“Incluso el viaje tiene un final»
Séneca [1]
En este periodo de batalla política en el que han querido, unos más que otros, convertir lo que debiera ser un proceso electoral en el que poder tener acceso a información fiable, rigurosa, cercana, pero sobre todo, sincera sobre aquellos aspectos que afectan e interesan, o debieran interesar, al conjunto de la ciudadanía, en una dialéctica mentirosa, gamberra, sucia, zafia y mezquina que trata de confundir en lugar de clarificar, de alarmar en lugar de tranquilizar, de desviar en lugar de centrar la atención, de esquivar en lugar de asumir las responsabilidades, de atacar en lugar de confrontar, de manipular en lugar de negociar… todo con el objetivo de lograr un poder político que cada vez está más alejado de la ciudadanía a la que se insulta a su inteligencia, en la torpe creencia de que tan solo ellos/as la poseen, cuando, en realidad, son quienes más carencias tienen.
A escasos días para ejercer uno de los mayores exponentes de la libertad y la democracia, a través del voto, este se convierte, gracias a la influencia de quienes deben ser elegidos para guiar nuestras vidas, en el óbolo que se nos exige para subir a la barca y cruzar el río de la incertidumbre política en la que nos han instalado entre unos/as y otros/as, como sucediera a las sombras errantes de los difuntos recientes que querían ser conducidos por Caronte para pasar de un lado al otro del río Aqueronte. De tal manera que el voto, como expresión máxima de la participación ciudadana democrática, ha sido convertido tan solo en una moneda de cambio con la que pagar a alguno de los que representan al mitológico Caronte. Quienes no lo hacen, es decir quienes no pagan con su voto, el antiguo óbolo, y por tanto se abstienen en una decisión/elección lícita, pero de dudosa participación en la vida política, que no en la política, que nos afecta a todas/os, quedan vagando, asumiendo algunas/os, pero protestando la mayoría, lo que finalmente sale de las urnas, pasándoles en cierto modo lo que les sucedía a quienes no teniendo el óbolo para la travesía del río Aqueronte, quedaban vagando cien años por sus riberas esperando a que finalmente Caronte accediera a llevarlos sin cobrar.
La mitología, que sirve como referencia de muchas acciones reales y actuales, nos sitúa en este caso ante una situación en la que no tan solo existe un personaje que encarne a Caronte, sino que son muchos los que asumen su mito adornándolo con los discursos a los que me refería al inicio de mi reflexión, en base a los cuales tratan de atraer a quienes quieren subir a sus barcas, previo pago del consiguiente voto (óbolo), para atravesar el río electoral (Aqueronte) y conducirlos a su territorio.
En cualquier caso, este paralelismo con la mitología lo planteo ante las propuestas, sospechas, indicios y evidencias, que de todo hay, que se están produciendo en el panorama electoral, que estamos sufriendo y del que resulta difícil escapar sin provocar mucha incertidumbre y grandes dosis de temor en general y muy particularmente en lo que se refiere a la sanidad, la salud, los cuidados y las enfermeras. Es por ello que sería deseable que antes de entregar nuestro particular óbolo en forma de voto identifiquemos claramente al o la Caronte a quien lo hagamos. Porque la travesía que realicemos y el destino final al que se nos encamine van a depender de esta elección. Por tanto, no se trata de pasar el río, sino de cómo hacerlo, con quién y a dónde nos quiere conducir. Más aun teniendo en cuenta que finalmente y en función de cuantas/os entreguen sus óbolos/votos a unas/os u otras/os, el Caronte que logre mayor número de pasajeros en sus particulares barcas nos conducirá irremediablemente a todas/os a su destino, aunque no sea el que teníamos previsto o elegido, con las consecuencias que comporta.
