MIEDOS, POBLACIONES VULNERADAS Y EFECTOS COLATERALES.

A todos no ha pillado desprevenidos este ataque vírico. Quien diga lo contrario miente.

Nadie esperaba algo así, por mucho que nos estuviesen pasando un trailer desde China de lo que era la “película” que pronto llegaría a todos los países. Las imágenes impactaban, pero estaban lejos y no las contemplábamos como realidad. Hasta que la realidad sobrevino y nos pilló pensando que aún era todo ficción, a pesar de que el trailer ahora nos llegaba desde la cercana Italia, sin que esto nos generase tampoco máxima inquietud. Y comprobamos que la realidad siempre supera a la ficción, aunque nos resistamos permanentemente a creerlo.

Ante este sunami en forma de pandemia que arrasó e inundó, casi de golpe, nuestros ciclos vitales para retornarnos a una especie de claustro materno seguro y protegido como son nuestros hogares, en el que percibimos todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero desde una posición de autodefensa impuesta que asumimos, en gran medida, con resignación y también con alivio ante lo que sucede en el exterior.

Pero ni antes del sunami éramos unos inconscientes por mantener las costumbres, los ritos, las reuniones, las celebraciones o las reivindicaciones sin adoptar medidas especiales de protección, ni después con el estado de alerta somos unos exagerados por reducir a lo mínimo indispensable el contacto con el exterior. Simplemente no sabíamos la que se nos venía encima. Pero ni nosotros, ni nadie. Estábamos todos extremadamente seguros de nuestro poder de contención, protegidos por un Sistema de Salud excelente y unas/os profesionales extraordinarias/os, aún antes de convertirse en héroes.

Pero cuando la gigantesca ola en forma de pandemia llegó a nuestro país llevándose consigo la seguridad, la confianza, la tranquilidad, la despreocupación… y dejando a su paso una gran incertidumbre, empezamos a darnos cuenta de la magnitud del problema. Nunca antes, nadie, lo había hecho.

Pero ahora salen los falsos profetas, los adivinos, las pitonisas, los videntes… que alardean en sus profecías y augurios de lo que, según ellos, ya se veía venir. Pero no contentos con sus falsos vaticinios, ya que realmente se trata de simples alaracas y sermones culpabilizantes, se permiten el lujo de anunciar lo que nos espera como si de una plaga divina se tratase y señalan sin pudor a quienes identifican como únicos culpables de lo que está sucediendo y de lo que queda por suceder en un nuevo ejercicio adivinatorio. Siendo, en muchos casos los acusadores y predictores, quienes en anteriores épocas propiciaron la debilidad de un Sistema de Salud que aun considerándose excelente, estaba desnutrido y débil, por la pérdida progresiva de inversión a la que lo habían ido sometiendo y ahora se erigían en acusadores oportunistas.

Y con sus discursos tremendistas, alarmantes y sensacionalistas, perfectamente calculados y conscientemente utilizados, lo único que generan es miedo, incertidumbre, ansiedad y desconcierto, no solamente innecesarios, sino ciertamente inapropiados, aunque claramente buscados, obviando e ignorando las recomendaciones de científicos, expertos, eruditos, profesionales… que solicitan calma, reflexión y solidaridad para vencer los efectos de la pandemia.

Y ese miedo, poco a poco, va calando en una ciudadanía ejemplar que sigue, mayoritariamente, las recomendaciones y normas derivadas del estado de alerta, creando en ella dudas e incorporando reservas que se traducen en comportamientos ciertamente peligrosos y rechazables, a los que además contribuyen, como si de palmeros se tratasen, algunos medios de comunicación y, por supuesto, las redes sociales con su inmenso poder de difusión y de influencia en el comportamiento de sus millones de seguidores que, sin contrastar la información recibida, contribuyen masivamente a difundirlo de inmediato, ejerciendo el mismo efecto de congio del miedo, que el que provoca el coronavirus.

Y, poco a poco, empiezan a aparecer señales de estigmatización que nos llevan al aislamiento, superior claro está al que ya estamos obligados a cumplir, señalándolos como si de apestados se tratasen y ejerciendo medidas disuasorias particulares para evitar, por ejemplo, su circulación, a través de cuadrillas espontáneas de una falsa seguridad ciudadana, cuando realmente se trata de elementos incontrolados de violencia callejera aunque se ejerza desde los balcones.

Mientras tanto las/os héroes en que hemos erigido a las/os profesionales sanitarios, agotan sus fuerzas dando lo mejor de si a pesar de las carencias del excelente Sistema de Salud que nunca pudo prever una situación similar, por mucho que haya quienes se empeñen en decir, interesadamente, por ignorancia o por mala fe, lo contrario. Carencias difíciles de suplir ante los mecanismos defensivos de quienes prevén les pueda llegar próximamente el sunami y que justificaría la relajación incomprensible con la que se ha mostrado y se sigue mostrando una débil y dividida Unión Europea que aún no se ha recuperado del brexit británico, yendo en contra de uno de sus principios básicos de convivencia como es la solidaridad.

Pero volviendo al ámbito doméstico, parece como si este terrible sunami tuviese efectos devastadores en igual medida para toda la ciudadanía. Lo que no deja de ser una nueva distopía que debe ser despejada para identificar la realidad. Porque nada más lejos de ser cierto. En esta pandemia existen claras desigualdades y poblaciones vulneradas a las que afecta de manera muy desigual. Tanto la pandemia propiamente dicha, como por ejemplo a las personas de la 3ª edad y especialmente a las que están institucionalizadas en condiciones que hasta la fecha no hemos querido ver, como las consecuencias derivadas del estado de alarma y su consecuente aislamiento para familias que conviven en viviendas con claras deficiencias de habitabilidad y hacinamiento que se hacen particularmente graves con estas medidas que, al menos teóricamente, son de protección y contención. Lo que no sabemos a ciencia cierta es si nos estamos protegiendo del virus o de estas poblaciones, o ambas a la vez. Porque, además, al aislamiento familiar, hay que añadir el aislamiento colectivo que en estas poblaciones vulneradas de produce como efecto colateral de las medidas impuestas, al tener problemas de abastecimiento o de movilidad para el mismo.

Pero también están las personas con discapacidad y sus cuidadoras en las que, a su confinamiento habitual, hay que sumar el aislamiento sobrevenido como consecuencia de la pandemia, lo que provoca efectos muy desfavorables en una población ya de por sí muy vulnerada. Y las personas en soledad sin red social ni familiar que a su ya usual aislamiento se suma el que socialmente se ha decretado, dejándoles en condición de suma fragilidad.

Quienes tan solo cuentan con su trabajo y sus medios para lograr un salario, muchas veces precario, que ahora pierden como consecuencia de aquello que en teoría les protege, disfrazándose con la etiqueta de ERTE como si de una garantía de recuperación se tratase, cuando nadie descarta que cuando se supere la crisis sanitaria y nos invada la crisis económica que dejará como lodo el sunami, se perderá la R y acabará siendo un ERE, con todas las consecuencias que para la salud tiene dicha consecuencia o efecto colateral. Todo ello sin contar con la oportunidad que ofrece para algunos desalmados esta pandemia a la hora de aplicar aquello que, sin la misma, les resultaría más complicado llevar a cabo. Todo ello, además, por mucha vigilancia que se diga imponer para evitarlo, dada la gran habilidad para sortear los obstáculos, y que hemos venido en llamar picaresca. Pero ya se sabe que, a río revuelto, ganancia de pescadores, siendo los pescadores los habituales de siempre.

Por lo tanto y dado que la condición humana se caracteriza, entre muchos otros aspectos, por su vulnerabilidad. Y que cuidar es una respuesta a la fragilidad o vulnerabilidad de la persona, tal como dice Hans Jonas[1] en su obra El principio de responsabilidad, “la responsabilidad se puede definir como la obligación de cuidar de otro ser humano vulnerable”. Siendo la irresponsabilidad el olvido del otro, el desprecio de su persona. Así pues, las enfermeras, tenemos la inmensa responsabilidad de cuidar a estas personas, a estas familias y a estos colectivos que, sin duda, sufrirán los efectos de la pandemia, más allá de que hayan sido o no contagiados.

