“Cuanto más defensiva es una sociedad, tanto más conformista.”
Ursula K. Le Guin [1]
A principios de marzo del pasado año saltaron todas las alarmas. Nos obligaron a confinarnos, aislarnos, separarnos, taparnos… y con ello a modificar costumbres, inercias, métodos, conductas, con la consiguiente resistencia, equilibrada por una obligada y asumida resignación, que tratábamos de contrarrestar con una firme esperanza en lograr eso que vino a acuñarse como nueva normalidad. Como si la normalidad siguiese los mismos patrones de comportamiento que la moda, según la cual en función de la temporada pudiésemos mudar de normalidad como quien cambia de chaqueta, falda o pantalón.
El tiempo fue transcurriendo y como si de expertos surfistas se tratase tuvimos que ir salvando las cretas de las olas que se fueron sucediendo con inusitada intensidad, aunque lamentablemente no todos pudieron superarlas siendo engullidos por la fuerza de las mismas. En ocasiones por la propia fuerza de la ola y en otras por la imprudencia de quienes se aventuraban a surfear en aguas que ni conocían ni mucho menos eran capaces de dominar a pesar de la aparente y soberbia seguridad que trataban de demostrar con su irresponsable comportamiento.
Transcurrido más de año y medio de pandemia, nos encontramos ante una nueva y aparente recuperación de la normalidad que se percibe más real por efecto de las tasas de vacunación alcanzadas, lo que puede provocar una falsa seguridad, que valga la expresión, estamos todavía lejos de asegurar, pero que conlleva la retirada de determinadas medidas restrictivas en un intento por retomar la dinámica prepandémica.
Llegados a este punto de aparente satisfacción, sin embargo, nos encontramos ante resistencias importantes, similares o mayores a las que se produjeron cuando se retiraron las que ahora se pretenden recuperar, como la actividad laboral, de estudio, ocio… que complican aún más si cabe ese denominado retorno a la normalidad.
Durante todo este tiempo hemos venido escuchando que si tal o cual cosa, actividad, acción… habían venido para quedarse. Parece que no tan solo se percibe, e incluso se asegura, que han venido para ello, sino que hay quienes, y no son pocos, los que están convencidos que han venido para desplazar o eliminar las que realizábamos antes de que nos engullese la pandemia. Es decir, que no las consideran complementarias si no excluyentes.
Son muchos los ámbitos en los que esta actitud está generando posicionamientos que chocan frontalmente con la recuperación de la normalidad. Entendida esta como la cualidad de aquello que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer. ¿Quiere decir esto que ya no se quieren recuperar las características habituales de hace año y medio? o ¿quiere decir que se entiende dicha recuperación como una carencia o defecto que hay que corregir? o ¿puede ser que se haya identificado que lo excepcional no es tan malo y se prefiere a lo considerado como normal? Interrogantes que cada cual, según el color del cristal con que se mire, aceptará o rechazará.
Pero con independencia de este análisis, que no es menor, me gustaría centrarme en algunos aspectos de esa perdida normalidad y de esta supuesta y, ya no sé, si deseada recuperación de la normalidad.
En el ámbito de la universidad, por ejemplo, la pandemia obligó a hacer un esfuerzo para adaptarse al escenario que tan sorpresiva como drásticamente impuso la pandemia. La virtualidad tuvo que incorporarse a pasos acelerados en contextos de presencialidad absoluta que ni estaban preparados ni adaptados para ello y en los que tanto docentes como discentes lo contemplaron como una amenaza y como una barrera para la docencia que estaban acostumbrados a impartir y recibir respectivamente. A ello hay que añadir el hecho de que en ningún caso se pasó de una docencia presencial a una docencia virtual, sino que se adaptó la presencialidad para ofrecerla online, lo que claramente provocó un resultado deficiente que generaba mucha insatisfacción en todos los agentes implicados, pero que poco a poco fue aletargando a los mismos acostumbrándose a una situación aparente e inicialmente rechazada.
