HUMANIZACIÓN Víctimas y culpables

“Cuando revisas tu propia mente correctamente, dejas de culpar a otros por tus problemas”

Thubten Yeshe[1]

A Albert Cortés por su incansable y valioso trabajo de humanización

 

Hoy escuchaba en la radio una noticia sobre la propuesta llevada al parlamento por parte de una parlamentaria para reconocer a las personas no binarias. Con independencia del tema, no porque lo considere irrelevante sino porque no es motivo de mi reflexión, la respuesta que se le ha dado a la diputada proponente es, cuanto menos y desde mi punto de vista, preocupante. La respuesta en cuestión ha sido que no se iba a tratar el tema en esta legislatura por no estar entre los acuerdos de gobierno suscritos entre las partes. Es decir, los problemas, las necesidades, las inquietudes, los intereses… de la población, de la ciudadanía, nos deja claro esta diputada quedan circunscritos a los acuerdos de gobierno y, por tanto, todo aquello que previamente no se haya acordado deja de ser relevante o prioritario.

Posiblemente se deba a mi falta de experiencia política lo que genere no entender, e incluso rechazar, este tipo de planteamientos ante propuestas que afectan a las personas y que requieren de un tratamiento y ordenamiento jurídico que les permita vivir y convivir de acuerdo a su identidad, en este caso, o a cualquier otra situación o determinante que afecte a su vida y a su salud. Posiblemente se deba también a mi condición como enfermera lo que dificulte mi comprensión sobre las acciones, reacciones, sensibilidades, interés… de las/os políticas/os en relación con la vida de las personas, más allá de la macropolítica. Como si atender los aspectos que afectan la cotidianeidad de las personas en sus relaciones, su soledad, su sufrimiento, su salud, su bienestar… no tuviese cabida en sus agendas políticas. Posiblemente sea eso. Pero me resisto a admitirlo y mucho menos a asumirlo, aunque reconozco que poco más puedo hacer que expresarlo y tratar de no replicar dicho comportamiento en otros ámbitos como, por ejemplo, el de la atención a las personas, en mi caso, con relación a la salud individual y colectiva y a la prestación de cuidados profesionales, aunque sería deseable que se extendiese a cualquier otro que directa o indirectamente afecte a su vida o su salud.

Últimamente se está hablando mucho sobre la necesidad de humanizar la atención a la salud y el sistema en el que se presta. Algo que realmente, en sí mismo, nos debería hacer pensar sobre qué es lo que hemos hecho hasta ahora para que se esté planteando algo que debería ser inherente, inseparable e indiscutible a la atención que, no olvidemos, se presta a las personas. A no ser, claro está, que se haya asumido la deshumanización como característica de la actividad profesional.

Característica deshumanizadora de la sociedad que se traduce en comportamientos de absoluto individualismo y de falta de solidaridad que conduce irremediablemente a respuestas nada alentadoras a las demandas de las personas. Pero, además, nuevamente desde mi punto de vista, es el germen o el caldo de cultivo de determinados comportamientos y de las reacciones que los mismos provocan y se traducen en muchas ocasiones en agresiones verbales e incluso físicas hacia las/os profesionales de la salud. De tal manera que el entorno en el que se generan las interacciones de salud se ve afectado de manera progresiva y colectiva por la deshumanización.

Pretender, como se hace, trasladar la culpa de las agresiones a las/os profesionales tan solo a quienes las realizan es una respuesta absolutamente simplista y que no contribuye en absoluto a solucionar el problema que las genera. Situar a las/os profesionales como autoridades de tal manera que las agresiones que sufran estén castigadas con penas mayores como único intento para solucionar el problema, es realmente triste y demuestra la ausencia de intención alguna en abordar una situación de deterioro que nunca debiera pasar por la culpabilidad y el carácter punitivo que de manera exclusiva se le da. Seguir en este camino de culpa y castigo tan solo conducirá a perpetuar las causas que alimentan las agresiones. No querer analizar el tema tratando de identificar las verdaderas causas del mismo, es muy poco eficaz y edificante y no supone una mejora de las relaciones interpersonales entre profesionales y ciudadanía.

En ningún caso estoy justificando agresión alguna, sea verbal, física o incluso actitudinal, de nadie y hacia nadie. Esto está fuera de toda discusión. Pero si que considero imprescindible que reflexionemos sobre cómo estamos actuando como profesionales y que trato, imagen, mensaje… estamos trasladando a la población a la que atendemos. Que pensemos sobre cómo deben sentirse las personas, en situaciones de sufrimiento, duda, incertidumbre, dolor, pérdida… ante determinados comportamientos o actitudes por nuestra parte. Que tratemos de entender cómo reaccionar ante listas de espera que nadie les explica razonablemente; ante la falta de empatía que no se suple con simpatía; ante la mecanización rutinaria de la atención recibida; ante unos consentimientos informados cuando lo único que se persigue es que sean firmados; ante la negativa a poder acceder a derechos amparados legalmente con la excusa poco creíble y muchas veces mercantilizada de una objeción de conciencia que tan solo tiene en cuenta su conciencia y no la de quienes tienen derecho a una atención digna que debiera quedar al margen de creencias religiosas individuales, respetables pero poco razonables. Que recapacitemos sobre cómo invisibilizamos la identidad de las personas convirtiéndolas en objetos, cosificándolas en base a su enfermedad; utilizándolas como sujetos de investigación; eliminando su capacidad de decisión; considerándolas incapaces de entender lo que tan solo nosotros creemos tener capacidad de hacer.

