“Ignora que todos los cuentos son mentiras, aunque no todas las mentiras son cuentos.”
Carlos Ruiz Zafón
A todas las enfermeras que hacen posible y real la Enfermería
Como tantas otras profesiones, hechos, derechos o vulneraciones, las enfermeras también tenemos asignado un día en el calendario oficial para tales fines.
En este sentido, tal como he comentado en ocasiones anteriores, este tipo de celebraciones o recordatorios -no todo puede ni debe celebrarse-, tengo dudas razonables de si son procedentes, necesarios y si realmente aportan algo más que una referencia temporal que, por otra parte, generan cierto debate sobre la oportunidad de la fecha elegida en contraposición a otras alternativas.
En cualquier caso y dado que la dinámica social e incluso institucional y profesional nos ha incorporado en este recuerdo anual, creo que debemos aprovechar el mismo para ir un poco más allá de la simple celebración o de la tentadora atracción al halago gratuito e incluso exagerado.
No es mi intención, ni quiero, renunciar a la posibilidad que la citada fecha nos ofrece para poner en valor la aportación singular, profesional, eficaz, eficiente, necesaria… de las enfermeras, a las personas, las familias y la comunidad. Pero dicho esto, también es cierto que muchas veces todo queda en una serie de actividades, más o menos llamativas, más o menos acertadas, más o menos eficaces, cuyo efecto empieza y termina con la celebración del día asignado en el que, tras soplar la imaginaria vela de la no menos imaginaria tarta, vuelve la oscuridad, las dudas y las incoherencias al igual que las promesas, los deseos, las felicitaciones, de quienes se ven obligados a hacerlo más como compromiso social o institucional que como una verdadera convicción de hacerlas realidad. Con la llegada de la hora que pone fin al día de celebración, la magia se acaba y como en el versionado cuento de la cenicienta, desde Giambattiste Basile a los Hermanos Grimm pasando por Charles Perrault, se desvanecen los aparentes logros celebrados en forma de ilusiones, propósitos y promesas, para volver a la situación previa, en la que se vuelve a convivir con la rutina diaria de subsidiariedad, invisibilidad, barreras, rechazos, olvidos, inseguridades… en la que tan solo nos queda la esperanza de que alguien tenga la voluntad política, la coherencia y el sentido común de localizar a quien en su huida de la fiesta de celebración, al comprobar que el sueño era tan solo eso, un sueño, deja una señal de su esencia, como el zapato de cristal de cenicienta. Al no saber o no querer saber realmente a quien pertenece, siempre hay alguien que trata de localizar a la dueña de dicha pérdida para poder reconocerle lo que es y no lo que queda oculto. Teniendo en cuenta, además, que van a ser muchos quienes reclamen la titularidad de la pérdida, que es tan bella y frágil, como el zapato de cristal de cenicienta, estando expuesta a que se rompa, como sucede de manera sistemática en la fiesta de celebración de las enfermeras.
Pero nos encontramos también con la difícilmente comprensible disputa interna en la que, las enfermeras, ni tan siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre en qué o en quienes se centra la celebración. Mientras hay quienes siguen empeñadas/os en ocultarse tras la ciencia, la disciplina o la profesión, Enfermería, otras/os reivindican la autoría de la celebración focalizada en las enfermeras y no en la Enfermería. Es como pelearse por celebrar la vida de la persona en lugar de celebrar que la persona cumple un nuevo año de esa vida en la que se desarrolla. No parece que la vida, lo mismo que la Enfermería, necesiten celebración dado que no la precisan por tener suficiente entidad por sí mismas. Todo el mundo sabe que existe Enfermería, que se puede estudiar, otra cosa es que se sepa lo que son las enfermeras, lo que pueden hacer y aportar por sí mismas. Las personas o las enfermeras, sí que requieren que se valore su aportación a la vida o a la enfermería y que se celebre la misma como reconocimiento, pero también como reivindicación de lo que queda por lograr y a lo que no se resignan a renunciar a pesar de que se les intente encerrar, como a cenicienta, para que no se sepa que lo perdido en la huida, que realmente no es tal huida sino parte del trabajo por consolidar su posición, les pertenece y les permite ser reconocidas y conocidas.
