LA VISIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL CUIDADO Más allá de posiciones e imposiciones El efecto mariposa

¿Tu verdad? No. La Verdad,

y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela.

Antonio Machado (Provervios y cantares)[1]

 

 

Estamos ante una situación en la que se están radicalizando las posiciones. Posiciones que en algunos casos obedecen a intereses muy concretos en los que se socaban de manera absolutamente intencionada derechos fundamentales u opciones de cualquier tipo, utilizando de manera maniquea la libertad y la democracia para conseguir una sociedad alienada y pasiva a la que manipular.

A esta importante preocupación hay que añadir los mensajes que últimamente vienen generando quienes, en algún momento de nuestra reciente historia y en cualquier ámbito de nuestra vida, es decir, política, profesional, económica… han sido consideradas/os referentes y han tenido una gran influencia.

Podemos identificar muy fácilmente a quienes capitalizan la atención con sus derivas ideológicas a través de mensajes que descalifican, señalan, increpan e incluso acusan a quienes siguen siendo compañeras/os de partido, profesión, ideología…[2], [3], [4].  No se trata de los habituales y oportunistas personajes que se venden al mejor postor con tal de seguir teniendo notoriedad o poder, aunque sea de manera relativa y ligada al permanente chantaje de quienes les reciben[5], sino de aquellos que manteniéndose en “su feudo”, al considerarlo propio y exclusivo, arengan consignas de descalificación, tratando de imponer su posicionamiento. Dogmatizan desde el imaginario atril de su fama y desde los medios, más o menos masivos, más o menos dignos, que se prestan a ello, tratando de influir en quienes fueron sus adeptos y seguidores fieles y en quienes eran sus enemigos y ahora identifican en ellos/as a un importante baluarte para su causa. Paseándose por platós de televisión, por emisoras de radio o llenando columnas de periódicos. Causa a la que paradójicamente, se enfrentaron con unas ideas y un ideario que ahora abandonan, tergiversan, manipulan o deforman contribuyendo con ello a alimentar las voces de quienes, precisamente, están en contra de todo aquello que en su día representaron y de lo que ahora reniegan. Tratando de imponer su ortodoxia personal sin dejar espacio para la diversidad de pensamiento.

Pero también están quienes haciendo uso de su estela ideológica, profesional, social… intentan captar a sus adeptas/os en redes sociales para atraer su atención y apoyo y provocar el rechazo y aislamiento de aquellas/os a quienes excluyen por entender que van en contra de sus ideas o planteamientos o simplemente les hacen sombra, estableciendo una relación causal muy peligrosa. Para ello argumentan que se atenta a derechos que dicen defender y de los que se sienten propietarios/as, atacando, desde la descalificación, a quienes defienden o simplemente exponen otras ideas o posiciones, considerando enemigas/os a quienes plantean esas opciones.

Nadie discute, o no debería hacerlo, el valor de todas estas personas que a lo largo de su vida trabajaron, se comprometieron, implicaron y lucharon por ideales de libertad, respeto a los derechos humanos, identidad de género, identidad profesional… fundamentales para la sociedad y la convivencia democrática. Fueron valientes y supieron liderar procesos que supusieron grandes avances y logros fundamentales. Tuvieron que soportar ataques de quienes veían en ellas/os una amenaza a posturas o ideas anacrónicas que se pretendían perpetuar. Contribuyeron al diálogo y el consenso desde la firmeza que no la imposición. A pesar de lo cual ahora replican dichos comportamientos para defender sus postulados.

La realidad social, política, económica, profesional e incluso científica, es dinámica y precisa de cambios constantes que permitan adaptar cualquier posicionamiento a las nuevas necesidades, demandas o inquietudes de las personas, por mucho que algunas de ellas resulten difíciles de entender, comprender e incluso aceptar, pero lo que nunca debería perderse es la capacidad de respetar. Identificar como amenaza la diversidad y arremeter contra ella, utilizando el rédito alcanzado y concedido como referentes, disociando la realidad pretérita y la actual, les descalifica como referentes y les sitúa en una posición de intransigencia que resulta difícil de entender, generando rechazo en quienes siempre les apoyaron y apoyo en quienes conociéndolas/os o no, los identifican como una oportunidad inesperada y aplaudida a sus intereses.

Creer que los logros alcanzados con sus indiscutibles luchas son indelebles al tiempo y a los cambios que su paso genera en los mismos, o entender que cualquier logro, por importante que haya sido, no puede mejorarse, cambiarse o adaptarse a las nuevas concepciones, identidades, realidades, pensamientos, movimientos, determinantes… que se van generando, es como querer parar el tiempo con la creencia de que lo logrado ya no podrá ni deberá alterarse, en un intento fallido por controlar el ciclo vital al que irremediablemente estamos sujetas/os todas/os. Es un gravísimo error que provoca la pérdida de la razón en su momento alcanzada y supone la consideración de excéntrica/o cuando no de referencias poco afortunadas a su capacidad intelectual ligadas a la edad, en un nuevo y claro ejemplo de edadismo al que sin pretenderlo contribuyen.

La retirada a tiempo, liberarse del halo de divas/os o diosas/os que en ocasiones se les otorga y aceptan; tener generosidad y humildad que en ningún caso suponen renunciar a la excelencia lograda; trasladar gratitud por lo obtenido sin que sea utilizado como dogma; favorecer la capacidad de respetar la diferencia y las diferencias aunque duelan sin tener que renunciar a sus creencias propias; identificar nuevos liderazgos aunque se alejen de los parámetros utilizados por ellos/as… debieran ser incorporados como elementos fundamentales de progreso, avance, desarrollo y logros. Constituirse en arietes para derribar la realidad no les va a facilitar derribar ni una sola idea.

Respetar para ser respetadas/os. Dejar que otros se equivoquen como ellas/os se equivocaron. Ayudar en la medida de sus posibilidades y de sus oportunidades, pero sin forzarlas y sin imposiciones. No utilizar su influencia como medio para contrarrestar lo que no les gusta.

Si a todo ello añadimos que la evolución social, política, económica, demográfica, profesional, científica, relacional… se ve influenciada no tan solo por los determinantes conocidos y asumidos como generacionales, sino por el impacto de  factores derivados de la tecnología como la realidad aumentada o la inteligencia artificial, nos encontramos ante un panorama ciertamente incierto, al que, desde luego, no contribuyen a entender, asimilar y asumir, posicionamientos como los comentados anteriormente.

Las dudas cada vez se transforman, en menor espacio de tiempo, en certezas situándonos ante un escenario en el que ni las estructuras familiares, ni las relaciones sociales, laborales o de simple convivencia, ni el conocimiento y su adquisición y transmisión, ni tan siquiera las identidades de cualquier tipo, van a mantenerse como hasta ahora.

Las competencias profesionales van a ser cuestionadas tal y como ahora mismo las identificamos, debiendo asumir que los cambios para adaptarlas al nuevo escenario van a tener que producirse sino queremos quedar desfasadas/os y fuera de contexto. Todo aquello que tenga que ver con la técnica o la tecnología estará sujeto al impacto de la inteligencia artificial que muy pronto dejará de ser una opción.

La asistencia sanitaria, que no la atención a la salud, se verá no tan solo influenciada, sino que será objeto de profundos cambios que, de hecho, ya se están produciendo como efecto de la irrupción de la Inteligencia Artificial (IA), que permite sustituir la intervención profesional directa, generando mejoras próximas a la perfección. La IA será capaz de minimizar los errores y con ello aumentará la calidad de la asistencia reduciendo tiempo y costes. El número de profesionales que deberán intervenir en los procesos se reducirá significativamente al tiempo que aumentará la exigencia de profesionales altamente cualificados para controlar lo que la IA realice. Esto no es una distopía, ni tan siquiera es ya una utopía, es una realidad muy próxima que no nos puede situar en la negación o criminalización de la misma. Se trata de adaptarse, una vez más, como viene haciendo la humanidad desde el principio de su existencia.

Otra cosa es la atención a la salud, las necesidades, las demandas… que las personas, las familias y la comunidad planteen y que van a requerir de cuidados que se articulen con la asistencia proporcionada por la IA. Porque la realidad y la historia nos permiten asegurar que los cuidados no podrán ser sustituidos por la IA, aunque deberán adaptarse a la misma situándola en el lugar adecuado para que no interfiera en la prestación de cuidados humanizados si queremos que se sitúen al nivel de la dignidad humana. Los cuidados han sido y siguen siendo la mejor respuesta a la fragilidad humana. Fragilidad que continuará existiendo por muchos y variados que sean los avances que intenten alargar o proteger la vida de las personas. Porque a cada nuevo avance aparece un nuevo riesgo que perpetúa la fragilidad y que, a su vez, genera nuevas necesidades de cuidados.