Tampoco quiero trasladar la idea de que las/os profesionales en su conjunto y las enfermeras en particular, actúan de manera premeditada con el fin de hacer daño y, por tanto, vulnerando el principio ético de no maleficencia. Creo que el sistema, como modelo de organización y estructura caduco y deshumanizado, contagia una forma de actuar que finalmente se traduce y mimetiza en comportamientos viciados, rutinarios, mecanizados… que deshumanizan en su conjunto la atención prestada y el ambiente en el que se presta. Pero esto no nos exculpa, ni nos exime de responsabilidad, porque nadie nos obliga a actuar así por mucho que el sistema induzca a ello. Nos podemos y nos debemos resistir a una forma de atender, escuchar, mirar, cuidar… que se transforma en asistir, oír, ver, curar… invisibilizando a la persona y lo que la misma siente.

Finalmente, la persona acaba por identificarse y sentirse como objeto y al mismo tiempo ve e identifica al profesional como otro objeto con el que no tan solo no empatiza, sino que visibiliza como culpable e insensible a su situación y esa sensación no siempre se canaliza emocionalmente de manera adecuada y conduce a respuestas inapropiadas y, por supuesto rechazables, pero que no por ello debieran ser relegadas a la consideración exclusiva de un hecho delictivo. Porque eso no tan solo no va a resolver el problema, sino que lo va a agravar.

Así pues, el entorno sanitario en lugar de ser un entorno humanizado de salud y saludable se convierte en un contexto de estrés, tensión, enfrentamiento, aislamiento, desconfianza… que alimenta las tensiones y contribuye a la generación de respuestas negativas entre los diferentes actores que intervienen en la relación que se establece.

Si a ello añadimos que, por una parte, las/os profesionales no se sienten motivados, ni implicados, ni con ilusión por prestar una actividad profesional que no vaya más allá del cumplimiento estricto y, en la mayoría de ocasiones, insuficiente para dar respuesta a las demandas de la población, sintiéndose recursos de un sistema por el que se sienten maltratados y olvidados. Y por otra, las personas con necesidades de salud cada vez dan más sentido a su condición de pacientes, dada la paciencia que se les exige; a su condición de objeto pasivo dada la asistencia que reciben anulando su capacidad de decisión; a su pérdida de identidad individual y personal que es suplantada por la enfermedad que padecen y por la que se les clasifica y asiste sin tener en cuenta el afrontamiento de la misma y a sus consecuencias.

En base a todo ello y a más factores, podemos hacernos una mínima composición de lugar sobre el ambiente, el contexto, la relación, la comunicación… que se genera y cómo, cualquier acción, en apariencia nimia o intrascendente, puede llegar a ser el detonante de una explosión final que se traduce, en ocasiones, en agresiones evidentes, pero, en otras muchas, en micro agresiones por ambas partes, que contribuyen al deterioro progresivo de la relación profesional/persona; a la incomprensión que en ambos sentidos se tiene hacia el comportamiento de la otra parte, sea la que sea; a la huida de quienes pueden hacia recursos privados que, al menos en apariencia, ofrecen mejor servicio y atención, pero que contribuyen al deterioro del ya maltrecho sistema que se abandona; a la permanencia obligada de otros que al no poder huir provoca en ellos desigualdad; de una exigencia de respeto en sentido único, según la cual unos, los profesionales, consideran que lo merecen por su condición de protagonismo profesional y otros, los denominados pacientes, por su condición de clientes según la cual siempre tienen razón, lo que acaba por anular el respeto debido y exigido de ambos; de una actitud defensiva constante ante la sensación de ataque permanente; de una pérdida de ilusión que desangra al sistema con el abandono de sus profesionales.

Ante este panorama, hablar de humanizar o rehumanizar el sistema de salud es tan solo una etiqueta, un eslogan, una iniciativa sin recorrido, una declaración de intenciones vacía y, posiblemente, interesada, un eufemismo, una falacia… que no permite solucionar lo que es un problema de base, estructural, de organización, de voluntad política, de compromiso profesional, de responsabilidad colectiva… Resultando más fácil, más efectista que no efectivo, más oportunista que no oportuno, de más interés que no interesante… actuar desde la prohibición, la sanción, el delito, la pena, el castigo … y no desde el abordaje integral del problema y la identificación y reconocimiento claro de la parte de responsabilidad que cada cual tiene y aporta al problema.

