En el último número de la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC), publico una carta con motivo de mi relevo como presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), que comparto.
En el último número de la Revista Iberoamericana de Enfermería Comunitaria (RIdEC), publico una carta con motivo de mi relevo como presidente de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), que comparto.
El estilo surge cuando sabemos quiénes somos, y quiénes queremos ser en el mundo. No viene de querer ser otra persona, o querer ser más delgado, más bajo, más alto, más bonito.
Nina García[1]
Estamos en un permanente debate, cuando no duda, sobre qué es lo que hacemos las enfermeras y qué valor real tiene.
Nos cuestionamos el valor de los cuidados como aportación específica y valiosa de nuestra actividad y la enmascaramos, maquillamos e incluso ocultamos tras la aparente magnitud de las técnicas en un proceso de fascinación que provoca una dimensión que va mucho más allá de lo que dichas técnicas realmente aportan en la mayoría de las ocasiones. Generando, por tanto, un efecto contrario y contradictorio, es decir, la desvalorización e invisibilización de los cuidados que acompañan a dichas técnicas, aunque lamentablemente no siempre es así, al realizar muchas veces las técnicas con cuidado pero sin cuidados.
Se trata casi de un proceso de transformación similar al que generan las drags queen[2] en sus escenificaciones para aparecer como lo que realmente no son, aunque todas/os sepamos lo que ocultan tras sus vestuarios y maquillajes.
Hay quienes no atreviéndose o no compartiendo plenamente dicho transformismo profesional se dedican a disimularlo en un difícil equilibrio entre lo que son y no se sienten y lo que quisieran ser, pero se niegan a aceptar y tratar de conseguir. En este juego de identidades, las actitudes que se adoptan acaban por desdibujar las aptitudes enfermeras, rediseñándolas en un burdo boceto que se quiere aproximar a la imagen deseada pero que proyecta una realidad que no le corresponde y por la que nunca serán valoradas.
En este escenario de interpretaciones más o menos creíbles, pero en cualquier caso ficticias, los cuidados se cuestionan y se ignoran, aunque verbalmente se pueda seguir proyectando un mensaje cuidador que realmente tan solo es una parte más del guion de la comedia que interpreta. Un guion en el que los cuidados no son incorporados como parte de la trama que se escenifica o lo son de manera muy secundaria y, casi siempre, de forma muy sutil o imperceptible con relación a todo aquello que compone la puesta en escena de los procesos asistenciales en los que las enfermeras actúan con papeles secundarios, cuando no como extras de las escenificaciones corales, siendo los cuidados meros acompañamientos de la tecnología empleada en dicha interpretación.
Nos situamos pues, en una difícil tesitura para que los cuidados profesionales enfermeros puedan ser visibilizados y valorados, si quienes deben ser responsables de prestarlos desde las competencias que adquieren para ello no deciden, de manera firme y comprometida, asumirlos como su seña de identidad y de referencia científico profesional. Además, esto no se traslada en la universidad con convicción y evidencias a las nuevas generaciones de enfermeras provocando, como sucede con el cambio climático, un implacable y destructor avance de la desertificación disciplinar enfermera que propicia la colonización de conocimientos y reducen la existencia, creencia e idoneidad de los cuidados como parte de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje enfermero, en un movimiento lento pero progresivo que aproxima la disciplina enfermera a paradigmas ajenos. El resultado final no puede ser más negativo, aunque se pueda aparentar lo contrario. Las demandas de enfermeras técnicas realizadas por el Sistema Sanitario, que es visto casi como el único cliente al que proveer enfermeras, acaba por contribuir a perpetuar ese escenario en el que los cuidados enfermeros son tan solo una anécdota o una etiqueta, mientras otros aprovechan la situación para hacerlos suyos, más como una estrategia para debilitar a las enfermeras que para fortalecer los cuidados que, realmente, ni les interesan ni saben cuál es su importancia real más allá del marketing en el que quieren incorporarlos para tratar de remediar su debilitada y denostada imagen.
Pero, ¿por qué pasa esto? ¿qué hemos hecho mal y qué estamos haciendo aún peor? ¿realmente los cuidados profesionales son una farsa, un intento de aportar valor a algo que nunca lo ha tenido? ¿son los cuidados una apropiación profesional enfermera de los cuidados domésticos y familiares?
Son interrogantes duras en cuanto a lo que supone reflexionar sobre ello. Pero son interrogantes necesarios si queremos que los cuidados y las enfermeras no acabemos siendo un vestigio histórico de la atención a la salud, a las personas, a las familias y a la comunidad de manera autónoma. Porque nada prevalece por inercia, al detenerse el impulso que generó su movimiento y avance. Sino somos capaces de alimentar con conocimientos y evidencias el valor científico profesional de los cuidados y asimilarlos a quienes deben ser sus protagonistas, las enfermeras, tampoco lograremos que siga el necesario avance.
Responder a dichas interrogantes, por otra parte, requiere de un análisis, una reflexión y un debate que nos resistimos a hacer y para el que no dispongo ni del tiempo, ni espacio ni tan siquiera del conocimiento, necesarios para acometer tan importante como necesaria labor.
Sin embargo, sí que voy a atreverme a hacer una aproximación en forma de parábola sobre cuál considero que es uno de los problemas que tenemos las enfermeras para dar valor real a aquello que, teóricamente, mejor sabemos, o deberíamos saber hacer, prestar cuidados.
Casi sin darnos cuenta hemos ido cayendo, a pesar de las apariencias, en una estandarización, en una protocolización, en una sistematización que nos limita. Además, nos atrae cada vez más el paradigma de la enfermedad y de la técnica cayendo en el eufemismo de la estandarización de los cuidados, en un nuevo y destructor paso hacia las respuestas biomédicas, que tan bien obedecen, desde su positivismo radical, a dicha estandarización y que tanto nos alejan del paradigma enfermero centrado en las respuestas humanas a los problemas de salud que no de la enfermedad.
Poniendo un ejemplo. Desde el paradigma médico, para dar respuesta farmacológica a la patología se cuenta con el Vademécum que recoge todos los principios activos clasificados y asociados a las patologías para las que están indicados, así como se recogen los efectos secundarios, las interacciones, la sensibilidad, dosificaciones… que permiten aproximar la decisión del tratamiento desde una estandarización de los procesos y sus tratamientos. Sin duda, su manejo requiere de conocimientos, aptitudes y habilidades importantes, no lo cuestiono, pero no es menos cierto que representa una herramienta de gran valor y apoyo. Desde este planteamiento, pues, una diabetes va a poder ser tratada farmacológicamente de igual manera para cualquier persona que la padezca en base a los criterios que marca la farmacopea y el diagnóstico médico que es capaz de sistematizar los síntomas, síndromes y signos que la acompañan. Las posibles variaciones en dicho tratamiento estarán determinadas por factores externos igualmente estandarizados.
Para esa misma diabetes, desde el paradigma enfermero, no se cuenta con un supuesto o hipotético Vademécum de cuidados. Y no se cuenta con él porque cada persona con diabetes requeriría de un tomo individualizado en el que se recogiesen los sentimientos, las emociones, las expectativas, el entorno, la familia, el trabajo… de cada una de esas personas a la hora de valorar en qué situación se encuentra para afrontar su problema de salud relacionado con la diabetes y cómo interactúa en su ámbito familiar, social y comunitario. Se requiere una valoración, por tanto, individualizada con perspectiva social y comunitaria en la que se informe y forme de manera capacitadora a la persona para que logre la autogestión de su problema de salud, la autodeterminación para decidir cómo afrontarlo, la autonomía para hacerlo huyendo de la dependencia profesional y sanitaria y reconociendo los recursos, personales, familiares, sociales y comunitarios disponibles para elegir aquellos que en cada caso sean más eficaces y articulándolos para potenciar las respuestas en salud, por lo tanto, siendo capaz de asumir su propio autocuidado sin perder la referencia de su enfermera. Asimismo, las variaciones en los factores que rodean a la persona y su entorno estarán permanentemente condicionando las respuestas humanas a su problema de salud, por lo que se tendrán que estar identificando y adecuando a la dinámica de la realidad de cada momento. Se trata de una intervención individualizada e intransferible que no es posible estandarizar por mucho que queramos acercarnos a un modelo que nos es ajeno y desde el que no vamos a poder dar respuestas enfermeras eficaces mediante la prestación de cuidados que previamente habrán tenido que ser consensuados con la persona, haciéndole partícipe en todo el proceso de atención integral, integrado e integrador, desde la escucha activa, la relación de ayuda, el método de resolución de problemas y respetando en todo momento las decisiones que tome. Todo ello sin que suponga, en ningún caso, descuidar el conocimiento de la enfermedad que se incorpora como parte del problema de salud, la diabetes, en cuanto a la fisiología, etiología, sintomatología… pero sin que ello signifique abandonar nuestra capacidad y competencia cuidadoras.
Ante esta realidad, que lo es por mucho que no queramos verla, se impone una reflexión rigurosa, serena pero urgente, de nuestra respuesta enfermera ante las necesidades y demandas de cuidados de las personas, las familias y la comunidad. Porque son reales y requieren de respuestas cuidadoras.
Argumentar que no se actúa así porque no hay tiempo o porque no nos dejan es una falacia y una excusa que tan solo contribuyen a situarnos en la indiferencia profesional y científica. Sino somos capaces de actuar con responsabilidad, lo que supone asumir riesgos, no podemos ni debemos exigir una autonomía que no nos corresponde y que, por tanto, nadie será capaz de identificar y valorar para demandar nuestra aportación específica de cuidados.
Llegados a este punto debemos pensar que la respuesta enfermera a los requerimientos de la población no puede realizarse desde una estandarización similar al prêt à porter de la moda, estableciendo patrones y tallajes que se adapten a cualquier persona lo que conduce a la universalización de la moda, pero también a su uniformidad. Por el contrario, nuestra respuesta no puede ni debería ser otra que la de la alta costura que de manera absolutamente personalizada realiza un patrón exclusivo con el que confeccionar un plan de cuidados adaptado y adaptable a cada persona en función a sus necesidades, características, expectativas, sentimientos, conductas, normas… como si se tratase de un vestido o traje realizado a la medida de cada persona y en el que su opinión permite llevar a cabo cambios específicos que se adapten, no tan solo a sus gustos, sino también a las circunstancias particulares de cada cual, de tal manera que pueda lucirlo con comodidad y aportándole bienestar y satisfacción, sin necesidad de tener que ceñirse a los caprichos o a las inevitables imperfecciones de la moda estandarizada del prêt à porter. No es, finalmente, una cuestión de clase, de precio o de accesibilidad, sino de preparación específica enfermera que permita, habilite y genere competencia para llevar a cabo una prestación exclusiva y no excluyente de cuidados profesionales.
No se trata de comparar la asistencia médica frente a la atención enfermera. Se trata de valorar una y otra en su justa medida y necesidad. No tan solo no son excluyentes, sino que son necesariamente complementarias desde una perspectiva que trasciende a los marcos competenciales para situarse en el objetivo común de dar la mejor respuesta posible a las personas, las familias y la comunidad.
Realizar planteamientos de rivalidad, confrontación, lucha de poder, capacitación, competencia entre profesionales de una u otra disciplina tan solo obedece a planteamientos corporativistas que se alejan del verdadero objeto de lo que debe ser la prestación de calidad de cada profesional desde el paradigma disciplinar que a cada cual le corresponde sin que existan recelos y que los mismos conduzcan a la tentación de fagocitar nada ni a nadie.
Las ciencias, áreas de conocimiento, evidencias científicas, paradigmas… que identifican, definen y sustentan a las diferentes disciplinas son compatibles entre si desde su especificidad y singularidad pero también desde su exclusividad que para nada les hace perder la necesidad y la oportunidad de compartir, que no invadir, de aportar, que no soportar, de sugerir, que no imponer, de construir, que no derruir, de responder, que no silenciar, de reforzar, que no debilitar, de respetar, que no despreciar, en definitiva, de valorar el trabajo de cada una de las partes en beneficio de las personas, las familias y la comunidad.
