PARADIGMA ENFERMERO Paradigma Iberoamericano

“Acabemos con paradigmas errados o incompletos, es decir, salgamos de la fantasía de los cuentos, no te engañes con la ilusión en tu rol de Cenicienta, eres enfermera, todo un ser fascinante, un divino portento”[1]

 

Reflexionar sobre la importancia de actuar como enfermeras desde el paradigma que nos significa e identifica no es solo una cuestión teórica o epistemológica: es un posicionamiento ético, político y profesional de primer orden. Para abordar esta reflexión es necesario comprender qué es un paradigma y cómo condiciona la forma en que vemos, pensamos, sentimos y actuamos. En el ámbito de las ciencias, un paradigma representa un conjunto, un marco de referencia que guía la producción del conocimiento, la práctica profesional y la forma de interpretar los fenómenos. Thomas Kuhn definía los paradigmas como los modelos compartidos que sostienen una comunidad científica, estructurando lo que se considera válido, legítimo y relevante[2].

En el caso de la enfermería, el paradigma propio ha sido históricamente eclipsado por el dominio del paradigma biomédico, centrado en la enfermedad, la curación, la intervención técnica y el cuerpo biológico como objeto. Este paradigma ha definido durante décadas los sistemas de salud, las políticas sanitarias, la formación de profesionales y la investigación. Frente a ello, el paradigma enfermero —construido desde la perspectiva del cuidado— parte de una visión integral del ser humano, atendiendo no solo a la dimensión física sino también a la emocional, social, cultural y espiritual. Se centra en las respuestas humanas a los procesos de salud-enfermedad y en el acompañamiento de las personas, familias y comunidades a lo largo del ciclo vital[3],[4].

El paradigma enfermero se fundamenta en principios de relación, de presencia, de interacción, de escucha activa, de respeto por la singularidad y la autonomía de las personas. No se limita a «hacer cosas» sino que propone una forma de «estar con». Su mirada es salutogénica, no patogénica; prioriza el vínculo, no la técnica; busca el bienestar, no solo la cura. Y su campo de acción no se restringe al hospital, sino que se despliega en el territorio, en la comunidad, en la escuela, en el hogar, en los espacios cotidianos donde transcurre la vida[5].

No actuar desde este paradigma supone una pérdida de identidad, de coherencia y de potencia transformadora para la profesión enfermera. Supone subsumirnos en un modelo que no nos representa, que no responde a las necesidades reales de la población y que nos reduce a ejecutoras de decisiones ajenas. Para la ciudadanía, supone recibir cuidados fragmentados, impersonales, centrados en la enfermedad y no en la persona, desvinculados de su contexto y de su historia de vida. Supone ser tratados como cuerpos a reparar y no como personas a acompañar. Supone una asistencia, que no atención, deshumanizada, tecnificada y burocratizada[6].

Trabajar desde el paradigma enfermero en sistemas de salud medicalizados implica una serie de tensiones, resistencias y desafíos. El dominio de la lógica biomédica está profundamente enraizado en las estructuras organizativas, en la distribución del poder profesional, en la formación académica, en los modelos de gestión y evaluación, y en las expectativas sociales. Las enfermeras que trabajan desde su paradigma propio se enfrentan a menudo a incomprensiones, a falta de reconocimiento, a obstáculos burocráticos o jerárquicos, e incluso al rechazo y la invisibilización de su trabajo[7].

Sin embargo, es precisamente en esos entornos hostiles donde se hace más necesario y urgente sostener el paradigma enfermero. Porque es allí donde más se necesita recuperar el sentido del cuidado, la centralidad de la persona, la escucha activa, el acompañamiento compasivo, el abordaje integral de la salud y la dignidad en el trato de las personas. Porque es en los márgenes del sistema donde el paradigma enfermero revela toda su potencia ética, humana y política. Al introducir una lógica distinta a la hegemónica, basada en la comprensión relacional y contextual del sufrimiento humano, el paradigma enfermero posibilita espacios reales de humanización del sistema[8].