La existencia de principios éticos, de códigos deontológicos, de protocolos, de procesos… no son más que herramientas útiles que no tienen reflejo final en la actuación profesional sino las conocemos, interiorizamos, asumimos y nos concienciamos de su utilidad y su cumplimiento. No se trata, pues, de conocer que es lo que debemos o no hacer. Se trata de hacer o no hacer con el fin último de dar la atención de mayor calidad y calidez.

La humanización, y con ella, la atención cercana, de escucha activa, de empatía, de respeto… no se puede imponer, ni protocolizar, ni normativizar. La humanización debe ser consecuencia de la actitud de todas las partes en el logro de un contexto que lo propicie y lo nutra en lugar de reprimirlo y limitarlo. De una voluntad firme de incorporarla como parte esencial de la formación y la actividad profesional y no como un adorno o una opción que se utiliza cuando se puede, se quiere o se tiene el voluntarismo para hacerlo. De un planteamiento participativo y de salud que contrarreste, minimice o anule, la influencia deshumanizada y deshumanizadora de la perspectiva mecanicista, biologicista y asistencialista que impregna a los sistemas de salud. De una focalización en la salud que se aleje de posicionamientos dicotómicos con la enfermedad y la sanidad. De una puesta en valor de los cuidados profesionales enfermeros, pero también de los familiares, que se identifiquen como elemento esencial de la humanización y no tan solo como un acompañamiento subsidiario de la curación o la tecnología situados tan solo en el ámbito doméstico. De una capacidad dinámica, innovadora, realista… de cambio que sitúe a la persona en el centro del mismo y no de los intereses políticos o económicos, corporativos y corporativistas o de los lobbies. De una actitud participativa, abierta y comprometida de la ciudadanía que rompa con las inercias de pasividad a las que ha sido sometida. De un abandono del protagonismo profesional que de paso al protagonismo comunitario e intersectorial.

Todas/os somos responsables de lo que pasa y del por qué pasa. Que nadie intente eludir su parte de responsabilidad. Que nadie trate de dar consejos aleccionadores. Que nadie utilice el victimismo como forma de defensa y ataque. Que nadie tenga la tentación de no sentirse implicada/o. Que nadie crea que la humanización no es parte de su competencia, actividad o actitud. Que nadie asuma la deshumanización como parte ineludible del sistema. Porque en la búsqueda de excusas, finalmente, desaparece o se difumina la responsabilidad.

Tan solo aprendiendo, entendiendo, investigando, actuando, compartiendo, asumiendo… la humanización seremos capaces de ser parte activa e indiscutible de la misma. Sin que sea una opción sino una obligación que merece nuestra profesión, la población y el sistema de salud y sin la que todo se convierte en un mero trámite que tan solo genera insatisfacción, frustración y conflicto.

Hablar de abogacía por la equidad, igualdad, derechos humanos, libertad, accesibilidad… sin una humanización de nuestra actividad profesional individual y una contribución real a la del sistema en el que la desarrollamos, es tan solo una manera burda y cobarde de renunciar a lo que, al menos como enfermeras, estamos obligadas a hacer. No se pueden entender ni la enfermería ni los cuidados profesionales enfermeros sin la atención humanizada que corresponde a la dignidad humana de las personas, las familias y la comunidad y que, además, en ningún caso supone una merma en la eficacia o eficiencia de la atención prestada, tal como se llega a plantear por parte de algunas personas interesadas en que nada cambie al entender que el rigor y la ciencia no casan bien con la humanización.

La Humanización es un hecho humano, hermoso, holístico, honesto, hospitalario… que requiere de habilidades, honestidad y humildad. Su ausencia nos hace ser a todas/os víctimas y culpables.

[1]  Lama tibetano gelugpa que, durante su exilio en Nepal, cofundó junto con Lama Zopa Rimpoché el monasterio de Kopán  y la Fundación para la Preservación de la Tradición Mahayana (1935-1984).

DÍA INTERNACIONAL DE LA ENFERMERA El poder de los cuidados

                                                                    “La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica”

Aristóteles[1]

 

Un año más celebramos el día internacional de la enfermera coincidiendo con la fecha de nacimiento de nuestra precursora y referente más reconocida, Florence Nightingale.

Celebrar este día siempre es motivo de alegría compartida. Pero también debería suponer un motivo de reflexión sobre lo que somos, dónde estamos y a dónde vamos o, mejor, queremos ir. Porque los discursos, las intenciones, las promesas, las alabanzas, los proyectos… por muy bien intencionados que puedan o quieran ser, no siempre, o casi nunca, se concretan en acciones, hechos, realidades, cambios… que contribuyan a mejorar la situación de las enfermeras y con ella la de la aportación en salud que se deriva para la población.

Ahora que, satisfactoriamente, se está hablando de cuidados y de la necesidad de los mismos, las enfermeras deberíamos ser capaces de situar los cuidados profesionales enfermeros en el lugar que, más allá de las valoraciones corporativistas que se puedan realizar, les corresponde por lo que suponen para las personas, la comunidad, los sistemas sanitarios y la salud en general.