Pero no podemos olvidar tampoco a las/os profesionales de la salud que soportan los vaivenes de la incertidumbre científica, del desconcierto político de sus decisores, del enfrentamiento partidista de los políticos, de la insensatez oportunista de algunos medios de comunicación… y que acaban situándoles, paradójicamente, como una de las poblaciones de mayor riesgo, no tan solo del contagio sino de situaciones de estrés y ansiedad que ya han provocado algún suicidio, como en Italia, por ejemplo.

Profesionales que lamentablemente tendrán poco tiempo de recuperación, porque retiradas las aguas devastadoras del sunami, emergerán las miserias en forma de problemas de salud derivadas tanto por efecto del coronavirus directamente como por parte de las medidas protectoras que se instauraron para vencerle, como ya hemos descrito. Las UCI dejarán paso a la necesaria intervención individual, familiar y comunitaria para tratar de dar respuestas colectivas fundamentalmente en una Atención Primaria que ha sido ninguneada, menospreciada e ignorada en una crisis que se ha entendido tan solo en la clave hospitalaria en la que, lamentablemente, entona sistemáticamente nuestro Sistema Sanitario. Será tiempo de que la Atención Primaria y sus excelentes profesionales sepan y quieran incorporar una clave diferente que permita dar las mejores respuestas a la sociedad maltrecha y vulnerada que nos va a dejar el coronavirus y quienes se han empeñado en ayudarle con sus adivinaciones, mensajes o decisiones. Será tiempo de despejar el miedo para empezar a construir una nueva realidad más sostenible, saludable y solidaria.

Pero será tiempo también para que la Salud Pública deje de ser un simple y prescindible sector administrativo de la Sanidad y pase a convertirse en una Agencia de Salud Pública independiente y respetada, como voz autorizada en salud.

Al quitar las mascarillas quedará al descubierto la verdadera imagen de quienes pasarán de héroes designados a profesionales que es lo que siempre han sido y querido ser. Será tiempo, entonces sí, de reclamar lo que les corresponde de verdad más allá de los aplausos en los balcones. Su reconocimiento real, para que la excelencia del Sistema de Salud no recaiga tan solo en la excelencia de sus profesionales y su capacidad de respuesta incluso en condiciones desfavorables. Para que, por ejemplo, las enfermeras sean definitivamente reconocidas y reconocibles por la población, los medios de comunicación y los políticos como profesionales autónomos, responsables y con aportaciones específicas y únicas en la promoción, conservación y recuperación de la salud individual y colectiva.

[1] Jonas H. El principio de responsabilidad. Barcelona: Herder; 1995.

ESTUDIANTES DE ENFERMERÍA, CORONAVIRUS Y ÁNGELES DE LA GUARDA

La pandemia del coronavirus parece ya una realidad cotidiana. Se está empezando a naturalizar y esto siempre es un riesgo. Por una parte, por la relajación que puede provocar con la consiguiente bajada de brazos y la consecuente mayor exposición al contagio. Por otra, por la sensación de “normalidad” que se instala en muchas/os de nosotras/os ante el constante aumento de contagiados y muertos por el virus. A ello hay que añadir la incesante labor de muchas/os profesionales que pasa a considerarse parte de la rutina diaria del estado de alarma, a la que se incorpora, incluso, la salida sistemática para aplaudirles.

No se trata de que estemos mortificándonos diariamente con las consecuencias que, para nuestras vidas, como sociedad y como personas individuales, tiene. De eso ya se encargan, con mayor o menor fortuna, los medios de comunicación con sus magazines diarios sobre el coronavirus. Se trata, básicamente de dar el justo valor a lo que se está viviendo y cómo se está viviendo. Ni con la alarma ni el sensacionalismo inicial, ni con la relajación y la naturalización que poco a poco va instalándose en la mayoría de nosotros.

La falta de personal sanitario, por ejemplo, es una de las preocupaciones que está provocando esta crisis que, sin estar resuelta, ha pasado a no ser identificada como una preocupación por quienes desde el confinamiento forzoso acaban aislándose de una realidad que, en la mayoría de los casos, tan solo conocen a través de los medios o, lo que es peor, a través de las redes con la hemorragia permanente de las conocidas “fake news” a las que con tanta normalidad como preocupación, no tan solo se les da crédito sino que se colabora en su difusión, contribuyendo a la confusión y la generación de falsas creencias que incluso se posicionan en contra de las recomendaciones científicas

Así pues, para tratar de paliar la falta de personal sanitario en general y de enfermeras en particular se han regulado una serie de acuerdos o normas que posibilitan la contratación de estudiantes de 4º curso de enfermería como personal auxiliar.

Más allá de la oportunidad de la medida y de su aportación real a los problemas generados en los centros sanitarios, considero que la misma no ha sido convenientemente analizada y consensuada con las partes para llevarla a cabo, empezando por los representantes de las/os propias/os estudiantes que asisten con perplejidad a la subasta que de ellos se está realizando para su contratación.

Esa falta de análisis, desde mi punto de vista, es fundamental y su ausencia genera una serie de interrogantes que van más allá de la llamativa respuesta que su participación puede aportar, sin reparar en las consecuencias que la misma pueda generar en ellas/os mismas/os y en la atención que vayan a prestar.

Son muchas las voces que apoyan la medida por entender que como estudiantes de 4º a punto de ser graduadas/os están suficientemente preparadas/os para incorporarse de inmediato a esta contingencia como, de no existir, hubiesen hecho unos meses más tarde para suplir las vacaciones estivales. Esto en si mismo es una falacia por varias razones. Por una parte, no se puede comparar la incorporación a un escenario tan complejo como este al que harían cuando estuviesen graduadas/os. Es cierto que no se incorporarán como enfermeras, sino como personal auxiliar (al menos en teoría y contractualmente), lo que obliga, por una parte, a su supervisión por parte de las enfermeras con las que trabajarían, como si estudiantes en sus practicums se tratasen, y por otra a las dudas que plantea el que no vayan a paliar la verdadera falta de atención que genera la ausencia de enfermeras. Ello, además, puede generar un efecto búmeran, ya que superada la crisis puede identificarse por parte de algunos sectores interesados como que no es tanta la falta de enfermeras lo que hace falta sino de personal auxiliar, lo que repercutiría negativamente en la racionalización de las plantillas mediante el ajuste de ratios que tanto hace falta. Y de todo ello se desprende, además, que finalmente lo que se hace es contratar mano de obra barata para responder a una contingencia especial que, indudablemente, requiere de otras propuestas.

Pero es que además este argumento de, si pueden incorporarse en unos meses por qué no van a poderlo hacer ahora, es también, en sí mismo, una trampa. Considerar que una enfermera recién graduada está capacitada para pasar del aula a una unidad especial o un consultorio rural en el que está ella sola, es realmente una temeridad por mucho que se esté haciendo habitualmente. Y es una temeridad por tres razones fundamentales. La primera por la propia enfermera a la que se le somete a un riesgo tan innecesario como peligroso para su desarrollo profesional y que puede conllevar a graves consecuencias como ya ha sucedido en más de una ocasión sin que después nadie responda por ello, salvo, claro está, la propia enfermera. La segunda por la seguridad de las personas a las que se va a atender, por lo que se debe asegurar que quien lo vaya a hacer tenga las competencias y la experiencia suficiente para poder responder como se espera ante situaciones complejas, lo que debiera exigir que, al menos en diferentes puestos, enfermeras recién graduadas no ocuparan estos puestos. Finalmente, por la propia organización como garante de la calidad que deben prestar sus profesionales y que difícilmente puede asegurar con contrataciones de esta índole. Pero en un país en el que, por una parte, muchas de las denominadas carreras profesionales implantadas se basan en criterios exclusivamente de antigüedad y en el que la catalogación y definición de los diferentes puestos de trabajo no existen, da como resultado el que las enfermeras sigan siendo identificadas como profesionales todo terreno que lo mismo sirven para un roto que para un descosido, lo que finalmente acaba por ser un grave problema para el necesario y reclamado reconocimiento profesional. Por lo tanto, y en coherencia con lo dicho, considero que, si una enfermera recién titulada no debiera poder ser contratada para cualquier puesto, menos aún y aunque sea como personal auxiliar lo deben ser estudiantes por mucho que se entienda que su incorporación podría ser una experiencia única. Inventos con la gaseosa únicamente, por favor.

Argumentar que las/os directoras/es enfermeras/os tienen competencias de gestión suficientes para saber manejar esta situación y, por tanto, racionalizar este personal y cómo articularlo en los equipos, en teoría está muy bien, pero todas/os sabemos que esto, finalmente, no solo no es así sino que además escapa a su gestión dado que lo urgente impide dar respuesta a lo verdaderamente importante, y más aún en un escenario como en el que nos encontramos, sin entrar en otra serie de consideraciones que merecerían un comentario específico.

