FUERZA ENFERMERA Cuando la profesión no solo va por dentro

                                                             Dedicado a Elvira Gras, Marta Gran, Pablo Serna, Andrés Climent,                                                                    David Bermejo, Daniel Giménez, Isaac Badía, Albert Llorens y todas  las enfermeras jóvenes que tienen la fuerza para generar el cambio.

 

“La medida más segura de toda fuerza es la resistencia que vence”.

Stefan Zweig[1]

 

Recién acabadas las Jornadas Nacionales de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)[2], celebradas en Ponferrada (España), me asaltan pensamientos y sentimientos tan diversos como, en ocasiones, divergentes.

Ha sido un espacio científico de gran nivel que me ha permitido reflexionar sobre algunos aspectos de nuestra profesión enfermera que, a veces, damos por sabidos, entendidos o asumidos. Cuando en realidad distan mucho de ser, ni tan siquiera, conocidos. De ahí que se genere el torbellino al que hacía referencia, que provoca una fuerza de absorción y de atracción de la que resulta muy difícil escapar.

Pero lejos de ser interpretado como un peligro o amenaza, esa fuerza centrípeta, la identifico como una gran oportunidad de innovación, ilusión, compromiso, trabajo compartido, desarrollo, consolidación… de nuestra profesión, disciplina y ciencia, la Enfermería en general y la Enfermería Comunitaria en particular.

Dice el dicho popular que “la procesión va por dentro” cuando se habla de una persona que ante una situación difícil, disimula o no exterioriza el sufrimiento que está padeciendo. Haciendo un anagrama[3] con la palabra procesión, podemos decir que la profesión muchas veces, demasiadas según mi opinión, va por dentro. Es decir, las enfermeras solemos disimular o evitamos visibilizar nuestra condición profesional como enfermeras. Como si hacerlo nos situase ante una vulnerabilidad manifiesta o al asumir nuestra condición profesional nos generase sufrimiento o fuese una muestra de debilidad que tratamos de ocultar. Por eso no dejamos que la profesión vaya por fuera. Que sea, visible, manifiesta, perceptible, sensible.

Por tanto, esa introspección profesional hace que generemos resistencia al cambio, al desarrollo, a la innovación, al reconocimiento y en su conjunto al sentimiento de orgullo de pertenencia.

Necesitamos hacer un ejercicio de autoestima que devuelva, a quienes lo perdieron o nunca lo tuvieron, el sentimiento de orgullo, de ser y sentirse, parte de la Enfermería como enfermeras. No hacerlo nos invisibiliza y sitúa en una posición de vulnerabilidad producto de nuestra propia pasividad y conformidad. Se requiere un ejercicio de extroversión sin miedo ni reservas que nos haga sentir vivas, capaces y valientes para afrontar nuestro presente y nuestro futuro, siendo conscientes y agradecidas con nuestro pasado y sus principales referentes. Una valentía que, en ningún caso, supone ser temerarias, irresponsables e irracionales. Porque precisamente, de lo que se trata, es de ser coherentes y actuar con determinación científica.

Por eso, estas jornadas en las que acabo de participar, han supuesto una clara apuesta por la transformación radical que requiere nuestro sistema sanitario, nuestro modelo educativo, nuestra actitud ante las necesidades, nuestra imagen y actitud como enfermeras, nuestra aportación cuidadora… Apuesta que deriva de la gran aportación realizada y trasladada por enfermeras jóvenes, competentes, decididas, realizadas, rigurosas y, sobre todo, orgullosas de ser y sentirse enfermeras sin ningún tipo de reservas, miedos o complejos. Con la cabeza alta, la mirada firme, el pulso sereno, la voluntad audaz… en definitiva, empoderadas como enfermeras capaces de responder con rigor y humanidad a las demandas de salud de las personas, las familias y la comunidad, teniendo en cuenta los determinantes sociales y morales, la ética y la estética de los cuidados, la evidencia científica y la participación activa de las personas sanas y enfermas… como respuesta necesaria e imprescindible a su dignidad humana.

Una fuerza que, además, trasladan con humildad, que no con sumisión, con gratitud, que no subsidiariedad, con compasión que no insensibilidad, con reconocimiento, que no con desprecio, hacia quienes identifican como referentes y maestras/os.

Fuerza que logra impactar tanto en noveles como en seniors y saca del silencio, la inacción, la introspección, la lástima, la interpretación, los juicios de valor… a quienes retienen la profesión por miedo a hacerla patente.

Fuerza que permite identificar las fortalezas que, como enfermeras, tenemos y somos capaces de activar para prestar cuidados de calidad y calidez.

Fuerza que nos saca de la oscuridad para situarnos a la luz de la realidad de una sociedad dinámica que requiere de adaptaciones constantes para identificar las necesidades sentidas de salud y saber responder con rigor y proximidad.

Fuerza que nos empodera, pero no nos engola, dejando espacio a la participación comunitaria, al trabajo transdisciplinar, a la intersectorialidad, sin renunciar a nuestra identidad y especificidad.

Fuerza que moviliza nuestros recursos como profesionales para saber y poder identificar los de las personas, las familias, las redes sociales y de la comunidad, con el fin de articularlos y que sean capaces de aportar su potencial de salud.

Fuerza que, desde una perspectiva y posicionamiento, salutogénicos, permiten dar valor y coherencia a los activos para la salud. Pasando de los factores de riesgo a las oportunidades de salud, de la asistencia a la enfermedad a la atención a la persona y su salud, de la dependencia al autocuidado, del paternalismo al reconocimiento de la autonomía, de la imposición al consenso, de la pasividad a la acción.

Fuerza investigadora capaz de generar pruebas que sustenten la atención enfermera con argumentos contrastados y sustentados en la ciencia enfermera, sin renunciar por ello a la aportación de otras ciencias.

Fuerza para definir indicadores precisos que aporten datos de eficacia, eficiencia y efectividad de nuestra aportación específica a la salud, la satisfacción, la calidad… como impacto real de los cuidados enfermeros, anulando o minimizando los intentos de ocultación, ignorancia o silencio.

Fuerza para liderar equipos diversos en situaciones cambiantes y complejas con determinación y una firme preparación.

Fuerza para asumir la competencia política que nos permita contribuir, de manera clara y decidida, a que la salud forme parte de todas las políticas. Competencia política para realizar una abogacía por la equidad, la accesibilidad, la libertad, los derechos humanos… en definitiva una abogacía por la salud integral, integrada e integradora.

Fuerza que nos permite ser identificadas como bien intrínseco de salud, es decir, como aquellas/os profesionales que tan solo nosotras/os pueden dar respuesta a las necesidades de cuidados profesionales que requieren las personas, las familias y la comunidad.

Fuerza que nos sitúa mucho más allá de los sistemas sanitarios en donde se nos ha encasillado tradicionalmente. Dando respuestas allá donde las personas viven, conviven, estudian, trabajan, se divierten… para trabajar con y para la comunidad de manera global.

Fuerza que trasciende fronteras y nos sitúa en un marco de referencia iberoamericano desde el que dar respuestas de salud desde una nueva conciencia global con enfoque holístico para afrontar la desigualdad social desde la justicia social y la equidad. Incorporando a nuevos actores en el marco de una ciudadanía global comprometida y corresponsable capaz de tomar decisiones sobre su salud y la de las comunidades en las que están integradas. Identificando la diversidad y la diferencia de la multiculturalidad, de la pluralidad de valores, de la multiplicidad de normas, del conjunto de sentimientos, emociones, creencias… que configuran un contexto con muchos aspectos comunes y con diferencias que, lejos de crear diferencia, pueden y deben enriquecer la capacidad de respuesta de las enfermeras iberoamericanas.