No se trata, por tanto, de hacer un nuevo y no siempre útil discurso de loa o alabanza a los cuidados y a las enfermeras. Se trata de identificar, visibilizar y poner en valor, desde la objetividad y la evidencia científica existentes, a los cuidados profesionales y a las enfermeras. Y hacerlo sin que se vuelva, de nuevo, a establecer una respuesta de rechazo e incluso judicial por parte de quienes plantean que esto supone una invasión de competencias, cuando lo que realmente lo justifica es un miedo, igualmente infundado, a una pérdida de protagonismo.

Hacer de los cuidados y su prestación una lucha de poderes sería el mayor error que se podría cometer. Todas las partes deberíamos identificar y trabajar por la dignificación de los cuidados y para que su prestación de calidad estuviese garantizada dejándola en manos de quienes tienen las competencias, la experiencia, la ciencia, el conocimiento y la voluntad para hacerlo, sin que ello signifique en ningún caso que no se pueda participar en esa necesaria e imprescindible acción cuidadora por parte de otras disciplinas y no lo olvidemos, de la propia ciudadanía.

Para ello deberíamos tener en cuenta que los cuidados trascienden a la identidad profesional enfermera configurándose como un derecho fundamental para la salud de las personas, las familias y la comunidad. Esto nos obliga, como enfermeras y como ciudadanas/os que somos, a implicarnos de manera decidida en la necesaria e imprescindible articulación entre los cuidados profesionales enfermeros y los cuidados que, en diferentes ámbitos, pero fundamentalmente, en el familiar se prestan por parte de cuidadoras/es en una proporción que excede en mucho la que corresponde a los cuidados denominados formales y que son prestados desde el Sistema Nacional de Salud (SNS). Este sin duda es un reto que debemos asumir las enfermeras más allá de cualquier planteamiento, estrategia o marco de referencia que se trate de desarrollar en torno a los cuidados.

En este sentido, sin duda, el planteamiento y puesta en marcha de una estrategia de cuidados supone una gran noticia que requerirá del trabajo y el compromiso de todas las partes implicadas y, en especial, de las enfermeras. Pero el mismo no puede ni debe, en ningún caso, representar un paréntesis en la acción decidida y diaria de la actividad enfermera.

Estoy convencido de que el trabajo de quienes han apostado por la dignidad de los cuidados y de las enfermeras llegará a buen puerto. Pero no es menos cierto que el mismo contará con dificultades que no permitirán una concreción a corto plazo. Es por ello que mientras responsables políticas/os, técnicos de las administraciones, sociedades científicas, organizaciones colegiales y sindicales y ciudadanía, trabajan con el objetivo común de lograrlo, las enfermeras, todas, allá dónde presten cuidados profesionales visibilicen la trascendencia de poner en valor su aportación cuidadora profesional, pero además sepan valorar en su justa medida la aportación cuidadora de quienes la desempeñan por razones afectivas, de vinculación familiar o contractual o de obligación incluso. Valoración que debe ir mucho más allá del cuidado mismo. Porque nuestra competencia no debe limitarse a la observación, intervención o valoración de los cuidados prestados por estas personas y de su efecto en las personas cuidadas. Esto convertiría al cuidado en un mero procedimiento técnico o en una forma de liberación de nuestra carga de trabajo, lo que supondría situar a las cuidadoras/es como instrumentos valorables o útiles de interés y no como personas con necesidades, sentimientos, emociones, temores, incertidumbres… y por tanto con necesidades de cuidados profesionales.

Por otra parte, identificar los cuidados como una acción sanadora relacionada exclusivamente con la enfermedad, es situarlos en el ámbito del modelo medicalizado, curativo, biologicista… que impregna al SNS, alejándolos del paradigma enfermero desde el que deben ser planteados, construidos, planificados, prestados y evaluados. Además, hacerlo así supone igualmente apartarlos de su carácter humanista que nunca debieran perder ni tan siquiera difuminar.

Los cuidados profesionales, desde dicho paradigma enfermero, deben contribuir activamente a la promoción de la salud de la comunidad, trabajando activamente en ella y con ella a través de procesos participativos desde los que la ciudadanía tome sus propias decisiones. Cuidados que faciliten, refuercen e impulsen el liderazgo ciudadano desde el liderazgo enfermero para lograr su empoderamiento y les permitan lograr autogestión, autodeterminación, autonomía y autocuidado. Cuidados que articulen las intervenciones necesarias para la construcción de espacios saludables de convivencia, respeto, libertad y equidad. Cuidados que logren incorporar la salud en todas las políticas. Cuidados que contribuyan a identificarlos como un bien intangible de las enfermeras por parte de la ciudadanía. Cuidados que sean demandados y exigidos como un derecho y no tan solo, como lamentablemente aún sucede, como un aditivo a los procesos curativos. Cuidados por tanto que faciliten la adecuada valoración de la aportación finalista de los mismos y su contribución a la calidad y sostenibilidad del SNS o de cualquier otro ámbito en donde se presten con eficacia y eficiencia.

