APATÍA PROFESIONAL PERSISTENTE

                                                                                                   “Tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada, y nada  acontece, y nada me conmueve hasta la raíz.”.

Mario Benedeti[1]

La pandemia ha dejado secuelas importantes tanto en quienes la han padecido como en quienes la han sufrido. De hecho, se ha acuñado un nuevo término, COVID Persistente, para definir la condición de aquellas personas con historial probable o confirmado de SARS Cov-2, normalmente tres meses después del comienzo de los síntomas relacionados con el virus y que no pueden explicarse con un diagnóstico alternativo.

Pero como digo, la COVID no tan solo causa estos efectos en las personas que lo han padecido al ser contagiadas. El entorno más cercano, fundamentalmente familia, ha visto afectada su vida diaria en múltiples aspectos sin que hasta el momento nadie haya identificado ni mucho menos actuado para paliar o mejorar sus situaciones y problemas derivados de las mismas.

Por su parte la sociedad en general padece en muy diversa manera e intensidad las consecuencias de una pandemia que van mucho más allá de los daños causados por el virus y que nos conformamos con denominar como daños colaterales como si con ello los estuviésemos justificando como inevitables e incluso normales.

El virus no ha sido, en ningún caso, el único responsable de esta situación de COVID Persistente que estamos viviendo y que afecta a tantas personas, situaciones, entornos, relaciones, decisiones… Porque antes de que llegase el virus y contagiase de muy diferentes formas a la sociedad, muchos de sus recursos, ya padecían alteraciones importantes que se maquillaban, disimulaban, ocultaban, manipulaban… para trasladar una imagen de eficacia y eficiencia que estaba muy lejos de ser real, pero que se insistía en situar muy cerca de la excelencia.

Así pues, dichos recursos, no pudieron soportar el envite de la pandemia y empezaron a mostrar sus debilidades.

Pero más allá de esta reflexión, ya conocida y analizada, lo que verdaderamente debería preocupar es la relajación, cuando no la dejación, a la hora de dar respuesta a esos efectos tan devastadores que se tratan, nuevamente, de tapar, con discursos que tan solo contienen intenciones que ni tan siquiera considero sean buenas, las miserias de las deficiencias estructurales, de organización, de planificación y de respuesta a los problemas que presenta la población que sin ser nuevos han sido modificados, como si de una mutación se tratase, por efecto y defecto de la pandemia.

Al mismo tiempo y centrándome en un aspecto que considero trascendental, la pandemia ha sacudido los cimientos del actual modelo del Sistema Nacional de Salud (SNS) que como si de un yogur se tratase hace tiempo que su fecha de caducidad había sido superada. Como dijese en su día el Ministro de Agricultura Arias Cañete en un alarde de espontaneidad y desacierto “Veo un yogur y ya puede poner la fecha que quiera que me lo como”, las/os actuales responsables del Ministerio de Sanidad y de los 17 Sistemas de Salud autonómicos, tienen idéntico discurso al seguir manteniendo el actual modelo sanitario a pesar de la dilatada fecha de caducidad que tiene y queriendo convencernos a todas/os de que a pesar de ello sigue siendo excelente.

La pandemia ha sido contenida, que no vencida, a pesar del caduco SNS y gracias a las/os profesionales que en el mismo trabajan, en muchas ocasiones, en condiciones que no son exactamente saludables ni deseables.

Pero la respuesta que durante más de dos años han de manera ejemplar no se ha traducido, en ningún caso, en cambios del SNS como en tantos grupos de trabajo, comisiones, análisis de expertas/os… se ha venido constatando, la necesidad y urgencia, con evidencias científicas que avalaban los postulados y posicionamientos generados en los mismos.

Los resultados de tan nefasto abordaje, mediocre gestión y falta de determinación en la toma de decisiones en el camino que se indicaba como imprescindible, ha conducido a situaciones límite en las que las/os profesionales no han visto reconocido su esfuerzo con mejoras en las condiciones, no ya laborales, que también, sino en aquellas que deberían conducir a una mejor respuesta ante las necesidades que actualmente plantea la sociedad y que el asistencialismo, hospitalcentrismo, bioligicismo, fragmentación, medicalización… que impregna al SNS no permite y que incluso impide. Lo que, por otra parte, está siendo caldo de cultivo propicio para la mercantilización de la salud a la que estamos asistiendo a pasos agigantados con la irrupción de múltiples empresas de la sanidad privada que lejos de ser o actuar como un elemento de apoyo o colaboración con el sistema público, se comportan como depredadores que acorralan y devoran al debilitado sistema público empobreciéndolo y provocando una clara desigualdad en el acceso a una atención de calidad para aquellas personas que, cada vez en mayor cantidad, disponen de recursos limitados o ni tan siquiera disponen de los mismos. De tal manera que la universalidad y accesibilidad de la que presume nuestro SNS cada vez está más cercano a un modelo de beneficencia del que se aleja, claro está, el cada vez mayor grupo de personas que engrosan el colectivo de nuevos ricos, en una clara demostración de las desigualdades que se están generando en nuestra sociedad, en la que se desdibuja la clase media.

Los cierres de centros de salud, el desmantelamiento de los mismos, la falta de planificación, la ausencia de una adecuada inversión… se traduce en descontento, desilusión, frustración, abandono… de las/os profesionales. Y todo ello mientras se presume de Estrategias de Atención Primaria y Comunitaria (APyC) que más parece que actúen como Odette y Sigfrido en el ballet del lago de los cisnes antes de su muerte, que como el ave Fénix resurgiendo de las cenizas de un incendio que ha consumido al SNS en general y muy en particular a la Atención Primaria de Salud (APS).

La joya de la corona en que se convirtió, en su momento, la APS ha acabado convertida en una pieza de bisutería barata que nadie parece querer lucir y no se sabe qué hacer con ella, mientras el brillo del todopoderoso hospital sigue fascinando a políticos, profesionales, medios de comunicación y población en general, como si de una costosa, que no valiosa, joya se tratase, aunque posiblemente haya que empeñarla finalmente.

Los datos son apabullantes. En la última oferta de MIR se han quedado 400 plazas de Medicina Familiar y Comunitaria sin cubrir. Los Médicos que trabajan en APS, salvo aquellos/as pocos/as que creen en la misma, quieren renunciar a su trabajo para irse a trabajar a otros países. Toda una declaración de intenciones.

Las/os Pediatras no quieren trabajar en APS aunque sigan defendiendo con uñas y dientes su presencia en la misma. Las plazas son cubiertas en una gran cantidad por médicas/os sin la especialidad y a pesar de ello se mantiene su presencia en los centros de salud en una clara contradicción con lo que sucede en la mayoría de países de nuestro entorno, como consecuencia de la decisión que hace más de 37 años de tomó al respecto y que ahora resulta muy difícil de revertir al haber generado un lamentable y absurdo derecho adquirido que se traduce en una clarísima irracionalidad en la gestión de los recursos disponibles y necesarios.

Mientras tanto las enfermeras se pretende utilizarlas como comodines para cubrir los huecos dejados por unos/as y otras/os, sin que exista una reacción unificada al respecto en contra de una utilización tan insensata como incoherente que vuelve a poner en evidencia el desprecio que hacia los cuidados se tiene por parte de quienes toman este tipo de decisiones tan oportunistas e interesadas como alejadas de argumentación, sentido común y evidencia científica.

Si las enfermeras y los cuidados profesionales por ellas prestados ya sufrían las consecuencias de la invisibilidad, marginalidad, ignorancia, falta de respeto… de gestoras/es y políticas/os, la pandemia, ha provocado en ellas una peligrosa, insidiosa, grave e incierta apatía profesional persistente que pone en serio riesgo no tan solo a las propias enfermeras y su presente y futuro profesional sino a las personas, las familias y la comunidad que van a sufrir las consecuencias de una menor prestación de cuidados, a pesar de que, paradójicamente, nos encontremos ante un contexto de cuidados que no está siendo atendido con la calidad, la calidez y la cantidad que resultan imprescindibles y que con tanta impunidad se ignoran.

