“La vida no juega con cartas marcadas, ganar o perder es parte de ella”.
Paulo Coelho.
La pandemia que todo lo envuelve, que todo lo oculta, que todo lo anula, parece que tan solo nos esté generando pérdidas. Pérdidas en salud, en vidas, en convivencia, en tranquilidad, en confianza, en seguridad, en confort, en comunicación, en relaciones, en conocimiento, en tolerancia, en respeto… como si de una hemorragia de vida se tratase por la que se escapa aquello que, tan solo, o hace tanto, porque el tiempo es relativo, constituía y considerábamos como normalidad.
Una normalidad que ya no identificamos. Que ha palidecido y se ha debilitado tras tantas pérdidas que no hemos sido capaces de restituir hasta ahora. Lo que la mantiene en un estado de permanente indefinición. Hasta el punto, que ya hablamos de una nueva normalidad, dando por perdida la que se desangra irremediablemente por causa de la pandemia, pero también, no nos equivoquemos, como consecuencia de nuestras propias actitudes, acciones, inacciones, omisiones, dudas, reproches, descalificaciones, incredulidad, desconfianza, aislamiento, enfrentamientos, intolerancia… pero también, reconozcámoslo, por la pérdida, sobre todo, de nuestra capacidad de afrontamiento colectivo y del egoísmo permanente al utilizar cualquier situación en favor del interés particular, aunque hipócritamente, en muchas ocasiones, se revista de interés y servicio a la sociedad.
Y sin darnos cuenta, o sin quererlo hacer, dejamos que esa normalidad en la que vivíamos, sea reemplazada por la naturalización del dolor, del sufrimiento y de la muerte como algo consustancial a esta realidad impuesta por la pandemia y que tanto nos cuesta, no ya de entender, sino de asumir, aunque sepamos, o nos digan que debemos saber, que es por nuestro bien. Como si fuésemos niños a los que hay que imponer las normas de comportamiento sin tan siquiera explicarlas para que sean entendidas, entendibles y cumplidas, porque así lo manda la autoridad competente. Ese patriarcado y paternalismo asistencialista a los que han hecho acostumbrarse a la ciudadanía a fuerza de usurparle la capacidad, tanto de pensar por sí misma, como de actuar en consecuencia tomando decisiones. Se hace lo que la autoridad sanitaria/política dictamine, porque para eso tiene el conocimiento, la autoridad y el poder. Y la respuesta, es el aparente y aprendido acatamiento que, en muchas ocasiones, es tan solo la escenificación de una obediencia que persigue, realmente, transgredir la norma impuesta como mecanismo de rebeldía por la propia imposición sin razonamiento ni consenso y como forma de responder a la permanente sensación de estar siendo insultada su inteligencia. Como si fuese incapaz de pensar, analizar, reflexionar y decidir por si misma. Es una aproximación permanente de la ficción distópica descrita magistralmente por George Orwell en 1947, en la novela política 1984.
De tal manera que si la ciudadanía obedece la autoridad traslada mensajes de reconocimiento por su acatamiento vigilado, en un comportamiento claramente conductista para que continúe obedeciendo, al tiempo que ella se atribuye el éxito obtenido. Pero, si no lo hace, se generan discursos de culpabilidad y de irresponsabilidad exclusiva ante el fracaso de las medidas impuestas. Es decir, los éxitos son siempre de la autoridad y los fracasos siempre de la comunidad.
Cabe preguntarse, por tanto, si la realidad y con ella la normalidad perdida, hubiesen sido diferentes si se hubiese dado oportunidad a la ciudadanía de participar en el afrontamiento ante la pandemia, en lugar de relegarla a la permanente pasividad y docilidad a la que se le somete, desde un discurso falaz y demagógico, en aras de la seguridad, la protección y la libertad, que, paradójicamente, están siendo coartadas de manera sistemática. Pero, mientras el discurso siga anclado en la identificación de la ciudadanía como problema en lugar de como solución, tan solo la imposición coercitiva y punitiva será capaz de asegurar el cumplimiento de aquello que unilateralmente se ha decidido que es lo mejor.