Las/os profesionales de cada una de las disciplinas, por su parte, deben tener una clara visión de lo que son y se espera de ellas/os desde el paradigma que les corresponde para que las respuestas sean adecuadas y ajustadas a sus postulados, planteamientos y conocimientos y logren así ser referentes de su aportación sin ambigüedades ni falsos planteamientos que traten de aparentar lo que no son, generando duplicidades innecesarias, olvidos imperdonables o contradicciones evitables.
La salud, finalmente, es demasiado importante para ejercer sobre ella una acción de protagonismo y de propiedad exclusiva y excluyente. La salud es de todos y para todos y nadie debe tener ni sentirse con el privilegio de ser propietario de la misma.
No es una cuestión de moda, ni de modas, pero sí de compromiso con lo que debe ser una “confección de alta costura de cuidados” que nos aleje de la conformidad y la uniformidad estandarizada de una cadena de montaje de “cuidados prêt à porter” para salir del paso, con cuidados que encorsetan y nos encorsetan y que tan poco aportan y tanto nos desdibujan como enfermeras.
Convenzámonos de nuestra valía profesional y disciplinar y no nos dejemos convencer de que nuestros cuidados no tienen valor. Si nosotras no se lo damos difícilmente estaremos en disposición de que quienes los reciben los valoren y los referencien como algo indispensable y que tan solo las enfermeras podemos ofrecer.
Cuidados, como ropa, hay muchos. Pero la prestación profesional, individualizada y personalizada solo la podemos ofrecer quienes tenemos las competencias, los conocimientos y la habilidad y aptitud para hacerlo. Otra cosa, es que tengamos también la disposición, la voluntad y la actitud de asumirlo, o prefiramos, como sucede con la ropa de mercadillo, ofrecerlos como saldos con el único objetivo de salir del paso para dedicarnos a otras cosas que no nos corresponden.
Finalmente, como decía Orson Welles[3] “el estilo es saber quién eres, lo que quieres decir y no importarte nada”, o ¿nos preocupa e importa ser enfermeras y ser reconocidas como tales?
Pensemos, al menos pensemos, sobre ello, porque no hacerlo es tanto como renunciar a ser y sentirnos enfermeras.
[1] Editora en jefe de Marie Claire USA y jurado estelar en el reality show, Project Runway. (Barranquilla-Colombia, 1968)
[2] Describe a una persona que se caracteriza y actúa a la usanza de un personaje de rasgos exagerados, con una intención primordialmente histriónica
[3] Actor, director, guionista, productor y locutor de radio estadounidense (Kenosha, Wisconsin, 6 de mayo de 1915-Los Ángeles, California, 10 de octubre de 1985).
“Al poder le ocurre como al nogal, no deja crecer nada bajo su sombra.”
Antonio Gala[1].
Todas las miradas se dirigen a un mismo punto estos días. El Campeonato del Mundo de Fútbol de Qatar acapara la atención y la emoción de millones de personas de todo el planeta.
Las protestas en sus muy diversas formas de manifestación, las declaraciones, los posicionamientos, las actitudes… permitidas, más como forma de desmarcarse de culpabilidad que como convicción de quienes participan directamente en el evento “deportivo” o de quienes lo hacen como espectadores del mismo, no limitan ni un ápice la atención que en ese acontecimiento y en ese país se deposita desde que se inició con la escenificación de una libertad y un respeto que tan solo se quedó en el guion impostado e interpretado sobre el césped y que daría paso posterior al juego de un deporte que es capaz de hacer olvidar o, cuanto menos ocultar, las miserias de un régimen totalitario que vulnera sistemáticamente los derechos humanos. Pero en el fútbol parece valer todo. Al fin y al cabo, la pela es la pela como dicta el tópico catalán.
Nadie puede decir que no se supiese cómo se las gastan en tan exclusivo país. Lo mismo que a nadie se le escapa como manejan el dinero en ese mismo lugar. Se eligió obviar lo que se hace, en favor de conseguir un beneficio económico que trasciende en mucho al deportivo por mucho fair play que se quiera vender y por mucho que se quiera engañar con que el negocio disfrazado de espectáculo contribuirá a que se respeten los derechos humanos de su población, sobre todo de aquella que no es masculina y heterosexual. Todo un alarde de machismo y de testosterona futbolística que, no nos equivoquemos, ha contado y cuenta con el beneplácito de todos los gobiernos cuyos equipos participan en el campeonato a través de su silencio o de su débil y velada protesta. A partir de ahí, todo lo demás, son declaraciones de intenciones, eufemismos, hipérboles y anacronismos dialécticos que tratan de enmascarar o maquillar una realidad que se impone a cualquier intento que en este sentido se haga. Por lo tanto, nadie queda exento de culpa en este circo mediático que sitúa a un país totalitario y criminal como ejemplo ante el resto del mundo. No todo debería valer en el fútbol y en el negocio que el mismo representa y que pierde todos sus valores al prestarse a este triste espectáculo de tolerancia y enmascaramiento de una dictadura.
Puede parecer que lo dicho hasta ahora no tenga relación alguna con la enfermería o las enfermeras. Sin embargo, voy a tratar de establecer una analogía que no pretendo situarla al mismo nivel de lo expuesto, pero que considero guarda cierto paralelismo que, al menos desde mi punto de vista, ni es despreciable ni es menor.
Me voy a centrar exclusivamente, aunque hay otras muchas actitudes y conductas a los que poder hacer referencia, en los comportamientos de injerencia, abuso, invasión y falta de respeto profesional y científico que determinados colectivos vienen llevando a cabo desde el poder disciplinar que se otorgan a sí mismos y del económico y mediático que han logrado alcanzar como consecuencia del poder ejercido y que ha sido respaldado y reforzado en gran medida política, gerencial y socialmente hasta alcanzar grados de inmunidad absoluta ante cualquier deseo que planteen de seguir aumentando su ego, su poder y su exclusividad en torno a la sanidad y lo que la misma supone para sus intereses de negocio, en muchas ocasiones.
Para lograrlo no tienen reparo alguno en someter, despreciar, minusvalorar, ignorar, atacar… a otras disciplinas que consideran siempre menores y tan solo contemplan como subsidiarias a su actividad exclusiva y excluyente. Mientras se sometan a sus intereses y puedan limitar, controlar y recortar sus competencias por considerarlas peligrosas a sus intereses corporativistas, pueden subsistir, aunque la convivencia sea de sometimiento y obediencia hacia quienes, según sus parámetros, son inferiores y por tanto no pueden avanzar para situarse a un mismo nivel que el de quienes ejercen la dictadura disciplinar.
Sin embargo, el conocimiento y las evidencias científicas, que consideran exclusivas de sus disciplinas, ponen de manifiesto que no tan solo las consideradas disciplinas inferiores no lo son, sino que además sus aportaciones aportan un gran valor a la salud de las personas, las familias y la comunidad, desde un paradigma propio que se sustenta en teorías y conocimientos propios de su ciencia y disciplina, lo que significa que no requieren de la tutela y aprobación de quienes las consideran una rama, en el mejor de los casos, de su autocracia disciplinar.
Ante esta realidad que niegan, como hacen los negacionistas del cambio climático, de la violencia de género o de las vacunas, y una vez perdido el control que ejercían sobre ellas, deciden cambiar de estrategia y plantear una invasión de competencias específicas y de identidad sobre las, a su vista y criterio, insurgentes profesionales que siguen contemplando como inferiores y como subsidiarias de su actividad. Aunque lo que pretenden conquistar por la fuerza de su poder ni les interese realmente, ni sepan cómo afrontarlo y manejarlo, ni tengan intención de incorporarlo en su actividad profesional. Se trata tan solo de debilitar a quienes han osado creerse con autoridad para decidir sin su consentimiento y a no obedecer sus dictados dogmáticos.
Los cuidados durante mucho tiempo han estado relegados al ámbito doméstico y a la mujer exclusivamente. Las enfermeras, sobre todo con su incorporación a la universidad, lograron dignificar y dotar de contenido científico a los cuidados profesionales que prestan y que suponen su principal seña de identidad, lo que supuso un cambio sustancial en cuanto al valor que los mismos tienen para la salud de las personas, las familias y la comunidad y la referencia que de los mismos tiene tanto la comunidad científica como la sociedad en general, aunque sea por conceptos diferentes como es lógico.
Dicha valoración, que ha sido progresiva acaba por constituir los cuidados profesionales enfermeros como un bien intrínseco, es decir, aquello que las enfermeras y solamente las enfermeras son competentes y están capacitadas para hacer y ofrecer, de tal manera que el cuidado profesional queda claramente diferenciado del cuidado no profesional sin que ello signifique, en ningún caso, que existan cuidados de mayor o menor valor. Simplemente son cuidados que tienen una dimensión diferente pero que ostentan una gran importancia e impacto en la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Pero precisamente esta valoración de los cuidados profesionales enfermeros por parte, fundamentalmente, de la sociedad es lo que dispara, en primer lugar, el interés general de todo aquello que tenga que ver con los cuidados o por decirlo de otra forma, todo parece tener relación con los cuidados. De tal manera que podemos identificar claramente como actualmente toda cuida. El champú, el detergente, los yogures, las cremas de belleza, hasta los anuncios… todo aporta cuidados.
De tal manera que, como suele ser costumbre también en nuestra sociedad, se establece un efecto pendular por el que se pasa de una situación extrema, la desvalorización general de los cuidados, a la contraria que supone la valoración máxima de los cuidados por parte de todo y de todos. Aunque, también es cierto, que en este recorrido se elimina la necesaria reflexión sobre lo que son, significan y aportan los cuidados en función de que estos sean profesionales o no.
Ante esta situación de crédito y valor superior que adquieren los cuidados en general, pero muy en particular los cuidados profesionales enfermeros y de manera muy especial tras la pandemia, por razones obvias derivadas de los procesos de soledad, aislamiento, sufrimiento y muerte ocasionados por la COVID, estos han sido no tan solo valorizados sino, lo que es más importante, significados e identificados con las enfermeras.
Ante esta situación a la que se suma la progresiva pérdida como referentes exclusivos de la salud, bueno de la enfermedad, que lograron establecer e interiorizar en la población, los médicos y los farmacéuticos identifican los cuidados como un claro objetivo a incorporar a su imagen. Otra cosa bien diferente es que lo hagan a su actividad diaria como clínicos o empresarios.
Hay que destacar que los cuidados no son, en ningún caso, patrimonio exclusivo de nadie, al ser patrimonio universal de la humanidad en tanto en cuanto todas/os estamos en disposición de cuidar y ser cuidados. Otra cosa bien diferente es lo que sucede con los cuidados profesionales. Los cuidados enfermeros lo son de las enfermeras y no pueden ni deben ser de nadie más que de las enfermeras que, además, siempre han sido identificadas como prestadoras de cuidados, incluso antes de que los cuidados tuviesen el respaldo científico con el que cuentan en la actualidad.
Ninguna organización sanitaria puede entenderse sin la presencia de los cuidados profesionales enfermeros que cabe recordar eran la base de gestión y organización de los hospitales antes de que los médicos los colonizasen como centros de su desarrollo científico profesional y cambiasen su organización a la existente en la actualidad en base a sus especialidades por órganos, aparatos o sistemas o las patologías que la alteración de estos provocan en las personas en sustitución de la división que existía por complejidad de cuidados. Por tanto, los cuidados, más allá de su importantísimo y necesario soporte y respaldo científico siempre han estado presentes y han sido fundamentales en la atención. Otra cuestión bien diferente es la visibilización y valoración que de los mismos se ha querido y permitido hacer por parte, tanto de los médicos que los han considerado como algo absolutamente residual y sin valor desde su perspectiva asistencialista curativa, como de los gestores, mayoritariamente médicos, de las organizaciones que nunca han contemplado su institucionalización en un modelo sanitario igualmente curativo y asistencialista.
