«La vida debe ser comprendida hacia detrás, pero debe ser vivida hacia delante».
Søren Kierkegaard[1]
El pasado día 25 de enero tuvo lugar la investidura como Doctora Honoris Causa por la Universidad de Alicante de Mª Paz Mompart García.
Sin duda un hito importante y trascendente por cuanto es la tercera enfermera española que es investida como tal en toda la historia de la Enfermería, tras las de Rosa Mª Alberdi y Mª Teresa Moreno por las Universidades de Murcia y Huelva respectivamente. Previamente, es cierto, habían sido investidas diferentes enfermeras anglosajonas.
La investidura de la ya Doctora Mompart, suscitó un gran interés y logró reunir en el acto de su reconocimiento a un gran número de enfermeras de todo el país. Este hecho, sin duda, puede ser entendido no tan solo como una muestra del cariño que hacia la Dra. Mompart se tiene por parte de quienes acudieron al acto, sino también por la admiración reconocida a su figura y, sobre todo, a su aportación al desarrollo de la Enfermería española e iberoamericana. No cabe duda de que así fue en vista del gran número de enfermeras que asistieron presencialmente y de las que lo hicieron desde la distancia con idéntico cariño e igual admiración. Así pues, podemos determinar sin ningún lugar a dudas que estamos ante una líder y referente indiscutible de la Enfermería Iberoamericana.
Sin embargo y a pesar de estas evidentes muestras existen elementos sobre los que quiero reflexionar por considerar que son importantes y sin que ello reste el más mínimo mérito, brillantez y trascendencia a su investidura.
Como decía, fueron muchas las enfermeras que se unieron a la celebración de su investidura por lo que significa, tanto para Mª Paz Mompart como merecido reconocimiento a su trayectoria profesional, como por lo que la misma representa para la profesión/disciplinba/ciencia enfermera en cuanto a visibilización y valoración en la universidad específicamente. Y también para la sociedad dado que su impacto se traduce en un evidente beneficio en la salud de las personas, las familias y la comunidad como consecuencia directa de lo logrado con su liderazgo. Pero más allá de la importancia de quienes asistieron, sobre lo que quiero centrar mi reflexión es sobre quienes no lo hicieron. No es mi intención distinguir como buenas enfermeras a quienes asistieron o mostraron su apoyo y como malas enfermeras a quienes no lo hicieron. Sería no tan solo muy pueril sino absolutamente absurdo pretenderlo.
Pero hay ausencias, olvidos, indiferencias, que no tan solo son incomprensibles, sino que son totalmente injustificables en unos casos y preocupantes en otros.
La Doctora Mompart en su discurso de investidura agradecía “a quienes, desde la amistad y el entendimiento, me han ayudado a avanzar en los diferentes ámbitos en los que me he movido y trabajado. También aquellos que no me han distinguido con su amistad, sino todo lo contrario, han sido acicates para mi progreso personal y profesional”. Constatando que nadie puede pretender la unanimidad en cuanto a admiración e incluso reconocimiento. Pero coincidiendo en este hecho y más allá de los motivos que cada cual pueda tener para generar filias o fobias, hay personas que, por la condición de máximos representantes, en este caso de la profesión enfermera, no deberían anteponer sus fobias a su responsabilidad como tales. Porque quien asume dicha responsabilidad lo hace para representar a todas las enfermeras y no tan solo a las que identifica como “amigas” generando respuestas diferentes con aquellas a las que cataloga como “enemigas”. Dicha actitud significa una irresponsabilidad y posiciona a quienes la adoptan como hooligans que responden a pasiones viscerales en lugar de hacerlo a hechos racionales y a coherencia institucional.
Las diferencias de pensamiento, criterio o posicionamiento no deberían ser nunca escusa para el rechazo, la censura o la discriminación de quienes tienen la obligación de representar a todas las enfermeras.
Y esto precisamente es lo que hicieron los máximos representantes de las enfermeras, del Consejo General de Enfermería, con su actitud cobarde, incomprensible e inadmisible. No tan solo no se dignaron a asistir al acto al que se les invitó formalmente por parte de la universidad, sino que ni tan siquiera excusaron su ausencia, ni tuvieron la dignidad de remitir una formal y protocolaria, carta de felicitación con la que cumplir con su obligación institucional.