Fragilidad que concluye con la muerte como parte del ciclo vital, aunque nos resistamos a aceptarla, identificándola en muchas ocasiones, como un fracaso cuando no es más que una parte ineludible y necesaria del ciclo vital de las personas, las familias y la comunidad ya que en todas ellas impacta. Posible y precisamente este sea el mejor ejemplo de la inutilidad de aferrarse a la idea de encontrar “la piedra filosofal” para alcanzar la vida eterna como viene haciéndose a lo largo de la historia de muy diferentes maneras, unas más esotéricas y otras más científicas. Al contrario de lo que pasa con los cuidados que no tan solo perdurarán, sino que aumentarán su necesidad, ya que la tecnología nunca será capaz de erradicar la muerte como parte del ciclo vital.

A este torpe, inútil y acientífico negacionismo hacia la muerte se une, cada vez más, el que se refiere a la vejez. A los logros por alargar la vida se ha unido, como si fuera un complemento imprescindible, disimular u ocultar la vejez, como respuesta al hedonismo vital y social en el que nos hemos sumido, considerando a la vejez y a la imagen que la misma proyecta un obstáculo para los cánones de belleza normativamente establecidos y aceptados. De tal manera que la vejez hay que ocultarla para no estropear el glamur científico de quienes se creen salvadores de la humanidad, intentando lograr la reversión de la vejez como sucedía en el relato de F. Scott Fitzgerald[6], “El curioso caso de Benjamin Button” del que posteriormente se hizo una película[7]. Negacionismo que nos lleva a despreciar el cúmulo de conocimiento y experiencia de este sector de población y a generar problemas como la soledad no deseada, el estrés del/la cuidador/a, la cronificación de la cronicidad, la brecha intergeneracional… derivados del desprecio hacia la imagen que proyectan en una sociedad artificial de lentejuelas y bótox.

Pero, centrándome en el caso de la muerte, en los últimos días he tenido oportunidad de vivir dos experiencias que me hacen corroborar lo que estoy diciendo y que posiblemente puedan extenderse, al menos en parte, al de la vejez.

La primera de ellas sucedió en un foro en el que hablaba de enfermería, cuidados y humanización a una comunidad[8]. En el debate posterior una joven me trasladó su deseo de estudiar enfermería al tiempo que compartía su temor a cómo afrontar la muerte que relacionaba como parte inseparable de la actividad de las enfermeras y que le intimidaba y hacía dudar sobre su elección. Es un claro ejemplo de cómo se identifica la muerte. Como un tabú al que no queremos mirar de frente, intentando negar su existencia u ocultándola a pesar de saber que forma parte de nuestra realidad o en la torpe creencia de que podemos vencerla. Naturalizar la muerte para afrontarla de manera eficaz y en base a ello cuidar a las personas, es algo que debemos asumir como enfermeras. Las personas no desean vivir eternamente, pero sí quieren morir con dignidad y en las mejores condiciones posibles. Para ello resultan imprescindibles los cuidados que la IA no podrá prestar nunca, como tampoco podrá evitar la muerte.

La segunda fue la carta que el médico Juan Gervás[9] escribió a su mujer recientemente fallecida. En ella incidía en la necesidad de identificar la muerte como parte de la existencia humana y no como un fracaso de la medicina, al tiempo que ponía en valor la necesidad de los cuidados. Una carta llena de emociones, sentimientos, dudas, incertidumbres, temores… surgidos del recorrido memorístico que hace de la compañía con la agonía y muerte de su esposa y que le hacen plantearse interrogantes, pero también afirmaciones muy contundentes, de lo que supone el afrontamiento de la realidad con todas sus variables y constantes, todas sus identidades e identificaciones, todas sus dudas y certezas, todas sus afirmaciones y negaciones, todas sus causalidades y casualidades, todas sus dudas y certezas, todas sus desilusiones y esperanzas, todas sus culpas y perdones, todos sus reproches y reconocimientos. Dicotomías reflexivas frente al dolor y la tristeza, realizadas con constantes lineales y transversales como el amor y el cuidado, por parte de quien, como él, siempre se ha caracterizado por sus planteamientos críticos e incluso corrosivos de una realidad sanitaria con la que nunca se ha sentido satisfecho. No podemos plantear como hizo Epicuro de Samos[10] que “la muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo.”

Estamos ante momentos clave de nuestra evolución como personas, pero también como familia y comunidad. Contextos en los que las configuraciones, valores, normas, identidades… conforman una realidad calidoscópica en la que debemos ser capaces de vivir y convivir sin tratar de imponer nuestro criterio o desautorizar el de otras/os siempre y cuando no supongan una vulneración de la libertad de nadie, aun cuando se haga en nombre de la propia libertad como medio para lograr, precisamente acabar con ella. Ni imposiciones dogmáticas, ni relativismos, ni falsos escepticismos.

No caigamos en la tentación de replicar modelos de narcisismo político, profesional o personal que tienen un efecto mariposa[11] que no siempre sabemos controlar.

La visión y construcción del cuidado, que es lo que como enfermeras nos corresponde, no puede ni debe hacerse desde la descalificación ni la exclusión y mucho menos la imposición, que atentan contra la propia identidad del cuidado, pero también de las múltiples identidades culturales, de creencias, de construcción individual ligadas al género, la abogacía por la salud, la equidad, la libertad… El cuidado debe ser visto, construido, alimentado y prestado desde la generosidad, la humildad, el respeto, la convicción, la participación, el consenso y la ciencia. Tan solo así seremos capaces de vencer la tentación de la exclusividad o de la posesión de la verdad absoluta basándose en la experiencia, pero cuestionadas por la ciencia. Porque ni una ni otra existen. La realidad requiere de las aportaciones derivadas de la diversidad que así mismo permiten construir el cuidado personalizado, específico, y adaptado a las múltiples realidades individuales de las personas, las familias y la comunidad en sus diferentes tiempos y contextos, a las que atendemos y deberemos seguir atendiendo con o sin IA.

[1]  Poeta español, el más joven representante de la generación del 98. (1875-1939)

[2] https://www.eldiario.es/temas/felipe-gonzalez/

[3] https://www.eldiario.es/temas/alfonso-guerra/

[4] https://www.eldiario.es/politica/vox-tamames-fracasan-mocion-censura-abstencion-pp_1_10055172.html

[5] https://www.eldiario.es/temas/toni-canto/

[6] Militar, anfitrión, novelista y escritor estadounidense, ampliamente conocido como uno de los mejores autores del siglo xx, cuyos trabajos son paradigmáticos de la era del jazz (1896-1940).

[7] https://es.wikipedia.org/wiki/El_curioso_caso_de_Benjamin_Button_(pel%C3%ADcula)

[8] https://web.ua.es/de/seus/lavila/imagenes/actividades-culturales/2023-2024/conferencia-enfermeria-etica-y-humanizacion-de-los-cuidados-23-mayo-1.jpg

[9] https://diario16plus.com/carta-a-mi-esposa-muerta-sin-etica-del-basta-ya/

[10] Filósofo griego, fundador de la escuela que lleva su nombre -epicureísmo- (341 aC – 271 a. C).

[11] https://es.wikipedia.org/wiki/Efecto_mariposa

DESPRECIO DESDE LA HISTORIA Como perpetuar el poder

“Pisotéase furiosamente aquello que antes fue muy temido.”

Lucrecio[1]

Durante mucho tiempo se utilizó la ignorancia de la ciudadanía, derivada del analfabetismo generalizado y de la falta de recursos que permitiese dar a conocer el conocimiento y la información, para manipular y moldear su voluntad a los intereses de quienes, desde una aparente sabiduría, ejercían el poder para lograr lo que querían y les beneficiaba. Esta práctica ha sido utilizada, además, en nombre de la libertad, la democracia, la igualdad e incluso o sobre manera de Dios, a lo largo de la historia de la humanidad.

Ni tan siquiera la invención de la imprenta que supuso un hito para la transcripción y difusión del conocimiento y la información, logró que la ignorancia siguiese siendo codiciada como el mejor abono para los intereses del poder y de quienes lo utilizaban para su beneficio.

La lectura colectiva se utilizó como medio para la tergiversación, la manipulación, el engaño, el miedo… que permitiese controlar y manejar a la ciudadanía como medio para lograr su fin, tal como reflejó magníficamente Nicolás Maquiavelo[2] en su obra, el Príncipe[3], que a pesar de ser escrita en el siglo XVI continúa estando vigente.