Las universidades tienen aquí una responsabilidad crucial. Ser parte de las ciencias de la salud no significa, en ningún caso, que se homogenice el conocimiento, la experiencia, las competencias, el discurso. No basta con enseñar técnicas o contenidos científicos. Es necesario formar a las futuras enfermeras en un marco paradigmático coherente con su identidad profesional. Esto implica revisar planes de estudio, metodologías, evaluaciones, modelos de prácticas y criterios de excelencia académica. Implica dejar de imitar a las facultades de medicina y construir espacios académicos propios, donde el cuidado sea objeto de conocimiento, de reflexión, de investigación y de acción[9]. Donde el estudiantado se reconozca como sujeto epistémico válido, capaz de producir saber, liderar procesos y transformar realidades. La universidad debe ejercer un liderazgo claro y decidido en la formación de nuevas enfermeras desde el paradigma enfermero, articulando competencias clínicas con competencias relacionales, éticas, políticas y comunitarias, donde las primeras no oculten, fagociten, desvaloricen o excluyan a las segundas. Es preciso garantizar que los planes de estudio sitúen el cuidado como eje vertebrador, que los docentes sean referentes paradigmáticos y que las prácticas formativas se desarrollen en contextos donde el paradigma enfermero esté presente y activo. Solo así se podrá generar una nueva generación de enfermeras coherente, crítica y comprometida con el sentido profundo de la profesión[10]. Pero, para ello se requiere que quienes actúan como docentes sean enfermeras que entiendan, compartan y sientan este planteamiento. No vale con conocerlo, con transmitirlo mecánicamente. Hay que convencer, desde el convencimiento, enseñar, desde el conocimiento, argumentar, desde la evidencia científica enfermera. No se trata de impedir la incorporación de otras disciplinas en la formación enfermera, pero sí de acotar su participación a los ámbitos en los que su conocimiento no intoxique, limite o impida el conocimiento basado en el paradigma enfermero.

Del mismo modo, las sociedades científicas enfermeras deben asumir el paradigma enfermero como punto de partida en cualquiera de sus ámbitos de especialización o líneas de investigación. Una sociedad científica que estudia cuidados críticos, atención comunitaria, salud mental, gestión sanitaria o innovación docente, pero lo hace desde marcos biomédicos, técnico-procedimentales o economicistas, se aleja del núcleo epistémico de la enfermería. La especialización no puede ser una excusa para la fragmentación, ni la excelencia investigadora puede medirse únicamente en términos de impacto bibliométrico si no responde a preguntas fundamentales de la disciplina, como, ¿a quién cuidamos?, ¿para qué cuidamos?, ¿cómo cuidamos?, ¿desde qué ética cuidamos? No consiste tan solo en generar evidencia o publicar artículos, sino de construir una ciencia del cuidado que dialogue con la complejidad de la vida, que incorpore la experiencia, que no se limite a replicar modelos cuantitativos biomédicos, y que articule saberes diversos[11]. Sociedades Científicas que sean referencia del saber y el conocimiento propios de la enfermería, evitando la tentación de mimetizar denominaciones que se alejan de dicho planteamiento para acercarse al paradigma médico. Hablar de sociedad científica enfermera de pediatría, en lugar de salud de la infancia y la adolescencia o del niño y el adolescente, de enfermería geriátrica en lugar de salud de la persona mayor adulta, de enfermería psiquiátrica en lugar de salud mental… son tan solo algunos ejemplos que nos sitúan en una realidad todavía muy alejada del paradigma enfermero del que hablo.

Las academias, colegios profesionales y otras organizaciones enfermeras, por su parte, deberían posicionarse desde este paradigma, no solo como discurso, sino como praxis concreta, criterio de acción, alianzas, incidencia política y evaluación de calidad, abandonando las posiciones de inacción, pasividad y ambigüedad que muchas veces les caracteriza y que impide que sean reconocidas, valoradas y respetadas científica, social y profesionalmente[12].

Por otra parte, trabajar desde el paradigma enfermero en el contexto Iberoamericano tiene una relevancia particular. Se trata de territorios, muchas veces, marcados por profundas desigualdades sociales, sistemas sanitarios fragmentados, políticas públicas insuficientes y herencias coloniales y patriarcales que atraviesan las instituciones[13]. En estos contextos, el cuidado profesional enfermero puede ser una herramienta de equidad, justicia social y empoderamiento comunitario. Puede ofrecer respuestas contextualizadas, culturalmente sensibles, centradas en las necesidades sentidas de la población y no en indicadores estandarizados. Puede articular redes de apoyo, promover la participación social y fortalecer la salud colectiva. Puede y debe empoderarse y ejercer un liderazgo activo y proactivo desde el cuidado[14].

En Iberoamérica, las enfermeras se encuentran inmersas en un entramado social y cultural que es profundamente diverso y complejo. No hablamos únicamente de un sistema de salud o de prácticas profesionales aisladas, sino de comunidades vivas, con historias propias, tradiciones, desafíos y fortalezas que moldean la forma en que el cuidado debe ser concebido y ofrecido. Esta realidad plural y dinámica exige que las enfermeras iberoamericanas desarrollen un paradigma propio, que no sea una mera réplica de modelos externos, sino una construcción auténtica que dialogue con el contexto y responda a sus necesidades concretas.