A pesar de todo, los cuidados han prevalecido y con el soporte científico han logrado emerger y valorizarse como respuesta imprescindible de atencióon integral, integrada e integradora, a las necesidades de las personas tanto en la salud como en la enfermedad en cualquier momento de su ciclo vital.
Así podemos identificar, entre otros ejemplos, el permanente mensaje de cuidados trasladado desde las denominadas Farmacias Comunitarias que incorporan como reclamo publicitario para captar clientes y aumentar sus beneficios comerciales como empresa privada que son, por mucho que insistan en ser un Servicio Público, cuando realmente lo que hacen es prestar un Servicio Público en base al concierto establecido con los servicios de salud como empresa privada que son, que es bien diferente, al igual que sucede con los Taxis, por ejemplo.
Por su parte los médicos no han querido tampoco desaprovechar la oportunidad y recientemente el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid (ICOMEM), ha constituido el Comité Científico de Cuidados para instaurar la cultura del cuidado en la sanidad madrileña[2].
Con independencia del interés, más o menos real o interesado y oportunista, de la medida lo que no deja de llamar la atención y provocar cuanto menos perplejidad es que el máximo órgano de representación médica se otorgue sin rubor alguno la capacidad, competencia y autoridad para instaurar la cultura del cuidado en la sanidad madrileña. Ellos que nunca han sido capaces de valorar ni poner en valor el cuidado que, desde siempre, han prestado las enfermeras a quienes hay que recordar han marcado estrechamente, incluso con demandas judiciales, por entender que se vulneraban o invadían sus competencias, de repente se conviertan en adalides del cuidado y defensores de su instauración en la cultura sanitaria.
Una Comisión que según sus propias palabras “hemos conformado un equipo amplio de aproximadamente quince profesionales, en su mayoría médicos, pero también tienen cabida otros profesionales que pueden aportar muchísimo, como psicólogos, enfermeras y profesionales de más disciplinas que se incorporarán en el futuro”. De todo lo cual cabe pensar sino habrá que darles las gracias, no tan solo por tal iniciativa, sino por la benevolencia en dar cabida a otros profesionales, como las enfermeras, que se dignan en reconocer podemos aportar muchísimo a su, por otra parte, magno conocimiento sobre cuidados que dan por sentado poseer tal como se desprende de tan maniqueas como sorprendentes declaraciones.
Ante estos hechos de clara, manifiesta, rotunda, descarada e incluso mezquina decisión sobre un aspecto de tanta relevancia, significado y referencia para las enfermeras, no podemos ni debemos permanecer impasibles. Menos aun cuando desde el Ministerio de Sanidad, por fin, se ha puesto en marcha la Estrategia de los Cuidados tan largamente esperada. Hacerlo es concederles el beneficio de la duda sobre su actuación y debe quedar claro que la misma no corresponde ni les corresponde desarrollarla, haciéndolo además con toda la parafernalia protocolaria y mediática que son capaces de movilizar para dejar constancia de su poder.
Pero mientras esto sucede quienes, entiendo, deberían dar respuesta inmediata, contundente y rigurosa, el Consejo General de Enfermería (CGE), se mantiene en el más absoluto de los silencios. Lo que, por otra parte, no es de extrañar que ocupados como están en dirimir las cuitas, venganzas, amenazas… derivadas de una gestión no tan solo nefasta sino sospechosa de ser delictiva, en los Tribunales, no les quede tiempo para ocuparse de lo que realmente debieran hacer.
El actual presidente del CGE hubiera actuado con coherencia y elegancia dando paso a otra persona dados los hechos a los que tenía que hacer frente y que le imputan directamente a él, de tal forma que su mente, su interés, su tiempo y su dedicación no se centren en defenderse, lo cual es legítimo siempre que lo haga a título personal, en lugar de defender a las enfermeras a las que teóricamente representa. Su imagen y la de las enfermeras hubieran salido beneficiadas.
Ante este panorama de indefensión en que nos dejan quienes nos representan, deberemos plantearnos qué hacer las enfermeras dada la gravedad de lo que está sucediendo a todos los niveles en el panorama social, político y sanitario de este país y que tanto impacto tiene en la imagen, valoración y competencia de las enfermeras.
Caer en la desidia, el conformismo o la indiferencia es tanto como aliarse con los planteamientos, las intenciones y los hechos que están planteando.
Como pasa con el mundial de fútbol que se está desarrollando en Qatar, en el que no todos son responsables ni tan siquiera comparten, tan desacertada decisión que tan solo obedece intereses económicos despreciando la defensa de los derechos humanos, en el tema que nos ocupa tampoco todos los farmacéuticos y médicos son partícipes ni comparten las decisiones apuntadas. Pero en ambos casos los máximos representantes del fútbol y de los farmacéuticos y médicos toman decisiones que se alejan del interés común por mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad para centrarse exclusivamente en los intereses económicos, corporativistas y de poder, aunque ello suponga la vulneración de derechos profesionales o la generación de conflictos.
Asistir como espectadores impasibles en ambos casos es preocupante. Hacerlo de manera entusiasta como si nada pasara amparándose en la pasión por un deporte o un equipo o de manera pasiva e irreflexiva como si nada fuese con o contra nosotras, es no ya preocupante sino alarmante.
Mirar hacia otro lado como si nada pasase no es la solución. Mirar de frente y abordar las situaciones no garantiza nada, pero al menos nos permite ser coherentes y partícipes de una posible y deseada, por complicada y compleja que pueda parecer, solución. El poder de quienes se sienten con derecho a hacer cualquier cosa con tal de garantizar su poder debe ser contestado y contrarrestado con la fuerza de la razón, de la sensatez y del respeto que ellos no tienen y niegan.
Ni los goles ni los cuidados deberían ser objeto de negocio ni de manipulación. No todo vale para ganar.
[1] Poeta, dramaturgo, novelista, guionista y articulista español (Brazatortas -Ciudad Real- 2 de octubre de 1930)
[2] https://www.icomem.es/comunicacion/noticias/3982/El-ICOMEM-constituye-el-Comite-Cientifico-de-Cuidados-para-instaurar-la-cultura-del-cuidado-en-la-sanidad-madrilena?s=08
“La casualidad es un desenlace, pero no una explicación”
Jacinto Benavente[1].
A quince días de cumplirse un año desde que se celebrara, el 11 de diciembre de 2021, la primera prueba extraordinaria de acceso a la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, tras más de diez años de demora, hoy día 26 de noviembre de 2022 ha sido el día elegido por los Ministerios de Sanidad y Universidades para celebrar la segunda prueba prevista en el Real Decreto de especialidades de enfermería de 2005.
Casi un año en el que las/os responsables ministeriales, no han tenido la voluntad política para resolver la situación de quienes aprobaron dicha prueba, tras la caótica organización de la misma, fraude incluido, y el lamentable contenido del mismo que llevó a que no la superara más del 60% de las enfermeras que lo realizaron. Todo un logro que sumar a la patética gestión que a lo largo de estos más de 10 años han llevado a cabo los diferentes equipos ministeriales en una aparente carrera por ver quién cometía más despropósitos.
Pero con ser lamentable lo dicho, lo que resulta ya patético y mezquino es el silencio que han establecido como única y escandalosa respuesta a cualquier petición de información que les ha sido trasladada por parte de sociedades científicas como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), que tanto ha hecho por la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria y que nadie debe olvidar nunca, hoy es una realidad gracias a su trabajo, esfuerzo e implicación por lograrlo. El silencio, por tanto, tan solo refleja la mediocridad de los responsables políticos y su falta de respeto hacia las enfermeras comunitarias, cuando es una obligación institucional que han vulnerado de manera sistemática hasta convertirla en una norma de comportamiento.
Suelo decir siempre que las casualidades no existen y que todo tiene una clara causalidad que hay que identificar.
Sin embargo, y sin que sirva de precedente, considero que en el caso que hoy me ocupa, la casualidad o serendipia ha sido la razón de una decisión que de otra manera debiera ser aplaudida. Pero tratándose de quienes la han adoptado y en vista de los precedentes resulta meridianamente improbable, por no decir imposible, que tal decisión haya sido tomada por ninguna otra razón que no sea su propio interés.
Esto que comento viene a cuenta de que la fecha elegida para la realización de esta segunda prueba, 26 de noviembre, coincide con la fecha de constitución de la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) según se recoge en su acta constitucional. Pero es que además, la fecha coincide con la celebración del Día Internacional de Enfermería Comunitaria (DIEC) que fue elegida e instaurada antes de que se conociese la convocatoria realzada por el Ministerio de Universidades.
Así pues, alguien podría pensar que o bien el Ministerio quiso hacer un guiño de complicidad con la AEC, y por tanto con las enfermeras comunitarias, o bien que la AEC quiso aprovechar la circunstancia de la convocatoria para hacerla coincidir con el DIEC. Pero ni en el primer supuesto es tan siquiera probable, pues no está el Ministerio por la labor de conocer la fecha fundacional de la AEC, ni el segundo supuesto es real ya que la AEC propuso la celebración del DIEC mucho antes de que se conociese la citada fecha de examen, tal como lo demuestra la petición de avales y apoyos a tal celebración que se emitió a organizaciones, instituciones y referentes profesionales que se enviaron cuando nadie conocía ni sospechaba siquiera la fecha de la prueba[2], [3].
Estamos por tanto ante una de esas coincidencias, en este caso temporal, que a lo largo de la historia se han producido y han sido consecuencia posterior de grandes descubrimientos o acontecimientos. No se trata, en el caso que nos ocupa, desde luego de un descubrimiento, a no ser que el Ministerio hubiese descubierto, también accidentalmente la fecha de constitución de la AEC y en un derroche de generosidad, igualmente improbable, hubiese hecho coincidir ambas fechas. Una cosa es la serendipia y otra bien diferente la utopía.
Pero sea como fuese lo bien cierto es que la coincidencia se ha dado y que por lo tanto debemos congratularnos de que en el DIEC, que por primera vez se celebra, se cierre una etapa que debe significar un antes y un después en la evolución de la enfermería comunitaria en general y de su especialidad en particular.
Tan solo cabe esperar que la organización de esta segunda prueba mejore con respecto a la primera, algo realmente sencillo visto lo visto, y que los resultados de quienes se presenten sean mucho más positivos que los obtenidos en la primera como consecuencia de su inexplicable contenido que se aleja claramente de la realidad práctica de la enfermería comunitaria. Y, por supuesto, esperando que el control que se ejerza garantice la igualdad de oportunidades que no se logró en la primera prueba al producirse vergonzosos casos de fraude inicialmente negados por el ministerio y que las evidencias obligaron a rectificar con muchos meses de retraso.
Salvado el último trámite que permite el acceso extraordinario a la especialidad de las enfermeras comunitarias que durante tantos años han estado trabajando como tales y, por tanto, se han ganado el derecho a acceder a la especialidad, esperamos que de una vez por todas el Ministerio desbloquee la concesión de la especialidad a quienes hayan superado alguna de las dos pruebas y por tanto puedan incorporarse de pleno derecho al acceso que desde los servicios de salud se haga de plazas de especialistas. No hacerlo añadiría un nuevo y patético despropósito al innumerable cúmulo de ellos que han ido sumando a lo largo de estos años.
Si finalmente se hacen realidad estos deseos, daríamos por bueno que hayamos tenido que aplazar la celebración del DIEC a otra fecha por respeto a todas las enfermeras que se presentan a la prueba y con el fin de poderlo celebrar como merece y corresponde a la Enfermería Comunitaria y a las enfermeras comunitarias.
La celebración oficial de este primer DIEC, se anunciará el próximo día 16 de diciembre en el marco del acto de entrega de premios de la Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria que se desarrollará en la ciudad de Alicante y que será hecha pública por parte de su presidenta, la Dra. Mª Isabel Mármol López. Un marco inmejorable para tal anuncio que ya ha tenido su prólogo en la difusión de un vídeo a tal efecto[4].
