La procrastinación, es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables por miedo o pereza a afrontarlas.
Procastinar, se asocia a la ansiedad provocada por la identificación de una actividad pendiente y la falta de voluntad por llevarla a cabo. No se trata por tanto de una cuestión de prioridades, sino de las sensaciones que la actividad pospuesta genera, tales como dificultad, desafío, peligro, inquietud… que se traducen en estrés, sirviendo de excusa para retrasar su realización sin plazo determinado y que se convierte en un permanente efecto de estar apagando fuegos al supeditar lo importante con aquello que se identifica o prioriza como urgente en un dilema constante entre lo que hay que hacer y lo que realmente se hace.
Felipe, amigo íntimo de Mafalda, encarna a la perfección esta permanente procastinación y nos acompañará en el relato de mi reflexión ilustrando algunas de las ideas que trato de trasladar.
Así pues, tengo la sensación de que las enfermeras estamos inmersas en una permanente procastinación que nos impide actuar con determinación para resolver aquellos temas que tenemos pendientes y que, siendo importantes para avanzar científica, profesional y socialmente, las postergamos sine die para dar respuestas a otros que no tan solo no contribuyen a nuestro desarrollo, sino que incluso suponen un serio impedimento para el mismo.
Se especula permanentemente sobre la capacidad de las enfermeras para afrontar situaciones complejas que suponen, además, conflictos tanto internos entre sus propios miembros como externos con otros profesionales o sectores como la política o los medios de comunicación. Pero realmente considero que para nada se trata de una deficiencia de aptitudes sino más bien de una actitud displicente que alimenta el desaliento para afrontar y resolver una determinada situación al provocar las mismas dudas sobre los beneficios que, tanto individual o colectivamente, pueden aportar o por la falta de confianza en el éxito que puedan reportar.
Ante esta permanente duda se prefiere aparcar la decisión de acometer la acción que pueda resolver el tema pendiente, optando en su lugar por la ejecución de cualquier otra que sirva de excusa a posponerla, o bien, simplemente de pasar directamente a la inacción, el conformismo o la pasividad. Ambas impiden hacer lo que se debiera, pero la segunda opción nos sitúa en una posición de permanente parálisis de la que resulta cada vez más difícil salir y que acaba provocando un contagio colectivo ante el que, quienes optan por resistirse al mismo son identificados como enemigos contra quienes hay que actuar para impedir tan siquiera la simple posibilidad de un cambio de actitud o escenario en los que se han instalados y que eufemísticamente se denomina zona de confort, pero que realmente se trata de un escenario incierto en el que la actitud de mediocridad de quienes la adoptan, lo son o la toleran, acaban por naturalizar conductas por el simple hecho de perpetuarlas en el tiempo hasta convertirlas en norma, no tan solo de comportamiento, sino incluso, que es más peligroso, de pensamiento.
Se entra por lo tanto en una espiral de la que resulta muy difícil salir por la confusión que genera o atrapados en una tela de araña en la cual cada movimiento por intentar abandonarla supone una mayor adherencia a la misma que acaba con el ataque de quienes la tejen como trampa mortal para acabar con los que en ella caen, en su intento por acometer las acciones pendientes.
La procastinación, por tanto, pasa a formar parte de la acción enfermera al identificar la posibilidad de éxito como una utopía que es inalcanzable. Se opta por construir o dejarse seducir por una realidad paralela desde la que creer que estamos en una posición de privilegio o de poder, cuando realmente se trata de una situación inestable de desequilibrio, invisibilidad, subsidiariedad y ralentización permanentes.
Otra excusa recurrente que favorece la presencia constante de la procastinación es, sin duda, la alusión a una tan hipotética como falsa falta de tiempo. Excusa universal, que las enfermeras hemos interiorizado con absoluta naturalidad como respuesta ante cualquier planteamiento de acción, iniciativa, innovación o desarrollo, como si su simple verbalización ya fuese suficiente y válido argumento para justificar la posición de procastinación.
A la indecisión y la falta de tiempo, se unen el miedo y la angustia, de saber y reconocer que existen aspectos de nuestra profesión/disciplina que requieren intervenciones decididas y valientes que permitan eliminar rutinas, estereotipos, tópicos, inercias… pero ese mismo miedo y angustia ante la perspectiva de un cambio que se identifica, en muchas ocasiones, como necesario e inaplazable, son los mismos que provocan la constante postergación de las decisiones para acometerlo, quedando sumidos en ese lamento permanente e inútil en el que nos refugiamos desde un victimismo escénico que no logra convencer ni vencer.
De manera sistemática se incorpora en nuestro imaginario y en nuestra realidad la visualización de los temas pendientes y en base a hechos puntuales que nos despiertan del letargo victimista y quejumbroso parece como si estuviésemos en disposición de acometer, finalmente, la tarea pospuesta durante tanto tiempo, pero todo queda en palabras con muy buenas intenciones que rápidamente son sustituidas por nuevos aplazamientos de las decisiones necesarias en un efecto “gaseosa” en el que el movimiento provocado por los hechos que nos afectan provoca una efervescencia que aparentemente parece pueda ser suficiente para vencer el miedo, la angustia, la indecisión y la falta de tiempo, pero que, lamentable y rápidamente, se pierde en una explosión tan aparente como ineficaz tras la que dicho efecto queda convertido en una insípida apariencia que nos retorna a la posición de procastinación.