No se trata, por tanto, de construir un modelo de cuidados. Los cuidados no son ni deben ser, desde mi punto de vista, un modelo. Hacerlo es encorsetar en normas, criterios, tareas… unos cuidados que son y deben seguir siendo, dinámicos, adaptables, diversos… Porque, aún en el hipotético e improbable caso de que se pudiese generar ese teórico modelo, el mismo seguiría sin la capacidad de aportar el valor que les corresponde, al tenerse que desarrollar en, en este caso sí, en el actual modelo sanitario en el que el cuidado es un elemento secundario y subsidiario y no una acción fundamental e imprescindible de la atención a la salud. En consecuencia el cambio es de modelo sanitario, es decir estructural y organizativo, y no de generar modelos artificiales que no corresponden a la necesidad real.

Los cuidados son y deben seguir siendo la seña de identidad científica, disciplinar y profesional de las enfermeras. Para ello resulta imprescindible también que, desde los ámbitos, docente, científico, gestor y de atención directa, se visibilice esta trascendencia y se contribuya a ponerlos en valor.

Desde la universidad, considero, se debe llevar a cabo una revisión profunda de los planes de estudio para adaptarlos tanto a las necesidades de cuidados profesionales de la comunidad como de la propia disciplina mediante la consolidación de los cuidados como eje vertebrador y determinante de nuestras competencias, alejándose de la influencia medicalizada y técnica que ejerce el actual modelo sanitario y en base a la cual se modulan muchos de los procesos de enseñanza-aprendizaje generando un efecto de fascinación en el estudiantado que contrarresta negativamente el valor real de los cuidados enfermeros.

Desde el ámbito científico, resulta fundamental que se desarrollen líneas de investigación en cuidados que generen evidencias sobre la aportación a la salud de los cuidados profesionales enfermeros y también sobre el efecto que los mismos tienen en los sistemas de salud, tanto en términos económicos como de calidad. La incorporación de metodologías de investigación cualitativa y participativa, tales como la investigación acción participación, deben incorporarse cada vez más en la investigación enfermera, sin que ello signifique abandonar las metodologías del racionalismo positivista que aún colonizan de manera mayoritaria los proyectos. Y, sobre todo, que las evidencias que se generen sirvan realmente para mejorar la prestación de cuidados y no se queden tan solo en el ámbito teórico. Para ello es fundamental que las investigaciones tengan un carácter de beneficio para la profesión y para la población y no se limiten a ser un elemento de carrera académica o profesional en el perverso juego de intereses en el que se sitúan actualmente.

Desde la gestión, aún teniendo en cuenta que se lleva a cabo en modelos medicalizados en los que los cuidados ya hemos visto quedan ocultos, se debe hacer un esfuerzo por parte de las enfermeras gestoras para incorporar los cuidados como eje de su gestión más allá de otros criterios o indicadores que, siendo importantes, invisibilizan la aportación de los cuidados y su consiguiente valoración, así como de quienes los prestan, las enfermeras. Sería deseable que las Direcciones y otros puestos de gestión, fuesen denominados de Cuidados Enfermeros, lo que identificaría su principal misión y visión, así como permitiría gestionar la planificación en base a los cuidados.

Por último, pero no por ello menos importante, desde la atención directa en cualquier ámbito, las enfermeras debemos focalizar y privilegiar nuestra acción cuidadora profesional, de tal manera que los cuidados sean el eje de nuestra actividad y permitan complementar la atención integral que requieren las personas, familias y comunidad. Unos cuidados humanizados que contribuyan a priorizar las necesidades sentidas de las personas para lograr consensuar afrontamientos eficaces de salud y que deberán ser planificados, seguidos y evaluados con el fin de asegurar su eficacia y eficiencia. Cuidados que no se centren exclusivamente en la enfermedad y que promocionen el autocuidado sin que ello signifique, en ningún caso, el abandono de las personas atendidas, que deberán identificarnos como referentes de dicho autocuidado o de cualquier otro problema de salud que pueda presentarse. La prestación de los cuidados enfermeros, además, deberá de articularse con la atención dada por otros profesionales del equipo favoreciendo que esta sea integral, integrada e integradora, desde una perspectiva de trabajo transdisciplinar y transectorial. Todo ello evidentemente será mucho más eficaz si previamente se realizan las acciones docentes, investigadoras y gestoras ya comentadas que articularían y facilitarían en gran medida esta actividad sin que la misma fuese vista como una acción aislada y ligada al voluntarismo, sin valoración de la misma por parte, tanto del propio equipo como de la administración.

Son muchas las evidencias ya existentes del impacto que los cuidados tienen en la comunidad, así como de su poder económico, tal como plantea el Consejo Internacional de Enfermeras (CIE), en las acciones políticas recogidas en la carta para el cambio[2] o en el informe del Día Internacional de la Enfermera[3] de este año realizado con motivo del Día Internacional de la Enfermera.

