¿A RÍO REVUELTO GANANCIA DE PESCADORES?

Se cumplen casi 35 años de la puesta en marcha de los primeros centros de salud en nuestro país y con ellos del que se vino en llamar el nuevo modelo de Atención Primaria de Salud (APS). El tiempo en su objetividad no deja lugar a dudas sobre el periodo transcurrido. Sin embargo, la subjetividad con que siempre es vivida el tiempo nos puede hacer pensar que esos 35 años no han sido prácticamente nada o que, por el contrario, son una eternidad. Todo dependerá de quien haga la valoración de ese tiempo y lo que en el mismo haya vivido, aportado o recibido.

En cualquier caso, es incuestionable que son 35 años que pronto se cumplirán y que permitirán hacer valoraciones de toda índole por parte de quienes, de una u otra forma, han sido actores de su evolución.

No pretendo con esta entrada hacer una valoración de lo acontecido. Ni tan siquiera un recuerdo de lo vivido o una reflexión de su evolución. Pero sí que quisiera situarme en el que entiendo puede ser un punto de inflexión en este recorrido de la APS.

Tras esos 35 años de luces y sombras, en el que se ha alcanzado un alto grado de deterioro del modelo, un hartazgo considerable de los profesionales, una desilusión evidente de la ciudadanía, una parálisis de los gestores y una indiferencia casi absoluta de los políticos, se ha llegado a un punto en el que, o se acometía una reforma del modelo en toda regla o este estaba abocado a su colapso y fracaso.

No es que ahora sea más evidente el deterioro, o más fuerte la protesta, o más patente el desencanto. Las cosas no pasan de repente, sin previo aviso. Como cualquier proceso tiene su inicio, desarrollo y finalmente su eclosión o muerte. Y la APS, estaba a un paso de su muerte. De hecho, en muchos aspectos, ya había signos claros de la misma.

Pero nadie parecía quererse dar cuenta y como si de un enfermo terminal se tratase se estaba manteniendo en estado vegetativo y sedado, en el mejor de los casos o con medidas de claro encarnizamiento terapéutico mediante la administración de medidas tan insuficientes, ineficaces e ineficientes para lograr su necesaria recuperación. Quienes así actuaban, los políticos y los gestores por ellos nombrados, no mostraban la más mínima voluntad por remediar tan fatídico desenlace. Mientras tanto, sus “familiares más allegados”, las/os profesionales que mantenían una fe ciega en las posibilidades de tan moribunda APS, avisaban permanentemente de la gravedad de la situación. Como resultado de todo ello, una parálisis mantenida que consumía unos recursos insuficientes, impedía obtener la respuesta que de ella se esperaba o se deseaba y generaba tanta frustración como indignación entre quienes padecían su deterioro, las/os profesionales, o sufrían sus consecuencias, las personas, las familias y la comunidad.

Los Centros de Salud se configuraron como mausoleos en los que la APS permanecía enterrada en vida, sin que se pudiese celebrar el sepelio, ni asumir el duelo de su definitiva pérdida, lo que provocaba un estado de permanente incertidumbre, desconsuelo y desesperanza.

Incluso había voces que clamaban por una eutanasia que permitiese finalmente acabar con el sufrimiento, pero que nadie se atrevía aplicar, ni tan siquiera plantear como posibilidad real al final del proceso.

Pero también había quienes creían que la recuperación era posible si realmente existía voluntad política para acometerla a pesar de la gravedad y del tiempo de sufrimiento al que se le había sometido.

Lo que estaba claro es que se iba a necesitar un cambio total de intervención. No bastaba con lograr que respirara de nuevo para seguir languideciendo. Era imprescindible que, una vez, recuperada, asumiese nuevos comportamientos y hábitos que le permitieran cambiar radicalmente su organización vital y las respuestas que de la misma debían derivarse.

Pero el símil hay que llevarlo a la realidad. No se recuperará con el beso de un príncipe, ni rompiendo el hechizo de una bruja o aplicando una pócima mágica. La recuperación precisa de un compromiso claro, para empezar, de los políticos y sus agentes, ministros, secretarios de estado, directores generales, consejeros… sin los que no será posible. Después de las/os profesionales asumiendo que también ellas/os deben cambiar asumiendo compromisos y competencias, y finalmente de la ciudadanía asumiendo responsabilidad y haciendo un uso racional de los recursos a través de su participación activa en el proceso de toma de decisiones.

Y parece ser que se ha optado por actuar de manera decidida y rápida. Se ha generado un proceso participativo de todos los agentes implicados en el análisis y propuestas de mejora de la APS. Por lo tanto, la voluntad política, en esta ocasión parece que existe, tras largos años de inacción.

Ahora son las partes, políticos, profesionales y ciudadanía, quienes tienen la última palabra para lograr el consenso necesario para restablecer a una APS tan necesaria.

Estamos pues, ante un escenario en el que los diferentes actores deberán medir de manera muy clara sus interpretaciones e intenciones. Huyendo de protagonismos estelares en una función coral en la que todas las aportaciones son necesarias, pero teniendo en cuenta también que es un escenario con unas características muy definidas en el que no pueden ni deben participar determinados actores que lo único que lograrían sería distorsionar, enfrentar y hacer fracasar el objetivo planteado.

La APS no puede ni debe convertirse en una mala copia del hospital. En la APS deben participar las/os profesionales con perfiles competenciales ajustados a lo que de la misma se espera y no ser un cajón de sastre en el que cualquier profesional tiene cabida. La APS es y debe ser un ámbito de atención integral, integrada e integradora que minimice la fragmentación en base a patologías, órganos, aparatos, sistemas, ciclos vitales…

La reforma que se pretende y que es la única que puede situar de nuevo a la APS en el lugar que le corresponde para dar respuestas eficaces y eficientes, consiste en un cambio de paradigma que desplace a la enfermedad en beneficio de la salud, que recupere los órganos de participación ciudadana, que sitúe a la promoción de la salud como eje de toda la actividad, que parta de los principios de la salutogénesis para potenciar los activos para la salud, que sitúe al centro de salud como un recurso comunitario más y no como el exclusivo, que la intersectorialidad sea una realidad de trabajo compartido en el desarrollo de estrategias de salud…

Las enfermeras comunitarias que tanto han aportado en estos 35 años al desarrollo de la APS, han tenido que contemplar cómo se les desplazaba, arrinconaba y despreciaba, dando paso a profesionales cuyo único objetivo era el de la jubilación apacible y alejada de los turnos del hospital. Clara muestra de una nefasta política de personal que no tan solo no resuelve los problemas de base, sino que incorpora nuevos problemas que finalmente conducen al deterioro de la APS y al hartazgo de quienes aún siguen creyendo que la APS es algo más que un paraíso, tan irreal como interesado para unos pocos.