Pero, sin duda, esta es otra de esas situaciones que hemos acabado por naturalizar e incorporar a la normalidad de una rutina tan inconsistente como peligrosa.

Esta contratación, que ya se está llevando a cabo en algunas comunidades autónomas, además, se realiza cuando existen alternativas que aún no se han consumido o ni tan siquiera contemplado.

No deja de ser curioso que se autorice dicha contratación y que por otra parte se plantee la prolongación de la residencia de especialistas enfermeras en formación por un año más. Enfermeras tituladas y a falta de dos meses de ser especialistas, para las que no se contempla contratarlas como enfermeras sino que sigan como profesionales en formación, lo que obliga por una parte a que tengan que seguir tutorizadas con lo que ello reporta en estos momentos y que se pierda la posibilidad de contar con enfermeras de primer nivel, para ahorrarse un 35% de sueldo que es la diferencia entre su salario como residentes al de una enfermera titulada.

Resulta poco comprensible también el que se obvie literalmente la oferta realizada por muchas enfermeras tituladas en otros países con la excusa de que no tienen homologados sus títulos, cuando además su oferta es altruista y voluntaria.

Que, en estas circunstancias, además, se siga gestionando la contratación de enfermeras con los criterios de bolsas que no obedecen para nada a una situación como la que estamos atravesando y que conducen a situaciones tan surrealistas como sancionar a enfermeras por no aceptar un contrato por estar trabajando en residencias de la 3ª edad, también públicas, aunque dependientes de otra consejería, es otra de las razones de la sinrazón a la que estamos asistiendo.

A todo lo apuntado y sin entrar en cuestiones contractuales o de cobertura legal, hay que añadir el riesgo potencial de contagio al que se les somete a las/os estudiantes y a sus familiares y las consecuencias que podrían derivarse de ello.

Este planteamiento es, repito, muy personal y por tanto sujeto a un debate que más allá de círculos concretos informales no se ha llevado a cabo y por tanto entiendo que es totalmente cuestionable, pero no por ello menos necesario. Por tanto, es otro de los muchos temas que quedará en el debe que tendrá que saldarse una vez superada la crisis y, contando con que todo evolucione como suele hacerlo, es decir, sin sobresaltos excesivos a pesar de los riesgos que se asumen. Eso que el saber popular traduce como que todos tenemos un Ángel de la Guarda a nuestro lado. Porque de no haberlos, debiéramos ponernos a rezar para que apareciesen.

EL PODER DE LA PALABRA

Llevamos casi dos semanas de confinamiento y más de tres meses oyendo hablar del coronavirus y los estragos que ocasiona, desde que empezó en China y lo contemplábamos como un hecho aislado y exótico del gigante asiático.

Pero ni la distancia, ni las fronteras, ni la cultura, ni el idioma… fueron impedimento para que finalmente llegase a nuestro país para instalarse, tras hacerlo previamente en Italia. De nada sirvieron los antecedentes, los avisos, las precauciones anunciadas, las evidencias… para que sucediese y desencadenase una situación de miedo, incertidumbre y movilización social sin precedentes en nuestra historia, que acabó con la declaración del Estado de Alarma que nos mantiene confinados.

Al inicio de este estado excepcional todo parecía controlado y las voces, y con ellas las palabras que daban forma a los discursos, unitarios y contenidos, en un intento de evitar la desestabilización de una situación tan delicada en un contexto tan convulso y fragmentado políticamente hablando. Los políticos y los partidos a los que representan establecieron una tregua en su discurso descalificador y destructivo para unirse, aún con reservas, a las medidas adoptadas por el ejecutivo de coalición que tantos recelos y reservas genera entre la inmensa mayoría de fuerzas parlamentarias. Hasta las desestabilizadoras redes sociales parecieron contagiarse de cierta cordura y se dedicaron a la circulación de mensajes positivos. Incluso los medios de comunicación, tras unos inicios de alarmismo y sensacionalismo evidentes en busca de audiencias, lograron moderar sus análisis y dedicarse a informar de manera más objetiva y menos agresiva.

Pero el tiempo fue pasando y con él la aparición progresiva de los contagios, muertes, problemas de abastecimiento, deficientes medidas de protección, colapso del sistema sanitario, sanciones por incumplimiento del confinamiento y, por qué no decirlo el hastío que parecía generar tanto consenso, dieron paso a voces menos conciliadoras, menos contemporizadoras, menos permisivas, menos solidarias, para pasar a convertirse en voces cargadas de dobles intenciones, de acusaciones veladas o no, de reproches, de advertencias, de descalificaciones, de interpretaciones… que rompían el pacto no firmado de todos a una contra el único enemigo real que no es otro que el coronavirus.

Hay que destacar que la alerta inicial ante la crisis, hacía que los oradores, fuesen los que fuesen, tuviesen cuidado con lo que decían, expresaban y trasladaban a la opinión pública o a los medios de comunicación. Pero el cansancio, el estrés, la avalancha de datos, las interrogantes que se generaban, las demandas que se trasladaban… han ido mermando la atención y consecuentemente ha provocado que determinados mensajes se verbalicen sin el filtro de la depuración y la contención, provocando expresiones, que, sin ser adecuadas, no siempre son dichas con la intención con la que luego se decodifican, interpretan o simplemente se trasladan de manera capciosa e interesada.

Porque las palabras, como decía Von Schiller[1] …son siempre más audaces que los hechos” y esto lleva a que uno/a sea esclavo/a de las mismas y sea, por tanto, castigado como tal por su atrevimiento, descuido o mal intención, que de todo hay. Pero sin olvidar tampoco que la palabra es mitad de quien la pronuncia y/o escribe, mitad de quien la lee, escucha o traslada.

Y en situaciones en las que la vida de las personas afectadas, pero también de los profesionales que tienen que actuar en primera línea para restablecer su salud o de quienes tienen que tomar decisiones para gestionar los recursos y las acciones a desarrollar, los sentimientos y las emociones, muchas veces, distorsionan o, cuanto menos modulan, los mensajes emitidos y los canales para trasladarlos también actúan con una sensibilidad diferente en momentos en los que tenemos miedo de escuchar y que lo que escuchemos nos haga sentirnos amenazados o culpabilizados por lo que sintamos. Cuando lo que realmente pasa es que, como decía Goethe, “Los sentidos no engañan, engaña el juicio.” El juicio que se hace de lo que se traslada y no se clarifica. Y en estos momentos lo que verdaderamente menos falta hace es interpretar y lo que más se necesita es clarificar.

Porque los sentimientos son muy variables a la vez que pasajeros y surgen en nosotros con una espontaneidad extraordinaria. Los sentimientos no son ni buenos ni malos. Lo malo o lo negativo es el comportamiento que podemos tener como consecuencia de ciertos sentimientos, como culpabilidad, vergüenza, ansiedad, resignación… que surgen en nosotros como consecuencia de los mensajes trasladados y de la decodificación que de los mismos se hace.

Como decía Juan Donoso Cortés, “Lo importante no es escuchar lo que se dice, sino averiguar lo que se piensa”, para luego poder hablar y que seamos entendidos porque como decía Plutarco, “Para saber hablar es preciso saber escuchar”.

En las últimas horas se han sucedido toda una serie de manifestaciones desafortunadas, inapropiadas, incoherentes, inoportunas u oportunistas, interesadas, simplistas, engañosas, mal intencionadas, capciosas… en boca de muy diversos actores que deberían cuidar sus palabras. No porque tengan que maquillar u ocultar información, sino porque todo puede decirse de muy diferentes formas para que el mensaje trasladado llegue al receptor con la menor contaminación posible y contribuyan a que los sentimientos y emociones no se vean innecesariamente alterados.

Ciertamente no considero que ahora mismo sea el momento de analizar si las inversiones en sanidad han sido adecuadas o no, si los recortes han provocado tales o cuales consecuencias, si esto influye en las ratios de las/os profesionales, si la sanidad privada ha mermado la capacidad de respuesta de la sanidad pública… Y no porque no sean ciertos los datos, las causas, los efectos… sino porque todo esto antes de la crisis por la que estamos atravesando ya era una realidad de la que nadie parecía preocuparse y mucho menos sobre la que analizar, reflexionar o debatir. Los indicadores de inversión en sanidad, las ratios de enfermeras y médicos… de la OCDE que ahora mismo se están aireando no han sido publicados esta semana, ni este mes, ni tan siquiera este año. Son muchos los años en los que la OCDE lleva publicando estos datos al igual que organizaciones internacionales como la OMS corroboran con recomendaciones como el necesario e importante aumento de enfermeras en nuestro país, que, sin embargo, no ha sido objeto de atención por casi nadie.