El paso del tiempo, si bien ha conseguido democratizar el conocimiento y su acceso al mismo, sin embargo, no ha logrado que quienes ostentan el poder hayan dejado de ejercer su influencia sobre la ciudadanía para lograr sus maquiavélicos fines, perpetuando las acciones ancestrales y usando, en cada momento o época, los potenciales que las nuevas herramientas de la información ofrecían para ponerlos a su servicio y al de su causa, que vienen a ser una misma cosa. Algo que no tan solo se ha mantenido a lo largo del tiempo, sino que se ha perfeccionado con sofisticada mezquindad por los herederos del poder, ya que según el aforismo atribuido a sir Francis Bacon[4] el conocimiento (información) es poder (Scientia potentia est), lo que ha servido como base no tan solo para lograr poseerlo y adaptarlo sino para hacer un uso interesado del mismo.

Los avances en libertad, democracia, derechos… no han sido suficientes para minimizar dicha práctica de poder. Más bien todo lo contrario, se han servido de ella quienes, en nombre de dichos principios y normas fundamentales, han accedido al poder para mantenerlo y usarlo en beneficio de quienes lo ostentan y de sus causas, lo que supone necesariamente no hacerlo en beneficio de la ciudadanía que es manipulada y/o se deja manipular por muy diferentes causas y motivos.

Pero el ejercicio del poder y el uso que del mismo se hace no se circunscribe exclusivamente al ámbito político. En casi todas las esferas sociales la erótica del poder despierta los instintos para lograrlo. Tal como recoge la Real Academia de la Lengua (RAE), una de las acepciones de erótica es la «atracción muy intensa, semejante a la sexual, que se siente hacia el poder, el dinero o la fama” y a dicha atracción no escapa casi nadie.

Este perverso juego de intereses por y para alcanzar y poseer el poder han hecho que se establezcan posicionamientos, actitudes, pensamientos, ideologías e incluso conocimientos que lejos perseguir aunar voluntades y lograr objetivos comunes que redundasen en beneficio de la mayoría, se modelan con la clara intención e intencionalidad de conseguir cuotas de poder político, social, económico, científico o profesional.

En el caso del poder profesional, más allá del logrado por efecto de la ciencia y sus evidencias, que es lícito y justo, está el que se persigue para asentar una posición científica, social, económica y `profesional desde la que ejercer el poder en base al cual patrimonializar todo el ámbito del que consideran saber de exclusiva propiedad ejerciendo para ello un dominio férreo que supone la utilización de los resortes de dicho poder en contra de quienes identifican como un peligro a sus intereses no tan solo científico-profesionales, sino sociales y económicos, además de considerarlos secundarios y subsidiarios a su grupo.

Para esa defensa a ultranza, que resulta reduccionista y en muchas ocasiones simplista, pero al mismo tiempo muy eficaz, no tienen reparo alguno en usar los resortes del poder históricamente utilizados, tal como he comentado. Porque lo importante realmente no es la defensa disciplinar sino la influencia que desde la colonización del saber y la ciencia ejercen para mantener y apuntalar su posición de privilegio que no es lo mismo que el privilegio de su posición.

Tal como ha venido sucediendo a lo largo de la historia para lograr estos dominios y patrimonios de poder se requiere que exista una parte dominante, quien ejerce el poder, y una parte dominada, que es utilizada por quien ejerce el poder.

Así pues, como en tantos otros sectores o contextos, también en la ciencia se generan, establecen y defienden parcelas de poder que son delimitadas y férreamente defendidas con métodos que exceden en mucho la defensa de la ciencia. Aunque dicha defensa se utilice de manera sistemática como excusa para justificar las acciones, no tanto de defensa como de ataque, que son, por otra parte, las que acompañan siempre a las relaciones de poder.

Esas pseudo defensas se traducen en conflictos que tratan siempre de perpetuar el poder desde el que influir, reprimir, limitar, anular…. el crecimiento el conocimiento de otras ciencias, disciplinas o profesiones al identificarlas como invasoras de una tan hipotética como falsa propiedad intelectual, yl que va en contra de los principios, precisamente, de la ciencia y del conocimiento. Se confunde la complementariedad con la exclusión competencial, la realidad científica con la ficción corporativista, el respeto con la imposición disciplinar, el poder de la razón con la razón del poder, el análisis racional con la interpretación subjetiva… configurando espacios vigilados, controlados, manipulados, restringidos, reprimidos… que se establecen normativa y legalmente desde el mismo poder que ejercen, para blindar el espacio colonizado e impedir cualquier posibilidad de crecimiento y autonomía de otras disciplinas, a las que siguen considerando subsidiarias a su poder en cualquiera de los ámbitos en los que siguen ejerciendo su dominio absoluto y absolutista, como el asistencial, docente, de gestión o investigador.

Son muchos los frentes en los que se ejercen estos ataques que impiden a los atacados abandonar las trincheras para poder avanzar sin recibir constantemente los disparos discrecionales de quienes son amparados por otros ámbitos de poder que les permiten seguir defendiendo el suyo. Aunque ello suponga una claro y manifiesto abuso que actúa en contra no tan solo de la razón sino del derecho a la libertad del conocimiento.

En este sentido y aunque son tan diversos como numerosos los eventos perversos y maliciosos de unos contra otros, quisiera detenerme en uno de los últimos por considerar que reúne todos los elementos de ese poder en el que el fin justifica los medios empleados.

El Colegio de Médicos de Alicante ha elaborado un anuncio que está siendo emitido en las principales emisoras de radio de la provincia en el que, aunque inicial o aparentemente pueda parecer un mensaje bien intencionado de información a la población, se trata realmente de una manipulación absolutamente mezquina y calculada que persigue tanto la defensa de su parcela de poder desde el alarmismo y la manipulación, como el ataque furibundo, injustificado, irracional y mentiroso hacia las enfermeras[5].

Esta misma semana hemos asistido a un ejemplo que, salvando todas las distancias, se asemeja, en cuanto a la estrategia de ataque utilizada para atacar, desprestigiar y difamar a su enemigo[6]. Identifican de manera, hay que reconocerlo muy eficaz, a quienes son objeto de sus mentiras, sin nombrarlas expresamente, de tal manera que les permita defenderse posteriormente, argumentando que las identificaciones concretas de ataque, son subjetivas y que ellos no acusan a nadie en particular, sino que trasladan un mensaje genérico que tan solo pretende poner en evidencia, su evidencia, la verdad, su verdad. Una verdad que se fundamenta en la mentira y la tergiversación de la realidad y que lo único que persigue es generar alarmismo para reforzar su posición de poder y reconocimiento. Un poder y reconocimiento que, al no serles concedido de manera natural y espontánea por la sociedad, se atribuyen y defienden con armas tan poco científicas como la falsedad, los sesgos y la ausencia de los más elementales principios éticos.

En el mensaje en cuestión inciden en una imaginaria invasión competencial que tratan de argumentar desde la usurpación, por parte de las enfermeras, de las competencias de diagnóstico y prescripción, aunque repito que, si bien no las nombra, tanto las imágenes como el mensaje subliminal son muy evidentes al tiempo que perversos. Y digo imaginaria invasión porque no es real. En su panfletario anuncio eluden nombrar que la prescripción, o mejor dicho indicación, de fármacos y productos sanitarios por parte de las enfermeras está regulada normativamente[7] y por tanto y desde esta base queda anulada totalmente cualquier invasión competencial como tratan de hacer creer. Otra cosa bien diferente es que no les guste y utilicen estas estratagemas para confundir. Pero es que, además, en ese intento por maquillar su mensaje tratando de evitar una denominación explícita hacia las enfermeras meten en el mismo saco a profesionales como los odontólogos o los podólogos que teniendo capacidad prescriptora legalmente reconocida como ellos quedan señalados con el mensaje trasladado cuando inciden en su exclusiva capacidad para prescribir fármacos.

En su enloquecido manifiesto se atribuyen igualmente la exclusividad del diagnóstico. Algo que es un claro ejemplo de sus delirios de grandeza y de su simpleza intelectual, que son componentes muy peligrosos para ser combinados. El diagnóstico médico, evidentemente es exclusiva competencia de los médicos. Pero diagnosticar, tal como refiere la RAE, es “recoger y analizar datos para evaluar problemas de diversa naturaleza” y esto no es, por mucho que se empeñen, exclusividad de los médicos. Finalmente, como dijera Fray Antonio de Guevara[8], “todo lo que se ignora, se desprecia.”