Ante esta actitud, todas las enfermeras, deberíamos plantearnos si son estos representantes los que se merece la profesión. Más allá de la simpatía o animadversión que puedan generar las personas que asumen el cargo tras la elección de las mismas, por lo que deberían ser valoradas es por su acción de representación y reconocimiento hacia todas las enfermeras, con independencia de preferencias que provoquen discriminación.
¿Alguien podría entender que tras la concesión de un Premio Nobel el/la Presidente/a del Gobierno, como representante máximo de todo un país, no se dignase tan siquiera a felicitar a quien lo recibe por el simple hecho de no contar con su simpatía o por ser contrario a su pensamiento político? Porque esto es lo que se ha hecho por parte del Presidente del Consejo General de Enfermería y de todo su equipo. Esta es la persona, la enfermera que, en teoría, representa a todas las enfermeras españolas. Quien se permite el lujo de ignorar un hecho tan relevante como significativo para la Enfermería y todas las enfermeras como es el de que una universidad española incorpore a una enfermera como Doctora Honoris Causa, que es el mayor reconocimiento académico que se realiza en cualquier universidad, tanto a nivel nacional como internacional. Una ignorancia que representa una absoluta falta de respeto hacia quien recibe el reconocimiento y hacia la institución que lo otorga. Una ignorancia que supone una falta de respeto a lo que significa dicho reconocimiento para la Enfermería y las enfermeras. Una ignorancia que ejemplifica el dicho de que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, pero que también se traduce en lo recogido en el evangelio según San Mateo 7:15-20 “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. Y eso precisamente es lo que las enfermeras deberíamos hacer, guardarnos de quienes no tan solo no nos representan, sino que tampoco nos defienden. Debemos dejar de asumir como natural lo que es antinatural, como normal lo que es inconcebible, como irrelevante lo que es trascendente, como inevitable lo que es reversible, como asumible lo que es rechazable. Las enfermeras no podemos quedarnos impasibles ante este tipo de actitudes. De nosotras, y nuestra implicación, depende que quienes nos representan en las organizaciones enfermeras sean dignos representantes a los que respetar, más allá de asumir su presencia por el exclusivo hecho de ostentar un cargo.
Pero, hay otro hecho que me llamó poderosamente la atención y que también merece mi reflexión. Si bien es cierto que la respuesta de asistencia y adhesión fue muy importante valorada de manera general, no es menos cierto que si la analizamos teniendo en cuenta la edad de quienes asistieron identificamos que la media de la misma, aunque tan solo hecha de manera aproximada, no baja seguro de los 50 años siendo muy generoso. No es que tenga absolutamente nada que reprochar a quienes asistieron o se adhirieron por razón de su edad. Sería absurdo. Pero sí que tengo algo que reprochar a quienes siendo más jóvenes no lo hicieron y a quienes no fuimos capaces de movilizarlos o sensibilizarlos para que lo hiciesen.
Porque, desde mi particular punto de vista, la ausencia en la identificación de referentes en la Enfermería española es preocupante y se traduce o se hace patente en actos como el que estoy comentando.
Es cierto que la figura de Mª Paz Mompart y su aportación al desarrollo de la Enfermería con la incorporación de sus estudios en la universidad en el año 1977, es reconocible y por lo tanto valorado en su justa medida por quienes nos situamos en esa media de edad. Pero no es menos cierto que precisamente quienes lo valoramos deberíamos reflexionar sobre qué estamos haciendo y cómo estamos actuando para que su proyección se limite a ese espacio temporal y no sea conocido y por tanto reconocido por quienes, por ejemplo, ahora mismo están estudiando el Grado de Enfermería en la Universidad. Porque no podemos seguir pensando que es normal que dichas/os estudiantes no sepan que, si hoy tienen la posibilidad de estudiar en la Universidad, de poder acceder a un máster o una especialidad o alcanzar el grado de doctorado, es precisamente gracias al liderazgo que en su día tuvo Mª Paz Mompart y el compromiso, implicación y trabajo de otras muchas enfermeras para lograr que esto sea una realidad. Que las futuras enfermeras crean que lo que hoy es una realidad, su realidad, es algo que responde tan solo a la regulación de los estudios en la Universidad sin tener en cuenta lo que aconteció para conseguirlo, es un hecho que debiera preocuparnos. Porque no dar a conocer y valorar lo que supuso lograrlo y a quiénes lo consiguieron hacer realidad es contribuir a la indiferencia y a la ignorancia de nuestras/os referentes profesionales/disciplinares, como si todo fuese resultado de un proceso mecánico o casual sin la intervención de nadie que lo hiciese posible. No hacerlo supone el que sigamos alimentando una falta permanente de sentimiento de pertenencia y una ausencia de orgullo hacia el mismo. Porque silenciarlo es convertir a la enfermería en un medio en lugar de un fin en sí mismo. Un medio para incorporarse al mercado laboral sin problemas y hacerlo con el principal objetivo de obtener una buena remuneración por ello. Algo que, sin duda, es comprensible pero no suficiente para lograr que Enfermería sea algo más que una forma de lograr trabajo, de ser un oficio en lugar de una ciencia. Y a esto está contribuyendo, mal que nos pese, la universidad actualmente y quienes en la universidad somos responsables de la docencia enfermera. Docencia que pasa o debería pasar, por algo más que la transmisión de unos conocimientos, por importantes que estos sean.