Sin poner en duda la gran importancia y poder que tiene la esfera económica en cualquier aspecto de nuestra sociedad y a la que, por tanto, no escapan ni deben hacerlo los cuidados, deberíamos vigilar para que esta necesaria valoración tan solo fuese una parte de lo mucho que significan los cuidados para la salud de la sociedad en su conjunto.

En el día internacional de la enfermera, me gustaría que fuésemos capaces de centrar nuestra atención en lo importancia de los cuidados y lo que los mismos significan tanto para la población en resultados de salud, como para las organizaciones sanitarias en cuanto a la racionalización que los mismos aportan a su gestión y valoración y para las propias enfermeras que, en todos los casos, permitirán que se visibilice y valore, en su justa medida, la atención enfermera.

Desde este Blog[4] que tan solo pretende ser un foro de opinión desde el que incentivar el análisis, la reflexión y el debate, quisiera sumarme a la celebración del Día Internacional de la Enfermera, con el claro compromiso de seguir trabajando, desde los cuidados profesionales, para y con la comunidad y las enfermeras.

[1]  Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia (384 aC-322 aC).

[2] https://www.icn.ch/sites/default/files/2023-05/IND_2023_Charter_SP.pdf

[3] https://www.icn.ch/sites/default/files/2024-05/ICN_IND2024_report_SP_A4_3.1.pdf

[4] http://efyc.jrmartinezriera.com/

ENTREVISTA EN WELFARE OGGI

Entrevista realizada por mi gran amigo César Iván Avilés González en la revista italiana Welfare Oggi
Muchas gracias

EL SILENCIO Y LOS SILENCIOS La necesidad de una voz enfermera

 

A Mª Jesús Pérez Mora que con su voz rompió tantos silencios.

 

                                                                                         «¡Basta de silencios!¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!»

Santa Catalina de Siena[1]

 

El silencio es en sí mismo una forma de comunicación. Traslada que no se quiere decir, expresar, transmitir, opinar, rebatir, reafirmar… nada. Viene a ser como el voto en blanco en las elecciones. Se puede interpretar como una estrategia ante determinadas situaciones en las que el silencio puede suponer una forma importante para el logro de un determinado objetivo o como parte de un discurso en el que se combina de manera consciente, inteligente y oportuna con las palabras configurando un mensaje que determina una posición clara y determinante que define a su emisor, aunque ello no signifique que el resultado no pueda ser negativo, peligroso o incluso dañino.

El silencio, sin embrago, puede ser consecuencia también de diferentes motivos o circunstancias, involuntarias, impuestas o forzadas. Existiendo además componentes como el miedo, la presión, la coacción, la incertidumbre, la duda… que hacen que dicho silencio deje de ser una forma de comunicación voluntaria y con sentido para pasar a ser un acto inducido, forzado y defensivo que limita, impide o manipula la construcción libre de opinión, conocimiento o posicionamiento.

También se genera, utiliza e incluso se instaura como mecanismo habitual de comunicación, el silencio voluntario, cómplice o cobarde producto de la comodidad, la, la mediocridad o la tolerancia, que conducen a la inacción, la pasividad o la injusticia.

Me voy a referir a los dos tipos de silencio que, a mi modo de ver, suponen una verdadera lacra y un evidente riesgo para el desarrollo, visibilidad, valoración y respeto de la enfermería y por derivación de los cuidados.

En cuanto al silencio impuesto, supone una forma inadmisible de autoridad para lograr la asunción de comportamientos, acciones, conocimiento, ideas, planteamientos, con el fin de perpetuar un modelo, favorecer una determinada posición, limitar o manipular la verdad, impedir el análisis, la reflexión y el debate, anular la voluntad o reprimir las alternativas, a través de la amenaza, el acoso, el miedo, la presión… que permitan una complicidad basada en el silencio y la permisividad que, incluso en algunos casos, supone la utilización de una argucia disfrazada de ética como la interesada objeción de conciencia que contraviene claramente el cumplimiento de legislación vigente y con ella la anulación de derechos fundamentales que emanan de la misma, configurando un escenario de impostada normalidad que realmente se basa en el autoritarismo, y el sectarismo ideológico, religioso o político. Es, por tanto, un silencio provocado y no provocativo que representa una verdadera amenaza a los intereses de la población, la competencia profesional o la parálisis del sistema de salud a favor de intereses políticos, ideológicos, económicos, corporativos o una mezcla de todos ellos.