Fuerza que no es casual y que como sucede con la energía ni si crea ni se destruye, se convierte. Porque la Enfermería ya está creada y no requiere recrearla como algunos pretenden y porque nadie va a ser capaz de destruir por pucho que se empeñen en ello. Otra cosa, bien diferente, es que seamos capaces, nosotras mismas, de convertirla, adaptarla, modelarla, estructurarla… sin perder nuestra esencia ni nuestra ciencia. Porque aseveraciones como las de «la enfermera es líder natural», o la idea simplista del emprendedurismo, sin profundizar, tan solo contribuyen a la creación de una falsa identidad que, además, suele dar respuesta desde paradigmas alejados del enfermero. Se requiere, por tanto, la fuerza del pensamiento crítico, del análisis, de la reflexión, para desarrollar una mirada enfermera autorizada y respetada que contribuya a llevar a cabo las transformaciones radicales que se requieren y que, lamentablemente, son constantemente paralizadas por la influencia de intereses corporativistas y mercantilistas de los grandes lobbies profesionales o de la industria.

Una fuerza libre de compromisos oportunistas, de condicionantes interesados, de ataduras impuestas, de restricciones normativas, de mordazas silenciadoras, de barreras que impidan avanzar. Pero una fuerza que seamos capaces de generar con autodeterminación, autonomía y libertad. No esperando que sea activada por otros.

Y es esa fuerza la que sin duda logrará que la realidad virtual que se presentó en una de las mesas de las Jornadas, precisamente la de “Enfermeras y futuro” (https://www.facebook.com/share/v/fd9fi9HX4Uo5cncg/?mibextid=WC7FNe), se transforme en una realidad tangible y sin artificios que logre esas transformaciones radicales que las enfermeras tenemos, por lo visto, escuchado y debatido en Ponferrada, más que claras. Porque como dijese Damian Marley[4] “quiero ser una fuerza de cambio.

Hacía mucho tiempo que no asistía a un evento científico en el que la juventud, no tan solo estuviese tan presente, sino que estuviese tan activa, participativa, implicada y comprometida con el futuro de las enfermeras y de la enfermería. Pero también de que tuviese tanta complicidad y estuviese tan aliada con las generaciones más veteranas. Una relación, sin duda, necesaria y que resulta imprescindible para lograr la retroalimentación en ambas direcciones. Si importante es la fuerza que traslada la juventud, no menos trascendente resulta la que, a través de la experiencia, proyectan las enfermeras seniors. La complementariedad en lugar de la exclusión, se configura como la principal herramienta para convertir la energía en fuerza de desarrollo, avance, y progreso de la profesión enfermera. Profesión enfermera que va tanto por dentro, como por fuera, para que la misma sea identificada, valorada y reconocida.

Ese contexto de oportunidad y fortaleza no es, por otra parte, casual, nada lo es. Se trata de un contexto que se viene construyendo desde hace 30 años por parte de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC). Contexto en el que confluyen realidades diferentes, sentimientos diversos, expectativas variadas, planteamientos desiguales, culturas múltiples, contextos alejados geográficamente, pero próximos en la identificación de una misma ilusión y un mismo objetivo… pero en el que se integran de manera natural para transformar la fuerza cuidadora de la Enfermería Comunitaria. Al igual que el contexto que representa y configura la Asociación Internacional de Escuelas y Facultades de Enfermería (ALADEFE)[5], en un trabajo permanente, multinacional y diverso de consolidación de la fuerza enfermera. Son contextos diferentes con un mismo planteamiento, la construcción del contexto Iberoamericano de Enfermería, sin que el mismo oculte o elimine la singularidad de ninguno de ellos. Ambos necesarios, complementarios, capaces, reales y tangibles.

Estoy convencido de que en AEC y ALADEFE y desde AEC y ALADEFE, seremos capaces de hacer realidad lo que ahora tan solo vemos como una propuesta virtual o incluso utópica. Nadie, hace años hubiese creído que la realidad que vivimos, con todas sus limitaciones, fuese posible. Pero aquí está y lo está por la fuerza de quienes siempre creyeron que esta apuesta era tan necesaria como posible.

Gracias por ello a quienes lo hicieron, lo hacen y lo harán posible.

[1]  Escritor, biógrafo y activista social austríaco, posteriormente nacionalizado británico, en la primera mitad del siglo XX (1881 – 1942).

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/

[3] Cambio en el orden de las letras de una palabra o frase que da lugar a otra palabra o frase distinta.

[4] Cantante y músico jamaicano, ganador de tres premios Grammy, y artista de roots reggae y dancehall (1978)

[5] https://www.aladefe.net/

ASOCIACIÓN ENFERMERÍA COMUNITARIA (AEC) Alma, corazón y vida

“La gratitud silenciosa no es de mucha utilidad para nadie”.

GB Stern[1]

Era el año 1994 y hacía pocos años que se había iniciado el denominado Nuevo Modelo de Atención Primaria de Salud (APS). En el mismo, nos integramos las enfermeras con expectativa, ilusión, motivación, pero también con muchas dudas e incertidumbre. Se trataba de un espacio nuevo y desconocido que ofrecía oportunidades de desarrollo autónomo para las enfermeras. Pero para el que no estábamos formadas. Así mismo, era un contexto que encerraba amenazas, no por conocidas menos peligrosas, que trataban de impedir precisamente ese desarrollo que algunos identificaban como una amenaza a sus intereses.

La curiosidad, la innovación, la creatividad… , ante la falta de formación específica, fueron los motores que impulsaron la integración de las enfermeras en los primeros centros de salud, y que sirvieron para configurar el papel que debían asumir en los mismos junto a profesionales de otras disciplinas en un trabajo en equipo que, si bien era constantemente referido, nadie sabía cómo llevar a cabo realmente. Así pues, se trataba de un reto en el que las voluntades de sus integrantes no siempre eran coincidentes ni tan siquiera positivas, provocando fricciones y conflictos derivados de intereses corporativistas, protagonismos, desconfianza, ataques y demandas, que de todo había.

La falta de información, formación, criterios, organización… contribuían a que el funcionamiento de los denominados Equipos de Atención Primaria de Salud (EAPS) se basase fundamentalmente en el voluntarismo y adoleciese de bases normativas sólidas que avalasen las decisiones y garantizasen la consolidación de las acciones derivadas de las mismas.

La evolución de la APS, estaba acompañada de luces y sombras que impedían que progresase con la normalidad y regularidad que requería, generando funcionamientos dispares y relaciones no siempre estables y ni tan siquiera de respeto.

Esta situación de inestabilidad fue, precisamente, el detonante que propició el que enfermeras de APS de la Comunitat Valenciana decidiesen reunirse para abordar lo que estaba pasando y la difícil posición en la que se encontraban. Sin apoyo institucional y con una clara indefinición sobre su perfil y autonomía profesional.

La sombra de unas acacias en los Jardines de Viveros de la ciudad de Valencia fueron el primer, improvisado y natural espacio de reflexión y debate elegido por este grupo de enfermeras, del que surgió la necesidad de crear una Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria.

Mentiría si dijese que existía un planteamiento de base claro, firme y unánime sobre qué es lo que se debía de hacer. Las propuestas iban desde la creación de un sindicato, a la formación de grupos de presión sin una estructura clara y definida. Pero, precisamente, el análisis, la reflexión y el debate condujeron a que la opción de una Sociedad Científica tomase cuerpo.

