“Puede que los grandes cambios no ocurran de inmediato, pero con esfuerzo incluso lo difícil puede ser sencillo.”
Bill Blackman
Los medios de comunicación se han hecho eco recientemente de algunas irregularidades en el entorno DE LAS Organizaciones Colegiales de Enfermería y más concretamente en la figura de sus máximos representantes.
Sin restarle la más mínima importancia dada la repercusión mediática, pero, sobre todo, por la que tiene en relación a la imagen que de la profesión se proyecta a la sociedad, no deja de ser algo que, lamentablemente, se ha venido produciendo con cierta frecuencia. Todo ello sin menoscabo de la rechazable, inadmisible y supuesta conducta delictiva que los hechos sacados a la luz suponen y que deberán ser dilucidados por la justicia.
Sin embargo, todo parece formar parte del escenario de corrupción en el que está instalada nuestra sociedad en los últimos años, provocando cierta naturalización e incluso ausencia de asombro por lo que de habitual tienen tales hechos.
Pero más allá del impacto que pueda provocar en la sociedad, de lo que no cabe duda es del que debe generar en la profesión enfermera, tanto de rechazo, como de preocupación y de firme exigencia para que no se vea salpicada la imagen del conjunto de la Enfermería que tanto cuesta poner en valor.
No es razonable, ni admisible, que las enfermeras asumamos como natural lo que, además de ser posibles y graves delitos, es una falta de ética absoluta por parte de quienes son nuestros representantes, nos gusten más o menos. La mujer del César, además de ser honrada, debe de parecerlo.
Y aquí es donde considero que radica el principal problema. La colonización que del Consejo General de Enfermería y de algunos Colegios provinciales han hecho determinadas personas, perpetuándose al frente de las citadas instituciones, ha conducido, en muchas ocasiones, a que se produzcan hechos delictivos, o cuanto menos rechazables, que persiguen el enriquecimiento o el beneficio personal de quienes los realizan con el dinero recaudado a todas las enfermeras.
No seré yo quien justifique conducta alguna que se desvíe del estricto cumplimiento del servicio de representación de la profesión enfermera. Pero dicho esto se precisa hacer una autocrítica colectiva con relación no ya a las conductas delictivas que no pueden ser imputadas en ningún caso más que a quien las realiza, sino con relación a cuál es la actitud de las enfermeras sobre quién y cómo lleva a cabo la gestión de los Colegios.
Empezando por los Colegios más próximos, los provinciales, las Juntas constituidas lo son tras procesos democráticos convocados con la periodicidad que marcan los estatutos y a los que lamentablemente se presentan muy pocas candidaturas. Es cierto que, en algunos Colegios, quienes mantienen un rígido y opaco control de la institución para mantenerse en los cargos, están en permanente equilibrio con la legalidad haciendo, incluso, lecturas y aplicaciones muy interesadas a sus intereses de la misma. Pero no es menos cierto que no existe interés, no tan solo en la presentación de candidaturas o en participar en la elección de las que se presentan sino, tan siquiera, en mantener cierto control sobre quienes ostentan el poder y sobre las decisiones que toman. De tal manera que se crea un escenario de impunidad en el que no es complicado crear entramados, cuanto menos sospechosos, a través de los cuales generar importantes beneficios económicos que no acaban revirtiendo precisamente en la institución y en quienes la sostienen.
Las Asambleas que por estatutos se convocan reúnen, la mayoría de las ocasiones, a un reducidísimo número de colegiadas/os, lo que facilita que se aprueben sin obstáculos cuantas medidas se plantean en las mismas. Todo aparentemente legal y democrático para hacer y deshacer como si realmente se estuviese trabajando para la profesión y sus profesionales.
Todo parece formar parte de una maniobra que impide o reduce la vigilancia de lo que se hace. Se crea una atmósfera de indiferencia y en base a la misma se logra reducir la participación de las/os colegiados y con ello su capacidad de control. Todo bajo control para ocultar el descontrol.
Los máximos representantes de estos mismos Colegios, por su parte, son quienes componen la Junta del Consejo General y, por tanto, quienes facilitan con su apoyo la gestión que ahora se sospecha fraudulenta. Por tanto, se trata de una perfecta maquinaria de conspiración y falta de transparencia, en la que los pocos Colegios disidentes son aislados o incluso acosados, con el beneplácito general del resto con el fin de seguir beneficiándose de los privilegios alcanzados.
