A todas/os las/os farmacéuticas/os que hacen de su profesión un servicio a la comunidad
Llueve sobre mojado. Así quisiera empezar mi reflexión semanal. Porque efectivamente cuando el imaginario suelo de la sanidad está mojado, si no se seca convenientemente o, cuanto menos, no se adoptan medidas por si vuelve a llover, se corre el riesgo de producir efectos indeseables que pueden ir, desde ensuciar otras superficies secas, a resbalar, con los resultados que dicho resbalón puede ocasionar a quien lo padece. Es decir, las precauciones necesarias para que la lluvia, buena en sí misma, no se convierta en un problema.
Pero, es que, además, ya se sabe que de aquellos polvos vinieron estos lodos. Si importante resulta secar las superficies mojadas, también lo es barrer el polvo de las mismas para evitar embarrados innecesarios en caso de precipitaciones, sobre todo si estas son imprevistas y cuantiosas como suele suceder.
En cualquiera de ambas situaciones es importante que las administraciones implicadas en la limpieza, mantenimiento, coordinación y regulación de las instalaciones y servicios que utiliza todo el mundo, no hagan dejación de sus funciones y sean diligentes en el mantenimiento y respeto de los mismos para evitar situaciones indeseables que, además, finalmente, pueden repercutir de manera directa en la población que las utiliza.
Pues bien, estos símiles refraneros permiten identificar algunas de las consecuencias que la desmesurada avaricia de algunas farmacias tienen con relación a los servicios que prestan y a los que quieren incorporar como nuevas ofertas mercantilistas en sus negocios.
Vienen de lejos las pretensiones de absorción de competencias gestionadas más como opas hostiles que como estrategias consensuadas de un mejor servicio a la comunidad.
Con el fin de maquillar, aparentar, simular… una disposición cuasi altruista y benefactora de los servicios que, no tan solo pretenden, sino que absorben de manera unilateral y, además, con pretendidos y falaces argumentos de razón, se presentan ante la sociedad y ante las administraciones como Farmacias Comunitarias.
Es cierto, no lo voy a negar, que son un recurso comunitario importante y muy necesario. No es menos cierto que son un servicio público trascendental. Pero esta realidad no puede ni debe confundirse con la estrategia de confusión que desarrollan, según la cual, se presentan como lo que no son. Porque estar en la comunidad lo que les otorga es la condición de recurso comunitario que puede y debe articularse con el resto de recursos comunitarios, muy especialmente con los de salud, para el desarrollo consensuado de estrategias que, finalmente, beneficien y den respuesta a las necesidades de las poblaciones donde se ubican. Pero es que, además, lo hacen con criterios, todo hay que decirlo, totalmente restrictivos y proteccionistas hacia sus intereses. Es decir, por una parte, quieren resaltar y poner en valor su condición de servicio público para justificar sus pretensiones expansionistas, mientras que, por otra, se cogen a un clavo ardiendo para defender la exclusividad de apertura y mantenimiento, incluso con privilegios de transmisión hereditaria, e impedir la libre competencia para que quien quiera pueda abrir oficinas nuevas.
Y es que ser un servicio público, no significa, en ningún caso, que sean recursos públicos en exclusividad. También los taxis son un servicio público y sin embargo tienen que convivir con la presencia de otras empresas que ofertan idénticos o similares servicios, aunque hayan tratado de impedirlo en una sociedad que, nos guste o no hace tiempo que abandonó los monopolios en un mercado de libre competencia. Lo que no es muy ético es que para unos aspectos se pretenda ser liberal y para otros proteccionista y exclusivo.
Los servicios que prestan, en cuanto a la dispensación y control de medicamentos, son esenciales y deben estar necesariamente coordinados con los servicios que se dan desde los centros de salud, los hospitales o cualquier otro recurso comunitario. Dicho lo cual, no debe confundirse con la pretensión de autodenominarse Farmacias Comunitarias porque no lo son, como tampoco los son los Geriátricos, los Centros de Día, los Centros de Jubilados, ni tan siquiera las escuelas, que, aun siendo públicas, son un recurso comunitario, pero no son ni se denominan Comunitarios.
La utilización de tal denominación tan solo o básicamente tiene intereses oportunistas de tipo empresarial y mercantil. Porque los servicios que están queriendo prestar a toda costa desde sus empresas no se ofertan de manera gratuita sino a un coste que debe asumir la ciudadanía directa o indirectamente a través de financiación pública y que, prestado en otros servicios como un Centro de Salud, son gratuitos.
Por otra parte, por mucho que quieran trasladar que cuidan, no lo hacen. Porque, es cierto, que los champús, cremas, lociones… que venden en sus empresas cuidan del cabello, de la piel, de las uñas…como últimamente se encargan de recordarnos machaconamente las cuñas publicitarias, pero lo hacen desde una perspectiva única y exclusivamente de marketing dado que ahora se ha puesto de moda el cuidado. Pero cuidar, trasciende a esta singular e interesada imagen cuidadora publicitaria. Cuidar profesionalmente lo hacen quienes han adquirido y tienen las competencias para hacerlo profesional y científicamente. Otra cosa bien diferente es que sus servicios puedan contribuir a mejorar los cuidados profesionales, por lo tanto, en este caso el orden de los factores altera sustancialmente el producto final, la salud.
La COVID 19, ha supuesto un punto de inflexión en la oferta de los diferentes servicios públicos y privados de cara a hacer frente a la pandemia. Pero aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid no es suficiente justificación como para estar reclamando también el realizar pruebas serológicas, PCR, e incluso en el colmo del “altruismo” como servicio público el ofertar su venta libre de dichos test, claro está, en sus oficinas. Además, de querer vacunar de la gripe con las vacunas que venderían y que posiblemente sea la puerta de entrada a futuras y similares acciones con otras vacunas. Un nuevo ejemplo de su capacidad fagocitaria ante todo aquello que identifican, puede suponer ingresos mayores a su cuenta de resultados. Por supuesto que nada que objetar a sus lícitos intereses empresariales, pero no a costa de las competencias de otros profesionales o de la usurpación de actividades públicas para convertirlas en privadas y rentistas.
