de las enfermeras para afrontar situaciones complejas que suponen, además, conflictos tanto internos entre sus propios miembros como externos con otros profesionales o sectores como la política o los medios de comunicación. Pero realmente considero que para nada se trata de una deficiencia de aptitudes sino más bien de una actitud displicente que alimenta el desaliento para afrontar y resolver una determinada situación al provocar las mismas dudas sobre los beneficios que, tanto individual o colectivamente, pueden aportar o por la falta de confianza en el éxito que puedan reportar.

            Ante esta permanente duda se prefiere aparcar la decisión de acometer la acción que pueda resolver el tema pendiente, optando en su lugar por la ejecución de cualquier otra que sirva de excusa a posponerla, o bien, simplemente de pasar directamente a la inacción, el conformismo o la pasividad. Ambas impiden hacer lo que se debiera, pero la segunda opción nos sitúa en una posición de permanente parálisis de la que resulta cada vez más difícil salir y que acaba provocando un contagio colectivo ante el que, quienes optan por resistirse al mismo son identificados como enemigos contra quienes hay que actuar para impedir tan siquiera la simple posibilidad de un cambio de actitud o escenario en los que se han instalados y que eufemísticamente se denomina zona de confort, pero que realmente se trata de un escenario incierto en el que la actitud de mediocridad de quienes la adoptan, lo son o la toleran, acaban por naturalizar conductas por el simple hecho de perpetuarlas en el tiempo hasta convertirlas en norma, no tan solo de comportamiento, sino incluso, que es más peligroso, de pensamiento.

            Se entra por lo tanto en una espiral de la que resulta muy difícil salir por la confusión que genera o atrapados en una tela de araña en la cual cada movimiento por intentar abandonarla supone una mayor adherencia a la misma que acaba con el ataque de quienes la tejen como trampa mortal para acabar con los que en ella caen, en su intento por acometer las acciones pendientes.

            La procastinación, por tanto, pasa a formar parte de la acción enfermera al identificar la posibilidad de éxito como una utopía que es inalcanzable. Se opta por construir o dejarse seducir por una realidad paralela desde la que creer que estamos en una posición de privilegio o de poder, cuando realmente se trata de una situación inestable de desequilibrio, invisibilidad, subsidiariedad y ralentización permanentes.

            Otra excusa recurrente que favorece la presencia constante de la procastinación es, sin duda, la alusión a una tan hipotética como falsa falta de tiempo. Excusa universal, que las enfermeras hemos interiorizado con absoluta naturalidad como respuesta ante cualquier planteamiento de acción, iniciativa, innovación o desarrollo, como si su simple verbalización ya fuese suficiente y válido argumento para justificar la posición de procastinación.

            A la indecisión y la falta de tiempo, se unen el miedo y la angustia, de saber y reconocer que existen aspectos de nuestra profesión/disciplina que requieren intervenciones decididas y valientes que permitan eliminar rutinas, estereotipos, tópicos, inercias… pero ese mismo miedo y angustia ante la perspectiva de un cambio que se identifica, en muchas ocasiones, como necesario e inaplazable, son los mismos que provocan la constante postergación de las decisiones para acometerlo, quedando sumidos en ese lamento permanente e inútil en el que nos refugiamos desde un victimismo escénico que no logra convencer ni vencer.

            De manera sistemática se incorpora en nuestro imaginario y en nuestra realidad la visualización de los temas pendientes y en base a hechos puntuales que nos despiertan del letargo victimista y quejumbroso parece como si estuviésemos en disposición de acometer, finalmente, la tarea pospuesta durante tanto tiempo, pero todo queda en palabras con muy buenas intenciones que rápidamente son sustituidas por nuevos aplazamientos de las decisiones necesarias en un efecto “gaseosa” en el que el movimiento provocado por los hechos que nos afectan provoca una efervescencia que aparentemente parece pueda ser suficiente para vencer el miedo, la angustia, la indecisión y la falta de tiempo, pero que, lamentable y rápidamente, se pierde en una explosión tan aparente como ineficaz tras la que dicho efecto queda convertido en una insípida apariencia que nos retorna a la posición de procastinación.

            Ante esta realidad ¿debemos asumir que la procastinación es ya parte de nuestra idiosincrasia profesional? O cuanto menos, ¿debemos aceptar como inevitable la ausencia de decisión para cambiar ciertos aspectos que nos identifican tanto como nos molestan?

            Sinceramente creo que ni lo uno ni lo otro. Estoy seguro de que tenemos herramientas, conocimientos, convicciones, estrategias… que nos permiten acometer cualquier situación de las que nos mantienen con una indefinición que ni nos corresponde ni merecemos, pero que contribuimos a perpetuar, desde la indecisión y el miedo, y nos impide actuar con determinación.