Colegios y Consejo que, para empezar, ni tan siquiera utilizan la denominación correcta, dado que se denominan, la gran mayoría, de Enfermería. Los Colegios profesionales son, eso, de las/os profesionales, es decir de las enfermeras, y no de la Profesión, Enfermería. Son, por tanto, una excepción en el panorama colegial ya que los Colegios lo son de abogados, médicos, odontólogos, arquitectos… y no de Derecho, Medicina, Odontología, Arquitectura…
Todo esto es conocido por la mayoría, por no decir la totalidad de las enfermeras. La respuesta, sin embargo, no se concreta, salvo honrosas y aisladas excepciones, en posicionamientos firmes contra la impunidad y la nefasta gestión, sino en el conformismo y la indiferencia que tan solo se ven alterados por protestas de corrillo que no aportan absolutamente ninguna alternativa ni posibilidad de cambio.
La colegiación obligatoria es, como cualquier otra imposición, identificada como negativa y asumida con claro rechazo por quien debe pagarla, más aún cuando no percibe un beneficio de retorno que le haría identificarlo como inversión en lugar de como gasto. Pero supone una absoluta tranquilidad para los Colegios, que recaudan grandes cantidades de dinero sin el esfuerzo exigido de tener que convencer ni competir para ello. Esta circunstancia provoca una clara desafección de las enfermeras que ni se sienten representadas por “sus” colegios, al no reconocerlos como propios sino como impuestos, ni consideran en ningún momento que puedan hacer nada para revertir la situación perversa que se genera, al percibir que no existen posibilidades de modificar una situación que, incluso legalmente, cuenta con amparo para actuar como lo hacen.
Así pues, nos encontramos con una institución que aparentemente debe velar por las enfermeras pero que, sin embargo, las enfermeras no lo identifican así y lejos de representar un orgullo ser colegiadas/os, es una carga de la que desearían desprenderse.
Un colectivo de 316.094 enfermeras en España debería tener una enorme fuerza de influencia que, lamentablemente, no tiene y que se diluye en una representación, asumida como inevitable por casi todos, pero que no tiene consecuencias favorables para las enfermeras.
Llegados a este punto cabe preguntarse si tal situación es tan solo consecuencia de la codicia y las acciones para alimentarla de quienes sustentan un poder mantenido en el tiempo, o si la misma no es, en cierta manera, consecuencia de la falta de implicación por revertirla más allá de las permanentes, pero inútiles, protestas verbales sin impacto real alguno.
Ahora que afloran escándalos económicos y corruptelas o corrupciones en toda regla en el seno de instituciones colegiales, todas/os nos precipitamos a decir, “eso ya se veía venir”, “eso lo sabía todo el mundo”, “qué se podía esperar” y otros tantos chascarrillos que lo único que tratan es de lograr una cierta exculpación individual y colectiva que tranquilice las conciencias ante la vergüenza y el bochorno que provocan. Pero, sin embargo, lo que realmente encierran es un manifiesto fracaso colectivo por haber dejado que la situación llegase a este punto, ignorando una realidad que no nos gustaba y que identificábamos como, cuanto menos, sospechosa, pero en la que ni nos implicamos ni hicimos grandes esfuerzos por cambiar.
En otros países los Colegios profesionales son instituciones de prestigio y de gran influencia, respetados por todos. La pertenencia a ellos es identificada como un orgullo del que se presume y que dignifica el curriculum profesional de quien a ellos pertenece. En España son identificados como un mal que hay que asumir y del que, ni se presume ni genera identidad profesional. El Consejo General, por su parte, aún provoca menores simpatías y una capacidad de identidad casi residual.
Finalmente se junta el hambre con las ganas de comer.
Si a eso añadimos las disputas entre Colegios Provinciales y Consejos Autonómicos con el Consejo General nos encontramos con un entramado de poder en el que nadie quiere perder capacidad de influencia y mucho menos de representatividad. O bien, nadie quiere moverse para evitar no salir en la foto o que se le arrebate el sillón.
Ante este panorama, pocos o muy pocos, consideran necesarios los Colegios para sus intereses profesionales. No son capaces de identificar el valor añadido que les aportan o que les pueden aportar. Recelan de las acciones que llevan a cabo. Sospechan de la gestión realizada. Sus representantes, presidentes y miembros de Junta, no son valorados ni respetados. La capacidad de influencia en las instituciones es mínima y queda prácticamente reducida a la presencia decorativa que el protocolo determina.
Que los medios de comunicación se ocupen de los Colegios tan solo para informar de las irregularidades que en los mismos se producen y que los juzgados sean destino habitual de sus representantes, no tan solo no ayuda a que sean valorados, sino que contribuyen a generar una gran desconfianza y desafección.
Lo triste es que se ha logrado extender, como si de una mancha de aceite se tratase, esa valoración a todos los Colegios, con lo que ello significa de injusto hacia los que llevan a cabo una labor eficaz, eficiente y transparente.