Ahora tenemos la oportunidad redefinir el modelo de APS que queremos y en el que creemos. No permitamos que se incorpore el oportunismo mediante el cual se incorporen perfiles profesionales que no obedecen a la realidad ni a las necesidades de la sociedad. No nos dejemos seducir por los modelos adoptados por otros colectivos, que no nos son aplicables desde nuestro paradigma. Si partimos de paradigmas diferentes debemos asumir que tenemos comportamientos y respuestas diferentes.

Las enfermeras especialistas de pediatría y de geriatría tienen, en el ámbito hospitalario y sociosanitario, respectivamente, definidas sus competencias y así se desarrollan en sus respectivos planes formativos. La atención a las personas, familias y comunidad en APS está centrada en los abordajes integrales con perspectiva de salud y de participación. La incorporación regular de estas especialistas en APS tan solo contribuiría a la parcelación de la atención, en el mejor de los casos, y al enfrentamiento entre profesionales en su defensa competencial, en el peor de ellos. La salud, no es de nadie y es de todos, pero lo que no puede convertirse es en un nuevo trofeo al que todos quieran acceder.

Las enfermeras especialistas en pediatría y geriatría, sin embargo, tendrían un papel fundamental como referentes/consultoras de los EAP, como ya sucede, por ejemplo, con las enfermeras educadoras de diabetes. Se trata de planificar adecuadamente su perfil, ubicación, articulación y coordinación con las enfermeras comunitarias.

Por lo tanto, no es cuestión de excluir a nadie, ni de generar campos acotados de exclusividad, pero sí de definir y planificar, desde el rigor metodológico, la coherencia organizacional y la racionalidad de los recursos la mejor manera de dar valor y visibilidad a las especialidades enfermeras. Lo contrario conducirá a una progresiva desvalorización de las especialidades enfermeras al no identificarse con claridad su aportación y a provocar, una vez más, enfrentamientos y pérdida de una unidad tan necesaria como esperada.

No hagamos de esta reforma un río revuelto en el que se identifique que puede haber ganancia para cuantos al mismo se acerquen a pescar, porque la pesca es la que es y no da para todos.

En la medida en que seamos capaces de analizar y reflexionar sobre cómo, cuándo y dónde tenemos cabida las diferentes especialidades, las dotaremos de sentido y oportunidad. Si por el contrario establecemos una lucha sin orden y a codazos para hacernos hueco, perderemos credibilidad y oportunidad de crecimiento.

En nuestras manos está el identificar la oportunidad que se nos presenta y mirar más allá de poder ocupar una plaza a cualquier precio, para saber cuál es la plaza que de verdad me interesa ocupar.

En sanidad cabemos todos, pero cada cual debe ocupar el sitio donde mejor pueda dar de sí, sin necesidad de desplazar a nadie.

LA CONSTRUCCIÓN ENFERMERA

El otro día hablando con un enfermero residente de la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria, me comentaba que no percibía la necesidad de pertenecer a una Sociedad Científica. Que, no le aportaba nada.

Por otra parte, cuando se convocan actividades docentes, divulgativas, científicas… acaban congregándose siempre las/os mismas/os profesionales, sin que se identifiquen, salvo raras excepciones, a jóvenes enfermeras o estudiantes.

En otro ámbito, como es el de la docencia de grado, en más ocasiones de las que sería deseable, al menos para mí, las/os estudiantes y futuras enfermeras manifiestan que su mayor expectativa es conseguir una plaza fija lo antes posible y cerca de su casa.

Podría seguir exponiendo casos o ejemplos en los que difícilmente se identifica a las enfermeras jóvenes participando y mucho menos aun haciéndolo de manera activa.

Esta realidad que tan solo obedece a la observación, requiere de un análisis profundo que trate de explicar qué es lo que está pasando para que se produzca.

Sería pretencioso y alejado de todo rigor científico que yo tratase de realizar ese necesario análisis en este espacio. Pero como quiera que se trata de un espacio de reflexión y opinión, no me resisto a expresarlos y compartirlos, porque también me parece interesante con el fin de suscitar un debate tan ausente como necesario.

Lo fácil, simple e inmediato sería caer en la tentación de culpar a las/os jóvenes calificándoles y etiquetándoles de indiferentes, pasotas, conformistas, cómodos… como la mejor manera de evitar la reflexión sobre qué es lo que, desde la atalaya de la experiencia, las enfermeras más veteranas estamos haciendo mal o, cuanto menos, no del todo bien para que se estén dando estas situaciones.

Y es en base a esta reflexión sobre la que voy a opinar. Y reitero, opinar. Lo que supone que mi opinión sea subjetiva al estar basada en mi discurso, pensamiento y valores, pero no por ello exenta de un análisis de lo que está sucediendo y por qué está sucediendo. Para ello he abandonado mi atalaya y he tratado de exponerme a la realidad. Tratando de comprender determinados comportamientos, mensajes y pensamientos que, desde dicha atalaya denominada experiencia, no logro captar y mucho menos entender. Simplemente, aunque realmente es más complejo de lo que uno se piensa y dice, aplicando la empatía que me permita situarme en el lugar de estas enfermeras jóvenes y de estas/os estudiantes que parece que nada les importe.

Tras esta reflexión, me he parado a pensar sobre qué puede hacer que un/a estudiante tenga tan pocas expectativas de desarrollo profesional e incluso personal o que una enfermera no vea más allá de una “plaza fija” como toda aspiración de crecimiento.

