A quienes construyeron espacios donde albergar el conocimiento del cuidado y ahora son desahuciados.
«Cuando no se teme a la muerte, se la hace penetrar en las filas enemigas»
Napoleón[1]
Dicen que una estudiante le preguntó una vez a la antropóloga y poetisa Margaret Mead (1901 – 1978), cuál consideraba ella que era la primera señal de civilización en una cultura.
La estudiante esperaba que la antropóloga le hablara de anzuelos, cuencos de arcilla o piedras para afilar, pero su respuesta fue “El cuidado recibido a una niña con un fémur fracturado”.
Al ver la cara de sorpresa de la alumna ante su respuesta, Mead le explicó que, en la naturaleza salvaje, cuando un animal sufre un accidente y se enferma, al romperse una pata, por ejemplo, muere sin remedio al no poder sobrevivir por sí solo ya que, en tales circunstancias, no puede huir del peligro ni ir al río a beber agua ni cazar para alimentarse. De esta manera, se convierte en una presa fácil para sus depredadores.
Ningún animal sobrevive con una pata rota el tiempo suficiente para que el hueso sane.
Por eso, los restos arqueológicos hallados de un fémur roto procedente de un homínido con signos de haberse recuperado por el cuidado prestado por otro homínido es el primer signo claro de civilización.
Es la prueba de que alguien se tomó el tiempo para cuidar a otro ser herido y se quedó con él hasta que estuvo curado
“Ayudar a alguien a atravesar la dificultad es el punto de partida de la civilización”, explicó Mead.
La colaboración y el cuidado mutuo están en el ADN de la civilización.
Con este ejemplo, queda claro que antes de que nadie tuviese ni los conocimientos ni la capacidad para curar a otra persona de sus dolencias, el cuidado ya era una actividad que tenía efectos muy positivos en las personas que los recibían, hasta el punto que les permitía curarse o restablecerse gracias a dichos cuidados y no a otro tipo de acciones.
A lo largo de los siglos, el cuidado ha estado presente en todas las épocas y etapas de la humanidad, sin excepción. La curación, se incorporó con posterioridad contribuyendo sin duda a la mejora de vida de las personas gracias a las intervenciones realizadas para su logro. Pero nunca, la curación, ha sido posible sin la acción cuidadora. Han sido siempre acciones complementarias y necesarias.
Otra cosa es que los cuidados, por razones de atención y de intención que escapan al planteamiento de mi reflexión, no se sustentasen en el conocimiento científico al mismo tiempo que lo hizo la curación. Esta es la razón, entre otras muchas, de que los cuidados hayan estado durante mucho más tiempo del deseado fagocitados y supeditados a la supremacía de la curación y, sobre todo, de quienes asumieron como propia la propiedad exclusiva y excluyente de la misma.
La Enfermería, asumió la identidad de los cuidados y desde la misma fue capaza de construir una ciencia propia en la que adquiriesen la consistencia científica y el valor humano que lograron alcanzar más allá del cuidado que, como patrimonio de la humanidad, sigue siendo parte indiscutible de nuestra relación y convivencia individual, familiar y comunitaria.
Precisamente ese compartir los cuidados, como valor universal, tanto con otros profesionales como con la población en general permite lograr un compromiso colectivo, una corresponsabilidad y una participación activa que resultan fundamentales como respuestas de salud, sin que suponga una renuncia competencial, un intrusismo encubierto o una invasión disciplinar, tal como otras/os profesionales lo identifican con la acción curativa que, además, se encargaron de usurpar de la tradición popular de las comunidades para erigirse como exclusivos protagonistas de la misma, aniquilando cualquier forma de participación en la toma de decisiones sobre sus procesos de salud-enfermedad. En su narcisismo y egocentrismo profesional entendieron que los cuidados no formaban parte de su propiedad y dejaron y propiciaron que siguiesen siendo identificados como una actividad doméstica propia de las mujeres.
Sin embargo, las enfermeras logramos asumir el cuidado profesional como referente de nuestro quehacer y de nuestro valor intangible más allá de los tópicos y estereotipos con los que se nos ha etiquetado como forma de desvalorización de nuestra acción cuidadora diferenciada del cuidado que como personas nos es inherente.
