La debilidad del Sistema
“El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente.”
Lord Acton[1]
Durante casi dos años de pandemia la urgencia, la atención, el esfuerzo, la competencia… eran determinados claramente por la demanda de salud de la población contagiada o en riesgo de serlo. Una situación en la que lo importante no era quién hacía tal o cual cosa, sino qué se hacía y para qué se hacía con el objetivo común de aliviar, curar o cuidar a las personas que sufrían y a sus familias. Una gestión del tiempo, los recursos, la templanza, las emociones… que trascendía a cualquier ego profesional o disciplinar. Una toma de decisiones que precisaba de la confianza, el apoyo, la participación colectiva y huía de protagonismos inútiles. Faltaban manos, equipos, tiempo, sueño, tranquilidad… pero sobraba coraje, determinación, voluntad, entrega, solidaridad para responder a tanto sufrimiento y dolor como el que se acumulaba sin poder contenerlo apenas. El concepto de trabajo en equipo tomó sentido, cuerpo y coherencia para lograr dar respuestas que permitieran contrarrestar los efectos devastadores del virus y limitasen o anulasen los posicionamientos irracionales de corporativismos estériles y nocivos.
La pandemia puso al descubierto las miserias de un Sistema Sanitario que hacía aguas por todas partes y que tan solo el efecto de la acción profesional comentada lograba mantenerlo a flote.
Las manifestaciones de afecto y reconocimiento populares que obligaron a las/os políticas/os a sumarse a ellas, más por una cuestión de imagen que de convicción, contribuyeron a enmascarar las grandes deficiencias tanto del Sistema como modelo, como de las decisiones que se tomaban y que adolecían, en muchos casos, de la coherencia, la argumentación y el sentido común necesarios, como el hecho de ignorar a la Atención Primaria en los peores momentos del inicio de la pandemia o la carrera sin cuartel por demostrar quién tenía el hospital de campaña más grande, aunque luego no se supiese gestionar o no se contase con profesionales para ponerlo en marcha, teniendo que recurrir a un estudiantado de enfermería y medicina al que, sin embargo, se le impedía desarrollar sus prácticum en esas mismas organizaciones. Útiles para sus intereses exclusivamente. Otra de las paradojas con las que constantemente nos sorprendían.
En esta terrible situación, los cuidados profesionales enfermeros, emergieron como pocas veces antes lo habían hecho. La ausencia de respiradores y de equipos, la distancia obligada, en muchos casos hasta límites difíciles de entender, con las familias a la puerta incluso de la muerte, el sufrimiento, la soledad… tuvieron en los cuidados enfermeros el eficaz consuelo, la deseada compañía, el reparador contacto, la estimulante escucha, el necesario alivio, que nada más les proporcionaba y que les mantenía firmes en su esfuerzo por salir de tan dramático estado.
Cuidados que aunaban conocimiento científico, humanístico y técnico y que requerían de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, incluso en aquellos lugares que sistemáticamente fueron olvidados o dejados en manos del mercantilismo privado de los cuidados como las residencias de personas adultas mayores en donde la precariedad, la falta de personal cualificado y la desidia actuaban como caldo de cultivo ideal para la COVID 19 y sus devastadoras consecuencias.
Cuidados que trascendieron de las unidades de cuidados intensivos, de los hospitales de campaña o de los teléfonos desde los que las enfermeras comunitarias trataban de responder a la incertidumbre, el dolor y la alarma que el caos pandémico estaba ocasionando, para visibilizarse como la fuerza sanadora, reparadora, consoladora que se precisaba y que nunca hasta ahora se había hecho tan patente como imprescindible.
Cuidados que contribuían a asimilar, afrontar, convivir con sentimientos y emociones encontradas ante tanta incertidumbre y miedo.
Cuidados que empezaron a llamar la atención de quienes sistemáticamente los habían ignorado cuando no estereotipado hasta el ridículo como los medios de comunicación.
Cuidados que tuvieron que ser verbalizados por quienes siempre los habían silenciado, minusvalorado o despreciado como las/os políticas/os y las/os gestoras/es. Incluso por quienes siempre los habían considerado subsidiarios a su actividad profesional como única protagonista de la atención a la salud, como los médicos.