En estos años de recorrido universitario, desde 1977 hasta ahora, hemos pasado de una identificación vocacional que en muchas ocasiones rayaba la espiritualidad a un utilitarismo de la elección profesional determinada, fundamentalmente, por la facilidad laboral, sin que exista un sentimiento de identidad y en muchos casos ni tan siquiera de identificación de lo que es y significa ser y sentirse enfermera. Cuando no se utiliza como puente a otros estudios por no alcanzar la nota necesaria de acceso a los mismos, es decir un nuevo aspecto del utilitarismo comentado. Así pues las cosas, resulta complejo, cuando no doloroso, la ausencia de identificación y reconocimiento de líderes y referentes enfermeros tanto pasados como presentes, lo que contribuye a ese estado de anorexia profesional que provoca una clara astenia identitaria.
Pero este estado de ánimo y actitud de una gran parte del estudiantado actual no es de exclusiva imputación al mismo. El profesorado enfermero y el que sin serlo imparte conocimientos en Enfermería, contribuyen de manera muy significativa a que se haga patente, se mantenga y se potencia esta forma de ser y actuar tan negativa para la identidad enfermera. Lo hagan por acción u omisión. Por todo ello, resulta imprescindible hacer una seria y rigurosa reflexión sobre la actitud del profesorado de Enfermería y cómo la misma influye en la actitud del estudiantado que, por otra parte, se alimenta también de la actitud social de individualismo, inmediatez, competitividad y hedonismo.
En un acto académico en el que se reconocía la aportación de una enfermera a la evolución y desarrollo de la Enfermería, que no hubiera estudiantes de Enfermería en una Universidad como la de Alicante que, además, es reconocida como una titulación de excelencia según los famosos y no siempre comprensibles rankings que lo determinan, más allá de su actitud errática y ausente de compromiso, debe hacernos pensar sobre qué estamos haciendo mal como docentes. Al estar muchas veces más preocupados por las publicaciones de impacto que nos permitan avanzar en la carrera académica que por el impacto que nuestra aportación puede y debe tener en el estudiantado y futuras enfermeras.
Es muy importante la alegría, satisfacción, celebración, orgullo… que un reconocimiento tan importante como un doctorado honoris causa genera. Pero todo ello no puede ni debe cegarnos, pensando que con ello ya hemos alcanzado lo máximo. Porque hacerlo es tanto como morir de éxito sin darnos cuenta de que tan solo es una fase más que debemos, por otra parte, normalizar y no suponer tan solo una anécdota aislada y puntual.
Como conclusión me gustaría que a la satisfacción por lo logrado se una el compromiso y la implicación por lo que queda por lograr que es mucho y complicado. Pero, desde luego, no imposible. De nosotras, como enfermeras, cada cual desde su ámbito de responsabilidad depende. No pretendamos que sean otras/os quienes lo hagan, porque no lo van a hacer. Así pues, a Dios rogando y con el mazo dando. Como dijera Epicuro[2] «Cuanto más grande es la dificultad, más gloria hay en superarla».
[1] Filósofo y teólogo danés, considerado el padre del existencialismo. (1813 – 1855).
[2] Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo) (341 aC – 271 aC)