GLOBALIZACIÓN, SALUD Y CUIDADOS Mucho más allá de la enfermedad

                                                                             A todas aquellas personas que son víctimas de la pobreza, la violencia, la vulnerabilidad… que impactan en su salud.

 

                                                      “La política está sujeta a volar como las perdices, cortito y rápido. Y se está necesitando política de largo aliento en un mundo que se globaliza.»

José Mujica[1]

 

Últimamente, estamos asistiendo, en muchas ocasiones como meros espectadores, a escenarios de guerra, violación de derechos fundamentales, inequidad, vulnerabilidad, violencia, cuestionamiento de determinados derechos alcanzados relacionados con la migración, género, condición sexual… que dado su impacto y trascendencia en la salud de las personas que las padecen y en el deterioro social que generan, deberían ser motivo de reflexión por parte de la población en general y muy específicamente de las enfermeras como profesionales que somos del cuidado de la salud.

Pensar o plantear que dichas situaciones escapan a nuestra capacidad de acción es no tan solo una mala escusa sino una clara dejación de nuestra obligación como enfermeras en, cuanto menos, el posicionamiento a tener sobre las mismas, cuando no, en una acción mucho más clara y concreta.

En ningún caso estoy planteando que debamos convertirnos en activistas directas de contiendas bélicas, conflictos sociales o injusticias, que evidentemente escapan a nuestra capacidad.

Pero entiendo que entre la inacción absoluta y la implicación plena existe un amplio espacio de intervención que sin duda deberíamos contemplar con el fin de establecer estrategias que contribuyan a paliar los efectos devastadores que dichos problemas están provocando no tan solo en la población que directamente las padece sino en aquella que las contempla con cierta indiferencia dada la naturalización que las mismas llegan a provocar, lo que las convierte en un claro riesgo de salud pública y comunitaria que, entiendo, debería ser abordado de forma más determinante por parte de las enfermeras.

Como enfermeras comunitarias tenemos la obligación moral, pero también la responsabilidad competencial de actuar sobre cualquier causa, efecto o circunstancia que suponga un potencial riesgo en la salud física, mental, social o espiritual de las personas a las que tenemos obligación de prestar cuidados profesionales.

Nuestra posición no es exclusivamente la de ciudadanas/os. Nuestra condición de enfermeras en general y de enfermeras comunitarias en particular, nos otorga una responsabilidad sobreañadida a la de nuestra ciudadanía que no podemos obviar ya que hacerlo, supone una grave irresponsabilidad y una manifiesta falta de ética profesional.

Es evidente que nuestra capacidad de acción será distinta en base a los diferentes escenarios. Pero argumentar nuestra pasividad en base a la distancia geográfica en que se producen o en la magnitud de los acontecimientos que en los mismos se generan, es contribuir a ignorar, ocultar u olvidar, bien el impacto que provocan dichos acontecimientos o todas aquellas consecuencias que como derivación de estos hechos se generan en nuestra comunidad en forma de los mal llamados micro efectos, dado el gran impacto que los mismos provocan en las personas, las familias o la propia comunidad.

No entiendo cómo se pueden denominar micromachismos a las actitudes que por acción u omisión se adoptan con relación a cuestiones de género, lo que parece convertirlas en inocuas o incluso naturales. No comprendo cómo se asumen como permisibles o se justifican actitudes de abuso en ámbitos laborales o de convivencia. No concibo cómo se pueden naturalizar comportamientos de rechazo a la diversidad. No comparto que se utilicen determinados aspectos de la convivencia humana como armas políticas. No encuentro justificación a la tolerancia de la corrupción, en cualquiera de sus formas o por parte de cualquiera que la ejerza, dado el impacto negativo que en la prestación de servicios a la población que los necesita tiene. No soy capaz de justificar violencia alguna, contra personas o comunidades, por cuestiones políticas, religiosas o culturales, en base a la defensa de relaciones comerciales o de cualquier otro interés estratégico entre países, que provoque el odio a determinadas maneras de pensar, creer o actuar. No puedo asumir que todo lo que sucede sea consecuencia de la casualidad o de circunstancias accidentales y que en base a ello pensemos y digamos que no podemos hacer nada.

En definitiva, todo está interconectado y relacionado. Todo es parte de una acción global y globalizadora que trasciende a las fronteras geográficas, ideológicas, religiosas, étnicas… provocando respuestas igualmente globales en la salud de las personas, las familias y las comunidades a las que no somos ni podemos ser ajenas las enfermeras. Una globalización que, si bien facilita la interdependencia, también supone la presencia de amenazas muy importantes que contribuyen al deterioro de las condiciones de salud, tales como el cambio climático, los conflictos armados, la pobreza, la enfermedad, las inequidades…

Cuando hablamos de empoderamiento, educación para la salud, promoción de la salud, autocuidado… no podemos pretender que quede circunscrito a aquellos aspectos de la salud que nos resulten más cómodos o menos incómodos. La salud no es algo que podamos modelar a nuestros deseos, nuestra zona de confort o nuestro interés, sea este el que sea. Empoderar a la población supone adquirir un compromiso comunitario de acción participativa que va mucho más allá de trasladar información sanitaria que facilite un mejor uso de los recursos disponibles o un uso racional de los tratamientos o indicaciones terapéuticas, o un conocimiento sobre su problema de salud para su mejor manejo. Se trata de comprometerse en la construcción de un sistema global de salud desde un abordaje integral, integrado, integrador, transdisciplinar y transectorial a través de movimientos ciudadanos de participación activa y real que propicie una ciudadanía global que trascienda a las relaciones de poder y gobernanza y teniendo en cuenta causas estructurales, relaciones internacionales, determinantes sociales de salud o cambios institucionales en una dimensión trasnacional que contribuya a enfrentar la desigualdad social para logar justicia global y equidad.