Desde este planteamiento tan simplista como interesado no sería de extrañar que próximamente reclamen la venta exclusiva de fruta por ser fuente de vitaminas, que lo hagan igualmente con aire puro envasado por ser elemento esencial de salud, que asuman la prerrogativa de venta de juguetes por ser claves en el desarrollo de las/os niñas/os que contribuyen a su salud o que quieran la preferencia en el suministro de prendas deportivas por entender que son esenciales en la actividad física como hábito saludable, o hacer ecografías para acercar el servicio a la población al igual que ya hacen con el peso, la talla o la toma de TA a un módico precio en las que, ni tan siquiera interviene el/la farmacéutico/a o los/as auxiliares de farmacia en otros tiempos mancebos, al realizarlo una máquina que a modo de tragaperras se incorpora en el mobiliario habitual de las Farmacias. Al fin y al cabo, si venden cosmética, productos de higiene corporal, pañales, sonajeros… ¿por qué no han de poderlo hacer con todo lo demás?
Así pues, el otrora boticario que hacía fórmulas magistrales y vendía medicamentos desde una cercanía con la población a la que atendía y con la que se sentía identificada, se ha convertido en un empresario que trata de incorporar cada vez más servicios y ofertar más productos con el fin de acaparar mayor cuota de mercado. Transformación para la cual utilizan el gancho publicitario de Comunitario como utiliza en Corte Inglés el que sea primavera antes que en ningún otro sitio; que no se conduce realmente si no se hace en un BMW o que el lugar más feliz de la Tierra sea Disneyland. Finalmente, lo que importa es captar clientes, aunque para ello se genere una competencia artificial y desleal con servicios públicos y sus profesionales, tratando de desmerecer su oferta, trasladando que ellos lo harán mejor, aunque sea previo pago de algo que hasta entonces era gratuito.
Dicho todo lo cual, quien quiera entender que esta reflexión es un ataque sin fundamento y realizado tan solo desde una irracional manía hacia las/os profesionales farmacéuticas/os, estará tratando de ocultar la verdad. Mediante el discurso centrado en una permanente manía persecutoria contra lo que consideran derechos que se les conculcan o desde un victimismo artificial según el cual no se les deja ayudar a la comunidad que es lo que pretenden.
Nada más lejos de dichas suposiciones. Considero que tanto las farmacias como quienes las regentan son fundamentales y garantizan un adecuado y necesario equilibrio en aspectos importantísimos para la salud de las personas. Pero dicha garantía debe circunscribirse a su ámbito competencial y, en todo caso, a aquellos aspectos que previamente analizados, reflexionados, debatidos y consensuados con el resto de agentes de salud que intervienen en cualquier proceso de salud-enfermedad puedan ser incorporados como prestaciones que deben ser ofertadas como servicios públicos y gratuitos y evaluados en su conjunto con el resto de las prestaciones que desde cualquier servicio de salud se oferte en el ámbito del Sistema Nacional de Salud en el que se enmarcan y que es universal, accesible y gratuito. Desde ese planteamiento las Farmacias pueden considerarse como Farmacias Comunitarias. Pero a lo mejor o a lo peor, desde dicho planteamiento no les resulta interesante ni, sobre todo, rentable a sus intereses como empresa privada. Tentar, por otra parte, con cantos de sirena a determinadas sociedades científicas de la salud con colaboraciones puntuales que se concretan en folletos publicitarios con apariencia de informes de salud sobre determinados ámbitos, cuando lo único que buscan es captar clientes desde la falsa apariencia de unidad de acción no es ético y mucho menos estético.
Por todo lo dicho, las Farmacias deberán elegir entre querer ser un verdadero recurso comunitario que articula sus valiosas ofertas profesionales propias con las del resto de profesionales de la salud y la concurrencia de las administraciones para regular toda la oferta que se traslade a la comunidad o seguir con una tendencia hacia oficinas de farmacia con desaforado ánimo de lucro y tendencia al franquiciado mercantilista en el que desde hace un tiempo se incorporaron algunas con guerra de horarios incluida.
Lo que no se puede pretender es que se den por buenas las maniobras que, unilateralmente o con socios puntuales de interés, se llevan a cabo al margen de quienes sufren el expolio de competencias sin tan siquiera invitarles a que expresen su opinión al respecto y mientras las administraciones, o bien hacen la vista gorda, o se incorporan como socios interesados ante las presiones ejercidas por ellos o por las poderosas empresas con las que se relacionan, o por ambas.
Así pues, evitemos resbalones innecesarios y avenidas de lodo prevenibles. Todo será mucho más fácil, menos peligroso y más beneficioso para la comunidad, si realmente es para quien todos queremos centrar nuestros esfuerzos.
¿Farmacias Comunitarias? SI, pero cuando realmente su interés se centre en la comunidad y no en sus cajas registradoras.
Cuando hace tan solo unos meses se nos hablaba de manera reiterada de la nueva normalidad y la importancia que el confinamiento tenía para que lográsemos alcanzarla lo antes posible, no podíamos imaginar que dicha realidad ni va a ser nueva ni íbamos a alcanzarla tan pronto como pensábamos y deseábamos.
No va a ser nueva porque mucho antes de poder “estrenarla” ya es vieja, caduca, peligrosa e incierta, tal como la imaginábamos o, cuanto menos, la soñábamos. La pandemia ya se ha encargado de estropearnos, no tan solo el verano, sino el futuro inmediato que nadie sabe cuándo podremos alcanzarlo ni en qué condiciones lo haremos. Porque además del empeño que el, permítaseme, puñetero coronavirus pone en su labor de contagio y enfermedad, nosotros nos hemos encargado de convertirnos en sus más fieles, leales y eficaces aliados para que no tan solo no desaparezca sino para que permanezca durante mucho más tiempo del que somos capaces de prever, con las actitudes irracionales e insolidarias de una parte de la ciudadanía.
Esta y no otra es la realidad en la que nos encontramos y con la que, al menos de momento, debemos convivir. Y digo debemos convivir porque no puede ni debe hacernos sus esclavos. Una cosa es que tengamos que mantener, respetar y cumplir las medidas de seguridad que permitan protegernos de contagiar o ser contagiados y, otra bien diferente, que haga que nuestras vidas se conviertan en un proceso virtual permanente, excluyente, dependiente, silente… al que nos está abocando irremediablemente como si de una narración distópica se tratase.
