“Es difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran.”
Voltaire[1]
Me resisto a creer lo que tantas veces oigo sobre la imposibilidad de cambiar nada que permita mejorar la situación de las enfermeras. Me niego a bajar los brazos e instalarme en un, tan hipotética como falsa, zona de confort que realmente es la excusa que justifica el conformismo y la inacción. Me revelo ante la sola idea de anular mi capacidad de reflexión, análisis y pensamiento crítico, para dejarme arrastrar por el ideario del pensamiento único, la alienación y la anestesia social que permite la manipulación ideológica pero también científica, porque parafraseando a Mark Twin[2], la mejor forma de animarme a mí mismo es intentar animar a otros. Por eso, me posiciono, significo y defiendo aquello en lo que creo y de lo que me siento orgulloso de ser y sentirme, sin disimulos, artificios o mimetismos interesados que oculten o traten de disimular la verdadera realidad enfermera.
Enfermera soy y me siento y como tal quiero reivindicar la capacidad de pensar, actuar, investigar, analizar, debatir, crear, innovar, cuidar… desde mi propio y específico paradigma enfermero, que me permite ser conocido y reconocido como lo que soy y no desde la permanente comparación con otros modelos, poderes, pensamientos o paradigmas que, siendo muy respetables, no me son propios y desde los que no puedo crecer ni proyectarme como enfermera tanto en la comunidad científica, como en el ámbito profesional o ante la sociedad.
Sociedad que me identifica y me valora en base a lo que soy capaz de ofrecer y aportar de manera específica e insustituible para su salud.
Salud que es un derecho universal pero también un concepto multicultural que requiere ser compartido y consensuado para poder responder a las necesidades que para alcanzarla cada cual identifica en base a su contexto individual, familiar, social y comunitario, en base a demandas que nunca pueden ni deben ser interpretadas desde la sistematización o la estandarización de los cuidados.
Cuidados que, como enfermeras, tenemos la obligación de situar al nivel de la dignidad humana, pero también de la ciencia enfermera a la que tenemos que nutrir de conocimiento y evidencias científicas que permitan justificar y argumentar su necesidad.
Necesidad que supone tener confianza y constancia. Confianza en los cuidados profesionales que como enfermeras prestamos de manera exclusiva y constancia en prestarlos con calidez y calidad.
Calidad que nos permita ser demandadas como profesionales indispensables y no tan solo admitidas e identificadas como sustituibles o prescindibles.
Sustituibles o prescindibles porque pasa demasiado tiempo sin que pase nada y, mientras tanto, pasamos, desapercibidas y sin dejar huella de nuestro paso.
Paso con pasado que debe guiarnos para identificar de dónde venimos, pero con presente para adaptarnos a lo que de nosotras se espera y desea con relación a la realidad social, demográfica, epidemiológica, cultural…y con perspectiva de futuro para que no nos pille con el pie cambiado ni con la voluntad doblegada o dormida.
Voluntad doblegada o dormida por efecto de la inercia ejercida por la pasividad de acción o por la acción que se aleja de nuestra realidad científico-profesional para aproximarse a otra con la que nos compararnos permanentemente y desde la que nos mimetizarnos como consecuencia de una fascinación que nos hipnotiza, anulando nuestra capacidad de autogestión, autodeterminación, autonomía y toma de decisiones responsables que permitan construir una realidad propia desde la que ofrecer respuestas ajustadas a la necesidad de cuidados desde el necesario e imprescindible liderazgo enfermero.
Liderazgo enfermero que va mucho más allá de la capacidad y posibilidad real de ocupar puestos de responsabilidad que, lamentablemente, en muchas ocasiones obedecen más a decisiones políticas interesadas, que a la capacidad y mérito de quienes deberían ocuparlos. De tal manera que se lideren procesos, estrategias, programas, políticas… en los que se incorporen la salud y los cuidados como constantes que se distancien de intereses y oportunismos y se aproximen a la creación de entornos saludables desde una perspectiva de acción participativa, equitativa, universal, transversal, democrática y de respeto que permitan promocionar la generación de salud y la atención, recuperación, rehabilitación y reinserción de quienes tengan problemas para mantenerla, a través del trabajo transdisciplinar, la intersectorialidad y la toma de decisiones compartida entre profesionales y ciudadanía.
Ciudadanía corresponsable de su salud individual, colectiva y comunitaria, gracias a su empoderamiento y alfabetización en salud como agentes fundamentales y referentes de la comunidad en la que viven, conviven, trabajan, estudian… haciendo un uso responsable, eficaz y eficiente de los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios y movilizando, articulando y coordinando los activos de salud que den sentido de coherencia y trasciendan a la enfermedad como única referencia asistencial.
Referencia asistencial que debe ser sustituida por una referencia de atención individualizada, integral, integrada e integradora en la que los cuidados sean visibilizados y puestos en valor como parte fundamental de la misma en el afrontamiento de los problemas de salud teniendo en cuenta los determinantes sociales y no tan solo los riesgos derivados de una perspectiva epidemiológica exclusiva de la enfermedad, obviando la epidemiología de la salud y los cuidados.
