Vídeo en el que se muestran las diferencias entre una asistencia centrada en la enfermedad y una atención centrada en la persona en una consulta enfermera.
“La tradición no se hereda se conquista”
André Malraux[1]
Llegados a este punto del año en que las hojas del calendario ya son escasas y los deseos de que se acaben para iniciar uno nuevo cada vez mayores, parece que se tenga que hacer una reflexión de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que esperábamos y nos encontramos realmente, de propósitos y realidades, de ilusiones y decepciones, de esperanzas y realidades. Es lo que marca la tradición o cuanto menos lo que hemos incorporado como tal y que en los últimos días de un año y en el que le sigue nos hemos empeñado no tan solo en concentrar sino también en convencer de que necesariamente, por tradición, deben ser felices, halagüeños, solidarios, simpáticos y empáticos, alegres, dichosos… y que, por tanto, cualquier posicionamiento que en contra o diferente al respecto se realice se identifique como una traición.
Tal como sucede con la salud persecutoria como efecto secundario de la promoción de la salud, en la que se culpabiliza a las personas de sus malos hábitos y de los efectos que los mismos tienen en su salud, con la tradición pasa algo similar al acusar a quienes no la siguen o la entienden de manera diferente de agoreros, aguafiestas e incluso de raros. En ambos casos parece que tan solo puede considerarse válido aquello que sanitaria o socialmente se determina como saludable, bueno o feliz. De tal manera que se establece un modelo que se determina como único válido y posible para lograr la salud o la felicidad a través de cánones, patrones, normas que se convierten en comportamientos obligatorios para lograr lo que algunos, habitualmente unos pocos, determinan que es salud y felicidad.
Pero además sucede que los modelos que se determinan, imponen y exigen en ambos casos como únicos válidos están influenciados de manera absolutamente determinante por la fascinación que genera el contexto anglosajón. Así pues, dicha influencia acaba por traicionar la tradición y transformarla en un remedo de aquello que se considera, no tan solo como excelente sino incluso como exclusivo, desplazando culturas, tradiciones, creencias, valores… propios para dejar paso a los del modelo imitado que no siempre, o casi nunca, acaban encajando en el contexto en el que de manera forzada y artificial se quiere imponer con calzador. Imposición, por otra parte, que viene determinada por intereses particulares, mercantilistas, oportunistas… de determinados sectores profesionales, empresariales o sociales que tratan de convencer con sus discursos eufemísticos y demagógicos de falsa salud o felicidad, de aquello que tan solo es una manera de obtener un rédito a sus particulares intereses.
Como quiera que de la usurpación del modelo sanitario y de la salud ya me he ocupado en anteriores reflexiones y aprovechando la cercanía de estas fechas en las que toca ser felices por tradición, voy a situarme en el ámbito más navideño desde el que establecer mi argumentación.
Nuestra cultura y derivada de ella nuestra tradición, más allá de su influencia judeo-cristiana, estableció una serie de comportamientos, creencias mágicas y religiosas, iconos, referencias… que han formado parte de nuestra convivencia y nuestra herencia generacional durante muchos años. Sin embargo,la globalización entre otras muchas cosas nos aportó la mimetización y, en más ocasiones de las deseadas, la fagocitación de múltiples tradiciones propias, producto de una hipnótica fascinación por todo aquello proveniente del ámbito anglosajón en general y muy en particular del norteamericano.
No deja de ser curioso que algunas de esas tradiciones adoptadas como producto de la fascinación comentada no son ni tan siquiera tradiciones propias de los yankis a pesar de que se identifiquen como tales. Por ejemplo,Halloween es una fiesta cristiana celebrada en Irlanda y Escocia durante siglos.Los inmigrantes irlandeses y escoceses llevaron muchas costumbres de dicha celebración a Norteamérica en el siglo XIX, para luego extenderse a otros países a finales del siglo XX y principios del XXI, aunque en ese tránsito perdiese la influencia cristiana para pasar a ser una fiesta pagana. Podría pensarse que esto no necesaria y exclusivamente obedece a la influencia anglosajona que comento y que bien podría darse por influencia de otras tradiciones internacionales. Pero, por ejemplo, una tradición mucho más antigua y arraigada como la que se celebra en México en torno a la muerte, en idénticas fechas no ha tenido el mismo efecto de mimetización y aceptación que la comentada de Halloween que, además, es mucho más reciente y con menor tradición que la que tiene en Norteamérica que es el modelo que se ha asumido.
Por su parte una de las tradiciones más arraigadas en nuestro país como es la festividad de los Reyes Magos que, con independencia del mercantilismo del que se ha impregnado, ha estado siempre muy ligada a los sentimientos que la misma despierta en los niños y a su ilusión e inocencia que contagia a los adultos que en su complot por mantener el secreto que encierra su hipotética magia, es capaz de mantenerse incluso cuando se descubre la ausencia de dicho efecto, está siendo “amenazada” por la presencia de un personaje que poco o nada tiene que ver con nuestra cultura como es el conocido como Papa Noel o Santa Claus. Tradición que, como ocurriera con la de Halloween, no es norteamericana. San Nicolás entró por primera vez en la cultura popular estadounidense a finales del siglo XVIII en Nueva York, cuando las familias holandesas se reunieron para honrar el aniversario de la muerte de ‘Sint Nikolaas’, ‘SinterKlaas’ para abreviar. Tomando ‘Santa Claus’ su nombre de esta abreviatura.