Lo peor de todo es que hay quienes ven en este asunto una oportunidad de futuro y de confort, cuando realmente se trata de una despersonalización y un aislamiento que, desde mi punto de vista, va mucho más allá de lo que pueden y deben identificarse como medidas de protección y seguridad.
El teletrabajo parece que se ha convertido en la solución mágica contra el virus. Trabajo en casa, trabajo en un despacho aislado, trabajo por teléfono, por dispositivo móvil, por ordenador… que eliminan los besos, los abrazos, las miradas, los silencios incluso, al sustituirlos por despersonalizadas, distantes y mecánicas conversaciones virtuales en las que un micrófono y, todo lo más, una cámara, sirven de canales de comunicación que favorecen o, cuanto menos provocan, la pérdida de matices y, detalles fundamentales en la comunicación. Los bustos parlantes con fondos que forman parte de nuestra intimidad generan mosaicos en nuestras pantallas que se combinan con las interferencias de sonidos metálicos y entrecortados que se suman a las dificultades de comunicación.
Hasta los más mínimos detalles de comportamiento de la actividad diaria son modificados o anulados. Vestirse de una determinada manera, arreglarse, peinarse, incluso asearse… quedan relegados a un segundo plano al no ser “necesarios” para la convivencia, para la relación interpersonal. Con que lo que se vea sea aparente es suficiente. Las conversaciones, por mantener la denominación, son mecánicas, neutras, artificiales. Como si estuviesen enlatadas o guardadas al vacío. Y siempre contando con que la conexión sea buena, las interferencias escasas, la plataforma no sea jaqueada…
Consensos alcanzados por correo electrónico; mensajes vagos o excesivamente prolijos, pero con importantes problemas de interpretación que generan malos entendidos o confusiones; dificultades de retroalimentación, comunicados imprecisos… se agolpan en esta modalidad de trabajo para el que, por mucho que se quiera, no estábamos preparados aún. Hemos dado un salto en el tiempo de más de 5 años sin red, que ha hecho que la realidad virtual se convierta en una realidad mortal para una sociedad que en la normalidad que hemos dejado atrás ya era excesivamente individualista, competitiva, insolidaria…
Pero, como suele suceder con todos los aspectos de nuestras vidas, ni todo es igual para todos, ni todos respondemos igual, ante todo, ni todo sirve para todo.
En el ámbito de la salud esta realidad virtual está suponiendo un verdadero cambio en la comunicación, una evolución según algunos. Comunicación que resulta tan relevante como necesaria en la relación de las/os profesionales con las personas a las que atendemos. Pero, incluso en este sentido hay diferencias. Porque la técnica, la curación, incluso el diagnóstico y el tratamiento médico, parecen adaptarse con cierta naturalidad e incluso con satisfacción a esta virtualidad impersonal, distante, preventiva que ha marcado o hemos querido marcar como consecuencia de la pandemia y que, en ocasiones, da la impresión, que se haya convertido en la oportunidad que tanto se estaba esperando para poderla implementar. Resulta paradójico, cuando no surrealista, que se acuda al centro de salud y que te digan que tienes que llamar por teléfono para hablar con el médico, que está a pocos metros de la sala donde te encuentras, para contarle qué te ha pasado y que te diagnostique e indique tratamiento sin haberte visto ni tan siquiera virtualmente.
Pero esta virtualidad cuando se trata de afrontar problemas de salud que, fundamentalmente, lo que precisan son cuidados no funciona. La fibra óptica, la wifi, el rúter… lo que se quiera que alimenta y sostiene la virtualidad no son capaces de procesar con la calidad que requieren dicho afrontamiento. La comunicación directa, la escucha activa, la empatía, la retroalimentación, el gesto, los silencios, los sentimientos, las emociones… son eliminados por el “antivirus” de la virtualidad y transforma el afrontamiento en una respuesta estandarizada y sin la humanidad necesaria como componente indispensable de los cuidados profesionales enfermeros, rompiendo el equilibrio entre ciencia, técnica y humanidad.
La pandemia no tan solo nos ha aportado incertidumbre, miedo, sufrimiento, enfermedad, dolor… sino también, aislamiento, desconfianza, distancia física y emocional, insensibilidad, desigualdad, vulnerabilidad… que la realidad virtual no tan solo no es capaz de solucionar, sino que incluso contribuye a exacerbarlas.
No quiero, ni es mi intención, hacer un alegato en contra de las medidas de seguridad exigibles ni de la virtualidad como realidad que puede y debe contribuir a mantenerlas. Pero entre el negacionismo, que parte de la sociedad está abrazando como rechazable y peligrosa manera de liberación y la anulación sistemática de cualquier contacto, no ya físico, pero si emocional, existe un espacio en el que poder actuar permitiendo la comunicación humana y no tan solo mecánica.
Todo ello, además, en un contexto de cuidados como el que está generando la nueva realidad y al que las enfermeras no podemos responder tan solo desde esa virtualidad mortal para la prestación de nuestros cuidados profesionales.
Extrememos nuestra seguridad personal, facilitemos espacios de relación seguros, mantengamos y exijamos las medidas preventivas y hagamos que se incorporen como hábitos o conductas saludables, adecuemos la relación interpersonal a las citadas medidas… pero no anulemos sistemáticamente el contacto necesario para que nuestros cuidados profesionales permitan mantener o restablecer la salud de las personas, las familias y la comunidad. No dejemos que el COVID19 nos contagie de insensibilidad, de miedo irracional, de insolidaridad, de inequidad… Para ello no hay mejor vacuna que ser y sentirse enfermera. No se trata de ser temerarias, sino simplemente de adaptarnos a la situación como siempre hemos hecho. La virtualidad no puede ni podrá nunca sustituir nuestra aportación singular, nuestro bien intrínseco, los cuidados profesionales enfermeros.
