CULTURA DISCIPLINAR HOMOAFECTIVA

“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar.”

Angela Davis[1]

 

Desde hace tiempo vengo insistiendo en la perspectiva de género de las profesiones/disciplinas, no tanto de las/os profesionales que es objeto de mayor cantidad de análisis, reflexiones y estudios.

Planteo en base a lo dicho, el hecho de que más allá del género de las/os profesionales que componen las diferentes profesiones/disciplinas y su proporción, las profesiones/disciplinas también tienen género o se comportan con una determinada perspectiva de género tanto en su comportamiento interno como en las relaciones que mantienen con disciplinas con diferente perspectiva de género.

Mucho se ha hablado, y se sigue hablando, de la relación entre médicos y enfermeras y cómo la misma se ha establecido a lo largo de la historia en función de la mayoría masculina de médicos y femenina de enfermeras. Se daba por hecho que la relación de dominancia/subsidiariedad entre unos y otras, venía determinada por la desproporción de género de quienes componían una u otra profesión/disciplina, cuestión sobre la que existen múltiples evidencias que permiten establecer una correlación inequívoca entre dominadores y dominadas.

El paso del tiempo y los cambios sociales, culturales, políticos, económicos… parecieron ejercer una influencia en las relaciones entre médicos y enfermeras que normalizaban las mismas y las situaban en un plano, sino de igualdad, al menos de mayor respeto y consideración de unos hacia las otras y de menor subsidiariedad y docilidad de las unas hacia los otros.

Junto a esto hay que destacar que el equilibrio interno de género en las propias profesiones/disciplinas ha sido y sigue siendo desigual en el caso de Medicina y Enfermería. De tal manera que mientras el número de mujeres que integran Medicina ha aumentado de manera progresiva y constante en las últimas décadas, de tal manera que actualmente son mayoría el número de médicas que el de médicos, en el caso de Enfermería el número de hombres que se incorporan, aún habiendo aumentado en los últimos años, no sobrepasa en ningún caso el 20% del total, lo que sigue otorgando una mayoría significativa a las mujeres enfermeras.

Este dato que es absolutamente objetivo y contrastable no ha logrado, sin embargo, que los comportamientos de las disciplinas/profesiones tanto interna como externamente se haya modificado sustancialmente, sino que se han adaptado mediante actitudes aparentemente menos “agresivas” pero igualmente dominantes o subsidiarias.

Así pues, todo parecería indicar que tanto el aumento de mujeres en Medicina como la identidad de género de las que integran Enfermería y los cambios culturales machistas de quienes integran tanto Medicina como Enfermería, conducirían a una relación de igualdad y respeto que, lamentablemente, tan solo se queda en detalles, mensajes y posicionamientos que tratan de maquillar la clara posición de fuerza, dominancia, poder… de la profesión masculina médica sobre la profesión femenina enfermera.

Así pues lo que está sucediendo es que las mujeres que se incorporan a medicina, de manera general y por tanto con todas las excepciones que es preciso destacar, asumen el rol masculino de la profesión/disciplina médica y actúan en base al mismo, tanto en su comportamiento como médicos, tal como se autodenominan con independencia de su género, como en el que, como tales, tienen con otras profesiones/disciplinas en general y muy concretamente con las enfermeras, a las que siguen identificando como inferiores y destinatarias de sus órdenes o indicaciones, generando una gran resistencia a la hora de reconocerles autonomía y competencia en muchos aspectos que consideran de su exclusiva propiedad.

Por su parte las enfermeras aún tratando de reivindicar sus derechos más allá del género, tanto de sus componentes como de la que tiene la propia Enfermería, se ven permanentemente acosadas por la dominancia machista que en muchos aspectos sigue viva y se manifiesta en múltiples actuaciones, hechos, circunstancias, reacciones, comportamientos, construcción del conocimiento, relación científica… entre médicos y enfermeras.

En base a lo dicho hasta ahora quiero mencionar a Marilyn Frye[2], que en su ensayo “The Politics of Realit” habla de la relación entre hombres y mujeres y su supuesta o aparente normalización o trato de igualdad, y lo expresa de la siguiente manera:

“Las personas que ellos (los hombres) admiran; respetan; adoran, veneran y honran… quienes ellos imitan, idolatran y con quienes cultivan vínculos más profundos… a quienes ellos están dispuestos a enseñar y con quienes ellos están dispuestos a aprender…aquellos cuyo respeto, admiración, reconocimiento, honra, reverencia y amor que ellos desean: esos son, en su enorme mayoría, otros hombres”.

“En sus relaciones con mujeres, lo que es visto como respeto es cortesía, generosidad o paternalismo; lo que es visto como honra, es colocar a la mujer como en una campana de cristal”.

“De las mujeres ellos quieren devoción, servidumbre…”.