La apatía profesional persistente se manifiesta, además, en todos los ámbitos en los que están presentes, de una u otra forma, las enfermeras.

La APS que pasó por ser el paraíso deseado por las enfermeras de hospitales para cubrir los últimos años de vida profesional en una idealización tan fallida como manipulada por determinadas organizaciones, se ha convertido en un infierno al que nadie o muy pocos quieren descender.

La Universidad, en fase de desertización, es territorio al que las enfermeras se resisten a entrar dada la penosa travesía que por dicho desierto deben realizar para avanzar en una carrera académica difícil, costosa, poco reconocida y con unos sueldos que distan mucho de ser ni tan siquiera dignos.

La gestión, está denostada y se relaciona con afectos y favores políticos que limitan la capacidad autónoma para tomar decisiones sobre cuidados de manera autónoma, responsable y coherente.

El conformismo e inmovilismo como elementos mayoritariamente presentes en la actitud ante situaciones de ataque, falta de respeto, manipulación, corrupción… a la profesión y a las/os profesionales por parte de instituciones propias y ajenas, alimentan y perpetúan la apatía profesional que conduce, además, a un aislamiento que se traduce en un fuerte individualismo que actúa como antídoto de cualquier respuesta colectiva.

La indiferencia es el principal signo ante lo que debiera ser una respuesta mayoritaria de las enfermeras con su incorporación en sociedades científicas que no tan solo son ignoradas sino incluso denostadas y cuestionadas en una evidente muestra de inmadurez científico profesional provocando inmunodeficiencia profesional que debilita y pone en peligro la salud global de la enfermería.

La falta de respuesta a amplios problemas de salud como la soledad, la violencia de género, los cuidados familiares, la migración, la pobreza… ante la focalización exclusiva y excluyente hacia la enfermedad, son la consecuencia de una apatía persistente que impide respuestas enérgicas y positivas que contribuyan a mejorar la salud de las personas con la prestación de cuidados profesionales de calidad.

Se ha debilitado e incluso ha desaparecido el orgullo de pertenencia y de presencia. Ni nos sentimos enfermeras ni nos manifestamos como tales. Preferimos asumir las técnicas en las que nos sentimos cómodas/os y con las que nos creemos importantes, abandonando los cuidados que resultan complejos y difíciles de gestionar, aunque los situemos nosotras/os mismas/os en la intrascendencia o la indiferencia, lo que impide su transferencia y valoración por parte de la población.

La apatía profesional persistente, además, afecta tanto a enfermeras expertas como a noveles, lo que se traduce en una preocupante falta de recambio generacional al no existir ilusión, motivación, implicación ni tan siquiera la tan manida y no siempre bien entendida vocación.

La falta de referentes y liderazgos es otro de los síntomas que persisten en este cuadro florido de apatía, que nos lleva a permanentes enfrentamientos fratricidas y a la falta de la necesaria unidad para afrontar nuestros problemas. 

Apatía profesional que se ve reforzada por un claro componente de resignación que la arrastra a la cronicidad y la falta de reversión.

Ni tan siquiera signos de aparente rebeldía con manifestaciones claramente inoportunas en tiempo y forma, obedecen a una supuesta recuperación de dicha apatía persistente. Cuando las únicas reivindicaciones, justas, lícitas y respetables sin duda, se concretan mayoritariamente en mejoras salariales o aumento de plantillas, el diagnóstico es tan claro como preocupante. No reclamar la dignificación de los cuidados, el cambio de modelo sanitario, la reivindicación de competencias propias, la identificación de referentes y líderes… supone asumir consecuencias muy graves y peligrosas, que se catalogan como daños colaterales, minando el desarrollo científico profesional de las enfermeras y de la enfermería.

Además cada vez es mayor y más intenso el negacionismo a un tratamiento o inmunización, en base al trabajo, la implicación, el compromiso e incluso la resistencia, para vencer o cuanto menos contener el contagio de dicha apatía, por parte de amplios sectores profesionales que se han instalado en la queja permanente sin aportar nada que permita hacer frente a una apatía que cada vez afecta a más enfermeras, convirtiendo la misma en un mal que puede convertirse en endémico con lo ello puede suponer.

La solución no es sencilla y además debe ser colectiva. No son suficientes los voluntarismos voluntariosos de voluntarias/os valientes que tan solo conducen al desánimo ante la falta de respuesta coral cuando no al rechazo colectivo, no se sabe bien si por miedo a ser rescatadas/os de dicha apatía persistente en la que parecen sentirse cómodas/os en un aparente letargo que les mantiene aisladas/os de cualquier posible intento de reacción o acción para salir del mismo.

Mientras tanto los individualismos y protagonismos, egoístas y oportunistas emergen como influencers que con mensajes impactantes y engañosos arrastran al enfrentamiento estéril pero terriblemente destructor al que nos someten con las fake news que con tanta ligereza como ignorancia se aceptan como válidos por una masa cada vez menos crítica y reflexiva.

Necesitamos creer en nosotras/os mismas/os como el único remedio posible para vencer esta patología tan invalidante como dolorosa que padecemos y que se ha visto claramente potenciada por los efectos de una pandemia que ha trascendido al virus. No podemos ni debemos pensar que con tratamientos sintomáticos, puntuales y episódicos vamos a poder vencer la apatía profesional persistente. Se trata de llevar a cabo una respuesta integral que permita actuar en todos y cada uno de los aspectos, situaciones o decisiones que posibilitan que la apatía sea persistente y antes de que la misma sea crónica y permanente. Porque “en este mundo, nada hay tan cruel como la desolación de no desear nada.”[2]

Tenemos la ciencia, el conocimiento, las evidencias, la experiencia y la solvencia para incorporar la voluntad de eliminar este mal que nos paraliza y desliza hacia un abismo de indiferencia e ignorancia del que difícilmente podremos salir si finalmente acabamos entrando al mismo.

Hace 45 años logramos algo en lo que casi nadie creía, entrar en la universidad y situarnos al mismo nivel que cualquier otra disciplina o ciencia. Pero lo hicimos desde la unidad, el respeto, la identidad y el trabajo compartido. Resulta imprescindible que recuperemos ese espíritu de lucha, ilusión, energía, confianza, perseverancia, orgullo, pertenencia, unidad… para vencer la apatía persistente y situarnos de nuevo en la ilusión permanente, que evite como decía Miguel de Unamuno[3] que “los satisfechos y los felices, no amen; y se duerman en la costumbre.”, porque en palabras de Albert Schweitzer[4] “Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma.”

Necesitamos un alma joven y vital, activa y activista, fuerte y resistente, comprensiva y entusiasta, realista y optimista, emotiva y racional, reflexiva y cabal, cuidadora y humanista.

[1] Escritor, poeta, dramaturgo y periodista uruguayo, integrante de la Generación del 45 (1920-2009).

[2] Haruki Murakami (1949): Escritor y traductor japonés, autor de novelas, relatos y ensayos.

[3] Escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98 (1864-1936)

[4] Médico, filósofo, teólogo y músico franco-alemán. Premio Nobel de la Paz en 1952 (1875-1965)

CAMBIO CLIMÁTICO Y SITUACIÓN INESTABLE Tan lejos y tan cerca

 

En memoria de Desiderio Rodrigo Tolsá (DEP)

“La peor amenaza para nuestro planeta es la creencia de que alguien lo salvara.”