Anunciar y/o denunciar estos datos en estos momentos no contribuye a nada más que el enfrentamiento, la incertidumbre, la alarma de la población… que los identifica como una amenaza ante la grave situación que estamos viviendo, pero que no van a permitir obtener soluciones inmediatas.

Claro que hay que poner sobre la mesa esta información. Pero tiempo hubo, que no se aprovechó y que se utilizó para trasladar las bonanzas de nuestro Sistema de Salud al margen de estas manifiestas deficiencias, y tiempo habrá para retomarlos con el objetivo compartido de revertirlos y lograr que el magnífica Sistema de Salud del que disponemos no sea tan solo gracias a la voluntad de sus magníficos pero insuficientes profesionales.

Si iniciamos esta necesaria revisión desde el enfrentamiento en una situación tan extrema lo único que lograremos será la inacción provocada por la lucha de intereses y de oportunismos.

Los políticos, por su parte, deberían recordar eso de lo que tanto presumen de que son servidores del pueblo, a la hora de dedicar sus esfuerzos a buscar soluciones y no a identificar problemas que, existiendo, los son de todos. Porque no estamos ante un escenario cualquiera, estamos ante uno, ciertamente, preocupante que requiere del sacrificio y la aportación de todas/os. Y, es que dime de que presumes y te diré quien eres, como tan magníficamente ejemplifica el refranero español.

Porque mientras se diluyen los apoyos, aumentan las diferencias, se alimentan las disputas, las necesidades siguen ahí. Las/os profesionales continúan desprotegidas/os, las personas desconcertadas y, lo que es peor, la pandemia desbocada.

Usemos todas/os las palabras para construir y no para destruir. Porque las palabras no son inocentes y están cargadas de intenciones que, ahora mismo, deben ser aparcadas y sustituidas por palabras de apoyo y de solidaridad, de las que, por cierto, tanto ejemplo está dando la sociedad a la que se dice servir.

 

[1] Von Schiller F. Psiccolomini, acto I, esc. 2ª. En: Goicoechea C. Diccionario de Citas. Madrid: Ed. Dossat; 2000:513.

 

ALZHEIMER SOCIAL y SALUD COMUNITARIA

Estamos inmersos de lleno en el día a día de este estado de alerta y letargo en el que nos ha sumido la pandemia del coronavirus. Y en ese letargo nuestra vidas adquieren nuevas velocidades, generan sentimientos y emociones diferentes, la realidad se observa de manera diferente o distante, las pequeñas cosas adquieren nuevas dimensiones, lo imprescindible se relativiza, el tiempo, siempre escaso y excusa para no hacer algo, de repente se alarga y parece que tenga más segundos, más minutos, más horas… que no siempre aprovechamos, la información queda reducida a la pandemia como si ya nada más sucediese o tuviese importancia, la enfermedad y la muerte adquieren una presencia que antes ignorábamos o cuanto menos ocultábamos, se descubren nuevas/os héroes antes oscurecidos por el destello fulgurante de las estrellas deportivas, artísticas o simplemente mediáticas, el individualismo deja paso a una solidaridad de balcón, los activos de salud que tanto nos cuesta identificar en nuestros entornos de repente son deseados y añorados, las rutinas tan denostadas durante la vida “en libertad” adquieren la condición de deseo, la sensación de aislamiento y de crisis nos lleva a recuperar amistades perdidas o familiares olvidados aunque sea a través de las redes … en definitiva nuestras vidas se sitúan en una dimensión, no deseada pero aceptada y que nos hace disfrutar de sensaciones que, aun existiendo, no éramos capaces de identificar.

No deja de ser paradójico que en un estado de crisis y enfermedad como el que estamos viviendo, la salud adquiera una mayor trascendencia. Pero, sobre todo, que la salud se perciba desde otra perspectiva diferente a la dicotómica salud – enfermedad con la que tan familiarizados nos han hecho estar al entender que era la única o casi exclusiva realidad posible. Y adquiere una dimensión diferente porque de manera casi automática, aunque forzada por la situación de aislamiento, hemos podido identificar nuevas formas de salud que se adaptan a la, reconocida pero poco aplicada, definición de salud que Jordi Gol hiciese en 1976 en la que decía que “La salud del hombre es aquella forma de vida que es autónoma, solidaria y satisfactoria”.

Sin duda el coronavirus nos está permitiendo valorar de manera muy clara la importancia de la autonomía como expresión de libertad y de capacidad de decisión individual y colectiva.

Pero también nos permite reflexionar sobre el egoísmo social que hemos ido alimentando y que nos ha llevado a un individualismo feroz tan solo sostenido por unas redes sociales que deforman y transforman la realidad para adaptarla de manera artificial a normas de marketing comercial en todos los ámbitos de la vida (belleza, moda, alimentación, ocio…), uniformando el concepto de normalidad y excluyendo a todo/a aquel/la que se aleje de dicho patrón de normalidad impuesto. De tal manera que descubrimos nuevas y estimulantes emociones al reconocer a las/os otras/os y valorar sus aportaciones, más allá de su aspecto físico, sus creencias, comportamientos, género… porque lo que realmente se valora es el trabajo compartido y el bien común que genera.

Por último y aunque pueda parecer contraproducente todas estas sensaciones y descubrimientos nos hacen percibir una satisfacción que va más allá de lo material o secundario, al darle valor a los detalles, a los gestos, a las vivencias, a las palabras… aunque hayamos tenido que dejar de abrazarnos o besarnos de manera casi automática y artificial más como norma social que como sentimiento de afecto. Así pues, los besos y abrazos adquieren de nuevo el sentido que nunca debieron perder y la reserva que los mismos deben tener para momentos y personas especiales.

El ser humano es, en sí mismo, resiliente y sabe sacar lo mejor de situaciones de crisis como la que estamos viviendo. Esta resiliencia, por tanto, debe ser el impulso vital que nos permita como sociedad recuperar la autonomía perdida, la solidaridad olvidada y la satisfacción deseada, porque será la mejor manera de generar salud y entornos saludables.

Pero, siempre hay algún, pero, ya que corremos el riesgo, una vez superada la crisis, de entrar en estado de Alzheimer social y olvidar los recuerdos inmediatos comentados, para recurrir a la memoria remota que nos haga recuperar las actitudes de dependencia, insolidaridad y confusión que durante tanto tiempo llevan marcando la vida de las personas y las comunidades.

Es por ello que resulta muy importante el hacer ejercicios diarios que nos permitan mantener la concentración y valorar tanto lo que hemos recuperado como lo que hemos perdido como efecto del aislamiento y que nos permita fijar la memoria episódica, que nos sirve para recordar los hechos que hemos vivido, tanto si son recientes como lejanos en el tiempo, con el fin de adaptarlos a una nueva realidad que surgirá, sin duda, tras esta pandemia.

Si realmente fuésemos capaces de hacer esto, nada volvería a ser como antes, porque no tan solo nuestra experiencia vital individual y colectiva nos permitiría reordenar nuestras prioridades, sino que muchas de las relaciones que hasta antes de la crisis identificábamos como normales, pasarían a ser cuestionadas, redefinidas y adaptadas a la nueva situación postpandemia. Y una de esas relaciones sería deseable que fuese la que se mantiene con el Sistema de Salud y sus profesionales.

Con relación al Sistema de Salud por la necesidad de valorar la importancia de contar con un Sistema de Salud Público fuerte y potente, aunque requiera de cambios sustanciales que le permitan centrar su atención en la salud comunitaria más que en la enfermedad como foco casi exclusivo de asistencia. Que el paternalismo que le ha caracterizado deje paso a la participación directa de la comunidad para entre todos contribuir a generar nuevos espacios salutogénicos y saludables.