Ubicados como estamos en la Universidad en la que la ciencia, el conocimiento, la investigación… lo impregnan todo, parece que quede poco espacio para nada más. Y es que por definición la ciencia está interesada, sobre todo, por los métodos, las generalizaciones y las predicciones, que desplazan de manera consciente o no, los valores que todos tenemos en la toma de decisiones y en la que no siempre recordamos la importancia del cuidado. Porque las enfermeras aprendemos de la experiencia, pero también familiarizándonos con la teoría enfermera, encontrando la forma de aplicar la teoría a la práctica. La imagen enfermera es, pues, inseparable de su evolución como disciplina y ésta ha evolucionado extraordinariamente desde la perspectiva de sus propias orientaciones y conceptos centrados en el cuidado, la persona, la salud, el entorno, la práctica, la formación, la investigación y la gestión. Cuando todo esto no se integra, entiende e interioriza, da lugar a que se impongan los métodos, las generalizaciones y las predicciones, con el riesgo que ello genera.

En la actualidad las enfermeras tienen que responder a múltiples situaciones muchas de ellas complejas y, sobre todo, individuales, por lo específicas que son. Sin embargo, en el día a día, la relación enfermera-persona puede volverse superficial, vinculada a la solución del problema concreto y con poco abordaje del mismo en su conjunto. Es imprescindible que no pensemos que la humanización es tan solo un complemento o una moda, cayendo en la contradicción de lo que, en muchas ocasiones, se está exigiendo por parte de las organizaciones, que es disponer de enfermeras tecnológicas y sin quererlo, nosotras contribuimos a ello. Esto conduce a que se diluya el campo de acción de las enfermeras que debe centrarse en cuidar para proporcionar bienestar, confort, seguridad, asesoría técnica, además de los cuidados específicos adecuados y consensuados. Tan solo, si somos capaces de transmitir que el elemento fundamental, los cuidados, son la vinculación fundamental con la persona y la familia y se asume la responsabilidad de que sean autónomos, lograremos que entiendan que las enfermeras son y serán absolutamente imprescindibles en la comunidad.

Confundimos con demasiada frecuencia el aprendizaje con la acumulación indiscriminada, fragmentada y no siempre coherente de conceptos, en los que habitualmente se imponen las técnicas, impidiendo o dificultando el pensamiento crítico, el análisis, la reflexión y el debate necesarios para construir el conocimiento enfermero. No se trata, pues, tanto de aprender como de aprehender.

Es cierto que cuidar requiere tiempo y espacio, dedicación y técnica, ciencia y sabiduría, conocimiento teórico y praxis, pero para ello hace falta integrarlo, articularlo, gestionarlo de tal manera que adquiera el sentido y el sentimiento que el cuidado requiere. Cuando lo que hacemos es compartimentalizar el conocimiento en base a la distribución de créditos, las luchas departamentales o el encapsulamiento de las áreas de conocimiento o asignaturas, en lugar de generar espacios de confluencia, interrelaciones, coordinaciones o transversalidades que permitan construir el sentido del cuidado con perspectiva integral y alejada de luchas de poder que tan solo provocan omisiones, duplicidades, solapamientos o contradicciones generadoras de confusión que inducen a que las/os estudiantes se refugien en lo que ha venido en denominarse la zona de confort, pero que realmente es una trinchera para defenderse del fuego cruzado que muchas veces establecemos nosotros mismos.

Si a lo dicho añadimos que cuidar requiere un marco idóneo donde las condiciones estructurales sean favorables para el ejercicio de dicho cuidado y este marco lo limitamos casi exclusivamente al de las instituciones sanitarias, generalmente públicas, lo que realmente estamos contribuyendo es a que la elección para las/os estudiantes se limite a las mismas y que además se haga desde ese aprendizaje memorístico, dirigido y poco creativo que han recibido y que identifiquen a la técnica como elemento fundamental de su desarrollo.

Además la modernidad ha desarrollado el racionalismo, a través del cual se difunde la idea de que la tecnología puede aportar soluciones técnicas a todos los problemas que aquejan a la humanidad. Está claro que no se puede volver la vista atrás y que la técnica forma parte de nuestra existencia, pero la cuestión es saber qué hacer con ella. Insistir en esto parece, no pocas veces, una reiteración innecesaria ya que se da por supuesta en enfermería; sin embargo, cada vez con mayor fuerza van aumentando las voces que hablan de falta de ética, y de deshumanización. Por ello, es necesario articular el contenido de nuestra responsabilidad profesional, no sea que la evolución de la Enfermería como ciencia vaya dejando escapar su esencia fundamental, la de los valores que le sirven de sostén. La ciencia ha de sostenerse en los valores; si la ciencia está hoy en crisis, probablemente sea por esta divergencia antinatural. Ha de correr paralela con esta dimensión humana y, por ello, situarse en el ámbito de lo moral. El valor social de la Enfermería, se centra en la respuesta humana y técnica a la necesidad de cuidados de la persona, bien en salud o en enfermedad y ofrecido con calidad.

La práctica de los cuidados enfermeros en el contexto actual, pone a la enfermera en el centro de la atención, en contacto con la salud y la muerte, donde las ciencias no son suficientes, pues son neutras en lo que concierne a los valores humanos. Pero para ello debemos ser capaces de compartirlo y hacerlo sentir. No se trata tan solo de formar enfermeras sino de que sientan orgullo de serlo. Ser enfermera es fácil, como lo es ser médico, ingeniero o filósofo, se trata solo de estudiar y aprobar. Sentirse enfermera es lo realmente difícil, y transmitirlo para que se identifique, se construya y se interiorice es igualmente difícil, pero posible y, sobre todo, deseable. Esto jamás se consigue por imposición. De ahí que sea necesario establecer unos mínimos que sostengan y den sentido a la docencia enfermera tanto en el aula como fuera de ella; y a partir de ahí, se ha de trabajar por lograrlo.

La espiritualidad, la conciencia, el autoconcepto, el modo de vida, el bienestar, los sentimientos, las emociones, los vínculos, las relaciones… son dimensiones que la práctica enfermera debe tener en cuenta. Los cuidados enfermeros son una realidad compleja que va mucho más allá de un concepto, no es lineal y está en evolución permanente, y las palabras para expresarla reflejan lo que significa la construcción del conocimiento. Pero si no las pronunciamos, no lograremos expresar la realidad enfermera que queremos en oposición a la que tenemos y con la que ni nos sentimos a gusto ni logramos transmitir nuestra esencia y nuestra presencia.

