COMPETENCIAS DE LAS ENFERMERAS COMUNITARIAS Con pasión y con compasión

                          A las/os estudiantes, docentes, líderes y gestoras de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). Por ser un ejemplo de superación y de fortalecimiento de la Enfermería Colombiana.

                        Abrazar el sufrimiento culmina en una mayor empatía, la capacidad de sentir lo que es para                                   el otro sufrir, que es la base de la compasión y el amor no sentimentales«

Stephen Batchelor[1]

 

Siempre que hablamos de competencias de las enfermeras comunitarias hacemos énfasis en la salud. Hablamos de salutogénesis en contraposición a la patogénesis. Incidimos en la importancia de la promoción de la salud. Abogamos por la indicación social antes que por la prescripción farmacológica. Creemos en el consenso y la participación activa de las personas y no en la orden o el mandato terapéutico. Preferimos escuchar y actuar a actuar y que nos escuchen solamente. Acompañar a tan solo sustituir. Educar a imponer. Respetar, aunque no compartamos, a amenazar o asustar. Situar a la persona y su identidad por delante de la enfermedad. Identificar las necesidades en lugar de percibirlas. Observar en vez de interpretar. Valorar y movilizar sus recursos antes de imponer los nuestros. Empatizar y no tan solo simpatizar. Ayudar a las personas a lograr la autoestima y autonomía, que les faculte en el autocuidado, en vez de hacerles pasivos, obedientes y sumisos. Pasar el protagonismo a las personas abandonando el nuestro. Ayudarles a comprender, querer, lograr y mantener la salud y no a perseguirles con la salud. Equilibrar en vez de prohibir. Informar y no alarmar. Afrontar en lugar de rechazar. Aprender de la narrativa de las personas en lugar de usar únicamente nuestra narrativa técnico-profesional. Humanizar la ciencia para que aporte cuidados dignos además de evidencias. Abogar por la equidad, libertad, igualdad… y no tan solo por la legalidad vigente. Ayudar a elegir y no escudarnos en una conciencia individual y egoísta…

Pero estas competencias necesarias para prestar una atención de cuidados se interpretan muchas veces como menos importantes, especializadas, necesarias, científicas… por alejarse de la tecnología, el positivismo, la causalidad, la medicalización… que caracterizan a la asistencia creada, modelada, guiada, reglada… por quienes, actuando como exclusivos protagonistas del sistema en que se da, invalida las capacidades de sus receptores y la de cualquier otra posible opción de intervención profesional.

Es como si desde el planteamiento humanista y humanizado del cuidado profesional enfermero no se pudiese contribuir a curar. Como si el hecho, la acción, la competencia o la capacidad del cuidado anulasen, impidiesen o contraviniesen las de curar. Como si cuidar y curar fuesen antagonistas. Como si cuidar no fuese una manera de curar o si curando no se pudiese cuidar. Dicotomía del cuidar – curar que se asimila a la de salud – enfermedad, anulando con ello a una de las partes.

Se establece una confrontación en la que se trata de competir sobre qué es más importante, si cuidar o curar. Quién puede tener más prestigio, si quien cuida o quien cura. Cuál es más imprescindible, más influyente, más reconocido y reconocible. Y en ese torpe juego de vanidades se deshumaniza el curar y el cuidar. Porque se está más pendiente de lo que pueden perder unas/os u otras/os desde sus respectivas competencias que de lo que pueden y deben aportar o de lo que pueden perder las personas.

Se ha impuesto y con ello naturalizado que curar es una acción superior y de prestigio que tiene un único dueño profesional y científico. Que cuidar, sin embargo, es algo consustancial al ser humano y como tal universal y en consecuencia ausente de ciencia o al menos una ciencia menor que se incorpora a las ciencias de la salud, a las que, quienes se consideran dueños exclusivos de la curación no quieren o se resisten a pertenecer por miedo a perder visibilidad, protagonismo y autoridad[2].

Desde esta falsa y manipulada creencia, cuidar se identifica como algo secundario en el proceso de salud enfermedad y muerte. Muerte que, curiosamente, tienden a rechazar o esquivar quienes tan solo tienen como objetivo curar al identificarla como un fracaso a su intervención.

Así pues, ser y actuar como enfermera comunitaria en un contexto tan profesionalmente manipulado resulta no tan solo difícil sino en muchas ocasiones desalentador.