No estamos, sin embargo, en un escenario de cuento ni de fantasía, ni tan siquiera en una realidad virtual en los cuales pueden configurarse logros oníricos y felices, con imposible traslado a la realidad. Es por ello que resulta fundamental que las enfermeras nos situemos, en un posicionamiento alejado de las hadas madrinas, la magia, los hechizos o los enamoramientos edulcorados con una realeza tan ficticia como engañosa.
Es cierto que el escenario real en el que nos situamos, es incierto e incluso peligroso y, no podemos ni debemos obviarlo. Pero ello no debe ser excusa para no actuar, para no pensar, para no plantear… por miedo a ser devoradas por el lobo como le sucede a la caperucita roja de Charles Perrault. No se trata tan solo de observar e identificar las diferencias que presenta el malvado lobo con la dulce abuelita, para no ser presa de la voracidad del hipotético o hipotéticos lobos con los que convivimos diariamente las enfermeras. Debemos ser capaces de estar alerta y de tener las armas, no de fuego sino de argumentos, para vencerlos, porque si esperamos a ser salvadas por los cazadores, entonces, sí que estamos perdidas. Nuevamente la realidad supera a la ficción del cuento.
La pandemia, la maldita pandemia, lo ha fagocitado todo. Todo ha sido eclipsado por ella y por sus terribles consecuencias. Hasta con las mejores intenciones, se ha ocultado, en ocasiones, la identidad real de quienes, con su aportación profesional, su ética, su entrega, incluso su sacrificio, fueron invisibilizadas con hipotéticas capas e irreales poderes sobrenaturales, al identificarlas como heroínas antes que como enfermeras.
La celebración de este año, por tanto, debiera ser diferente. No porque sea especial, o si, sino porque el escenario, el entorno en el que nos movemos y, sobre todo, en el que nos vamos a tener que mover a partir de ahora, tras la pandemia, requiere de una clara apuesta por identificar, valorar, consolidar y sobre todo liderar nuestra aportación específica enfermera a través de los cuidados profesionales en cualquier ámbito de dicho entorno. Entorno que forma parte de la normalidad, no de ninguna nueva normalidad. Porque la normalidad es tan solo eso, situarse en un estado habitual, natural u ordinario, y por tanto no puede existir novedad en la normalidad. Los factores, los determinantes, los riesgos, las circunstancias, los acontecimientos… son los que modifican la normalidad y los que exigen adaptaciones que faciliten configurar y generar entornos saludables en los que vivir saludablemente, en soledad o en compañía, en la niñez o en la vejez, en el sufrimiento o en la alegría, en estado de enfermedad, discapacidad o cronicidad, con cuidados profesionales accesibles de calidad y calidez, de rigor y de calor, de ciencia y esencia, de técnica y escucha, de humanidad y sinceridad, de igualdad y equidad, de compañía y autonomía, de valor y valores, de reconocimiento y reconocibles, de referencia y referentes. Cuidados enfermeros planificados, prestados, evaluados, investigados por enfermeras con y para las personas, las familias y la comunidad.
En torno a los cuidados van a plantearse, identificarse y reclamarse, demandas que den respuesta a sus necesidades. Demandas de cuidados que van a requerir de un liderazgo firme, profesional, sereno, pero decidido, de las enfermeras. Liderazgo que no debe dejar dudas de quienes son las verdaderas especialistas, las auténticas expertas, las indiscutibles conocedoras, las insustituibles profesionales de los cuidados enfermeros.
Porque el cuidado es universal, sin duda. Nadie tiene el patrimonio exclusivo del cuidado, de igual manera que nadie lo tiene de la fragilidad que le da sentido al cuidado. Pero el cuidado profesional enfermero, aquel que parte de su ciencia, su lenguaje, su técnica, su humanización, su paradigma, propios, ese cuidado, es tan solo posible si lo prestan las enfermeras. Y ese exclusivo cuidado profesional enfermero, debe estar disponible para cualquier persona y en cualquier lugar donde haya enfermeras. Y donde no las haya, se debe exigir que se incorporen. Porque no son sustituibles.
