Entrevista en la Cadena SER Alicante con motivo de la polémica surgida ante las denuncias de diferentes organizaciones médicas ante la posibilidad de que las enfermeras puedan acceder a dirigir Centros de Salud según se recoge en el Marco Estratégico de la Comunitat Valenciana recientemente presentado.
La imagen, el valor, el reconocimiento, el desarrollo… de la Enfermería y por derivación de las enfermeras, siempre ha estado influenciado, cuando no condicionado, por la propia evolución social, cultural, educacional o política.
Así mismo lo ha estado por su condición de profesión femenina y por lo tanto de dependencia o subsidiariedad de las profesiones masculinas con las que se relaciona y muy particularmente con la medicina.
La incipiente evolución a la profesionalización de la enfermería en España durante la segunda república tuvo un abrupto final con la instauración de la dictadura franquista tras la guerra civil.
El papel de las enfermeras, al igual que el de las mujeres, en la sociedad franquista quedó claramente ligado a la voluntad que sobre ellas ejercieron los médicos y los hombres respectivamente.
La unificación de las profesiones de matrona, enfermera y practicante en una sola, estuvo muy lejos de la intención manifestada por dignificar la profesión de Enfermería. Dicha unidad, en un nuevo título denominado Ayudante Técnico Sanitario (ATS), sin referente en ningún lugar del mundo, tan solo perseguía dar respuesta a las necesidades de la profesión médica, desde una absoluta dependencia y subsidiariedad de la misma, ocultando además, de forma totalmente intencionada e intencional, la profesión enfermera, relegando la denominación como tal cuando hacía referencia a las mujeres ATS, como forma de distinguir entre el demérito y la dependencia de estas con los médicos y en contraposición a los varones que eran denominados con su antigua denominación de practicantes o adoptando la nueva nomenclatura de ATS, pero con una connotación y una asunción de funciones totalmente diferente a la que se otorgaba a las mujeres, lo que aún ahondaba mucho más en la desvalorización de la Enfermería, que no se contemplaba como tal, y de las enfermeras y los cuidados, a los que no se relacionaba con la Enfermería. De tal manera que el objetivo de perpetuar la dependencia y la invisibilidad enfermera se logró de manera absolutamente eficaz, al tiempo que contribuyó a dinamitar de manera clara y significativa aquello por lo que, teóricamente, se había llevado a cabo la reunificación de las tres profesiones comentada, es decir, la unidad. La división determinada por el género condujo a provocar una profunda brecha en el seno de la ocultada y disfrazada enfermería, entre enfermeras, matronas y practicantes a pesar de que todas/os, paradójicamente, fuesen ATS. Todo lo cual, por su puesto, tuvo su traslado a la sociedad, que identificó e interiorizó, tal como se pretendía, la imagen subsidiaria y dependiente de la medicina, contribuyendo, por otra parte, a reforzar el protagonismo exclusivo de los médicos como únicos garantes de la asistencia sanitaria y a que su imagen se identificase como la de un ser superior y poderoso al que se tenía que obedecer y rendir pleitesía.
Tras la finalización de la dictadura franquista, como ya comenté en mi anterior entrada, un grupo de decididas, valientes y competentes enfermeras, mayoritariamente mujeres, pero también con la participación activa de algunos hombres, lograron romper el maleficio impuesto con la titulación de ATS y recuperar, al menos en parte, la identificación enfermera con la entrada de los estudios de enfermería en la universidad.
La profesionalización de la enfermería y la consideración de sus estudios como universitarios, coincidió con la instauración de la democracia y con ella con la recuperación progresiva, aunque desigual, de libertades y derechos perdidos y perseguidos.
Por su parte, la igualdad de derechos de las mujeres y la recuperación de su dignidad, aunque lentamente, se fue recuperando con evidentes dificultades y barreras en una sociedad marcadamente machista en su forma y en su fondo.
En este escenario, las enfermeras iniciaron, al igual que las mujeres, la recuperación de una lenta autonomía de la dependencia y subsidiariedad médicas, aunque con importantísimas resistencias por parte de los médicos para no perder el control sobre ellas, lo que por otra parta reforzaba el estatus logrado.
La limitación de los estudios de enfermería a diplomatura universitaria impedía el acceso a los máximos niveles académicos, lo que suponía una clara barrera para la total normalización del desarrollo disciplinar y profesional. A pesar de lo cual cada vez existía una mayor diferenciación con la medicina, a través del desarrollo de planes de estudio basados en un paradigma enfermero propio. Diferencia que, sin embargo, no se reproducía con los médicos con quienes se seguía manteniendo una dependencia muy significativa tanto por parte de ellos, que continuaban manteniéndola y alimentándola, como por parte de las enfermeras, que dejaban se ejerciera con cierta displicencia.
