“Eres muy poderoso, siempre que sepas lo poderoso que eres”.
Yogi Bhajan[1].
A quien cuidando profesionalmente a los demás cuida la enfermería.
En un reciente estudio publicado en The Lancet[2] se concluía que contar con una proporción mayor de enfermeras por paciente reduce la mortalidad hasta en un 11% y lo hace con un menor coste.
Puede que alguien considere que un 11% de reducción de la mortalidad tampoco sea para tanto. Pero eso, en todo caso, se lo tendrían que preguntar a quienes han logrado sobrevivir gracias a los cuidados profesionales enfermeros. Hacerlo tan solo desde un análisis centrado en la perspectiva cuantitativa de unos datos numéricos, que ignora la visión cualitativa de las emociones, las vivencias, los sentimientos… que van más allá del frío manejo de cifras para situarse en el resultado en salud, que es básicamente el resultado vital de los citados cuidados prestados, incorpora sesgos evidentes que anulan o desprecian la importancia de los mismos y de quien los presta.
Sin duda estudios como este o como los de otras importantes investigadoras enfermeras como la Dra. Aiken[3], ponen de manifiesto, a través de evidencias científicas, la importancia de dotar de un número adecuado de enfermeras a los servicios de salud y de que estas, además, tengan una excelente formación, generando un gran impacto en la salud de la población. Impacto que no tan solo se circunscribe al ámbito hospitalario y a los pacientes críticos, sino a cualquier contexto de atención, tanto en personas sanas como enfermas, entre los que cabe destacar la Atención Primaria, tal como concluye el Dr. Del Pino[4].
Desde Florence Nightingale[5], son muchas las enfermeras que realizan importantes investigaciones que avalan la validez y la aportación específica enfermera a la salud. Y ello a pesar de que hay quienes hacen del descrédito hacia ella su principal discurso “enfermero”, en una muestra más de cainismo disciplinar absurdo y, sobre todo, negativo para la Enfermería, que esperemos no se convierta en un modelo a seguir.
Son muchas las veces y las voces que las enfermeras hemos trasladado a las instituciones sobre la necesidad de adaptar las famosas y tan poco consideradas ratios que relacionan el número de ciudadanas/os con el número de enfermeras contratadas y por tanto prestadoras potenciales de cuidados profesionales. Finalmente, como sucede con las investigaciones cuantitativas los datos tan solo aportan números que suelen ser interpretados de manera muy parcial por parte de quienes deben tomar decisiones, al no considerar en esta relación, por ejemplo, las necesidades de cuidados, la marginalidad, la vulnerabilidad, la edad… entre otras muchas variables que deberían ser las que determinasen la asignación de enfermeras como tales y no desde la consideración que, desde la fría relación numérica, les convierte tan solo en recursos humanos. Contando con que ya no se establezcan en base al número de médicos como se ha venido haciendo en un claro e incomprensible despropósito que sitúa la subsidiariedad como criterio de asignación.
Las evidencias, las pruebas, son permanentemente reclamadas como argumento fundamental para cambiar las cosas. Siempre se dice, lógicamente, que tan solo con datos científicos contrastados puede darse respuesta a lo que se dice desde una perspectiva más emocional que racional.
Sin embargo, cuando son tantas, tan importantes, tan potentes, tan trascendentes, tan fundamentadas, tan rigurosas… las evidencias que ponen en evidencia el insuficiente número de enfermeras para lograr resultados en salud satisfactorios y tantas las voces de organismos internacionales que trasladan este mismo mensaje a las autoridades de todos los países, cabe preguntar a las/os decisoras/es que siguen sin apostar por los cuidados profesionales enfermeros, por razones que tan solo ellas/os saben, aunque muchas/os sospechemos, ¿por qué siguen sin hacer caso a dichas pruebas y peticiones? ¿por qué tan solo se limitan a lanzar discursos tan falsos como edulcorados? ¿por qué no tan solo obvian las evidencias, sino que incluso las manipulan con argumentos peregrinos y disuasorios? ¿por qué ni tan siquiera la realidad que se vive día a día y que refuerza las evidencias es tenida en consideración? ¿por qué siguen fascinados con la tecnología como única respuesta a las necesidades de salud? ¿por qué se empeñan en ignorar la aportación de los cuidados profesionales? ¿por qué no identifican la aportación singular de las enfermeras?