Robert Swan [1]

Estamos asistiendo a una ola de calor cuya excepcionalidad no es tanto la intensidad de calor, que también, como las fechas en las que se está produciendo adelantándose a la estación estival. Tampoco puede decirse que no se hayan producido olas similares en épocas anteriores, porque se han producido. El problema viene determinado por la frecuencia con que se producen últimamente efectos meteorológicos extremos y las consecuencias que los mismos tienen en las poblaciones y en el medio ambiente. Así mismo la evidencia científica, tan molesta para algunas/os, establece una clara relación de dichos fenómenos con el cambio climático producido por la intervención humana sobre el medio ambiente. Nada que no sepamos, aunque nos resistamos a actuar con la determinación necesaria para corregir el desastre que provoca e incluso a admitir que esta relación es un hecho incontestable.

Puede parecer que nada de lo dicho, más allá de ser una realidad, tenga relación alguna con la enfermería o las enfermeras. Pero prácticamente nada está exento de cierta dependencia o correlación.

La reflexión que hoy comparto no trata, sin embargo, de establecer de qué manera las enfermeras pueden y deben actuar sobre temas de tanta sensibilidad y que tanto efecto tienen sobre la salud de las personas y los entornos en donde viven y conviven, aunque, por otra parte, es preciso tener en cuenta a la hora de prestar cuidados profesionales. Lo que pretendo es establecer un paralelismo entre lo que sucede con el cambio climático y lo que pasa con la, para mí, convulsa situación de la profesión enfermera y las consecuencias que la misma tiene tanto para las propias enfermeras como para la población a la que estas atienden y que provocan efectos cada vez más frecuentes de desestabilización, confusión, incertidumbre, desilusión, pérdida de identidad y de sentimiento de pertenencia, enfrentamientos, radicalización de planteamientos, invisibilidad de referentes, ausencia de liderazgo… que podrían asimilarse a la frecuencia cada vez mayor de ciclones, lluvias torrenciales, olas de calor y frío extremos, tornados, deterioro del medio ambiente, extinción de especies de flora y fauna…

Mientras que, como ya he comentado, el cambio climático y sus consecuencias está muy fundamentado científicamente, a pesar del negacionismo existente al respecto, en la situación de inestabilidad enfermera la relación de causalidad, además de ser múltiple está falta de un análisis en profundidad e integral que identifique esas causas a qué son debidas y cómo pueden ser abordadas para evitar que el deterioro siga siendo tan progresivo como dañino.

Muy pocos cuestionan la importancia del medio ambiente para la sostenibilidad de la vida en nuestro planeta y a pesar de ello se siguen cometiendo ataques indiscriminados contra él sin tener en cuenta su finitud, sensibilidad y fragilidad y que el mismo no se resintiese provocando los efectos devastadores cada vez más frecuentes.

De igual manera nadie cuestiona la, al menos, aparente importancia de las enfermeras para la salud de la población y a pesar de ello tanto quienes deberían velar por su respeto y consideración en los entornos en donde trabajan, como las propias enfermeras con su permanente falta de autoestima y los ataques internos que se producen como efecto de las luchas de interés y oportunismo, en sus diferentes órganos de representación. Como si las enfermeras fuesen capaces de asumirlo todo sin desgaste alguno y sin que se produzcan efectos importantes en su manera de pensar, sentir y comportarse como enfermeras con lo que ello representa para los cuidados que prestan y que deben dar respuestas eficaces y eficientes a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

Mientras tanto se suceden las reuniones mundiales que tratan de establecer medidas correctoras que, cuanto menos, ralenticen los efectos del cambio climático tratando de lograr una reversión de la situación a medio o largo plazo. Reuniones en las que, sin embargo, precisamente quienes más contaminan e influyen negativamente sobre el medio ambiente, son quienes más se resisten a asumir las medidas consensuadas, lo que impide un avance eficaz para lograr los objetivos planteados.

Por su parte, el problema en Enfermería es que, si bien es cierto que se identifican los problemas, se protesta por ellos, se sabe cuáles son algunas de las causas e incluso los causantes que los provocan, a pesar de ello, no se actúa. Se protesta mucho. Incluso se llora demasiado, pero no se actúa. Existe el sentimiento generalizado de que las respuestas a sus problemas deben ser resueltos por otros. Que las soluciones dependen de otros. Que nada de lo que ocurre tiene que ver con nuestra actitud o nuestra falta de compromiso e implicación. Todo ello conduce a un victimismo que lejos de ayudar se comporta como un efecto multiplicador de los efectos que se provocan.

En cuanto al cambio climático surgen referentes que son identificados, valorados y respetados. Se generan grupos que se implican en política para incorporar sus planteamientos al debate que propicie políticas medio ambientales. Se construyen mensajes capaces de sensibilizar a la población de la necesidad de autorresponsabilidad en el desarrollo de las acciones e incluso en el cambio de hábitos y conductas tendentes a la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente. Existe un consenso amplio en la necesidad de actuar con determinación. Se identifican y rechazan las acciones que suponen un ataque al medio ambiente.

En cambio, ante la situación existente en Enfermería, las enfermeras no identificamos la necesidad de confluir en foros como las sociedades científicas que subsisten con el voluntarismo de las pocas enfermeras que se incorporan a ellas, lo que se traduce en una clara debilidad de las mismas que influye en las acciones que tratan de impulsar para revertir situaciones de parálisis e inmovilismo. Las enfermeras abandonamos espacios propios y específicos por entender que no tienen la importancia que como profesionales universitarias tenemos, quedando “libres” para ser colonizados por otros colectivos a los que posteriormente acusamos de intrusismo sin querer ver cuál es el verdadero problema. Las enfermeras nos resistimos a asumir la necesaria competencia política que permita trasladar la visión enfermera a todos los ámbitos sociales, económicos. políticos, educativos … de tal manera que se impregnen las políticas de los necesarios cuidados que se precisan y cuando esporádicamente lo hacemos olvidamos que lo somos. Las enfermeras no tan solo no consideramos necesario identificar, valorar y respetar a nuestras/os referentes, sino que los negamos e incluso rechazamos, cuando no atacamos Las enfermeras no somos capaces de sensibilizar a la población con un mensaje de salud, cuidados y humanización al quedarnos estancadas permanentemente en la técnica, la rutina y la medicalización. Las enfermeras no tenemos un sentimiento de orgullo y pertenencia que nos impulse a defender nuestro espacio, nuestra aportación, nuestra imagen, nuestra identidad… lo que provoca una permanente indefinición sobre lo que somos y cómo nos sentimos, que impiden o limitan una defensa de lo nuestro y de lo que ello puede y debe aportar como valor diferenciado. Somos enfermeras sin ser conscientes de manera clara de lo que es y significa serlo. Tan solo actuamos como tales en base a lo que se nos plantea y no en base a lo que nosotras planteamos, lo que conduce a ser contaminadas y con ello contaminar aquello que hacemos con el consiguiente perjuicio para quienes deberían ser receptores de respuestas sin contaminantes nocivos para su salud.

Los efectos causados por el cambio climático provocan muerte, pérdidas, dolor y sufrimiento, sobre todo, en poblaciones vulneradas que no disponen de nada que les proteja ante la destrucción o la afectación de su salud por falta de medios para protegerse.

La situación de indefinición enfermera conduce a una indefensión de la población, sobre todo la más vulnerada, que ve como se debilitan las aportaciones de cuidados tan necesarios para protegerse de los problemas de salud derivados de la pobreza, la migración, la violencia, la soledad, la inequidad… que les sitúan ante una fragilidad que se traduce en mayor sufrimiento, dolor y muerte, por la falta protección de los cuidados profesionales enfermeros.

Los expertos y científicos vienen avisando de los peligros que para el planeta supone el cambio climático a medio y largo plazo sino se ponen límites a la contaminación y a las actuaciones que la actividad humana contribuyen a que se mantenga e incremente de manera tan rápida como peligrosa y que incluso pone en peligro la propia existencia de la vida. No es nueva, es cierto, la extinción de la vida en nuestro planeta, pero nunca hasta ahora había sido consecuencia de la intervención directa de quienes se sienten dueños absolutos del planeta y de todo cuanto él nos aporta para vivir en equilibrio, lo que hace que existan todavía, aunque cada vez en menor medida, posibilidades de paralizar la destrucción y con ello las consecuencias que ocasiona.