Siempre, salvo honrosas, pero lamentablemente escasísimas excepciones, fue así. Los cuidados se hicieron paso para asomar por las grietas del caduco y agotado modelo sanitario en el que siempre se prestaron adquiriendo valor y siendo referencia de calidad, pero sin que se les otorgase la importancia ni el lugar que les correspondía.
El oleaje provocado por la pandemia fue dejando jirones de realidad que requerían de una clara y decidida intervención para lograr reparar, no ya los efectos de la citada pandemia, sino del maltrecho Sistema Nacional de Salud, que todos coincidían en que necesitaba de una revisión en profundidad, aunque todo hay que decirlo, unos con mayor fervor y convencimiento que otros, que se sumaban, no por convicción sino por evitar quedar en evidencia.
Se empezaron a convocar, con idéntico mimetismo que anteriores decisiones, comisiones de reconstrucción a nivel nacional, autonómico, municipal… con el aparente objetivo de identificar qué medidas debían adoptarse para tratar de corregir las deficiencias y evitar las consecuencias de similares situaciones futuras. En todas ellas quedaron de manifiesto al menos dos cuestiones, la necesidad de cambiar el modelo del actual SNS y la puesta en valor de los cuidados como elemento fundamental en un contexto como el que dejaba la pandemia. Pero con idéntica inercia a como se habían convocado se fueron diluyendo en el olvido, poniendo de manifiesto que tan solo se trataba de una nueva y patética puesta en escena con la que quedar bien pero con muy poca y real voluntad política por intentar solucionar las cosas, mientras las olas se sucedían sin que nada o muy poco cambiase en el panorama sanitario más allá de las campañas de vacunación, planificadas y gestionadas por enfermeras, que servían de bálsamo reparador o de cortina de humo ante tanta falta de acción como de solución.
Pero la falta de respuestas y el deterioro progresivo del Sistema en general y de la Atención Primaria y sociosanitaria en particular, obligó a las/os decisoras/es políticas/os a dar un paso al frente para recuperar el Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria, que se aletargó con el inicio de la pandemia. Así como plantear, al inicio de la pandemia, cambios profundos en el Sistema Nacional de Salud, que fueron abandonados sin justificación alguna. Ocultando las propuestas planteadas para tan necesario como imprescindible cambio por las/os expertas/os en un documento que estará durmiendo el sueño de los dioses en algún cajón, disco duro o papelera ministeriales [2].
Pero lo que nada ni nadie puede ocultar, ni lo que el oportunismo de determinados/as políticos/as pueden impedir, es que la realidad se siga manifestando con toda su crudeza. El SNS está basado en un modelo claramente ineficaz e ineficiente en el que la enfermedad, la tecnología, el hospitalcentrismo, la medicalización, la fragmentación y el asistencialismo, entre otros, son la base sobre la que se sustenta, se organiza y se gestiona. Modelo creado a imagen y semejanza de quienes lo crearon y utilizan como centro de su actividad y desarrollo disciplinar, pero que no es capaz de responder ni a las necesidades de salud ni a las demandas de la población. Modelo en el que la Atención Primaria se incorporó, tras la Ley General de Sanidad, con renovadas propuestas de atención, organización y gestión, que progresivamente fueron siendo neutralizadas o eliminadas por quienes no tan solo nunca creyeron en él, sino que lo veían como una amenaza a su hegemonía médico-sanitarista, hasta convertirlo en un mero instrumento de su voracidad de poder y en una sucursal subsidiaria de los hospitales. Modelo en el que, por descontado, los cuidados no están institucionalizados ni por supuesto, son valorados, reconocidos ni reconocibles, más allá de la mera utilización semántica, lo que les sitúa en la indiferencia institucional y el valor residual de la atención, a pesar de que quienes los prestan son las/os profesionales más valoradas/os del Sistema por la sociedad, precisamente por eso, por prestar cuidados.
Ante tal cúmulo de evidencias los documentos que finalmente han logrado salir a la luz, con serias resistencias, plantean cambios sustanciales en sus estrategias como la identificación de las enfermeras como profesionales clave del cambio y de sus cuidados como acciones imprescindibles ante el contexto que la pandemia ha dejado al descubierto. Se rompe, al menos sobre el papel y a falta que se concrete en la práctica real, el corsé médico-asistencialista. La salud, la participación comunitaria, la promoción y la educación para la salud… recuperan el protagonismo que nunca debieron perder y que fue erradicado y penalizado en favor de la enfermedad y la medicalización. Pero también rompe con la hegemonía corporativista irracional, incoherente y acientífica según la cual los puestos de responsabilidad se reservaban en exclusividad a los médicos por el simple hecho de serlo, más allá de sus capacidades, competencias, actitudes y aptitudes. Estableciéndose que el acceso a los mismos lo será por capacidad y mérito y no por el hecho de ser médico.