Salvando todas las distancias, que considero no son tantas, con el planteamiento que vengo realizando en mi reflexión, la similitud entre lo dicho por Marilyn Frye cuando habla de la relación entre hombres y mujeres y la que existe entre médicos (con independencia, repito, de su género) y enfermeras (con independencia igualmente de su género), es no tan solo alta, sino que es perfectamente asimilable.

Actualmente, los discursos interesados de respeto, consideración, comprensión… son tan solo estrategias de maquillaje para enmascarar sus verdaderas intenciones de poder y dominancia por una parte y de vigilancia y control permanente para evitar cualquier intento de libertad, que ellos interpretan como agresión a su preponderancia y posición de poder. Los halagos, reconocimientos, adulaciones… tan solo son estrategias de distracción y de rechazable actitud paternalista que persiguen la dependencia de su dogma disciplinar y su jerarquía profesional para perpetuar la fidelidad, admiración, obediencia y docilidad hacia ellos, sean médicas o médicos, porque lo que domina es el género de la disciplina/profesión que sigue impregnando el comportamiento de la clase médica.

Por su parte en Enfermería, las enfermeras masculinas (denominación que extrañamente y al contrario de lo que sucede con los médicos femeninos, suele ser rechazada o cuanto menos resulta molesto asumirla o aceptarla), no suelen asimilar la condición femenina de Enfermería y tratan, en una importante mayoría, que su condición masculina se imponga a la de la disciplina/profesión, a pesar de ser, como ya he comentado, una clara minoría, como si hacerlo les hiciera renunciar a su condición masculina. Así pues sus comportamientos no se alejan demasiado de los que ya he comentado con relación a quienes son sus compañeras, es decir, de protección, cortesía, amabilidad… desde los que tratan de posicionarse en lugares de mayor visibilidad, poder, jerarquía, dominio… que en ningún caso suponen liderazgo, generando una actitud de competitividad desleal y de dominancia por cuestión de género que contribuye a reforzar la debilidad de Enfermería tanto a nivel de relaciones con otras disciplinas y especialmente con Medicina, como en la imagen que proyecta a la sociedad que sigue adoleciendo de valor más allá de la simpatía.

Estamos por tanto ante una difícil situación de relación de género que sitúa a la Enfermería y a las enfermeras en una posición de clara debilidad por cuanto los comportamientos de acoso son naturalizados tanto por las propias profesiones/disciplinas, como por parte de las instituciones/organización y de la propia sociedad, lo que conduce a que la “violencia” que se ejerce sobre Enfermería se trate de interpretar como una cuestión menor o que obedece a relaciones “íntimas o privadas” entre disciplinas/profesiones en las que no se debe entrar.

Todo este clima de cultura heterosexual masculina homoafectiva; que describe la propia Marilyn Frye, se ve amparada, reforzada y protegida por políticas claramente contrarias a la igualdad y al respeto con perspectiva de género que algunos partidos políticos tratan de imponer como ideología adoctrinadora, dominante y alienante y otros, supuestamente contrarios, admiten con tal de lograr sus objetivos, siendo la excusa perfecta para asumir lo que piensan, pero no se atreven a expresar abiertamente.

Estamos pues ante una situación política, social, cultural… muy complicada en la que la igualdad, la equidad, el respeto, la libertad… están seriamente amenazados en función de la perspectiva de género.

El problema ya no es si Enfermería y las enfermeras tenemos capacidad, competencia, habilidades, aptitudes o actitudes para ser líderes autónomas de cuidados profesionales. El problema es que la clase machista dominante, que se ve auspiciada, protegida y alentada por las políticas machistas que se están imponiendo, refuerzan y protegen los comportamientos descritos, haciendo prácticamente imposible que la capacidad de igualdad entre disciplinas sea una realidad que trascienda al género para situarse en la ciencia, el conocimiento, la capacidad y el mérito.

Las enfermeras, mujeres u hombres, debemos decidir qué hacer para no sucumbir al acoso machista que nos maltrate, invisibilice, calle y someta.

Situarse en una realidad paralela a la de la propia realidad es hacerlo en la virtualidad engañosa desde la que tratan de embaucarnos con discursos tan falsos como zafios, hipócritas y mezquinos.

Es la mediocridad natural de quienes posiblemente defienden la inteligencia artificial como sustitutivo de su incapacidad y guarnición de su ideología dominante.

Tratan de confundir vendiendo una guerra de disciplinas cuando lo que subyace es una identidad de género.

Como dijera Voltaire[3], “la primera igualdad es la equidad”

[1] Activista política muy conocida por su trabajo en el movimiento feminista negro y su lucha por la igualdad de género y la justicia social.

[2] Filósofa y teórica feminista radical estadounidense (1941).

[3] Escritor, historiador, filósofo y abogado francés (1694-1778)