Fuera de las aulas también se construye y quienes tenemos experiencias, vivencias, afrontamientos y enfrentamientos basados en la construcción de la enfermería en la que creíamos y por la que hemos trabajado y sufrido, muchas veces, nos sitúa en una visión de la enfermería y las enfermeras que se ha convertido en algo que entendemos nos pertenece y nos cuesta abandonar para que otros continúen. Y desde esa construcción que entendemos nuestra, sin embargo, nos continuamos enfrentando, separando, debilitando, y sin quererlo estamos contribuyendo a alejar a las enfermeras jóvenes que no entienden ni comparten, nuestros planteamientos y diferencias y, por tanto, se resisten o les inquieta participar en nuestros rígidos escenarios. Nosotras consideramos que no participan porque no quieren, no entienden o no se comprometen y ello nos autoconvence como valedoras de nuestros planteamientos y de nuestra indispensabilidad.

El sacrificio, el esfuerzo, las renuncias, las caídas, los golpes… que la construcción enfermera haya podido provocar, no puede continuar siendo la excusa permanente para considerarnos en poder de la verdad absoluta y de seguir identificando como demonios dentro de nuestra propia profesión a quienes no piensen o actúen como nosotras, estableciendo cruzadas en las que lo único que logramos es que las enfermeras jóvenes busquen zonas de confort huyendo de una guerra que ya no tiene sentido mantener y que mantiene en permanente deconstrucción la enfermería y su identidad profesional y social.

Por su parte las jóvenes enfermeras deben entender de una vez por todas que su participación activa en la construcción de la enfermería no es una opción, sino una necesidad sin la que no será posible avanzar. No se trata de qué es lo que aportan las diferentes organizaciones o instituciones (colegios, sociedades científicas, sindicatos…) sino de lo que se quiere que aporten. Y para ello es imprescindible entrar en ellas y, desde dentro, aunque se tenga que entrar con la nariz tapada, tratar de cambiar lo que huele mal y retirar a quien lo provoca. Quedarse fuera, ya sea desde la indiferencia o desde la queja permanente es contribuir a perpetuar lo que no nos gusta. Y todo ello a pesar de que la implicación puede conllevar críticas, zancadillas, presiones y descalificaciones por parte de quienes se creen en posesión de la verdad absoluta e identifican la enfermería desde una perspectiva única y dogmática.

ENFERMERÍA: DESIGUALDAD, FEMINISMO Y MASCULINIDAD.

Cuando aún resuenan las miles de voces que, en pacíficas y multitudinarias manifestaciones, el pasado 8 de marzo, reivindicaban igualdad y respeto, para todas las mujeres, cabe preguntarse si tan necesaria como importante movilización trasciende más allá de la fecha elegida para su celebración.

Sin duda resulta necesario visibilizar, con acciones como las celebradas, la inquietud, demanda, derecho, justicia, igualdad, respeto… a los que tienen derecho las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres.

Sin embargo, tengo la sensación de que este tipo de manifestaciones acaban por naturalizarse, entre la población sin que realmente tenga el efecto que sería deseable. Al mismo tiempo su repercusión y difusión es aprovechada de manera oportunista y partidista por quienes las identifican como una opción política, politizándolas y desvirtuándolas, al desplazar el foco de atención de la mujer y sus reivindicaciones, a los intereses particulares de sus respectivas formaciones que, casi nunca están centrados en las mujeres y sus derechos. La igualdad reclamada, por lo tanto, se transforma en confrontación, a costa de las mujeres y contra las mujeres. Por lo tanto, no favorece la necesaria sensibilización ciudadana sobre un tema tan trascendental y que sigue provocando consecuencias tan negativas y peligrosas sobre las mujeres en particular como sobre sociedad en general.

No soy quien para realizar análisis que requieren una profundidad y conocimientos de los cuales no dispongo y que pueden llevar a realizar planteamientos que no tengan el necesario rigor.

Pero considero que sí estoy en disposición de reflexionar sobre las consecuencias que la desigualdad de género tiene sobre las enfermeras y la enfermería.

A pesar del aparente y significativo avance de la enfermería como disciplina y profesión y de las enfermeras como profesionales en los diferentes ámbitos de atención, la realidad es tozuda y sigue mostrando importantes desigualdades con relación a una y otras. La profesión enfermera arrastra una carga simbólica, relacionada con una lectura tradicional de lo femenino, que influye en la feminización del colectivo profesional, sufriendo similares consecuencias de desigualdad y falta de respetos que las mujeres.

Con relación a la Enfermería, como disciplina, es cierto que ha logrado equipararse al resto de disciplinas universitarias y acceder a los máximos niveles académicos. Sin embargo, su rol en las Universidades sigue siendo residual y en ocasiones, incluso, subsidiario. Algo parecido a lo conseguido por las mujeres en la sociedad.

Con la implantación de los títulos de grado, por ejemplo, las escuelas de enfermería debían pasar a convertirse en facultades. En esos momentos se consideró, que esa aparente igualdad nos otorgaba ya un trato de idéntica igualdad con disciplinas con mucha más trayectoria e incluso que el logro alcanzado ya no requería un esfuerzo de visibilidad que, erróneamente, creímos alcanzado. Así fue como algunas Escuelas pasaron a denominarse Facultades de Ciencias de la Salud en las que se integraban otras disciplinas como Podología, Fisioterapia… quedando oculta la imagen enfermera en una denominación que si bien parecía generar integración e igualdad, lo que realmente estaba logrando era invisibilizar, una vez más, la identidad propia de Enfermería, desde un discurso de normalización tan falso como engañoso.

Pero con ser grave este hecho, no fue el mayor. En aquellas universidades en las que convivían Medicina y Enfermería y otras disciplinas de Ciencias de la Salud, se llegó a la salomónica decisión de generar la Facultad de Medicina para el grado de Medicina y la Facultad de Ciencias de la Salud para el resto de grados de Ciencias de la Salud. Dicha organización impuesta y consentida consiguió mantener las diferencias entre unas disciplinas y otras al quedar segregada Medicina de Ciencias de la Salud como si no fuese con ellos e integrarse en la extraña denominación de Ciencias de la Salud el resto de disciplinas con la consiguiente invisibilización.