Así pues, todo lo vivido, lo perdido, lo sentido, lo llorado…, gracias a todo el trabajo colectivo, tras la pandemia, fue remitiendo, se fue olvidando, perdiendo, desnaturalizando y con ello debilitando las defensas que controlaban el contagio del peor virus profesional, el poder, que adquirió toda su crudeza e irracionalidad ante las propuestas comentadas, por entenderlas como una amenaza a la recuperación del mismo. La pandemia logró que se visibilizase y reconociese lo que desde otras disciplinas se puede aportar en beneficio de la salud, su prestación o su gestión. Pero había quienes permanecían al acecho para atacar cuando pasase lo peor. Y a partir de ahí recuperar el poder autoritario, intolerante, excluyente, posesivo, irracional, abusivo, por el que se pierde la noción del servicio a la salud para dejar paso al servicio de la notoriedad, el narcisismo y el egocentrismo, por parte de sátrapas parapetados tras puestos de supuesta representación profesional o laboral, que esperan el momento propicio para asestar sus golpes de gracia populista con discursos vacíos sin la más mínima evidencia científica pero con una carga letal de rencor, odio y, sobre todo miedo, a que profesionales preparadas/os, capaces, competentes, eficaces y eficientes puedan ocupar los puestos que hasta entonces les habían estado reservados por el simple hecho de tener un título académico determinado que no es superior al de quienes pueden optar a los mismos en base a criterios objetivos de capacidad y mérito.
Quienes, según los documentos consensuados y aprobados, podrán acceder a puestos de responsabilidad, lo harán por el hecho de contar con un Grado Universitario de igual valor que el de cualquier otro de los existentes en el catálogo del Ministerio de Universidades. O por poseer Máster o Doctorado al que tienen acceso desde dichos Grados Universitarios.
El pueril argumento de que ellos la tienen más larga, en referencia a los años que cursan, no es en ningún caso un argumento científico ni por tanto merecedor de tenerse en cuenta. Los créditos que componen los estudios son como el chicle, que se pueden estirar todo lo que se quiera e incluso se pueden hacer con ellos globos que tan solo tienen un poder efectista que acaba cuando explota el mismo, al igual que sucede con el discurso inflado de razones sin fundamento que se diluye con la evidencia. No por más años en la Universidad se alcanzan mejores resultados, ni académicos ni profesionales, aunque aparentemente pueda parecerlo y así se pretenda hacerlo.
Incluso, establecen su propio cortijo, chiringuito o territorio, al tomarse la libertad que por otra parte les es permitida, para separarse de las Ciencias de la Salud, cuando se constituye en alguna Universidad una Facultad con dicha denominación en la que se imparten diversas titulaciones. Deciden, no formar parte de dichas Ciencias de la Salud para mantener su denominación de Medicina. De ahí que existan, con el beneplácito y bendición de las Universidades, Facultades de Ciencias de la Salud y Medicina en una decisión que no tan solo escapa a la lógica sino, a algo mucho más grave, a la ciencia. Lo que se convierte en una nueva muestra de su patética enfermedad de poder, situándoles en el ámbito de la extravagancia. Desde dicho planteamiento se debería cuestionar el que pudiesen trabajar en Centros de Salud dada su renuncia expresa a ser parte de las disciplinas Científicas de la Salud. O rizando el rizo que se constituyeran, en paralelo y de manera independiente a los centros de salud, centros de enfermedad o de medicina. Mejor no dar ideas.
Pero a pesar de ello o precisamente por todo ello, dichos sátrapas, que por lo general nunca han destacado por sus aportaciones científico-profesionales, amenazan permanentemente con demandar tales decisiones ante los tribunales en una nueva y patética demostración de poder de cómic con el que alimentar su ego y conseguir el fervor de unos cuantos acólitos que actúan de palmeros, mientras la gran mayoría del colectivo médico asiste atónito y avergonzado ante tal demostración de ignorancia y supuesta fuerza de liderazgo pandillero.