La sociedad necesita y va a necesitar cada vez más de esos cuidados cercanos, y no por ello exentos de seguridad, humanos, científicos y técnicos que tan solo las enfermeras podemos aportar a una sociedad en la que, una parte muy importante de ella, y que posiblemente sea la que más cuidados precisa, no está familiarizada con la tecnología o ni tan siquiera tiene acceso a ella. No podemos ni debemos defraudar a quienes nos los reclaman. Si no lo hacemos nosotras como enfermeras posiblemente vengan otros y lo hagan. Y a partir de ese momento habremos perdido el control sobre lo que nos identifica y dignifica.
Utilicemos la realidad virtual como herramienta de apoyo y refuerzo, pero no nos dejemos deslumbrar por su aparente capacidad de sustituir lo que tan solo nosotras como enfermeras estamos en disposición de prestar.
Los cuidados no funcionan en base a un sistema binario que solo tiene dos opciones: on/off, verdad/mentira, bueno/malo… sin término medio, ni entienden de bits o de chips, ni pueden ser procesados a través de bases de datos por complejas que estas sean.
Es por ello que hacen falta más enfermeras. Porque la virtualidad no nos puede sustituir y porque vamos a ser determinantes en la construcción de una realidad que no puede basarse exclusivamente en la virtualidad impersonal y mecánica por muy avanzada que esta sea.
Se podrán hacer intervenciones quirúrgicas a miles de kilómetros de distancia, se podrán resolver las múltiples variables que plantea una patología para que se dé un diagnóstico o se aplique un tratamiento. Pero no se va a poder resolver a través de la virtualidad la singularidad de los cuidados profesionales enfermeros que precisará la persona intervenida o la diagnosticada virtualmente. No se podrá sustituir nunca la comunicación interpersonal que requiere el afrontamiento a un problema de salud. No se podrá eliminar la necesaria participación de las personas en sus procesos a través de una combinación de mensajes virtuales.
La virtualidad puede ser un activo de salud. Pero lo que nunca podrá ser es el único activo para la salud de las personas, las familias y la comunidad.
En nuestras manos y en nuestra voluntad está que sepamos combinar realidad virtual con realidad analógica para construir esa nueva realidad de la que tanto se habla. A la larga, esta situación puede devenir en la asunción de una idea equivocada: creer que porque el mundo sea virtual la realidad también lo es y que, por lo tanto, los cuidados enfermeros, lo sean de igual manera.
Pasado el atípico descanso estival que nos ha permitido la pandemia, recupero las entradas en el Blog con un tema candente y de gran actualidad como es el de la enfermera escolar.
No es mi intención crear controversia ni mucho menos enfrentamiento con esta reflexión. Pero si que considero importante trasladar mi opinión sobre un tema que me preocupa y ocupa desde hace mucho tiempo.
La Atención Primaria de Salud (APS) siempre ha tenido entre sus principios básicos, más allá de los vaivenes en su evolución, la atención integral. Dicha atención integral suponía atender a las personas, las familias y la comunidad desde de manera integral, integrada e integradora y para ello, entre otras cosas se desarrollaron las especialidades de Medicina y Enfermería Familiar y Comunitaria, tal y como su propio nombre indica.
Más allá de las cuestiones que determinaron incorporar pediatras en Atención Primaria y que supuso que los médicos de familia, como ellos mismos se denominan, fragmentasen la atención familiar en función de la edad de los miembros de las familias, las enfermeras, en los principios de la Atención Primaria, ofrecíamos dicha atención integral a las familias al atender tanto a población infantil como adulta, es decir a toda la unidad familiar. Lamentablemente la recurrente mimetización hacía los modelos médicos hizo que las enfermeras dividiesen también su trabajo y se rompiese dicha atención integral. Pero al contrario de lo que sucede con los médicos, las enfermeras comunitarias, tanto especialistas como no, eran y siguen siendo quienes atienden a toda la población, aunque en espacios diferentes y con asignación a los cupos de otros colectivos (pediatras o médicos) o lo que es lo mismo a la subsidiariedad. De ahí la famosa frase posesiva de “mi enfermera” utilizada tan habitualmente cuando se plantean modelos de integración de la atención que rompen dicho binomio que, por otra parte, no garantiza en absoluto una mayor calidad de la atención.
Así mismo, y tal como comentaba al principio, las derivas del modelo de APS han contribuido, de manera muy significativa, a que se diluyeran o incluso desaparecieran, determinadas acciones ligadas a la promoción de la salud fundamentalmente que hicieron que las intervenciones comunitarias pasasen a ser anecdóticas y ligadas, en la mayoría de las ocasiones al voluntarismo de quien las realizaba. Y entre dichas intervenciones estaban las que se llevaban en las escuelas.
La intervención enfermera en el ámbito escolar fue durante mucho tiempo una actividad regulada e integrada en las acciones que llevaban a cabo las enfermeras comunitarias en los centros escolares de manera coordinada con maestras/os, padres/madres y otros agentes de salud para dar respuesta a las necesidades que conjuntamente se identificaban. De hecho, en muchas zonas básicas cada colegio tenía una enfermera referente en el centro de salud de referencia con la que planificaba las acciones que iban dirigidas tanto a las/os niñas/s, como al colectivo docente o a las familias en función de las necesidades.
La progresiva medicalización, asistencialismo y hospitalcentrismo, de los que fue contagiándose la APS, condujeron a una asistencia cada vez más fragmentada, ligada a la enfermedad, reduccionista y alejada de la atención familiar y comunitaria.
Los traslados masivos y sin criterio de enfermeras de hospital a APS con el único objetivo, en muchos casos, que un hipotético descanso contribuyó al desmantelamiento de los equipos y al refugio en las consultas como si de nichos ecológicos se tratasen, lo que aún contribuyó mucho más al abandono de las intervenciones comunitarias y, con ellas, a la intervención en las escuelas.
Ante dicha situación emergieron propuestas que trataban, al menos teóricamente, de recuperar la atención en el ámbito escolar, pero con planteamientos totalmente alejados de los que se realizaban desde los centros de salud como parte de la atención integral. integrada e integradora que definía a la APS en general y a la atención enfermera en particular.