Si como relatara, situándonos de nuevo en la mitología, Homero en la Odisea, sucumbimos hechizados por los sonoros cantos de sirena, la travesía aún será más incierta y podemos caer en la trampa de quienes actualmente, como ya sucediera en el siglo XIX, quieren sacar beneficio con las sirenas, disfrazándose como tales y solicitando el pago, en forma de voto, para poder ser vistas, atrayendo la atención y curiosidad de quienes creen los mensajes extraordinarios que sobre ellas se cuentan y que lamentablemente no son más que trucos destinados a lograr unos beneficios que nunca serán compartidos por quienes pagaron por verlas.
Estamos pues ante una trascendente decisión que forma parte de la libertad y contribuye a reforzar o debilitar la democracia sobre la que se respeta y defiende. No se trata de un simple pago. Se trata de una acción que comporta responsabilidad y compromiso con la sociedad en la que vivimos y convivimos y de los derechos que se han alcanzado para que sea una sociedad más justa, equitativa y respetuosa, con independencia de posicionamientos partidistas que tienen que ver más con cuotas de poder e ideologías que con cuotas de participación e ideas. Porque los derechos y la libertad para disfrutarlos, debieran ser patrimonio de todas/os y no ser utilizados como armas arrojadizas en función de unas supuestas y tramposas ideologías que lo que verdaderamente esconden son intereses partidistas en los que no se tienen en cuenta las necesidades de la población que, por otra parte, se manipulan intencionadamente para conformar su particular discurso con el fin de fascinar, hechizar y atraer a quienes necesitan para lograr su objetivo que no el de quienes son capaces de que lo consigan. Triste paradoja que, sin embargo, se repite de manera sistemática haciéndonos esclavos de sus decisiones y alejándonos de la posibilidad de actuar con libertad y respeto, aunque no siempre compartamos lo que facilitan dichos derechos. Porque nadie obliga a nadie a divorciarse, abortar, morir dignamente, elegir y vivir plenamente su identidad sexual, sin que nadie decida por nosotros lo que podemos ver, oír, leer o disfrutar, educar para que las personas puedan elegir lo que quieran y no tengan que asumir lo que se les dice que es bueno y rechazar lo que dicen es malo… y a partir de ahí que cada cual determine lo que quiera hacer en función de sus valores, creencias, sentimientos, emociones… que en ningún caso deben ser secuestrados en defensa de una supuesta, artificial y tramposa moral o normalidad impuesta.
Debemos exigir nuestra libertad de elección sin que ello suponga la alienación impuesta por una determinada corriente ideológica o la penalización de unas ideas por ser contrarias o diferentes a otras.
Antes de esta trascendente decisión que supone el dar nuestro particular y valioso óbolo, deberíamos reflexionar sobre lo que supone qué Caronte queremos que nos traslade en la travesía que vamos a iniciar. Y es preciso que seamos capaces de identificar y diferenciar los cantos de sirena que nos fascinan de las verdaderas intenciones de quienes los interpretan, sino queremos arrepentirnos cuando encallemos, enroquemos o nos hundamos, sin poder alcanzar aquellos logros que nos trasladaban en los cantos que nos atrajeron y atraparon.
Recientemente hemos podido comprobar como se están concretando decisiones en contra de determinados derechos y libertades que se creían consolidados y que han sido utilizados como moneda de cambio entre quienes recaudaron los óbolos para alcanzar el poder deseado, aunque ello suponga tener que renunciar a principios propios y libertades ajenas.
La libertad, la sanidad y educación públicas, la democracia, la capacidad de decisión… van a ser utilizados como mantras perversos que realmente enmascaran las verdaderas intenciones de control, vigilancia, restricción, prohibición… desde las que construir un mercantilismo salvaje, una sumisión a los lobbies de poder, una reducción de la capacidad de pensamiento reflexivo ante un utópico e idealista pensamiento único de liberalismo radical… que conducirá a un sistemático y progresivo proceso de desequilibrios y brechas sociales en los que la salud se verá comprometida como consecuencia de la falta de inversiones, la derivación a las empresas privadas, la perpetuación de modelos caducos y centrados en la enfermedad entre otras muchas consecuencias derivadas de las decisiones que priman los intereses económicos a las necesidades reales de la población con el falaz argumento de una necesaria eficiencia que lo único que persigue es saciar la voracidad de las empresas de la salud para hacer negocio con la salud, porque es una consecuencia de lógica económica y empresarial y no como pretenden hacernos creer de una lógica de atención eficaz.