Por último, es importante destacar el desprecio que hacia la inteligencia de la ciudadanía demuestran con este tipo de anuncios maliciosos con los que únicamente persiguen suscitar dudas, miedo e incertidumbre para captar la atención y con ella que se les siga identificando como los exclusivos protagonistas de la salud, tal como han venido haciendo y reforzando a lo largo de la historia. Lo que demuestra un nuevo desprecio, en este caso, hacia algo tan importante como la salud, que nunca puede ni debe estar en manos exclusivamente de nadie, por muy poderosos que puedan creerse o saberse, más aún cuando en muchas ocasiones renuncian explícitamente a ser parte de las Ciencias de la Salud. Imagino que por su clara dependencia a la enfermedad que convierten en su verdadera razón de ser. Tal como dijera Plutarco[9], “para la plebe, el mayor honor de parte de los más poderosos es el que no la desprecien.” Porque se puede soportar la adversidad, pero no el desprecio.

Así pues, tenemos un nuevo ejemplo del desprecio que un determinado grupo, hace desde la historia a través de la lectura colectiva sobre la realidad para transformarla en una realidad paralela que sea asumida a nivel individual ajustándola a sus principios, fines e intereses en base, de nuevo, a su hipotética creencia de la ignorancia de la ciudadanía, para engañarla y manipularla.

Más allá de lo que supone el ataque, en este caso a las enfermeras, lo que realmente me entristece es que se instrumentalice a la ciudadanía para lograr algo que parece ser no logran alcanzar científica y profesionalmente. De igual manera me genera mucha inquietud que se generalice, a través de este tipo mensajes, el sentir y posicionamiento de la mayoría de los médicos, que no participa ni en el fondo ni en la forma de este tipo de estrategias. Se hace, además, utilizando la representatividad de todos los médicos en una defensa que excede todos los límites del respeto disciplinar, la coherencia científica y la decencia profesional, lo que pone en entredicho la citada representatividad. Y por último, pero no menos importante, me preocupa el silencio de algunos, el miedo de otros y la indiferencia/pasividad de la mayoría -incluidos quienes, en teoría, nos representan- ante las conductas y planteamientos de los extremismos ideológicos asumidos o naturalizados por amplios sectores de la sociedad, escudándose en una falsa y ridícula respuesta, por inconsistente, de inconformismo antisistema, que siempre acaba volviéndose contra quienes los apoyan, por acción u omisión.

Recuperar la cordura, la inteligencia, el sentido común, la reflexión, el pensamiento crítico, el respeto… en la construcción común de la salud colectiva debería ser el principal objetivo de quienes configuran el amplio espectro de profesionales de la salud, abandonando las disputas de un poder que tan solo debería ser identificado y asumido para responder a las necesidades de salud de la comunidad y no a los intereses corporativos de ninguna ciencia, disciplina o profesión, sea la que sea.

Dejemos que las personas, desde su objetivo análisis y libertad, valoren lo que hacemos o dejamos de hacer, bien o mal, unos u otros y no continuemos manipulándolas en un maquiavélico y perverso juego de poder con el único fin de mantenerlo y ejercerlo desde la mentira, la manipulación y el engaño que permita perpetuar el lobby.

[1]  Poeta y filósofo romano (99 aC-55 aC).

[2] Diplomático, funcionario, filósofo político y escritor italiano, considerado el padre de la ciencia política moderna (1469-1527)

[3] Tratado político del siglo xvi del diplomático y teórico político italiano Nicolás Maquiavelo.

[4] Pensador y filósofo inglés (1561-1626),

[5] https://www.youtube.com/watch?v=SWLnTrjxYN4

[6] https://www.dailymotion.com/video/x8yr2co

[7] https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2015-14028

[8] Escritor, historiador y eclesiástico español (1480-1545)

[9] Historiador, biógrafo y filósofo moralista griego (46-120).

HUMANIZACIÓN Víctimas y culpables

“Cuando revisas tu propia mente correctamente, dejas de culpar a otros por tus problemas”

Thubten Yeshe[1]

A Albert Cortés por su incansable y valioso trabajo de humanización

 

Hoy escuchaba en la radio una noticia sobre la propuesta llevada al parlamento por parte de una parlamentaria para reconocer a las personas no binarias. Con independencia del tema, no porque lo considere irrelevante sino porque no es motivo de mi reflexión, la respuesta que se le ha dado a la diputada proponente es, cuanto menos y desde mi punto de vista, preocupante. La respuesta en cuestión ha sido que no se iba a tratar el tema en esta legislatura por no estar entre los acuerdos de gobierno suscritos entre las partes. Es decir, los problemas, las necesidades, las inquietudes, los intereses… de la población, de la ciudadanía, nos deja claro esta diputada quedan circunscritos a los acuerdos de gobierno y, por tanto, todo aquello que previamente no se haya acordado deja de ser relevante o prioritario.

Posiblemente se deba a mi falta de experiencia política lo que genere no entender, e incluso rechazar, este tipo de planteamientos ante propuestas que afectan a las personas y que requieren de un tratamiento y ordenamiento jurídico que les permita vivir y convivir de acuerdo a su identidad, en este caso, o a cualquier otra situación o determinante que afecte a su vida y a su salud. Posiblemente se deba también a mi condición como enfermera lo que dificulte mi comprensión sobre las acciones, reacciones, sensibilidades, interés… de las/os políticas/os en relación con la vida de las personas, más allá de la macropolítica. Como si atender los aspectos que afectan la cotidianeidad de las personas en sus relaciones, su soledad, su sufrimiento, su salud, su bienestar… no tuviese cabida en sus agendas políticas. Posiblemente sea eso. Pero me resisto a admitirlo y mucho menos a asumirlo, aunque reconozco que poco más puedo hacer que expresarlo y tratar de no replicar dicho comportamiento en otros ámbitos como, por ejemplo, el de la atención a las personas, en mi caso, con relación a la salud individual y colectiva y a la prestación de cuidados profesionales, aunque sería deseable que se extendiese a cualquier otro que directa o indirectamente afecte a su vida o su salud.

Últimamente se está hablando mucho sobre la necesidad de humanizar la atención a la salud y el sistema en el que se presta. Algo que realmente, en sí mismo, nos debería hacer pensar sobre qué es lo que hemos hecho hasta ahora para que se esté planteando algo que debería ser inherente, inseparable e indiscutible a la atención que, no olvidemos, se presta a las personas. A no ser, claro está, que se haya asumido la deshumanización como característica de la actividad profesional.

Característica deshumanizadora de la sociedad que se traduce en comportamientos de absoluto individualismo y de falta de solidaridad que conduce irremediablemente a respuestas nada alentadoras a las demandas de las personas. Pero, además, nuevamente desde mi punto de vista, es el germen o el caldo de cultivo de determinados comportamientos y de las reacciones que los mismos provocan y se traducen en muchas ocasiones en agresiones verbales e incluso físicas hacia las/os profesionales de la salud. De tal manera que el entorno en el que se generan las interacciones de salud se ve afectado de manera progresiva y colectiva por la deshumanización.

Pretender, como se hace, trasladar la culpa de las agresiones a las/os profesionales tan solo a quienes las realizan es una respuesta absolutamente simplista y que no contribuye en absoluto a solucionar el problema que las genera. Situar a las/os profesionales como autoridades de tal manera que las agresiones que sufran estén castigadas con penas mayores como único intento para solucionar el problema, es realmente triste y demuestra la ausencia de intención alguna en abordar una situación de deterioro que nunca debiera pasar por la culpabilidad y el carácter punitivo que de manera exclusiva se le da. Seguir en este camino de culpa y castigo tan solo conducirá a perpetuar las causas que alimentan las agresiones. No querer analizar el tema tratando de identificar las verdaderas causas del mismo, es muy poco eficaz y edificante y no supone una mejora de las relaciones interpersonales entre profesionales y ciudadanía.

En ningún caso estoy justificando agresión alguna, sea verbal, física o incluso actitudinal, de nadie y hacia nadie. Esto está fuera de toda discusión. Pero si que considero imprescindible que reflexionemos sobre cómo estamos actuando como profesionales y que trato, imagen, mensaje… estamos trasladando a la población a la que atendemos. Que pensemos sobre cómo deben sentirse las personas, en situaciones de sufrimiento, duda, incertidumbre, dolor, pérdida… ante determinados comportamientos o actitudes por nuestra parte. Que tratemos de entender cómo reaccionar ante listas de espera que nadie les explica razonablemente; ante la falta de empatía que no se suple con simpatía; ante la mecanización rutinaria de la atención recibida; ante unos consentimientos informados cuando lo único que se persigue es que sean firmados; ante la negativa a poder acceder a derechos amparados legalmente con la excusa poco creíble y muchas veces mercantilizada de una objeción de conciencia que tan solo tiene en cuenta su conciencia y no la de quienes tienen derecho a una atención digna que debiera quedar al margen de creencias religiosas individuales, respetables pero poco razonables. Que recapacitemos sobre cómo invisibilizamos la identidad de las personas convirtiéndolas en objetos, cosificándolas en base a su enfermedad; utilizándolas como sujetos de investigación; eliminando su capacidad de decisión; considerándolas incapaces de entender lo que tan solo nosotros creemos tener capacidad de hacer.