Es necesario destacar y aclarar que las enfermeras comunitarias, desde esa máxima de mantener sanos a los sanos, no renuncian en ningún caso a su necesaria e importante intervención cuidadora de quienes tienen problemas de salud además de enfermedades. Y, precisamente, aquí radica la diferencia. En que, como enfermeras comunitarias, no tan solo nos centramos en las enfermedades, sino que lo hacemos sobre todos aquellos aspectos, determinantes, causas, que impactan en la salud de las personas, las familias y la comunidad. Sobre todas las necesidades que requieren de respuestas humanas y humanizadas que permitan construir afrontamientos eficaces desde los recursos personales, familiares, sociales y comunitarios de los que disponen. Sobre los miedos, los temores, las incertidumbres, que provocan las enfermedades, pero también sobre los que provocan las desigualdades, la vulnerabilidad, la violencia, la discapacidad, la diversidad, las diferencias… que actúan como detonantes de desequilibrios físicos, mentales, sociales y espirituales que requieren de respuestas integrales, integradas e integradoras que impidan fragmentar a las personas en función del órgano, aparato o sistema que tengan afectado.

Porque al cuidar en la comunidad se asume un cuidado continúo y continuado a lo largo de todo el ciclo vital, desde antes del nacimiento hasta después de la muerte, que requiere y exige un conocimiento especializado y un compromiso e implicación con la salud desde una perspectiva de integralidad.

Pero interpretar esa integralidad como generalidad y desde la misma exenta de conocimiento especializado es en sí mismo una torpeza o una clara mezquindad. De igual manera que interpretar el cuidado como algo menor o secundario al curar.

Cuidar en y con la comunidad supone adquirir competencias que hagan del cuidado una respuesta de salud, saludable y sanadora, que se complemente con las competencias profesionales de otras disciplinas y con las competencias individuales y colectivas de las personas y las familias. Requiere de conocimientos científicos, pero también del conocimiento del contexto en el que se actúa Cuidar en y con la comunidad no es un acto puntual, es una actitud permanente de atención y no tan solo de asistencia, hacia quien es cuidada/o respetando su autonomía para evitar su dependencia. Cuidar en y con la comunidad es renunciar a nuestros posicionamientos para tratar de comprender, que no asumir, los de quienes cuidamos. Cuidar en y con la comunidad significa defender la dignidad humana. Cuidar en y con la comunidad exige una empatía que nos sitúe en el lugar de las personas y sus circunstancias. Cuidar en y con la comunidad requiere respuestas firmes y decididas que implican, muchas veces, confrontaciones con el poder establecido, en cualquiera de los ámbitos o maneras en que se ejerce. Cuidar en y con la comunidad demanda una actualización permanente de conocimientos científicos, pero también de información que no nos aísle en nuestro nicho ecológico profesional. Cuidar en y con la comunidad supone identificar y comprender las necesidades más allá de las palabras. Cuidar en y con la comunidad supone salir de nuestras zonas de confort para ir allá donde las personas viven, conviven, trabajas, estudian, se divierten… Cuidar en y con la comunidad es tejer redes de colaboración, apoyo, resistencia y resiliencia desde las que empoderar a las personas para que sean dueñas y responsables de su salud.

Y este cuidado en y con la comunidad, se lleva a cabo con personas sanas y enfermas.

La cronicidad, la salud mental, el cáncer, la discapacidad… precisan de cuidados que vayan más allá de la resignación al dolor, el sufrimiento o la muerte. Se puede y deben ser atendidos desde planeamientos de promoción de la salud, de integración, de experiencia, de autoestima… que permitan a las personas sentirse útiles en una sociedad tan influenciada por una obsolescencia ligada al posicionamiento dicotómico establecido entre un patrón muy determinado de belleza y la edad que nos lleva a una nueva forma de discriminación social como son el edadismo y el utilitarismo. Es por eso que debemos cuidar desde la compasión que no compadecer.

Cuidar desde la compasión entendida esta como “la cualidad humana de entender o ser consciente del sufrimiento de los demás, acompañado del deseo de actuar para remediarlo mediante intervenciones culturalmente apropiadas y aceptables[3]que se aleje del significado secuestrado por la religión como sinónimo de caridad, misericordia o beneficencia que en ningún caso pueden ni deben ser virtudes de una atención de calidad y calidez en un sistema público de salud. Siendo fundamental para llegar a generar una sociedad compasiva en idénticos términos a los expuestos.