Por último, algunas escuelas no tan solo no se convirtieron en Facultades, sino que pasaron a integrarse como departamentos, en el mejor de los casos, o como secciones departamentales en Facultades de Medicina como las antiguas escuelas de ATS.

Tan solo unas pocas se salvaron de esta anómala distribución quedando como Facultades de Enfermería y, por tanto, manteniendo su denominación y visibilidad.

El hecho para nada es casual y obedece a planteamientos de poder y de desigualdad que ni las propias escuelas de enfermería y sus docentes supieron o quisieron identificar como un riesgo evidente, ni los equipos de gobierno de las universidades quisieron ordenar en una nomenclatura tan heterogénea como, en muchas ocasiones artificial y anacrónica.

Pero más allá de las denominaciones de los centros, las desigualdades son patentes en cuanto a la representatividad de las enfermeras en los equipos de gobierno de las Universidades. Ocupar alguna vicerrectoría es algo anecdótico a pesar de que en prácticamente todas las Universidades españolas existen centros de enfermería, que quedan relegados en cuanto al reparto que las universidades españolas establecen y que eufemísticamente denominan de equilibrio entre centros y del que, curiosamente, siempre estamos ausentes. El poder de los centros ejerce un patriarcado que excluye sistemáticamente a las enfermeras de los órganos de decisión.

La Universidad, sin embargo, es un escenario más amable con las enfermeras de lo que es el Sistema Sanitario, en el cual la desigualdad es tan evidente como incomprensible. Como dijo la feminista Gloria Steinem, una profesión se valora menos cuando tiene aproximadamente una tercera parte de mujeres, como es el caso que nos ocupa de enfermería.

Las enfermeras en las organizaciones sanitarias tienen un claro techo de cristal que son las direcciones enfermeras, las cuales tienen una capacidad de maniobra muy desigual y en ocasiones limitada en función de la consejería de la que dependan y, que va a estar determinado por la presión que el lobby médico ejerza sobre el poder político, para que realmente tengan autonomía, capacidad de maniobra y de toma de decisiones.

Como sucede en las universidades el acceso a los organigramas de las consejerías se limita, en el mejor de los casos y salvo honrosas excepciones, a asesorías sin ninguna capacidad en la toma de decisiones.  El nombramiento de altos cargos como direcciones generales o secretarías está vetado con la argucia administrativa de que la titulación de enfermera está catalogada en los servicios de hacienda como A2 y para acceder a ellos se precisa estarlo como A1, algo que no sucede en el ámbito académico si quiera y que cuando existe voluntad política se puede corregir sin necesidad de aprobar ningún Real Decreto.

Es decir, una enfermera que puede tener una especialidad, un máster e incluso un doctorado no puede ser nombrada directora general, por no ser personal A2, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, con un biólogo, un psicólogo, un economista o un abogado, que con tan solo disponer del título de grado puede acceder a dichos puestos, al ser A1. Y esto no tiene absolutamente ninguna otra lectura, ni respuesta, ni argumento, ni evidencia que el hecho de comparársenos a los médicos que son A1, con el único e inexplicable objetivo de establecer diferencias entre unos y otras. Es decir, el poder médico ejerce una clara discriminación hacía las enfermeras como profesionales, evitando el acceso en igualdad de condiciones de capacidad y mérito a los puestos que se reservan para ellos o para quienes no identifican como “rivales” y que son mucho menos numerosos.

Pero es que, en muchos centros de salud, por ejemplo, las enfermeras no pueden ser Coordinadoras de Equipo por su condición de enfermera, teniendo acceso a dichos puestos exclusivamente los médicos y quedando las coordinaciones de enfermería con dependencia funcional de dichos coordinadores de Equipo.

El cuidado enfermero es científico y profesional y, por tanto, no puede continuar relegado a la valoración doméstica o de asignación por cuestión de género que actualmente aún se hace y que impide que no esté reconocido ni institucionalizado, contribuyendo a la discriminación de quienes lo prestan, las enfermeras, al llevar implícita una clara relación de subordinación.

El acceso a comisiones de investigación de ética, de formación… en muchos casos también queda limitada cuando no anulada, por entender que tienen poco que aportar a las mismas.

En las Unidades Docentes de Formación especializada y gracias a la transformación en Unidades Multiprofesionales en las que se integran las especialidades enfermeras afines a las médicas (Atención Familiar y Comunitaria, Geriatría, Pediatría…) las enfermeras tienen una representación anecdótica e intrascendente como Subdirectoras de la Especialidad correspondiente en el seno de dichas Unidades Multiprofesionales  y sin capacidad real, aunque si normativa, de acceder a los puestos de Dirección o Jefatura de estudios que quedan reservados para los médicos, lo que acaba teniendo una clara influencia en la Formación de las residentes de enfermería que siempre quedan supeditadas, por número, a lo que convenga para la formación de los residentes médicos. Una nueva y clara discriminación y desigualdad para las enfermeras.

Por último y no menos importante son los accesos a cargos ministeriales donde la ausencia de enfermeras es total en todos los ministerios, siendo especialmente sangrante el caso del Ministerio de Sanidad, donde incluso en el último Consejo Asesor de la Ministra, tan solo existe una enfermera que ni tan siquiera ejerce como tal al ser abogada y hacerlo como profesora universitaria en la Facultad de derecho de una universidad.

Pero más allá del acceso a puestos de responsabilidad, las enfermeras sufren discriminación, acoso y desigualdad en sus puestos de trabajo habitualmente con permanentes cuestionamientos a sus capacidades y competencias cuando no limitaciones a aquellas competencias para las que no tan solo están perfectamente capacitadas, sino que cuando se les ha permitido desarrollarlas han demostrado ser más eficaces y eficientes que otros profesionales. Lo que sin duda es una de las principales causas para que se les impida ejercerlas.

Se puede decir que es tratar de buscar los tres pies al gato el asimilar la situación planteada con el feminismo, el acoso a la mujer e incluso la violencia a la mujer. Pero es que las similitudes son tantas que lo que realmente cuesta es abordarlo desde otra perspectiva que no sea esa.

