AUSENCIA DE REFERENTES Razones y sin razón de una falsa igualdad.

                                                                       Gracias a todas aquellas enfermeras referentes que no han sido ni identificadas ni reconocidas, pero que han actuado como tales.

                                 Al final, no son los años en nuestra vida lo que cuenta, sino la vida en nuestros años»

                               Abraham Lincoln[1]

 

He reflexionado muchas veces sobre la falta de identificación de referentes enfermeros y sus consecuencias en la identidad profesional. No es novedad y no voy a volver a insistir sobre algo que todas/os conocemos, aunque lamentablemente mantenemos prácticamente inalterable.

Sin embargo, dicha carestía identitaria, aunque identificada y reconocida, raramente es analizada en busca de sus causas. Porque sin conocer cuáles son las posibles razones de la incapacidad de reconocimiento, difícilmente seremos capaces de revertirlas y mucho menos de evitar las consecuencias tan negativas que dicha ceguera profesional provoca en nuestro colectivo.

Posible o seguramente, las razones que ahora voy a plantear, no serán las únicas e incluso algunas/os consideren que ni tan siquiera debieran ser consideradas como tales. Puede, incluso, que haya quienes piensen que no es cuestión de buscar causas, al considerar que se trata de una característica propia de nuestra profesión que no es posible cambiar y que no representa un problema.

En cualquier caso me voy a aventurar a compartir mis planteamientos al respecto por varias razones. En primer lugar porque me resisto a pensar que las cosas son lo que son porque siempre han sido así y no se pueden ni deben modificar. Algo tan irracional y poco científico que, en sí mismo, ya es una poderosa razón para tratar de identificarlas. No hacerlo es un primer paso para la renuncia científica de nuestra profesión o para la ausencia de pensamiento crítico.

En segundo lugar, porque estoy plenamente convencido de que ser enfermera, aunque sea algo más que una profesión y pase a convertirse en una forma de vivir, no puede ser nunca una manera de anular su identidad y la de sus referentes, porque ello supondría una manera negativa de vivir que impediría una proyección positiva en los cuidados que prestamos.

Y en tercer lugar y no por ello en último, porque posiblemente haya más argumentos que en estos momentos no logro tipificar y que requieren de mayor reflexión.

Por otra parte, desde la identificación propia que hago de referentes en mi vida enfermera, me niego a aceptar que estos puedan ser una rareza, excepción, distorsión, anomalía… de la realidad enfermera y de distancia con otras disciplinas, profesiones o ciencias.

Así pues me voy a permitir empezar por una razón que considero muy poderosa, pero que ha venido determinada por la acción que sobre nuestra evolución han tenido las decisiones tomadas por personajes ajenos a nuestra profesión.

Aunque pueda parecer reiterativa su mención, no deja de ser una realidad que debe ser recordada, aunque tan solo sea para evitar que nunca más se vuelva a repetir. La decisión injusta, irracional, reaccionaria, autócrata, represora… tomada tras la finalización de la guerra civil y la instauración de la dictadura franquista, de paralizar el desarrollo profesional de las enfermeras iniciado durante la segunda república, supuso a mi modo de ver, entre otras consecuencias, cercenar cualquier posibilidad de referencia enfermera derivada de su trabajo específico, excelente y autónomo. Limitar la capacidad de referencia a las “virtudes” de obediencia, lealtad, docilidad, sumisión, que entre otras, se asociaron a una impuesta vocación divina de servicio, no son la mejor manera desde la que hacer aportaciones profesionales destacadas que pudiesen ser identificadas como ejemplo a seguir, ni como identidad de quienes las realizaban, a no ser las ya descritas que siempre se relacionaron a los comportamientos considerados adecuados para las mujeres por imperativo social y militar. Por lo tanto, esta es una realidad que no puede ser esgrimida nunca como algo consustancial con la enfermería y mucho menos con las mujeres. Se trató de una acción premeditada de invisibilización y sometimiento que actuó de manera intensa e intensiva tanto sobre la imagen que se proyectaba a la sociedad como sobre la que se identificaba de ellas mismas por parte de las propias enfermeras.

En idéntico periodo convivían con las enfermeras los practicantes que eran reconocidos como ayudantes de medicina y cirugía y que en la mayoría de los casos eran o médicos frustrados o que no habían tenido las posibilidades de estudiar medicina, pero que en ningún caso eran referencia de una enfermería que no practicaban a pesar de su denominación de practicantes.

Por ambas razones las sombras proyectadas por unas y otros nunca permitieron proyectar la luz que podrían haber iluminado acciones específicas de referencia enfermera.