Tenemos que celebrar que somos enfermeras, sin duda. Porque es y supone un orgullo el serlo y el reconocerlo. Porque ser enfermera, sentirse enfermera, va más allá de un título, de unas competencias, de unas habilidades, para situarse como una responsabilidad social y una manera de vivir. Ser enfermera supone un compromiso con la libertad, la equidad, la igualdad, la solidaridad, el desarrollo humano, el progreso, la democracia, la multiculturalidad… sin los que no es posible entender los cuidados enfermeros ni dar sentido a las enfermeras. Sin los que no es posible ser, sentirse y responder como enfermeras. Sin los que no es posible liderar los cuidados profesionales. Sin los que es imposible responder a la singularidad de la atención, a su integralidad, a su coordinación, a su continuidad, a su comprensión, a su adaptación, a su proceso, pero, sobre todo, a su resultado en salud.
No es un día más. Es el día de las enfermeras y debemos saberlo, disfrutarlo, celebrarlo nosotras y entre nosotras. Pero debemos ser capaces de hacerlo con la ciudadanía para que identifique y valore lo que somos capaces de ofrecerle de manera indiscutible y exclusiva, cuidar profesionalmente de ella y con ella.
Liderar el cuidado enfermero no es, por tanto, una estrategia de marketing, una imagen impactante, una frase bonita, un mensaje de aliento. O no es, cuanto menos, tan solo eso. Liderar el cuidado enfermero es situarse al frente de las necesidades sentidas para identificarlas, escucharlas, entenderlas, compartirlas, sentirlas, analizarlas, priorizarlas y tener la capacidad de buscar y consensuar respuestas, movilizar recursos, construir afrontamientos, reforzar voluntades, educar conductas, respetar renuncias, promocionar hábitos, acompañar cuando sea necesario y lograr la autonomía cuando sea posible.
Pero si importante es ese liderazgo comunitario, social, compartido, no lo es menos el liderazgo entre y con las enfermeras. Sabiendo identificar y valorar a nuestras/os referentes. Enseñando enfermería desde enfermería y con enfermeras. Formando enfermeras para la sociedad y no tan solo para las organizaciones sanitarias. Compartiendo las diferencias para hacer de ellas oportunidades de crecimiento y aprendizaje y no de inmovilidad y conformismo. Aportando ideas, innovando, investigando para dotar de valor y rigor a nuestros cuidados. Contrastando propuestas que permitan mejorar nuestras respuestas. Analizando y reflexionando con pensamiento crítico para huir de la crítica reduccionista, simplista, autodestructora e inútil. Identificando oportunidades y fortalezas en lugar de caer en la trampa de las debilidades y las amenazas. Reivindicando mejoras que nos permitan actuar con eficacia y eficiencia sin caer en el victimismo y el sentimiento de persecución. Respetando, aunque no se comparta. Compartiendo conocimiento, esfuerzo y experiencia, para contribuir al desarrollo común. Huyendo de la individualidad para situarse en el trabajo colectivo. Trabajando de manera autónoma para contribuir a la fortaleza del trabajo en equipo. Alegrándonos por los éxitos de los demás en lugar de por sus fracasos. Dignificando nuestras instituciones en vez de aprovechándonos de ellas. Fortaleciendo las sociedades científicas para lograr la excelencia profesional. Abandonando la adolescencia profesional para asumir la responsabilidad de nuestra madurez. Priorizando el liderazgo en la gestión de los cuidados y no tan solo la de los turnos, los materiales o los días de descanso. Prestando cuidados desde nuestro paradigma propio y no desde el de otras disciplinas. Sabiendo qué hacer con la técnica y no tan solo fascinándonos con ella. Asumiendo la responsabilidad de nuestras competencias, aunque compartamos la toma de decisiones. Acompañando la ética de los cuidados con su necesaria estética. Renunciando a la zona de confort, pero exigiendo entornos que garanticen la calidad y seguridad de nuestro trabajo. Pensando más en las necesidades de las personas, familias y comunidad que en las corporativistas. Reclamando la especificidad de nuestras especialidades sin renunciar a la atención integral, integrada e integradora de los cuidados y las necesidades básicas. Aportando pruebas que argumenten nuestras aportaciones, nuestros resultados y nuestras peticiones. Exigiendo respeto y reconocimiento a nuestra aportación singular, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde. Identificando la técnica como una adición y no como una sustitución de la atención enfermera. Reclamando tener voz y capacidad de decisión en cualquier contexto y no tan solo la posibilidad de ser oídas. Manteniendo siempre una mirada enfermera capaz de cambiar situaciones y aportar soluciones. Asumiendo competencia política transformadora.