La instauración del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) y la consiguiente regulación de los estudios superiores como Grados de todas las disciplinas, logró romper el techo de cristal que nos impedía acceder al máximo nivel académico.
Parecía que dicho logro iba a permitir equilibrar “las fuerzas” de igual manera que paralelamente iban alcanzándose, no sin dificultades, nuevos logros en la igualdad entre hombres y mujeres, a pesar de la lacra permanente y sangrante de la violencia de genero alimentada por la cultura machista aún presente en nuestra sociedad, cultura y educación.
Sin embargo, tal como sucedía con la igualdad de género, en la igualdad profesional y disciplinar, las enfermeras sufríamos la “violencia” machista impuesta por la medicina como consecuencia de la resistencia ejercida por una parte de los médicos a pesar de que el número de mujeres en la profesión era cada vez mayor, pero con la particularidad de que, estas, asumían el rol machista de la profesión médica en la relación que se mantenían con las enfermeras.
Las situaciones de presión e incluso acoso, se sucedían cada vez que las enfermeras trataban de recuperar una identidad propia, autónoma y desligada de la subsidiariedad médica que no se lograba eliminar a pesar de los avances. Recursos judiciales, presiones ante las administraciones, descalificaciones, normativas que limitaban el acceso a puestos de responsabilidad, diferente nivel profesional con idéntica titulación académica, creación de puestos de dirección sin capacidad en la toma de decisiones, exclusión de comisiones o grupos de trabajo… son tan solo algunas de las estrategias para mantener el control y la capacidad de movimientos de las enfermeras en connivencia con los políticos y gestores en ese aparente talante renovador que no se reflejaba en el necesario cambio normativo, ni en la voluntad de las partes por alcanzarlo.
El paralelismo con la desigualdad de género continuaba y, lamentablemente, continúa existiendo allá donde médicos y enfermeras coinciden. Es decir, en prácticamente cualquier escenario, pero de manera muy significativa en el ámbito profesional de la asistencia sanitaria.
La democracia seguía consolidándose, aunque la deriva política, el descontento social, la corrupción, la mediocridad… de las/os dirigentes políticos propició la incorporación, inicialmente anecdótica y progresivamente preocupante, de tendencias ultraconservadoras que rescatan discursos aparentemente superados en los que se cuestionan derechos fundamentales como la perspectiva y la violencia de género, la igualdad entre personas de diferente tendencia sexual, raza o creencia, la educación en valores democráticos, el respeto a las decisiones individuales ante la muerte o el aborto.
Pensar que dichas posiciones ideológicas obedecen tan solo a la casualidad, que son temporales, que no comportan peligro alguno para la estabilidad democrática, que no tienen consecuencias para mantener los derechos alcanzados… es, no tan solo una temeridad ligada a la ausencia premeditada y consentida de la memoria histórica, sino también, una clara irresponsabilidad colectiva, que nunca puede justificarse como una respuesta antisistema como se le quiere disfrazar.
Y en ese panorama de permanente incertidumbre y de crecimiento y asentamiento de ideologías radicales de ultraderecha en las que se apoyan para lograr el poder partidos conservadores que supuestamente tenían superadas estas posturas, cuando en realidad tan solo estaban aletargadas o enmascaradas, nuevamente las mujeres y las enfermeras, volvemos a sufrir tanto ataques como pérdidas de derechos que ya se creían consolidados tales como la discriminación positiva, los recursos de apoyo a la igualdad, la negación de la violencia de género, el acceso en igualdad de condiciones a puestos de trabajo, la remuneración igualitaria en puestos de idéntica responsabilidad o competencia, la negativa al acceso a determinados niveles o puestos de trabajo…
La medicina, como lobby de poder, ante los intentos de cambio en los modelos actuales del SNS en general y de la Atención Primaria y Comunitaria en particular, se alinea con los posicionamientos machistas y totalitarios de dichas posturas ideológicas para intentar paralizar el desarrollo profesional de las enfermeras.
Las estrategias de una parte de los médicos son sibilinas y engañosas, tratando de mantener una visión, sino progresista si cuanto menos liberal en sus posicionamientos, pero con cada vez menor disimulo en sus planteamientos reaccionarios y excluyentes hacia quienes consideran diferentes o simplemente un peligro para su estatus de privilegio, a pesar de que socialmente ya empezaba a estar muy cuestionado.
Actitud hostil a la que se suman de manera cada vez más habitual y agresiva otros colectivos que parecen ver en las enfermeras la reencarnación del mal contra sus intereses, mientras las enfermeras aguantamos estoicamente, sin parecer inmutarnos, los ataques a nuestras competencias, haciéndonos cada vez más débiles y con menor espacio competencial, al abandonar nosotras ciertas competencias por considerarlas menores y limitándonos otras porque terceros las consideran ajenas a nuestra profesión. Todo lo cual nos hace padecer el efecto sándwich, es decir, nos presionan por arriba y por abajo y la mayonesa, que en este caso somos nosotras, se sale por todos lados.