Debemos pues congratularnos por la coincidencia, pero sobre todo, debemos hacerlo por la oportunidad que a partir de ahora se nos brinda de poder desarrollar nuestra aportación específica como enfermeras comunitarias, tanto si somos especialistas como si no lo somos, prestando unos cuidados profesionales cada vez de mayor calidad para contribuir con ello a mejorar y mantener la salud de las personas, las familias y la comunidad.
Estamos, además, ante un acontecimiento, el DIEC, que debe ir alcanzado cada vez mayor difusión y dimensión, al ser la expresión de una realidad profesional, pero también social, que debe ser reconocida y reconocible.
Una celebración de júbilo, de unidad y también, porque no, de reivindicación de aquellos aspectos científico profesionales que puedan mejorar nuestra aportación específica.
Un día que debe ser identificado y vivido desde la alegría de ser y sentirse enfermeras comunitarias, de ser referentes de salud para las personas, las familias y la comunidad, de ser partícipes en la toma de decisiones que permitan incorporar la salud en todas las políticas, de ser valedoras y defensoras de los derechos fundamentales de las personas, de la equidad, de la igualdad, de la accesibilidad… de ser identificado nuestro bien intrínseco a través de los cuidados prestados como aquello que las enfermeras comunitarias y solo nosotras somos capaces de ofrecer con garantía de calidad y calidez, de ser líderes transformadoras en, por y con la comunidad, de ser respetadas al tiempo que respetamos, de ser, en definitiva, identificadas como lo que somos, enfermeras comunitarias.
Una celebración que, como no puede ser de otra manera, debe ser participativa con la población a la que nos debemos y atendemos.
Una celebración de salud colectiva en la que celebremos logros compartidos e identifiquemos retos a alcanzar.
El día 26 de noviembre de cada año, por tanto, debe ser señalado en nuestros calendarios y en nuestras vidas, como un hito, como una conquista, como una realidad, pero también como un compromiso individual y colectivo por mejorar.
Tan solo me queda desear, a todas las enfermeras que se presentan hoy día 26 de noviembre a la prueba de acceso a la especialidad, el mejor resultado posible y deseable que, no es otro, que el de aprobarla y acceder finalmente a lo que es un derecho que no una concesión de nada ni de nadie.
Espero poder celebrar esto como una parte más de lo mucho que tenemos que compartir en el DIEC.
Deseo, por otra parte, poder celebrar también el cambio de actitud de unas/os responsables ministeriales que no merecemos, aunque para ello deberían contar con unas aptitudes y valores que no tengo claro posean, lo que nos lleva a tener que esperar que vengan otras/os que les releven y tengan mayor respeto y consideración hacia y con las enfermeras.
Como dice María Dueñas[5], “el reparto de talentos, siempre fue arbitrario, a nadie le dieron a elegir”, pero al menos sería deseable que quien tiene la capacidad de elegir, no lo haga dando responsabilidades a quienes en el reparto no les tocó talento. Realmente no lo tienen difícil dado el grado de irresponsabilidad alcanzado por los actuales inquilinos de los ministerios de sanidad y universidades. Tanta gloria lleven, aunque no la merezcan, como paz dejan, que si merecemos.
Ánimo y a por todas, os lo merecéis.
[1] Dramaturgo, director, guionista y productor de cine español. Prolífico autor teatral (1866-1954).
[2] https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/3025/20221120_DIEC_CARTA.pdf
[3]https://www.enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/3025/20221120_Listado%20Apoyos%20Internacionalizacio%CC%81n%20Di%CC%81a%20EFyC.pdf
[4] https://www.youtube.com/watch?v=Em8RHb3Ss5c
[5] Escritora española (1964)
“Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquel que nada tiene, lo posee”
Baltasar Gracián[1].
Dicen que quien la persigue la consigue. Y precisamente eso es lo que parece que están haciendo de nuevo quienes desde un sindicato que recordemos no cuenta con el apoyo de ninguna otra organización sindical, está enarbolando la petición de 10 minutos por paciente como uno de sus principales argumentos para justificar la huelga de médicos y pediatras de Atención Primaria en Madrid.
No es nueva la supuesta reivindicación. Digo supuesta reivindicación, porque realmente no se sustenta ni ahora ni antes como justificación ni argumento que permita solucionar la grave crisis por la que atraviesa la Atención Primaria en Madrid. Porque hacer creer, a la ciudadanía, que el problema de la falta de calidad y calidez, de ineficacia e ineficiencia, de saturación, de listas de espera, de escasa actividad domiciliaria… es consecuencia de la falta de un tiempo estándar de 10 minutos por visita es, no tan solo, un argumento ausente de rigor sino también una visión victimista con clara intencionalidad de generar en la población que toda la culpa se debe a esa supuesta y sesgada información de falta de tiempo.
El tiempo, sin duda, es el recurso más valioso con el que contamos. Pero también es el recurso más igualitario que existe. Como dijera John Randolph[2] “el tiempo es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos”. Nadie tiene horas de 70 o 40 minutos, ni minutos de 30 u 80 segundos. El tiempo es igual para todos y, por tanto, su utilización obedece más a una gestión del mismo que a disponer de él, pues finalmente todas/os tenemos idéntica cantidad. La planificación y la priorización que se deriva de esta, supone la mejor manera de racionalizar el tiempo disponible.
La excusa de “no tengo tiempo” es tan solo eso, una excusa que trata de ocultar, enmascarar o sesgar la realidad, al no hacer un análisis serio sobre la actividad que se desarrolla y cómo se lleva a cabo.
Negarse a identificar que parte de la responsabilidad de esa supuesta falta de tiempo es imputable a la actitud paternalista, asistencialista, autoritaria con la que se presta asistencia, que no atención, generadora de dependencia como consecuencia de la poca o nula participación de las personas en la toma de decisiones y la consecuente ausencia de autogestión, autocontrol, autonomía y autocuidado, es poco serio e induce al engaño.
Erigirse como protagonistas exclusivos en la atención a la salud supone una anulación de la persona a la que supuestamente se atiende y la simulación y proyección de una imagen interesada, artificial y artificiosa de exclusividad que no responde a las necesidades sentidas y deja sin respuesta las demandas, verbalizadas o no, de las personas, las familias y la comunidad.
Pretender que alguien crea que la ración estándar de 10 minutos de tiempo de asistencia es el principal problema que justifica la crítica situación de la Atención Primaria madrileña, es un insulto a la inteligencia de la población a la que finalmente se dirige el mensaje con el fin de que se interiorice y sea aceptada como solución a la deficiente atención recibida.
Utilizar este argumento es un recurso fácil pero claramente falaz que tiene una muy poco recorrido y finalmente se volverá en contra de quienes lo usan y lanzan, de manera manifiestamente interesada y oportunista, al actuar como un boomerang que les reportará más daño que beneficio.
Pero a la falta de tiempo se añade otro argumento tan repetido como ausente de justificación, como es el de la falta de médicos, que traslada un mensaje de alarma y sensacionalismo con el objetivo de sumar aliados para su objetivo, ocultando con ello las verdaderas causas del caduco modelo que sigue impregnando el Sistema Nacional de Salud (SNS) en general y en particular el de la Atención Primaria, que ha involucionado claramente a tiempos anteriores al conocido como nuevo modelo que hizo posible Ernest Lluch ahora que se cumplen 20 años de su asesinato.
Somos el segundo país del mundo con mayor número de Facultades de Medicina, tan solo por detrás de Corea de Sur[3]. España cuenta, además, con más médicos que la mayoría de los países del mundo. En concreto, hay 4,33 médicos por cada 1.000 habitantes, por encima de la media de los países desarrollados agrupados en la OCDE (3,6), adelantando a estados como Italia (4,15), Australia (3,94), Islandia (3,93), Francia (3,37), Finlandia (3,33), Holanda (3,31), Canadá (2,8) o Japón (2,5). Lideran el ranking Grecia, Portugal, Noruega y Alemania, según el Global Health Security Index[4].
Estamos pues ante un discurso que los datos de organismos tan poco sospechosos como los descritos contradice y deja en evidencia. Que a pesar de ello se sigan utilizando de manera tan reiterada es una nueva muestra del nulo interés por resolver el problema del SNS al poner el foco casi de manera exclusiva en los intereses corporativistas que siendo legítimos no pueden o no deberían, al menos, priorizarse a las necesidades reales de cambio de modelo. Pero el problema, posiblemente esté ahí. Se quiere mantener un modelo creado a imagen y semejanza de su paradigma asistencialista y centrado en la enfermedad, resistiéndose a abandonarlo al ser aceptado como su zona de confort, aunque luego trasladen su disconfort.
Por lo dicho, lo que queda claro es que el problema no es ni de tiempo ni de falta de médicos, sino de planificación y organización, así como de interés por destruir un sistema público, universal y gratuito por parte de determinados responsables políticos.
Si a ello añadimos que quienes desde el Ministerio de Sanidad, que aún tiene las competencias de ordenación profesional, lejos de cumplir con ella, lo que hacen es justamente lo contrario, es decir, desordenar, se dan todos los elementos para propiciar una situación de desmotivación, falta de compromiso e implicación que se traduce en conflicto que, a su vez, es aprovechado para reclamar mejoras corporativistas alejadas del interés común.
Utilizar el éxito colectivo de una manifestación contra la política irracional del gobierno autónomo de Madrid en la que participaron de manera masiva, a pesar de los mezquinos intentos de descrédito vertidos por los dirigentes políticas/os, tanto ciudadanía como profesionales de todas las categorías y disciplinas, en beneficio propio, convocando una huelga en la que, lo que se reivindica es básicamente mejoras para los médicos, es una forma legal de protesta, pero es una forma muy discutible, ética y estéticamente, de afrontar un problema que va mucho más allá de sus peticiones laborales.
Huelga, por otra parte, que aparta el foco, sobre todo mediático, de los problemas de la Atención Primaria, para situarlo de manera casi exclusiva en los problemas de los médicos, desvirtuando en gran medida el problema fundamental, para situarlo en el problema accidental o circunstancial, que de solucionarse en ningún caso revertirá la situación crítica por la que atraviesa la Atención Primaria. Huelga que ya ha sido aprovechada para extenderse como una mancha de aceite por otras comunidades como Murcia, Cantabria… con idénticos planteamientos, en los que se refuerza la idea que la solución a los problemas de los médicos es la solución de la Atención Primaria.
Seguir creyendo y trasladando que son los protagonistas exclusivos del sistema y con ello despreciando o, cuanto menos, minusvalorando la aportación específica, necesaria y valiosa de otras/os profesionales conduce a adoptar personalismos que no contribuyen de manera alguna a solucionar los problemas y, por el contrario, suponen una huida hacia la sanidad privada de quienes tienen opción de pagarla, que se traduce en el mayor número de pólizas privadas de toda España en los últimos meses, lo que no deja de resultar paradójico pues en dichas empresas no parece existir ni falta de tiempo ni de médicos.
Su afán de notoriedad es insaciable y ante la posibilidad de que sean equiparadas las enfermeras y otras/os profesionales de la salud al nivel A1 que les corresponde, es decir que no se trata de una dádiva ni concesión sino una legítima modificación de una clara injusticia, la respuesta inmediata ha sido plantear un A1+ para estar por encima como el aceite y que sigan teniendo ese áurea de exclusividad que tanto les gusta. No sé si lo siguiente puede ser solicitar estrellas Michelín. Todo es posible.
Ni el aumento de médicos reclamado de manera lineal sin otro argumento que el número de personas por cupo, ni la reducción del número de personas a atender por día, son la solución a los gravísimos problemas de la Atención Primaria. No querer ver esta realidad es negar la evidencia y con ello engañarse y engañar a la sociedad que, además, ha votado mayoritariamente a quienes actúan con tal impunidad y desprecio ante un derecho fundamental como la salud.