Es como lo que le sucedió a una rana que metieron en una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, saltó para salir y escapar de ella. Su instinto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla. A esa misma rana la metieron en otra ocasión en una olla llena de agua fría. Se dio cuenta, a pesar de la inicial resistencia, que estaba a gusto y permaneció en la olla. Lo que la rana no sabía, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que, al poco tiempo, el agua fría se transformó en agua templada, acostumbrándose a ella. Sin embargo, poco a poco, el agua subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar tan caliente, que la rana murió cocida en el agua.
De alguna manera es lo que sucedió con los cambios incorporados en la docencia. Inicialmente abandonamos “el agua hirviendo” que suponía la situación de pandemia para tratar de no morir en ella, pero sin darnos cuenta que nos metíamos en un escenario de “agua fría” a la que fuimos acostumbrándonos, adaptándonos, sin percibir que con ello estábamos perdiendo identidad, calidad, participación, seguridad, comunicación…
No fuimos capaces de salir de dicho escenario para dotar a esa virtualidad de sentido y oportunidad, aceptando la solución inmediata de la “retransmisión” que, además, se hacía sin ver ni oír a nuestros interlocutores, que permanecían voluntariamente ocultos y silenciados tras las pantallas.
A punto de iniciarse el nuevo curso académico se plantea la recuperación de la presencialidad en las universidades que la perdieron o limitaron, en un intento por volver a la normalidad aparentemente deseada. Y en este punto nos encontramos con una parte nada despreciable de profesorado y estudiantado que prefieren permanecer en esa agua que ya está muy próxima al punto de ebullición. Se resisten a volver a las aulas con argumentos peregrinos, infantiles y ausentes de la más mínima evidencia científica, es decir, excusas. El mantra de “ha venido para quedarse” es esgrimido de manera tan reiterada como torpe al hablar de la docencia virtual, que ni han aplicado ni entendido, pero a la que se han acomodado, como si de tanto repetirlo pudiese convertirse en una realidad.
Finalmente usar como pretexto una crisis para no hacer algo es tanto como poner los cimientos de una nueva desde el conformismo que se adopta. Tal como dijo Albert Einstein[2] “Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo.”
En la docencia, en general, pero muy particularmente en la docencia de enfermería tratar de convencer o convencerse de que la docencia presencial tiene que ser desplazada por la impuesta docencia online que tanto hemos tenido que sufrir, es un signo evidente de que la docencia, para ellas/os, o bien es algo que tienen que hacer porque no les queda más remedio o bien no saben o no quieren saber lo que es y significa la docencia enfermera o lo que es aún más grave lo que es y supone la misma para que se puedan formar excelentes enfermeras. Este riesgo se ve incrementado cuando, quienes se resisten no son enfermeras, aunque no exclusivamente. Por tanto, utilizan la docencia como un modo, como otro cualquiera, para que todos los meses se les ingrese la nómina. Pero desde luego no como una actividad que suponga la motivación, implicación, ilusión, iniciativa, innovación… necesarias para formar enfermeras, con todo lo que ello significa, y no tan solo como una transmisión mecánica de conceptos e ideas, no siempre acertados ni actualizados ni tan siquiera científicos, desde una ética de mínimos que consiste exclusivamente, en dictar clases y hacer exámenes para producir, que no formar, enfermeras.
En el ámbito asistencial, por su parte, también encontramos incomprensibles resistencias a retornar a la normalidad.
En muchas ocasiones, antes de la pandemia, se había identificado a la Consulta Enfermera como el nicho ecológico, la atalaya, el reducto de muchas enfermeras, desde la que se resistían a salir a la comunidad para llevar a cabo atención familiar domiciliaria o intervenciones comunitarias. Por su parte la utilización de las tecnologías de información y comunicación (TIC), para el registro de la actividad, ya antes de la pandemia, supuso una excusa excelente para limitar, cuando no anular, la comunicación con las personas al centrar la atención casi exclusivamente en la pantalla de un ordenador o una tablet, ignorando a la persona con la que, al menos en apariencia, estaban atendiendo.