Porque todo ello es y significa ser enfermera, sentirse enfermera y comportarse como enfermera. Porque para celebrar algo hay que tener motivos reales para hacerlo. Porque para que otros reconozcan la celebración, se unan a ella, la hagan propia, deben identificar, reconocer y valorar lo que somos capaces de ofrecerles, demandarlo y no admitir renunciar a ello.
Hagamos del día internacional de las enfermeras 2021 una oportunidad de cambio, de renovación, de compromiso, de implicación, de responsabilidad, de orgullo, con la Enfermería, con la sociedad y con la salud.
Hagamos del día 12 de mayo algo más que un recuerdo esporádico de lo que somos, una anécdota en el calendario, o un cuento en el que Florence Nightingale nos recuerda su aportación en la guerra de Crimea por importante que fuese. Debemos trascender a la historia sin desconocerla. Tenemos que construir el presente sin olvidar el pasado. Nos corresponde planificar el futuro sin abandonar el presente ni renunciar al pasado. Hemos de aprender a aprehender.
Los cuentos suelen empezar todos con la frase de “Érase una vez…” Las enfermeras no éramos, somos porque no formamos parte de un cuento, ni somos personajes de un cuento, ni una casualidad histórica. Somos una realidad, una necesidad, una evidencia profesional y científica que nos corresponde construir a nosotras para compartirla con la sociedad.
No hay príncipes, ni princesas, ni lobos, ni dragones, ni enanitos, ni brujas, ni hechiceras, ni hadas madrinas, ni heroínas. Hay enfermeras que trascienden a las diferencias entre hombres y mujeres, al aceptar la feminidad de la Enfermería a la que pertenecen desde la diversidad sexual, sin renunciar a su identidad individual. Hay enfermeras con emociones, sentimientos y necesidades que no les obliga a ser insensibles al dolor, el sufrimiento y la muerte. Hay enfermeras con inquietudes, objetivos y metas que cumplir para mejorar individual y colectivamente. Hay enfermeras con ilusiones que no por ello son ilusas. Hay enfermeras con dudas, con incertidumbres y con temores y no por ello dejan de ser valientes, inteligentes e íntegras. Hay enfermeras con ideas, con conocimientos, con argumentos que les permiten defender sus posicionamientos y su liderazgo. Hay enfermeras vehementes, firmes, constantes, capaces… que son referentes. Hay enfermeras especialistas y no especialistas, pero todas ellas comprometidas con los cuidados.
Todas ellas aportan diversidad, todas ellas son singulares y todas ellas son necesarias. Quienes no se sienten enfermeras no son enfermeras, tan solo actúan como tales y no sienten la necesidad de celebrar nada porque nada aportan.
Por todo esto y por mucho más hay que sentirse satisfechos y celebrar el día internacional de las enfermeras. Hacerlo por otras razones más festivas, más prosaicas, menos sinceras, no merece la pena y tan solo nos llevaría a acabar como en los cuentos con el alegato tan superficial como fallido de “…y fueron felices y comieron perdices. Colorín colorado este cuento se ha acabado”. Y es que, no es lo mismo un cuento que la vida real. Entre otras cosas porque nuestra historia, que no nuestro cuento, no ha acabado. Podemos ser felices aunque no comamos perdices y ello no nos aparta de la necesidad de seguir trabajando para mejorar.
Prefiero acabar con la esperanza, la ilusión y la firme convicción de que las enfermeras sabremos liderar los cuidados profesionales y ofrecer lo mejor de nosotras mismas, al tiempo que lograremos crecer como profesión, como ciencia y como disciplina.
Por todo ello FELICIDADES a todas las enfermeras, por serlo y sentirlo y a toda la sociedad por tener la oportunidad de contar con ellas y sus cuidados.
Ahora sí, podemos soplar las velas, pedir los deseos que queramos y disfrutar de la tarta. El año que viene más y mejor.