La verdad es que resulta complicado responder a estas cuestiones cuando todo indica que lo más razonable, lo que realmente sería de sentido común, lo que conllevaría una mejor eficiencia en un contexto mercantilista y competitivo como el que vivimos… sería adaptar los modelos organizativos de las instituciones a las evidencias científicas aportadas, en las que se demuestra la necesidad de incorporar más enfermeras y mejor formadas. Además de tener en cuenta que los cuidados profesionales, como realidad compleja, no lineal y en evolución, requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, que parece no se está en disposición ni existe voluntad política de conceder.
La realidad es muy tozuda y nos sitúa siempre en idéntico escenario de precariedad y de carencia. Ello hace que, cuanto menos, se generen dudas en torno a si también existen diferentes clases de evidencias en función de quién las genere y publique, a pesar de que el rigor de las mismas sea idéntico o mayor y sean publicadas en revistas de igual o mayor impacto que las de otras disciplinas, que es lo que parece ser determinante. Es decir, que las evidencias que generan y hacen referencia a las enfermeras también tengan un nivel A2 como lo tiene la consideración laboral, a pesar de compartir idéntico nivel académico que el resto de disciplinas. Parece que se haya instalado la máxima de que “siempre ha habido clases” y no se está por la labor de que desaparezcan.
Imagino que, si se preguntase a las/os decisoras/es en este sentido, sucedería lo mismo que cuando alguien pregunta a la población en general, si se considera machista, racista u homófoba, la respuesta será de negación absoluta. Pero lo bien cierto es que sigue habiendo machismo, racismo y homofobia, como sigue habiendo una clara discriminación negativa con relación a las enfermeras, lo que además de afectar a las propias enfermeras, afecta de manera directa y fundamentada a la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Ante este panorama tan desalentador como real, lo que tenemos que hacer las enfermeras es seguir demostrando que nuestros cuidados profesionales son imprescindibles para promocionar la vida, mantenerla y recuperarla. Es cierto que, como suele suceder siempre, las enfermeras debemos demostrar más que ninguna otra disciplina la validez, eficacia y eficiencia de nuestra aportación. A otras disciplinas se les da por supuestas por el simple hecho de realizarlas desde las mismas. Recuerdo que, cuando existía el servicio militar obligatorio, en el apartado VALOR de la cartilla militar, se ponía de manera estándar la respuesta de “Se le supone”. Pues con el VALOR de las aportaciones en salud, menos para las enfermeras a quienes se exige demostrarlo sistemáticamente, al resto de disciplinas se les supone de manera automática y estándar.
A las evidencias ya descritas y fundamentadas, hay que añadir las que la pandemia está dejando al descubierto. No se trata de percepciones, de experiencias, de sentimientos y emociones tan solo, que también. Se trata de las evidencias, no tanto estadísticas como vivenciales, que las personas, las familias y la propia sociedad en su conjunto, están aportando con sus relatos. Relatos de cercanía, acompañamiento, solidaridad, escucha, cuidado, empatía, relación de ayuda… que les han aportado vida o que han contribuido a afrontar el sufrimiento, el dolor e incluso la muerte y que no dejan de ser evidencias o pruebas, aunque no vayan acompañadas de un chi cuadrado.
Se trata de evidencias en forma de innovación. Innovación que no aporta nuevas y sofisticadas tecnologías, complejas intervenciones, algoritmos imposibles… pero que reportan seguridad, tranquilidad, serenidad, calor, humanidad… a través de la imaginación, la complicidad, la eficaz y eficiente utilización de recursos… que logran transmitir a las personas afectadas y sus familias algo tan vital como lo es el oxígeno o un fármaco. La voz de un familiar, la imagen de un ser querido, la simulación de un contacto permanente… que a través de innovadoras propuestas han logrado efectos terapéuticos que han permitido afrontar y superar la enfermedad, minimizando la soledad, el aislamiento, la tristeza, la ansiedad, la alarma…
Evidencias que no por el hecho de ser producto de vivencias y no de la correlación de variables estadísticas tienen menos valor. Evidencias que se basan en resultados de salud, vida y esperanza, que no pueden cuantificarse nunca, pero que pueden sentirse siempre.
Ignorar pues estas evidencias, es tanto como despreciar los sentimientos por entender que no son producto del racionalismo causal que impregna e invade el actual modelo del sistema sanitario patriarcal asistencialista, paternalista, tecnológico y medicalizado, impidiendo cualquier perspectiva que no encaje en dichos parámetros caducos y claramente insuficientes para dar respuesta a las necesidades de la población, aunque luego quieran disfrazar la realidad con falsas y demagógicas campañas, porque ni tan siquiera son estrategias, de humanización, que es tanto como reconocer tácitamente que estamos en un modelo claramente deshumanizado.