Las enfermeras, nuevamente, seremos sistemáticamente cuestionadas como profesionales competentes, autónomas y capaces. Los cuidados profesionales serán invisibilizados y transportados al ámbito de la intrascendencia y la asignación social a la mujer como un elemento más de la negación de la perspectiva de género y sus desigualdades.
La Atención Primaria, a pesar de los cantos de sirena, será reconvertida en Atención Médica Primaria con idéntica propuesta privatizadora y una deficiencia en promoción de la salud, participación comunitaria, empoderamiento social… en favor del modelo asistencialista, medicalizado, paternalista, dependiente y tecnológico que interesa perpetuar.
Puede pensarse o plantearse, y se está en el derecho a hacerlo, que mi reflexión está contaminada, es parcial, maliciosa o revanchista, pero la realidad es tozuda y la historia esclarecedora.
Cuando ni tan siquiera han transcurrido dos meses desde las elecciones autonómicas y municipales y mucho menos tiempo desde que los gobiernos surgidos del viaje de una orilla a otra se concretasen, ya tenemos ejemplos claros y palmarios de lo que estoy planteando. Por ejemplo, el que hayan desaparecido de un plumazo las enfermeras que ocupaban puestos de responsabilidad en cargos de toma de decisión política, no porque hayan sido sustituidas por otras de su posición ideológica o partidista, sino simplemente porque han sido eliminadas como opción a acceder a los mismos. Por ejemplo, rescatar en el túnel del tiempo a quien fue artífice de una de las mayores privatizaciones de la sanidad pública conocidas en nuestro país para situarlo como consejero de sanidad, modificando de paso el nombre de salud universal y salud pública, que parece ser les parece demasiado peligroso y sospechoso de cierta tendencia ideológica izquierdosa. Y podríamos seguir exponiendo ejemplos que, de momento, tan solo son la carta de presentación de lo que posteriormente será el desarrollo de sus ansias derogatorias para allanar el camino de sus verdaderas intenciones mercantilistas y privatizadoras.
El 23 de julio tenemos una responsabilidad ciudadana, pero las enfermeras, además, tenemos una responsabilidad de identidad profesional, de compromiso social, de defensa de los derechos fundamentales, de implicación con la salud pública, de reivindicación de los cuidados profesionales, de identificación con las poblaciones vulneradas, de rechazo al negacionismo científico… por lo tanto debemos pensar de manera clara y reflexiva a quién damos nuestro óbolo para cruzar el río. No da lo mismo hacerlo a unos/as que a otros/as. No se trata tan solo de ideología. No depende solo de quien ejerce de Caronte. No vale tampoco inhibirse y dejarse llevar. Se trata de decidir con coherencia desde lo que somos y nos sentimos como enfermeras. Porque nuestra decisión no tan solo es consecuencia de un derecho como ciudadanas/os, sino que es una obligación como enfermeras que tenemos el compromiso de acción y defensa de la salud comunitaria y pública.
Nuestro óbolo (voto), por tanto, tiene un valor democrático y de libertad, pero también lo tiene de valor ético y estético con las personas, las familias y la comunidad. No lo regalemos y seamos capaces de exigir que el mismo sirva para lo que, como enfermeras, asumimos siéndolo, con independencia de nuestras ideas y nuestras preferencias políticas. Finalmente, como dijera C.S. Lewis[2] “No puedes volver atrás y cambiar el principio, pero puedes empezar donde estás y cambiar el final”.
[1]Filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral. (4 ac-65 ac).
[2] Apologista cristiano anglicano, medievalista, y escritor británico, reconocido por sus obras de ficción (1898-1963)