No es mi intención, de ninguna manera, trasladar un mensaje de descrédito hacia los médicos como colectivo que entiendo y considero fundamental en la atención a las personas, las familias y la comunidad y que respeto profundamente, sino ante actitudes que nada tienen que ver con la defensa de la sanidad pública.
Sumarse a una reivindicación basada en premisas falsas y engañosas no es la mejor manera de ayudar a solucionar un problema tan grave como el que se ha generado de manera totalmente interesada por parte de quienes precisamente tienen la responsabilidad de velar por la salud de toda la población y no de los intereses mercantilistas de quienes se lucran con ella. Dejarse arrastrar por consignas tan llamativas como sensacionalistas, tan impactantes como alarmistas, tan ruidosas como engañosas, conduce a un callejón sin salida en el que posiblemente todos seamos atacados por la voracidad neoliberal de quienes han propiciado esta situación aparentemente límite pero que, sin embargo, no tiene límite. Es una trampa mortal que han tejido como si de una tela de araña se tratase, que tenemos que evitar y de la que debemos salir unidas/os y no divididas/os como tan bien han planificado para el logro de sus intereses.
La salud es demasiado importante como para ser patrimonio exclusivo, no ya tan solo de los médicos, sino de los profesionales de la salud en su conjunto. La salud es un bien, un derecho colectivo que debe ser entendido y atendido de manera participativa, consensuada e intersectorial trascendiendo a la imposición disciplinar. Las disciplinas y sus ciencias, conocimientos y competencias no pueden ni deben ser utilizadas como imperativos dogmáticos sino como acciones articuladas que contribuyan a la toma de decisiones y al respeto compartidos.
Por otra parte, el manoseado trabajo en equipo debe dejar de ser un mantra oportunista para convertirse en una realidad desde la que identificar el objetivo común en el que trabajar, más allá de los marcos competenciales de las disciplinas que configuran el equipo que provocan permanentes conflictos en base a recelos, desconfianza, y rechazo que paralizan e impiden la necesaria y deseada atención conjunta, coordinada, integral, integrada e integradora. Pero para lograrlo se requiere respeto de todas/os hacia todas/os y respeto al trabajo de todas/os, sabiendo y asumiendo que ninguno es más importante que el de otras/os y que sin la aportación específica de cada uno de los miembros el resultado final será deficiente.
Tan solo desde la defensa de una salud pública dinámica, participativa y ecléctica alejada de protagonismos inútiles que nos alejan de lo que debe ser nuestro máximo interés, la población a la que nos debemos, seremos capaces de ofrecer una atención como la que merecen y estamos obligados/as a prestar.
Las enfermeras, por su parte deben abandonar de una vez por todas su permanente victimismo lastimero y subsidiario para asumir el liderazgo de cuidados que les corresponde para responder a la demanda derivada de un contexto tan inestable como complicado del que no nos podemos abstraer. Abandonemos, así mismo, la errónea idea de que el Centro de Salud es nuestro hábitat natural convirtiéndolo en el nicho ecológico y la atalaya en donde nos refugiamos para no responder a lo que de nosotras se espera, trabajar en, para y con la comunidad, y que se traduce en una imagen cada vez más desdibujada e irreconocible que es aprovechada por quienes están al acecho de nuestras dejaciones. Asumamos la responsabilidad que nos corresponde y por la que debemos ser reconocidas y reconocibles y con ellas los riesgos que las mismas comportan, sin duda. Seguir esperando un respeto gratuito y graciable, ni es razonable ni justificable. El respeto se gana, no se otorga.
El liderazgo enfermero no supone en ningún caso ir contra ningún otro liderazgo. Se trata de ejercer un liderazgo enfermero y comunitario transformador Son liderazgos diferentes, no excluyentes y por tanto compatibles, que deben articularse para ayudar a afrontar los problemas de salud que van mucho más allá de la enfermedad y se sitúan en el equilibrio vital del día a día que requiere de recursos personales, familiares, sociales y comunitarios que contribuyan a dicho afrontamiento, tratando de alejarse al máximo de la innecesaria medicalización y aproximándose a los activos de salud que contribuyen a promover y mantener la salud individual y colectiva.
No es una cuestión de poderes. Es una cuestión de querer y poder hacer y dejar hacer sin imposiciones arbitrarias que limitan la toma de decisiones y esclavizan la voluntad de la ciudadanía.
Médicos, enfermeras, auxiliares, celadores, fisioterapeutas, matronas… todas/os debemos identificar cuál es nuestra responsabilidad social, profesional y personal desde el compromiso ético y estético con la salud comunitaria. Mientras no logremos esto ninguna reivindicación logará mejorar lo que se han encargado de destruir trasladando la señalización de la culpa, precisamente, hacia quienes debieran ser parte fundamental de la solución, las/os profesionales.
¿Tenemos tiempo y voluntad para reaccionar o continuamos con la cantinela de los 10 minutos? Porque llueve sobre mojado y resbala.
[1]Jesuita, escritor español del Siglo de Oro que cultivó la prosa didáctica y filosófica.
[2]Actor estadounidense de cine, teatro y televisión(1 de junio de 1915 – 24 de febrero de 2004).
[3]https://theobjective.com/sociedad/2022-11-19/no-faltan-medicos/?fbclid=IwAR1g8BVlbwZs3lTvZVJ0BJ55_WAn7BOcmQS8nzjOkSOX72_6RB8-Hgm186s#lapa7dlrqwbdm7ezp1k
“Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad.
Platón[1].
Últimamente estamos asistiendo a discursos en los que las mentiras o medias verdades desvirtúan, en la mayoría de las ocasiones de manera absolutamente interesada y premeditada, el mensaje que se quiere trasladar con el fin de confundir y manipular la información.
También se incorporan dichas mentiras o medias verdades como parte de la dialéctica del miedo, la falta de responsabilidad, la ausencia de sentimiento de pertenencia, la baja autoestima… que trasladan algunas enfermeras en sus manifestaciones, aunque también con sus actitudes.
Pero esa permanente falta de sinceridad o cuanto menos de aproximación a la verdad, es decir, a la realidad, no tan solo es patrimonio de quienes de una u otra forma emiten sus mensajes. El canal, tan necesario en comunicación, para que dichos mensajes lleguen a los receptores de la información, son sin duda otro elemento de distorsión no menos interesada y, oportunista que contribuye en gran medida a magnificar o minimizar, según el medio y su tendencia o dependencia, a deformar aquello que pasa, sucede o acontece y a visibilizar u ocultar a quienes protagonizan los hechos. Los medios de comunicación que tanto hablan de ética profesional, de transparencia, de rigor… se convierten en muchas ocasiones en los principales aliados de quienes utilizan la mentira o las medias verdades, propiciando a que lejos de contribuir a aclarar situaciones se potencie el conflicto, la confrontación y, lo que considero más peligroso, la desinformación de la población que, finalmente, es lo más importante y lo que mayor impacto tiene en el devenir de los acontecimientos que, por otra parte, supone que lejos de reportar algún tipo de solución o de beneficio para ella suponga justamente todo lo contrario, al poner el foco donde menos falta hace pero posiblemente donde más rentable resulta para lograr los famosos y tan deseados factores de impacto mediático.
En este panorama y centrándome en cómo y de qué manera influyen estas mentiras y medias verdades en las enfermeras es en lo que me voy a centrar.
Soy consciente de mi subjetividad, como la de cualquiera que piensa y opina, en un tema que sin duda me ocupa y preocupa como enfermera que soy. Pero también tengo plena convicción de que nada de lo que diga tiene intención alguna de engañar a nadie, ni tan siquiera a mi mismo con el objetivo de crear una realidad paralela a la que día a día vivimos y con la que nos encontramos con sorpresa e incredulidad. Trataré, por tanto, huir de sesgos y beneficios gratuitos hacia nada ni hacia nadie. En cualquier caso, todo cuanto diga quedará sujeto al necesario y sano análisis y debate de cualquier idea, comentario o aportación que realice. Esta es la grandeza de la comunicación libre, participativa y respetuosa que, lamentablemente, no siempre, o me atrevería a decir casi nunca, se produce ni tan siquiera se plantea, más allá de los intentos de espectáculos mediáticos a los que nos tienen acostumbrados.
No pretendo, por otra parte, hacer una revisión pretérita de hechos que en muchas ocasiones ya nadie, o muy pocos, recuerdan. Me centraré, por tanto, en aquellos de la más reciente actualidad que puedan servir de ejemplo sobre lo que hoy he decidido reflexionar y compartir.
Aún resuenan en nuestros oídos y se mantienen vivas en nuestras retinas, los sonidos y las imágenes de la gran manifestación llevada a cabo en Madrid con motivo de las reformas sanitarias que el gobierno autonómico de la Presidenta Ayuso está llevando a cabo y que como apuntaba en mi anterior entrada no deben ser entendidas en ningún caso como AYUda ni SOocorro, sino justamente todo lo contrario como muestra de su decidida apuesta por desmantelar la sanidad pública y, de paso, desprestigiar a sus profesionales.
Pues bien, debe quedarnos meridianamente claro a todas/os que nada de lo que se ha venido haciendo como aparente AYUda y SOcorro de la ciudadanía madrileña ha sido casual. Todo ha sido calculado al milímetro para trazar la hoja de ruta planificada. Es curioso porque en un país en el que los verbos dimitir y planificar se sabe que existen, pero raramente nadie, y menos las/os políticas/os, saben conjugar, se haya hecho una excepción para planificar minuciosamente este plan perverso contra la sanidad pública que, de paso, atenta contra la Salud Pública.
Ni el desmantelamiento previo de los servicios de urgencia con motivo de la pandemia, ni el supuesto restablecimiento de los mismos superada esta, fueron decisiones que obedeciesen a ninguna estrategia de mejora de la atención. En ambos casos son calculadas maniobras del plan de privatización en la que están trabajando utilizando para ello las mentiras y medias verdades para justificar sus mezquinas decisiones que, en una hipérbole manifiesta de la mentira, trasladan al declarar que Madrid dispone de la mejor sanidad pública de España. Pero con ser grave esto, lo verdaderamente maquiavélico es el cómo lo llevan a cabo. Para ello y sin rubor alguno deciden utilizar a las enfermeras como chivo expiatorio situándolas en el foco de toda la tensión provocada para atacar al sistema y a quienes identifican como sus protagonistas, los médicos.
Tanto el protocolo por el que se trasladaban competencias y responsabilidad a las enfermeras en ausencia de médicos en centros de salud, como dejar que las enfermeras sean las responsables de la atención a la urgencia en la decisión de maquillaje político por restablecer dichos servicios de urgencia, no responden a una clara convicción de la capacidad competencial que las enfermeras tienen para asumirlo con garantías. En absoluto. Lanzan el anzuelo con un envenenado cebo que consiste en que las enfermeras lo muerdan y queden presas y heridas.
Las enfermeras, al menos las que son entrevistadas y posteriormente difundidas sus declaraciones, asumen un discurso lastimero que traslada una inseguridad manifiesta en su capacidad de atender no tan solo la urgencia sino incluso la más elemental respuesta de afrontamiento ante la demanda trasladada. A ello se añade una petición de socorro y desamparo por no contar con la presencia de médicos sin los que transmiten no pueden actuar. Mensaje claro y contundente de subsidiariedad que cala en la población.
Con este mensaje las/os decisoras/es de AYUda y SOcorro logran un doble objetivo. Por una parte desvalorizar a las enfermeras al utilizar ese discurso lastimero como el principal argumento según el cual las enfermeras, que reclaman autonomía, no la quieren asumir cuando se les da la oportunidad de hacerlo y por tanto ese será precisamente lo que utilizarán como justificación a corto y medio plazo para no reconocer la aportación enfermera y limitar su desarrollo profesional. Por otra usar igualmente a las enfermeras para generar un falso conflicto competencial que ellos mismos provocan y con él desviar la atención de la decisión adoptada.