Muchas han sido las enfermeras que han contribuido a que la Enfermería sea una Disciplina Científica que alimenta a los cuidados profesionales de conocimiento y de evidencias que demuestran su aportación singular tanto a la curación como a la promoción, protección y mantenimiento de la salud, como derecho fundamental que permite situar nuestros cuidados al nivel de la dignidad humana.
Así pues, la evolución de la ciencia enfermera y de su acción cuidadora es incuestionable y la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad fue un punto de inflexión fundamental. A este gran hito, le siguieron otros no menos importantes como la aparición de las primeras Sociedades Científicas Enfermeras como La Asociación de Enfermería Docente (AED), la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME), la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), o de Revistas Científicas de Enfermería, como ROL de Enfermería en 1977, de Enfermería Clínica en 1991, de Cultura de los Cuidados en 1997, de METAS Enfermería en 1998, de Enfermería Global en 2002, entre otras. Un camino complicado pero lleno de proyectos, ilusiones, metas, compromisos… que se fueron plasmando en todos estos logros y en muchos otros que permitieron visibilizar a las enfermeras y sus cuidados.
Pero la sociedad en la que evoluciona la Enfermería es dinámica, cambiante, diversa… y está muy influida y se deja influenciar por determinados factores que impactan de manera muy significativa, al tiempo que desigual, no tanto en su desarrollo, como en la capacidad de reacción, acción, resiliencia, posición, conciencia, confianza, estímulo, autoestima de las enfermeras… para afrontar los cambios y poder adaptarse a ellos sin perder la esencia de ser y sentirse enfermeras. Como si lo alcanzado ya no admitiese mayor recorrido y ahora tocase vivir de las rentas de lo logrado Como si el movimiento generado para lograr una velocidad que nunca antes se había alcanzado y que permitió llegar a lugares que siempre parecieron inalcanzables, provocase una inercia suficiente para seguir avanzando. Como si ya tuviésemos bastante para situarnos plácidamente en zonas de confort en las que “hibernar”. Como si el esfuerzo nos hubiese generado anemia, astenia e hipotonía científico profesional que afecta a nuestra salud mental disciplinar con estados de bipolaridad inicial que derivan en una profunda depresión de la que parece que ni supiéramos ni quisiéramos salir. Y mientras tanto, todo a nuestro alrededor se va desmoronando sin que parezca impresionarnos lo más mínimo. Dando por natural lo que no lo es. Dando por inevitable lo que es producto de nuestra propia pasividad. Creyendo que nada de lo que pasa nos va a afectar. Asumiendo como propio lo que nos es ajeno y abandonando lo propio al considerarlo ajeno, en un ejercicio de irresponsabilidad disfrazada de falsa competencia desde la que reclamar un reconocimiento que no somos capaces de ejercer ni con nosotras/os mismas/os.
Pero, lo cierto es que todo lo que pasa es una concatenación de factores, consecuencias, respuestas, indicadores de nuestro progresivo derrumbe, disolución, descomposición, que ni tan siquiera nos lleva a una deconstrucción o desmontaje del concepto enfermero o de su construcción intelectual, por medio del análisis, para reconstruir una nueva realidad. Simplemente nos comportamos como espectadores pasivos de un espectáculo dantesco del que parece no queramos darnos cuenta que formamos parte y nos lleva irremediablemente a la desaparición o lo que aún es peor a la indiferencia, inconsistencia, insensatez, insipidez de nuestra presencia y esencia.
La disolución de Sociedades Científicas que debilitan el tejido científico que otorga madurez a una disciplina. La falta de interés por un desarrollo científico profesional de los cuidados y la fascinación por la técnica, la tecnología y la enfermedad, que desembocan en una deshumanización de la atención y en una cosificación de las personas al priorizar el “cuidado” de sus enfermedades en lugar de cuidar de sus necesidades. La ausencia de interés, curiosidad o innovación científicos, con un abandono progresivo del análisis y la lectura crítica y científica, junto a la desmedida producción científica con interés exclusivamente curricular, que la convierte en improductiva, contribuyendo a alimentar los fondos buitre que acechan y devoran todo lo que no les interesa o molesta para fortalecer su negocio, abocando, a nuestras publicaciones científicas a su desaparición[2], [3]. La fascinación por un ámbito anglosajón que domina y doma en relación inversa a la desconsideración e indiferencia hacia el contexto ibero-latinoamericano que, sin embrago, está siendo capaz de fortalecer e impulsar revistas científicas cada vez más potentes y apoyadas por sus universidades, al contrario de lo que aquí sucede al dedicarse éstas a apoyar y financiar a las grandes multinacionales del negocio del conocimiento. La indiferencia a los desmanes de quienes teóricamente nos representan, naturalizando sus actitudes o, lo que es peor, dándoles validez[4]. La pérdida progresiva de asistencia a actividades científicas como si ya se tuviese un depósito de conocimiento lleno a perpetuidad o no se tuviese nada importante que compartir o debatir. El continúo y paulatino deterioro de los planes de estudio de grado y posgrado y de los programas de formación especializada producto del abandono del paradigma enfermero para situarse en el más cómodo y subsidiario paradigma médico[5],[6]. La falta de interés por las respuestas humanas que nos aboca a una sistematización, protocolización, estandarización… de unos cuidados que no son capaces de cuidar profesionalmente. La dejación institucional permanente hacia el cuidado que deshumaniza el sistema y la atención prestada, tal como demuestra la parálisis a la que se somete la necesaria estrategia de cuidados[7] (Figura 1).