El problema, sin embargo, no está tanto en la existencia de este tipo de figuras histriónicas, sino en la respuesta que desde los tribunales hagan los jueces a la hora de interpretar las leyes que siguen protegiéndoles gracias a la connivencia de quienes las elaboran para mantener su estatus, es decir, las/os políticas/os que o bien mantienen normas caducas y algunas de ellas predemocráticas o bien legislan bajo la presión del lobby de poder al que se someten. Con ello se cierra el círculo perfecto para el mantenimiento de la hegemonía autocrática disciplinar.
No se trata de supuestos ataques o amenazas infundadas. Recientemente representantes de colegios profesionales y sindicatos médicos en la Comunitat Valenciana[3],[4] y Asturias[5] han dicho pública y reiteradamente que van presentar demandas contra la posibilidad de que las enfermeras puedan acceder a direcciones de centros de salud o contra el nombramiento de direcciones generales ocupadas por enfermeras. Todo un alarde en defensa del clasismo médico, que no profesional. Y es que, a mí, me pasa como a Thomas Jefferson[6] que “nunca he podido concebir cómo un ser racional puede perseguir la felicidad ejerciendo el poder sobre otros”, a partir de aquí cada cual que saque sus propias conclusiones, pero, blanco y en botella.
Ante estas bravuconerías sería deseable que la clase política tomase nota y se mantuviese firme en la necesidad de normalizar una situación que hasta la fecha ha sido claramente antinatural y sobre todo muy injusta. Para ello se debería empezar por regular la pertenencia de las enfermeras como grupo A1 como lo son médicos, biólogos, psicólogos, abogados o economistas, que son contratados con una titulación académica de idéntico nivel, valor y consideración legal que la que poseen las enfermeras. Mantener esta situación de clara inequidad y desigualdad es tan solo una evidencia más de la permisividad ante las presiones de la clase médica y de incoherencia política y legal.
Pero también resulta imprescindible que a quienes les duele la boca de decir que las enfermeras son el pilar fundamental del Sistema, sin creérselo claro está, actúen con un mínimo de ética y respeto dando idénticas oportunidades, por ejemplo, de investigar, a todas/os las/os profesionales y no tan solo a las/os de una disciplina. Es el caso, por poner tan solo un ejemplo, del Servicio de Salud de Castilla y León (Sacyl), donde las enfermeras no pueden acceder en igualdad de condiciones ni de contenidos a la biblioteca virtual para hacer investigación. Una clara muestra de la falta de respeto y de reconocimiento a la aportación científica enfermera. Patético.
Mención especial merecen quienes desde la incompetencia más absoluta o la inquina más irracional de los puestos de responsabilidad que ocupan en ministerios y consejerías autonómicas paralizan, limitan, dificultan, retrasan, bloquean… la evolución e implementación de las especialidades enfermeras. Porque más allá del daño que causan al desarrollo enfermero, está el causado a la población a la que se priva de unos cuidados de mayor calidad. Casualmente quienes ocupan estos puestos son en su mayoría médicos. Lo que no debería suponer ninguna sospecha desde la perspectiva ética y estética que debieran tener y aplicar. Pero lamentablemente la realidad es muy tozuda.
Finalmente, no deja de ser curioso, o más bien deplorable, que no se tenga reparo alguno en que un gerente de Departamento o Área de Salud pueda ser un economista o un abogado, pero que se ponga el grito en el cielo ante la sola posibilidad de que lo sea una enfermera. Lo que nos lleva a una conclusión derivada de la más elemental lógica, que no es otra que el miedo a quedar en evidencia dada la capacidad, competencia, eficacia y eficiencia demostradas por las enfermeras en muchísimos puestos de responsabilidad a los que han podido o les han dejado acceder.
Ante estas demostraciones de fuerza y abuso consentido, hay quienes se animan a reclamar territorios que ni les pertenecen ni están en disposición de ocupar por no disponer de las competencias para ello, pero que suponen un apetecible objetivo comercial para sus negocios privados por mucho que se empeñen en repetir que prestan un servicio público. Nuevamente un lobby, en este caso la farmaindustria, somete a presión a las/os decisoras/es políticas/os aún a costa de la falta de rigor de las propuestas mercantilistas. En paralelo, profesionales con idéntica titulación en el sistema público, al que han accedido por especialidad y méritos, que no por capital, no son ni reconocidos ni valorados en su justa medida y tienen que asistir como espectadores atónitos ante lo que es una clara intromisión que, además, proviene de un ámbito privado y por tanto con claros intereses económicos disfrazados de un falso altruismo.