Se trata de una violencia estructural, corporativista y organizativa. Pero violencia, al fin y al cabo, al representar la anulación de igualdad de oportunidades a través de normas, comportamientos y regulaciones que discriminan y anulan la igualdad por razón de género, al ser identificada, asumida e interiorizada social y corporativamente enfermería como femenina y a las enfermeras como las mujeres que la integran. Cualquier otro planteamiento o justificación son única y exclusivamente argumentos creados, sustentados y mantenidos artificialmente por las administraciones por criterios exclusivamente patriarcales derivados del lobby médico que aún hoy prevalece e impregna de estereotipos y tópicos la imagen enfermera y su capacidad real de respuesta y que son absolutamente anacrónicos con relación a la realidad social, académica y profesional de las enfermeras actualmente.

Si a todo lo ya comentado añadimos el flaco favor que la Real Academia de la Lengua (RAE) hace con sus trasnochadas decisiones con relación a la enfermería y las enfermeras y los “favores” que a otras disciplinas realiza con asombrosa cortesía y generosidad, contrariamente a lo que hace con nosotras. Y para muestra un botón. Recientemente ha incorporado en “su” diccionario el que a los dentistas se les denomine Doctor, tal como recogen en su punto 3 de la referencia al dentista “3. m. y f. Médico u otro profesional especializado en alguna técnica terapéutica, como el dentista, el podólogo, etc. U. frec. como tratamiento. Doctor, ¿cuándo notaré mejoría?” A nosotras, las enfermeras, no tan solo no se nos reconoce, sino que se nos ningunea permanentemente la denominación que nos otorga un título académico que poseemos. Una vez más tan solo exigimos lo que nos corresponde y no como los dentistas que se les otorga por deferencia, gracia o gratitud.

No es un lamento, ni una queja, ni una pataleta. Se trata de una reivindicación legítima a un derecho de igualdad y de eliminación de las barreras que impiden que las enfermeras puedan tener los mismos derechos que cualquier otro profesional, al igual que se les exige ya, idénticos deberes y obligaciones.

Por ello resulta necesario seguir reivindicando una igualdad que por derecho y mérito nos corresponde a las enfermeras y que sistemáticamente se nos niega por razón de género. Pero las enfermeras, como sucede con las mujeres en la sociedad, no quieren privilegios ni concesiones. Tan solo exigen respeto e igualdad

Como los hombres con relación al feminismo, son muchos los médicos que entienden, apoyan y acompañan a las enfermeras en esta demanda. Pero aún prevalecen los discursos excluyentes, prepotentes, egocéntricos y descalificadores de otros que, además, ocupan cargos de relevancia en organizaciones e instituciones que siguen teniendo impacto cuando no influencia en la modificación de estos comportamientos que perpetúan el machismo profesional con graves consecuencias tanto para las víctimas, las enfermeras, como para la sociedad que se ve privada de aportaciones valiosas que pueden y saben ofrecer las mismas.

Por último, la masculinidad enfermera aún no ejerce la influencia positiva que de ella cabe esperar, en el seno de la profesión enfermera, al no haberse desprovisto del machismo con el que las enfermeras hombre se incorporan a enfermería y que impide integrar con naturalidad su aportación masculina.

La desfeminización de la enfermería no se agota con la sola presencia de hombres, sino con la deconstrucción del cuidado enfermero como algo propiamente femenino, inscrito también en lo masculino y que es identificado por el hombre enfermera como vulnerabilidad. La fortaleza, por tanto, pasa por que el hombre asuma dicha vulnerabilidad y, que, desde su masculinidad, construya su propio resurgir y su supuesta victoria en un ámbito femenino en el que, actualmente aún, se siente vencedor y dominador, desde la ética del cuidado y la feminidad del mismo. Es decir, tiene que lograse una masculinidad renovada que aproveche el espacio que le ofrece lo feminizado para, o bien construirse desde lo femenino, o bien proponer y negociar otras formas de hacer/ser hombre enfermera apoyadas en la reapropiación de los cuidados, desde el cuidado.

Mientras tanto deberemos seguir en alerta permanente para protegernos y para lograr que se reconozcan nuestros derechos como enfermeras y como enfermería en este sistema patriarcal y machista de la sanidad.

Ruiz-Cantero MT,  Tomás-Azna, C, Rodríguez-Jaume MJ, Pérez-Sedeño E, Gasch-Gallén A. Agenda de género en la formación en ciencias de la salud: experiencias internacionales para reducir tiempos en España. DOI: 10.1016/j.gaceta.2018.03.010

Celma Vicente C, Acuña Delgado, M. Influencia de la feminización de la enfermería en su desarrollo profesional. Revista de Antropología Experimental, 2009. 9: 119-136.

Escamilla Cruz NE, Córdoba Ávila MA. Los hombres en enfermería. Análisis de sus circunstancias actuales. Rev Conamed. 2011; 16 (Sup 1): S28-S33

BOGOSFERA GACETA SANITARIA

El Blog «Enfermeras Comunitarias» se incorpora como blog amigo en la Blogosfera de Gaceta Sanitaria.
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¿DOCENCIA ENFERMERA EN PELIGRO DE EXTINCIÓN?



Tras más de 40 años de los estudios de enfermería en la Universidad, parece como si ya estuviese todo conseguido. Que al haber alcanzado el techo académico y poder ser ya doctores las enfermeras lo tuviésemos todo hecho.

Llegar a la Universidad fue algo complejo, difícil y muy laborioso. Enfermeras de las que en muchas ocasiones ni tan siquiera conocemos sus nombres lucharon de manera firme y decidida para que los estudios de enfermería no quedasen relegados a la Formación Profesional como se pretendía. Enfermeras referentes sin duda que el tiempo y, por qué no decirlo, la desidia enfermera hicieron que se diluyeran en el tiempo y se perdiese su recuerdo y, lo que es peor, su reconocimiento.