Cuidados que deben ser abordados con la valentía de quienes, desde la competencia profesional enfermera, identificamos otra forma de responder a las necesidades de la población teniendo en cuenta sus expectativas, creencias, valores… pero también sus limitaciones, vulnerabilidad, falta de autonomía… que permitan responder desde la honestidad que representa cumplir con nuestro deber como enfermeras y de acuerdo al código deontológico que marca la ética y estética de nuestra acción cuidadora y el compromiso que aceptamos, asumimos y mantenemos con las personas, las familias y la comunidad tanto sanas como enfermas.
Tanto sanas como enfermas y no únicamente como pacientes a quienes cosificamos desde la patología o discapacidad que se incorpora de manera temporal o permanente en sus ciclos vitales, identificando además como parte de los mismos las modificaciones propias de cada uno de ellos, evitando la medicalización y favoreciendo su afrontamiento de manera natural y no como un proceso patológico que lleve aparejado ineludiblemente un tratamiento farmacológico.
Tratamiento farmacológico que debe ser utilizado en los casos en que los cuidados, las recomendaciones sociales y los recursos propios no sean capaces de regular las alteraciones identificadas y se incorporen como última opción terapéutica o como una opción menos agresiva y mantenida en el tiempo de lo que actualmente viene utilizándose.
Utilizándose la comunicación empática, la escucha activa, el método de resolución de problemas… como la mejor manera de identificar las necesidades sentidas de las personas y consensuando con ellas las respuestas a las mismas desde el respeto y alejados de protagonismos y posicionamientos de poder.
Posicionamientos de poder que determinan distancia, provocan rechazo, generan dependencia, favorecen el abandono terapéutico y sustituyen el respeto por el temor a la salud persecutoria y culpabilizante, que sitúa a la población como sujeto/objeto, responsable de sus problemas de salud en lugar de situarla como aliada para lograr superarlos, prevenirlos o evitarlos desde su empoderamiento y participación.
Participación activa de la sociedad que debe ser promovida y liderada por nosotras a través de intervenciones comunitarias que permitan sensibilizar, concienciar e implicar a la comunidad en la generación de conductas, hábitos y respuestas saludables que se alejen de la imposición y se asuman desde la convicción.
Convicción en aquello que nos identifica y define como enfermeras, los cuidados que, aunque pueden y deben compatibilizarse con la tecnología y las técnicas, debemos evitar que éstas nos conviertan en su alimento, desnaturalizando y perdiendo la esencia y el valor de lo que son y significan los cuidados y teniendo presente que su existencia y pervivencia cobran más sentido y razón de ser en los dominios de la complejidad que de la simplicidad.
Simplicidad que nunca debemos perseguir como eje de nuestra atención, pues esta nos lleva a la rutina, la falta de implicación en la mejora continua, la vigilancia permanente en la búsqueda de las mejores evidencias y con ello a la desvalorización de los cuidados profesionales a los que apartamos del ámbito científico.
Ámbito científico en el que, y desde el que adquirimos valor y proyectamos rigor con nuestra atención que, por el hecho de ser humanista, próxima y cálida, no tiene por qué, ni puede, prescindir del conocimiento científico construido desde la investigación, que avale, justifique y fundamente su imprescindible y necesaria prestación por parte de las enfermeras como únicas e indiscutibles valedoras de los mismos. Lo contrario supone que los cuidados profesionales sean oscuro objeto de deseo y de interés por parte de quienes nunca han creído en ellos, pero los han identificado exclusivamente como elemento oportunista de imagen.
Imagen distorsionada la que se produce cuando, quienes utilizan los cuidados, en lugar de cuidar de ellos trasladan una realidad que no se corresponde con el valor y la identidad que les dan como profesionales las enfermeras y que supone que se produzcan despropósitos desafortunados y lamentables de manera encadenada.
De manera encadenada como las palabras que conforman esta reflexión que me gustaría condujese a encadenar voluntades, acciones, iniciativas, compromisos… que no tan solo defendiesen nuestro patrimonio profesional y científico, sino también nuestra identidad e imagen y cómo proyectarlas a la sociedad. Si como enfermeras no somos capaces de hacer nuestro el valor de los cuidados, de cuidar de ellos y protegerlos para que sean valorados y reclamados por quienes los necesitan, si centramos nuestra atención en cuidar de otras cuestiones que se alejan de nuestra identidad enfermera, posiblemente, cuando vayamos a darnos cuenta no tendremos ni de qué, ni de quién cuidar, porque otros habrán decidido a quien debemos servir y obedecer, sabedoras de ello, aunque no conscientes y consecuentes.
No encadenemos a los cuidados que nos identifican y definen como enfermeras ni encadenemos el futuro de las enfermeras con nuestra indiferencia presente. No seamos necias y dejemos de venerar aquello que nos encadena y envenena. Asumamos la libertad de los cuidados, aún a sabiendas de los riesgos que comporta, pero buscando la satisfacción que aportan pues, al final de cuentas, es lo que importa.
[1] Escritor, historiador, filósofo y abogado francés (1694-1778).
[2] Escritor, orador y humorista estadounidense (1835-1910)