Dicho silencio acaba por naturalizarse y asumirse ante la amenaza cierta o percibida, o la construcción de un modelo que se blinda en base a normativas que encorsetan, paralizan o anulan el necesario dinamismo, la deseada adaptación o el imprescindible cambio de un modelo sanitario caduco, ineficaz e ineficiente que se disfraza de excelencia y se consolida como el único posible y en el que el desarrollo disciplinar de las enfermeras queda acotado, vigilado y restringido por parte de una administración temerosa de las presiones de determinados lobbies corporativos para mantener un estatus e imagen que ven peligrar más por efecto de su actitud profesional que por la sospecha infundada, maliciosa e interesada de una supuesta invasión competencial que ni es real ni se sostiene, pero que utilizan y practican permanentemente con sus acusaciones y judicialización que les resulta favorable gracias al mantenimiento inaudito y trasnochado de unas normas que tan solo protegen y benefician a quienes establecieron “su” modelo medicocentrista, que no tan solo está cuestionado, sino que resulta a todas luces incapaz de resolver las necesidades y los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad.

Se combinan por otra parte el silencio cómplice, provocador y reaccionario de quienes forman parte de dicho modelo en el que los silenciosos se sienten cómodos, protegidos y protagonistas, con el silencio de quienes temen la represalia, el enfrentamiento o la identificación como reaccionarios o conflictivos. Lo que acaba generando un clima de permanente conflicto en el seno de los equipos, en unos casos, o en otros, el sometimiento disciplinar, organizativo o de autoridad de gestión de quienes sin compartir el modelo lo asumen como el único posible.

Pero este silencio y el “ruido” distorsionador de quienes tienen patente de corso para producirlo, con ser un problema de primer orden, no es el único, ni posiblemente el más peligroso. Al menos por lo que respecta a la evolución científico-profesional de las enfermeras. Porque el silencio que de manera voluntaria, interesada, cómoda, irracional, insensata y me atrevo a decir que suicida profesionalmente hablando, que un número muy importante de enfermeras incorpora como actitud profesional hasta el punto de hacer de ella su identidad de acción, supone asumir de manera tácita y consciente lo que otros decidan sobre su capacidad profesional sin que se genere una reacción que proponga una respuesta producto del pensamiento crítico-científico, la reflexión y la argumentación, que contrarreste el pensamiento dominante y con él su influencia en la organización y desarrollo de la atención a la salud, así como de quienes se determina, en base al mismo, pueden hacer, decidir, asumir, realizar… y con qué autonomía de acción.

Esta circunstancia mantenida en el tiempo mucho más allá de lo mínimamente razonable y admisible provoca un efecto anestésico que paraliza la capacidad de articular un mensaje coherente, pero también resistente y resiliente, que cuanto menos tratase de evidenciar el abuso de poder científico profesional de unos cuantos. No tan solo sobre otros profesionales, sino contra la población a la que se debe atender al ejercer un poder reduccionista que limita la salud a su única y exclusiva referencia, aunque sea incapaz, como demuestra la evidencia, de solucionar las carencias, defectos y efectos derivados de su acción de presión y control absoluta.

Finalmente el silencio logrado como efecto de su aletargadora acción provoca una posición de tolerancia que se ve recompensada con la sensación de bienestar que se concreta en las zonas de confort en las que se instalan para seguir alimentando un silencio que contribuye a perpetuar la organización deseada.

Este silencio, es circunstancialmente roto por ciertas voces disidentes que plantean resistencia ante lo que consideran un atropello y una injusticia. Voces que alteran el plácido bienestar de los nichos ecológicos en los que se instalan las/os silenciosas/os y que ven amenazada su zona de confort y con ella su bienestar, por lo que provocan una reacción defensiva que trata de neutralizar y acallar dichas voces y, por supuesto, a sus emisores en una acción cainita que impide que el discurso que se trata de construir perturbe el entorno protector en el que se han instalado y desde el que ejercen una silenciosa, pero terriblemente peligrosa y nociva, actitud profesional.

El sistema, por su parte, contribuye de manera sistemática a que este silencio sea parte fundamental de la organización con su actitud contemporizadora, cuando no claramente alineada, con quienes articulan, manejan, determinan, refuerzan, consolidan… su modelo mediatizado y medicalizado.

A su vez, quienes son considerados referentes profesionales, desde sus atalayas de poder, alcanzado y mantenido con los recursos aportados de manera obligatoria por parte de todas las enfermeras, contribuyen a mantener el silencio con su propio y estridente silencio y con la vigilancia de quienes se atreven a romperlo por identificar a sus emisores como un peligro a su posición de privilegio mantenida con estrategias en las que la omertà[2] o ley de silencio se constituye como su modus operandi. Ley que combinan con la generación de ciertos sonidos distorsionadores y, sobre todo, distractores con el objetivo de aparentar una acción que es tan solo una actuación burda, falsa y mediática que trata de maquillar los efectos de una gestión pretérita y presente que pone en peligro su futuro. Para ello no tienen escrúpulos en usar el mismo proceso cainita del que hablaba antes con tal de contrarrestar, paralizar o eliminar a quienes fueron aliados de una gestión compartida y conocida de la que tratan de huir indemnes a pesar de las evidencias. Así mismo utilizan el poder de su posición para acallar a cuantas/os consideran pueden resultar un peligro para su estabilidad y su zona de confort, en este caso de lujo y con lujo. Tienden sus tentáculos y acallan a sus “enemigos”, que en teoría y paradójicamente son sus protegidas/os, con la connivencia de compañeras/os de viaje voluntarias/os o forzadas/os, aliados interesados, administraciones solícitas… para conseguir restaurar el silencio placentero que les beneficia. Aunque ello suponga una clara parálisis de la evolución y el desarrollo de las enfermeras en su conjunto o acallar las voces e impedir que se proyecte el mensaje y la imagen de quienes tienen un discurso diferente al suyo, aunque para ello tengan que utilizar la manipulación. Se trata, finalmente, de un silencio general que proyecta un consejo muy difícil de entender y asumir, pero que acaba por ser asimilado y aceptado como parte del silencio individual y colectivo naturalizado.