La enfermera escolar, existente en otros países con realidades completamente diferentes a las de nuestro contexto, se tomó como referencia para lanzar una ofensiva que, por una parte, se utilizó de manera muy rentable por quienes plantearon cursos e incluso másteres de enfermería escolar con ofertas de plazas ficticias, vendiendo la piel antes de cazar al oso. Por otra parte, algunos centros escolares privados vieron en esta figura la oportunidad ideal de marketing para ofrecer una imagen de mayor calidad que justificase los incrementos de las cuotas, pero que no han aportado evaluaciones que permitan justificar su existencia.
Así pues, se inició un debate en torno a la atención enfermera en la escuela que nunca debió existir y que ahora se ha potenciado con el oportunismo de la pandemia para reivindicar una figura que no cuenta ni con el consenso, ni el análisis de su oportunidad real, ni la forma en que se puede y debería incorporar y articular, ni la formación que debe tener. Esto en cuanto a las enfermeras se refiere. Pero es que hay que tener en cuenta que habría que contar también con la opinión de las/os maestras/os para saber cuál es su opinión al respecto, algo que se está obviando sistemáticamente.
Plantear la oportunidad de la enfermera escolar desde una perspectiva exclusivamente de creación de más puestos de trabajo, es un planteamiento no tan solo erróneo sino tramposo y de oportunismo que está siendo aprovechado por algunos partidos políticos con el único propósito de sacar rédito partidista.
Todo ello mientras las enfermeras especialistas en Enfermería Familiar y Comunitaria, que adquieren competencias específicas en este tema durante su periodo formativo, no pueden acceder como tales especialistas a los centros de salud donde podrían liderar estos programas. Aumentar las plazas de enfermeras comunitarias es lo que debería ser una prioridad para que, de este modo, pudiese darse respuesta a tales planteamientos con garantías y calidad.
Proponer la especialidad de Enfermería escolar es otro despropósito ya que actualmente existe la posibilidad de desarrollar áreas de competencia específica en las especialidades ya existentes y que, por tanto, podrían ser implementadas y desarrolladas como parte de la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria.
La especialización no siempre da mejores respuestas. Tal como decía Ortega y Gasset “Genios tontos que saben absolutamente todo acerca de la química de las enzimas, pero que, debido a esa formación, hace mucho tiempo han dejado de funcionar adecuadamente como personas”
La generación de figuras como la enfermera escolar sin ese necesario debate conducirá, como tantas otras veces, al enfrentamiento gratuito entre enfermeras y a la pérdida de oportunidades de liderazgo tanto en el sistema de salud como en la propia sociedad.
Desde mi punto de vista y de la experiencia acumulada en este sentido considero que no es necesaria la figura de la enfermera escolar tal como se plantea, al margen de la APS por las razones ya expuestas. En base a este planteamiento las maestras podrían sugerir la creación de la maestra sanitaria para integrarse en los centros de salud y hacerse cargo, entre otras, de desarrollar la Educación para la Salud. ¿Cómo reaccionaríamos las enfermeras?
La intersectorialidad cumple a la perfección con los requerimientos de necesidades que pueden responderse desde diferentes sectores sin necesidad de integrar, de manera permanente y artificial, profesionales de unos sectores en otros que lo único que pueden provocar son efectos de rechazo, recelos, dificultad en el desarrollo de competencias o problemas de coordinación entre el sector educativo y el de salud, por citar tan solo algunos.
Son muchos los ejemplos de programas de intervención enfermera escolar exitosos que, lamentablemente, han desaparecido fagocitados por el modelo medicalizado en el que se ha convertido la APS.
El Marco estratégico de Atención Primaria de Salud y Comunitaria (APSC) aprobado el pasado año, permite el desarrollo de un nuevo modelo que facilitará, de implementarse, el desarrollo de intervenciones comunitarias entre las que necesariamente estará la del ámbito escolar. Así mismo el actual Sistema Nacional de Salud en su conjunto va a requerir de cambios en profundidad que corrijan las claras deficiencias que la actual pandemia han dejado al descubierto.
No se trata de que las enfermeras comunitarias entendamos que es de nuestra exclusiva “propiedad” la intervención en las escuelas. Pero si que creemos que debe desarrollarse desde la APS y debemos ser nosotras quienes la lideremos y coordinemos lo que no excluye, sino todo lo contrario, la participación de enfermeras de otras especialidades como pediatría, salud mental, matronas, salud laboral, geriatría… que puntualmente y en función de las necesidades que se identifiquen y de las respuestas que haya que dar para cubrirlas participen en los programas planificados y consensuados entre todos los agentes de salud que participan (padres/madres, maestras/os, enfermeras, trabajadores sociales, médicos, profesionales de otros sectores…).
Sería deseable que todas las partes, enfermeras y no enfermeras, generásemos un debate serio, riguroso y alejado de premisas previas que tratasen de alcanzar el consenso que no tan solo de respuesta a las expectativas de las enfermeras -comunitarias, pediátricas o escolares-, sino de la población a atender en las escuelas que finalmente es lo que de verdad nos debería preocupar y ocupar.
Para Carlos Martínez Riera, genio del dibujo
y la caricatura, entre otras muchas cosas.
La ya mundialmente conocida como la “dama de la lámpara” nunca imaginó, posiblemente, que el instrumento que le sirviera para iluminar los escenarios de guerra en los que empezó a implantar las medidas que lograron salvar a centenares de soldados, fuese un símbolo de la Enfermería y de las enfermeras, convirtiéndose en la precursora de la enfermería profesional actual.
No deja de ser paradójico que en el año en el que se celebra el 200 aniversario del nacimiento de Florence Nhigtingale, reconocido por la OMS como el año de las enfermeras y matronas en el marco de la campaña Nursing Now, haya acontecido una de las situaciones de salud más complejas y dramáticas de los últimos siglos, la pandemia de la COVID 19. Virus que incorpora en su denominación el siglo del nacimiento de Florence Nigthingale, 19, y que ha puesto en vilo la salud pública de cuantos países está visitando, en la que se ha querido denominar, guerra del coronavirus, como si se quisiese asimilar a la guerra de Crimea en la que participó Florence Nigthingale. Casualidades históricas y similitudes simbólicas.
El caso es que, en tan señalada celebración, las enfermeras, nuevamente, han adquirido un protagonismo que, sin quererlo, las han identificado incluso como heroínas.