Tras algunos años de posguerra se determinó, por quienes siempre quisieron hacer un uso y abuso de las enfermeras, que era momento de aunar las profesiones de enfermeras, matronas y practicantes en una sola que determinaron con absoluta premeditación e intención que se denominase Ayudante Técnico Sanitario (ATS). Ni la acción de supuesta y benéfica unidad, ni la denominación que anulaba la identidad enfermera, ni los contenidos de los estudios para poder acatar actividades y tareas exclusivamente delegadas, fueron casuales, ni obedecieron a una sana intención. Todo fue una maliciosa estrategia de negacionismo profesional que, además, se pensó sería más eficaz reagrupando a todas/os en un único y perverso proyecto de subsidiariedad hacia la poderosa medicina y quienes desde la misma urdieron el plan. No dejaron nada al albor de la casualidad o de la capacidad de reacción de quienes fueron conducidas/os a dicha aniquilación profesional. Así pues, desde esa trampa profesional, pero ausente de profesionalidad, resultaba muy difícil, por no decir imposible, identificar referencias propias que permitiesen asimilarlas a liderazgos profesionales. Fundamentalmente porque nos habían dejado sin profesión, nos habían inmovilizado con los grilletes de ATS y nos vigilaban y controlaban para que cumpliésemos con el cometido que habían dispuesto e impuesto.

El tiempo de la condena en los “campos de concentración sanitarista” no permitió ningún avance significativo y tan solo desde la resistencia y coincidiendo con la agonía del dictador y su tiránica acción se logró, por parte de un destacado y convencido grupo de enfermeras, eliminar los grilletes de ATS e iniciar una nueva etapa de desarrollo profesional propio bajo un nuevo acrónimo como el de Diplomado Universitario de Enfermería (DUE). Si bien es cierto que fue un punto de inflexión fundamental, no es menos cierto que continuábamos ligadas a unas siglas que nos diferenciaban claramente, diplomadas que no licenciadas, aunque nos identificaban como universitarias y ligadas a la Enfermería. Unas siglas las de DUE, que nos enfrentaban a las/os ATS y seguían ocultando nuestra verdadera identidad como enfermeras. Habíamos pasado de ATS a DUE. Desde esta nueva realidad, aunque indudablemente positiva, tampoco resultaba fácil identificar referentes y además resultaba complejo desprenderse de la influencia de las/os ATS y de sus “guardianes” para un desarrollo que nos permitiese proyectar la luz propia de la Enfermería.

Seguíamos pues ausentes de referentes. Bueno no, ausentes no, porque haberlos, como las meigas, los había, pero o nos daba miedo reconocerlos o nos negábamos a ello por miedo, envidia, ignorancia o desidia, que de todo había como en la viña del Señor.

El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), junto a las acciones de algunas sociedades científicas y la aparición de las primeras revistas científicas de Enfermería, contribuyeron a que la Enfermería y las enfermeras empezasen a ser visibles y audibles, aunque fuese en baja resolución de imagen y a un nivel muy bajo de voz, pero cuanto menos lo éramos como enfermeras. Esta nueva situación nos situaba en idéntica posición académica en la Universidad a la del resto de ciencias y disciplinas, pero no así en el ámbito profesional de las organizaciones sanitarias, dado que seguían existiendo clarísimas diferencias de actitud y reconocibles coincidencias de resistencia al desarrollo profesional. Tanto internas o propias de las enfermeras, como externas o ajenas por parte de los médicos. Todo ello seguía propiciando una espesa niebla profesional que impedía reconocer a las referentes enfermeras y que su luz se proyectase con claridad, en su intento fallido por superar la bruma que las ocultaba.

Si bien es cierto que el paso del tiempo fue reduciendo significativamente las diferencias con ATS y DUE, lo que permitió recuperar y asumir, nuestra identidad propia como enfermeras, no es menos cierto que las instituciones no contribuyeron a que, este deambular entre tinieblas, resultase fácil a la hora de reconocer dicha identidad y con ella interiorizarla con la naturalidad que correspondía y hubiese permitido un recorrido menos penoso y complicado a la vez que deseado y necesario. Pero nuevamente nada era casual.

La última de las razones que voy a plantear no deja de ser una consecuencia de las anteriores, aunque considero que esta tiene una implicación directa de las enfermeras que escapa, sino totalmente casi, a la influencia ejercida por terceros como sucedía con las razones previas.

Lo que considero reminiscencia de lo vivido, es la influencia que se ejerció en nuestro imaginario profesional y que condujo a que las enfermeras nos identificásemos como profesionales aptas para cualquier actividad, función o competencia, es decir, servíamos igual para un roto que para un descosido. Esta uniformidad artificialmente impuesta supuso un claro obstáculo a la identificación de referencias destacables por parte de las enfermeras, al asumir como natural lo que era una forma clara de limitar nuestra diferencia. Utilizarnos como comodín era muy eficiente para el sistema, pero al mismo tiempo actuaba como barrera para nuestra proyección profesional.

Con relación a dicha uniformidad es preciso destacar también la falsa creencia, incorporada como parte de nuestra forma de ser y comportarnos, de que todas somos iguales. Y todas ni somos iguales ni nos comportamos igual. La igualdad no es incompatible con la diferencia, es más, la diferencia contribuye a la verdadera igualdad y no su ausencia que la enmascara y distorsiona.