Tampoco quiero trasladar la idea de que las/os profesionales en su conjunto y las enfermeras en particular, actúan de manera premeditada con el fin de hacer daño y, por tanto, vulnerando el principio ético de no maleficencia. Creo que el sistema, como modelo de organización y estructura caduco y deshumanizado, contagia una forma de actuar que finalmente se traduce y mimetiza en comportamientos viciados, rutinarios, mecanizados… que deshumanizan en su conjunto la atención prestada y el ambiente en el que se presta. Pero esto no nos exculpa, ni nos exime de responsabilidad, porque nadie nos obliga a actuar así por mucho que el sistema induzca a ello. Nos podemos y nos debemos resistir a una forma de atender, escuchar, mirar, cuidar… que se transforma en asistir, oír, ver, curar… invisibilizando a la persona y lo que la misma siente.

Finalmente, la persona acaba por identificarse y sentirse como objeto y al mismo tiempo ve e identifica al profesional como otro objeto con el que no tan solo no empatiza, sino que visibiliza como culpable e insensible a su situación y esa sensación no siempre se canaliza emocionalmente de manera adecuada y conduce a respuestas inapropiadas y, por supuesto rechazables, pero que no por ello debieran ser relegadas a la consideración exclusiva de un hecho delictivo. Porque eso no tan solo no va a resolver el problema, sino que lo va a agravar.

Así pues, el entorno sanitario en lugar de ser un entorno humanizado de salud y saludable se convierte en un contexto de estrés, tensión, enfrentamiento, aislamiento, desconfianza… que alimenta las tensiones y contribuye a la generación de respuestas negativas entre los diferentes actores que intervienen en la relación que se establece.

Si a ello añadimos que, por una parte, las/os profesionales no se sienten motivados, ni implicados, ni con ilusión por prestar una actividad profesional que no vaya más allá del cumplimiento estricto y, en la mayoría de ocasiones, insuficiente para dar respuesta a las demandas de la población, sintiéndose recursos de un sistema por el que se sienten maltratados y olvidados. Y por otra, las personas con necesidades de salud cada vez dan más sentido a su condición de pacientes, dada la paciencia que se les exige; a su condición de objeto pasivo dada la asistencia que reciben anulando su capacidad de decisión; a su pérdida de identidad individual y personal que es suplantada por la enfermedad que padecen y por la que se les clasifica y asiste sin tener en cuenta el afrontamiento de la misma y a sus consecuencias.

En base a todo ello y a más factores, podemos hacernos una mínima composición de lugar sobre el ambiente, el contexto, la relación, la comunicación… que se genera y cómo, cualquier acción, en apariencia nimia o intrascendente, puede llegar a ser el detonante de una explosión final que se traduce, en ocasiones, en agresiones evidentes, pero, en otras muchas, en micro agresiones por ambas partes, que contribuyen al deterioro progresivo de la relación profesional/persona; a la incomprensión que en ambos sentidos se tiene hacia el comportamiento de la otra parte, sea la que sea; a la huida de quienes pueden hacia recursos privados que, al menos en apariencia, ofrecen mejor servicio y atención, pero que contribuyen al deterioro del ya maltrecho sistema que se abandona; a la permanencia obligada de otros que al no poder huir provoca en ellos desigualdad; de una exigencia de respeto en sentido único, según la cual unos, los profesionales, consideran que lo merecen por su condición de protagonismo profesional y otros, los denominados pacientes, por su condición de clientes según la cual siempre tienen razón, lo que acaba por anular el respeto debido y exigido de ambos; de una actitud defensiva constante ante la sensación de ataque permanente; de una pérdida de ilusión que desangra al sistema con el abandono de sus profesionales.

Ante este panorama, hablar de humanizar o rehumanizar el sistema de salud es tan solo una etiqueta, un eslogan, una iniciativa sin recorrido, una declaración de intenciones vacía y, posiblemente, interesada, un eufemismo, una falacia… que no permite solucionar lo que es un problema de base, estructural, de organización, de voluntad política, de compromiso profesional, de responsabilidad colectiva… Resultando más fácil, más efectista que no efectivo, más oportunista que no oportuno, de más interés que no interesante… actuar desde la prohibición, la sanción, el delito, la pena, el castigo … y no desde el abordaje integral del problema y la identificación y reconocimiento claro de la parte de responsabilidad que cada cual tiene y aporta al problema.

La existencia de principios éticos, de códigos deontológicos, de protocolos, de procesos… no son más que herramientas útiles que no tienen reflejo final en la actuación profesional sino las conocemos, interiorizamos, asumimos y nos concienciamos de su utilidad y su cumplimiento. No se trata, pues, de conocer que es lo que debemos o no hacer. Se trata de hacer o no hacer con el fin último de dar la atención de mayor calidad y calidez.

La humanización, y con ella, la atención cercana, de escucha activa, de empatía, de respeto… no se puede imponer, ni protocolizar, ni normativizar. La humanización debe ser consecuencia de la actitud de todas las partes en el logro de un contexto que lo propicie y lo nutra en lugar de reprimirlo y limitarlo. De una voluntad firme de incorporarla como parte esencial de la formación y la actividad profesional y no como un adorno o una opción que se utiliza cuando se puede, se quiere o se tiene el voluntarismo para hacerlo. De un planteamiento participativo y de salud que contrarreste, minimice o anule, la influencia deshumanizada y deshumanizadora de la perspectiva mecanicista, biologicista y asistencialista que impregna a los sistemas de salud. De una focalización en la salud que se aleje de posicionamientos dicotómicos con la enfermedad y la sanidad. De una puesta en valor de los cuidados profesionales enfermeros, pero también de los familiares, que se identifiquen como elemento esencial de la humanización y no tan solo como un acompañamiento subsidiario de la curación o la tecnología situados tan solo en el ámbito doméstico. De una capacidad dinámica, innovadora, realista… de cambio que sitúe a la persona en el centro del mismo y no de los intereses políticos o económicos, corporativos y corporativistas o de los lobbies. De una actitud participativa, abierta y comprometida de la ciudadanía que rompa con las inercias de pasividad a las que ha sido sometida. De un abandono del protagonismo profesional que de paso al protagonismo comunitario e intersectorial.

Todas/os somos responsables de lo que pasa y del por qué pasa. Que nadie intente eludir su parte de responsabilidad. Que nadie trate de dar consejos aleccionadores. Que nadie utilice el victimismo como forma de defensa y ataque. Que nadie tenga la tentación de no sentirse implicada/o. Que nadie crea que la humanización no es parte de su competencia, actividad o actitud. Que nadie asuma la deshumanización como parte ineludible del sistema. Porque en la búsqueda de excusas, finalmente, desaparece o se difumina la responsabilidad.

Tan solo aprendiendo, entendiendo, investigando, actuando, compartiendo, asumiendo… la humanización seremos capaces de ser parte activa e indiscutible de la misma. Sin que sea una opción sino una obligación que merece nuestra profesión, la población y el sistema de salud y sin la que todo se convierte en un mero trámite que tan solo genera insatisfacción, frustración y conflicto.

Hablar de abogacía por la equidad, igualdad, derechos humanos, libertad, accesibilidad… sin una humanización de nuestra actividad profesional individual y una contribución real a la del sistema en el que la desarrollamos, es tan solo una manera burda y cobarde de renunciar a lo que, al menos como enfermeras, estamos obligadas a hacer. No se pueden entender ni la enfermería ni los cuidados profesionales enfermeros sin la atención humanizada que corresponde a la dignidad humana de las personas, las familias y la comunidad y que, además, en ningún caso supone una merma en la eficacia o eficiencia de la atención prestada, tal como se llega a plantear por parte de algunas personas interesadas en que nada cambie al entender que el rigor y la ciencia no casan bien con la humanización.

La Humanización es un hecho humano, hermoso, holístico, honesto, hospitalario… que requiere de habilidades, honestidad y humildad. Su ausencia nos hace ser a todas/os víctimas y culpables.

[1]  Lama tibetano gelugpa que, durante su exilio en Nepal, cofundó junto con Lama Zopa Rimpoché el monasterio de Kopán  y la Fundación para la Preservación de la Tradición Mahayana (1935-1984).

