“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”
Groucho Marx.[1]
Estamos inmersos en tiempos de programas, promesas, propuestas, proyectos, estrategias… que tratan de atraer, cuando no de atrapar, al potencial electorado para que deposite su voto en favor de la opción que los presenta, aunque no siempre y necesariamente, representa. Pero estamos también en tiempos de descalificaciones, reproches, acusaciones, disputas… que tratan de anular, cuestionar, reprobar, desautorizar…las realizadas por parte de unos u otros sin más criterio que el insulto, la crispación, la ofensa o la humillación de quien es considerado enemigo como si de una guerra se tratase en lugar de un espacio de análisis, debate y confrontación de ideas entre personas que cuanto menos se les presume educadas.
Son tiempos, en los que no es tan importante convencer a través de las ideas propias como de poner en evidencia las del contrario, lo que acaba por difuminar, diluir y distorsionar la información que permita situarse en una posición concreta sobre aspectos, temas o acciones que vayan a impactar en nuestras vidas, nuestro trabajo, nuestra salud, nuestra educación, nuestra convivencia… desde una opción política concreta y no desde una elección personalista de quien la presenta como una alternativa en contra de alguien y no en favor de algo concreto.
Son tiempos, por tanto, de incertidumbre, dudas, radicalismos, incongruencias… alejados del interés general y centrados en el interés oportunista de quienes atacan sin defender sus ideas, de quienes insultan sin respetar las del contrario, de quienes rechazan sin presentar alternativas, de quienes intentan convencer desde la mentira, de quienes defienden idearios que van en contra de la libertad de determinadas personas, grupos o creencias, de quienes defienden intereses de los grupos de presión en contra de quienes precisan protección, de quienes niegan la violencia protegiendo y promocionando la violencia, de quienes desprecian la diferencia anulando la discrepancia, de quienes hacen del pensamiento único su doctrina, de quienes hacen de su doctrina su modelo educativo, de quienes hablan de familia como modelo de poder, de quienes basan en la desigualdad su falsa libertad, de quienes anulan la libertad de elegir y decidir imponiendo su modelo de vida y pensamiento, de quienes utilizan el desprecio para contrastar pensamiento, de quienes rechazan el diálogo e imponen el ideario, de quienes transforman y deforman la historia para construir su realidad paralela, de quienes utilizan la democracia para acotarla y recortarla, de quienes identifican el poder para eliminar a quienes piensan diferente, de quienes, en definitiva, manipulan, engañan, mienten, confunden, amenazan… con el único propósito de establecer un régimen utilizando señas de identidad de todos como propias y exclusivas, al tiempo que excluyentes para quienes consideran sus enemigos por el simple hecho de plantear alternativas de libertad y respeto… en un juego maquiavélico desde el que se presentan como libertadores y defensores de una Patria imaginaria, exclusiva y excluyente en la tan solo caben quienes ellos eligen o consideran dignos de pertenecer. Y luego están los que por codicia política son capaces de asumir, justificar, amparar y defender estos idearios con tal de tocar poder, aunque luego traten de maquillar su decisión con verdades a medias que siempre acaban siendo mentiras completas, contribuyendo a construir un escenario tan peligroso como nocivo para la salud pública, política, económica, social, educativa, laboral… Finalmente se sirven de quienes les apoyan haciéndoles creer que les sirven a ellos.
Puede parecer que esta reflexión no tenga nada que ver con la salud y todo lo que la misma significa, aporta y supone para las personas, las familias y la comunidad. Pero nada más lejos de la realidad. Esta reflexión es plenamente consciente de lo que supone y significa tener unos representantes que no tan solo no creen en la salud, sino que comercian con ella para lograr el mayor beneficio posible, aunque ello suponga la pérdida de uno de los principales derechos humanos. No se trata de planteamientos organizativos, sino de posicionamientos mercantilistas que generan desigualdad, inequidad y pobreza.