No existía, por aquel entonces, experiencia ni presencia de muchas sociedades científicas enfermeras y mucho menos del ámbito de la APS que tan poco recorrido tenía todavía en nuestro país. Sin embargo, fue tomando forma lo que tan solo fue una idea y que acabó concretándose en lo que hoy es una realidad firme, consolidada y en permanente expansión.

Puede que haya quien crea que fue algo fortuito, casual, improvisado, sin fundamento. Nada más lejos de la realidad.

En ese momento en el APS la única realidad científica era la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SEMFyC). Aunque, teniendo en cuenta los conflictos que la citada Sociedad estaba generando entre los médicos nos planteábamos si era la mejor opción de partida.

En cualquier caso, la aproximación nos sirvió, sobre todo, para saber qué es lo que no teníamos que hacer y lo que no debíamos mimetizar como tan acostumbradas/os estábamos a hacer las enfermeras con relación a los médicos.

Tras varias reuniones en lugares tan variopintos como parques, cafeterías, centros sociales… se decidió que la Sociedad Científica se denominase Asociación de Enfermería Comunitaria con el acrónimo de AEC. Determinamos pues, que las enfermeras que trabajábamos en APS fuésemos denominadas enfermeras comunitarias y no de APS como hasta ese momento se nos identificaba tanto a nivel institucional como profesional. No se trataba de una cuestión de imagen ni de un capricho. Fue una decisión meditada y con una clara visión de presente, pero, sobre todo, de futuro. No mimetizamos la denominación de la especialidad médica, aunque años después se nos impusiese, como en tantas otras cuestiones ha sucedido con nuestra profesión/disciplina. Determinamos que éramos enfermeras de la comunidad y que nuestra aportación cuidadora era por, para y con la comunidad. Entendiendo que la comunidad abarcaba tanto a la familia como a las personas de manera individual. A pesar del poco tiempo de desarrollo que llevábamos en APS, supimos diferenciar claramente lo que era un ámbito de atención, la APS, de lo que era una visión global de salud integrada en la salud pública y con vocación de servicio y de abogacía por la salud, como era la Comunidad en la que conviven, trabajan, estudian, se divierten…las personas tanto sanas como enfermas. Y era precisamente en y con la Comunidad donde las enfermeras comunitarias teníamos nuestro ámbito de atención más allá del centro de salud o de cualquier otra estructura sanitaria.

Definido el marco de referencia con y con el que nos identificábamos, redactamos los estatutos[2], los fines, la misión, los objetivos[3]… elegimos el logo que nos representa y, el 26 de noviembre de 1994 en Asamblea celebrada en Alcoi (Alicante) nos constituimos como Sociedad Científica. Eligiendo la que sería primera Junta Directiva de la AEC, tal como se recoge en el Acta Fundacional[4], presidida por la reciente y tristemente desaparecida Mª Jesús Pérez Mora.

La AEC iniciaba su camino en la Comunitat Valenciana, pero con una clara visión de crecimiento y desarrollo. De hecho, en su denominación no tan solo no se acotó al ámbito autonómico, sino que, ni tan siquiera, al nacional, con una visión de futuro que el paso del tiempo ha puesto de manifiesto.

La AEC pronto se dio a conocer y despertó el interés de enfermeras de diferentes comunidades autónomas como La Rioja o Canarias.

Las actividades científicas que se desarrollaron permitieron crear un foro científico de reflexión y construcción de la Enfermería Comunitaria, inexistente hasta ese momento, en el que participaron referentes nacionales e internacionales tan importantes y singulares como Mari France Collière, Rosa Blasco, Rosamaría Alberdi, Mª Victoria Antón… lo que propició que se fuesen incorporando enfermeras del resto de comunidades autónomas que conformaban ya una realidad nacional.

Su crecimiento, relevancia, pero también su espíritu de unidad, hizo que en el seno de la AEC se plantease la creación de una Federación de Enfermería Comunitaria que reuniese a las diferentes Asociaciones y Sociedades autonómicas de APS y Enfermería Comunitaria que habían ido surgiendo para, de esta manera, alcanzar una mayor cohesión. De dicho proceso surgió la Federación de Asociaciones de Enfermería Comunitaria y Atención Primaria (FAECAP). Lamentablemente el afán de protagonismo y la falta de consenso en cuanto a la organización de la citada Federación condujo a que la AEC se desvinculase del proyecto que ella misma había generado. De tal manera que a partir de ese momento coexisten, con diferencias no siempre conciliables, la AEC y FAECAP. La experiencia de la SENFyC, sin quererlo, la replicaba Enfermería.

La creación del que fue el Boletín de Enfermería Comunitaria (BEC)[5] como canal de comunicación con las/os socias/os y las enfermeras comunitarias en general dio paso al actual órgano de difusión científica, la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC)[6] que en la actualidad es ya una revista de referencia, indexada en importantes bases de datos nacionales e internacionales.

La AEC no perdió nunca su vocación de trabajo compartido, transdisciplinar, intersectorial y participativo y por ello se integró en la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) de la que forma parte, como única sociedad científica enfermera, logrando que las enfermeras comunitarias sean identificadas, valoradas y respetadas como profesionales de referencia en Salud Pública y Comunitaria en igualdad al resto de disciplinas que la integran.

La visibilidad, referencia, difusión, impacto… generados por la AEC han permitido que su presencia en instituciones, foros de trabajo, grupos de discusión, organismos públicos y privados… sea imprescindible.

Enumerar las acciones en las que ha participado la AEC y los logros derivados de las mismas supera con mucho el espacio de esta reflexión y tampoco es mi intención hacerlo. Pero no haría justicia con la historia sino hiciese una mención especial al papel relevante que tuvo en el impulso, concreción y desarrollo de la actual especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria aprobada y publicada en el Boletín Oficial del Estado (BOE) en 2005, en cuyo programa formativo también participó a través de la Comisión Nacional de la que formaron parte varias/os socias/os de la AEC[7].

La expansión de la AEC traspasó fronteras y actualmente tiene implantación internacional con nueve vocalías internacionales en Europa y Latinoamérica[8] que se suman a las existentes en toda España[9].

Es difícil, y posiblemente inexacto por las seguras omisiones, resumir en tan poco espacio lo que ha significado para mí la AEC en estos 30 años. Pero, a día de hoy no se puede pensar ni entender la Enfermería Comunitaria sin la existencia y aportación de la AEC.

Del 23 al 25 de octubre, en Ponferrada (España), durante las XII Jornadas Nacionales de la AEC[10], celebraremos el 30 aniversario de su fundación y habrá tiempo para el recuerdo sereno y emotivo.

Han sido 30 años muy intensos, en los que muchas enfermeras, con su trabajo, implicación y compromiso, han logrado que la AEC sea hoy lo que es. Una referencia Científica indiscutible a nivel nacional e internacional, tal como quedó patente, por ejemplo, en las muestras de apoyo que profesionales, políticos, gestores, ciudadanía… trasladaron ya en su 20 aniversario[11].

Durante estos 30 años en los que he sido arte y parte de la AEC he tenido la inmensa fortuna de participar activamente en su desarrollo. Primero como fundador y partícipe directo en diversas responsabilidades. Pero, sobre todo por la presidencia que, durante 12 años (2009-2022), asumí, como continuación de quienes tan magníficamente me precedieron, Desiderio (q.e.p.d.), Silamani, Gálata y Paqui, para posteriormente relevarme con garantía y seriedad la actual presidenta, Mª Isabel Mármol López[12].

Han sido 30 años de vivencias, experiencias, trabajo compartido, construcción, lucha, ilusión, tesón, rigor, determinación… en los que tampoco han faltado las dificultades, amenazas, incertidumbres, barreras… en definitiva, como en casi cualquier grupo, organización o sociedad, un recorrido con claroscuros.