Dudo que Florence Nigthingale fuese consciente de la trascendencia de su intervención y sus decisiones entre los años 1853 y 1856, en los que duró la guerra de Crimea, lo mismo que ninguna de las miles de enfermeras que están trabajando actualmente contra los efectos del nefasto coronavirus, sean conscientes de la gran aportación que están teniendo sus cuidados.
Sin embargo, en ambos casos, los efectos de sus intervenciones resultan vitales para la salud de quienes fueron alcanzados, bien por las balas o la metralla de la contienda bélica o por el contagio del virus o la “metralla” de sus efectos colaterales, del que tan poco se conoce y tanto daño genera.
Todas las enfermeras nos las prometíamos felices por poder celebrar un reconocimiento internacional que permitiese poner en valor la aportación singular de los cuidados profesionales enfermeros. Sin embargo, como si de un maleficio se tratase, la pandemia no tan solo se encargó de generar dolor, sufrimiento y muerte allá donde llegaba, sino que malogró la celebración y con ella la visibilización de las enfermeras en su año, con lo que se pasó del Nursing Now al Nursing After.
Pero en ningún caso puede ser Nursing Never. Nada, ni tan siquiera el COVID-19, puede retener en la lámpara, que en su día utilizara Florence Nigthingale y que simbólicamente nos representa, al genio que ella despertó, logrando que el mismo le concediese los deseos que han permitido a la Enfermería ser lo que hoy día es. Deseos, por otra parte, que en ningún caso han sido concedidos de manera graciable y que han tenido que ser trabajados, mantenidos y mejorados, de manera incansable, por miles de enfermeras desde que la dama de la lámpara lograra liberar al genio que había en su interior.
Tras 200 años de aquella metafórica liberación, el recuerdo permanente de Florence Nigthingale, vuelve a frotar la lámpara de la Enfermería para que el genio despierte de un sueño que, en ocasiones, ha impedido un avance mayor y más rápido del que las enfermeras desearían.
Se trataba, además, de una puesta en escena en la que se pretendía presentar a la sociedad mundial a las enfermeras para que fuese consciente de la valiosa e imprescindible aportación que las mismas realizan en tan diferentes escenarios, ámbitos o contextos de todo el mundo, por eso el lema de Nursing Now.
Porque es ahora cuando en verdad todas las enfermeras debemos frotar, con ilusión y orgullo, “nuestra lámpara”, para que el genio, en esta ocasión en forma de campaña internacional, tras casi 200 años de letargo, salga de la lámpara y nos permita cumplir con los deseos que, de una u otra forma, por unas u otras razones, por unos u otros personajes, nos han sido negados durante más tiempo del que la actitud y la aportación enfermera merecían.
El genio, que nadie se lleve a engaño, realmente no es otra cosa que la voluntad y el espíritu de superación de tantas enfermeras como han contribuido a lo largo de todos estos años a conseguir que la Enfermería superase los obstáculos, avanzase científica y profesionalmente, lograse crecer disciplinarmente, generase conocimientos con los que construir la ciencia enfermera, se liberase de la subsidiariedad alcanzando autonomía propia, se empoderase en el ámbito de las ciencias de la salud y en los diversos contextos en los que actúa, configurase las competencias que permiten prestar cuidados profesionales… y todo ello a pesar de los constantes obstáculos, las resistencias generadas, los recelos infundados, las ilusiones truncadas, las presiones impuestas… que han impedido que el impulso dado por Florence Nigthingale mantuviese una aceleración continua, al tiempo que, resistencias generadas por las propias enfermeras, ralentizaban, cuando no paralizaban, el avance de la profesionalización por ella iniciada.
Al contrario de lo que sucede con Aladdín y el genio azul animado por la factoría Disney, Florence es una mujer y representa a un colectivo eminentemente femenino que genéricamente, además, se identifica como enfermeras. Esto, sin duda, también ha contribuido a que los poderes del figurado genio, no hayan surtido los efectos inmediatos que se supone deberían tener sus concesiones, tras ser liberado, gracias a las acciones de Florence Nigthingale que actuaron como cuando Aladdín frotaba la lámpara.
Pero sin duda la determinación de Florence Nigthingale pudo, en su momento, con la rigidez, la intransigencia y el machismo de una sociedad victoriana como la británica, imponiendo la razón y las evidencias científicas aportadas por esta mujer que, en su caso, aúna los personajes de Aladdín y de genio, al reunir, al mismo tiempo, el ímpetu, la energía y la ambición del primero y el poder de acción y la capacidad transformadora del segundo.
Así pues, y aunque ambas historias se fundamentan en la imaginación y tan solo tratan de representar sueños, ideales o metas muy diferentes entre sí a través de una analogía imposible, lo que trasciende de una de ellas, la de Florence Nigthingale, va mucho más allá de la ilusión y se sitúa en una realidad transformadora que contribuye a promocionar, mantener o restaurar la salud de las personas, las familias y la comunidad a través de los cuidados profesionales enfermeros y a facilitar su máximo nivel de autonomía.
No sabemos cuanto tiempo más permanecerá entre nosotros el COVID-19 como si del personaje de Jafar se tratase en su intento por hacerse con todo el poder, con la maldad y la mutación permanentes que a ambos les caracteriza, aunque en el caso del COVID-19 sus efectos trasciendan a la imaginación y se sitúan en el ámbito de la más cruel realidad.
Pero a pesar de todo o precisamente por todo lo que está sucediendo, de la lámpara de la dama debe emerger el genio de Nursing Now que logre que las enfermeras sean identificadas, respetadas y valoradas en su justa medida, como en su momento lo fue, a pesar de todos los inconvenientes y resistencias, Florence Nigthingale que, no tan solo ha sido capaz de que perdure viva su imagen y su aportación sino que ha logrado ser referente indiscutible del desarrollo científico profesional de la Enfermería y de la importancia que las enfermeras han alcanzado para la comunidad y su salud.
Las enfermeras de todo el mundo debemos frotar con decisión la lámpara que nos identifica para lograr que el genio que representa la voluntad transformadora enfermera permita dar respuesta a los deseos, no tan solo de las propias enfermeras, sino de toda la sociedad.
