ANESTESIA SOCIAL Y PANDEMIA POLÍTICA Lucha de barro y mediocridad

“En muchas cosas la mediocridad es excelente.”

CICERÓN

 

En esta, lamentablemente, ya normalizada situación pandémica que estamos viviendo ni el número de contagios, ni de tasas de incidencia, ni de muertos nos estremecen. Se ha logrado ese punto de indiferencia social que nos aletarga hasta hacernos insensibles a la realidad que estamos viviendo. Como si nos anestesiasen para sacarnos una muela y no sentir dolor. El problema es que la anestesia se prolonga más allá de la extracción y se mantiene el efecto de tal manera que acabamos por no sentir nada. Tan solo una sensación de acorchamiento y de cierta parálisis a la que acabamos acostumbrándonos y que agradecemos ante la perspectiva de que el dolor pueda aparecer nuevamente.

Pero el problema, con serlo, no es tanto el hecho de esa insensibilización o anestesia social que se genera, a pesar de las machaconas cifras que los medios de comunicación difunden, en el mejor de los casos, o distorsionan, deforman o manipulan, en el peor de ellos, sin que sean capaces de hacernos reaccionar y ni tan siquiera logren hacernos pensar, reflexionar o analizar sobre el porqué de tanta insensibilización, de tanto mirar hacia otro lado o de banalizar la situación convirtiéndola en un espectáculo del que muchos quieren sacar partido. Como si de una gran oportunidad se tratase. Porque si no, no se entiende lo que está pasando, no tiene sentido la actitud que adoptamos y que lejos de conseguir hacer frente a la pandemia lo que consigue es alimentarla para que cada vez se haga más y más incontrolable. Hasta el fútbol, anestésico social por excelencia, que tantas veces ha actuado de distractor generoso de las masas, ha sucumbido a los efectos de la pandemia pasando a ocupar un irrelevante segundo plano desde el que no es capaz de captar la atención universal que antes lograba. Posiblemente porque el propio futbol y lo que le rodea también se han contagiado de esa terrible indiferencia ante lo que está sucediendo.

El panorama, más allá del dolor, sufrimiento y muerte que está ocasionando, es muy preocupante porque quienes de una manera u otra debieran actuar de manera eficaz y eficiente pero también ética a contrarrestar los efectos del COVID 19, a lo que se dedican es a unirse al virus para tratar de obtener el mayor beneficio posible de tal alianza oportunista.

En medio de este escenario, quienes, en teoría, debieran ocuparse en cuerpo y alma a trabajar de manera totalmente entregada y sin mayor interés que el bien común de toda la sociedad a la que dicen deberse, las/os políticas/os y los partidos en los que se integran, actúan como hooligans desde el fanatismo irracional y desmedido que practican para defender sus parcelas de poder y de influencia, que disfrazan con ideales que tan solo forman parte del maquillaje con el que engañar a quienes tienen que votarles. El pensamiento crítico, el debate racional, la negociación, el contraste de ideas, la defensa de planteamientos, las propuestas de mejora o de acción… son sustituidos sistemáticamente por la confrontación interesada, sucia y marrullera, apoyada en la descalificación personal, la ofensa gratuita, la mentira disfrazada de verdad desde la oratoria engañosa, los razonamientos perversos, la ausencia de autocrítica, la prepotencia, las intrigas distractoras, el desprecio, la hipocresía, el cinismo, la demagogia, el engaño permanente. Finalmente, todo vale con tal de mantenerse en el poder o lograr desplazar a quien está en el mismo.

Ni tan siquiera la pandemia, con todo lo que la misma está suponiendo para la población, ha logrado que ese hooliganismo político amparado por los partidos desapareciese o cuanto menos se aparcase para dar respuesta a las múltiples necesidades que la misma provoca, al contrario, protege, ampara, sustenta y alienta estos comportamientos como la mejor manera de defender sus intereses, aunque ello suponga desatender, obviar o despreciar por completo los de las/os ciudadanas/os, aunque en sus arengas propagandísticas siempre incorporen el bien común como parte de sus cánticos fanáticos.

Así pues, la pandemia se está utilizando para llevar a cabo un gran campeonato de luchas de barro en el que ni tan siquiera existen normas que permitan regular su desarrollo. Lo de menos es ensuciarse, lo que verdaderamente cuenta es derrotar, que no vencer, al adversario que se identifica como enemigo, de cualquier manera.

La sociedad, mientas tanto, contempla atónita tan increíble espectáculo al que le obligan asistir diariamente con la incertidumbre, la ansiedad, la alarma, la sospecha, las dudas… que la situación pandémica les genera y que parecen no importar a las/os luchadores.

Los medios de comunicación, por su parte, como recursos comunitarios desde los que informar y formar a la población a la que se dirigen con rigor y calidad, lo que, en muchas ocasiones hacen, es participar en el espectáculo del combate político incorporando elementos de lucha paralela televisada, radiada o narrada en función del medio que la emita. Se trata de crónicas construidas, igualmente que las de la política, desde la manipulación, las pseudoverdades, las discusiones, los disparates, defendidos por supuestos expertos que en la mayoría de las ocasiones se trata de charlatanes que aprovechan la ocasión para adquirir notoriedad y fama, aunque sea a costa de la salud comunitaria y amparados en una libertad de expresión que manosean hasta hacerla poco reconocible.