Si quienes tienen la responsabilidad política de la sanidad no ponen coto a estos desmanes de claro autoritarismo y desprecio a la ciencia y a la coherencia, consintiendo con sus decisiones tales actitudes, serán cómplices directos de la perpetuación del poder clasista y acientífico que lastra y paraliza el Sistema Nacional de Salud. Como dijera Gonzalo Torrente Ballester[7], “el poder más peligroso es el del que manda, pero no gobierna.
Las enfermeras, por su parte, deberíamos evitar la tentación de morir de éxito o de pensar que todo está ganado o, lo que es peor, que ya hay quien se encargará de que se gane. Ni nada está ganado, ni nadie nos regalará nada. Lo que seamos, lo seremos porque lo habremos logrado con trabajo, esfuerzo y convencimiento en lo que hacemos y en lo que somos. No sería bueno que confundiésemos determinados logros, que los son, de reconocimiento y visibilidad hasta ahora vetados, con un posicionamiento de poder, lo que nos situaría en similar posición a la que tanto se critica. Nuestra influencia, que no poder, no está en lograr el poder adquirido por otros. Nuestro objetivo nunca debe ser el de apartar a nadie para ocupar su lugar, porque ese lugar ni nos corresponde ni se ajusta a nuestro paradigma enfermero. Nuestra influencia y liderazgo debe ser el de la comunidad, al lado de las personas y sus familias, que requieren de nuestros cuidados. Tan solo desde esta posición lograremos ser respetados. No nos dejemos deslumbrar por una fascinación tan artificial como traicionera que a lo único que nos llevaría sería a la ceguera. Lo contrario sería un suicidio tan innecesario como estúpido que nos sumiría en el más absoluto anonimato profesional y social.
Nadie es prescindible, pero mucho menos imprescindible. La Salud es demasiado importante para estar en manos exclusivamente de una disciplina. Tan solo desde el trabajo transdisciplinar, pero, sobre todo, desde el respeto se podrá prestar una atención integral, integrada e integradora que promocione la salud desde la participación real de la comunidad y anteponiendo los objetivos comunes a los individuales, corporativos o económicos.
Tras más de dos años de pandemia, estaría bien que hubiésemos aprendido, todas/os, que las personas, las familias y la comunidad a las que nos debemos están muy por encima de las peleas callejeras para marcar territorios de un poder que ni nos pertenece a nadie ni favorece la aportación específica de todos y cada uno de los profesionales que intervienen para mejorar su salud. Mientras sigan existiendo mentes que, en lugar de pensar, analizar y reflexionar, se dediquen a intrigas palaciegas y emboscadas callejeras, y exista quien pudiendo y debiendo, no actúe para impedirlo, seguiremos instalados en las penumbras, cuando no en las tinieblas, de la convivencia científico – profesional y de la connivencia político-profesional.
Hablar de equipos en estas condiciones es no tan solo un eufemismo sino una clara falacia que nos impedirá dar respuestas de calidad a quienes les corresponden, las merecen y las demandan.
La fascinación del poder y por el poder debilita al Sistema y un Sistema debilitado no es capaz de ofrecer lo que de él se espera y desea, provocando claras inequidades dentro y fuera del mismo.
[1] Historiador inglés (1834-1902).
[2] Plan de acción para la transformación del Sistema Nacional de Salud en la era COVID 19. Ponencia del Ministerio de Sanidad y un Grupo de 20 profesionales expertos.
[3] https://www.cesm-cv.org/por-que-hay-que-rechazar-el-plan-de-atencion-primaria-de-la-comunidad-valenciana/
[4] https://www.informacion.es/alicante/2022/02/17/ley-deja-claro-centro-salud-62710926.html
[5] https://www.lne.es/asturias/2022/03/12/colegio-medicos-lleva-tribunales-principado-63744736.html
[6] Político Estadounidense (1743-1826).
[7]Escritor español (1910-1999).
Tienes toda la razón, nada está ganado, al contrario.. las diferencias de amplían y permanecemos impasibles…lo has expresado bien.