La sensación de haber logrado el éxito por el hecho de situarnos en condiciones de igualdad ante el resto de disciplinas, en lugar de seguir trabajando por consolidar, reforzar y avanzar. La facilidad para encontrar trabajo de manera casi inmediata que se identifica e interioriza como una zona de confort desde la que se dan escasas muestras de interés en el desarrollo enfermero. La falsa creencia de que el respeto y el reconocimiento se obtienen por el hecho de ser enfermera, cuando se deben lograr a través del trabajo de calidad permanente, autónomo y diferenciado. El lamento constante ante lo que se consideran injusticias, pensando siempre que deben ser otras/os quienes resuelvan sus “y de lo mío qué”, cuando realmente lo suyo es lo que corresponde y esperan los otros como forma de crear un espacio diferenciado y diferenciador en el que nos reconozcamos y nos reconozcan. Pensar que el hecho de ser enfermeras nos otorga la capacidad para actuar como enfermeras, siendo que ser enfermeras en relativamente sencillo, como lo es ser cualquier otra cosa estudiando y obteniendo el título que lo acredita, pero actuar como enfermeras es un proceso difícil que supone esfuerzo, dedicación, tiempo, compromiso e implicación. Todo ello son efectos derivados de esa inestabilidad enfermera que ponen en peligro de extinción a las propias enfermeras al no identificar, asumir, defender y prestar los cuidados profesionales que o bien abandonan o bien contaminan desde otras disciplinas. Como sucede con la vida en el planeta, la Enfermería también está en riesgo de extinción, que no los cuidados, que de una u otra forma, por unas/os u otras/os profesionales, serán prestados, aunque su oportunidad, idoneidad o calidad no sean las que corresponderían. Esta es la realidad, aunque nos resistamos a admitirla y con ello contribuyamos, como los negacionistas con el cambio climático, a acelerar el proceso y a ralentizar o evitar adoptar medidas correctoras que nos sitúen como enfermeras de y para la sociedad y no como enfermeras de y para las organizaciones sanitarias o para otros profesionales.

La ola de calor, al igual que otros peligrosos efectos meteorológicos, generan discursos preventivos para evitar las consecuencias indeseables, pero la solución no pasa tanto por evitar los peligros como por evitar las causas que los ocasionan. De igual forma la simple identificación de los problemas que afectan a la Enfermería y las enfermeras no es suficiente para evitarlos, necesitando llevar a cabo estrategias que permitan identificar el verdadero papel de las enfermeras y con ellas las acciones que den sentido, coherencia y fortaleza a las competencias enfermeras desde un paradigma enfermero y con un pensamiento enfermero.

La docencia, la investigación, la gestión, la atención, enfermeras, es decir la Enfermería y las enfermeras, deben ser objeto y sujetos de análisis, reflexión, debate y propuestas serias y rigurosas de equilibrio, posicionamiento, pensamiento, opinión y respuestas enfermeras, que limiten la inestabilidad y luchen contra ella como la única manera de situar a la Enfermería y las enfermeras donde les corresponde y desde donde pueden dar sentido a los cuidados profesionales que merecen y esperan las personas, las familias y la comunidad.

De igual manera que el cambio climático requiere de profundos cambios en las estructuras políticas, administrativas, económicas, educativas, judiciales… que permitan articular y dar viabilidad a las medidas que contengan y reviertan el cambio climático, los modelos sanitarios deben sufrir cambios radicales que huyan de la fragmentación, el asistencialismo, la medicalización o el biologicismo que los contaminan evitando un desarrollo ecológico de la salud.

Esperar o creer que todo se solucionará tan solo con el paso del tiempo o con la respuesta que otros den nos llevará a que cada vez existan más efectos indeseables para la salud como consecuencia del cambio climático o de la situación de inestabilidad enfermera.

Ahora que tanto se habla, otra cosa es en qué medida se actúa, de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en los que el medio ambiente está incorporado, habría que plantearse si no debiera incluirse en dicha rueda a las enfermeras o si bien, que es lo que realmente pienso, las enfermeras debiéramos posicionarnos claramente y sin ambigüedades como protagonistas y líderes de estrategias integrales, integradas e integradoras de cuidados que contribuyan a resolver los peligros que en cada uno de dichos objetivos se plantean. Ese debe ser nuestro objetivo de desarrollo profesional y disciplinar.

De nosotras depende cambiar la inestabilidad por equilibrio, la duda por certidumbre, la inacción por la iniciativa, el inmovilismo por la acción, la desconfianza por la autoestima, la rutina por el rigor, la amenaza por oportunidad, la resistencia por resiliencia, el victimismo por la participación, el lamento por la proposición… como la forma más eficaz de evitar nuestra extinción o aún peor nuestra indefinición e indiferencia. Hagamos visible nuestro activismo y desde el respeto exijamos el respeto que logremos merecer con nuestra aportación.

Lo más valiente es cuidar el medio ambiente, lo más sensato es lograr que las enfermeras presten cuidados profesionales. Parafraseando a Robert Sawn [1] La peor amenaza para Enfermería es la creencia de que alguien la salvará.

[1]   Historiador, explorador y activista británico (1956)

NO HAY PEOR CIEGO QUE AQUEL QUE NO QUIERE VER NI PEOR SORDO QUE AQUEL QUE NO QUIERE OÍR

Una de las formas secundarias de la ceguera de espíritu es precisamente la estupidez.

«El hombre duplicado» (2002), José Saramago[1]

 

El pasado 9 de mayo, aunque se hizo público semanas más tarde, la Gerencia de Atención Primaria del Servicio Madrileño de Salud, publicó, en un alarde de improvisación, ocurrencia y manifiesta torpeza, al que por otra parte nos tienen acostumbrados, el “Procedimiento de actuación ante ausencia de médico de familia en un centro de salud”.

Como el propio título reza, se trata del método o modo de tramitar o ejecutar una cosa, que es como la RAE define procedimiento. Es decir, se informa de la manera de llevar a cabo una orden, su orden.

Su publicación suscitó de manera inmediata valoraciones contrapuestas. Por una parte y tras una lectura rápida, aquellas/os que no tienen un conocimiento muy claro de lo que es y hacen las enfermeras comunitarias en Atención Primaria, se adelantaron a alegrarse por el aparente reconocimiento de competencias enfermeras que se trasladaba. Nada más lejos de la realidad como después tendremos ocasión de analizar.  Por otra parte, están quienes se indignaron ante lo que interpretaban como un oportunismo manifiesto, una manipulación burda y una utilización descarada de las enfermeras.

No se trata de ver quiénes tienen razón o no. Pero si de hacer una reflexión serena y rigurosa sobre lo que es una evidente falta de planificación, una gestión mediocre y una toma de decisiones basada en ocurrencias que acaban convirtiéndose en serias provocaciones hacia las partes implicadas en “su procedimiento”

Podríamos, en un intento de benevolencia, considerar que se trata de una ceguera gestora. Pero ni la más absoluta pérdida de visión a la hora de gestionar sería capaz de generar la redacción de un panfleto tan incoherente, inconsistente y absurdo, como contradictorio. Y es que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver.