Ahora es el momento, el que se nos ha otorgado por méritos propios, pero que no podemos ni debemos desaprovechar pues, cuando nos vayamos a dar cuenta, el genio puede retornar a la lámpara y quedar preso por tiempo indeterminado sin que pueda concedernos los deseos que su liberación nos propiciaría.
Mimemos y respetemos la memoria de la dama y de la lámpara que nos identifica y seamos capaces de sacar al genio que representa la acción enfermera auténtica y rigurosa para lograr aquello que Florence Nigthingale inició y que nosotras tenemos la obligación de mantener y mejorar.
Y en este intento surgen apuestas y posicionamientos, tan valientes como sinceros, como los que protagonizó, el pasado día 16 de julio en el acto de homenaje a las víctimas de la pandemia, la enfermera Aroa López, actuando en representación de todas/os las/os profesionales que trabajaron durante los peores momentos de la pandemia en primera línea, exponiendo, cuando no entregando, sus vidas. Un ejemplo de coherencia, sensatez y madurez profesional, no exenta de sensibilidad y empatía, que representan, en sí mismo, la fuerza del genio Nursing Now y la mejor manera de visibilizar la verdadera y valiosa aportación enfermera, aunque a muchas/os les siga costando admitirla e incluso sigan generando activa resistencia para que se logre.
La pandemia nos ha obligado a introducir muchos cambios en nuestras vidas que, hasta ahora, no sospechábamos si quiera que fuéramos a asumir.
Entre ellos cabe destacar la irrupción, obligada por las circunstancias, de la virtualidad en nuestras relaciones personales, familiares y profesionales.
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A todas las enfermeras que con sus
cuidados contribuyen a la salud global
La pandemia que estamos sufriendo supone un problema de salud global ya que trasciende fronteras y está relacionado con la justicia social, dado que las respuestas que precisa van más allá de las consecuencias físicas que la misma ocasiona en las personas contagiadas, afectando al núcleo familiar y al entorno comunitario en el que están integradas y a ámbitos sociales, económicos, políticos… que sistemáticamente se contemplaban alejados de la salud, su promoción, mantenimiento o rehabilitación, por lo que la equidad, la ética y el respeto a los derechos humanos, adquieren una dimensión mucho mayor a la que, hasta la fecha, posiblemente, todos hayamos prestado la atención que merecen.
La globalización, percibida habitualmente, desde una perspectiva exclusivamente económica, ha adquirido, en esta pandemia, una visión mucho más amplia que requiere de la cooperación internacional y la abogacía de la salud y el desarrollo. Globalización que, hasta ahora, ha facilitado la interdependencia, pero que ha puesto al descubierto amenazas importantes para la salud global relacionadas íntimamente con la pobreza, las inequidades, la migración, la perspectiva de género, la enfermedad o el deterioro del medio ambiente, entre otros.
Pero la pandemia también ha sido capaz de dejar al descubierto el fallido modelo sanitario en el que se sustentan casi todos los sistemas de salud. Modelo asistencialista, medicalizado, biologicista, paternalista y hospitalcentrista que centra su atención casi exclusivamente en la enfermedad y obvia o presta una atención residual a dimensiones psicológicas, sociales o espirituales que influyen de manera determinante en la salud de las personas, las familias y las comunidades como ha quedado claramente al descubierto en esta pandemia.
La ausencia de una atención integral, integrada e integradora, alejada de la salud, la intersectorialidad y el trabajo transdisciplinar ha contribuido al colapso de muchos sistemas de salud internacionales que, sin embargo, siguen creyendo que el mismo tan solo se ha debido al efecto de la COVID-19, manteniendo las mismas políticas caducas y erráticas que hasta la fecha habían logrado mantener un inestable equilibrio de la salud en nuestras sociedades.
Así pues, la pandemia, como problema global debe hacer reflexionar a la comunidad internacional sobre las políticas de salud que se están llevando a cabo y que sostienen, alimentan o mantienen a los Sistemas de Salud de los diferentes países.
Insistir en combatir la pandemia tan solo desde la visión médico-epidemiológica que se está desarrollando a nivel internacional sería un claro error y un evidente fracaso. La salud global, precisa enfrentar la desigualdad social con una nueva conciencia global que integre a la ciudadanía de manera activa y real en la toma de decisiones, que favorezca la preservación supranacional de los derechos humanos y equilibre las relaciones de poder a través de las relaciones internacionales, la determinación social de la salud o los cambios institucionales para conseguir un efecto global que permita hacer frente a situaciones globales como la que estamos viviendo.
Pero dicha gobernanza global, sin duda, requiere de una apuesta decidida de los diferentes países para introducir los cambios necesarios en sus modelos sanitarios o, mejor dicho, sanitaristas.
A lo dicho hay que añadir que la pandemia ha evidenciado una contracción del presente favoreciendo una sociedad del riesgo en la que se ha producido una evidente desaparición de las barreras entre expertos y legos; drásticos cambios en los medios de comunicación de masas y en la organización social, favorecidos por la presencia de demasiada información y poco conocimiento; se constata, además, la necesidad de crear nuevas redes de confianza que restablezcan una información sólida y basada en conocimientos rigurosos y contrastados que modulen o venzan la modernidad líquida descrita por Zygmunt Bauman.
Pero, además de todo lo dicho, si algo ha dejado al descubierto la pandemia es el contexto de cuidados en el que vamos a tener que reformular nuestra convivencia. Y digo nuestra convivencia y no nuestra atención sanitaria. Porque la denominada nueva normalidad es otra forma de querer ocultar nuestra incapacidad de respuesta.
Desde mi punto de vista no se trata tanto de crear una nueva normalidad, sino de pensar qué es lo que entendemos por normalidad, cuando realmente lo que hemos estado haciendo es naturalizar situaciones, escenarios, contextos que hemos acabado por interiorizar que formaban parte de la normalidad. ¿Entendemos que es normalidad el ultraindividualismo, la competencia agresiva, el aislamiento, la falta de análisis y reflexión, el consumismo desmedido, la falta de respeto a las personas, al medio ambiente, a la cultura, la existencia de pobreza, la persistencia de poblaciones vulneradas que no vulnerables…? ¿Realmente es saludable esa normalidad? ¿Podemos aportar algo para lograr modificar los patrones de normalidad?