Pero en esta ocasión me centraré en el acoso médico sin que ello signifique que el realizado desde otros frentes profesionales no sea tan grave y lesivo, o más, que este y, dese luego, sin olvidar que nuestra actitud ante todo ello debería, cuanto menos, preocuparnos y ocuparnos.
Como ejemplo y tan solo como muestra, me voy a referir a la actitud de algunos órganos de representación médica, a través de sus dirigentes, lo que no significa, por supuesto, que sea el sentir general de todo el colectivo, pero si de quienes hablan y actúan en su nombre.
En la Comunitat Valenciana se nombró, en 2020, como comisionada para el desarrollo e implementación del Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria en dicho territorio autonómico a una enfermera[2]. Dicho nombramiento por sí mismo, sin haber llevado a cabo ninguna gestión o acción ya generó, por parte de sindicato, organizaciones y colegios médicos, declaraciones de descalificación y cuestionamiento a su capacidad y competencia. Por el simple hecho de ser enfermera y mujer, claro está.
La Comisionada, se dedicó a trabajar y a reunirse con todos aquellos colectivos y representantes de los mismos que de manera más o menos activa y directa trabajan en el ámbito de Atención Primaria. Reuniones a las que algunos de los representantes de dicho colectivo médico no asistieron ni aportaron sugerencia alguna al Marco que se estaba consensuando, posiblemente por entender que hacerlo hubiese supuesto reconocer la “autoridad” de la comisionada. Los ataques y las descalificaciones, sin embargo, continuaron produciéndose de manera totalmente gratuita e injustificada.
Concluido el proceso, se presentó públicamente el informe[3] a cuyo acto se negaron a ir quienes lideraron los ataques, argumentando para ello la falta de comunicación y de consenso en la elaboración del mismo, lo que no tan solo no es cierto, sino que es totalmente falso, obedeciendo únicamente a un nuevo intento por distorsionar la realidad para lograr con ello la aparente discriminación denunciada y poder asumir el victimismo con el que justificar su actitud de absoluto desprecio hacia el trabajo realizado y quien lo lideraba, en un manifiesto ejemplo de acoso profesional machista[4].
Su no comparecencia, ni en las conversaciones previas ni en la presentación, no fue obstáculo alguno para arremeter de manera totalmente desproporcionada, ausente de rigor científico y de respeto contra el documento presentado y su responsable, enfermera y mujer.
Tan solo como ejemplo de lo expuesto rescato uno de los supuestos argumentos de rechazo de una de las organizaciones que precisamente declinó reunirse con la Comisionada en la fase de redacción del documento, en donde dicen textualmente: “Papel del personal de enfermería: debe potenciarse, pero sin olvidar que el grado de enfermería es diferente al de medicina y su función principal son los cuidados. Estas profesionales no deben ser la solución cuando la necesidad sea personal facultativo y el interés por la especialidad de enfermería debe ser por su aportación al cuidado de los pacientes y no para cubrir áreas que no les corresponden”[5].
El argumento perfectamente podría identificarse e imputarse como uno de los muchos que realizó el expresidente del gobierno Mariano Rajoy[6], dadas las extrañas construcciones gramaticales, las relaciones de causalidad imposibles y sus ininteligibles planeamientos.
Para empezar que se diga que el grado de enfermería es diferente al de medicina, es de Perogrullo y utilizarlo como argumento es tanto como decir que la noche es diferente al día. Pero no contentos con esto continúan y tratan de reforzar su sublime descubrimiento con el de que la competencia principal de las enfermeras son los cuidados, aunque ellos hablen de función no sé si por desconocimiento, lo cual no descarto en absoluto, o por intento burdo e infantil de querer desmerecer los cuidados como función en lugar de competencia. Una loable disertación argumental, sin duda. Puede ser también plausible que el intento de tan sesudos analistas fuese el de desprestigiar los cuidados como una competencia, que no función repito, menor. En cualquier caso, no le resta patetismo a una u otra o a ambas opciones, diciendo mucho de quienes las han plasmado por escrito intentando, pero no consiguiendo, establecer un razonamiento que trata de esconder su rechazo machista hacia las enfermeras.
Pero tal cúmulo de despropósitos en tan poco espacio narrativo no concluyen ahí y continúan sus ataques diciendo que las enfermeras no pueden ser la solución a la necesidad de personal facultativo. Analicemos. Sin aportar absolutamente ningún argumento o evidencia que sostenga su rechazo a que las enfermeras puedan ser la solución, la que sea, rechazan esta posibilidad. Por otra parte, dan por sentado que la necesidad a la que se refieren tan solo la pueden aportar facultativos. Por el simple hecho de ser facultativos, no porque consideren tener mayores o mejores aptitudes y competencias o que las enfermeras no puedan tenerlas, no, solo por ser médicos, en un nuevo y claro comportamiento de machismo profesional.