Quienes están al frente de la gestión y funcionamiento del Servicio Madrileño de Salud, ocupan puestos de gestión, pero ni tienen los conocimientos, ni la capacidad, ni la actitud, ni mucho menos la voluntad para gestionar. Porque gestionar supone, según nuevamente para la RAE, o bien llevar adelante una iniciativa o un proyecto, o bien ocuparse de la administración, organización y funcionamiento de una empresa una actividad económica u organismo, o bien manejar o conducir una situación problemática. Y no cumplen ninguna de las acepciones. La primera de ellas porque ni tienen iniciativa ni son capaces de liderar un proyecto, dado que para ello se requiere de una planificación previa que en ningún caso aplican. La segunda porque ni les preocupa ni les ocupa la administración, organización y funcionamiento, en este caso, del Servicio Madrileño de Salud, que tan solo es un medio para el logro de sus fines políticos que no de salud de la sociedad a la que teóricamente representan y defienden. Por último, porque es evidente que las situaciones problemáticas lejos de gestionarlas para resolverlas, las enmarañan, convirtiéndolas en conflictivas.

Así pues, con estos mimbres es muy difícil fabricar cestos que sean capaces de soportar, transportar o resguardar, absolutamente nada. Sus decisiones, mimbres, tan solo logran, en el mejor de los casos, maquillar, enmascarar o disfrazar la realidad mediante decisiones circunstanciales, oportunistas, interesadas y mediocres que tan solo consiguen empeorar la situación que hipotéticamente debían arreglar.

Se trata por tanto de una negación de la visión. Visión selectiva, claro está, que oculta e ignora todo aquello que les molesta, poniendo el foco en aquello que les interesa. Tomando, por tanto, decisiones que obedecen a sus intereses y no a los de la sociedad o a parte de ella.

El procedimiento “salvador” que publicaron con la nociva intencionalidad de enfrentar y desviar la atención de su nefasta gestión y nula planificación, pone de manifiesto una carencia absoluta de estrategia y un desproporcionado e insultante desconocimiento del problema que, en teoría al menos, tratan de solucionar, logrando justamente el efecto contrario al dejar a la libre interpretación, dada la falta de concreción y rigor, de cada cual de los implicados o las partes, lo que es un claro caldo de cultivo para el enfrentamiento y las acusaciones cruzadas de competencias e incompetencias. Procedimiento que, por otra parte, adolece de evidencias y argumentos científicos que tratan de paliar con referencias sin sentido que lo único que pretende es aparentar una pseudoerudición que no engaña a nadie más que a quien ha querido engañar.

El procedimiento, que surge como una pócima de fierabrás para la cura de todos los males, es una retórica de hipotéticas soluciones que no dejan de ser planteamientos antiguos e incluso algunos de ellos caducos, como la gestión compartida, le gestión de la demanda, el triaje, la consulta a demanda… o tantas otras etiquetas que ya han demostrado su ineficacia, pero que se recurre a ellas de manera tan torpe como recurrente. El mismo perro con diferentes collares.

Como comentaba anteriormente la falta de planificación conduce a la precipitación y a la toma de decisiones basada en ocurrencias que nunca pueden aportar nada bueno. Por otra parte, se intenta alagar de manera artificial y falsa la labor de las enfermeras con una hipotética y dadivosa concesión competencial que lo único que trasluce es el desprecio a la capacidad de sus competencias autónomas unido a la idea permanente de una mayor disponibilidad de tiempo derivada de una menor carga de trabajo en comparación con los médicos. Una idea peregrina que no por mucho repetirla se convierte en verdad, pero que logra confundir a unos y otros. A ello hay que añadir la también confusa imagen de la enfermera polivalente que sirve igual para un roto que para un descosido y que por tanto su hipotética adaptabilidad permite llenar los huecos dejados por otros, como una forma de tapar las fugas de agua, pero sin que realmente sirva para arreglar las goteras o vías que las provocan.

Como si de piezas de un juego se tratasen se maneja a las enfermeras apartándolas de sus verdaderas competencias y trabajo autónomo, encorsetándolas en guías o protocolos en los que, en la mayoría de los casos, ni tan siquiera han participado en su elaboración. Son comodines que sirven para todo, pero sin que tengan valor alguno. ¿Si en algún momento faltan fisioterapeutas también vamos a cubrir sus carencias?, porque el planteamiento y por tanto el procedimiento puede ser el mismo. O sea que con las enfermeras pueden tener el remedio estándar a cualquier mal en AP.

Estas situaciones, además, generan confusión en la población que no entiende el por qué de esos cambios ni el valor real que les aporta para dar cumplimiento a sus necesidades y demandas.

La referencia enfermera que tanto ha costado lograrse y que permite que las enfermeras sean identificadas por lo que hacen y les corresponde y no por lo que les mandan o derivan, se va al traste con planteamientos tan inconsistentes y confusos como los que se trasladan en el procedimiento de marras.

El problema, finalmente, viene determinado por el hecho de tener un modelo de sistema sanitario que desplaza a las personas del centro de toda la atención al estar, dicho espacio, ocupado y colonizado por los médicos. Espacio en el que han permanecido por interés e intereses de quienes les situaron en su momento, políticos y gestores, y por inercia mimética de quienes fueron desplazados del mismo, las personas, lo que les ha impedido proyectar e identificar el valor de su aportación que siempre ha estado comparada con sus colegas de hospital. El paso del tiempo no ha hecho más que enquistar su situación y conducirles a una situación de difícil retorno en la que quedan centenares de plazas vacantes de la especialidad de Medicina de Familia, provocando un descontento progresivo en quienes permanecen en los centros con una sensación cada vez mayor de insatisfacción que tratan de enmascarar exclusivamente desde el argumento de la remuneración salarial, aún a sabiendas que es el menor de todos los males.

Por lo tanto, el problema de los médicos, se convierte en el problema del sistema, lo que provoca una clara perversión dado que se trata de solucionar su problema en lugar de resolver el problema de falta de respuesta a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad.

Es un grave error pensar y mucho menos plantear que las enfermeras comunitarias pueden o deben resolver el problema provocado por los médicos o el de los propios médicos. Porque esto lo único que genera es un enfrentamiento con el que nada se va a resolver.

El problema de los médicos en Atención Primaria, no es la Atención Primaria. Es un problema de concepto, de modelo, de paradigma. El problema viene determinado por la forma en que los médicos son formados, adaptados e inducidos a realizar una medicina que no es resolutiva en el ámbito comunitario que incluso anulan de su denominación (Médicos de Familia) y que les resulta ampliamente insatisfactoria para su visión de la enfermedad que no de la salud. No es una crítica, ni un ataque, ni un reproche, es una realidad que afecta a todo el sistema y por el que se ven arrastrados ellos y las enfermeras como supuesto parche reparador. Son muchos los médicos que creen en una Atención Primaria y Comunitaria (APS y C), pero mientras el modelo del sistema nacional de salud no se cambie, mientras se mantenga el modelo paternal-asistencialista, fragmentado, medicalizado y biologicista que lo impregna, la APS y C no tendrá capacidad de desarrollo por mucha estrategia que se plantee. Porque seguirá constreñida y sometida por dicho modelo que es el que marca el devenir de la asistencia, que no de la atención, y de quienes en ella tienen que aportar sus competencias disciplinares. No es posible una APSyC sin un cambio del modelo hospitalario y sociosanitario, es decir, un cambio integral en el que hay que determinar de manera clara cuales son las aportaciones de unos y otros.

Lo bien cierto es que esta situación, generada por la incompetencia reiterada y la mediocridad persistente de quienes la sustentan, ha provocado que un modelo como la Atención Primaria, en el que tantas y tantos creímos, se haya deteriorado hasta su práctica anulación de eficacia y eficiencia

No hay médicos en AP porque no quieren ir, no porque falten médicos, que nadie se lleve a engaño. Y no quieren ir porque no se sienten realizados como tales. Ese es el problema que tienen que solucionar y en el que las enfermeras no podemos ni debemos servir de remedio como pretenden.