La incorporación en la Universidad supuso retomar la identidad enfermera usurpada tiempo atrás con planes de estudios que trataban tan solo de formar a obedientes, dóciles y sumisas ayudantes y técnicas sanitarias. Se modificaron los planes de estudio incorporando la ciencia enfermera y posibilitando que fuesen las enfermeras las docentes. Fueron tiempos de ilusión, de compromiso, de implicación y de desarrollo enfermero a pesar del techo de cristal que nos impedía acceder al máximo grado académico. Pero tampoco esto fue impedimento para que las mismas enfermeras que ya habían logrado llevarnos a la Universidad, junto a nuevas enfermeras, siguiesen trabajando por lograr alcanzar la licenciatura primero y el doctorado después. Lamentablemente no se logró por presiones que nada tenían que ver con el desarrollo académico ni con la razón científica. Hubo que esperar a que, el que vino en denominarse Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), nos habilitase al mismo nivel académico que cualquier otra disciplina, sin concesiones de gracia y sin tener que tomar caminos alternativos para lograr lo que por derecho nos correspondía. La nueva reforma de los planes de estudio permitió configurar unas currículas más enfermeras si cabe.

Conseguido el objetivo se inició una etapa en la que la atención se centró en otros ámbitos por entender que ya estaba todo conseguido a nivel docente. Las Universidades entraron en la lucha por posicionarse en los rankings de investigación y se trasladó a los docentes la presión del sexenio. Había que producir mucho y publicar en las mejores revistas de impacto.

En paralelo a este proceso, la actividad asistencial de las enfermeras no crecía a la misma velocidad que la docente y se agrandaba la brecha que siempre ha estado presente entre docencia y asistencia.

Por una parte, hay que destacar que las organizaciones sanitarias reunían en sus centros a enfermeras con diferente formación y con diferente percepción y sentimiento hacia la profesión enfermera. No todos entendían ni sentían lo mismo cuando se hablaba de ser enfermera. ATS, DUE y Grado compartían espacios, pero no así lo que significaba ser enfermera y actuar como tal. Esto generaba tensiones y enfrentamientos entre las enfermeras, lo que no contribuía a estabilizar una aportación enfermera homogénea ni a disminuir la distancia entre docencia y asistencia.

Por otra parte, la Universidad, cada vez más, presiona para que sus docentes sean investigadores productivos lo que tiene consecuencias que inciden de manera significativa en el desarrollo de la enfermería tanto en la Universidad como en las organizaciones de salud.

La primera de estas consecuencias es que la docencia pase a ocupar un segundo plano tanto para las propias universidades, que la ven como un mal que tienen asumir, pero a la que progresivamente prestan menos atención y menos recursos. Esto conlleva a que la docencia, cada vez, sea de menor calidad a pesar de que el denominado plan Bolonia, es decir el EEES, planteaba cambios significativos de mejora. Y esto se produce porque ni se planificó adecuadamente, ni se habilitaron los medios para que se lograse lo que teóricamente se planteaba y que, básicamente, consistía en un cambio de modelo docente más centrado en el estudiante que tenía que adquirir el protagonismo de su proceso de enseñanza-aprendizaje. Y ni los docentes asumieron, en muchas ocasiones, el reto, ni los estudiantes estaban preparados para ese cambio en el que se reclamaba su participación activa. Se pretendió implantar un modelo que no contaba con un planteamiento similar en los niveles educativos previos a la universidad con una clara e histórica desarticulación entre ellos, que, por tanto, generaban resistencia, cuando no rechazo por parte de los estudiantes, acostumbrados a su papel pasivo de receptores de conocimiento preparado, “enlatado” y listo para su consumo rápido y sin “sobremesa” en la que reflexionar. Mientras tanto, por parte de los docentes, se provocaban idénticos comportamientos de resistencia y rechazo al identificarlo o bien como una pérdida de protagonismo y, por tanto, de poder o bien como un modelo para el que no se sentían preparados o ni tan siquiera estaban dispuestos a estarlo, perpetuando las clases magistrales con apoyo del omnipresente “Power Point” en muchas ocasiones utilizado como si de un karaoke se tratase. Y todo esto, que suponía una importante inversión económica coincidió en el tiempo con el inicio de la crisis. Crisis que supuso la excusa perfecta para no acometer los cambios ni por parte de los promotores ni de los actores, quedando todo en un “Espacio” vacío y sin sentido.

Así pues, la docencia pasó a ser en la Universidad algo que había que asumir, pero a lo que se prestaba poca atención y menos interés aún. Las consecuencias derivadas de tal situación las sufren, fundamentalmente, las/os estudiantes que cada vez más son identificados como un producto que genera ingresos y que cuando deja de hacerlo ya no interesa por no ser productivo. Este mercantilismo universitario conduce, por tanto, a una distancia cada vez mayor entre los estudiantes y la Universidad y sus docentes, que son identificados en el primero de los casos como un paso obligado para la obtención del título habilitador en el mercado laboral y a los segundos como agentes para lograrlo, pero sin que realmente se genere una interrelación más allá de los exámenes, las tutorías y las actas. Nos encontramos pues, ante un escenario tan artificial como frío y distante en el que ni las emociones ni los sentimientos tienen cabida habitualmente.

La reflexión, el pensamiento crítico, el análisis, el debate, la empatía, la escucha activa, la retroalimentación… quedan relegados a meros conceptos teóricos que son suplantados por la preparación de exámenes, la realización de trabajos y la asistencia a clase, siempre que sea obligada, para lograr obtener los puntos necesarios para la obtención final del título, como si del carnet de conducir se tratase. La relación estudiante – profesor/a, se limita, en el mejor de los casos, a las clases teóricas. La mayor preocupación de los estudiantes, por tanto, se concentra en saber qué es lo que irá para el examen y a recopilar los apuntes o presentaciones que se cuelgan en los campus y se convierten en herramientas que se interponen en la comunicación personal directa, por muy útiles que puedan resultar. Así pues, el estudiante pasa a ser un expediente, un número de DNI o una cara que suena, pero a la que difícilmente se asocia con una persona, un nombre y, sobre todo, con alguien que piensa, sufre, siente y se emociona, aunque lo tenga que controlar para no destacar demasiado. Los exámenes, mayoritariamente, son pruebas de memorización mecánica en las que lo más que tienen que hacer los estudiantes es marcar una casilla, sin que ello signifique que aquello que están respondiendo lo hayan comprendido, entendido y mucho menos interiorizado. Tragar y vomitar para aliviar el empacho memorístico.