La experiencia es fundamental en el desarrollo profesional de cualquier disciplina tal como refleja de manera precisa la Dra. Patricia Benner en su obra “De enfermera novicia a enfermera experta”[2], que a pesar de los años transcurridos sigue estando vigente y de actualidad. Pero para lograr experiencia, no tan solo se requiere el transcurso del tiempo. Esto no es experiencia es antigüedad y es importante distinguir la diferencia si queremos lograr resultados de excelencia. Resulta imprescindible el compromiso e implicación de las nuevas enfermeras en su formación y desarrollo, pero también el respeto hacia quienes ya han alcanzado una experticia por la que necesariamente deben ser identificadas como referentes con las que aprender a avanzar y a adquirir dicha experiencia. Se trata pues de un camino compartido de respeto mutuo y de reconocimiento diferenciado que cimente el necesario desarrollo profesional que contribuirá a mejorar la atención prestada por unas y otras. Por su parte las enfermeras expertas no deben actuar desde la indolencia y la insolencia con las nuevas generaciones de enfermeras. Asumiendo su deber, como enfermeras expertas, de formadoras, tutoras, facilitadoras, articuladoras, del desarrollo profesional de las nuevas enfermeras para que puedan ser identificadas por estas como referentes. Ser compañeras no debe suponer en ningún caso que se pierdan las imprescindibles y necesarias referencias de relación profesional que van mucho más allá de una cuestión de galones o de antigüedad. Existe la obligación de actuar científicamente abandonando la tentación de la pasividad que conduce a mantener como válido aquello que se repite por inercia y rutina asimilándolo a una falsa evidencia. Pero esto, lamentablemente, ni lo tenemos identificado, ni asimilado, ni superado, ni a sumido. Cualquier enfermera recién graduada pasa a tener exactamente la misma consideración que aquella que lleva 30 años de ejercicio y de formación. Es más, sigue siendo igual de válida para incorporarse a cualquier servicio por complejo que este sea en base a su consideración como enfermera. Consideración realizada tanto por parte de la institución que las contrata, como por parte de las enfermeras que lo aceptan como natural. Se sienten en igualdad de condiciones por el hecho de ser enfermeras, aunque realmente debiéramos decir que lo es por el hecho de tener el título que les habilita como enfermeras. Porque SER enfermeras es algo mucho más complicado que tener un título por el que te contraten. Y esta falsa igualdad se traduce inmediatamente en una dificultad para lograr identificar y respetar a las referentes enfermeras y aún mucho más para proyectarlas y hacerlas visibles como líderes.

No se trata, al menos no es esa mi intención, establecer la jerarquía castrense que tienen impuesta los médicos, fundamentalmente en el ámbito hospitalario. Pero sí de diferenciar, en base a capacidad, méritos y actitud, la acción profesional y en base a ello poder identificar y respetar a quienes deben de ser nuestras referentes profesionales.

La sólida preparación de las enfermeras jóvenes, o noveles como las identifica Benner, no debe impedir, sino justamente todo lo contrario, seguir aprendiendo de la experiencia de sus compañeras desde la humildad, generosidad, el respeto y la admiración, que no la sumisión, tratando de identificar e incorporar referentes a su desarrollo profesional. Solamente desde esa actitud serán capaces de desarrollar un trabajo que se traduzca en excelentes aportaciones como enfermeras y en la consecuente adquisición de una experiencia tan necesaria como habitualmente poco reconocida.

Así pues, los determinantes históricos y la evolución y actitud de nuestra propia profesión nos han conducido a asumir como naturales la ceguera y sordera identitarias que nos impiden conocer y reconocer a nuestras/os referentes. Debemos empezar a abrir los ojos y destapar los oídos si queremos realmente avanzar como ciencia, profesión y disciplina, y no seguir tropezando permanentemente en la misma piedra y permaneciendo al margen de lo que es necesario oír.

Conocidas o reconocidas las razones, no podemos ni debemos caer en la sin razón de mantener la ausencia de identificación y reconocimiento de referentes. Finalmente no es tanto lo que nos ocurre, sino cómo reaccionamos a lo que nos importa o nos debiera importar.

[1] Político y abogado estadounidense que ejerció como decimosexto presidente de los Estados Unidos de América desde el 4 de marzo de 1861 hasta su asesinato en 1865 (1809 – 1865).

[2] Benner P. From novice to expert: Excellence and power in clinical nursing practice. Menlo-Park, CA: Addison-Wesley; 1984.

1 thoughts on “AUSENCIA DE REFERENTES Razones y sin razón de una falsa igualdad.

  1. Gracias por la reflexión sobre la formación y desempeño de la profesión de enfermería ; en mi larga actividad profesional siempre recordaba mi etapa de aprendizaje y posterior incorporación al mundo laboral, en ambas etapas siempre conté con la enfermera de referencia con la que exponíamos nuestras reflexiones sobre cada persona atendida; crecí mucho como profesional y mi incorporación en la SSocial cambió totalmente esa línea de trabajo, algo que siempre eché en falta.

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