Un modelo basado en idénticos planteamientos a los ya expuestos en el que se anula la capacidad de decisión de las personas y sobre todo de las mujeres. En el que la enfermedad adquiere rango de exclusividad asistencial. Donde los lobbies de poder jerarquizan, colonizan, fagocitan e imponen su criterio corporativista de autoridad y dominio sobre el resto de profesiones. En el que la Salud Pública es identificada como un peligroso reducto de adoctrinamiento. Un modelo de mercado con el que negociar y obtener beneficios. En el que la salud es tan solo una reducción de la enfermedad. Donde la Educación para la Salud pasa a ser información unidireccional aleccionadora e impositiva. En el que la Promoción de la Salud se considera un medio peligroso para propiciar la revolución a través del empoderamiento comunitario y su adoctrinamiento ideológico contra la familia y sus particulares valores. Donde el paternalismo es su planteamiento de relación con la ciudadanía que genera dependencia e insatisfacción. En el que el trabajo en equipo lo es tan solo desde la perspectiva de la autoridad jerárquica que limita el acceso en igualdad de condiciones a otras/os profesionales que no sean quienes dominan y determinan. Un modelo que degrada, ahoga y menosprecia para fundamentar sus postulados privatizadores. Un modelo, en definitiva, que hace de la salud una excusa para sus objetivos de negocio y poder, obteniendo el dinero de los ricos y el voto de los pobres con el pretexto de proteger a los unos de los otros.
Pero, como hacen con cualquier otro aspecto, construyen un discurso basado en la mentira, la manipulación, el alarmismo y el sensacionalismo desde el que plantear su alternativa como la única capaz de salvar un modelo sanitario que presentan como caótico, ineficaz e ineficiente y que tan solo con sus medidas será posible rescatarlo. Aunque ello signifique dejar sin cobertura a una parte de la población. Que suponga reducir las prestaciones a quienes no tengan capacidad de contratar los seguros privados ofrecidos por las empresas a las que protegen y apoyan. Que se eliminen programas que consideran improductivos en términos mercantilistas. Que se recorten las inversiones. Que se deteriore la atención a la salud y se potencie la asistencia a la enfermedad. Cuando de lo que verdaderamente se trata como dijera Napoleón III[2] es “sanar los males, jamás vengarlos” como pretenden ellos con sus sistemáticos y viscerales derribos, derogaciones y eliminaciones.
Porque ese es el modelo que esconden tras sus mensajes tramposos con los que atraen la atención de quienes manifiestan su inconformismo apoyándolos, sin darse cuenta que haciéndolo lo que consiguen es alimentar todo aquello que precisamente genera ese inconformismo que ellos alimentan y del que se aprovechan, pero que no se resuelve con salvadoras/es de una patria que secuestran y someten al síndrome de Estocolmo.
La salud es demasiado importante y está sujeta a demasiados factores y determinantes de los que dependen las decisiones que políticamente se tomen y apliquen para que su influencia sea positiva tanto en su promoción como en su mantenimiento. Si aspectos como el medio ambiente, la violencia de género, la calidad del trabajo, la educación afectivo-sexual, la libertad de decisión, la pobreza… son negados, restringidos o manipulados la influencia que, sobre la salud de las personas y de la comunidad, tendrá será tan importante que provocará un impacto de efectos devastadores y con consecuencias a medio y largo plazo muy negativas.
Creer que votando a quienes defienden este tipo de opciones supone tan solo una forma de protesta, es una irresponsabilidad que afecta al conjunto de la sociedad y deteriora gravemente la convivencia social y democrática y las relaciones interpersonales que son fundamentales para lograr una salud comunitaria equitativa, accesible, digna y humanitaria que afecta de manera global al bienestar y buen vivir de las personas, las familias y la comunidad tal como se demuestra en importantes estudios de investigación[3], [4], [5].