Un cuidado cada vez más deteriorado, denostado, comercializado, desnaturalizado, producto de la falta de identidad enfermera, de la ausencia de orgullo de pertenencia, de la renuncia a lo que se es sin saber lo que es ni significa. Un cuidado que nunca va dejar de ser necesario, pero que puede y lamentablemente ya está siendo objeto de renuncia, olvido, intrascendencia… por parte de quienes precisamente deberían defenderlos como símbolo de lo que es y significa ser enfermera.
Por lo tanto, sino somos capaces de cuidar de los cuidados profesionales y por derivación de la Enfermería que le tiene que dotar de conocimiento científico, ¿cómo pretendemos cuidar profesionalmente? y lo que aún es más grave, ¿cómo creemos que puede reconocerse nuestra aportación específica enfermera?
A este ritmo no transcurrirán muchos años para que deje de identificarse como referencia de los cuidados a las enfermeras. Porque sino somos capaces de remediarlo, nos veremos abocadas a un oficio de ayuda técnico sanitaria, que con tanto trabajo, esfuerzo y dedicación se logró revocar y abandonar para recuperar una identidad que parecemos empeñadas en que se diluya por lisis de interés.
¿Cuántas referencias más vamos a dejar que desaparezcan sin tan siquiera pestañear? ¿Cuántos agravios vamos a seguir permitiendo con absoluta naturalidad? ¿A cuántos mediocres vamos a dejar que continúen representándonos? ¿Cuántas pérdidas estamos dispuestas/os a soportar como sino fuesen con nosotras/os? Y todo con una insensibilización absoluta de la que está ausente el duelo, como signo de dolor por lo perdido.
Nos hemos quedado sin ROL y sin METAS algo muy significativo que va mucho más allá de la cabecera de las revistas desaparecidas y que parece un aviso claro de hacia dónde nos dirigimos. Con lo mucho, habitual e innecesariamente que lloramos y ahora que llorar haría menos profundo el duelo nos quedamos sin lágrimas.
De nosotras/os y solo de nosotras/os depende que podamos revertir la curva descendente que nos lleva irremediablemente a la más absoluta indiferencia profesional, científica, social…
Nosotras/os y solamente nosotras/os seremos responsables de que el cuidado profesional enfermero siga siendo o no parte de nuestro ADN. Y si lo perdemos ya no podremos ser identificadas, ni reconocidas, acabaremos en la fosa del olvido.
[1]Militar y político francés de origen italiano nacido en Córcega que saltó a la fama durante la Revolución francesa (1769 – 1821).
[2] http://efyc.jrmartinezriera.com/2023/12/06/revista-rol-de-enfermeria-principio-y-fin/
[3] https://www.enfermeria21.com/diario-dicen/cierre-revista-metas-de-enfermeria/
[4] https://www.elnortedecastilla.es/valladolid/juzgado-ordena-investigar-finanzas-presidente-nacional-enfermeria-20240215193235-nt.html
[5] https://www.diariomedico.com/enfermeria/enfermero-joven/eir/ccoo-propone-dividir-especialidad-enfermeria-medico-quirurgica-favorecer-desarrollo.html
[6] https://es.linkedin.com/jobs/view/enfermera-tenerife-at-hospitales-parque-3788135325
[7] https://www.instagram.com/reel/C3VFeGmo7QQ/?igsh=MWk0enQ0eGN3b3RpYg==