No se trata de plantear si los Colegios Profesionales deben existir o no. Ese debate no es real ni tan siquiera oportuno. Se trata de analizar y reflexionar sobre qué son los Colegios Profesionales, qué pueden/deben aportar, qué deben cambiar para recuperar crédito y valor, qué esperan las enfermeras de los Colegios, cuál debe ser la implicación de las enfermeras con los Colegios, que mecanismos de control deben regir los Colegios, qué debe hacerse para sentirse parte de los Colegios, qué cambios son necesarios para adaptarlos a la realidad social y profesional… en resumen, se precisa un debate en profundidad que nazca de la propia profesión en un intento y un interés real por recuperar una institución que debe ser referente y capaz de generar sentimiento de pertenencia entre las enfermeras.
Seguir instalados en la bronca, la sospecha, la intriga, el descrédito… permanentes, nos paraliza como profesión y nos limita como referentes ante las instituciones y la sociedad.
Los Colegios deben recuperar su capacidad de influencia y de prestigio, no tanto por lo que son como por a quienes representan.
Los Colegios deben reinterpretarse, modernizarse y sanearse asumiendo las competencias que les corresponden y facilitando la articulación con otras organizaciones que lejos de ser vistas como competidoras deben serlo como aliadas de los intereses profesionales, laborales y científicos de las enfermeras.
Formar parte de los Colegios debe ser identificado como un orgullo y un mérito y no tan solo como una obligación impuesta.
Dirigir los Colegios debe ser una opción de crédito, servicio y capacidad que permita que, quienes lo hagan, sean referentes de las enfermeras, debiendo dar cuenta puntual y transparente de su gestión que, además, debería estar acotada en el tiempo para evitar perpetuarse.
Estamos en un momento de gran incertidumbre, pero también de gran oportunidad para dar un giro indispensable tanto en la imagen de los Colegios como en el servicio que deben prestar a la profesión. Depende básicamente de las enfermeras que lo logremos y por tanto necesitamos creer que los Colegios son activos fundamentales para nuestro desarrollo profesional. Para ello es preciso que todas/os nos impliquemos activamente en el cambio. Porque el compromiso, tal como expresara Jean Paul Sartre, es un acto no una palabra y lograrlo estará asegurado en el momento en que todas/os nos comprometamos con ello.
Permanecer en la abulia, el desánimo el conformismo, la protesta estéril, la inacción… tan solo contribuirá a que nada cambie que, lamentablemente, es lo que algunos quieren para seguir medrando a costa de las instituciones que representan y de las enfermeras que las sostienen, aunque sea por obligación.
No se trata de esconder la basura bajo las alfombras para aparentar que se ha limpiado, sino de retirar las alfombras y hacer una limpieza en profundidad de lo que debería ser identificado y sentido como la casa de todas/os y no tan solo de unos pocos.
Madurar profesionalmente también pasa por identificar y dar respuesta a esta necesidad enfermera. Apliquemos los cuidados que corresponden para lograr unos Colegios Profesionales sanos, saludables y dignos. Las enfermeras nos lo merecemos y, además, podemos y debemos hacerlo.
Me encanta, el artículo. Expresa muy claro la, situación en la que estamos inmersos tanto la organización colegial, como las/os profesionales que ejercemos la enfermeria. Ojalá llegue a muchos compañeros y nos sirva de estímulo para comenzar un cambio desde dentro. Muchas gracias José Ramon
Buen artículo cargado de razón.
Las enfermeras estamos «echando de menos» hace ya demasiado tiempo explicaciones sobre todas estas noticias por parte de nuestros Colegios Profesionales.
Es muy lamentable enterarnos por «la prensa» de todos estos escándalos, y seguir expectantes cada vez que abrimos un correo de nuestro Colegio Profesional, que sigue guardando silencio.
Así avanzamos muy poco como profesionales, y desgraciadamente queda en «entredicho» mucho de nuestro prestigio de cara a la visión que tiene la sociedad de nuestro papel en la misma.
¿Seguimos esperando explicaciones, información o pasamos a la acción?
Los colegios profesionales tienen que desaparecer
Dolores, la solución no es que desaparezcan. Son necesarios
La solución pasa porque se saneen y sean lo que realmente deben y que en países como Gran Bretaña, Canadá, EEUU… llevan muchos años facilitando y velando por el dsarrollo profesional y la excelencia de las enfermeras.
Vergüenza de representación, profesional, política, social, es lo está establecido, no hay saluda, no hay solución, sólo la representación individual de cada profesional. Una pena, así es éste país.