Ante este escenario de silencio y de silencios hay voces que permiten identificar que otra realidad no tan solo es posible sino muy necesaria. Una realidad que debe ser oída y escuchada para poder comprender y entender que hay que romper los silencios cómplices, interesados, forzados, consentidos… que permitan construir mensajes potentes, claros, razonables, razonados, diversos, eclécticos, libres, consensuados… como única forma de salir del ostracismo silencioso en el que consentimos permanecer por mucho que existan factores, elementos o acciones que lo favorecen.

Son muchas las voces y las/os dueñas/os de las mismas que se emiten y transmiten, aunque muchas de ellas lamentablemente acaben por ser silenciadas o claudiquen ante la presión a la que se les somete por parte de unos u otros.

Pero hoy quisiera rescatar la voz de una enfermera que nunca permitió que la callasen y se resistió a que su voz no llegase a donde quería y sabía que debía llegar. No fue ajena a presiones, amenazas o acosos para silenciarla, pero nada logró callarla, aunque tuviese que cambiar el escenario en el que desarrollar su mensaje enfermero autónomo, potente, de presente y de futuro sin renunciar a su pasado. Fue un mensaje constructor, alejado de la confrontación sin renunciar a la firmeza que precisaba, un mensaje claro y alto que rompiera silencios y acallara presiones, que alimentara el avance y evitase la parálisis, que incentivaba la acción y rehuía de la pasividad. Un mensaje enfermero para las enfermeras, pero sobre todo para la población a la que tenía un profundo respeto. Un mensaje libre, democrático, participativo, colectivo. Un mensaje innovador, de soluciones ajustadas a la realidad y a los recursos disponibles. Un mensaje humano, cercano, activo. Un mensaje científico y profesional. Un mensaje renovador. Un mensaje de ilusión y nunca iluso. Un mensaje permanente, revisado y renovado. Un mensaje sin miedo pero sin temeridad. Un mensaje de respeto pero haciéndose respetar. Un mensaje de igualdad y accesibilidad. Un mensaje tan potente como la energía desde la que lo proyectaba. Un mensaje ante el que nadie podía ser ajeno o indiferente, aunque no se compartiera. Un mensaje real, realista y realizable. Un mensaje que se concretó en resultados tangibles y evidentes. Un mensaje que logró identificarla como mujer, como enfermera, como líder.

Hoy su mensaje permanece vivo, patente, actual, aunque su voz, con la que vencía el silencio y los silencios, se haya ido con ella a un destino incierto pero desde el que seguro será capaz de seguir proyectando su mensaje.

Su recuerdo perdurará y su aportación se recordará como una acción indispensable en la configuración de la imagen enfermera, su visibilidad y su valoración.

Ella consiguió que hoy podamos hablar, al menos algunas/os, desde la convicción y la creencia de que todo se puede cambiar para lograr prestar unos cuidados enfermeros de calidad y calidez que contribuyan a mantener sanos a los sanos, a identificar las necesidades sentidas, a hacer partícipes a las personas de sus decisiones, a intervenir en la familia para trabajar con ella, a que la comunidad sea vista como algo que va mucho más allá del sumatorio de las personas que la constituyen, a ser maestra y referente de aquellas enfermeras a las que formaba con valentía, fuerza, convicción e incluso rebeldía.

Ahora lloramos su marcha aunque compartimos la inmensa alegría de haberla conocido. El inmenso honor de haber convivido y trabajado a su lado. La gran dicha de haber aprendido de su voz, su mensaje y su palabra. La oportunidad de reconocer y defender que el silencio no puede ser nunca la forma de avanzar, luchar, conseguir los objetivos profesionales pero también de salud comunitaria y pública a través de la abogacía de los derechos humanos, tal como nos enseñó e inculcó.

Gracias Mª Jesús Pérez Mora por tu voz, tu presencia y esencia. Nunca permanecerás en silencio porque tu recuerdo será permanente en mi recorrido, el que me quede, y mi voz será tu voz para vencer el silencio y los silencios que duelen y laceran la libertad, la igualdad, la evolución y la salud.

Allá donde estés seguirás presente siempre en mi mente y en mi corazón.

 

[1] Laica dominica (terciaria) y mística venerada como santa en la Iglesia católica (1347-1380).

[2] Es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos que incumben a las personas implicadas