La entrada de hoy es especial. No tanto por su contenido, que también, sino por el hecho de que la haya hecho de manera compartida con David Bermejo.
David es enfermero residente de la Especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria en Madrid. Ante una observación que compartí con él sobre la utilización de una imagen en un poster anunciando una actividad científica de Enfermería, me propuso que escribiésemos al alimón la entrada semanal del Blog.
Dicho y hecho. Os presentamos por tanto esta reflexión compartida y sentida desde nuestra visión enfermera.
Una perfección de medios y confusión de objetivos parece ser nuestro principal problema.
Albert Einstein[1]
Dedicado a nuestro principal icono, las enfermeras.
Entendemos por iconografía al conjunto de imágenes relacionadas con un tema y que responden a una concepción o a una tradición.
Por ejemplo, las enfermeras solemos identificarnos con la tradición de la lámpara de aceite utilizada por Florence Nightingale durante la guerra de Crimea para guiarse por el Hospital de campaña donde cuidaba a los heridos.
Sin embrago cada vez es más frecuente que en folletos, programas, páginas web, blogs, complementos de trabajo… de actividades enfermeras aparezca como icono el fonendoscopio, como elemento fundamental de identidad. O bien que dicho fonendoscopio sea el complemento que acompaña, a modo de bufanda, la imagen de enfermeras.
El problema no es tanto el fonendoscopio como que dicho elemento sea automáticamente relacionado con otra disciplina que hace mucho tiempo lo identificó, asumió e incluyó como elemento de identidad profesional propio y que la población así lo identifica.
Es cierto que el uso del citado instrumento clínico no es propiedad de ninguna disciplina, como tampoco la lámpara lo es de la enfermería, pero otra cuestión es que la tradición haya hecho que esas imágenes queden automáticamente ligadas a la medicina y la enfermería respectivamente.
Los iconos, además, están cargados de simbolismo. Y ese simbolismo cargado a su vez de historia. Es por ello que uno de los principales iconos de las enfermeras, la cofia, que en muchos países sigue identificándose y asumiéndose con respeto y orgullo, en España fue rechazado por la carga simbólica que la misma soportaba tras años de dictadura en la que las enfermeras sufrieron la paralización de profesionalización iniciada durante la II República, la usurpación de su nombre al ser reconvertidas en ATS, una asociación muy estrecha y dominante con la religión, la represión machista, y la consiguiente postergación como recursos al servicio de los médicos y sus intereses.
Finalizada la dictadura y cuando los estudios de Enfermería se integraron en la Universidad, la cofia se identificó como parte de esa época de subsidiariedad y se rechazó de plano en un acto, también simbólico, de liberación y de ruptura con dicho pasado.
Desde entonces y salvo la famosa lámpara, también cuestionada por algunas, las enfermeras hemos tenido problemas para identificarnos con algún icono propio y diferenciado.
Los cuidados, que son nuestra seña de identidad, tienen difícil representación gráfica más allá de las manos en actitud de caricia que por otra parte no concretan el cuidado profesional sino el cuidado genérico y universal.
Ni tan siquiera el escudo que representa a Enfermería es identificado y reconocido como propio. Consiste en la Cruz de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, conocida también como Cruz de Malta, símbolo internacional de la sanidad, sobre la que figura el Escudo Nacional. La Cruz está enmarcada en un círculo formado por una rama de laurel en la parte izquierda y una palma en la parte derecha, unidas por un lazo que simbolizan el triunfo (la corona de laurel el triunfo de los generales romanos y las palmas la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén), en este caso es el triunfo de la ciencia y el saber sobre la ignorancia. Pero no deja de tener carga simbólica tanto nacionalista (el escudo fue durante mucho tiempo el preconstitucional con lo que ello representa) como religiosa a través de la palma, lo que ha contribuido a que no fuese aceptado e interiorizado como representación de identidad profesional.
Ante esta tesitura se ha tendido, de manera irregular, y en muchas ocasiones poco acertada, a incorporar iconografías ligadas a las técnicas y a asumir de entre todas ellas el estetoscopio como elemento más utilizado, bien solo o acompañando a sus portadores luciéndolo en el cuello, en los bolsillos de las batas o en las manos, desterrando e incluso anatemizando a la jeringuilla o al termómetro que se rechazan por relacionarlos de manera directa a epítetos como “pinchaculos”.
Nuevamente, no es tanto los objetos en sí, los que generan adhesión o repulsa, sino el simbolismo que los mismos trasladan, ligados a la imagen social y la tradición de su uso o al prestigio que transmiten relacionado con dicho uso.
De ahí que la jeringuilla y el termómetro, reconocibles y asimilables, sean descartados precisamente por relacionarlos, en el imaginario común, con actividades que son identificadas como menores, secundarias y que otorgan poco reconocimiento social o ligado a tópicos que se tratan de evitar. A pesar, repetimos, que se trata de instrumentos directamente ligados a las enfermeras y a algunas de las técnicas que realizamos.
Es cada vez más común, ver como las enfermeras nos enfundamos con complementos llenos de instrumentos y fármacos. Sin embargo, son pocas las que eligen elementos más propios o representativos como es la lámpara de aceite. Creemos que realmente no somos conscientes de la imagen que proyectamos cuando los usuarios nos ven adornados con pastillas, jeringas, termómetros…¿Es esa la imagen que queremos proyectar? ¿Son las técnicas el elemento más importante que nosotras como enfermeras tenemos? Sin duda no.