Algunas/os periodistas, en un aparente ejercicio informativo confunden términos, tergiversan la realidad, perpetúan tópicos, se apoyan en estereotipos… en una supuesta búsqueda de la verdad en la que obvian a protagonistas fundamentales, aúpan a otros prescindibles, deciden lo que es o no importante en base a sus intereses de impacto que no de realidad científica, favorecen el morbo y finalmente se posicionan con alguno de los luchadores del barro en ese sucio y manipulado espectáculo del que todas/os salimos salpicadas/os y muy pocas/os logran ver solucionados sus problemas y ni tan siquiera consiguen entender lo que pasa y lo que les pasa.

Confusión interesada, verdades encontradas, mentiras encadenadas, evidencias cuestionadas, necesidades olvidadas, intereses oportunistas… son el resultado de tan inútil combate entre mediocres.

Y en medio de políticos y periodistas, los profesionales de la salud se convierten en simples instrumentos para lograr los objetivos de unos y otros.

Los políticos ensalzando de manera demagógica y eufemística a muchos de ellos a quienes, hasta hace muy poco, no tan solo ignoraban, sino que despreciaban. Tratando de maquillar sus nefastas políticas de salud con ocurrencias en forma de hospitales de campaña o de epidemias totalmente inútiles salvo para sus intereses propagandísticos; de pruebas masivas que no sirven más que para distraer la atención de lo realmente importante; generando mesas de reconstrucción que posteriormente ignoran y olvidan; reuniendo a expertos que propongan medidas para transformar un sistema de salud caduco, ineficaz e ineficiente que luego desprecian y dejan dormir en los cajones sin fondo de su mediocridad prepotente; malgastando recursos públicos, sin planificación de ningún tipo…y, claro está, utilizando a las/os profesionales como meros medios para lograr, mantener o perpetuar sus fines aunque ello provoque en las/os profesionales, ansiedad, estrés, cansancio, agotamiento físico y mental, frustración por no poder atender como quisieran y saben hacerlo, impotencia al no obtener respuestas a sus necesidades, desilusión al no ser escuchados, rechazo al sentirse utilizados y manipulados… a pesar de todo lo cual son las/os únicas/os que hacen que la situación finalmente no sea más terrible de lo que ya es.

Por su parte algunas/os periodistas utilizan a las/os profesionales para alimentar sus espacios de duda, incertidumbre y alarma, buscando la declaración oportunista, la opinión deseada, la respuesta descontextualizada, el dato acusador… mediante entrevistas urgentes y extemporáneas de las que se extrae la información que les interesa, aunque no sea la que interese. Deformando con sus permanentes imprecisiones, olvidos, o sistemáticos errores, una realidad profesional que va más allá de la medicina, la sanidad, los equipos médicos, la curación, la técnica o los hospitales. Dejando en el camino a tantas/os profesionales a los que tan solo contemplan como sanitarios y de los que no tan solo saben muy poco, sino que parece no importarles lo más mínimo saber más sobre lo que son, hacen y aportan a la salud de la comunidad.

Periodistas que se parapetan en la ideología del medio para el que trabajan sirviendo de plataforma de apoyo a unos u otros contendientes de la lucha de barro que están dirimiendo las/os políticas/os. Convirtiéndose de esta manera en voceros de sus consignas y en defensores de sus planteamientos confrontados e irracionales, lo que no tan solo no contribuye a solucionar los problemas que estos generan, sino que contribuyen a magnificarlos y perpetuarlos a través de la interpretación interesada de una realidad que deforman. Ya se sabe que todo depende del color del cristal con que se mira.

En medio de todo, la población acaba siendo identificada como un problema en lugar de hacerlo como parte de la solución. Haciéndola responsable máxima de las consecuencias de la pandemia por no obedecer las normas que le son impuestas por las/os políticas/os que ni tan siquiera son capaces de consensuar.

Población que asiste atónita a la lucha de barro en la que se deciden las medidas que posteriormente son implantadas de manera totalmente irregular y, en la mayoría de las ocasiones irracional, en los diferentes territorios. Medidas para las que en ningún caso se cuenta con su opinión, pero para las que, sin embrago, se exige obediencia máxima. Medidas en las que tienen más influencia las consecuencias económicas y la repercusión mediática que la salud de la población a quien se exige su cumplimiento y a quien se acusa del fracaso de las mismas. Población que no entiende, porque nadie les explica. Población a la que se le acusa de hacer aquello que las/os decisoras/es les permiten hacer con sus tibiezas, indecisiones, oportunismos e intereses a la hora de tomar decisiones. Políticos que no conjugan nunca los verbos planificar ni dimitir y que son las/os verdaderas/os responsables de cuanto sucede como efectos controlables derivados de la pandemia.

No sé si la vacuna de la COVID finalmente nos sacará de esta situación pandémica. Todo dependerá, una vez más, de que la eficacia y eficiencia de las/os profesionales sean capaces de contrarrestar la mediocridad de las decisiones políticas.

Sería conveniente que la población empezase a entender que es imprescindible generar anticuerpos contra quienes son el verdadero problema de la pandemia política que padecemos y que no son otros que las/os políticas/os. Para ello no puede ni debe esperar a vacunas salvadoras, porque la verdadera inmunización tan solo se logrará saliendo del letargo anestésico al que la tienen sometida.

A pesar de unos y otros, políticos y periodistas, y gracias a las profesionales de la salud que no del sistema en el que lamentablemente prestan atención, la sociedad en su conjunto saldrá de esta situación, aunque el coste que habrá tenido que pagar para ello sea tan elevado que será necesario que finalmente se entienda que la comunidad y quien en la misma vive y convive, es la solución y no el problema.

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