Pero ni las luces me cegaron e impidieron que viera la realidad, ni las sombras me hicieron perder la referencia y seguir el camino iniciado en 1994.

Me resulta muy difícil identificar hechos, acciones, lugares, sensaciones… concretas. No porque no hayan sido relevantes, sino precisamente, por todo lo contrario. Porque han sido tantos que enumerarlos me llevaría, por un lado, a olvidarme imperdonablemente de alguno y porque establecer un orden me resulta de todo punto imposible ya que cada uno de ellos ha tenido importancia y me ha aportado siempre algo positivo.

Pero lo que sí que tengo que destacar es el honor que ha supuesto la convivencia personal y profesional mantenida con enfermeras de puntos tan diferentes y al mismo tiempo tan próximos profesionalmente hablando. El apoyo, ánimo, soporte… recibido de manera totalmente desinteresada, ha sido, sin duda, lo que me ha dado fuerzas siempre para estar al frente de esta Sociedad que trasciende la identidad científica y se convierte en una relación de sentimientos, emociones, valores… que están muy próximos a los de la familia y la comunidad en que se ha convertido la AEC. Sin que ello signifique haber perdido rigor científico, más bien todo lo contrario.

No puedo tener más que palabras de gratitud por todo lo que he recibido. Tengo la impresión, que es mucho más de lo que yo he sido capaz de aportar. En cualquier caso, nada hubiese sido posible sin el equipo humano con el que en todo momento he tenido la fortuna de trabajar. Equipo con una inmensa generosidad, lealtad, humildad, entrega… que han sido los verdaderos artífices de lo que es y significa la AEC. Yo tan solo he sido la imagen, el transmisor, que ha tratado de proyectar lo que entre todas/os ellas/os se construía con denodado esfuerzo, voluntad férrea, sentido común, coherencia y mucha generosidad. He sido protagonista por imperativo del guion, pero la AEC es una obra coral que tan solo se puede entender desde la participación activa y el trabajo compartido. Porque como dijera William Arthur Ward[13], “Sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo”. Y yo quiero y necesito dar ese regalo que con tanto cuidado he envuelto en estos 30 años. Sin olvidarme de nadie y, para ello, resulta imprescindible no errar en una relación que resultaría incompleta e imperdonable, si me olvidase de alguien, no porque no fuese o sea importante, sino porque mi memoria me jugase una mala pasada. Por eso, todas/os y cada una de las personas con las que he trabajado, convivido, debatido o incluso discutido, forman parte de mi recuerdo y gratitud.

Llegados a este punto y tras 30 años fantásticos, me hago a un lado. No me oculto, no huyo, no desaparezco. Tan solo salgo del campo de visión para dejar paso a generaciones jóvenes que impriman energía y vigor acompañando a excelentes veteranas/os para seguir construyendo una realidad tan hermosa y necesaria como la de la AEC.

Engañaría si dijera que no me voy con emociones encontradas. Pero me engañaría a mí mismo si pretendiera perpetuarme y ser un jarrón chino que acapara la atención, más por su antigüedad que por su valor real, tal como sucede en algunos ámbitos políticos y sociales muy reconocidos y reconocibles. En palabras de Gabriel García Márquez[14], “No lloro porque ya se terminó, sonrío porque sucedió”. Y con esa sonrisa limito las lágrimas de emoción, que no de tristeza.

Quiero y necesito ser coherente con mis planteamientos y valores y creo que este es el momento de retirarme a una posición en la que siempre se me podrá encontrar si se quiere y requiere.

Nunca olvidaré a la AEC y lo que la misma significa y dignifica. Siempre tendré en mi memoria a las enfermeras que han sido referentes y se convirtieron en confidentes y amigas/os. A quienes se fueron dejando un vacío que tan solo su recuerdo y su aportación singular logran llenar, quedando grabados en mi memoria con toda mi admiración y cariño. Porque como dice la canción, “algo se queda en el alma”. Y lo que en la mía queda, aunque no sepa bien donde situarla, es muy importante, valioso y querido.

Así pues, querida AEC, alma, corazón y vida. Alma para recordarte, corazón para cuidarte y vida para vivirla cerca de ti[15].

Deseo lo que, sin duda, sé que pasará. Que la AEC seguirá siendo el faro imprescindible que guía, tanto en la tempestad como en la calma, a las enfermeras comunitarias. Para seguir aportando los mejores cuidados, individuales, familiares y comunitarios, para mantener sanos a los sanos y para que se recuperen quienes, no estándolo, requieren de nuestra aportación cuidadora profesional.

Nadie esperaba, y algunos no deseaban, que el camino iniciado en 1994 tuviese el recorrido que celebramos en Ponferrada. Brindemos por el mismo y para que le sucedan muchos más años más de éxito y visibilidad enfermera.

[1]  Escritora de novelas, cuentos, juegos, biografías y crítica literaria (1890 – 1973).

 

[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/category/120/ESTATUTOS%20de%20AEC.pdf

[3] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion

[4] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/816-acta-de-constitucion-de-la-aec

[5] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/comunicados/1064-mportante-recuperacion-de-boletines-de-enfermeria-comunitaria#comment-34

[6] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/ridec

[7] De hecho, la AEC, redactó la primera propuesta de Programa Formativo de la especialidad, aunque el mismo, desgraciadamente, no tuvo recorrido en su implementación.

[8] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/vocalias-internacionales

[9] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/menu-principal-item-vocalias-territoriales

[10] https://aecponferrada2024.com/

[11] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/1042/PRESENTACIÓN_20_AÑOS.pdf

[12] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/index.php/menu-principal-item-asociacion/historial/1813-presidencias

[13] Escritor estadounidense (1921-1994)

[14] Escritor, guionista, editor de libros y periodista colombiano (1927-2014)

[15] Adaptación de la canción de Adrián Flores Alvan, alma corazón y vida, interpretada por diferentes cantantes.

FORMACIÓN ENFERMERA Decencia docente

“Una cosa es saber y otra saber enseñar”

Marco Tulio Cicerón[1]

 

                                                                        A la Asociación Internacional de Facultades y Escuelas de                                        Enfermería (ALADEFE) y a la Conferencia Nacional de Decanas/os de Enfermería (CNDE) por el relevante papel que tienen en el necesario cambio docente en Enfermería.

 

Llevo tiempo diciendo que es necesario analizar y reflexionar sobre qué y cómo estamos actuando como docentes de enfermería en la Universidad.

Tras la supuesta reforma tanto de los planes de estudio como de la metodología de enseñanza aprendizaje impulsada por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), hemos entrado en una dinámica muy poco dinámica, si se me permite la reiteración. Y digo supuesta reforma porque, si bien es cierto, el EEES obligó a determinados cambios, más de forma que de fondo, al pasar de tres a cuatro años de estudio en los Grados y a la manera en que se computaban los créditos en base a los denominados European Credit Transfer System (ECTS), como exponentes máximos que no exclusivos de la reforma, no es menos cierto que no se acompañaron, como hubiese sido deseable, de un cambio en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto por parte de docentes como de discentes. Cambios que no pasaron desapercibidos en Latinoamérica y que sirvieron de base en muchos países para sus reformas curriculares.

Como enfermeras sabemos lo complejo que resulta el cambio de hábitos o conductas. En la docencia se naturalizaron muchos comportamientos que pasaron a convertirse en hábitos y conductas difíciles, no ya tan solo de modificar, sino incluso de plantear dicha modificación, por mucho que el espíritu y la filosofía del EEES dictase lo contrario, con claros mensajes de transformación en cuanto al papel que tanto docentes como estudiantes debían desempeñar en ese nuevo escenario.