No se trata de plantear un “Procedimiento de actuación ante ausencia de médico de familia en un centro de salud”, se trata de planificar una intervención que de respuesta a las necesidades sentidas de la comunidad. Se trata de que analicen por qué faltan médicos en AP. Se trata de que valoren el trabajo autónomo de otros profesionales como las enfermeras y no traten de utilizarlos y manipularlos con regalos envenenados para cubrir sus carencias gerenciales y políticas.

En esa planificación, habrá que hacer un análisis serio y riguroso que identifique qué profesionales son más necesarias/os y en qué proporción. No vale la asignación estandarizada y alejada de criterios objetivos que lleva a que haya más médicos que enfermeras en un contexto de cuidados y de salud. La solución no pasa por contratar más médicos o enfermeras sin más criterio que el del aumento de plantillas lineal. Se requiere un diagnóstico que permita aplicar la mejor terapia y que no conduzca a cirugías estéticas reparadoras como la planteada con este procedimiento que lo único que logran es disimular la decrepitud, pero no evitan la muerte del sistema.

 Resulta imprescindible identificar qué es lo que aportan las enfermeras generalistas y especialistas y si hace falta crear otras figuras como la Enfermera de Práctica Avanzada (EPA). En base a ello se tienen que crear puestos específicos con delimitación clara de competencias que permita la vertebración de todas ellas, junto al resto de profesionales, para un objetivo común, la salud comunitaria. Es decir, cambiando la organización de los centros para adaptarla a las necesidades de la población y no a la de los profesionales que en ellos trabajan. Y por supuesto anulando, cambiando o promulgando normativas que den respaldo a las actuaciones que de todos ellos se espera. No es permisible ni comprensible que sigan existiendo normativas preconstitucionales que supuestamente ordenan y regulan la profesión enfermera.

El problema no es el trabajo que hagan médicos o enfermeras. La solución pasa por identificar qué es lo que pueden y deben aportar unos y otros desde su ámbito competencial y ponerlo al servicio de la comunidad desde un trabajo transdisciplinar.

Las enfermeras no van a crecer o tener mayor protagonismo o liderazgo porque falten médicos. Este planteamiento es un tremendo error y una trampa mortal en la que bajo ninguna de las maneras debemos caer.

Lo que tenemos que procurar finalmente las enfermeras es hacer ver, aunque no quieran, a quienes se resisten a ello. Porque en la oscuridad se sienten seguros y agazapados, pero si se les ilumina con argumentos, evidencias y planteamientos serios, quedarán al descubierto sus carencias y sus vergüenzas. Su ceguera no puede arrastrarnos a la oscuridad de sus decisiones caprichosas, oportunistas e interesadas. Que cada cual cargue con sus carencias y deje que quienes tenemos algo que aportar lo hagamos de manera autónoma y no autómata.

Por último, ni tan siquiera tienen la humildad de escuchar a quienes tienen el conocimiento, la experiencia y la ciencia y es que tampoco hay peor sordo que aquel no quiere oír.

Aunque sea un tuerto, que es el rey de los ciegos, podría poner algo de luz en todo este desastre.

[1] Escritor portugués. Premio Nobel de literatura 1998.

PROCEDIMIENTO DE ACTUACION ANTE AUSENCIA DE MEDICO DE FAMILIA EN UN CENTRO DE SALUD

¿UNA PAREJA PERFECTA?

                                                                 Hacer nuestras vidas fáciles y agradables: éstas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en su infancia.

Jean-Jacques Rousseau[1]

 

Durante muchos años se ha tratado trasladado, tanto a médicos, enfermeras como a otras/os profesionales y a la sociedad en general que la unidad médico/enfermera era un ideal.

Otra cosa diferente es quién lo traslada y con qué intenciones lo hacía, claro está.

Hacer un análisis exhaustivo de esta cuestión me llevaría un tiempo y un espacio de los que no dispongo además de que tampoco es el objetivo de mi reflexión.

Pero no se pueden eludir determinados aspectos que sin duda tienen una clara incidencia en dicha relación que, ni es idílica, ni perfecta, ni objetiva, ni desinteresada, ni equitativa, ni respetuosa, ni necesaria, ni tolerable.

Los médicos que se erigieron como protagonistas únicos de la sanidad despreciaron las aportaciones específicas que las enfermeras aportaban a las personas a las que consideraban de su exclusividad, identificándolas como sus pacientes y de nadie más. Desde esta perspectiva y a lo largo de los años se establecieron normas, muchas de ellas por repetición y costumbre que no por legislación, que situaban a las enfermeras como solícitas y serviles acompañantes para responder a sus necesidades de apoyo o servicio, contribuyendo así a reforzar su imagen de clasismo, poder y autoridad en contraposición a la de subsidiariedad, inferioridad y entrega de las enfermeras como sus “perfectas parejas” de conveniencia.

No tan solo era la utilización de las enfermeras como fieles y leales servidoras sino el absoluto dominio que sobre su formación y lo que debían, no tan solo hacer sino también pensar, tenían. Se les inculcaba lo que debía ser su comportamiento como enfermeras y su relación con quienes se les trasladaba eran seres superiores a los que se les debía respeto, obediencia y veneración.

Como muestra tan solo cabe destacar algunos de los textos que se les transmitía en su formación que, evidentemente, era de exclusiva propiedad de los médicos y que formaban parte de manuales en los que se plasmaban y transmitían las ideologías dominantes “…el médico es superior del ATS por dignidad y por ciencia…”[2]

Pero además tenía que quedar claramente establecido cuál era el papel que debían desempeñar desde su relación como pareja y como parte del estereotipo profesional que se había establecido profesional y socialmente. Para ello decidieron desterrar la identidad enfermera, que en muchos países ya estaba profesionalizada y con una imagen muy definida, para evitar perder el protagonismo exclusivo alcanzado, y crearon, como hiciera el Dr. Frankenstein, un ser según su ideal que denominaron Ayudante Técnico Sanitario (ATS), que reunía de manera muy exacta lo que de ellas se esperaba. Es decir, que fuesen como ya lo eran, sus ayudantes y como tales se comportasen; que se dedicasen a lo técnico lo que no precisa de conocimientos ni de ciencia sino tan solo de rutina, mecanización y obediencia; y finalmente sanitarios para que quedase clara su adscripción a lo que ellos consideraban su domino absoluto y en el que nada ni nadie tenía capacidad de influir. Así pues, crearon la figura perfecta a sus intereses. La pareja perfecta se garantizaba en términos de total dominio y evitaba cualquier intento de posible autonomía o identidad específica. Pero olvidaron los cuidados que al considerarlos algo menor, ligado al género y limitado al ámbito doméstico, no consideraron necesario eliminar, lo que finalmente sería lo que lograría rescatar la verdadera imagen y aportación de las enfermeras que trataron de eliminar como tales.

Lo dicho se tiene que acompañar de un análisis de la perspectiva de género que de manera tan evidente como radical influía en todo el proceso de manipulación profesional.