Con los profesionales de la salud porque su condición de héroes finalizará posiblemente con la solución del problema y volverán de nuevo a ocupar su condición de mortales que, por otra parte, nunca perdieron. Y si bien es cierto que resulta lógica la pérdida de dicha condición, no es menos cierto que en más ocasiones de las deseadas dicha condición la han tenido que asumir ante los problemas estructurales, económicos o de pérdida de credibilidad que, bien las crisis o los cuestionamientos de eficiencia ante la voracidad de la sanidad privada, se han ido sucediendo, lo que ha provocado que tuviesen que trabajar en condiciones desfavorables y ante una creciente demanda insatisfecha, producto de la mala organización y no de su capacidad y responsabilidad profesional, sin que se les identificase entonces como héroes sino, lamentablemente, se hiciese como villanos.

Sería por tanto deseable que todas/os reconociésemos y valorásemos en su justa medida a las/s profesionales una vez abandonen las capas y trajes de héroes y se revistan con sus habituales uniformes que les confieren normalidad sin que les reste ni uno solo de sus poderes. Que quienes permanecían invisibles a los ojos de la sociedad se hagan visibles y se reconozca su aportación singular y a quienes estando siempre visibles se les valore también en su justa medida alejando falsos mitos y recuperando la necesaria valoración de todas/os ellas/os como equipos de salud que es desde donde, realmente, tienen fuerza y sentido.

De igual manera la recuperación de la libertad nos tiene que facilitar el reconocimiento a tantas y tantas personas que desde su condición de “simples obreras/os” del transporte, la limpieza, el abastecimiento, la seguridad… han aportado tanto y sin las/os cuales no hubiese sido posible la recuperación de dicha libertad.

Por último, hay que evitar las tentaciones de querer utilizar, una vez más, a todos estos profesionales, como elemento de recuperación de los gastos ocasionados a través de reducciones o congelaciones salariales que no tan solo no reconocerían el valor aportado, sino que sería un duro golpe a la credibilidad política de quienes han manejado esta crisis con la mejor voluntad y la total implicación, más allá de fallos que nunca pueden eliminarse en su totalidad. Es más, lo que se debe hacer, tal como se ha anunciado, es analizar el actual Sistema de Salud y plantearse una seria, rigurosa pero profunda transformación que le haga aún más fuerte, eficaz y eficiente. Y eso, nunca pasa por el racionamiento sino por la racionalización y la correcta y necesaria dimensión de los recursos y los profesionales que le dan sentido y valor.

Son muchas más las cuestiones que pueden analizarse, pero de momento valgan estas como ejercicio para no perder la memoria.

HÉROES DEL SILENCIO vs HÉROES MEDIÁTICOS

Cuando llevamos más de una semana de estado de alerta en el que los profesionales de la salud han sido identificados y reconocidos como héroes nacionales, con indudable merecimiento, dada su implicación y exhaustivo trabajo por promover, mantener o restaurar la salud de la población, empiezan a aparecer ciertos comandos independientes que juegan a héroes por su cuenta.

Los profesionales de la salud en ningún momento pretendieron cambiar sus uniformes o medidas de protección ante el coronavirus por una capa o traje especial que les otorgara poderes especiales. Su actitud de entrega inmediata y permanente estuvo y está ligada a su compromiso profesional con la salud y la vida y a ello se dedican con encomio y gran eficacia a pesar de las circunstancias, del cansancio y de la escasez de medios en muchos casos. Se trata por tanto de héroes del silencio. Silencio voluntario de su voz, de su imagen y de su aportación a pesar de lo cual la sociedad ha percibido el mensaje que sus cuidados transmiten y se lo reconoce diariamente con un aplauso colectivo de agradecimiento como forma de romper ese silencio desde el que trabajan, que no es otro que el silencio de la dedicación y la ausencia absoluta de protagonismo.

Pero siempre hay quien no se resiste a guardar ese silencio profesional y de atención a quienes lo necesitan, y deciden romperlo por su cuenta transmitiendo mensajes sin fundamento y al margen de los canales oficiales de información contrastada.

Se trata de los héroes mediáticos que quieren su minuto de gloria, romper el anonimato que impone el silencio y lanzar a las redes su mensaje particular, inconsistente, llamativo, sin rigor y con manifiesta voluntad de destacar por lo que se dice y no por lo que se hace.

Con sus mensajes tan solo trasladan falsas esperanzas o malos augurios, pero en ningún caso tranquilidad. Contribuyen a la confusión, a la incertidumbre, a la inseguridad, a la duda, al enfrentamiento… tan solo por lograr un espacio que les visibilice y les de una notoriedad artificial y esporádica, aunque con una importante difusión a través de las redes en las que sitúan sus alaracas mediáticas.

Su éxito es tan efímero e inconsistente como la verdad del mensaje transmitido. La evidencia y la verdad se anteponen a las miserias de quienes tratan a cualquier precio de escapar de un silencio que no comparten y que rompen aún a riego de poner en peligro el magnífico trabajo de la inmensa mayoría de héroes que lo siguen aplicando para dedicarse a lo que saben y puede, realmente, aportar seguridad, tranquilidad y salud.

Estos falsos héroes deberían plantearse seriamente el dedicarse a otros menesteres y dejar que quienes de verdad asumen y dedican su tiempo y su energía a trabajar por la salud comunitaria lo sigan haciendo con ese silencio desde el que se les reconoce como héroes.

La situación que estamos viviendo y sufriendo lo último que necesita es voceros, aunque tengan títulos. La voz no puede ni debe usarse arbitrariamente para confundir a una población que contribuye con su confinamiento y sus sacrificios a que pueda superarse con éxito y con los mínimos efectos colaterales.

Hacer un uso interesado y manipulado de la información es aliarse con el virus en su recorrido infeccioso. No tan solo existe el contagio de la carga vírica. El contagio de la mentira y la manipulación informativa es tan grave, sino más, como el primero, porque afecta a más personas y lo hace en muchas que no están suficientemente inmunizadas y por el contrario están totalmente expuestas a la difusión mediática de quien utiliza las redes como elemento de notoriedad personal.

Tan solo queremos héroes del silencio. Son a los únicos a los que van dirigidos los aplausos y el reconocimiento unánime. Los héroes mediáticos merecen tan solo la desconexión y la más enérgica repulsa. No hay mayor desprecio que no demostrar aprecio.

Gracias de nuevo a tantas y tantos profesionales que desde el silencio nos permiten oír, ver, sentir la importancia de los cuidados que prestan en todo momento. Gracias héroes del silencio.

DE LA GUERRA DE CRIMEA A LA GUERRA DEL CORONAVIRUS

         Hace más de 150 años en la guerra de Crimea (1853-1856), una enfermera, Florence Nightingale, se atrevió a contradecir las normas médicas castrenses al poner en marcha medidas que lograron salvar la vida de muchos soldados que de otra manera hubieran muerto no ya por las heridas de guerra sino por las condiciones higiénicas en las que estaban hacinados en los hospitales de campaña de la época.

Tan solo su empeño y los firmes argumentos científicos que sustentaban sus propuestas lograron vencer la resistencia de un sistema médico y castrense que se negaba a dejar que una enfermera cambiase lo que venía siendo costumbre y norma. El resto ya se conoce y reconoce mundialmente y de hecho en este año que se cumplen los 200 años de su nacimiento se conmemora con la campaña Nursing Now como año de las enfermeras y las matronas.

No deja de resultar, ciertamente paradójico, que esta conmemoración haya coincidido con un hecho que está convulsionando al mundo entero como es la pandemia del COVID-19. Lo que si que es cierto es que las enfermeras, como el resto de profesionales de la salud, están dando lo mejor de sí, lo que viene a demostrar la importancia de contar con enfermeras altamente cualificadas como las que tenemos en España.

Esta crisis sobrevenida y sorpresiva ha descolocado a muchos políticos, gestores, profesionales y ciudadanía en general, por desconocida y por estar firmemente convencidos de que a nosotros no nos tocaría con la virulencia con la que estaba actuando en otros países, inicialmente lejanos, pero posteriormente muy próximos.

Cuando el virus traspasó las imaginarias fronteras, que posteriormente obligó a restaurar para cerrarlas, la reacción fue la de argumentar que teníamos uno de los mejores sistemas de salud del mundo y que eso nos iba a posibilitar hacer frente con garantías y menos riesgos a tan temible virus.

Pero la realidad es tozuda y la réplica de lo sucedido en otros países no se hizo esperar, con la consiguiente incertidumbre y la puesta en marcha de un estado de alarma que nunca antes se había instaurado en la forma que se ha hecho esta (nada comparable a la que se estableció como consecuencia de la huelga de controladores en diciembre de 2010, por razones obvias).