Desde una perspectiva enfermera centrada en la persona de manera integral, integrada e integradora, que trata de responder a las necesidades de salud físicas, psicológicas, sociales y espirituales, valorando en todo momento, el contexto en el que se llevan a cabo sus intervenciones, respetando la multiculturalidad y participando de forma activa y consensuada en la toma de decisiones de las personas y sus familias para alcanzar su máxima autonomía y lograr mantener sanos a los sanos a través de la educación para la salud en cualquier ámbito comunitario, no es posible aceptar los postulados, posicionamientos, planteamientos o criterios que se trasladan desde estas opciones ideológicas que trascienden a la política para situarse en la autocracia. Resulta por tanto muy difícil de entender la asunción de postulados que van en contra del propio código deontológico de Enfermería que, por mucho que lo intenten como hacen con la propia Constitución Española, no está sujeto a interpretaciones interesadas en las que fundamentar sus decisiones. La abogacía de la salud, como la libertad, no son una opción para las enfermeras. Son una obligación que no puede ni debe estar sujeta a intereses ideológicos excluyentes. No se pude tampoco plantear como una cuestión política que no nos incumbe como enfermeras, como argumento que trata de anular la competencia política que es inherente al ser, sentir y actuar como enfermeras. De hecho, Aristóteles[6] ya decía que el hombre es animal político entre otras cosas, porque vive en sociedades organizadas políticamente, en cuyos asuntos públicos participa en mayor o menor medida, con el objetivo de lograr el bien común: la felicidad de los ciudadanos. Lástima que a algunos la política les convierta en animales peligrosos a través de la política, que es muy diferente.
Ser enfermera va más allá de una opción de trabajo o de una opción política. Supone un compromiso con la vida, con la salud, con las personas con independencia de su origen, raza, creencia, opción política, identidad sexual… y con la libertad.
Posiblemente estemos cometiendo errores graves en la formación de las futuras enfermeras al obviar estos aspectos éticos y estéticos que fundamentan la atención humanista y humanitaria e identifican los cuidados profesionales enfermeros.
Adoptar de manera consciente y deliberada un posicionamiento que atenta contra lo que es el propio conocimiento y sentimiento enfermero es una contradicción en sí misma que deslegitima a quien la adopta y perjudica claramente a la propia disciplina/ciencia/profesión y a quienes la integran asumiendo sus principios y su esencia, al tiempo que supone un grave perjuicio para población a la que nos debemos.
Para ser enfermera no se precisa tener una determinada ideología, creencia o valores, pero no respetar la diversidad, la libertad, la igualdad, la equidad… no es una opción política o ideológica, es simplemente una doctrina alienante que limita o anula la capacidad cuidadora.
No es mi intención juzgar a nadie por su manera de pensar o actuar, siempre y cuando no atenten contra la dignidad humana en la que debe fundamentarse nuestra actuación profesional cuidadora como enfermeras.
Ser enfermera no es un dogma, ni una doctrina, ni una religión, ni una secta. Es una forma de ser y actuar como profesionales del cuidado que nos hace ver, sentir y actuar con respeto, desde el respeto y por el respeto de todas las personas que son susceptibles de necesitar nuestros cuidados. Para poder ser respetadas debemos respetar.
No es una cuestión de siglas, ni de izquierdas o derechas, ni de rojos o azules, ni de conservadores o progresistas, ni de liberales o intervencionistas… es una cuestión de personas y de su identidad. No se trata de la política de la salud sino de incorporar la salud en todas las políticas. Porque la política puede utilizar y manipular la salud, pero sin política no es posible la salud. Finalmente, no es cuestión de la política sino de la intención de quienes hacen uso y abuso de ella desde el apelativo de políticos tras el que esconden sus verdaderas y oportunistas pretensiones. Porque como dijera Arnold J. Toynbee[7] “El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan” y añado, y les interesa.
Votar es una responsabilidad colectiva de libertad que va más allá del interés individual y del acto de depositar una papeleta en una urna que, final y fundamentalmente. es por lo único que se interesan quienes buscan su exclusivo interés. No nos convirtamos en tontos útiles de su excluyente y nociva ideología. Elijamos saludablemente.
[1] Actor estadounidense (1890-1977)
[2] Emperador de Francia (1808-1873)
[3] Wolf S et al. Roseto, Pennsylvania, 25 years later–highlights of a medical and sociological survey. Trans Am Clin Climatol Assoc. 1989; 100: 57–67
[4] Holt-Lunstad J, Smith TB, Layton JB (2010) Social Relationships and Mor tality Risk: A Meta-analytic Review. PLoS Med 7(7): e1000316.doi:10.1371/journal.pmed.1000316
[5] https://cuidadoybuenvivir.wixsite.com/misitio/post/cuidados-delbuen-vivir-y-bienestar-desde-las-epistemolog%C3%ADas-del-sur-conceptos-m%C3%A9todos-y-casos
[6] Filósofo, polímata y científico griego (384 ac – 322 ac)
[7] Historiador inglés (1889-1975)