La influencia de la dictadura en torno al papel de la mujer en la sociedad española acompañada y reforzada por la iglesia católica que no tan solo reforzaba dicho rol, sino que además lo relacionaba con sentimientos de culpa, resignación y entrega, que tanto se ligaron al rol cuidador de la mujer permitieron reforzar la criatura creada en el laboratorio médico a espaldas de la realidad internacional que no tan solo ignoraban, sino que también negaban y ocultaban como instrumentos que contribuían a su maléfico plan de sometimiento, lo que se recogía en determinados textos que se utilizaban para su formación con afirmaciones como: “La santificación por medio de la ayuda y el cuidado de los enfermos, es el motivo principal que lleva a la práctica de la Enfermería, influyendo en gran manera en la prestación de los cuidados, la fe, la superstición y el misticismo”[3]

Para reforzar su hoja de ruta separaron la formación de ATS en escuelas masculinas y femeninas que, en el primero de los casos dependían de las Facultades de Medicina y en el segundo de órdenes religiosas. De esta manera, por una parte, domaban el impulso androgénico de quienes en muchas ocasiones consideraban como médicos frustrados o en el mejor de los casos mini médicos, formándoles como fieles escuderos de su ciencia y profesión, pero manteniendo claros los límites en los que podían y debían moverse y que se ajustaban claramente a esa concepción de Ayudantes que habían creado. Por otra las ATS femeninas eran formadas e instruidas como DIOS manda, es decir, Dóciles, Incondicionales Obedientes y Sumisas, para mantener y respetar escrupulosamente el papel de pareja perfecta, que además debía ser simpática. Los preceptos del machismo imperante, por tanto, quedaban garantizados y con ellos la posición que las ATS como mujeres que eran debían ocupar en la sociedad, pero también y de manera muy clara en el ámbito médico de la Sanidad “entrenando mujeres servidoras, disciplinadas y con corazón sensible, cuyo sentido de responsabilidad implicaba el cumplir actividades pero evitando los juicios, los discernimientos y la crítica”[4] Nada, ni nadie podía perturbar ni poner en peligro este principio fundamental de relación de sexos fundamental para reforzar la imagen de pareja perfecta tanto en el matrimonio como en la relación médico/ATS, que por otra parte tantas bodas propiciaron.

Esta formación por sexos, además, constituía el principal argumento para la asignación de plazas en hospitales y ambulatorios, de tal manera que las ATS ejercían su papel de perfectas parejas en las consultas de los médicos en las denominadas instituciones abiertas y en las unidades de cuidados de los hospitales. Mientras que los ATS se encargaban de las Técnicas en los ambulatorios y en la Atención Pública Domiciliaria (APD) y en los servicios centrales de hospitales (Urgencias, Laboratorio, Rayos…), lo que permitía un control absoluto y una perpetuación de la aparente pareja perfecta que tanto les gustaba mantener, controlar y trasladar.

Pero el conocimiento, la ciencia, la disciplina, la información… al igual que la libertad que llegaban de otros países y que circulaban en artículos y textos académicos y de pensamiento, aunque fuese en lenguas reprimidas por la dictadura, no pudieron dominarlas, retenerlas, limitarlas ni controlarlas. Lo que, unido al fin de la dictadura política, que no tanto profesional, permitió que las ATS recuperasen su sentimiento profesional como enfermeras y liderasen un proceso de recuperación de su identidad, pero también que su formación no estuviese al margen de la Universidad. Ni las resistencias de quienes veían peligrar su dominio absolutista ni de quienes lograron, desde planteamientos autoritarios, paternalistas y machistas aún presentes en muchos sectores de la sociedad, contener la fuerza de la razón, la coherencia y la ciencia, lograron evitar que se derribasen algunas de las barreras que mantenían claramente posicionamientos de posesión y posesivos sobre las mujeres en general y las ATS en particular.

Los cambios alcanzados con la incorporación de la enfermería en la Universidad si bien lograron modificar algunos aspectos sustanciales en cuanto a la formación que recibían las futuras enfermeras no logró establecer unas relaciones de igualdad y respeto entre la pareja perfecta que se seguía manteniendo y reivindicando, por parte de algunos sectores profesionales.

La denigrante denominación de ATS fue sustituida, al menos formalmente, por la de Diplomado Universitario de Enfermería (DUE) que a pesar de seguir ocultando la denominación enfermera, al menos recuperaba a Enfermería como disciplina/ciencia. Pero el daño causado tras tantos años de utilización perduraba. En las/os profesionales, especialmente entre los varones como mecanismo de defensa ante la denominación de enfermeras que se empezaba a recuperar y que rechazaban. Por contra las ATS acogieron con mayor satisfacción y convicción su denominación genuina y real como enfermeras. Por su parte la sociedad, aunque no tenía claro a que respondían las siglas de ATS, las había interiorizado y utilizaba como identificación clara de lo que hacían, es decir, ayudar y ser muleta de los médicos. Recientemente leía, las palabras de una enfermera, que en su intento por alabar el trabajo de las enfermeras decía que “eran la mano derecha de los médicos”, es decir una prótesis de estos, aunque pudiesen ser zurdos. Todo ello favorecía tanto la falta de referencia por parte de la población como de sentimiento de orgullo por parte de las/os profesionales que seguían apostando por fiarlo todo a una cuestión de vocación e incluso advocación, tan mediatizada por la iglesia católica, no tanto hacia lo que eran o podían aportar, como de lo que suponían y podían reportar a sus “parejas”. De tal manera que impedía romper la dinámica subsidiaria y dependiente de la pareja perfecta, aunque ahora fuesen DUE.

El paso del tiempo, pero, sobre todo, el cambio del modelo de Asistencia Médica Primaria (AMP) por el de Atención Primaria de Salud (APS) y la aprobación de la Ley General de Sanidad de 1986, supuso un claro avance en la identificación de un espacio propio y autónomo de atención por parte de las enfermeras que se incorporaron a los primeros centros de salud con ilusión y motivación, aunque con una clara falta de formación que tuvieron que adquirir con posterioridad a su incorporación.

Inicialmente, sin embargo, continuaba esa inercia “matrimonial” que mantenía la figura de la pareja perfecta, aunque cada vez más se identificasen diferencias de criterio y planteamiento, en cuanto a las respuestas que debían darse, a cómo debían darse (desde un lenguaje próximo, empático y de escucha activa en la atención directa con las personas), desde dónde debía hacerse (desde las consultas enfermeras) y quienes debían darlas (las enfermeras con plena autonomía). A pesar de ello se mantenía la idea de pareja, en un intento por mantener unas formas que ni eran necesarias ni justificables y que suponían, o una relación de circunstancias que en muchas ocasiones escondía una rebeldía profesional por parte de algunas enfermeras o de conformidad asumida por la comodidad de otras al no querer asumir responsabilidad, o un intento de apariencia por parte de los médicos, en el mantenimiento de la pareja perfecta de la que tanto les gustaba presumir aunque realmente ni creyesen en ella, ni la respetasen, haciendo de ella tan solo un elemento más de su pavoneo o el blanco de sus iras al identificarlas como intrusas que invadían su espacio y cuestionaban su poder absoluto.

La cada vez mayor y mejor formación en enfermería y la posibilidad de desarrollar de manera autónoma su actividad profesional sin la necesidad de hacerlo como respuesta al cumplimiento de las indicaciones u órdenes médicas, fue proporcionando un espacio de crecimiento profesional y una identidad propia cada vez mayor que además era reconocida de manera muy positiva por la población.

De igual forma que ya no era necesaria la unión matrimonial para que las mujeres pudiesen tener un desarrollo pleno en todos los ámbitos de su vida y teniendo en cuenta que además existía el derecho a una ruptura del vínculo cuando no se daban las condiciones de una convivencia satisfactoria para ambas partes a través del divorcio, las enfermeras ya no precisaban de una relación que fuese más allá de la estrictamente laboral en base a criterios profesionales y de respeto y no de autoridad y sometimiento.

Pero esta nueva realidad no siempre fu ni aceptada ni asumida por todas/os. Unos porque se resistían a abandonar el control sobre quienes seguían considerando inferiores y sus ayudantes y sin capacidad de decisión propia. Otras porque, bien por temor, bien por conveniencia, bien por inercia, preferían seguir siendo dependientes de su pareja.

Los permanentes mensajes sobre la importancia del trabajo en equipo, siguen aún chocando con las posturas radicales de quienes se resisten numantinamente a asumir un trato, consideración y relación de y en igualdad, haciendo de ello, algunas organizaciones médicas, una cruzada con permanentes denuncias judiciales por supuesto intrusismo e invasión de competencias, en un intento desesperado por seguir manteniendo una posición de autoritarismo y control absoluto. Lo que no deja de ser cuanto menos curioso, dado que lo que denuncian que se invade es aquello que o bien no quieren hacer, o cuando otros lo hacen lo reclaman como exclusivo o quieren que lo hagan otros pero como cumplimiento a sus órdenes. En resumen, son como el perro del hortelano que ni comen ni dejan comer.