La pandemia supuso una “reclusión” forzada de las enfermeras en los centros salud y estos se convirtieron en fortalezas inexpugnables a los que no podía acceder la población. La comunicación telemática fue el sucedáneo elegido para mantener un supuesto y fallido contacto entre las personas que lo requerían y las enfermeras que permanecían encerradas en sus consultas a la espera de alguna llamada desesperada. La utilización, sobre todo durante las primeras fases de la pandemia, de la Atención Primaria como recurso subsidiario de los hospitales o absolutamente infrautilizado por parte de los decisores con lo que ello suponía de ruptura de la atención y relación con la comunidad, supuso, como se ha podido demostrar, un grave perjuicio para la población que se vio relegada y recluida en sus domicilios sin contacto alguno con sus referentes profesionales.
Esta situación que se intentó revertir al comprobar el error cometido, no logró recuperar la actividad comunitaria y la misma fue nuevamente excluida por la actividad rastreadora que se incorporó casi como la única a desarrollar por parte de las enfermeras hasta el punto que incluso perdieron su identidad para pasar a ser identificadas como rastreadoras.
Esta pérdida progresiva de la comunicación y el contacto directo, ha sido ampliamente rechazada por la mayoría de las enfermeras comunitarias, pero hay quienes han utilizado esta situación para atrincherarse aún más en sus cubículos y evitar así el contacto con la comunidad, que si ya era deficiente antes de la pandemia, ahora tratan que sea tan solo un referente histórico o un recuerdo lejano y borroso. Se amparan en que la telesalud y otras estrategias virtuales han venido no tan solo para quedarse sino para desplazar y eliminar cualquier otra actividad, como si de acciones excluyentes se tratase en lugar de identificarlas como adicionales.
La incertidumbre, la ansiedad, la alarma, la vulnerabilidad, la soledad, la pobreza, la violencia… requieren de gestos, miradas, contactos, palabras… que conformen unos cuidados profesionales que las TIC pueden facilitar, pero en ningún caso sustituir y mucho menos excluir. La proximidad, la cercanía, la presencia, son la esencia de los cuidados profesionales, que aúnan conocimiento científico, técnica y humanismo y que precisan de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, como realidad compleja, en evolución, no lineal y mucho menos binaria, que son. Tal como dice Montserrat Busquets Surribas[3] “Presencia cuidadora a través de la cual las personas saben y sienten que están en buenas manos”.
Las enfermeras, en cualquier ámbito de actuación en que intervengamos, debemos ser conscientes de la importancia que tiene ser, sentirse y actuar como enfermeras. Dejarse arrastrar por la teleopatía que persigue la obtención acrítica de resultados, es contribuir a la devaluación de la aportación específica enfermera prestada a través de los cuidados profesionales.
Ante estos ejemplos, que tan solo son eso, ejemplos, lo que significa que hay muchas otras acciones u omisiones que deberían revertirse para alcanzar la normalidad, se corre el riesgo de reclamar y reivindicar como válido aquello a lo que nos hemos acostumbrado y que, en algunos casos, incluso, se defiende vehementemente como derechos adquiridos cuando tan solo han sido respuestas precipitadas, excepcionales y temporales ante una situación tan sorpresiva, excepcional y temporal como la pandemia. Por mucho que dicha temporalidad se antoje, para algunas/os, como algo permanente y capaz de modular con excesos la normalidad que anhelamos recuperar. Eso sí, para mejorarla, que no sustituirla.
No nos comportemos como ranas y renunciemos al acomodo, el conformismo y la muerte a la que nos conducen, contradiciendo así a Dostoyevski[4], cuando decía: “un ser que se acostumbra a todo; tal parece la mejor definición que puedo hacer del hombre.” Seamos y actuemos como enfermeras, aprovechando y generando oportunidades.
[1] Autora estadounidense conocida sobre todo por sus obras de ficción especulativa y, en especial, por las obras de literatura fantástica
[2] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo XX
[3] Enfermera, licenciada en Antropología Social y Cultural y máster en Bioética y Derecho
[4] Uno de los principales escritores de la Rusia zarista, cuya literatura explora la psicología humana en el complejo contexto político, social y espiritual de la sociedad rusa del siglo XIX.