Ante esta perspectiva, y siempre desde la necesidad de ver el vaso medio lleno, en lugar de medio vacío, se impone la necesidad, el pragmatismo, la coherencia, del liderazgo indiscutible de los cuidados profesionales. No queda otra.
No asumir, interiorizar, creer y poner en práctica dicho liderazgo nos aboca a una irremediable pérdida de identidad y especificidad enfermera de los cuidados profesionales. Al acecho van a estar, están ya de hecho, grupos interesados por lograr, no el cuidado, no nos equivoquemos y nos dejemos equivocar, sino el prestigio, la referencia y el reconocimiento que otorga el mismo. Lo que debemos tener claro es que el cuidado profesional es muy difícil, por no decir imposible, de colonizar y que quien, supuestamente lo haga, no podrá nunca dotarlos de la especificidad y calidad de los cuidados profesionales enfermeros. Esto no es un consuelo, ni yo trato de trasladarlo como tal. Se trata, básicamente, de constatar que, si no los lideramos las enfermeras, los cuidados podrán seguir denominándose como tales, pero sin duda no serán nunca cuidados enfermeros y, por tanto, no tendrán los efectos terapéuticos que las evidencias, tanto científicas como sociales, tienen. En demasiadas ocasiones sobrevaloramos lo que no somos y subvaloramos lo que somos[6].
Falta saber si las instituciones sanitarias, la sociedad y las propias enfermeras están dispuestas a que esto suceda.
Las instituciones deben tener claro que a pesar de los cantos de sirenas que puedan llegarles desde grupos muy concretos con intereses disfrazados de profesionalidad y ganas de crecimiento, el resultado de no apostar, defender y reforzar el cuidado profesional enfermero de las enfermeras siempre irá en contra del propio sistema de salud que dicen querer defender con su gestión.
La sociedad por su parte, una vez ha identificado el VALOR de los cuidados profesionales de las enfermeras debe exigirlos y negarse a que desaparezcan o caigan en manos de quienes no tienen ni la competencia ni la capacidad para prestarlos.
Por último, las enfermeras tenemos que defender, justificar y avalar los cuidados profesionales que prestamos con más pruebas científicas y con una apuesta clara, seria, sincera y decidida por trasladar con rigor, pero también con convicción la indiscutible asociación de cuidados profesionales y enfermeras que es la única capaz de garantizar su calidad y calidez. La simpatía puede ser importante, pero no imprescindible. No caigamos en el error de pensar que, siendo simpáticas, como algunos quieren hacer creer, es suficiente.
Pero, sobre todo, tenemos que creer que seremos tan valiosas para los demás como lo somos para nosotras mismas[7], nunca nos conformemos con menos de lo que merecemos, para lograr alcanzarlo.
[1] Yogui y maestro espiritual, y empresario indio, fundador de la organización no gubernamental 3HO y maestro del estilo de yoga kundalini yoga.
[2] McHugh MD, Aiken LH, Sloane DM, Windsor C, Douglas C, Yates P. Effects of nurse-to-patient ratio legislation on nurse staffing and patient mortality, readmissions, and length of stay: a prospective study in a panel of hospitals. The Lancet 2021; published online 11 May
[3] Aiken LH, Sloane DM, Bruyneel L, Van den Heede K, Griffiths P, Busse R, Diomidous M, Kinnunen J, Kózka M, Lesaffre E, McHugh MD, Moreno-Casbas MT, Rafferty AM, Schwendimann R, Scott PA, Tishelman C, van Achterberg T, Sermeus W; RN4CAST consortium. Nurse staffing and education and hospital mortality in nine European countries: a retrospective observational study. Lancet. 2014 May 24;383(9931):1824-30. doi: 10.1016/S0140-6736(13)62631-8. Epub 2014 Feb 26. PMID: 24581683; PMCID: PMC4035380.
[4] Pino Casado R. La enfermera como primer contacto para la atención a pacientes con enfermedades leves de atención primaria [Venning P, Durie A, Roland M, Roberts C, Leese B. Randomised controlled trial comparing cost effectiveness of general practitioners and nurse practitioners in primary care. British Medical Journal 2000; 320:1048-1053]. Index de Enfermería, 2002; XI (38):66-68.
[5] En este sentido recomiendo la conferencia “Regreso al futuro: mensajes de Florence para las enfermeras de hoy”, impartida por Mª Paz Mompar en el Colegio de Enfermería de Albacete el pasado día 14 de mayo http://youtu.be/7fvVuyIbq2w
[6] “Demasiadas personas sobrevaloran lo que no son y subvaloran lo que son”. Malcolm S. Forbes.
[7] “Serás tan valioso para los demás como lo has sido para ti mismo”. Marco Tulio Cicerón.