Puede parecer que lo hecho hasta ahora no corresponda con una planificación, pero nada más lejos de la realidad. Otra cosa bien diferente es que en dicha planificación se incorporen ocurrencias en lugar de evidencias con el objetivo precisamente de obtener resultados alejados de lo que el sentido común y la ciencia puedan decir y dictar, pero que quedan diluidos y enmascarados entre las mentiras y las medias verdades.
Por otra parte, logran, cuanto menos, que la opinión pública dude de la integridad ético profesional de los médicos al negarse estos a aceptar las condiciones que se les exigen y a reivindicar, con mayor o menor acierto, sus demandas corporativas en unos momentos en los que ni es pertinente ni entendible hacerlo al mezclar churras con merinas en sus demandas. Nueva muestra de mentiras y medias verdades que nuevamente consigue lo que tan planeado tenían las/os responsables de la consejería de sanidad madrileña.
Entre las enfermeras que están en un quiero, pero no puedo y los médicos en un puedo, pero no quiero emergen los medios de comunicación para abordar los hechos con una más que dudosa claridad y una más que discutible ética profesional.
Para empezar y en su dinámica habitual siguen utilizando, mezclando, y confundiendo conceptos, como salud y sanidad, sanidad y medicina, profesionales y sanitarios, asistencia y atención, personas y pacientes, salud y enfermedad, enfermeras y enfermería… con una alegría que entristece, una ligereza que molesta, una ignorancia que asombra, una insistencia que irrita y una indolencia que exaspera.
Nadie solicita que sepan de todo, como por ejemplo nos reclaman a las enfermeras. Nadie exige que no se equivoquen. Nadie cuestiona que resulten razonables sus dudas. Nadie pretende que se nos dé un trato especial a las enfermeras. Pero sería deseable e incluso, pienso, que exigible, que se informasen antes de informar, que respetasen como piden ser respetados, que contrastasen antes de opinar, que valorasen antes de criticar, que aceptasen la rectificación antes de reiterar el error, que pidiesen perdón si se equivocan. Porque no hacerlo conduce a que la información que trasladan y se amplifica entre la opinión pública, lejos de lograr el objetivo deseado y esperado de mantener a la población al tanto de lo que pasa y por qué pasa, lo que consiguen es provocar es confusión, perpetuar los tópicos y estereotipos, favorecer los posicionamientos sin fundamento, facilitar la confrontación, disminuir o anular la capacidad de análisis y reflexión y convertir los temas de interés en elementos de espectáculo y vodevil en busca del titular sensacionalista, fácil y provocador.
No pretendo decir cómo tienen que hacer su trabajo, pero deberían respetar en cómo lo hacen a quienes interpelan, buscan, persiguen, entrevistan o cuestionan sobre aspectos muchas veces tangenciales al verdadero problema que se presenta. Lo importante, finalmente, es el impacto que pueda tener y cómo pude repercutir en la captación de audiencia, de su audiencia. Lo de menos es si se habla de salud o de sanidad. Si se conoce lo que es y aporta una enfermera o se mantienen los tópicos y estereotipos. Si se sabe lo que es el cuidado profesional o se sigue manteniendo en el ámbito doméstico exclusivamente. Si se contribuye a informar y educar o exclusivamente a opinar y desorientar. Se busca y escudriña hasta encontrar quien diga lo que realmente interesa para construir su discurso por espúrio que este pueda resultar.
En el tema que nos ocupa y que seriamente, a mi al menos, me preocupa por muchas razones se llegan a hacer comparaciones perversas, maniqueas y retorcidas con el intento de trasladar a la población los problemas de ser atendidos por enfermeras ante la falta de médicos, estableciendo, por ejemplo, la simplista y mezquina conclusión según la cual cuando existe médico la atención es un éxito y logra salvar vidas y cuando es una enfermera quien atiende, la pobre no logra hacerlo y la persona acaba muriendo.
Este tipo de sofismas informativos en base a argumentos falsos o capciosos que se pretende hacer pasar por verdaderos lo único que consiguen es deformar la información con una clara intencionalidad de defender a una parte utilizando para ello a otra en base al ridículo o el demérito de esta última.
Pretender que la defensa de una clara deficiencia como es la falta de médicos en los servicios de urgencias tan solo se puede hacer a través de comparaciones falaces y eufemismos que desvirtúan la realidad no contribuye en ningún caso a trasladar la verdad sobre lo que sucede.
¿Por qué no se investiga sobre cuáles son las verdaderas causas de una ausencia de médicos que no obedece tan solo a su no existencia? ¿Por qué si faltan tantos médicos la Conferencia Nacional de Decanos de Medicina se opone a crear nuevas facultades? ¿No se han parado a pensar en qué es lo que ha pasado con todos lo médicos que fueron despedidos tras la pandemia? ¿Se han ido de repente todos al extranjero o a otras comunidades? ¿Por qué tan solo pasa esto en Madrid o al menos con la gravedad que en la villa y corte sucede? ¿Por qué en los hospitales no existe este problema? ¿Por qué los médicos no quieren hacer la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria y quedan plazas de formación sin cubrir? ¿Por qué los pediatras no quieren trabajar en Atención Primaria? ¿Por qué los médicos que trabajan en pediatría en Atención Primaria no son, en un gran número, pediatras? ¿Por qué en otros países de nuestro entorno existen menos médicos por habitantes que en España en Atención Primaria y no tienen estos problemas? ¿Por qué los médicos de Atención Primaria reclaman permanentemente mayores competencias de otras especialidades médicas hospitalarias y no asumen las que su especialidad les otorga? ¿Por qué los médicos de Familia no lo son realmente ya que no atienden a la unidad familiar?…
Pero claro, es más fácil, rentable, sensacionalista… recurrir al argumento simplista y reduccionista, que genera suculentos titulares para el lector ávido de sensacionalismo que alimente su falta de análisis y reflexión para configurar la idea de buenos y malos que se traslada. El resultado, al menos uno de ellos, es el que se traduce en un mensaje según el cual los pobres médicos son pocos y maltratados lo que les impide dar una atención de calidad que se pretende sustituir con enfermeras incompetentes y desvalidas ante la ausencia de la gran figura médica que salva vidas y sin la que no son capaces de dar respuestas eficaces, teniendo que pasar por verdaderas pesadillas ante su ausencia.
Resulta realmente triste y patético que profesionales del periodismo se avengan a maniobras orquestadas en la oscuridad y lejos de arrojar luz lo único que consigan es sumergir en la más absoluta tenebrosidad la actualidad.
Mientras tanto, quien a pergeñado toda la estrategia logra su objetivo que no es otra que el de distraer la atención hacia esa mentira o falsa verdad construida torpemente, con lo que el tiempo pasa y la ira ciudadana acaba por focalizarse en o contra las/os profesionales que son identificadas/os como culpables en lugar de víctimas de todo el proceso. Eso sí, con la inestimable ayuda de profesionales que, con sus declaraciones victimistas y lastimeras, tanto de unos como de otros aunque con sentido diametralmente opuesto, faciliten que las ahora llamadas fake news, que siempre han existido como mentiras o medias verdades, tomen cuerpo y de tanto repetirlas acaben pareciendo verdad y siendo asumidas como tales por la ciudadanía.
Al final las/os verdaderas/os culpables de todo salen victoriosas/os y logran los votos que les permiten seguir tomando decisiones de quienes son manipulados por unos y otros con las mentiras y falsas verdades que se crean y difunden.
O sea, entre todas la mataron y ella sola se murió, podríamos concluir. El sistema público de salud está agonizando y con él la calidad y calidez de la atención que se presta a las personas, las familias y la comunidad. Sin embargo, en lugar de reanimarlo, entre unos y otros lo estamos llevando a una muerte segura o, cuanto menos, a un coma inducido y prolongado del que se beneficia su nada afligida sanidad privada.
Se está AYUdando y Socorriendo a quien ha conducido a esta situación terminal a la que ni tan siquiera somos capaces de dar cuidados paliativos. Y, es más, incluso quienes son identificados como sus enemigos son, en muchas ocasiones, cómplices de su miseria, pues tal como dijera Cicerón “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”[2]. Silencio como el mantenido por la ministra de Sanidad con su anunciada y fallida Estrategia de Cuidados.
Triste, muy triste. Pero también muy indignante.
Ya está bien de clamar por lo que no somos y ocultar lo que aportamos. Porque somos mucho más que comparsa de nadie y aportamos mucho más que coros de acompañamiento. Quien no quiera bailar que no acuda al baile. Pero si se va es para bailar con todas las consecuencias, aunque haya que hacerlo con el más feo.
[1] Filósofo griego (427 AC-347 AC)
[2] Escritor, orador y político romano (106 AC-43 AC).
“Entonces vi que desde las mismas puertas del cielo partía un camino hacia el infierno.”
Thomas Szasz[1].
Hay quienes, en su intento por adquirir notoriedad, son capaces de llevar al límite cualquier expresión popular que, desde su populismo oportunista, entiende puede reportarle rédito político o utilizarlo como excusa para lograr sus objetivos.
De Madrid al cielo es una expresión castiza que trata de situar a la capital madrileña al mismo nivel del supuesto paraíso que la tradición cristiana asimila con la gloria y que es morada de los ángeles, los santos y los bienaventurados que gozan de la presencia de Dios. De igual manera es el lugar donde, al menos las personas creyentes, quieren ir cuando les llegue el momento de abandonar la tierra, en este caso Madrid.
Toda una declaración de intenciones que sitúa, o al menos lo pretende, a Madrid como paraíso terrenal en su tránsito hacia el eterno paraíso celestial.
Pues bien, se ha decidido traspasar la hipérbole figurada a una realidad que pone en peligro la vida de muchas personas nativas o residentes en ese supuesto paraíso terrenal que nos representa como capital al resto de españoles.
Parece como si se quisiera ayudar a la gente a que conozca las excelencias celestiales partiendo de las terrenales, de tal manera que se haga realidad antes de hora lo de Madrid al cielo.
Así pues y ante las solicitudes de Ayuda y socorro que los mortales madrileños trasladan al servicio madrileño de salud, se encuentran con una situación de desamparo en ocasiones, de perplejidad en otras, de confusión en la mayoría, como consecuencia de la decisión adoptada por el Gobierno autonómico en torno a la atención sanitaria, que no a la salud, prestada en diferentes centros como, por ejemplo, aunque no exclusivamente, las urgencias extrahospitalarias.
Todo arranca con las decisiones que se adoptaron durante la pandemia en las que se empezaron a desmantelar servicios con el falso argumento de reorganizar la atención que debía darse a la situación pandémica. Vieron el cielo, nuevamente el cielo madrileño, abierto para hacer aquello que de otra manera hubiese supuesto algo difícil de explicar. Incluso construyeron un hospital de campaña al que bautizaron con el nombre de una enfermera, el hospital Enfermera Isabel Zendal, al que trasladaron de manera “forzosa y forzada” al personal que debía atenderlo, dejando desatendidos los centros de los que provenían.
No es que me parezca mal que se nombrara al mencionado hospital con el nombre de una enfermera, en absoluto, que nadie interprete lo que no es. Lo que me parece, no mal sino mezquino, es que se instrumentalice a las enfermeras para sus espurios fines que es lo que realmente están haciendo.
En unos momentos de tanto dolor, sufrimiento y muerte como los que se estaban produciendo y en los que se había decidido identificar a las enfermeras, junto al resto de profesionales, como heroínas y héroes. En unos momentos en los que los cuidados adquirieron una relevancia y una valoración como, me atrevo a decir, nunca antes lo habían hecho, rescatar el nombre de una enfermera como Isabel Zendal, era una apuesta ganadora, al menos inicialmente. Y lo cierto es que lo lograron. Se cayó en su juego alabando la decisión del nombre elegido. Lo que diluía, al menos en parte, la de construir un centro que posteriormente se demostró, fue tan solo una apuesta de oportunismo político para mayor gloria de quien la tomó y defendió con argumentos nuevamente populistas y alejados de cualquier razonamiento científico o de utilidad para la salud pública de la ciudadanía.