DÍA INTERNACIONAL DE LA ENFERMERA El poder de los cuidados

                                                                    “La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica”

Aristóteles[1]

 

Un año más celebramos el día internacional de la enfermera coincidiendo con la fecha de nacimiento de nuestra precursora y referente más reconocida, Florence Nightingale.

Celebrar este día siempre es motivo de alegría compartida. Pero también debería suponer un motivo de reflexión sobre lo que somos, dónde estamos y a dónde vamos o, mejor, queremos ir. Porque los discursos, las intenciones, las promesas, las alabanzas, los proyectos… por muy bien intencionados que puedan o quieran ser, no siempre, o casi nunca, se concretan en acciones, hechos, realidades, cambios… que contribuyan a mejorar la situación de las enfermeras y con ella la de la aportación en salud que se deriva para la población.

Ahora que, satisfactoriamente, se está hablando de cuidados y de la necesidad de los mismos, las enfermeras deberíamos ser capaces de situar los cuidados profesionales enfermeros en el lugar que, más allá de las valoraciones corporativistas que se puedan realizar, les corresponde por lo que suponen para las personas, la comunidad, los sistemas sanitarios y la salud en general.

No se trata, por tanto, de hacer un nuevo y no siempre útil discurso de loa o alabanza a los cuidados y a las enfermeras. Se trata de identificar, visibilizar y poner en valor, desde la objetividad y la evidencia científica existentes, a los cuidados profesionales y a las enfermeras. Y hacerlo sin que se vuelva, de nuevo, a establecer una respuesta de rechazo e incluso judicial por parte de quienes plantean que esto supone una invasión de competencias, cuando lo que realmente lo justifica es un miedo, igualmente infundado, a una pérdida de protagonismo.

Hacer de los cuidados y su prestación una lucha de poderes sería el mayor error que se podría cometer. Todas las partes deberíamos identificar y trabajar por la dignificación de los cuidados y para que su prestación de calidad estuviese garantizada dejándola en manos de quienes tienen las competencias, la experiencia, la ciencia, el conocimiento y la voluntad para hacerlo, sin que ello signifique en ningún caso que no se pueda participar en esa necesaria e imprescindible acción cuidadora por parte de otras disciplinas y no lo olvidemos, de la propia ciudadanía.

Para ello deberíamos tener en cuenta que los cuidados trascienden a la identidad profesional enfermera configurándose como un derecho fundamental para la salud de las personas, las familias y la comunidad. Esto nos obliga, como enfermeras y como ciudadanas/os que somos, a implicarnos de manera decidida en la necesaria e imprescindible articulación entre los cuidados profesionales enfermeros y los cuidados que, en diferentes ámbitos, pero fundamentalmente, en el familiar se prestan por parte de cuidadoras/es en una proporción que excede en mucho la que corresponde a los cuidados denominados formales y que son prestados desde el Sistema Nacional de Salud (SNS). Este sin duda es un reto que debemos asumir las enfermeras más allá de cualquier planteamiento, estrategia o marco de referencia que se trate de desarrollar en torno a los cuidados.

En este sentido, sin duda, el planteamiento y puesta en marcha de una estrategia de cuidados supone una gran noticia que requerirá del trabajo y el compromiso de todas las partes implicadas y, en especial, de las enfermeras. Pero el mismo no puede ni debe, en ningún caso, representar un paréntesis en la acción decidida y diaria de la actividad enfermera.

Estoy convencido de que el trabajo de quienes han apostado por la dignidad de los cuidados y de las enfermeras llegará a buen puerto. Pero no es menos cierto que el mismo contará con dificultades que no permitirán una concreción a corto plazo. Es por ello que mientras responsables políticas/os, técnicos de las administraciones, sociedades científicas, organizaciones colegiales y sindicales y ciudadanía, trabajan con el objetivo común de lograrlo, las enfermeras, todas, allá dónde presten cuidados profesionales visibilicen la trascendencia de poner en valor su aportación cuidadora profesional, pero además sepan valorar en su justa medida la aportación cuidadora de quienes la desempeñan por razones afectivas, de vinculación familiar o contractual o de obligación incluso. Valoración que debe ir mucho más allá del cuidado mismo. Porque nuestra competencia no debe limitarse a la observación, intervención o valoración de los cuidados prestados por estas personas y de su efecto en las personas cuidadas. Esto convertiría al cuidado en un mero procedimiento técnico o en una forma de liberación de nuestra carga de trabajo, lo que supondría situar a las cuidadoras/es como instrumentos valorables o útiles de interés y no como personas con necesidades, sentimientos, emociones, temores, incertidumbres… y por tanto con necesidades de cuidados profesionales.

Por otra parte, identificar los cuidados como una acción sanadora relacionada exclusivamente con la enfermedad, es situarlos en el ámbito del modelo medicalizado, curativo, biologicista… que impregna al SNS, alejándolos del paradigma enfermero desde el que deben ser planteados, construidos, planificados, prestados y evaluados. Además, hacerlo así supone igualmente apartarlos de su carácter humanista que nunca debieran perder ni tan siquiera difuminar.

Los cuidados profesionales, desde dicho paradigma enfermero, deben contribuir activamente a la promoción de la salud de la comunidad, trabajando activamente en ella y con ella a través de procesos participativos desde los que la ciudadanía tome sus propias decisiones. Cuidados que faciliten, refuercen e impulsen el liderazgo ciudadano desde el liderazgo enfermero para lograr su empoderamiento y les permitan lograr autogestión, autodeterminación, autonomía y autocuidado. Cuidados que articulen las intervenciones necesarias para la construcción de espacios saludables de convivencia, respeto, libertad y equidad. Cuidados que logren incorporar la salud en todas las políticas. Cuidados que contribuyan a identificarlos como un bien intangible de las enfermeras por parte de la ciudadanía. Cuidados que sean demandados y exigidos como un derecho y no tan solo, como lamentablemente aún sucede, como un aditivo a los procesos curativos. Cuidados por tanto que faciliten la adecuada valoración de la aportación finalista de los mismos y su contribución a la calidad y sostenibilidad del SNS o de cualquier otro ámbito en donde se presten con eficacia y eficiencia.

No se trata, por tanto, de construir un modelo de cuidados. Los cuidados no son ni deben ser, desde mi punto de vista, un modelo. Hacerlo es encorsetar en normas, criterios, tareas… unos cuidados que son y deben seguir siendo, dinámicos, adaptables, diversos… Porque, aún en el hipotético e improbable caso de que se pudiese generar ese teórico modelo, el mismo seguiría sin la capacidad de aportar el valor que les corresponde, al tenerse que desarrollar en, en este caso sí, en el actual modelo sanitario en el que el cuidado es un elemento secundario y subsidiario y no una acción fundamental e imprescindible de la atención a la salud. En consecuencia el cambio es de modelo sanitario, es decir estructural y organizativo, y no de generar modelos artificiales que no corresponden a la necesidad real.

Los cuidados son y deben seguir siendo la seña de identidad científica, disciplinar y profesional de las enfermeras. Para ello resulta imprescindible también que, desde los ámbitos, docente, científico, gestor y de atención directa, se visibilice esta trascendencia y se contribuya a ponerlos en valor.

Desde la universidad, considero, se debe llevar a cabo una revisión profunda de los planes de estudio para adaptarlos tanto a las necesidades de cuidados profesionales de la comunidad como de la propia disciplina mediante la consolidación de los cuidados como eje vertebrador y determinante de nuestras competencias, alejándose de la influencia medicalizada y técnica que ejerce el actual modelo sanitario y en base a la cual se modulan muchos de los procesos de enseñanza-aprendizaje generando un efecto de fascinación en el estudiantado que contrarresta negativamente el valor real de los cuidados enfermeros.

Desde el ámbito científico, resulta fundamental que se desarrollen líneas de investigación en cuidados que generen evidencias sobre la aportación a la salud de los cuidados profesionales enfermeros y también sobre el efecto que los mismos tienen en los sistemas de salud, tanto en términos económicos como de calidad. La incorporación de metodologías de investigación cualitativa y participativa, tales como la investigación acción participación, deben incorporarse cada vez más en la investigación enfermera, sin que ello signifique abandonar las metodologías del racionalismo positivista que aún colonizan de manera mayoritaria los proyectos. Y, sobre todo, que las evidencias que se generen sirvan realmente para mejorar la prestación de cuidados y no se queden tan solo en el ámbito teórico. Para ello es fundamental que las investigaciones tengan un carácter de beneficio para la profesión y para la población y no se limiten a ser un elemento de carrera académica o profesional en el perverso juego de intereses en el que se sitúan actualmente.