Sinceramente yo creo que sí. Hace falta que nos lo propongamos todas/os y no hagamos de ello un nuevo motivo de conflicto, confrontación o utilización interesada.
Sería por tanto importante que empezásemos a hablar desde esa perspectiva de analizar de qué situación partíamos, qué ha supuesto esta pandemia y qué podemos plantear, entre todas/os, para reformular unas sociedades que cuentan con activos de salud que requieren que sean identificarlos, ordenarlos, priorizarlos, articularlos y gestionarlos de la mejor manera posible para que aporten salud a la comunidad y su ciudadanía en entornos saludables.
Para ello necesitamos una salud global diversa, ecléctica y participativa que logre dar respuestas colectivas y globales que trasciendan a la enfermedad y se sitúen en la perspectiva de la salutogénesis. Una salud global en la que la especialización desmedida deje paso a una participación transversal de agentes de salud valiosísimos, más allá de las/os profesionales sanitarias/os, en la que como decía Ortega y Gasset “Genios tontos que saben absolutamente todo acerca de la química de las enzimas, pero que, debido a esa formación, hace mucho tiempo han dejado de funcionar adecuadamente como personas”. En la que las/os políticas/os se den cuenta de la importancia de lograr consensos que permitan incorporar la salud en todas las políticas, alejándose o abandonando la utilización interesada de la salud con fines alejados del bien común haciendo de la denominada Reconstrucción un intento de Reconquista política. En la que la ciudadanía identifique claramente la trascendencia de su participación activa en las políticas de salud como forma de construcción y preservación de la salud colectiva, abandonando su actitud pasiva y receptora exclusiva de órdenes médicas o sanitarias. En la que la promoción de la salud sea realmente un instrumento generador de salud y no genere efectos secundarios como la salud persecutoria que responsabiliza a la ciudadanía de todos los hábitos o conductas no saludables. En la que los medios de comunicación identifiquen que la información no puede ni debe utilizarse como elemento regulador de sus niveles de audiencia mediante una modulación interesada de la misma a través de interlocutores sin capacidad técnico-científica. En la que la investigación vaya más allá de la enfermedad y del positivismo cuantitativo para situarse en la salud y la investigación cualitativa que permite identificar la especificidad de las experiencias vitales. En la que la salud no sea utilizada como elemento de confrontación internacional sino como nexo de unión en la aportación de respuestas globales. En la que la salud deje de aparecer como una mercancía con la que hacer negocios lucrativos a costa de la salud pública y universal que precisa la ciudadanía.
Mención especial merecen las/os profesionales sanitarias/os que deben darse cuenta de que su aportación es fundamental, pero que se enriquece a través de la que pueden ofrecer desde muy diferentes sectores sociales y comunitarios y de la propia ciudadanía que son corresponsables de su salud y no tan solo sujetos pasivos de sus intervenciones paternalistas. Los cementerios están llenos de imprescindibles y, por tanto, debemos centrarnos en la importancia del aquí y ahora analizando, reflexionando, planificando, consensuando y compartiendo. Las/os profesionales de las diferentes disciplinas deben dejar de mirarse al ombligo y empezar a valorarse entre ellas como medio de alcanzar el necesario trabajo transdisciplinar que centre la atención en los objetivos comunes que como equipos tienen y no en los objetivos individuales, personales o colectivos, que como profesionales tienen, más allá de los legítimos derechos que les asisten, pero alejados del egocentrismo que en ocasiones practican y que suponen una clara merma de su potencial aportación que, en definitiva, es lo que las personas, las familias y la comunidad esperan y desean de todas/os ellas/os. Utilizar la situación generada por la COVID-19 como medio para lograr sus fines sería tanto como pasar, de una consideración no demandada y muchas veces no deseada de héroes/heroínas, a otra mucho menos deseada de villanas/os en la que finalmente, muchas veces, el cambio tan solo se nota en el color de las capas o de los antifaces utilizados. Iniciativas oportunistas, narcisistas y alejadas del interés común, tan solo lograrán el descrédito de los colectivos a quienes dicen representar erigiéndose en líderes tan espontáneos como inoportunos.
La pandemia ofrece, pues, un espacio de reflexión en el que el pensamiento crítico y la voluntad de acción compartida debería conducirnos a identificar claramente los entornos de cuidados que nos dejan y en los que resulta imprescindible generar cambios muy significativos por parte de todas/os para tratar de dar respuestas que vayan más allá de la necesaria y deseada fabricación de una vacuna o del seguimiento ordenado y disciplinado de medidas de higiene y prevención.
Estamos ante una oportunidad para establecer redes reales de intercambio de conocimientos, experiencias y evidencias que nos sitúen ante una salud global en la que cualquier aportación debe ser considerada como valiosa para la defensa de los derechos humanos en general y de la salud en particular, más allá de un eslogan o una promesa política electoral o electoralista.
Ahora más que nunca la cooperación, implicación, voluntad y responsabilidad internacionales adquieren la verdadera dimensión que la humanidad requiere en un proceso de globalización que facilite la interdependencia, respetando la autonomía que la singularidad, especificidad, idiosincrasia y cultura de cada pueblo, les otorga, como elementos de enriquecimiento y proximidad y no de empobrecimiento o disputa.
En este panorama, las enfermeras, más allá de cualquier planteamiento corporativista, estamos en disposición de ofrecer una grandísima aportación derivada del paradigma en el que nos situamos como profesionales de la salud y, siempre, desde una disposición permanente de interrelación con otras/os profesionales y agentes de salud. Pretender valoraciones o reconocimientos al margen de esta exigencia profesional, científica y social tan solo nos abocará a una situación de indefinición desde la que difícilmente encontremos espacios de crecimiento y desarrollo.
En la «nueva normalidad» empiezan a aparecer chivos expiatorios en quienes poder dirigir todas las miradas, e incluso las iras, de culpabilidad hacia los mismos, haciéndoles responsables de una situación preocupante y muy alejada de cualquier normalidad.
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