No seré yo quien utilice esta entrada para criticar un Sistema de Salud como el nuestro valorado como excelente a nivel internacional. Sin embargo, esta valoración no impide ver una realidad como que el Sistema de Salud español, como el de la inmensa mayoría de los países, es un sistema altamente medicalizado, biologicista, tecnológico, asistencialista y hospitalcentrista, que permite dar respuestas óptimas en situaciones de “normalidad” pero que queda en evidencia cuando esa “normalidad” se rompe. Sin llegar al extremo de la pandemia actual, tenemos ejemplos palmarios como los de la cronicidad a la que nuestro magnífico sistema de salud no ha sabido dar respuesta por razones íntimamente ligadas a las características del mismo ya comentadas, con lo que el problema lejos de resolverse cada vez se hace más evidente y genera efectos colaterales muy graves que no tan solo afectan a la salud sino a la economía, las estructuras familiares, el empleo, la convivencia. Y, no es que no existan alternativas al afrontamiento de estos problemas, es que no se quieren contemplar por intereses que escapan al sentido común y que están directamente relacionados con el poder corporativo y económico de determinados lobbies que tienen una clara influencia en las decisiones que determinan finalmente las políticas de salud.

La estructura hospitalaria actual, por ejemplo, se estableció como consecuencia de la colonización médica de los hospitales como centro de conocimiento e investigación, a finales del siglo XVIII, principios del XIV, cuando se departamentalizaron en aparatos, órganos y sistemas o patologías (digestivo, traumatología, oftalmología, respiratoria, cardiología…) en lugar de por complejidad de cuidados como estaban organizados hasta entonces, siguiendo un planteamiento lógico como instituciones de cuidados, en las que su presencia era puntual y no permanente.

Esa estructura no tan solo ha permanecido hasta nuestros días, sino que se ha visto claramente fortalecida generando reinos de taifas dentro de los propios hospitales altamente jerarquizados y con normas castrenses sin fundamento alguno, más allá del control que sobre la institución se quiere ejercer por una parte de los profesionales.

Mientras la situación de salud comunitaria se entiende controlada bajo estos parámetros, el sistema responde con eficacia, aunque no siempre con la eficiencia deseada, a los procesos controlables y que se clasifican igualmente por patologías, lo que nos conduce a tener diabéticos, hipertensos, obesos, discapacitados, crónicos… que incorporar a la estructura establecida.

La irrupción del coronavirus, además de un contratiempo sin precedentes en la vida de todo un país, está suponiendo un claro examen a la excelencia del Sistema de Salud del que se quiere dejar permanente constancia en todas y cada una de las comparecencias de los responsables políticos.

Otra cuestión bien diferente son las/os profesionales que trabajan en este Sistema. Ellas/os están por encima de la estructura y del propio sistema porque su preparación y su actitud son una garantía de atención y cuidados. Pero dicha garantía se circunscribe a una estructura que se está demostrando claramente mejorable o, cuanto menos, necesariamente mejor gestionada.

La pandemia está dejando al descubierto otra de las carencias que el Sistema de Salud viene soportando como es la debilidad de una Atención Primaria contagiada de la medicalización, biologicismo, asistencialismo, tecnología y hospitalcentrismo comentados anteriormente y que la han convertido en una estructura subsidiaria de los hospitales, anulando o debilitando claramente aspectos fundamentales de la misma como la promoción de la salud, la prevención, la participación comunitaria…

Es por ello que la Atención Primaria está totalmente infrautilizada e ineficaz e ineficientemente gestionada como ámbito de atención al haberse convertido en un reducto de enfermedad en lugar de un recurso de salud.

Pero más allá de este precipitado análisis quisiera destacar la importancia que la Atención Primaria podría tener en el afrontamiento de una crisis que ha sido medicalizada y que también requiere intervenciones comunitarias que están siendo obviadas a pesar de que haya profesionales y sociedades científicas como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) que vienen insistiendo en la necesidad de aplicarlas.

Una vez más, el sistema de salud, ha dado la espalda a la ciudadanía excluyéndola sistemáticamente de la posibilidad de participar en el abordaje de esta crisis a través de su aportación coordinada con la de las/os profesionales con el fin de articular las mejores respuestas y acceder de manera eficaz a los recursos disponibles. Recursos, por otra parte, que se siguen focalizando casi exclusivamente en los del sector salud, lo que elimina, de entrada, a múltiples infraestructuras y recursos que podrían dar respuestas más rápidas y económicamente sostenibles que, por ejemplo, construir hospitales de campaña cuando se dispone de hoteles vacíos.

No creo que sea el momento, de todas maneras, de detallar las propuestas o las carencias dado que se han trasladado a los organismos pertinentes y responsables en repetidas ocasiones y no se pretende, por otra parte, confrontar y criticar lo que se está haciendo, seguro, con la mejor de las voluntades. Pero sin duda, una vez se supere esta crisis deberíamos todas/os reflexionar sobre el Sistema de Salud del que presumimos, porque estoy convencido de que podríamos presumir mucho más si somos capaces de romper las estructuras actuales como en su día hizo Florence Nightingale en la guerra de Crimea. En la actual guerra del Coronavirus debemos ser valientes y pensar que otras respuestas son posibles, aunque vayan en contra de las estructuras y normas preestablecidas y aparentemente inalterables.

No es fácil que surja una nueva Florence Nightingale, pero si que es posible y deseable que podamos aprender de una situación tan compleja y difícil para mejorar y hacerlo, además, sin recurrir a la acusación por lo realizado, sino a través del análisis reflexivo, el pensamiento crítico, la serenidad y las evidencias que nos permitan llegar a consensos de manera colectiva y no por imperativa de nada ni de nadie.

Como ya dijera Florence Nightingale “Lo importante no es lo que nos hace el destino, si no lo que nosotros hacemos con él.

DE HÉROES Y VILLANOS

           Para Encarni

Nadie imaginaba que la situación que estamos viviendo se fuese a producir. Ni los más pesimistas o catastrofistas pensaron nunca un escenario como el que se ha configurado en tan poco tiempo. Casi no nos ha dado tiempo ni a reaccionar.

La mayor parte de la ciudadanía ha tenido que quedarse en sus casas por imperativo legal. Confinados, recluidos, resguardados, para tratar de esquivar al virus del que todos hablan y del que tan pocos saben.

Y en esa recuperación del espacio familiar que tan poco disfrutamos habitualmente nos damos cuenta de que hay otras muchas cosas que se pueden hacer. Leer, escuchar música, dialogar, explorar nuevas experiencias de ocio, estudiar, aprender e incluso pensar. Sin embargo, las redes acaparan la mayor parte de la atención con sus noticias, sus bulos, sus mentiras, sus verdades a medias, sus chistes no siempre de buen gusto, sus peticiones, sus fraudes y sus engaños y, una vez más, nos dejamos arrastrar o absorber por esa realidad líquida de la que hablaba Bauman, desaprovechando una ocasión más para salir de la alienación en la que estamos incorporados.

Siempre nos quejamos de que no tenemos tiempo, y resulta que cuando nos dan tiempo por decreto no sabemos qué hacer con él, hasta el punto que nos quejamos por aburrirnos. Lo que demuestra que la falta de tiempo, la mayor parte del tiempo, es tan solo una mala gestión del tiempo o, en su defecto, una muy mala escusa para no hacer aquello que no nos apetece hacer y que muchas veces es lo que tendríamos que hacer. Una nueva consecuencia del maldito virus, dejarnos en evidencia.

Pero al margen del aislamiento y sus consecuencias, en ese exterior que nos han obligado a abandonar, se vive una realidad que difiere mucho de la que dejamos cuando entramos a nuestras casas para no salir.

Más allá del silencio de unas calles semi desiertas, comercios cerrados, semáforos inútiles, aulas vacías, parques inertes, juzgados paralizados, paseos vigilados, supermercados que parecen hospitales y un silencio que duele por extraño y por conocer su razón, existe un hervor de actividad concentrada en los centros sanitarios que genera un torbellino de sentimientos y emociones que nos atrae en idéntica medida que nos repele.

Porque es precisamente en esos centros donde se concentran los que ahora denominamos héroes, combatiendo contra un gigante de 200 nm (nanómetros) que no se ve, ni se huele, ni se oye, ni se toca, ni tan siquiera sabe a nada, pero que ha logrado atemorizarnos y cambiar nuestras vidas.