Sin embargo, el estetoscopio, ligado de manera directa a la medicina y los médicos y por tanto a un reconocimiento y prestigio social sin discusión, se admite y se incorpora tratando de imitar esa proyección positiva que los otros instrumentos no otorgan.
Podemos entender y respetamos que se quiera alcanzar el reconocimiento social e incluso que se quiera depurar la imagen simbólica de nuestra profesión y de lo que desde la misma somos capaces de ofrecer, pero nos cuesta mucho más entender y de hecho no compartimos en absoluto, que se trate de hacer a través del mimetismo con otra disciplina. Las enfermeras tenemos competencias propias e independientes y, por lo tanto, del mismo modo, tenemos iconos que podemos utilizar de manera independiente sin necesidad de usar los asumidos por otras disciplinas como propios.
Lamentablemente es lo que se hace cada vez que usamos el fonendoscopio como icono, símbolo o elemento de referencia de nuestra profesión. Por mucho que sea un instrumento que utilizamos y que, como ya he comentado, no es exclusivo de los médicos, sí que los identifica de manera directa no diferenciando entre ellos y otras/os profesionales que lo utilizan como enfermeras o veterinarias/os, por ejemplo. A veces confundimos lo que deseamos con lo que somos.
Tenemos la sensación de que estamos en una permanente huida tratando de escapar de fantasmas que nos atenazan y nos impiden reconocernos a nosotras mismas como enfermeras. Huimos de los iconos de igual manera que huimos de nuestra identidad enfermera al refugiarnos permanentemente en la disciplina o la profesión cuando nos identificamos como enfermería en lugar de como enfermeras. Y en esa huida dejamos atrás elementos importantes de nuestra historia y lo que la misma nos ha aportado como profesión y disciplina.
No se trata de recuperar iconos con los que ya no nos sentimos identificadas. Pero tampoco de rechazarlos como si de anatemas se tratasen y mucho menos de abrazar o dejarse abrazar por iconos que, aunque compartamos, no forman parte de nuestra imagen y, por tanto, la que proyectan al usarlos da lugar a la confusión. A no ser, claro está, que lo que queramos, una vez más, sea precisamente eso ocultar, desdibujar, indeterminar nuestra identidad propia y asimilarla a quienes tienen una imagen que nos sigue atrayendo. Sin darnos cuenta que al hacer esto nos pasa como a los mosquitos que atraídos por la luz acaban muriendo al acercarse a ella, creyendo que lograremos, al hacerlo, compartir parte de ese prestigio que no es compartible. Creer en dioses siempre causa confusión.
Si no nos gustan los iconos que tenemos, busquemos otros o seamos capaces de explicar los que utilizamos para que la sociedad nos relacione con ellos y con lo que significan. Unos iconos que representen a todas las enfermeras y a todos los ámbitos donde estamos presentes, en investigación, docencia, asistencial… Pero no caigamos en la trampa de tratar de imitar lo que no nos es propio, porque seremos identificados como copias de menor valor o incluso como falsificaciones y no lograremos ser valorados como enfermeras. No podemos esperar que la gente entienda nuestra confusión. Tenemos que entenderla nosotros primero.
Es cierto que hay partes de nuestra historia que no nos gustan o que incluso rechazamos. Pero no nos equivoquemos, son parte de nuestra historia y aunque puedan ser dolorosas, en muchos casos han sido las que impulsaron la voluntad, la iniciativa, la motivación o la implicación de muchas enfermeras para cambiarlas y lograr que hoy podamos estar en el lugar que estamos. La evolución siempre conlleva cambio, dinamismo y adaptación, pero no debe eliminar tradiciones, recuerdos o símbolos que son parte inseparable de nuestra identidad y, mucho menos, adoptar en su lugar otros que nos son ajenos, por muy atractivos que puedan parecer. Cuantas cosas perdemos, confundidos por el miedo a perder.
Las enfermeras seguiremos utilizando, y haremos bien en hacerlo eficazmente, el fonendoscopio, pero de igual manera que usaremos con idéntica eficacia matraces, probetas, bateas, bisturís, sondas, termómetros… sin que, por ello, los utilicemos como iconos para proyectar nuestra imagen.
Los cuidados, la salud, la escucha activa, la empatía, el tacto, la observación… tienen el “problema” de ser difícilmente dibujados o fotografiados para incorporarse como iconografía enfermera. Pero es nuestra verdadera identidad y está en la raíz de nuestra tradición, de nuestra ciencia y cuerpo de conocimientos. Esto es lo que nos hace únicas y por lo tanto, lo que nuestros iconos deben transmitir.
Posiblemente, nuestro mejor icono sea el que como enfermeras proyectemos. Sin necesidad de atributos o instrumentos complementarios. En la medida en que seamos capaces, que la sociedad asimile, enfermera con cuidado profesional, e identifique la importancia y el valor de que les sean prestados de manera inequívoca e insustituible por parte de las enfermeras, habremos logrado nuestro mayor y más valioso icono. Se trata de convencer y no de confundir. Hacerlo gráfico será algo en lo que podremos entretenernos posteriormente. Mientras tanto, dejemos que el estetoscopio cumpla su función como instrumento, con independencia de quien lo use y que su imagen siga siendo de quien la incorporó como parte de su identidad.
Nosotros somos enfermeras. ¿Algo puede proyectar mejor lo que somos y ofrecemos? Tal como decía George Orwell[2] “ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante”
[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense.
[2] Novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India.