Esta atención cuidadora desde la compasión se concreta según diferentes estudios[4] entre otras a la atención integral continuada. A la presencia, referida a dedicar tiempo de calidad a las personas. Al acompañamiento emocional estableciendo una conexión con las personas en términos de igualdad y haciendo uso de la empatía. Identificando las necesidades de las personas y resolviéndolas mediante cuidados óptimos.

Por todo ello son necesarias las referidas competencias de las enfermeras comunitarias, porque limitarse a las responsabilidades técnicas no satisface las acciones compasivas. “Ir más allá” significa abordar, desde la humanización que no del sentimentalismo, los ámbitos emocional, psicológico, cognitivo y espiritual para lograr la satisfacción de las necesidades holísticas, que de manera tan insistente como torpe se resisten a entender e incorporar quienes todavía se sienten dueños y decisores exclusivos de la sanidad, que no de la salud, a pesar de que actúan a espaldas o en contra de la misma en base a muchas decisiones que deshumanizan la atención. Como se demuestra cuando se habla de la necesidad de rehumanizar la atención en clara alusión a la pérdida de la misma.

Desde la atención comunitaria, por otra parte, hay que tener en cuenta que la influencia cultural alimenta y determina el concepto de compasión, así como la manera en la que las enfermeras comunitarias la ponen en práctica. Es importante destacar pues, que la diferencia cultural es la causa de la discordancia en la percepción del concepto entre países y contextos. Dentro de la cultura, la religión tiene una gran influencia, así como la tiene también el nivel económico y educativo, los valores y cultura propios, la edad o el género. Todo lo cual exige una preparación muy especializada y una actitud muy comprometida con el cuidado profesional que prestan las enfermeras comunitarias.

Pero resulta también imprescindible tener en cuenta la influencia del contexto sociopolítico, las situaciones de guerra, crisis económicas o catástrofes naturales, que en ningún caso pueden ser eludidos en el proceso cuidador de las enfermeras comunitarias, como si fuesen sucesos, acontecimientos o hechos ajenos a nuestra atención cuidadora. Hacerlo supone ignorar el sufrimiento que provocan y con ello su trascendente y negativo impacto en la salud.

Seguir creyendo que curar se circunscribe a la asistencia médica, tecnológica o farmacológica es un planeamiento reduccionista que limita o anula la identificación del cuidado profesional como una aportación tan valiosa como imprescindible Además de que el mismo favorece una acción saludable centrada en las personas. Integradora e integral. Contribuyendo a la construcción de entornos más saludables, autónomos, solidarios y felices, en los que poder vivir y convivir.

Por lo tanto la salud y el cuidado tienen cabida en la enfermedad. Y no tan solo como un fin, sino como el medio para responder a las necesidades que se generan y que requieren de cuidados prestados con pasión, no de padecimiento sino de preferencia o devoción y con compasión.

Por eso mismo las enfermeras comunitarias seguiremos trabajando con pasión para defender nuestra aportación fundamental a la deseada compasión que permita ofrecer la mejor atención a las personas, las familias y la comunidad. Pasión que venza una pasividad que supone el peor enemigo ante lo que suponen claros intentos por mantenernos al margen de esta defensa y en beneficio de un sistema claramente alejado de la compasión y más cercano a la beneficencia.

[1]Profesor y escritor budista, que se ha convertido en un referente del movimiento de Budismo Secular.(1953).

[2] Tan dolo hay que ver cómo en muchas Universidades las Facultades de Medicina están separadas de las Facultades de Ciencias de la Salud por decisión propia e incomprensible consentimiento y permisividad de los equipos de gobierno universitario. Significando en sí mismo una incongruencia científica. A nadie se le ocurriría una Facultad de Abogacía al margen de la Facultad de Derecho, por ejemplo.

[3]Papadopoulos I, Ali S. Measuring compassion in nurses and other healthcare professionals: An integrative review. Nurse Educ Pract. enero de 2016;16(1):133-9. Disponible en: https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S1471595315001298?via%3Dihub [acceso: 05/03/2024]

[4]Papadopoulos I, Taylor G, Ali S, Aagard M, Akman O, Alpers L-M, et al. Exploring Nurses’ Meaning and Experiences of Compassion: An International Online Survey Involving 15 Countries. J Transcult Nurs. mayo de 2017;28(3):286-95. Disponible en: http://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1043659615624740[acceso:05/03/2024]