Desde la gestión, aún teniendo en cuenta que se lleva a cabo en modelos medicalizados en los que los cuidados ya hemos visto quedan ocultos, se debe hacer un esfuerzo por parte de las enfermeras gestoras para incorporar los cuidados como eje de su gestión más allá de otros criterios o indicadores que, siendo importantes, invisibilizan la aportación de los cuidados y su consiguiente valoración, así como de quienes los prestan, las enfermeras. Sería deseable que las Direcciones y otros puestos de gestión, fuesen denominados de Cuidados Enfermeros, lo que identificaría su principal misión y visión, así como permitiría gestionar la planificación en base a los cuidados.

Por último, pero no por ello menos importante, desde la atención directa en cualquier ámbito, las enfermeras debemos focalizar y privilegiar nuestra acción cuidadora profesional, de tal manera que los cuidados sean el eje de nuestra actividad y permitan complementar la atención integral que requieren las personas, familias y comunidad. Unos cuidados humanizados que contribuyan a priorizar las necesidades sentidas de las personas para lograr consensuar afrontamientos eficaces de salud y que deberán ser planificados, seguidos y evaluados con el fin de asegurar su eficacia y eficiencia. Cuidados que no se centren exclusivamente en la enfermedad y que promocionen el autocuidado sin que ello signifique, en ningún caso, el abandono de las personas atendidas, que deberán identificarnos como referentes de dicho autocuidado o de cualquier otro problema de salud que pueda presentarse. La prestación de los cuidados enfermeros, además, deberá de articularse con la atención dada por otros profesionales del equipo favoreciendo que esta sea integral, integrada e integradora, desde una perspectiva de trabajo transdisciplinar y transectorial. Todo ello evidentemente será mucho más eficaz si previamente se realizan las acciones docentes, investigadoras y gestoras ya comentadas que articularían y facilitarían en gran medida esta actividad sin que la misma fuese vista como una acción aislada y ligada al voluntarismo, sin valoración de la misma por parte, tanto del propio equipo como de la administración.

Son muchas las evidencias ya existentes del impacto que los cuidados tienen en la comunidad, así como de su poder económico, tal como plantea el Consejo Internacional de Enfermeras (CIE), en las acciones políticas recogidas en la carta para el cambio[2] o en el informe del Día Internacional de la Enfermera[3] de este año realizado con motivo del Día Internacional de la Enfermera.

Sin poner en duda la gran importancia y poder que tiene la esfera económica en cualquier aspecto de nuestra sociedad y a la que, por tanto, no escapan ni deben hacerlo los cuidados, deberíamos vigilar para que esta necesaria valoración tan solo fuese una parte de lo mucho que significan los cuidados para la salud de la sociedad en su conjunto.

En el día internacional de la enfermera, me gustaría que fuésemos capaces de centrar nuestra atención en lo importancia de los cuidados y lo que los mismos significan tanto para la población en resultados de salud, como para las organizaciones sanitarias en cuanto a la racionalización que los mismos aportan a su gestión y valoración y para las propias enfermeras que, en todos los casos, permitirán que se visibilice y valore, en su justa medida, la atención enfermera.

Desde este Blog[4] que tan solo pretende ser un foro de opinión desde el que incentivar el análisis, la reflexión y el debate, quisiera sumarme a la celebración del Día Internacional de la Enfermera, con el claro compromiso de seguir trabajando, desde los cuidados profesionales, para y con la comunidad y las enfermeras.

[1]  Filósofo, polímata y científico griego nacido en la ciudad de Estagira, al norte de la Antigua Grecia (384 aC-322 aC).

[2] https://www.icn.ch/sites/default/files/2023-05/IND_2023_Charter_SP.pdf

[3] https://www.icn.ch/sites/default/files/2024-05/ICN_IND2024_report_SP_A4_3.1.pdf

[4] http://efyc.jrmartinezriera.com/

ENTREVISTA EN WELFARE OGGI

Entrevista realizada por mi gran amigo César Iván Avilés González en la revista italiana Welfare Oggi
Muchas gracias

EL SILENCIO Y LOS SILENCIOS La necesidad de una voz enfermera

 

A Mª Jesús Pérez Mora que con su voz rompió tantos silencios.

 

                                                                                         «¡Basta de silencios!¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!»

Santa Catalina de Siena[1]

 

El silencio es en sí mismo una forma de comunicación. Traslada que no se quiere decir, expresar, transmitir, opinar, rebatir, reafirmar… nada. Viene a ser como el voto en blanco en las elecciones. Se puede interpretar como una estrategia ante determinadas situaciones en las que el silencio puede suponer una forma importante para el logro de un determinado objetivo o como parte de un discurso en el que se combina de manera consciente, inteligente y oportuna con las palabras configurando un mensaje que determina una posición clara y determinante que define a su emisor, aunque ello no signifique que el resultado no pueda ser negativo, peligroso o incluso dañino.

El silencio, sin embrago, puede ser consecuencia también de diferentes motivos o circunstancias, involuntarias, impuestas o forzadas. Existiendo además componentes como el miedo, la presión, la coacción, la incertidumbre, la duda… que hacen que dicho silencio deje de ser una forma de comunicación voluntaria y con sentido para pasar a ser un acto inducido, forzado y defensivo que limita, impide o manipula la construcción libre de opinión, conocimiento o posicionamiento.

También se genera, utiliza e incluso se instaura como mecanismo habitual de comunicación, el silencio voluntario, cómplice o cobarde producto de la comodidad, la, la mediocridad o la tolerancia, que conducen a la inacción, la pasividad o la injusticia.

Me voy a referir a los dos tipos de silencio que, a mi modo de ver, suponen una verdadera lacra y un evidente riesgo para el desarrollo, visibilidad, valoración y respeto de la enfermería y por derivación de los cuidados.

En cuanto al silencio impuesto, supone una forma inadmisible de autoridad para lograr la asunción de comportamientos, acciones, conocimiento, ideas, planteamientos, con el fin de perpetuar un modelo, favorecer una determinada posición, limitar o manipular la verdad, impedir el análisis, la reflexión y el debate, anular la voluntad o reprimir las alternativas, a través de la amenaza, el acoso, el miedo, la presión… que permitan una complicidad basada en el silencio y la permisividad que, incluso en algunos casos, supone la utilización de una argucia disfrazada de ética como la interesada objeción de conciencia que contraviene claramente el cumplimiento de legislación vigente y con ella la anulación de derechos fundamentales que emanan de la misma, configurando un escenario de impostada normalidad que realmente se basa en el autoritarismo, y el sectarismo ideológico, religioso o político. Es, por tanto, un silencio provocado y no provocativo que representa una verdadera amenaza a los intereses de la población, la competencia profesional o la parálisis del sistema de salud a favor de intereses políticos, ideológicos, económicos, corporativos o una mezcla de todos ellos.

Dicho silencio acaba por naturalizarse y asumirse ante la amenaza cierta o percibida, o la construcción de un modelo que se blinda en base a normativas que encorsetan, paralizan o anulan el necesario dinamismo, la deseada adaptación o el imprescindible cambio de un modelo sanitario caduco, ineficaz e ineficiente que se disfraza de excelencia y se consolida como el único posible y en el que el desarrollo disciplinar de las enfermeras queda acotado, vigilado y restringido por parte de una administración temerosa de las presiones de determinados lobbies corporativos para mantener un estatus e imagen que ven peligrar más por efecto de su actitud profesional que por la sospecha infundada, maliciosa e interesada de una supuesta invasión competencial que ni es real ni se sostiene, pero que utilizan y practican permanentemente con sus acusaciones y judicialización que les resulta favorable gracias al mantenimiento inaudito y trasnochado de unas normas que tan solo protegen y benefician a quienes establecieron “su” modelo medicocentrista, que no tan solo está cuestionado, sino que resulta a todas luces incapaz de resolver las necesidades y los problemas de salud de las personas, las familias y la comunidad.

Se combinan por otra parte el silencio cómplice, provocador y reaccionario de quienes forman parte de dicho modelo en el que los silenciosos se sienten cómodos, protegidos y protagonistas, con el silencio de quienes temen la represalia, el enfrentamiento o la identificación como reaccionarios o conflictivos. Lo que acaba generando un clima de permanente conflicto en el seno de los equipos, en unos casos, o en otros, el sometimiento disciplinar, organizativo o de autoridad de gestión de quienes sin compartir el modelo lo asumen como el único posible.