Por una parte, al estudiantado ya se le había enseñado durante mucho tiempo, a lo largo de su formación, que su papel era el de oyentes, a lo sumo y en el mejor de los casos de escuchantes de una docencia magistral y protagónica del profesorado. De tal manera que la participación de unos y la iniciativa de los otros quedaron tan solo en el ámbito de la teoría planteada en esa supuesta reforma.

El estudiantado se resistía a asumir el papel de protagonismo que se le asignaba en este nuevo escenario. El profesorado, por su parte, se aferraba a un protagonismo del que, o no quería o no sabía cómo desprenderse.

Si a ello añadimos que el EEES irrumpió en tiempos de crisis económica, impidiendo acometer los cambios estructurales y de infraestructura que el nuevo modelo exigía para que el cambio fuese efectivo, puede ayudarnos a entender el porqué de unos cambios que quedaron a medio camino o al principio del mismo.

Ante esta situación se produjeron, cuanto menos, dos posicionamientos claros. Por una parte, aquellas/os que se resistían al cambio y eran críticas/os con el modelo propuesto. Por otra, quienes identificando y haciendo propio el modelo quisieron llevarlo a cabo sin contar ni con los medios ni con el apoyo de una estructura lenta, conservadora y tradicional como la de la Universidad, por mucho que quiera aparentar otra cosa. Por tanto, las resistencias de unas/os, las carencias de otras/os y la contención del contexto, llevaron a que el cacareado EEES, quedase, mayoritariamente, en un nuevo cúmulo de buenas intenciones que pronto se diluyeron para caer nuevamente en la rutina docente. Aunque la misma se revistiese de innovación.

El sistema educativo superior/universitario sigue siendo un pesadísimo y lento mecanismo, salpicado de experiencias voluntaristas que tratan de llevar a la práctica lo que la teoría trasladaba quedando, por tanto, lamentablemente convertidas en meras anécdotas que aun siendo plausibles e incluso excelentes ejemplos de cómo proceder, no tienen la capacidad de generalizarse y favorecer el cambio que el modelo planteaba. Es curioso, porque finalmente, sucede como en el Sistema Sanitario que el modelo medicalizado que lo impregna y los artífices y defensores acérrimos del mismo impiden que la voluntad de cambio quede precisamente, en eso, en una voluntad quebrantada permanentemente deseada y perpetuamente insatisfecha.

En este mar revuelto, nadamos y guardamos la ropa, sin que seamos capaces de avanzar y con la dificultad que supone tener que estar vigilantes para no perder la vestimenta. Es decir, inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido y tranquilidad.

Posiblemente este panorama, que describo muy superficialmente, pueda ser la excusa perfecta para que nadie hagamos nada. Los unos por los otros la casa sin barrer. El no quiero, con el no me dejan y el no puedo componen una ecuación en la que siempre existe una incógnita que parece, no pueda o quiera despejar nadie.

Lo bien cierto, es que el paso del tiempo no ha servido para cambiar nada. Más bien todo lo contrario. La rutina y la inacción han acabado apoderándose de la voluntad, la iniciativa e incluso la predisposición de quienes creyeron en el cambio propuesto. Alimentando aún más la pasividad de quienes nunca tuvieron la más mínima intención de asumirlo si quiera.

Es cierto que, en el caso de la docencia enfermera, muchos de los cambios propuestos en el EEES ya eran desarrollados por parte de algunas/os docentes, actuando el citado espacio europeo como aliciente a su ya innovadora acción. Pero ni era una tónica generalizada, ni tan siquiera era una actitud proactiva al cambio. De hecho, los nuevos planes de estudio mimetizaron errores pasados; perpetuaron metodologías caducas; reforzaron contenidos alejados del paradigma enfermero al tiempo que impedían la incorporación de otros nuevos que fortalecieran la disciplina enfermera autónoma; se introdujeron cambios semánticos que actuaron eufemísticamente sin que, en realidad, generasen cambio alguno (por ejemplo las prácticas pasaron a denominarse prácticums que tenían entidad propia de asignatura pero seguían manteniendo exactamente los mismos planteamientos de unas prácticas que en muchas ocasiones tan solo eran estancias improductivas, e incluso nocivas, en los servicios de salud para el aprendizaje de las/os estudiantes); se incorporó el Trabajo Fin de Grado (TFG) como intento de aproximación e interés por la investigación, consiguiendo el efecto contrario al inicialmente planteado, es decir, rechazo generalizado del estudiantado hacia ella y la percepción de una carga sobreañadida de trabajo por parte del profesorado que tenía que actuar tutorizándolos. En definitiva, se pasó de tres a cuatro años sin que sirviera realmente para un cambio real en la formación de enfermeras que diera eficaz respuesta a las necesidades de cuidados de la sociedad. Dando nuevamente respuesta a quienes, desde el sistema sanitario medicalizado y técnico, demanda enfermeras cada vez más tecnológicas y menos cuidadoras.

La pandemia puso en evidencia la insuficiencia de unos cuidados que se hicieron más necesarios que nunca a pesar del abordaje casi exclusivamente medicalizado y hospitalario que se decidió dar, como de manera errónea posteriormente se demostró, al dolor, la soledad, el sufrimiento y la muerte que causó.

Ni tan siquiera esta circunstancia fue suficiente para generar un cambio de actitud y de determinación en los planes de estudio de enfermería, que se mantuvieron inalterables en su visión sanitarista, asistencialista y alejada cada vez más del cuidado humanizado. Los cuidados permanecen presentes como etiquetas sin más valor que el de la apariencia y sin que los mismos sean realmente identificados, valorados, interiorizados o visibilizados como identidad enfermera.

La fascinación tecnológica y técnica del estudiantado, que incluso puede ser entendida que, no asumida, no se contrarresta o equilibra con una docencia que ponga en valor los cuidados y las respuestas enfermeras a las necesidades de salud o de afrontamiento a los problemas de salud desde el paradigma enfermero y en cualquier ámbito social o comunitario y no tan solo sanitario, como sistemáticamente se hace. La técnica, que tiene valor y debe ser integrada en el proceso de cuidados, no puede desdibujar, cuando no eliminar, la importancia de la respuesta autónoma enfermera. Se trata de situarla en el lugar que en cada caso le corresponda, pero evitando que la misma se convierta en la “estrella deslumbrante y cegadora” de la actividad enfermera. Todas/os quieren poner tubos en cualquier agujero del cuerpo humano, manejar la última tecnología, devolver la vida con técnicas de reanimación avanzada… olvidando o relegando al cuidado profesional, que les significa o debiera hacerlo como futuras enfermeras. La enfermedad es foco de atención e interés, mientras la salud ocupa un lugar residual que tan solo identifican como antagonista de una enfermedad con la que etiquetan a las personas convirtiéndolas en pacientes diabéticos, hipertensos, hiperlipidémicos, crónicos… que anula a las personas. La estandarización se impone y exige como seña de uniformidad que, se pretende hacer creer, facilita la atención, cuando realmente se elimina la individualización que se requiere. Las evaluaciones se convierten en indicadores de calidad o capacidad, cuando realmente son incapaces de identificar la adquisición de unas competencias que siguen planteándose como las actividades, tareas y funciones que posteriormente se les exigirán en los sistemas sanitarios que demandan este tipo de enfermeras. La comunidad se entiende como un sumatorio de individuos que no merece mayor atención ni interés en el estudiantado, al no ser capaz de relacionar la acción tecnológica con la que se sienten abducidos e identificados con las respuestas de salud que requiere dicha comunidad en forma de intervenciones, educación para la salud, estrategias de promoción… De tal manera que las asignaturas que abordan estos contenidos y las competencias que las integran, pasan a engrosar el catálogo de “marías”[2] en su particular clasificación de prioridades docentes. La memorización, por su parte, se convierte en el principal recurso de aprendizaje, desplazando al análisis, la reflexión y el pensamiento crítico, aunque paradójicamente las/os docentes que la incentivan con sus exámenes tipo test y sus metodologías de enseñanza-aprendizaje, fundamentadas en el karaoke del Power Point, se quejen de la poca capacidad analítica y reflexiva de su alumnado, trasladando la culpa a quienes sufren el castigo y no a quien lo infringe. Las simulaciones, tan queridas como temidas por el estudiantado, rara vez focalizan la atención en ámbitos comunitarios, acaparando nuevamente las técnicas toda la atención, tiempo y recursos. Por su parte la universidad, como institución, contempla con permisividad tales planteamientos y contribuye a mantener la formación de profesionales que respondan a las organizaciones sanitarias en lugar de incentivar, promocionar y apoyar la formación de profesionales que respondan a las necesidades de la sociedad de la que forman parte, ejerciendo una clara irresponsabilidad con la misma. Algo que ya están aprovechando algunas Universidades Privadas para plantear una formación enfermera totalmente virtual, en un claro posicionamiento mercantilista de la docencia enfermera. 