El aparato logístico de desmantelamiento y derribo del sistema estaba en marcha y con ellos la generación del mejor caldo de cultivo para el crecimiento y proliferación de la sanidad privada que veía en las/os decisoras/os del servicio madrileño de salud a sus mejores aliados/socios para su lucrativo negocio. Aunque, claro está, ello significase que una parte muy importante de la población madrileña quedase claramente vulnerada en su derecho a la salud con una asistencia, que no atención, próxima a la beneficencia de tiempos tan añorados por quienes hacen posible esta recuperación histórica.
Pero la instrumentalización de las enfermeras a la que anteriormente aludía, se identificó como una clara oportunidad para continuar con su hoja de ruta y en una nueva vuelta de rosca, se puso a las enfermeras a los pies de los caballos con un protocolo para regular el funcionamiento de los centros de salud, según el cual trasladaba la responsabilidad de atención de muchos centros de salud a las enfermeras en aquellos en los que no se podían contratar médicos.
En este caso, la cuestión no es si las enfermeras están preparadas y son competentes para dar atención como la que se planteaba. El tema, el problema, está en cómo se deriva esta responsabilidad sin haberlo consensuado, en un claro intento de echar un pulso a los médicos ante su negativa a ocupar determinadas plazas en dichos centros, aunque se mantenga como único argumento que el problema es la falta de médicos. Por otra parte, no es tanto que las enfermeras puedan atender la demanda en una gran proporción, sino que asumir dicha atención se determine como forma de descargar la demanda de las consultas médicas, es decir, no como una competencia que se reconozca y apoye, sino como un parche para afrontar una mala gestión que provoca confrontación y denuncias de invasión competencial por parte de los médicos y al mismo tiempo sitúa nuevamente a las enfermeras en una posición de clara subsidiariedad.
Pero atribuir la actual situación a una sola causa y a un solo responsable es hacer un análisis parcial y sesgado. La falta, real o no, de médicos que se argumenta por ambas partes, decisores y médicos, para justificar las decisiones de los primeros y la indignación de los segundos, tiene matices, factores, circunstancias que no se están contemplando. Porque nadie puede obviar que en las últimas ofertas de plazas MIR se han quedado desiertas del orden de 200 plazas de medicina familiar y comunitaria. Que además son las últimas plazas en ocuparse por no resultar en la mayoría de los casos “atractiva”. Que en algunos casos incluso una vez realizada la formación MIR acceden a otra especialidad para migrar de Atención Primaria (AP).
Es decir, el problema no es tan solo de la falta de médicos sino de cómo está ordenada la profesión y cuál es la planificación, si es que existe, de plazas, asignación, racionalización…
Pero además existe un problema estructural en lo que a la organización de la AP se refiere que, en teoría, debería corregirse con la implantación y desarrollo del Marco Estratégico de Atención Primaria y Comunitaria (MEAPyC) en cada comunidad autónoma. Y aquí tenemos otro grave problema porque, por una parte, queda en la voluntad política de cada gobierno de comunidad autónoma el hacerlo, demorarlo o incluso paralizarlo por entender que es una estrategia ajena a su política partidista. Por otra parte, está también la voluntad corporativista de las diferentes disciplinas que no siempre ven el MEAPyC como respuesta idónea para lo que identifican como sus necesidades y demandas profesionales y por lo tanto no contribuyen a su puesta en marcha cuestionando su idoneidad al centrarla en sus intereses y no en los de la comunidad a la que se debe atender.
Con este panorama, por tanto, surge el conflicto tanto interno en el seno de los equipos como externo con los decisores políticos que lleva a que se traslade el caos a la organización de la atención.
Por si faltaba algo y en un intento de puro maquillaje muy calculado se pone en marcha lo que nunca debió desaparecer como es la atención extrahospitalaria urgente. Pero se hace con idénticas deficiencias de gestión y organización como una nueva medida de fuerza con las/os profesionales sanitarios en general y muy particularmente con los médicos y con una reiterada instrumentalización de las enfermeras que son utilizadas de manera descarada y mezquina para, aparentemente, dar solución a la falta de médicos pero con una real intención de generar confusión y con ella desviar la atención hacia el conflicto que provocan con las/os profesionales acusándoles de negligentes, provocadores e instigadores del mismo al tiempo que trasladan también una acusación directa hacia la oposición política a la que identifican como responsables de las protestas y sus consecuencias.
En esta tormenta perfecta provocada y nada accidental ni casual, afloran fantasmas, dudas, miedos, resentimientos, sospechas, acusaciones de unos contra otros en un intento desesperado por no naufragar y ahogarse.
En particular me voy a centrar en la posición que adoptan las enfermeras y que no siempre parece la más coherente o cuanto menos la más oportuna para lo que se plantea.
En principio rechazar de plano la asunción de determinadas competencias para las que las enfermeras están formadas y legalmente capacitadas por entender que supone riesgos que no quieren asumir, me parece una respuesta a la situación planteada que ni contribuye a mejorarla o solucionarla, ni les sitúa en una posición de liderazgo y empoderamiento. Otra cuestión es cómo y de qué manera se asumen y que, en cualquier caso, deben estar respaldadas por un apoyo institucional que no tan solo no se produce, sino que incluso se evita deliberadamente. Por otra parte, la posición de las/os responsables de las enfermeras tampoco ha sido ni evidente ni mucho menos contundente, situándose en la tibieza y la ambigüedad que tan solo beneficia a quien propicia el conflicto.
Si a ello añadimos la fuerte presión mediática que identifica en los hechos un elemento de oportunidad, no tanto informativa como de negocio y espectáculo para sus medios, nos encontramos con una variada gama de manifestaciones que en muchos casos son producto más del nerviosismo y la indignación de quienes las realizan que de la reflexión necesaria que debería plantearse. Porque trasladar que no se pueden hacer determinadas intervenciones por parte de las enfermeras por no existir un médico que las autorice, cuando dichas intervenciones de manera habitual y sistemática las realizan las enfermeras sin autorización alguna por parte de los médicos cuando están presentes en los servicios, es incorporar nuevos elementos de confusión y alterar una realidad en función del momento en que se produce. Exponer estados de miedo y estrés por no disponer de médicos, es tanto como asumir que no se tienen las competencias necesarias para afrontar situaciones de urgencia que no necesariamente tiene que pasar por la actuación o ejecución de intervenciones que no corresponden competencialmente, pero que deben ser afrontadas con profesionalidad para que la sensación que se traslade a la población que acude a los servicios no identifique una indefensión absoluta y una valoración negativa de las enfermeras que les atienden. No es válido, bajo ningún punto de vista, evadirse diciendo que no se es competente para tal o cual cosa, sino que se requiere una comunicación que, cuanto menos, trate de moderar las emociones y los sentimientos ante una situación que ellas/os si que no controlan ni entienden y que no puede quedar reducida a decir que no hay médicos. Posiblemente esto un/a juez/a no lo aceptase en caso de consecuencias negativas para la salud de quien reclama el servicio en un momento dado.
El colmo del disparate es la alternativa virtual que se propone y que, desde luego no puede ser en ningún caso, la solución al problema. Pero también en este punto llama la atención que nos rasguemos las vestiduras ante tal propuesta y, sin embargo, la consideremos como novedad y positiva cuando la oferta proviene y es vendida a bombo y platillo como tal por parte de las empresas privadas de la sanidad que, no olvidemos, están atendidas por profesionales de idénticas disciplinas a las que protestan por la alternativa planteada. Lo que no parece razonable es que para unos sea innovación a aplaudir y para otros sea una opción inaceptable.
Actuar, por otra parte, en un mal entendido y aplicado compañerismo adoptando una posición de complacencia y compasión, cuando ante cualquier situación en la que se plantea un mínimo desarrollo de la disciplina enfermera lo único que obtenemos son denuncias judiciales, falta de respeto y descalificaciones, no parece que sea lo más lógico, ni mucho menos lo más inteligente ni oportuno. Posicionarse ante el despropósito es entendible y demandable, hacer del despropósito un instrumento de solidaridad es desproporcionado e inapropiado.
Por último, aprovechar la coyuntura identificando que a río revuelto ganancia de pescadores y unirse desde AP a una huelga con el fin de que se de respuesta a reivindicaciones que no se corresponden con a situación inicial que genera la convocatoria, creo que es una mala estrategia que no contribuye a la solución del verdadero problema que no es otro que el del intento manifiesto de desmantelamiento de la sanidad pública.
Cuando nos vayamos a dar cuenta se estarán arbitrando medidas de choque con empresas privadas que den respuesta a las carencias que ellas/os mismas/os han provocado, pero que aparentemente la resolverán, lo que utilizarán para ponerse una medalla y dejar a los profesionales como los malos de la película.
Ante este panorama, desde luego, las enfermeras no tan solo no vamos a salir reforzadas, sino que seremos nuevamente identificadas como profesionales subsidiarias de los médicos sin los que no se puede hacer nada de manera autónoma y responsable. Permanecer en el discurso lastimero y victimista en lugar de actuar con determinación, decisión, valentía, compromiso y coherencia que no es lo mismo que ser temerarias e inconscientes, no ayuda ni a solucionar el problema para el que estamos siendo utilizadas ni a posicionarnos como profesionales competentes y resolutivas.
La Ayuda y el socorro no acudirá para rescatarnos. La solución, si la hay, depende de nosotras y de nuestros representantes si es que en algún momento deciden a actuar como tales. En cualquier caso, el cielo puede esperar.
[1] Escritor y predicador inglés famoso por su novela El progreso del peregrino. (Elstow, 28 de noviembre de 1628-Londres, 31 de agosto de 1688)
TELECUIDADOS
Del Dormilón a Blade Runner
Se ha vuelto terriblemente obvio que nuestra tecnología ha superado nuestra humanidad.
Albert Einstein [1]
Parece que va a resultar difícil desprenderse de la influencia de la pandemia. Entre otras muchas cosas nos ha dejado el debate abierto sobre la utilización de la tecnología en la atención directa a la salud de las personas.
En este debate, muchas veces artificial, interesado y oportunista, hay quienes se han apresurado a poner nombres que correlacionen de manera directa e inequívoca la utilización de la tecnología con una actividad profesional concreta y, por tanto, con la profesión o disciplina a la que supuestamente pertenece, o al menos esa parece la intención.
Telemedicina, telesalud, teleasistencia… son tan solo algunos de estos conceptos que emergen con fuerza y que, sobre todo, la empresa sanitaria privada se ha lanzado a publicitar de manera extensa y extensiva como si fuese la solución a todos los males posibles, como manera de captar clientes a través de mensajes velados en ocasiones pero también directos sobre la oportunidad que les ofrece ante la lentitud del sistema público y con ofertas más propias de grandes almacenes que de organizaciones de la salud.
La aparición de empresas sanitarias ha crecido de manera exponencial y la oferta que trasladan es cada vez más agresiva al tiempo que confusa. Sin duda se dirige a un sector de población muy concreto. Personas jóvenes o adultas mayores sanas que sepan utilizar las tecnologías y renuncien a la atención directa por motivos de falta de tiempo y de rentabilidad. El producto parece redondo. Todo parece poderse hacer desde un dispositivo electrónico. La población adulta mayor, no siempre familiarizada con la tecnología, con patologías crónicas y polimedicación en muchos casos, no es objeto de interés porque no suponen negocio. Para ellos ya está el sistema público.