Pero este silencio y el “ruido” distorsionador de quienes tienen patente de corso para producirlo, con ser un problema de primer orden, no es el único, ni posiblemente el más peligroso. Al menos por lo que respecta a la evolución científico-profesional de las enfermeras. Porque el silencio que de manera voluntaria, interesada, cómoda, irracional, insensata y me atrevo a decir que suicida profesionalmente hablando, que un número muy importante de enfermeras incorpora como actitud profesional hasta el punto de hacer de ella su identidad de acción, supone asumir de manera tácita y consciente lo que otros decidan sobre su capacidad profesional sin que se genere una reacción que proponga una respuesta producto del pensamiento crítico-científico, la reflexión y la argumentación, que contrarreste el pensamiento dominante y con él su influencia en la organización y desarrollo de la atención a la salud, así como de quienes se determina, en base al mismo, pueden hacer, decidir, asumir, realizar… y con qué autonomía de acción.

Esta circunstancia mantenida en el tiempo mucho más allá de lo mínimamente razonable y admisible provoca un efecto anestésico que paraliza la capacidad de articular un mensaje coherente, pero también resistente y resiliente, que cuanto menos tratase de evidenciar el abuso de poder científico profesional de unos cuantos. No tan solo sobre otros profesionales, sino contra la población a la que se debe atender al ejercer un poder reduccionista que limita la salud a su única y exclusiva referencia, aunque sea incapaz, como demuestra la evidencia, de solucionar las carencias, defectos y efectos derivados de su acción de presión y control absoluta.

Finalmente el silencio logrado como efecto de su aletargadora acción provoca una posición de tolerancia que se ve recompensada con la sensación de bienestar que se concreta en las zonas de confort en las que se instalan para seguir alimentando un silencio que contribuye a perpetuar la organización deseada.

Este silencio, es circunstancialmente roto por ciertas voces disidentes que plantean resistencia ante lo que consideran un atropello y una injusticia. Voces que alteran el plácido bienestar de los nichos ecológicos en los que se instalan las/os silenciosas/os y que ven amenazada su zona de confort y con ella su bienestar, por lo que provocan una reacción defensiva que trata de neutralizar y acallar dichas voces y, por supuesto, a sus emisores en una acción cainita que impide que el discurso que se trata de construir perturbe el entorno protector en el que se han instalado y desde el que ejercen una silenciosa, pero terriblemente peligrosa y nociva, actitud profesional.

El sistema, por su parte, contribuye de manera sistemática a que este silencio sea parte fundamental de la organización con su actitud contemporizadora, cuando no claramente alineada, con quienes articulan, manejan, determinan, refuerzan, consolidan… su modelo mediatizado y medicalizado.

A su vez, quienes son considerados referentes profesionales, desde sus atalayas de poder, alcanzado y mantenido con los recursos aportados de manera obligatoria por parte de todas las enfermeras, contribuyen a mantener el silencio con su propio y estridente silencio y con la vigilancia de quienes se atreven a romperlo por identificar a sus emisores como un peligro a su posición de privilegio mantenida con estrategias en las que la omertà[2] o ley de silencio se constituye como su modus operandi. Ley que combinan con la generación de ciertos sonidos distorsionadores y, sobre todo, distractores con el objetivo de aparentar una acción que es tan solo una actuación burda, falsa y mediática que trata de maquillar los efectos de una gestión pretérita y presente que pone en peligro su futuro. Para ello no tienen escrúpulos en usar el mismo proceso cainita del que hablaba antes con tal de contrarrestar, paralizar o eliminar a quienes fueron aliados de una gestión compartida y conocida de la que tratan de huir indemnes a pesar de las evidencias. Así mismo utilizan el poder de su posición para acallar a cuantas/os consideran pueden resultar un peligro para su estabilidad y su zona de confort, en este caso de lujo y con lujo. Tienden sus tentáculos y acallan a sus “enemigos”, que en teoría y paradójicamente son sus protegidas/os, con la connivencia de compañeras/os de viaje voluntarias/os o forzadas/os, aliados interesados, administraciones solícitas… para conseguir restaurar el silencio placentero que les beneficia. Aunque ello suponga una clara parálisis de la evolución y el desarrollo de las enfermeras en su conjunto o acallar las voces e impedir que se proyecte el mensaje y la imagen de quienes tienen un discurso diferente al suyo, aunque para ello tengan que utilizar la manipulación. Se trata, finalmente, de un silencio general que proyecta un consejo muy difícil de entender y asumir, pero que acaba por ser asimilado y aceptado como parte del silencio individual y colectivo naturalizado.

Ante este escenario de silencio y de silencios hay voces que permiten identificar que otra realidad no tan solo es posible sino muy necesaria. Una realidad que debe ser oída y escuchada para poder comprender y entender que hay que romper los silencios cómplices, interesados, forzados, consentidos… que permitan construir mensajes potentes, claros, razonables, razonados, diversos, eclécticos, libres, consensuados… como única forma de salir del ostracismo silencioso en el que consentimos permanecer por mucho que existan factores, elementos o acciones que lo favorecen.

Son muchas las voces y las/os dueñas/os de las mismas que se emiten y transmiten, aunque muchas de ellas lamentablemente acaben por ser silenciadas o claudiquen ante la presión a la que se les somete por parte de unos u otros.

Pero hoy quisiera rescatar la voz de una enfermera que nunca permitió que la callasen y se resistió a que su voz no llegase a donde quería y sabía que debía llegar. No fue ajena a presiones, amenazas o acosos para silenciarla, pero nada logró callarla, aunque tuviese que cambiar el escenario en el que desarrollar su mensaje enfermero autónomo, potente, de presente y de futuro sin renunciar a su pasado. Fue un mensaje constructor, alejado de la confrontación sin renunciar a la firmeza que precisaba, un mensaje claro y alto que rompiera silencios y acallara presiones, que alimentara el avance y evitase la parálisis, que incentivaba la acción y rehuía de la pasividad. Un mensaje enfermero para las enfermeras, pero sobre todo para la población a la que tenía un profundo respeto. Un mensaje libre, democrático, participativo, colectivo. Un mensaje innovador, de soluciones ajustadas a la realidad y a los recursos disponibles. Un mensaje humano, cercano, activo. Un mensaje científico y profesional. Un mensaje renovador. Un mensaje de ilusión y nunca iluso. Un mensaje permanente, revisado y renovado. Un mensaje sin miedo pero sin temeridad. Un mensaje de respeto pero haciéndose respetar. Un mensaje de igualdad y accesibilidad. Un mensaje tan potente como la energía desde la que lo proyectaba. Un mensaje ante el que nadie podía ser ajeno o indiferente, aunque no se compartiera. Un mensaje real, realista y realizable. Un mensaje que se concretó en resultados tangibles y evidentes. Un mensaje que logró identificarla como mujer, como enfermera, como líder.

Hoy su mensaje permanece vivo, patente, actual, aunque su voz, con la que vencía el silencio y los silencios, se haya ido con ella a un destino incierto pero desde el que seguro será capaz de seguir proyectando su mensaje.

Su recuerdo perdurará y su aportación se recordará como una acción indispensable en la configuración de la imagen enfermera, su visibilidad y su valoración.

Ella consiguió que hoy podamos hablar, al menos algunas/os, desde la convicción y la creencia de que todo se puede cambiar para lograr prestar unos cuidados enfermeros de calidad y calidez que contribuyan a mantener sanos a los sanos, a identificar las necesidades sentidas, a hacer partícipes a las personas de sus decisiones, a intervenir en la familia para trabajar con ella, a que la comunidad sea vista como algo que va mucho más allá del sumatorio de las personas que la constituyen, a ser maestra y referente de aquellas enfermeras a las que formaba con valentía, fuerza, convicción e incluso rebeldía.

Ahora lloramos su marcha aunque compartimos la inmensa alegría de haberla conocido. El inmenso honor de haber convivido y trabajado a su lado. La gran dicha de haber aprendido de su voz, su mensaje y su palabra. La oportunidad de reconocer y defender que el silencio no puede ser nunca la forma de avanzar, luchar, conseguir los objetivos profesionales pero también de salud comunitaria y pública a través de la abogacía de los derechos humanos, tal como nos enseñó e inculcó.

Gracias Mª Jesús Pérez Mora por tu voz, tu presencia y esencia. Nunca permanecerás en silencio porque tu recuerdo será permanente en mi recorrido, el que me quede, y mi voz será tu voz para vencer el silencio y los silencios que duelen y laceran la libertad, la igualdad, la evolución y la salud.

Allá donde estés seguirás presente siempre en mi mente y en mi corazón.

 

[1] Laica dominica (terciaria) y mística venerada como santa en la Iglesia católica (1347-1380).

[2] Es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos que incumben a las personas implicadas