“El pueblo, en todas partes, rebaja a sus deidades hasta su propio nivel y las considera meramente como una especie de criaturas humanas, algo más inteligentes».
David Hume[1]
Últimamente están produciéndose una serie de declaraciones, aseveraciones e incluso acusaciones, por parte de representantes de determinadas organizaciones médicas o de médicos a título personal, en un claro y nada disimulado intento, por posicionar a los médicos como exclusivos protagonistas, decisores, interlocutores… de la sanidad[2],[3].
La verdad es que los mensajes que se trasladan a la opinión pública, principal destinataria de los mismos aunque se quieran disfrazar de discursos profesionales, tienen la clara intención de recuperar la, según sus autoras/es, posición de poder y representación que consideran han perdido y, lo que es peor, están convencidos les corresponde en exclusividad: El contenido de los mensajes es tan demagógico, falto de rigor, excluyente, autoritario, torpe y mezquino, que por sí mismo queda descalificado y al contrario califica a quienes lo emiten. Por lo tanto, su impacto debiera ser residual y provocar como máximo tristeza por lo que supone de degradante para una profesión como la médica que debiera ocuparse de otros menesteres o defensas más científicos y centrados en su valiosa aportación profesional que, por sí misma, no precisa del victimismo con que se acompañan o de ataques injustificados a fantasmas que tan solo ellos ven y que intentan que el resto, no solo veamos también, sino que además los identifiquemos como una amenaza que va más allá de su pueril ensoñación megalómana. Tristeza que incluso puede llegar a provocar una sonrisa por lo ridículo de su argumento y la teatralidad que le acompaña, que no pasa de ser una dramaturgia simplista.
Estas actitudes, por otra parte, creíamos que ya estaban superadas y formaban parte de un pasado que antojábamos olvidado. Por lo que podrían incorporarse en la categoría de anécdotas sin mayor evidencia que la ocurrencia de quienes las trasladan utilizando los medios de comunicación como forma de amplificación de su falacia.
Sin embrago, surgen al amparo de las nuevas tendencias de confusión, negacionismo, tradicionalismo, histrionismo, adulteración de la verdad… que de manera rancia y reaccionaria están utilizando determinadas fuerzas políticas para captar la atención y, sobre todo, el voto de una parte importante de la población que identifica estos mensajes como una forma válida de contestación a su descontento y de contención hacia quienes consideran, sin mayores argumentos que el seguidismo a tales proclamas, los culpables de cualquier mal, desde la amnistía hasta la sequía. Surgiendo mesiánicos personajes cuyo único mérito es el de ser médicos sin que se les conozca ni reconozca aportación ni méritos relevantes que avalen su verborrea doctrinal. Y aquí es donde, desde mi punto de vista, radica el peligro. No por lo que dicen, sino por el contexto de irracionalidad social en el que lo dicen, facilitando que se asuma como cierto lo que es tan solo una patraña en busca de la notoriedad que son incapaces de lograr como profesionales. Con la particularidad de que dichos mensajes, exclusivamente de conveniencia, son aplaudidos, asumidos y defendidos por quienes precisamente, desde los posicionamientos políticos referidos, han creado el caldo de cultivo propicio para que germinen. De tal manera que se retroalimentan mutuamente.
Por otra parte, y no menos preocupante es la pasividad que en forma de silencio, en el mejor de los casos, asume el colectivo médico en su conjunto. Lo que no deja de ser una forma de apoyo por omisión que contribuye a que los mensajes reaccionarios sean considerados como argumentos ciertos y plausibles.
Confundir la loable defensa de la identidad profesional y su proyección social con la utilización de estrategias más propias del ámbito de defensa territorial callejero, no es precisamente lo más acertado, necesario y conveniente, aunque en primera instancia y a corto plazo pueda parecer e incluso resultar eficaz. Eficacia que es efímera y contraproducente. No tan solo para el colectivo al que, en teoría, parece quieren armar y defender, sino para el Sistema de Salud en el que se integran y para la propia sociedad que más allá de la hipnosis o encantamiento en la que pueden caer con tales hechizos verbales, acaba por reconocer la realidad y poner a cada cual en su sitio. Pero hasta que esto sucede, el daño que se provoca a todas las partes es muy importante.
Finalmente, y tal como dijera Aristóteles[4] “Aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.”
Llegados a este punto quisiera hacer referencia al término entropía, definido como la magnitud física que permite determinar la parte de la energía que no puede utilizarse para producir trabajo y está ligada con el grado de desorden de un sistema. Porque considero que precisamente esto es lo que está sucediendo. Es decir, estamos ante un claro ejemplo de entropía profesional.
Cuando la magnitud de energía de la aportación médica es utilizada, no para producir trabajo y como consecuencia del mismo, resultados que contribuyan a la salud de la población que, por otra parte, es lo que se espera y desea. Sino para generar confusión con el único objetivo de lograr un protagonismo exclusivo y excluyente, que conduce al desorden del sistema del que forman parte de manera conjunta con otros agentes a quienes, precisamente, tratan de anular haciéndolos subsidiarios de su impuesta autoridad y poder, estamos ante un claro y manifiesto ejemplo de entropía profesional.
Pero en la entropía, pasa algo similar a lo planteado por Khun[5] cuando argumentaba que el movimiento de la ciencia es un movimiento basado en rupturas y discontinuidades en donde el concepto de paradigma tiene un valor central[6]. En la entropía por su parte, el desorden no siempre es negativo y puede generar un nuevo equilibrio. Pero para ello hace falta que las partes que componen el sistema, en el caso que nos ocupa el Sistema Sanitario, se encuentren igualadas o equilibradas. Así pues el problema no es que exista un efecto de entropía, sino que del mismo pueda derivarse una nueva situación que realmente mejore la de partida. Pero hay quienes están empeñados en que con el desorden y el caos que provocan prevalezca una única figura profesional como hipotética referencia de culto y obediencia tanto por parte de la población a la que se debe como de quienes, muy a su pesar, son agentes de salud fundamentales de un equilibrio tan necesario como imprescindible en el Sistema Sanitario, a través del trabajo transdisciplinar y no a través de la imposición irracional y trasnochada que quieren aplicar.