Centros que se han convertido en castillos desde los que las/os profesionales sanitarios tratan de defender a la población de los ataques masivos del coronavirus exponiéndose ellas/os mismas/os a ser atacados y contagiados.

Sin embargo, parece, como sucede casi siempre, que sean tan solo los hospitales los que se colapsen, los que se identifiquen como receptores de pacientes y por tanto de peligro, los que necesiten y carezcan de materiales de protección, los que concentren a los héroes. Los centros de salud, que lamentablemente han tenido que renunciar a su denominación para aceptar tan solo enfermedad, pareciera como si no existieran, como si a ellos no acudiese la población atemorizada, inquieta, nerviosa ante lo desconocido, como si en ellos no hubiera héroes, como si no se precisase de medidas protectoras. Una vez más la Atención Primaria es la gran olvidada del sistema, de la población y de los medios de comunicación que los ignoran, como si no existiesen. Mientras tanto las/os profesionales que trabajan en ellos permanecen ocultos, invisibles, como héroes menores o incluso como mortales sin capa ni poderes especiales como los de los hospitales.

Efectivamente los centros de salud no disponen de camas, ni de respiradores, ni de ucis, pero están expuestos al ir y venir de personas que acuden a preguntar, a consultar, a averiguar, a comunicar su angustia y su sospecha. Y el centro de salud se convierte en un flujo permanente de virus que acompañan a sus angustiados portadores. Y es en los centros de salud donde se debe determinar si un paciente es aislado, hospitalizado o tan solo observado, sin que existan pruebas, ni certezas para ello, tan solo la sospecha. Sin que existan tampoco las protecciones necesarias porque existe lógica prioridad de los hospitales, pero que, sin embargo, resulta muy poco lógica su ausencia. Centros en los que existen domicilios a los que hay que acudir a controlar, a atender demandas y necesidades, a tranquilizar, a educar… en espacios desconocidos, desprotegidos y ajenos que resultan peligrosos para estas/os héroes invisibles.

Pero tampoco olvidemos las Residencias de la 3ª edad en las que el personal sanitario, básicamente enfermeras y auxiliares de enfermería, se enfrentan a una situación de aislamiento y atención caótica, en condiciones de trabajo deplorables que se ven aumentadas con esta crisis, sin que nadie se acuerde de que también ellas son héroes.

Hasta en la peor de las situaciones existen o se mantienen las diferencias, se acentúan las desigualdades, se hacen patentes las distancias entre los denominados niveles de atención. Y ese es el problema, que ya en su propia definición se establecen diferencias de atura, categoría o rango que es como define la RAE nivel. Y esta desigualdad, sin pretenderlo, deja patente también héroes de diferente nivel.

No se trata de un ranking de heroicidad, ni tan siquiera de peligrosidad, pero no deja de ser evidente la diferencia y lo que la misma conlleva. Porque, además, se perpetúa o incluso acentúa, la descoordinación entre los referidos niveles.

Y si bien es cierto que la crisis es capaz de aflorar lo mejor de cada cual, no es menos cierto que también se deja acompañar de lo peor. Del egoísmo, el individualismo, el personalismo… reivindicando cuando lo que hay que hacer aportar desde la humildad y la generosidad. No establezcamos, como en los cómics, una lucha entre héroes y villanos. Porque pasada la pandemia y tan solo entonces, será el momento del análisis, la reflexión, la evaluación y, por tanto, de la corrección de errores e incluso, si hace falta, de la reivindicación que permita dar a cada cual lo que merecidamente le corresponda.

La sociedad, mientras tanto, ha despertado de su letargo de reconocimiento colectivo y se ha dado cuenta de la fortuna que atesora en forma de profesionales de la salud y de un sistema público envidiable a pesar de los ataques sistemáticos de privatización que algunas/os villanas/os han venido realizando.

Para reconocerlo ha salido espontáneamente a los balcones de sus casas con el ánimo de expresar su agradecimiento por la labor que están realizando desde el minuto uno y de manera ininterrumpida a pesar del cansancio, las adversidades, las incertidumbres e incluso, muchas veces, de la descoordinación, el descontrol y la falta de toma de decisiones de las/os gestoras/es, más preocupadas/os de que nada trascienda a los medios que de lo verdaderamente importante, la salud de sus héroes, como si estuviesen convencidos de sus poderes y su falta de vulnerabilidad.

Son loables y agradables al mismo tiempo estas muestras de cariño y admiración hacia el trabajo realizado por las/os profesionales sanitarios, pero no pueden acabar rutinizándose de tal manera que pierdan finalmente su verdadero sentido para convertirse en una especie de emoticón social en forma de aplauso sistemático. Porque entonces dejará de ser un reconocimiento para pasar a ser tan solo un postureo con el que aliviar el tedio del encierro.

Y mientras tanto, entre aplausos, EPI, demandas, comparecencias, exigencias, trabajo, cansancio, temor, incertidumbre… la muerte quiso cobrarse su primera víctima entre las/os profesionales de la salud y eligió a una enfermera: Una enfermera que, como en tantas otras ocasiones, hubiera permanecido en el anonimato de su extraordinario trabajo, de no ser por esa marcha anticipada acompañada de ese monstruo invisible que hemos venido en bautizar como COVID-19.

Ella, Encarni, ha dejado de cuidar cuidando. Ningún aplauso logrará paliar el dolor de su familia, sus amigas/os y sus compañeras/os, pero es una muestra más de lo inútil que resulta denominar héroes a quienes somos enfermeras. Porque los héroes, al menos los de las películas, nunca mueren. Por lo tanto, no se trata de heroicidades sino de riesgos que se asumen por ser enfermera y que nadie o muy pocos identifican. Nadie es culpable de su muerte, pero todos somos responsables de no olvidar nunca lo que significa ser enfermera, más allá de los aplausos espontáneos y sinceros.

Cuando todo esto acabe, que acabará, no puede desvanecerse el recuerdo de tanto esfuerzo, de tanta implicación, de tanto sacrificio y de tanta renuncia. El recuerdo de todo ello debe permitir el permanente y necesario reconocimiento y visibilización de quienes fueron identificadas/os, sin quererlo, como héroes. Porque para las enfermeras su principal hazaña siempre es cuidar.

EFECTOS COLATERALES DEL CORONAVIRUS. EFECTO DOMINÓ

         

El coronavirus ha irrumpido con fuerza, con violencia, en nuestra sociedad. Está poniendo a prueba a los expertos, a los científicos, a los profesionales de la salud, de la seguridad… a los políticos y a la propia ciudadanía.

Nadie intuía una llegada tan intempestiva y dañina. La gran mayoría pensábamos que no llegaría que nos libraríamos. Veíamos, como hacemos con tantas tragedias, con tantas injusticias, con tanto dolor gratuito… el problema como algo ajeno, lejano, incluso indiferente, a pesar del empeño de los medios de comunicación por hacer de la noticia un espectáculo. Hasta que llegó y se instaló para desarrollar toda su carga vírica, en la mayoría de los casos, contra los más débiles y desfavorecidos, como casi siempre.

A pesar del avance del contagio y de la muerte, seguíamos creyendo desde la imprudencia y la ignorancia, que tampoco era para tanto y que más muertes causaban otros virus, restando importancia al maldito virus coronado.

Pero el coronavirus siguió a su ritmo el avance y empezó a poner en jaque a amplios sectores de la sociedad, como el sanitario, que soportaba, gracias a las/os profesionales, los envites del virus mientras el resto seguían creyendo que se exageraba con las medidas que, poco a poco, se iban incorporando en un intento a contrarreloj por detener o minimizar su avance.

Los efectos directos ya los conocemos y sabemos a lo que nos han llevado. A un estado de alarma que pone en cuarentena a todo un país.

Pero creo, sinceramente, que estamos obviando los efectos colaterales que el “bicho” está generando en nuestra sociedad, como si de un efecto dominó se tratase.

Sabemos que el virus afecta de manera mucho más grave a personas con su sistema inmunodeprimido o con enfermedades crónicas de base. Pero no hemos reparado en que también hace lo mismo con una sociedad solidariamente deprimida, insensible, individualista, competitiva, consumista, rentista… que aparenta normalidad, la que queremos ver o representar, pero que se resquebraja en cuanto surge una alarma social como la que estamos viviendo.