El despliegue mediático de estas empresas lucrativas, no lo olvidemos, obedece a crear una nueva necesidad en las personas que requieren atención a través de la tecnología y sin necesidad de disponer de espacios ni horarios restringidos de acceso, lo que se traslada como la gran oferta de servicio. Por su parte algunas/os profesionales, responsables de esa atención, pueden planificar su actividad con absoluta libertad , lo que favorece compatibilizar su trabajo en un puesto de la sanidad pública, que en muchos casos tienen y no quieren perder, con esta nueva modalidad que enmascara su exclusividad. Curiosamente las/os mismas/os que protestan por tener que atender telefónica o virtualmente en su actividad pública, abrazan con denostado interés la realizada en las empresas privadas.
Pero la sanidad pública también se ha apuntado a la moda virtual propiciada por la pandemia y con el mantra de “ha venido para quedarse”, se incorpora la atención telefónica como supuesta y engañosa solución a los problemas de saturación que, por otra parte, no han sido analizados para tratar de identificar las causas que la producen y así establecer establecer soluciones que vayan más allá de una derivación telefónica que ni responde a las expectativas ni cubre las necesidades de la población. Lógicamente se genera aumento de la demanda insatisfecha, dependencia del sistema, disminución o ausencia de atención personalizada, ineficiencia… que enfrenta a profesionales y usuarios en un permanente cruce de acusaciones. Falta de responsabilidad, comodidad, falta de empatía… por parte de los usuarios hacia los profesionales o abuso de la demanda, falta de respeto, exigencia… por parte de los profesionales hacia los usuarios. De tal manera que la situación se torna muy tensa y con graves problemas de comunicación, lo que paradójicamente, parece querer solucionar esta modalidad tecnológica.
En este panorama de competencia por captar clientes por parte de la privada y de adaptarse a las tecnologías de la información por parte de la pública, las personas, las familias y la comunidad, asisten atónitas a esta realidad tecnológica que se les presenta y que no acaban de entender y en muchas ocasiones aceptar, al tener que renunciar obligatoriamente a una atención directa, cercana y humana que, al menos de momento, no ha sido capaz de asimilar la virtualidad.
En cualquier caso, esta aparente novedad de atención telemática ya fue desarrollada en su momento (1971) a través del denominado teléfono de la esperanza que realizaba intervención en crisis y promoción de la salud emocional a través de voluntarios que atendían las llamadas de personas con problemas emocionales muy diversos. Pero ni el contexto, ni el sistema de salud, ni los profesionales del momento, ni la organización de los servicios, ni tan siquiera la percepción y valoración que la sociedad tenía sobre los problemas que se atendían a través de este servicio, en aquel momento, eran ni tan siquiera parecidos a lo que sucede en la actualidad. Dicho servicio, por tanto, vino a sustituir las carencias que el sistema, que ni tan siquiera era tal sistema de salud, tenía. En la actualidad el Sistema de Salud, ahora sí, dispone de los dispositivos, las estructuras, los recursos y, sobre todo, las/os profesionales para atender dichas demandas a través de una atención directa, empática, cercana y humana. No hacerlo derivando dicha atención a una supuesta respuesta telemática es no tan solo un error sino una clara injusticia que, además, es claramente inequitativa y por tanto discriminatoria. Lo que conduce a tener unos servicios de salud para ricos y otros para pobres, lo que nos acerca al modelo de beneficencia existente durante el franquismo,
Todo este despliegue tecnológico revestido falsamente de una mayor eficacia, se alimenta con argumentos tan peregrinos como inexactos como la falta de profesionales, que tan solo obedece a cuestiones mercantilistas que acaban por beneficiar a los grandes oligopolios sanitarios y a debilitar de manera preocupante al sistema público que es incapaz de competir, tecnológica y publicitariamente, con ellos y pretende perpetuar la ausencia de ordenación profesional con una evidente y manifiesta falta de optimización de los recursos que, sin embargo, se traslada a la opinión pública como un problema de actitud de las/os profesionales, aumentando el grado de indignación y enfrentamiento que se ha instalado de manera casi permanente. De igual modo se intentan paliar carencias con una distribución torticera de competencias de unas disciplinas a otras sin planificación ni consenso.
Pero si la situación es preocupante y poco entendible con relación a lo hasta ahora planteado, hablar de una supuesta prestación de telecuidados ya nos sitúa en el ámbito de la distopía más novelesca o cinematográfica.
Es cierto que hasta la fecha se ha oído y manejado poco, fundamentalmente por parte de las empresas privadas, el término de telecuidados. Principalmente porque nunca han valorado, creído ni apoyado los cuidados como un producto de su oferta comercial. Deben entender que venden poco o no son atractivos para los clientes. A pesar de ello, sin embargo, en sus cortes publicitarios hablan de cuidados sin que, paradójicamente, nunca aparezca una enfermera, a no ser como reclamo visual y siempre en segundo plano.
Los cuidados profesionales enfermeros que requieren de tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, tienen difícil encaje en este tipo de atención virtual y por tanto resulta más fácil prescindir de ellos, desde esta perspectiva científica y humanista, que los sitúa al nivel de la dignidad humana para optar por una versión tecnológica de las enfermeras que encaja mucho mejor en esta opción de atención. Por otra parte, es la mejor manera de prescindir de un buen número de enfermeras tituladas, especialistas y competentes para ser sustituidas por otros perfiles profesionales más tecnológicos y económicos.
El racionalismo más agresivo se instala de nuevo como regulador de la atención haciendo creer que están en disposición de aportar soluciones técnicas a los problemas que aquejan a la población, aunque para ello se tenga que prescindir de la humanización, que nuevamente es utilizada de manera oportunista e interesada trasladando que hay que rehumanizar. Asumiendo implícitamente que se ha eliminado y generando una expectativa igualmente virtual de supuesta humanización.
Sin duda, la técnica forma parte de nuestra existencia, no sería razonable negarlo, pero la cuestión es saber qué hacer con ella con el fin de que no se instale de forma autocrática, exclusiva y excluyente como respuesta a las necesidades de salud.
Pero a pesar de lo difícil que resulta identificar esta suplantación técnica de los cuidados hay quienes se empeñan en hacernos creer que los telecuidados no tan solo existen, sino que, además, las empresas privadas los están promoviendo, impulsando e incluso valorando. Y siendo grave que esta afirmación se haga aún lo es más cuando quien la traslada es un supuesto representante de las enfermeras, lo que nos tiene que hacer pensar en qué concepto tendrán estas personas de lo que es y significan los cuidados profesionales enfermeros.
Mientras tanto, y nuevamente tengo que referirme a ello, la ministra de sanidad sigue manteniendo su sistemático y escandaloso silencio sobre la promesa que ella misma trasladó públicamente hace un año sobre el desarrollo de una Estrategia de Cuidados. Esto me hace sospechar si también ella habrá caído en la seducción tecnológica convenciéndole de la falta de interés y valor que pueda tener aquello en que ella mismo nos hizo creer. Sea como fuese, la realidad en este caso no virtual, es tozuda y demuestra la falta de voluntad política por valorizar los cuidados profesionales enfermeros y la ignorancia sobre lo que los mismos suponen y aportan. Una combinación tan peligrosa como dañina que afecta a la salud de las personas, las familias y la comunidad más allá de cómo lo haga sobre las enfermeras.
En 1973 Woody Allen nos regaló una deliciosa comedia que acercaba este contexto distópico con la película “El Dormilón”. En la misma un ciudadano era congelado y 200 años después descongelado encontrándose con una sociedad totalmente diferente a la que él conocía y en la que la tecnología y la virtualidad, aún por descubrir en aquel momento, sustituían aspectos tan humanos, emotivos y sensoriales como las relaciones sexuales que se realizaban con un orgasmotrón[2].
Años más tarde Ridley Scott, nos regaló una obra maestra cinematográfica con su película, Blade Runner, en la que, mediante bioingeniería, se fabricaban humanos artificiales denominados replicantes para la realización de determinados trabajos[3]
Replicantes que estaban diseñados para imitar a los humanos en todo menos sus emociones. Pero había una posibilidad de que desarrollaran emociones propias. Odio, amor, miedo, enojo, envidia. Así que tomaron precauciones dándoles cuatro años de vida para evitar las relaciones interpersonales duraderas.
Estos acercamientos a una realidad que cuando se presenta parece lejana e incluso imposible han demostrado que la misma siempre supera a la ficción. Es por ello que no saber qué hacer con la tecnología, o hacer un uso inadecuado e irresponsable de la misma con fines fundamentalmente mercantilistas, nos debe llevar a reflexionar serena, rigurosa y profundamente sobre la importancia de lo que supone dar respuestas en las que las emociones, los sentimientos, los valores… son relegados a un segundo plano o incluso a su eliminación por considerar que lo verdaderamente importante al final es el resultado eficaz y eficiente, aunque el mismo sea tan aséptico en la relación que si bien evita contagios emocionales también elimina la propia condición humana en una relación que precisa de algo más que una pantalla, una app, un Smart Phone o cualquier otro dispositivo tecnológico.
Situarnos en ese universo de post-realidad que ha venido en denominarse metaverso en el que nos comportamos como usuarios perpetuos y persistentes no siendo capaces de de distinguir la realidad física con la virtualidad digital. Realidad virtual y realidad aumentada convergen generando interacciones multisensoriales con entornos virtuales, objetos digitales y personas. Personas que, por qué no, pueden ser profesionales virtuales en una red interconectada de entornos inmersivos y sociales incorporados en plataformas multiusuario persistente.
Nuevamente lo que puede parecer un sueño, puede convertirse finalmente en una pesadilla que acabe por alienar no tan solo a las personas sino también sus intereses, sentimientos y emociones en una especie de juego en el que todo está programado y calculado en base a algoritmos que determinan las respuestas. Justamente algo que va en contra del más elemental planteamiento de los cuidados profesionales enfermeros en una interrelación personal en la que el afrontamiento integral, integrado e integrador de los componentes físico, mental, social y espiritual no puede ser abordado ni realizado por ninguna realidad virtual que elimine la presencia real, directa y concreta de la enfermera con las personas, las familias o la comunidad. Las variables de comportamiento, relación, emoción, miedo, resiliencia, resistencia… son tan amplias, variables y diversas que resulta de todo punto imposible ser procesadas tecnológicamente y las respuestas en las que la comunicación resulta imprescindible, tampoco.
Los cuidados son, sin duda, una realidad compleja, no lineal y en evolución que sin embargo no obedecen a parámetros tecnológicos y precisan de la presencia y la esencia enfermera.
No quiero decir que los cuidados tengan, por tanto, que ser ajenos a la tecnología. En absoluto. Pero lo que tengo meridianamente claro es que la tecnología no puede sustituir a los cuidados en los que la espiritualidad, la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida y el bienestar son irreemplazables si se quieren conservar los valores humanísticos que les son propios y otorgan a las enfermeras el rasgo cuidador que las identifica proporcionando ese bien intrínseco que tan solo ellas pueden ofrecer.
Caer en la trampa de la virtualidad como respuesta a todas las demandas y necesidades es dar la espalda a las verdades de la vida, ya que como se decía en la película Blade Runner, “alterar la evolución de un sistema orgánico es fatal” y se puede resumir en la frase final del replicante cuando relata lo vivido y expresa que “todos esos momentos se perderán… en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir».
No dejemos pues que los cuidados profesionales enfermeros se pierdan en el tiempo y resistamos a la muerte de nuestra esencia enfermera, porque no es momento de morir sino de liderar, dar vida propia y valor a los cuidados y a quienes los prestan con calidad y calidez, las enfermeras, aunque se ayuden de la tecnología, pero sin dejar que las sustituyan.
[1] Físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense. Se le considera el científico más importante, conocido y popular del siglo xx.
[2] El dormilón (Sleeper en inglés), película estadounidense de 1973. Comedia «temprana» de Woody Allen.
[3] Blade Runner (también conocida como El cazador implacable en algunos países de Hispanoamérica), película estadounidense neo-noir y de ciencia ficción dirigida por Ridley Scott, estrenada en 1982.