Las enfermeras asistenciales, por su parte, contemplan e identifican la docencia, desde las atalayas de sus hospitales y centros de salud, como un ámbito lejano, ajeno e incluso agresivo, provocándoles una indiferencia, cuando no un rechazo, cada vez mayor en su imprescindible implicación como formadoras/es de las futuras enfermeras. Se trabaja, pues, en dos realidades paralelas que no logran la intersección requerida para identificar objetivos comunes que sean capaces de integrar la teoría con la práctica.

Las/os estudiantes observan con asombro las diferencias entre la teoría y la práctica, asistiendo atónitos a las contradicciones entre docentes y enfermeras asistenciales que agrandan y ahondan la brecha entre los dos ámbitos. La asunción, casi obligada de las enfermeras asistenciales como formadoras, favorece la rutina insulsa y sin sentido en que acaban convirtiéndose los denominados prácticums. Cuya evaluación termina siendo una valoración de la actitud del estudiantado en cuanto a su simpatía, obediencia y buen comportamiento (es muy simpática/o, muy buen/a chico/a…), lo que acaba por estandarizar las calificaciones en una horquilla que va del sobresaliente a la Matrícula de Honor, salvo para quienes no se ajustan a esos parámetros de simpatía. Una sucesión de hechos que limita e impide que el estudiantado identifique a enfermeras referentes, al valorarlas desde la simpatía por la que son valoradas/os ellas/os. Desviando la atención y admiración hacia las técnicas o profesionales de otras disciplinas.

Las competencias no se dictan, no se implantan, no se aprenden. Se trabajan, analizan, construyen y aprehenden, para comprender su importancia y significado, para interiorizarlas, para transformarlas en habilidades que permitan saber ser y saber hacer como enfermeras.

Todo lo comentado, acaba reflejándose, en mayor o en menor medida, en los discursos que las/os representantes del estudiantado dirigen a un público entregado en los actos de graduación. Repletos de anécdotas, tópicos y estereotipos en torno a la técnica y las técnicas y con una referencia inexistente o insustancial a la verdadera identidad enfermera. Un espacio de exhibición, una pasarela de moda y un entorno de fiesta que rebaja a la simple anécdota la importancia de ser enfermera, que se traduce en una ausencia de sentimiento real por serlo.

Lamento ser tan crítico y dibujar un panorama tan triste como desolador. Pero es el que veo y el que sufro.

Desde mi posición como docente de Enfermería Comunitaria soy identificado por muchas/os como raro, disruptivo, incómodo… por plantear nuevas formas de docencia que relegan los mantras docentes descritos, como les sucede a todas/os aquellas/os que actúan de igual manera. Por incorporar el cine, las noticias de medios de comunicación, la lectura, el juego, el debate, la reflexión… como herramientas docentes que despierten el interés y la participación de un estudiantado que observa con perplejidad y recelo estas incursiones tan alejadas de la estandarización a la que se les somete. La incorporación de profesionales que apoyen con su experiencia profesional y vital los conocimientos que nos permiten construir, a estudiantes y docentes, una realidad enfermera diferente, la simulación de afrontamientos reales de cuidados, el contraste entre lo que se cree y lo que se logra ver, entre lo que se oye y lo que se escucha, entre lo que se mira y lo que se observa, entre lo que se memoriza y lo que se analiza o entre lo que se comprende e interioriza… configuran una visión diferente de lo que entiendo por docencia. Y si esto es ser raro y disruptivo, me alegro de serlo. Porque incorporarme en la rutina de la estandarización me da tanto miedo como rechazo me genera.

Al hilo de todo esto y como reflejo de lo expresado, el otro día tuve oportunidad de analizar el decreto de estructura y organización de la Atención Primaria y Comunitaria de la Comunitat Valenciana[3], para la implementación del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria aprobado por todas las comunidades autónomas en el Consejo Interterritorial[4]. Un documento que me produjo tanto miedo como inquietud. Por el planteamiento medicalizado que en el mismo se hace, y del que no es capaz de desprenderse, y en particular por el papel que se otorga a las enfermeras comunitarias. Enfermeras que quedan relegadas a ser un instrumento de apoyo y subsidiariedad para los médicos y pediatras que es para quienes se desarrolla, tal como literalmente se indica en tal decreto, con el fin de que les sea más atractivo escoger la especialidad. Toda una declaración de intenciones y un fiel reflejo del tipo de enfermeras que se van a seguir exigiendo a las Universidades para alimentar tan perverso como ineficaz e ineficiente plan. Como argumento de película de terror no tiene precio, como norma de organización es un arma de destrucción selectiva ideado de manera mezquina y claramente premeditada. Lamentablemente, este no es un caso aislado ni mucho menos fortuito.

Pero esta es solo una muestra de lo que está sucediendo de manera global en las Universidades Iberoamericanas. Porque, aunque referencie, por mejor conocimiento la realidad española, la del resto de países iberoamericanos no difiere mucho de ésta. Es nuestra triste realidad. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar por cantos de sirena que nos llevarán al naufragio.

Sinceramente creo que no hay tiempo que perder. O tomamos nosotras la iniciativa y asumimos el reto de formar enfermeras para la sociedad o pronto, mucho más de lo que posiblemente pensamos, será ya demasiado tarde para reaccionar.

Las enfermeras no nacen, se hacen. Y para hacerse, precisan de docentes enfermeras que sepan y quieran formarlas, desde la decencia docente, como enfermeras en toda la extensión de la palabra y del sentimiento y no tan solo como producto sanitario de consumo a demanda.

[1]  Político, filósofo, escritor y orador romano (106 a.c.-43 a.c.).

[2] Se denomina así a las asignaturas consideradas de poca importancia.

[3] www.san.gva.es/documents/337708/17518346/DECRETO+Nueva+estructura+SVS+CAS.pdf/29c4233e-9d5f-aa6b-3a7a-937149d511dc?t=1727245675048

[4] www.boe.es/boe/dias/2019/05/07/pdfs/BOE-A-2019-6761.pdf

SINESTESIA ENFERMERA Percepción de la realidad

“La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece.”