Sin duda no se trata de un logro sencillo ni mucho menos que pueda lograrse a corto plazo. Pero, está claro, que, desde la inacción, la pasividad o la falsa creencia de que no está en nuestras manos cambiar nada, será imposible lograr un objetivo que siendo colectivo no deja de ser individual y necesariamente identificado y asumido por todas/os aquellas/os que en mayor o menor medida tenemos responsabilidad sobre la salud. Y en el caso de las enfermeras, no es discutible, que nuestro compromiso e implicación deben ser plenos.

La salud, identificada y utilizada en muchas ocasiones como una acción política, no se limita a la intervención de las/os políticas/os. Porque la salud, que debe estar presente en todas las políticas en contraposición a postulados anteriores de políticas de salud que contribuían a que la salud fuese un instrumento de la política y de sus actrices/actores en lugar de un fin de sus acciones, tiene que abordarse por parte de las enfermeras desde la competencia política que no desde la política de sus competencias. Resulta por tanto imprescindible que las enfermeras identifiquemos dicha competencia como ineludible a la hora de planificar e implementar nuestras intervenciones en y con la comunidad. Ello no significa, en ningún caso, que las enfermeras actuemos en política, aunque también, sino que contribuyamos a que la salud está presente en la política y en las políticas que se desarrollen. Por su parte desde las universidades, pero también desde las sociedades científicas, los colegios profesionales o cualquier otro órgano de representación científico, profesional o disciplinar se debe identificar e incorporar la competencia política para lograr que la salud global trascienda a los sistemas sanitarios y se sitúe en la comunidad desde la que y con la que identificar, abordar e intervenir en todos aquellos aspectos que tengan impacto en la salud de manera directa o indirecta.

La alfabetización en salud consiste en una necesaria educación global que contrarreste el actual paternalismo y protagonismo profesional que lastra y reduce la salud comunitaria de las personas, las familias y la comunidad.

Una vez más, por tanto, nuestra posición no puede ni debe ser de contemplación o de verlas venir, sino una acción directa y decidida que nos sitúe como referentes indiscutibles de la salud comunitaria y como actoras indispensables en la toma de decisiones en cualquier ámbito donde la salud pueda estar amenazada, cuestionada o vulnerada.

Es por tanto necesario que nuestro firme y decidido liderazgo se traduzca en exigir nuestra incorporación en cualquier órgano, estamento, nivel, departamento… en los que se tengan que desarrollar acciones que impacten en la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Tan solo desde esta necesaria perspectiva se logrará posicionar a los cuidados como elemento imprescindible de acción para la salud y no tan solo, como lamentablemente sucede, como una acción secundaria y de cuestionable repercusión en la salud global.

De todo ello se desprende que, por una parte, las enfermeras comunitarias tenemos la obligación de asumir nuestra responsabilidad profesional y social con la comunidad a la que atendemos y debemos prestar cuidados a través de un liderazgo claro, decidido y transformador. Y, por otra parte, las administraciones, instituciones, organismos responsables de la política y las políticas, tienen que identificar de una vez por todas la imprescindibilidad de situar en todos los ámbitos de toma de decisiones a enfermeras que aporten su visión cuidadora como elemento fundamental de las acciones de salud.

No hacerlo, tanto por parte de las enfermeras como por parte de las administraciones, supone una dejación imperdonable de sus responsabilidades que impacta de manera clara en la salud pública y comunitaria y contribuye a que la salud siga siendo tan solo un concepto que se utiliza o bien de manera ineficaz e ineficiente en los actuales y caducos, sistemas sanitarios centrados en la enfermedad y la asistencia, o bien como un elemento de negocio con el que lucrarse unos pocos a costa de la salud de muchos.

En definitiva, dichos planteamientos, contribuyen a que sigamos valorando efectos globales como las guerras, la pobreza, la vulnerabilidad, la inequidad… como hechos al margen de la salud, centrando las acciones políticas, profesionales o sociales exclusivamente en la enfermedad, sin darnos cuenta u obviando de manera consciente, lo que resulta más doloroso, que se contribuye a generar comunidades enfermas más allá de la enfermedad a la que dicen prestar asistencia, pero a la que lamentablemente no prestan atención.

Cuidar es demasiado importante como para que se siga manoseando, interpretando, utilizando, reduciendo… como lamentablemente se hace en la actualidad desde una perspectiva sanadora que impide que los cuidados adquieran el protagonismo que la salud requiere y reclama. No se trata tan solo de cuidar a quien cuida, sino de cuidar al cuidado. Porque sino corremos el riesgo de que se intente curar al cuidado. Y, entonces, sí que estamos perdidos.

La estrategia de cuidados se conforma, por tanto, como una necesidad que debe desarrollarse sin más dilaciones ni escusas por parte del ministerio de sanidad. Los cuidados, por su parte, deben ser una estrategia ineludible de las enfermeras en su desarrollo profesional desde un paradigma enfermero que los sitúe como eje indispensable de su acción y no como un elemento secundario como sucede cuando se actúa desde el paradigma médico en el que nos situamos con inusitada e incomprensible frecuencia y desde el que nunca seremos capaces de identificar las necesidades de una población que reclama una acción cuidadora global.

[1] Exguerrillero y político uruguayo. Fue el 40.º presidente de Uruguay entre 2010 hasta 2015. (1935).