El narcisismo, la autocracia, el egocentrismo, la megalomanía, la teocracia, el absolutismo, el negacionismo, el despotismo, el individualismo, el hedonismo… como elementos de caracterización y reconocimiento profesional, no es un buen camino para lograr que la salud de las personas, las familias y la comunidad pueda mejorar. Tan solo desde el respeto, la libertad, la participación, la diversidad, la complementariedad, la igualdad, la idoneidad, la capacidad, el mérito, la competencia… de y entre todas las partes se logrará tanto la identidad de cada una de ellas, como la capacidad de ser reconocidas y respetadas por lo que hacen y aportan y no por la imposición intransigente a hacerlo. Pretender disfrazar la supremacía disciplinar como ciencia es similar al intento de disfrazar las supersticiones de religión. Y tanto el respeto como la fe se logran por otros caminos diferentes a los de la anulación de otras profesiones o la aniquilación de otras creencias.
Mirar hacia otro lado, bien por considerar que no va con ellos o para disimular una conformidad incómoda pero cierta, no puede ser en ningún caso admisible por parte de quienes son miembros del colectivo que pretende la imposición irracional. No basta con no verbalizar lo que otros hacen. Hay que rechazarlo expresamente, con el fin de salvaguardar un equilibrio disciplinar que redunde en beneficio de la comunidad. Lo contrario les sitúa en idéntica posición a la de los charlatanes. Como aliados oportunistas para perpetuar la acción reaccionaria. Seguir en la creencia de la inmortalidad disciplinar por el simple hecho de ser miembro de dicha disciplina es tan simplista como patético. Porque finalmente la mortalidad les alcanza como lo hace con cualquiera por mucho que se empeñen en hacer creer o creerse que cuentan con la piedra filosofal que les protege de la misma. Cuanto antes se den cuenta quienes actúan desde la pasividad de que las posturas de deidad trasladadas por unos pocos no benefician al conjunto del colectivo médico y lo hagan patente descalificando sus discursos propagandísticos, antes se logrará el equilibrio producto de una entropía que deje de utilizar la energía en batallas sin sentido y procure el cambio necesario desde el entendimiento a través de la reflexión y el debate científico, razonado y civilizado.
El tiempo de los dioses del Olimpo que asumieron el poder e impusieron su orden es parte de una mitología que en ningún caso es reproducible por tentador que para algunos resulte, en base, posiblemente, a lo que planteaba Nietzsche[7] cuando hablaba del pueblo griego y decía que “El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia: Para poder vivir tuvo que colocar delante de ellos la resplandeciente criatura onírica de los olímpicos.”
La salud es demasiado importante y la ciudadanía que tiene derecho a la misma merece el máximo respeto. Por ello, cuantos de una u otra forma tenemos la capacidad y la competencia para actuar de manera profesional y responsable con el fin de que disfruten de ella en las mejores condiciones posibles, debemos rechazar la tentación de jugar con la salud como arma arrojadiza o como escudo protector para alcanzar un poder que tan solo puede residir en quienes son depositarios de la misma, las personas, las familias y la comunidad.
Desde hipotéticos y falsos altares tan solo se arenga, proclama, amenaza, infunde temor o castiga, al creerse en posesión de una autoridad auto otorgada y proclamada, pero no identificada ni respetada, que no contribuye a la confianza que se precisa para construir contextos de salud desde la participación de todas/os.
Es cierto que no merece la pena perder el tiempo en contestar discursos que no tienen fundamento ninguno, porque es tanto como darle una categoría de importancia que no tienen. Pero tampoco podemos caer en el error de pensar que se trata tan solo de exaltados aislados sin capacidad de proyección e influencia en un momento en el que la sociedad o una parte importante de ella sigue los mensajes mesiánicos de dichos predicadores con resultados muy inciertos o, terriblemente ciertos.
Todas/os tenemos la responsabilidad de contrarrestar estas tendencias desde la racionalidad de la comunicación, el diálogo y el consenso. Profesionales, políticos y ciudadanía debemos generar un frente común de racionalidad que contenga las arengas triunfalistas y/o derrotistas, según los casos, que tan solo buscan la desestabilización que alimenta su supuesta y falsa autoridad para mantener modelos sanitarios como nichos ecológicos de su actividad y proyección.
No deja de ser paradójico que en un país en el que su constitución lo proclama como estado aconfesional surjan personajes tratando de instaurar un nuevo orden de fe que sea asumido por toda la ciudadanía desde su particular Iglesia Sanitarista. Dios nos pille confesados…
[1] Filósofo, historiador, economista y ensayista escocés (1711 – 1776).
[2] https://www.simpa.es/carta-abierta-a-la-ministra-sobre-el-a1-no-podemos-ni-queremos-ser-arquitectos/
[3] https://www.medicosypacientes.com/articulo/dr-ignacio-guerrero-no-podemos-seguir-sin-un-estatuto-del-medico-que-nos-reconozca-como-unica-autoridad-en-el-sistema-nacional-de-salud/
[4] Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia.
[5] Físico, filósofo de la ciencia e historiador estadounidense (384 aC – 332 aC)
[6] https://filco.es/paradigma-kuhn-nueva-forma-entender-ciencia/
[7] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, cuya obra ha ejercido una profunda influencia en el pensamiento mundial contemporáneo y en la cultura occidental (1844 – 1900)