Philip K. Dick[1]

 

Tenemos por costumbre creer que la realidad es invariable, única, estática, normativa… en función de lo que política, cultural o socialmente está establecido y, por tanto, catalogado como normal. En base a dicha normalidad y sus patrones de comportamiento, todo aquello que se aleje o entre en conflicto con ellos, es considerado como anormal, dañino o peligroso. Por eso lo anormal se trata de ocultar, en el mejor de los casos, o castigar. Todo con el “bienintencionado” objetivo de recuperar la normalidad que se entiende perdida o, lo que es peor, abandonada.

Sería interminable tratar de enumerar todos aquellos comportamientos, actitudes, ideas, planteamientos… que en determinados momentos de nuestra historia han sido catalogados de anormales. Actuando sobre ellos como desviaciones patológicas o criminales que requieren de intervenciones terapéuticas o de correcciones punitivas, privativas de libertad o incluso de pena de muerte.

Pero a nadie se le escapan “anormalidades” que aún hoy son consideradas como tales, aunque se crean normalizadas legislativamente, pero que siguen siendo reprobadas cultural o socialmente por una parte importante de la población.

Son miradas diversas de una misma realidad. Pero, en función de quienes establezcan la normalidad, las miradas se consideran desviadas y maliciosas.

Aunque lo que voy a plantear no se enmarca exactamente en este tipo de normalidad vs anormalidad, considero que era un buen punto de partida para tratar de plantear mi reflexión.

Me voy a ceñir exclusivamente a la percepción que sobre la realidad enfermera se tiene. Tanto por parte de la propia Enfermería, como de otras ciencias, profesiones o disciplinas, como por parte de la sociedad en su conjunto. De tal manera que, en base, no ya a patrones de normalidad, sino de tópicos y estereotipos construidos, difundidos y admitidos se modifica la realidad para construir otra que la suplante. Realidad que, algunas/os, consideramos tiene la Enfermería, pero que contrasta y se aleja, en gran medida, con la que se proyecta y es considerada como normal.

Arrancaré con la realidad que la clase médica construyó en torno a la Enfermería y a las enfermeras. Para empezar, hay que destacar que la realidad que se construyó vino determinada por una relación claramente dominante, patriarcal y, sobre todo, machista, desde la que los médicos establecieron la relación profesional con las enfermeras que les interesaba y, desde la que controlaban cualquier intento de alejamiento de la normalidad por ellos impuesta. De tal manera que generaron una realidad en la que la Enfermería debía ser vista, entendida y valorada exclusivamente desde la perspectiva de subsidiariedad hacia la medicina y derivado de ello de las enfermeras hacia los médicos como dóciles, incautas, obedientes y serviciales (DIOS) ayudantes. Por eso anularon cualquier vestigio de Enfermería transformándola en un acrónimo, ATS, que venía a clarificar cuál era su intención, es decir, que fuésemos Ayudantes, de su actividad, pensamiento y conocimiento para evitar cualquier tentación de pensar por nosotras mismas y tener ideas propias; Técnicos, para alejarnos de cualquier planteamiento teórico o científico que pudiese suponer una refutación a sus dogmas cuasi teológicos; Sanitarios, para dejar claro cuál era el ámbito de nuestra actuación con el sistema que diseñaron, dominaban y controlaban, alejado de la Salud que ellos consideraban tan solo como un resultado o producto de su autoridad exclusiva sobre la enfermedad. Al mismo tiempo limitaron al ámbito doméstico a los cuidados, al desproveerlos de valor teórico y científico. Todo ello en un ambiente de dictadura política y de sometimiento de la mujer, que adoptaron como natural y propia, en una sociedad concebida, desde esos planteamientos, como la realidad que se consideraba y consideraban normal.

La sociedad, por su parte, bastante tenía, en su gran mayoría, con tratar de subsistir en esa sociedad de represión en la que todo venía dictado y obligado al acatamiento de la norma de la realidad impuesta. Por tanto, la imagen que se configuró, asumió y naturalizó de las enfermeras, que perdieron su identidad al identificarse como ATS, fue la de un oficio al servicio del médico y su obra de salvación próxima a la divinidad en una cultura católica aliada con la represión política y social y que, además, se erigió en formadora de las “nuevas” enfermeras para los médicos, que no para la sociedad. Por su parte los ATS masculinos eran formados y controlados por los médicos. Todo un plan con el que, la clase médica, lograra

 mayor gloria y poder y con ello el miedo que no el respeto a su figura. De ahí que la sociedad identificase claramente cuál era el mayor deseo para sus hijos varones. Que fuesen médicos. Asumiendo que sus hijas fuesen enfermeras como respuesta al patrón de normalidad y al rol social de cuidadoras y servidoras asignado a las mujeres y disfrazado de falsa vocación en la mayoría de los casos.

La juventud de la época, por su parte, en una sociedad clasista y con una clara división de género, asumía mayoritariamente con resignación cristiana, la vocación impuesta de servicio a los demás a través del dedicado a los médicos, en el caso de las mujeres. Por su parte los hombres, en una proporción mucho menor, elegían ser ATS, como forma de acceder posteriormente a los estudios de medicina, que era lo que socialmente estaba reconocido y lo que las familias deseaban. En caso de resignarse a ser ATS, la gran mayoría, lo asumían como la mejor manera para alcanzar cierta autonomía que, por su condición de hombres, no se concedía a las ATS femeninas. Siempre y cuando, eso sí, se mantuviese la distancia adecuada que no pudiese confundir a nadie sobre quiénes eran los que tenían autoridad moral, científica y profesional.

Este plan duró hasta que, en 1977, gracias a la “rebelión” pacífica y científica de unas cuantas enfermeras, los estudios de Enfermería se incorporaron en la Universidad. Aunque fuese con restricciones impuestas por los de siempre para evitar cualquier posible aproximación a una “prohibida” igualdad académica y profesional. Pero sin que se lograse recuperar la verdadera identidad enfermera, al quedar nuevamente relegada a un nuevo y confuso acrónimo, como el de DUE (Diplomado Universitario de Enfermería), que ocultaba nuestra denominación como enfermeras.

Llegados a este punto, se tuvo que iniciar un proceso de transformación de identidad que implicaba tanto a otras profesiones, a la sociedad y a las propias enfermeras que debían recuperar su identidad y lo más difícil, sentirse orgullosas de la misma.

No fue fácil, ni se nos puso fácil. No interesaba a la clase médica, que continuaba siendo dominante, aunque participase como lo hacía la sociedad de un proceso de transición de la dictadura a la democracia, con una aparente y engañosa normalidad que seguía reteniendo la libertad que se aclamaba.

Se convivía en una clara división profesional entre antiguas enfermeras, matronas y practicantes, con las/os reconvertidas/os ATS gracias al artificioso plan de unificación profesional y las recientes DUE, sin que existiese una realidad enfermera reconocida y aceptada. Porque dicha realidad, para empezar, aun existiendo estaba claramente intoxicada y devaluada y había sido sustituida por una hipotética realidad que no lo era y que lo único que pretendía era alimentar el ego de quienes generaron realmente la división.

Así pues, se debía, en primer lugar, configurar la citada realidad enfermera. Posteriormente había que hacer posible que dicha realidad fuese identificada como propia por parte de todas las enfermeras. Y finalmente debíamos ser capaces de proyectar esa imagen de identidad y realidad enfermera a toda la sociedad.

Y aquí, por tanto, radicaba y, lamentablemente, sigue radicando el gran problema de las enfermeras. Es decir, que sigamos siendo incapaces de sentirnos orgullosas de ser lo que somos, enfermeras. Ni Enfermería, que es ciencia, disciplina o profesión. Ni profesionales de Enfermería, porque como tales se identifican otros profesionales que, al menos en nuestro país, no son enfermeras, como las actuales Técnicos Auxiliares de Cuidados de Enfermería (TCAE). Ni Sanitarios que nos retrotrae a épocas superadas o en trámite de superar. Ni Profesionales de la Salud porque, aun siéndolo, nos invisibiliza si se utiliza como genérico exclusivo para denominarnos. Todo lo cual nos impide identificarnos, valorarnos y creer que sea posible ser y actuar como lo que somos, enfermeras.