Ante esta realidad ¿debemos asumir que la procastinación es ya parte de nuestra idiosincrasia profesional? O cuanto menos, ¿debemos aceptar como inevitable la ausencia de decisión para cambiar ciertos aspectos que nos identifican tanto como nos molestan?
Sinceramente creo que ni lo uno ni lo otro. Estoy seguro de que tenemos herramientas, conocimientos, convicciones, estrategias… que nos permiten acometer cualquier situación de las que nos mantienen con una indefinición que ni nos corresponde ni merecemos, pero que contribuimos a perpetuar, desde la indecisión y el miedo, y nos impide actuar con determinación.
Ni la inacción de unos, ni la presión de otros, ni la indecisión de muchos, puede ni debe seguir alimentando la procastinación enfermera. La profesión, las enfermeras y la sociedad, merecen una respuesta reflexiva, rigurosa, decidida y, sobre todo, inmediata a la actual situación que, por otro lado, es aprovechada por quienes mantienen ideas, planteamientos, estructuras, posicionamientos… que actúan tanto como resorte y refuerzo para la procastinación enfermera, como modeladores de nuestra imagen y aportación específica. Tan importante, pues, resulta la iniciativa de acción, entendida como el movimiento necesario para acometer el problema, como la intervención propiamente dicha para afrontarla y cambiarla.
Las enfermeras debemos identificar las fortalezas de nuestros referentes, que poseen la experiencia y el conocimiento necesarios para dotar de madurez a la enfermería y a las enfermeras. Así como las oportunidades que ofrecen nuestras organizaciones, asociaciones y sociedades en tanto que reguladoras, dinamizadoras y vertebradoras de las acciones necesarias para vencer las resistencias y la parálisis. Pero para ello resulta imprescindible abandonar la permanente actitud de ignorancia o falta de reconocimiento y respeto hacia quienes están en disposición y posición de aportar su bagaje profesional y científico. No se trata de generar ídolos de barro, ni iconos de adoración, sino de admitir la valiosa aportación que nos ofrecen desde la generosidad y disponibilidad para contribuir a generar la fuerza y el valor necesarios que nos impulsen a generar respuestas eficaces a los retos pospuestos con decisión y determinación.
Así mismo debemos implicarnos en el cambio que requieren las organizaciones profesionales y científicas enfermeras para adaptarlas a las necesidades que tienen las enfermeras para lograr su visibilización y desarrollo y de esta manera lograr vencer las situaciones en las que algunas de ellas se configuran únicamente como contextos de parálisis, inmovilismo y mercado de oportunidades para unos pocos, en lugar de ser plataformas de igualdad, confianza, apoyo y oportunidades de mejora continua para el colectivo en su conjunto. Tan solo desde la fortaleza y la confianza en las mismas lograremos la madurez que profesionalmente requerimos para cambiar la angustia y el miedo por la serenidad y valor que nos permitan aumentar y enriquecer nuestra estima, desde la que impulsarnos de manera decidida y valiente a cambiar o adaptar todo aquello que sigue frenando el avance que necesitamos. Es preciso soltar el lastre que supone nuestra procastinación, para sentirnos libres y dejar de posponer lo que tan solo nosotras como enfermeras estamos en disposición de poder acometer. No hay un mañana, ni un después, ni tan siquiera un tal vez. Tan solo vale responder a lo importante para que no quede aparcado por lo urgente, que ni es importante ni posiblemente urgente. No dejemos que las apariencias, las demandas de otros, las quejas propias, los oportunismos, las circunstancias previsibles, el tiempo mal gestionado, la improvisación, la norma sin sentido, la razón impuesta, la falta de reflexión, la obediencia debida y no necesaria, el miedo al cambio, la indecisión que paraliza, la angustia de la ignorancia… nos sigan imponiendo una procastinación tan innecesaria e inútil como perjudicial y limitante.
No miremos hacia otro lado. No busquemos culpables. No acusemos para liberarnos. No actuemos sin pensar. No pensemos en no actuar. No dejemos de respetar y respetarnos. No creemos falsas barreras. No nos conformemos con lo que tenemos. No creamos en falsos mitos. No renunciemos a lo que nos identifica. No nos identifiquemos con lo que nos oculta. No queramos ser lo que no somos. No acatemos lo que se nos dicta. No aceptemos lo que se nos imponga sin argumentos. No asumamos nuestras debilidades, reconozcámoslas para poder vencerlas. No nos dejemos arrastrar por la mediocridad o la indiferencia. No nos pongamos más límites que los de la coherencia y la dignidad. No abandonemos nuestros ideales y nuestra esencia. No nos ocultemos, ni tan siquiera tras la profesión, la disciplina o la ciencia, enfermería, como tan habitualmente hacemos, para no identificarnos como lo que somos, enfermeras. Porque hacerlo nos sumirá en una procastinación identitaria que invalidará cualquier posibilidad de ser reconocidas por nosotras mismas y por los demás. Y cuando vayamos a querernos dar cuenta serán tantas nuestras obligaciones incumplidas, retrasadas, aparcadas, olvidadas, que como si de deudas se tratase, conducirán al desahucio de nuestras propiedades enfermeras al haberlas hipotecado con nuestra procastinación.
Porque una vez desprovistas de nuestra identidad, de nuestra razón de ser y actuar, tan solo nos quedará la posibilidad de ser subsidiadas por otros a quienes quedaremos permanentemente supeditadas, o lo que es peor que acabemos siendo eliminadas por resultar prescindibles y molestas.
No actuemos como Felipe, mejor intentemos ser Mafalda y no dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy e incluso debimos hacer ayer.