Un claro ejemplo de lo dicho se demostró cuando se estableció la organización de la actividad enfermera en APS por sectores de población en base a la cual cada enfermera tenía asignada una población de referencia pero también una demarcación geográfica concreta de su zona básica en la que se identificaban los recursos comunitarios y se establecían indicadores ponderados de carga de trabajo en base a la tipología de población asignada (infantil, adulta o adulta mayor), de las características comunitarias (vulnerabilidad, marginalidad…) y estableciendo isócronas de distancia con el centro de salud. De esta manera cada enfermera era responsable de dar atención integral (en cualquier ciclo vital de las personas) a la población asignada con independencia del cupo médico, lo que obligaba a mantener una comunicación con todos y entre todos y no solo con “su pareja”. Se trataba claramente de una organización centrada en las personas y la comunidad y no en los intereses de los médicos. Esta ruptura de la pareja perfecta inmediatamente generó el rechazo de quienes se sintieron agraviados en su orgullo y en su narcisismo exacerbado, así como en su sentimiento de propiedad cuando verbalizaban que ya no tenían a su enfermera.

Como si de la iglesia se tratase, se tomaron medidas para restablecer las parejas que “libertinamente” habían decidido separarse. Para ello inventaron las famosas y tan dañinas UBA (Unidad Básica Asistencial) o UME (Unidad Médico Enfermera), mediante las cuales se volvía a establecer una relación poblacional en base al cupo médico y no de las necesidades de la población. Pero además se restablecía la unión entre médico/enfermera que incluso pasó a autorizar “el adulterio” al establecer una relación de una enfermera por cada dos médicos en una clara y contradictoria decisión que tan solo obedece a intereses corporativistas a margen de la coherencia, el sentido común y las principales recomendaciones de organizaciones como la OMS y que nos sitúan a la cola de países con menor número de enfermeras por cada 100.000 habitantes y a la cabeza de los que tienen, por el contrario, mayor número de médicos.

Por otra parte, están quienes quieren mostrar una imagen más permisiva en la relación de trabajo desde la asunción del trabajo autónomo de las enfermeras y la necesidad de establecer vínculos de comunicación que vehiculicen la actividad profesional que sustituyan a las órdenes y la obediencia. Pero se trata, en muchas ocasiones de una imagen impostada que obedece tan solo a la necesidad de adaptar su imagen a lo que parece identificarse como correcto. Recientemente en unas jornadas, al ser preguntado un joven médico sobre cuál era su relación con las enfermeras, contestó “yo estoy muy contento con mi enfermería”, lo que demuestra que no tan solo no se ha cambiado de actitud, sino que además se piensa que el maquillaje que le aplican da una imagen de tolerancia y respeto que está muy lejos de ser real y de comportarse como tal, además de mantener y alimentar su obsesiva manía posesiva. Están también quienes consideran que trabajan en equipo y al ser preguntados al respecto responden que “ellos colaboran” de igual manera que sucede en las parejas cuando se trata de identificar el grado de implicación de los hombres en las tareas domésticas y se interpreta como participación responsable e igualitaria lo que no deja de ser una colaboración puntual e interesada. En ambos casos, el profesional y el digamos doméstico, lo que trasluce es un trato de desigualdad. No se trata de colaborar sino de participar activamente y en igualdad en el objetivo común que debe haberse consensuado previamente. Lo contrario supone seguir manteniendo una autoridad impuesta e impostada en base al sexo o la profesión de quienes la ejercen en esa hipotética e idealizada pareja perfecta

Es habitual que las decisiones tomadas en una unidad hospitalaria o en un centro de salud sigan estando supeditadas al criterio de la actividad médica y de quienes la ejercen y por lo tanto la organización obedece a intereses de estos y no a los de las personas a las que se atiende, lo que conduce nuevamente a un comportamiento de autoritarismo disciplinar y no de racionalización, eficacia y eficiencia como permanentemente se demuestra. El horario del pase de vistas médicas, la toma de constantes, la higiene de las personas ingresadas… obedecen a necesidades de los médicos al margen del bienestar de las personas o la organización general de la unidad. De igual manera que el horario de las consultas enfermeras o incluso la disponibilidad de espacios para llevarlas a cabo están sujetos a las necesidades de los médicos y no de criterios de gestión ni del tiempo ni de los espacios disponibles.

Creo que a estas alturas nadie discute la importancia de la interrelación entre los diferentes profesionales de los equipos de trabajo y la necesidad de establecer vínculos de comunicación permeable y fluida que facilite la toma de decisiones compartidas en base a la identificación y priorización de necesidades de las personas, las familias y la comunidad. Pero esto no puede ni debe confundirse con la idea que para lograrlo es imprescindible establecer una unidad de pareja que por artificial y forzada resulta mayoritariamente nociva para la propia pareja y para quienes son destinatarios de su atención.

Los matrimonios por conveniencia ya se sabe a qué conducen y quienes son las perjudicadas directas y las/os perjudicadas/os indirectos. Seguir manteniendo patriarcados profesionales (al margen del sexo de sus componentes) claramente autoritarios y excluyentes tan solo beneficia a quienes lo ejercen y provocan importantes daños en quienes son sometidos y en quienes son destinatarios de los cuidados.

En pleno siglo XXI deberíamos identificar que la igualdad y la equidad deben impregnar cualquier ámbito de trabajo y de relación personal y laboral, dejando atrás viejos, rancios y caducos comportamientos desde los que difícilmente se logrará respeto ni autoridad y si rechazo y debilidad. Los tiempos del miedo y la posesión ejercida desde el mismo ya tan solo son vestigios que no se puede consentir sigan siendo replicados por nuevas generaciones incorporando viejos comportamientos disfrazados para disimular.

Por su parte quienes siguen aceptando y asumiendo la subsidiariedad profesional con una actitud de conformismo y sumisión están participando no tan solo de un claro ataque a la dignidad profesional sino también a un inaceptable acoso ejercido desde el abuso de una autoridad inexistente por mucho que se deje ejercer.

Las parejas perfectas no pueden imponerse y deben ser contrarrestadas con aportaciones basadas en evidencias científicas, con conocimiento, pensamiento crítico, análisis y debate, formación e investigación que permitan consolidar la ciencia enfermera y ofertar los mejores cuidados a las personas, las familias y la comunidad desde un trabajo transdisciplinar basado en el respeto.

Las palabras de Rouseu que encabezan esta entrada y que puede parecer que están superadas, encajan perfectamente en la reflexión que a continuación hago y que lamentablemente nos sitúan en una posición que cuanto menos nos deberían hacer pensar y reflexionar sobre dónde estamos y qué podemos o debemos hacer. 
En cualquier caso nadie puede entender que esto es aplicable a todos o que todos actúan de igual manera. Las relaciones han mejorado y se han aclarado. Pero sin que ello signifique que ni han existido ni que sigan dándose casos que no deben pasarse por alto ni por una ni por otra parte de la supuesta pareja.

 

 

[1]  Escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista, y aunque fue definido como un ilustrado, presentó profundas contradicciones que lo separaron de los principales representantes de la Ilustración (1712-1778).

[2] Domínguez Alcón, 1986

[3]Carrasco, C., Márquez y Arena, J. (2005). Antropología Enfermera y perspectiva de género. Cultura de cuidados,9 (15): 52-59

[4]Gómez-Bustamente, E.M. (2012). La enfermería en Colombia: una mirada desde la sociología de las profesiones. Aquichan, (12), 42-52. Recuperado dehttp://www.redalyc.org/articulo.oa?id=74124091005