Se ha perdido la oportunidad de favorecer la participación comunitaria real y efectiva en la identificación de los problemas, la planificación de las estrategias, la ejecución de las acciones y la evaluación de los resultados. Una pérdida que, lamentablemente, no podremos evaluar dado que no tendremos datos que nos permitan comparar lo obtenido por presión con relación a lo alcanzado por consenso.
Finalmente, todo es consecuencia del modelo caduco imperante en el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y en la Atención Primaria de Salud (APS), en particular. Modelo que la pandemia ha desnudado impúdicamente, dejando al descubierto las múltiples vergüenzas que en forma de carencias la “vestimenta” que las cubría tan solo era capaz de ocultar o disimular, pero no de eliminar.
Nos encontramos pues ante una pérdida que debe identificarse como posible ganancia si la visualización de dicha desnudez conduce a confeccionar las ropas adecuadas que, no tan solo tapen, sino que sean capaces de cumplir el cometido que de las mismas se espera. El modelo del SNS, por tanto, requiere una urgente revisión y transformación que no se logra tan solo con la participación de la autoridad o los supuestos expertos, sino con la de todos aquellos agentes que tienen tanto que aportar.
Pero la pandemia también está dejando a su paso otro tipo de ganancias que, posiblemente, aún sea pronto para calibrar en su justa medida o de valorar su futuro recorrido.
Me voy a referir en concreto, porque sin duda habrá más, a las ganancias que afectan a las enfermeras.
Alguien podrá pensar o incluso opinar que lo que planteo no son ganancias o, al menos, no pueden o deben imputarse como efecto de la pandemia. Este es, precisamente, uno de los fines de estas reflexiones, que sirvan de base para el análisis y el debate. Porque creo que sentarse a esperar que llegue esa nueva normalidad que, como si de un paraíso se tratase, están trasladando, en un nuevo intento de mantener expectante pero pasiva a la ciudadanía, no es la mejor de las actitudes. Resulta imprescindible reflexionar sobre lo que está pasando y de cómo está influyendo en las enfermeras.
Desde luego la ganancia no se sustenta en la falsa, oportunista e inadecuada identificación de las enfermeras como heroínas, que fue más una maniobra de distracción ante las carencias que iban apareciendo que una manera real de reconocimiento y de respuesta a las necesidades que tenían para poder hacer su trabajo con calidad y, sobre todo, con seguridad.
Una de las ganancias que identifico es, sin duda, que la pandemia y su poder destructor han logrado que las enfermeras hayan sido conscientes del valor de sus aportaciones específicas, de su valor intrínseco. El dolor, el sufrimiento y la muerte acumulados en tan poco espacio de tiempo, tanto ajenos como propios, unidos a la soledad, el aislamiento y el miedo, han hecho posible que lo que durante tanto tiempo permaneció oculto, olvidado e invisible, emergiese con la fuerza de su propia aportación para ser identificado por las enfermeras como aquello que les visibiliza y reconoce de manera específica, singular e irremplazable, los cuidados profesionales. Transitar del ámbito doméstico al profesional y científico ha permitido situar la aportación enfermera en el paradigma propio, para, desde el mismo, prestar la atención integral, integrada e integradora que nos identifica, además de hacerlo desde la evidencia científica, la humanización necesaria y la utilización eficaz de la técnica.
De manera paralela, el valor del cuidado ha sido identificado y reconocido tanto por las personas atendidas como por sus familias y la sociedad en su conjunto. La simpatía, como valor casi exclusivo demandado por la población, quedaba enmascarado y era sustituido por un cuidado profesional que se identificaba como reparador, tranquilizador, sanador, cercano, empático, insustituible y necesario en momentos tan duros y en los que el aire y su incapacidad para respirarlo, no era lo único que ahogaba a las personas y a sus familias. La soledad, la incertidumbre, la ansiedad, la alarma, el miedo…requerían de algo más que oxígeno, antibióticos o incluso respiradores. El cuidado suponía una terapia que permitía mantener las ganas de vivir o acompañaban a la muerte. El tantas veces reclamado reconocimiento enfermero nos lo había facilitado, paradójicamente, la pandemia y sus efectos.