Tristemente, aún hay quienes huyen, se esconden, renuncian o reniegan de su condición de enfermeras y prefieren utilizar denominaciones neutras y confusas, que oculten su verdadera identidad.

Y este, en sí mismo, ya es un serio problema que impide asumir la realidad enfermera. Al que acompañan otros que se heredan y arrastran como consecuencia de la identidad que se nos usurpó. Problemas que se traducen en una persistente subsidiariedad, falta de autonomía, ausencia de criterio, desvalorización del cuidado profesional que prestamos…

Algo que parece condenado a ser perpetuado y que se replica generación tras generación de enfermeras sin que seamos capaces de desprendernos totalmente de las ligaduras de contención impuestas. Porque no se entiende que, tras más de 47 años, no hayamos sido capaces de desprendernos de ellas y sigamos asumiendo con naturalidad las mismas. Incluso, en muchos casos, se sigan replicando como algo absolutamente normal que forma parte de nuestra realidad. Todo ello, a pesar de haber roto el techo de cristal al menos académico, que nos sitúa al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Pero que no tiene fiel reflejo en la atención directa o en la gestión, por ejemplo y que está muy diluida en la investigación que se aleja del positivismo imperante y fascinador.

Con diferencias, según los factores que encada contexto influyen en el desarrollo de la Enfermería en Iberoamérica, pero la realidad normativa, viene a ser muy similar y queda desdibujada, diluida, cuando no invisibilizada.

Esta situación, por tanto, nos sitúa en un estado de sinestesia[2] enfermera. Es decir, en una variación o variaciones no patológicas de la percepción enfermera por parte de algunas enfermeras.

En base a ello, las enfermeras sinestésicas tienen una vía sensorial o cognitiva en respuesta a actitudes, reacciones, planteamientos, ideas… concretos sobre la percepción de la realidad enfermera. Por ejemplo, pueden identificar una respuesta enfermera ante determinadas situaciones sociales, políticas, culturales… Estas respuestas son idiosincrásicas, es decir, cada enfermera percibe unas reacciones y sensaciones concretas y diferentes, que no tienen nada que ver con una mezcla de sentidos, ya que se trata de una clara especificidad profesional, es decir, lo que se identifica es real y sin negar lo que se percibe, que puede ser un síntoma, signo o síndrome, la sinestesia profesional percibe una sensación adicional que permite articular lo percibido realmente con lo sentido. Ven lo que todas las enfermeras ven y la mayoría naturaliza como realidad, pero, además, perciben una respuesta adicional que configura de manera más amplia la realidad enfermera, porque detrás de toda la cortina medicalizada que proponen los actuales sistemas sanitarios internacionales de diagnóstico y tratamiento existe un interés de unificación y control comportamental. Por ejemplo, las respuestas humanas ante determinados problemas de salud no se traducen, como habitualmente se hace, tan solo o sobre todo como un síntoma, signo o síndrome ligado a una enfermedad, sino que les permite identificar sentimientos, emociones, expectativas… ligados a dudas, incertidumbres, temores… de las personas que requieren de una respuesta enfermera diferente a la que habitualmente se da desde el paradigma patogénico, asistencialista y paternalista médico en el que se sigue configurando la realidad enfermera. No relacionan, por ejemplo, la muerte con el fracaso. Porque la asumen como parte del ciclo vital que requiere de cuidados profesionales enfermeros hacia la persona y su familia y no como la frustración que genera no haber salvado la vida, que se percibe e identifica como principal objetivo por parte de los médicos.

Algunos investigadores, sostienen la idea de que la sinestesia se debe a una activación cruzada de áreas adyacentes del cerebro que procesan diferentes informaciones sensoriales. Cruce que explican por un error en la conexión de los nervios en las distintas áreas cuando el cerebro se desarrolla en el interior del útero.

Tomando como base esta explicación científica para conocer las causas de la sinestesia, me permito la libertad no científica, sino narrativa, de extrapolar la misma a mi idea de sinestesia profesional.

De tal manera que dicha sinestesia profesional se trataría de un error de comunicación entre las diferentes enfermeras que se desarrolla en sus procesos de enseñanza – aprendizaje y de formación profesional inmediatamente posterior, que determina identificaciones diferentes de la realidad enfermera que se traducen en una clara disociación, confrontación y construcción de diferentes realidades, mezclando patrones de comportamiento de una supuesta y falsa normalidad con lo que son respuestas científicas de la verdadera realidad enfermera. Posteriormente, sino se es capaz de identificar esa realidad enfermera se asume la determinada como “normo típica” y se perpetúa a lo largo de su vida profesional.  Lo que acaba por configurar una división profesional que limita o anula el desarrollo y la autonomía de la Enfermería y de las enfermeras.

El problema, por tanto, no está en que la sinestesia identifique una realidad enfermera diferente a la normativizada o asumida como normal, sino en que, la misma, se valore como patológica, cuando no maliciosa, al entenderse que pretende imponer una realidad que no le corresponde a la Enfermería de la falsa normalidad. En lugar de intentar entender, articular y construir esa realidad. Cuestión que se ve agravada por la falsa creencia de que, asumir dicha realidad o lo que la misma significa, supondría abandonar la zona de confort en la que muchas enfermeras se han instalado a la sombra de la realidad impuesta. Desde esta clara y evidente ceguera científica, la asumen como propia, negando, anulando o criminalizando la verdadera y sinestésica realidad enfermera. Porque, la mirada sinestésica enfermera no está imaginando una realidad enfermera inexistente, sino que identifica y visibiliza la verdadera realidad enfermera que tanto molesta e incomoda.

Aunque cada vez hay más enfermeras sinestésicas, que no radicales, raras, dogmáticas, talibanes…como de manera mezquina se les cataloga, no es menos cierto, que las resistencias a su realidad siguen presentes y en ocasiones incluso atacadas irracionalmente por quienes se erigen en máximas/os representantes de las enfermeras en diferentes instituciones u organizaciones. Posiblemente, ante el temor a perder los privilegios y prebendas, adquiridos desde su falsa defensa enfermera.

No hay que tener miedo a identificar y asumir la verdadera realidad e identidad enfermera. De lo que hay que huir, lo que hay que impedir, lo que se necesita rechazar, es una realidad impuesta, artificial, mimética… que nos lleve a la indiferencia y la invisibilidad de la que hemos sido objetos a lo largo de nuestra historia y que sigue siendo una amenaza tan real como peligrosa que, fundamentalmente, depende de nosotras que no se repita. Porque como dijera Aristóteles[3], “la única verdad es la realidad».

Y acabo con una frase de Simone de Beauvoir[4] que recientemente compartió conmigo una enfermera sinestésica como Mª Paz Mompart[5], que decía: “que nada nos limite, que nada nos defina, que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”. La sustancia enfermera.

 

[1]  Escritor y novelista estadounidense (1928-1982).

[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Sinestesia

[3] Filósofo griego (384 AC-322 AC).

[4] Filósofa, profesora, escritora y activista feminista francesa (1908-1986)

[5] Enfermera. Impulsora de la entrada de los estudios de Enfermería en la Universidad. Fundadora y presidenta de la Asociación de Docencia en Enfermería (ADE). Fundadora y coordinadora del Grupo 40. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Alicante.