Los estudios de Enfermería no quedan al margen de todo este proceso y en ocasiones, incluso, las consecuencias son peores como resultado de nuestra especificidad docente. A lo ya comentado de la docencia en aulas, hay que añadir la docencia en los centros sanitarios que es asumida, en muchas ocasiones, por las enfermeras de los mismos a regañadientes por identificarla como una carga más a su actividad y sin que la misma tenga un reconocimiento claro ni por parte de los centros donde trabajan ni por parte de la Universidad. La docencia, que claramente forma parte de la actividad de toda enfermera no puede ni debe ser identificada ni como algo voluntarista ni mucho menos impuesto. La docencia, por el contrario, debería ser un incentivo, una ilusión y una motivación de crecimiento y de compartir experiencia y conocimiento y debería estar reconocida, apoyada e incentivada y no como sucede actualmente que es, como pasa en la universidad, algo que se acepta sin más en el mejor de los casos.

Las/os estudiantes cortan, o se les corta, su cordón umbilical con la universidad nada más obtenido su título (sea de grado o de posgrado). No se desarrollan estrategias que favorezcan y motiven a la incorporación de estos en grupos de investigación, innovación o desarrollo lo que permitiría una mayor interrelación y un claro enriquecimiento mutuo, así como una posibilidad de generar cantera docente e investigadora para su posterior incorporación a la Universidad más allá de los rígidos y en ocasiones excluyentes circuitos impuestos actualmente. No se trata de generar nuevas medidas de excepcionalidad para las enfermeras, pero sí de adecuarlas a la realidad y especificidad enfermera.

Como complemento a lo ya planteado hay que destacar un hecho que condiciona claramente el desarrollo profesional de las futuras enfermeras. Se traslada a las/os estudiantes y estos lo interiorizan de manera inmediata, que el escenario casi exclusivo de desarrollo profesional son los centros sanitarios, especialmente públicos, lo que excluye otras muchas posibilidades que ni son planteadas ni se reconocen. La innovación, el emprendedurismo, la competencia política, la propia investigación y docencia, son soslayados y por tanto invisibilizados como opciones de desarrollo, lo que empobrece a la disciplina y a la profesión al no ser capaces de motivar nuevos y enriquecedores contextos laborales y contribuir a una dependencia enfermiza de los centros sanitarios.

Si a todo lo dicho añadimos que la formación especializada enfermera fue separada de manera torpe, irracional y mimética de las universidades e impuesta en los centros sanitarios sin ningún tipo de planificación para que a las/os tutoras/es les fuese reconocida su implicación docente y, además, pudiese compatibilizarse adecuadamente con su actividad y no simplemente añadida a la misma sin ningún tipo de incentivo, nos podemos hacer una idea de la devaluación de la docencia enfermera.

A lo ya expuesto, además, hay que añadir los requisitos que se exigen para iniciar la carrera académica en la Universidad y la precariedad a la que está sujeta y que condicionan y limitan de manera seria y peligrosa la incorporación de enfermeras a la misma, lo que supone un claro riesgo de “desertización” o de “extinción” enfermera en las Facultades de Enfermería al provocar la incorporación de profesionales de otras disciplinas, con lo que esto supone para la docencia enfermera y su posterior implicación en la práctica profesional, con independencia del ámbito donde se vaya a realizar. Es como suplantar en un ecosistema las especies autóctonas por otras foráneas, con los evidentes riesgos de pérdida y modificación del citado ecosistema y sus efectos colaterales o secundarios. Si a esto añadimos las claras discriminaciones con otros colectivos a la hora de las incompatibilidades o de la posibilidad de plazas vinculadas que favorecerían la docencia enfermera integrada con la asistencia, nos encontramos, como tantas otras veces, con que se nos exige lo mismo que a cualquier otra disciplina, pero con mayores dificultades, barreras o desigualdades.

La docencia en general y la de enfermería en particular, pues pasa por momentos muy delicados que pueden conducir a una clara involución de la formación enfermera y de su consiguiente visibilización y reconocimiento.

No se cuestiona, en ningún caso, la importancia de la investigación, pero si se precisa un respeto y reconocimiento mayores para la docencia. Se pueden y deberían establecerse criterios de incentivación real para el desarrollo de metodologías docentes innovadoras, creativas e inclusivas que permitan recuperar la ilusión por ser docente y por impartir una docencia de calidad, sin que dicha dedicación suponga una penalización por no incorporarse a la fiebre del sexenio y, por tanto, quedarse descolgado de determinadas actividades académicas. Se puede investigar, publicar y difundir conocimiento más allá del JCR, sin que, no hacerlo, suponga un estigma o una penalización para el avance en la carrera académica y se establezcan clases, en función de tener o no tener sexenios tan solo de investigación.

Ser buen docente es muy complejo y requiere de compromiso e implicación. Ser buen docente de enfermería, además, precisa de unas capacidades, aptitudes y actitudes que se impregnen de emoción y sentimientos para lograr trasladarlo a las futuras enfermeras, más allá de los conocimientos teóricos. Formar a estudiantes para que sean enfermeras no es difícil, tan solo se requiere cierta habilidad, ya que no se demanda nada específico para ser docente. Formar a estudiantes para que sean y se sientan enfermeras es complejo y precisa, en primer lugar, de enfermeras que sean y se sientan como tales, más allá de su dedicación docente y que tengan una clara convicción de la importancia que suponen las aportaciones, conocimientos, experiencias y vivencias y cómo transmitirlas para que logren conformar enfermeras comprometidas, autónomas, reflexivas, con pensamiento crítico y humanas, además de capaces y competentes.

Es necesario que las enfermeras, la universidad y las instituciones de salud, conjuntamente con la sociedad identifiquen la importancia de la docencia y lo que la misma comporta. No es tan solo una actividad más, es sin duda la que capacita para poder llevar a cabo una eficaz gestión, atención e investigación. Sin una excelente docencia nada de esto será posible y tan solo se contribuirá a expedir títulos que habiliten para actuar como enfermeras, pero no para sentirse enfermeras, que es lo que realmente requiere la sociedad para recibir cuidados de máxima calidad.

Estamos a tiempo de evitar la extinción de la formación enfermera. Otra cosa es que estemos dispuestos, todos los agentes, a querer hacerlo.

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