La comunidad, en sus múltiples expresiones —urbanas, rurales, indígenas, mestizas, campesinas— es el espacio natural donde las enfermeras pueden y deben desplegar su máximo potencial. Allí donde los lazos sociales y culturales condicionan no solo la salud física, sino el bienestar emocional, social y espiritual, la praxis enfermera se vuelve imprescindible para acompañar procesos de cuidado que van más allá del síntoma o la enfermedad, hacia la promoción de entornos saludables y la prevención desde la cotidianidad[15].

Este enfoque comunitario es una invitación a replantear el paradigma que guía nuestra profesión. No se trata de importar fórmulas ajenas, diseñadas para realidades muy distintas, sino de construir un marco conceptual y práctico que reconozca y potencie la riqueza cultural y social iberoamericana[16],[17],[18]. Un paradigma que integre los saberes ancestrales, que valore la sabiduría popular, que entienda el cuidado como un acto colectivo y que asuma la responsabilidad social que las enfermeras tienen en la transformación de las condiciones de vida[19].

El paradigma enfermero iberoamericano se configura, así como una respuesta contextualizada, que implica un compromiso ético y político con las comunidades, con sus derechos y con la justicia social6. Un paradigma que reconoce la diversidad cultural y lingüística, que promueve la participación activa de las personas en su cuidado y que entiende que la salud es un fenómeno multidimensional, inseparable de las condiciones sociales, económicas y culturales[20].

Además, esta perspectiva invita a repensar la formación profesional y la investigación en enfermería, orientándolas hacia la generación y difusión de conocimiento propio y pertinente. La producción científica en el contexto iberoamericano debe reflejar y responder a los problemas reales de las comunidades que lo conforman, utilizando metodologías que respeten y validen las experiencias locales. Solo así las enfermeras podrán ejercer un liderazgo legítimo, capaz de incidir en las políticas públicas y en el diseño de sistemas de cuidado que sean accesibles, equitativos y culturalmente sensibles[21].

Al avanzar en esta construcción, las enfermeras iberoamericanas no solo fortalecen su identidad y su autonomía, sino que también aportan a la disciplina global una mirada enriquecedora y diversa. Reconocer que no existe un único paradigma válido para todos los contextos es un paso fundamental para avanzar hacia una enfermería plural, justa y comprometida con las realidades que enfrenta.

En definitiva, la apuesta por un paradigma propio es también una apuesta por la dignidad y la relevancia social de las enfermeras en Iberoamérica. Una apuesta que reconoce en la comunidad y en el contexto el eje central del cuidado, y que sitúa a las enfermeras como protagonistas en la construcción de salud desde la cercanía, la cultura y el compromiso con la vida.

Además, desde el paradigma enfermero se pueden humanizar los sistemas de salud. Frente a la despersonalización creciente, el trato industrializado, la lógica mercantil, el individualismo, el hedonismo, la inmediatez, la tecnificación excesiva y la atención centrada en procesos administrativos, el cuidado profesional enfermero representa una resistencia ética. No solo transforma la relación interpersonal entre enfermera y personas en un vínculo humano, sino que altera la arquitectura misma del sistema al introducir una lógica de proximidad, horizontalidad y dignidad. Nos recuerda que el centro del sistema debe ser la persona, no la enfermedad; el vínculo, no el protocolo; la escucha, no la prisa; la dignidad, no la eficiencia mal entendida. Nos recuerda que cuidar es un acto político y que toda acción de cuidado tiene implicancias sociales[22].

Mantener la coherencia entre lo que es y significa ser enfermera desde el paradigma enfermero implica un compromiso profundo con nuestra identidad profesional. Implica reconocer que no se trata solo de «trabajar como enfermera» sino de «ser y sentirse enfermera» con todo lo que ello conlleva y representa. En la forma de mirar, de sentir, de actuar, de decidir, de priorizar y de estar presente. Implica preguntarse constantemente si lo que hacemos responde a nuestros valores, a nuestro saber, a nuestra ética y a nuestra forma de comprender el mundo. Implica resistir la tentación de mimetizarnos con otros modelos, de buscar validación en paradigmas ajenos o de justificar nuestra existencia solo en términos médicos o economicistas en los que se nos quiere encasillar y, en los que lamentablemente muchas veces, nos instalamos por entenderlos como nuestra zona de confort y nuestro nicho ecológico profesional que nos sepulta profesionalmente[23].

En base a lo dicho, ¿se puede trabajar al margen del paradigma enfermero? Se puede, pero a un alto coste. El coste de la despersonalización, del desencanto profesional, del agotamiento emocional y de la incoherencia interna. El coste de reproducir un modelo que no nos representa y que no responde a las necesidades reales de la gente. El coste de hipotecar el futuro de la profesión y de desdibujar nuestro aporte único y específico al sistema de salud. Trabajar fuera del paradigma enfermero nos convierte en piezas intercambiables, prescindibles y subordinadas. Nos aleja del sentido profundo de nuestro quehacer[24].