El odio, la estigmatización, el racismo, la diferencia social… afloran por los resquicios de esa supuesta y artificial normalidad para irrumpir con semejante violencia a como lo hace físicamente en las personas afectadas. La diferencia es que estos efectos son colectivos y no responden al aislamiento, ni a las medidas de higiene, ni a las conductas saludables. Se inician con mensajes aparentemente inocentes o incluso graciosos, para pasar a ser discursos claramente agresivos, excluyentes y reaccionarios que atacan a quien se etiqueta de peligroso, extraño o diferente, con el único criterio de la seguridad individual entendida desde el miedo irracional de la ignorancia, pero también de la insolidaridad. Empezando por una clase política que hace de cualquier situación, por dolorosa y grave que sea, una oportunidad de rédito político, partidista y al margen del bien colectivo que dicen defender con clara hipocresía y cinismo individualista.

El sentido común deja de serlo para pasar a ser el sentido individualista y egoísta que desencadena comportamientos viscerales, irreflexivos y antisociales para lograr el bien individual, aunque ello suponga un mal colectivo.

La identificación “del otro” como un cuerpo extraño que hay que expulsar del entorno en el que se encuentra nuestra zona de confort particular. La compra compulsiva y sin sentido de alimentos y artículos considerados de primera necesidad. La búsqueda de mascarillas o hidrogeles como si de sustancias prohibidas se tratasen para una supuesta protección individual que se contradice con comportamientos, también individuales, que van contra la seguridad comunitaria. El uso y abuso de los recursos de salud sin necesidad real. La insolidaridad social para dar respuesta a necesidades individuales. La desobediencia social a las recomendaciones o normas dictadas para el bien colectivo. El abandono forzado de un contacto físico tan integrado en nuestra cultura a través del beso y el abrazo, que nos deja huérfanos a la hora de transmitir nuestros sentimientos y emociones, como si la mirada, la palabra o el gesto no fuesen besos y abrazos dados desde otra perspectiva… son tan solo algunos ejemplos de esos efectos colaterales que generan un claro deterioro de la salud social y comunitaria.

Estoy convencido de que la situación sanitaria seremos capaces de controlarla e incluso revertirla, gracias a los científicos, expertos y, sobre todo, a las/os excelentes profesionales de la salud que de manera ejemplar, silenciosa y responsable prestan sus cuidados y atención a quienes lo necesitan y a los que lo demandan, muchas veces desde el egoísmo y la insolidaridad. Se logrará restablecer, de nuevo, una normalidad en la que los profesionales de la salud, unos más que otros, volverán al olvido y a la rutina de un sistema asistencialista, medicalizado y muchas veces deshumanizado. Una normalidad en la que el individualismo volverá a ser la máxima del comportamiento colectivo. Una normalidad en la que el migrante, el pobre, el diferente… volverán a ocupar su lugar como población vulnerada por la indiferencia que se disfraza de población vulnerable para mantener tranquila la conciencia. Una normalidad en la que seguiremos dando pábulo a lo que digan los influencers o las redes sociales. Una normalidad en la que los medios de comunicación centrarán la atención en otras situaciones o acontecimientos para convertirlos en un nuevo espectáculo de competencia de audiencias. Una normalidad en la que los políticos utilizarán los efectos devastadores como munición de asalto y derribo. Una normalidad en la que la ciencia y la investigación seguirán siendo residuales y anecdóticas. Una normalidad que, sin duda, habrá quedado afectada por los efectos del coronavirus. De todas/os depende que esta situación de alarma sirva no tan solo para vencer al coronavirus sino para revertir un comportamiento y una normalidad que ataca los pilares de la convivencia, la solidaridad, la equidad, la libertad y la propia democracia.

En estos momentos de aislamiento forzado estaría bien que nos sirviesen para el análisis, la reflexión y la toma de conciencia en cuanto a nuestro comportamiento y nuestras actitudes individuales y colectivas, que quedan claramente en entredicho cuando nos tenemos que enfrentar a situaciones que, precisamente, lo que requieren son respuestas hacia los otros más que hacia nosotros.

Salir a los balcones a aplaudir a las/os profesionales de la salud y a la sanidad pública, está muy bien, pero este gesto no puede ni debe quedarse en una anécdota y debe servirnos para posicionarnos claramente en defensa de aquello y aquellos que nos cuidan siempre y no tan solo ante situaciones extremas. La Sanidad Pública y sus trabajadores, son excelentes siempre y de todas/os nosotras/os depende que la voracidad rentista y el mercantilismo no acabe por anularla o arruinarla.

De igual manera nuestra identidad social y colectiva como comunidad abierta, solidaria y respetuosa debemos rescatarla del individualismo y la indiferencia si queremos hacer frente a futuras situaciones de alerta.

No dejemos de aplaudir y reconocer nunca nuestros valores colectivos y nuestros bienes intangibles, son la mejor manera de protegerlos y protegernos.

Ojalá y aprendamos de esta situación y sepamos parar el efecto dominó que provoca.

REDES SOCIALES Y SALUD

Andrea López Brotons, Lidia López Ruiz, Alejandra López Cebolla e Isaac Martínez Esplá realizan un vídeo en el que tratan de concienciar sobre el uso y consumo de las Redes Sociales que incide de manera significativa en la salud individual y colectiva.

LAS SOCIEDADES CIENTÍFICAS ENFERMERAS A LA CIUDADANÍA

13 de marzo de 2020

 

Estimada/o ciudadana/o:

 

Las Sociedades Científicas Enfermeras (SSCCEE) firmantes ante la situación de crisis derivada del Coronavirus (COVID-19), que ha desembocado a la declaración de Estado de Alarma por parte del Gobierno, queremos trasladar, ante todo, un mensaje de tranquilidad.

            Tranquilidad por cuanto la situación, aún siendo grave y preocupante, está siendo abordada con gran eficacia por parte de las/os expertas/os, entre las/os que nos contamos como SSCCEE que somos, participando activamente con las Instituciones y Organizaciones de la salud tanto a nivel local, autonómico como nacional, centrando la atención fundamentalmente en la seguridad de las personas y en la calidad de la atención a prestar.

            Tranquilidad porque nuestro sistema de salud cuenta con una/os extraordinarias/os profesionales que se han volcado desde el principio en atender con prontitud, proximidad y calidad a cuantas/os lo han necesitado o demandado. Y entre esas/os profesionales hay que destacar a las enfermeras que, con su motivación, implicación y saber hacer vienen prestando cuidados rigurosos, de proximidad y humanización a pesar de las horas, la tensión y el cansancio acumulados.

            Sabemos que en momentos como estos es difícil valorar la atención recibida, lo que conduce a que no siempre se valore quién y cómo se presta. Por eso, desde las SSCCEE queremos que tengan por seguro que en cualquier situación recibirán la mejor y más puntual atención para reducir su incertidumbre, mediante una comunicación concreta, clara, rigurosa y cercana, que garantice la más segura y rápida recuperación, a través de los cuidados de calidad que en ambos casos le prestarán las enfermeras en centros de salud, hospitales, consultorios, domicilios, lugares de trabajo o en cualquier entorno en donde sea preciso intervenir.

            Sin embargo, es preciso que la tranquilidad que le tratamos de transmitir no le haga perder la necesaria alerta para contribuir con su actitud, hábitos y conductas a neutralizar el virus, siguiendo las indicaciones de higiene y seguridad que le transmiten sus enfermeras, así como el resto de profesionales de la salud. Así mismo es fundamental su ayuda a la hora de hacer un uso adecuado de los servicios para evitar su colapso y permitir que quienes más los necesiten reciban la atención con la máxima prontitud. Por eso resulta muy importante que se quede en casa y que consulte cuando tenga dudas por los medios que se le facilitan sin tener que acudir a los servicios de salud. No tenga la menor duda de que recibirá la respuesta más oportuna en cada caso.

            Si importante es la labor que desarrollan las enfermeras, no menos lo es la que ustedes como ciudadanas/os responsables pueden llevar a cabo con su conducta por lo cual queremos trasladarles, en nombre de todas las enfermeras, nuestro más sincero agradecimiento.

            Las enfermeras somos conscientes de la importancia de trabajar con las personas, las familias y la comunidad, en la promoción, mantenimiento y restablecimiento de la salud, pero en estos momentos alcanza una dimensión mucho mayor para, entre todos, revertir, cuanto antes, esta situación.

            Confíe y valore a las enfermeras que cuidan de su salud.