            Ni la inacción de unos, ni la presión de otros, ni la indecisión de muchos, puede ni debe seguir alimentando la procastinación enfermera. La profesión, las enfermeras y la sociedad, merecen una respuesta reflexiva, rigurosa, decidida y, sobre todo, inmediata a la actual situación que, por otro lado, es aprovechada por quienes mantienen ideas, planteamientos, estructuras, posicionamientos… que actúan tanto como resorte y refuerzo para la procastinación enfermera, como modeladores de nuestra imagen y aportación específica. Tan importante, pues, resulta la iniciativa de acción, entendida como el movimiento necesario para acometer el problema, como la intervención propiamente dicha para afrontarla y cambiarla.

            Las enfermeras debemos identificar las fortalezas de nuestros referentes, que poseen la experiencia y el conocimiento necesarios para dotar de madurez a la enfermería y a las enfermeras. Así como las oportunidades que ofrecen nuestras organizaciones, asociaciones y sociedades en tanto que reguladoras, dinamizadoras y vertebradoras de las acciones necesarias para vencer las resistencias y la parálisis. Pero para ello resulta imprescindible abandonar la permanente actitud de ignorancia o falta de reconocimiento y respeto hacia quienes están en disposición y posición de aportar su bagaje profesional y científico. No se trata de generar ídolos de barro, ni iconos de adoración, sino de admitir la valiosa aportación que nos ofrecen desde la generosidad y disponibilidad para contribuir a generar la fuerza y el valor necesarios que nos impulsen a generar respuestas eficaces a los retos pospuestos con decisión y determinación.

Así mismo debemos implicarnos en el cambio que requieren las organizaciones profesionales y científicas enfermeras para adaptarlas a las necesidades que tienen las enfermeras para lograr su visibilización y desarrollo y de esta manera lograr vencer las situaciones en las que algunas de ellas se configuran únicamente como contextos de parálisis, inmovilismo y mercado de oportunidades para unos pocos, en lugar de ser plataformas de igualdad, confianza, apoyo y oportunidades de mejora continua para el colectivo en su conjunto. Tan solo desde la fortaleza y la confianza en las mismas lograremos la madurez que profesionalmente requerimos para cambiar la angustia y el miedo por la serenidad y valor que nos permitan aumentar y enriquecer nuestra estima, desde la que impulsarnos de manera decidida y valiente a cambiar o adaptar todo aquello que sigue frenando el avance que necesitamos. Es preciso soltar el lastre que supone nuestra procastinación, para sentirnos libres y dejar de posponer lo que tan solo nosotras como enfermeras estamos en disposición de poder acometer. No hay un mañana, ni un después, ni tan siquiera un tal vez. Tan solo vale responder a lo importante para que no quede aparcado por lo urgente, que ni es importante ni posiblemente urgente. No dejemos que las apariencias, las demandas de otros, las quejas propias, los oportunismos, las circunstancias previsibles, el tiempo mal gestionado, la improvisación, la norma sin sentido, la razón impuesta, la falta de reflexión, la obediencia debida y no necesaria, el miedo al cambio, la indecisión que paraliza, la angustia de la ignorancia… nos sigan imponiendo una procastinación tan innecesaria e inútil como perjudicial y limitante.

No miremos hacia otro lado. No busquemos culpables. No acusemos para liberarnos. No actuemos sin pensar. No pensemos en no actuar. No dejemos de respetar y respetarnos. No creemos falsas barreras. No nos conformemos con lo que tenemos. No creamos en falsos mitos. No renunciemos a lo que nos identifica. No nos identifiquemos con lo que nos oculta. No queramos ser lo que no somos. No acatemos lo que se nos dicta. No aceptemos lo que se nos imponga sin argumentos. No asumamos nuestras debilidades, reconozcámoslas para poder vencerlas. No nos dejemos arrastrar por la mediocridad o la indiferencia. No nos pongamos más límites que los de la coherencia y la dignidad. No abandonemos nuestros ideales y nuestra esencia. No nos ocultemos, ni tan siquiera tras la profesión, la disciplina o la ciencia, enfermería, como tan habitualmente hacemos, para no identificarnos como lo que somos, enfermeras. Porque hacerlo nos sumirá en una procastinación identitaria que invalidará cualquier posibilidad de ser reconocidas por nosotras mismas y por los demás. Y cuando vayamos a querernos dar cuenta serán tantas nuestras obligaciones incumplidas, retrasadas, aparcadas, olvidadas, que como si de deudas se tratase, conducirán al desahucio de nuestras propiedades enfermeras al haberlas hipotecado con nuestra procastinación.

Porque una vez desprovistas de nuestra identidad, de nuestra razón de ser y actuar, tan solo nos quedará la posibilidad de ser subsidiadas por otros a quienes quedaremos permanentemente supeditadas, o lo que es peor que acabemos siendo eliminadas por resultar prescindibles y molestas.

No actuemos como Felipe, mejor intentemos ser Mafalda y no dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy e incluso debimos hacer ayer.