Si realmente queremos ejercer un liderazgo enfermero, que sea transformador, no se puede prescindir del paradigma propio. No se lidera desde la técnica, ni desde la administración, ni desde el poder formal. Se lidera desde el sentido, desde la coherencia, desde el conocimiento y la evidencia científica enfermeros, desde la capacidad de movilizar, desde el pensamiento crítico, de inspirar y de cuidar también en las relaciones de poder. El liderazgo enfermero debe ser paradigmático. Debe posicionarse, nombrarse y actuar desde el cuidado. No para imponer, sino para proponer; no para competir, sino para trabajar en equipo; no para hegemonizar, sino para humanizar[25].

En este sentido, una enfermería que se asuma desde su paradigma no solo transforma su práctica, sino que transforma los sistemas. Porque introduce otras lógicas, otros tiempos y otras prioridades. Porque rompe con la fragmentación, con la verticalidad y con la tecnocracia. Porque pone en el centro la vida, la salud y la comunidad. Porque convierte el cuidado en una herramienta de justicia social, en una práctica de resistencia y en una forma de construir mundos más habitables. Porque aporta no solo acciones sino sentidos; no solo técnicas sino vínculos; no solo datos sino historias vivas. Porque nos permite pensar, hablar, debatir, decidir, actuar… con voz propia, la enfermera, y no como marionetas manejadas por ventrílocuos que, además, ni tan siquiera disimulan que son ellos quienes hablan[26].

Resulta urgente, por tanto, recuperar, sostener y proyectar el paradigma enfermero como base de nuestra práctica, de nuestra formación, de nuestra investigación y de nuestra organización. Es urgente dotarlo de densidad conceptual, de visibilidad política y de reconocimiento institucional. Es urgente hacerlo presente en los currículos, en las políticas públicas, en los espacios de decisión y en los discursos mediáticos. Porque no hay desarrollo profesional sin paradigma. Porque no hay cuidado sin coherencia. Porque no hay salud sin enfermeras[27].

Pero, también, porque las crisis globales —como las vividas en la pandemia o las generadas por el cambio climático, la migración forzada, las guerras o las inequidades estructurales— exigen respuestas integrales, humanas y basadas en el cuidado, al que ni podemos ni debemos ser ajenas/os. El paradigma enfermero es una brújula para estos tiempos inciertos, una voz para los que no tienen voz y un acto de esperanza para los que siguen soñando con sistemas de salud que respeten, acompañen y transformen[28].

Todo lo dicho, deberíamos tenerlo claro allá dónde actuemos. Sea en la universidad, hospital, centro de salud, residencia de personas adultas mayores, colegio o instituto, sociedad científica, colegio profesional, ayuntamiento, asociación… porque en cualquier ámbito o contexto tenemos que prestar atención desde el paradigma enfermero que debe impregnar siempre, nuestro sentimiento, nuestra profesión, nuestra disciplina, nuestra identidad.

Quienes no estén en disposición de hacerlo deberían pensar en el daño que provocan y en la incoherencia de su actuación, que impide que la aportación enfermera sea visible, conocida y reconocida. Siempre es momento para plantearse otras alternativas y dejar espacio para que, quienes están convencidas/os, comprometidas/os e implicadas/os puedan actuar como las enfermeras que son y se sienten. Un título no otorga más que licencia para trabajar. Pero se requiere algo más que un título para ser realmente enfermera.

[1] Adaptado de https://citas.in/accounts/45045/?page=6

[2] Kuhn TS. La estructura de las revoluciones científicas. 3ª ed. México: Fondo de Cultura Económica; 1995.

[3] Meleis AI. Theoretical nursing: development and progress. 5th ed. Philadelphia: Wolters Kluwer; 2018.

[4] Fawcett J. Contemporary nursing knowledge: analysis and evaluation of nursing models and theories. 3rd ed. Philadelphia: F.A. Davis Company; 2017.

[5] Watson J. Nursing: The philosophy and science of caring. Boston: Little, Brown; 1988.

[6] Benner P. From novice to expert: excellence and power in clinical nursing practice. Prentice Hall; 1984.

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[17] Merhy EE. La producción social de la salud: el cuidado más allá de la enfermedad. Interface Comunic Saúde Educ. 2006;10(19):107-120.

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[28] Haines A, Kuruvilla S, Borchert M. The evolving role of health professionals in public health emergencies. Lancet. 2020;395(10227):1086-1088.

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