El machacón, repetitivo, exclusivo y excluyente mensaje informativo centrado en un único profesional y en una única disciplina, fue dando paso a la incorporación de las enfermeras como profesionales que no tan solo se identificaban como recursos humanos en las organizaciones sanitarias, sino como profesionales cualificados que aportaban valor, a la atención de las personas, las familias y la comunidad. La voz autorizada y rigurosa de las enfermeras empezaba a ser reclamada y difundida en los medios de comunicación tan habituados al sesgo médico, curativo y sanitarista. Su aportación específica y la identificación de competencias propias, durante tanto tiempo ligadas a la subsidiariedad, empezaban a ser relacionadas de manera clara y directa a las enfermeras. Se ha empezado a perder ese pudor irracional a llamarnos como lo que somos, enfermeras, aunque prevalezcan genéricos, como sanitarios, personal médico…tras los que aún nos parapetan algunos. La ganancia de los medios de comunicación, aun siendo incipiente, es importante por cuanto son la voz y la imagen que durante tanto tiempo ha estado alimentando tópicos y estereotipos que han impedido visibilizar la imagen profesional y científica enfermera. Es otra ganancia que la pandemia ha posibilitado.
Las/os políticas/os, posiblemente, estén siendo quienes más resistencia estén generando al valor de los cuidados profesionales enfermeros y de quienes no tan solo los prestan, sino que los sustentan desde su ciencia propia. Es esta una ganancia que identifico como diferida. Diferida por cuanto el contexto de cuidados que la pandemia dejará tras de sí, les obligará a tomar decisiones en las que la aportación y la voz de las enfermeras resultarán imprescindibles. En la medida en que se facilite el acceso de enfermeras en los puestos de responsabilidad y toma de decisiones y de que se dote del número necesario de enfermeras para dar respuestas de calidad a las demandas y necesidades de cuidados que requerirá y reclamará la ciudadanía, la ganancia será una realidad o se quedará, una vez más, en el limbo de los discursos vacíos, oportunistas e hipócritas de quienes piensan que con poner una capa o dando un aplauso es suficiente para reconocer el valor de las enfermeras. Es, posiblemente, una de las ganancias más inciertas. Pero también es cierto, que las logradas, identificadas e interiorizadas, por las propias enfermeras, la población y los medios de comunicación, dejarán poco espacio a la indecisión de las/os políticas/os a la hora de concretar tanto la participación como la valoración de las enfermeras.
No trato, en ningún caso, de establecer una cuenta de resultados con saldos positivos o negativos. Tan solo pretendo compartir aspectos que subyacen de una situación que merece análisis que vayan más allá de las incidencias, los rastreos, las hospitalizaciones, las vacunas o la inmunización comunitaria, que con ser importantes no pueden ni deben ocultar otros matices que en mayor o menor medida inciden e incidirán de manera muy significativa en aspectos sociales, profesionales, científicos, docentes, económicos… que merecen también la atención debida por ser inputs y outputs en esta balanza pandémica.
En cualquier caso, y teniendo en cuenta que serán muchas más las pérdidas y posibles ganancias a identificar en esta pandemia, no debe dejarnos impasibles lo que las ganancias descritas suponen para las enfermeras. Porque se trata de ganancias que requieren ser alimentadas desde la motivación, la implicación, el esfuerzo y la energía de las enfermeras con el fin de que no se queden en simples anécdotas o hechos puntuales que acaben desvaneciéndose con el paso del tiempo y mecidas en la complacencia y el conformismo. Se ha logrado algo muy importante, pero ahora se requiere la constancia y el rigor necesarios para que la ganancia se incorpore como algo definitivo que nos identifique y nos otorgue valor permanente. De nosotras, fundamentalmente, depende. No caigamos en el error de pensar que ya está todo conseguido o que son otros quienes tienen que trabajar o velar para que se consoliden dichas ganancias. Ganancias que, por otra parte, deben servir como punto de inflexión para la definitiva madurez de la enfermería y de quienes exclusivamente depende, las enfermeras.
Finalmente, todo esto me hace pensar si Nursing Now, no tan solo no se ha perdido, sino que ha logrado ganar. De manera diferente a como lo teníamos previsto, pero ha ganado.