Siguiendo en su línea de irracionalidad tratan de reforzar su sinrazón diciendo que el interés por la especialidad enfermera debe ser por su aportación al cuidado. Un rotundo y novedoso descubrimiento que contribuye, sin duda, a ordenar las competencias profesionales y que refuerza su anterior argumento sobre la asunción de los cuidados por parte de las enfermeras. No contentos con su desquiciante argumentario, concluyen diciendo que la especialidad enfermera no puede servir para cubrir áreas que no les corresponden, en alusión al planteamiento que el documento del Maco Estratégico recoge de que las enfermeras pueden acceder, en igualdad de condiciones y en base a capacidad y méritos, a dirigir centros de salud. Es decir, ellos por su sabiduría y poder infinitos determinan que la gestión de un centro tan solo tiene capacidad de asumirla un médico, nuevamente por el simple hecho de ser médicos y con independencia de cualquier otra valoración de capacidades y méritos. Posiblemente por designación divina.
Podría seguir analizando la exposición de motivos al rechazo frontal, absoluto y absurdo al Marco Estratégico, pero sería reiterativo y aburrido como patético y triste es leer tales planteamientos realizados desde el radicalismo, la intolerancia, el fanatismo y la falta de rigor científico. Tan solo el desprecio y la intransigencia sostienen esta forma de actuar de quienes utilizan su supuesto poder en destruir a quienes consideran inferiores. Lo preocupante, que lo es, no es tanto ese machismo profesional, al que aludo, porque podría corregirse, sino la mediocridad de quienes lo lideran, porque, esta, lamentablemente ya forma parte de su genética profesional y personal y no tiene otra solución que apartarlos de cualquier puesto desde el que puedan trasladar su violento y radical mensaje. Tal como dijera Eurípides de Salamina[7] “frente a una muchedumbre, los mediocres son los más elocuentes” y eso es muy peligroso. Espero y deseo que el sentido común y la inteligencia de la mayoría de los médicos superen el fanatismo de los mediocres que dirigen las instituciones que les representan.
Además de la evidente violencia profesional machista que he argumentado, existe un ejercicio maquiavélico en sus estrategias destinadas a generar confusión y con ellas intentar sustituir la realidad por otra paralela que desvirtúe la primera, y que se ajuste a sus intereses.
Para ello utilizan o bien la metonimia a través de relaciones objetivas entre elementos, de presencia o contigüidad, pero que generan confusión, como cuando se habla de que “es el mejor gestor” refiriéndose al médico.
En otras ocasiones hacen uso de la sinécdoque a través de un tropo que sustituye una expresión por otra cuyo sentido es figurado creando una historia disruptiva o estereotipo. “La simpatía de la enfermera”, en una clara sustitución e intercambio de relaciones de causa y efecto, que no se corresponde con la realidad profesional pero que acaba creando una imagen idealizada y simplista.
Por último, se utiliza también la metáfora como medio por el cual una realidad o concepto se expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo representado guarda cierta relación de semejanza pero que no se corresponde con la realidad. Por ejemplo, cuando se dice “la enfermera es un ángel” o “la enfermera es mi mayor ayuda”. En el primero de los casos se sitúa a las enfermeras en el ámbito de lo divino o religioso, pero desde la perspectiva de ángel como ser espiritual, servidor y mensajero de Dios, o sea del médico. Y en el segundo de los casos al identificarla como elemento de ayuda o soporte y anulando así su capacidad de autonomía o capacidad de decisión.
En cualquier caso, son retóricas lingüísticas que lejos de ser inocentes están cargadas de intención para los intereses de primacía médica como los que he ido refiriendo a lo largo del texto y que, lamentablemente, continúan utilizándose y tolerándose de manera totalmente inaceptable como se sigue tolerando e incluso a veces justificando, la violencia de género.
Más allá de la retórica como forma de manipular a los otros y de dominarlos a través de la palabra, no debemos ni podemos olvidar que las enfermeras somo reales y tenemos una identidad profesional definida y propia que no está sujeta ni a interpretaciones por parte de nadie ni mucho menos a cualquier tipo de violencia profesional como la que se continua ejerciendo desde la mediocridad de quienes siguen creyendo que son seres superiores que están por encima del bien y del mal, actuando como justicieros divinos.
Pareciera que solo Dios pudiese librarnos de ellos. Ojalá y se obre el milagro. Pero como no creo en milagros mejor sería que unos, los médicos, y otras, las enfermeras, lo hiciésemos en nuestros respectivos ámbitos para evitar representaciones tan impropias como peligrosas.