Así pues, Santa Claus cuya imagen no es precisamente el mejor ejemplo posible de una vida saludable, al encarnarse en una persona obesa, está siendo capaz de arrinconar a los tres egregios yrealespersonajes que durante tanto tiempo han estado encarnando la figura de los más esperados benefactores de niños y adultos en nuestro país, como consecuencia de esa extraña pero real fascinación que provoca en nosotros todo aquello que venga no ya del país de origen del santo neerlandés, sino de donde se arraiga como propio, es decir, en Estados Unidos.
Esta fagocitación de tradiciones populares y la consiguiente suplantación por otras, supone una evidente pérdida de cultura y una imagen distorsionada de nuestra realidad que no se limita, por otra parte, a aspectos culturales o festivos, sino que se extiende a ámbitos tales como la ciencia o la investigación.
Lo que podría considerarse como una ventaja evidente por lo que supone de compartir conocimiento y evidencias científicas, se convierte en un rodillo mercantil a través de las empresas que gestionan la gran mayoría del mercado editorial de publicaciones científicas que son, casi en su totalidad, anglosajonas. De tal manera que no tan solo controlan el negocio, sino que establecen las reglas que, supuestamente, establecen la calidad científica de la que se deriva posteriormente conseguir los sexenios de investigación que determinan la carrera académica en la Universidad Española.
Esta colonización se traduce en una presión insostenible para aquellas publicaciones iberoamericanas que tienen que competir en desigualdad y de manera absolutamente desleal con quienes dominan el negocio a nivel internacional. Lo que se traduce, en muchas ocasiones, en el cierre de revistas con décadas de antigüedad que no son capaces de alcanzar los criterios impuestos y, no lo olvidemos, admitidos por universidades, agencias de evaluación, institutos de investigación… lo que acaba suponiendo la cuadratura del círculo para los gigantes editoriales. No es que las revistas iberoamericanas no tengan calidad, no nos equivoquemos ni nos dejemos engañar, es que no pueden seguir el ritmo impuesto por estas multinacionales que negocian con el conocimiento y que no siempre, supone que sus posiciones en el montaje que han impuesto del JCR, se corresponda con una excelente calidad. Pero ya se sabe que el dinero es el que marca la tendencia y la decencia.
El inglés, por otra parte, es la otra gran escusa de la ciencia para arrinconar y limitar al máximo la visibilidad de la producción científica iberoamericana a pesar de que el castellano y el portugués superan con mucho el número de personas de habla inglesa. Así pues, la dictadura del idioma impuesta como criterio de lengua científica universal, supone un nuevo y lacerante inconveniente para el desarrollo científico propio de una gran cantidad de países, así como un consumo mucho más reducido de las evidencias que se generan por parte de las/os profesionales que deben incorporarlas a su práctica diaria para mejorar la calidad de la misma. Con la particularidad de que el hecho de que las producciones científicas estén escritas en inglés no determina, por sí mismo, que tengan mayor calidad, pero sin embargo supone un valor de partida inversamente proporcional al demérito de que esté redactado en castellano o portugués.
Otro ejemplo claro es, como ya he tenido ocasión de mencionar en otras ocasiones, el de identificar como referentes enfermeros casi exclusivamente a enfermeras anglosajonas. Esta fascinación se añade a las ya comentadas y supone que prácticamente queden invisibilizadas las referentes propias del contexto iberoamericano. Invisibilizadas porque, no es que no existan, sino que la atención se focaliza casi exclusivamente en las del ámbito anglosajón lo que hace que ninguna otra sea reconocida. Tan solo tenemos que ver las enfermeras que, en España, por ejemplo, han sido investidas como Doctoras Honoris Causa, para comprobar que de todas ellas tan solo dos, una de ellas en el año 2024, son españolas y ninguna de Latinoamérica.
Por su parte, los sistemas sanitarios están en permanente cuestionamiento por la evidente caducidad de sus modelos medicalizados, asistencialistas, paternalistas… en muchas ocasiones como consecuencia del mimetismo al que se les somete desde el contexto anglosajón.En contraposición, modelos que se han mostrado exitosos en el contexto iberoamericano con aportaciones de participación comunitaria y de promoción de la salud, son literalmente borrados por modelos neoliberales que comercian con la salud comunitaria, eliminando la equidad y la accesibilidad a la salud. En España con un cuestionamiento cada vez mayor del actual modelo sanitario,últimamente se está produciendo un aumento exponencial de los seguros privados, muchos de ellos multinacionales anglosajonas, que contribuyen al deterioro sistemático del sistema público. Por su parte, la política y quienes la manejan juegan con la salud desde sus intereses partidistas e ideológicos, haciendo de la misma un instrumento de lucha en lugar de defenderla como derecho fundamental de la ciudadanía.
A tal punto llega el interés por lo ajeno, siempre claro está que esté escrito o dicho en inglés, que se adopta de manera automática lo que son frases hechas, costumbrismos o simples vocablos que tienen difícil traducción en nuestra lengua o la que se realiza es literal, lo que supone que pierda el sentido o se altere el mismo.
Un ejemplo claro es el de la frase «truco o trato» de Halloween, que es en realidad una mala traducción del inglés, donde lo que dicen los niños, y no tan niños, cuando van de casa en casa en busca de caramelos es «Trickortreat». Trick se traduce como susto o broma. Y trato (treat) en este caso representa el dulce. Algo similar sucedió en su momento con la traducción de evidence por evidencia, que se ha asumido como válida cuando realmente se debería haber traducido como prueba que se ajusta en nuestra lengua mucho mejor al significado deevidence en inglés.
Papa Noel, por tanto, ejemplifica el individualismo, la falta de diversidad, la competitividad de nuestra sociedad en contraposición a una sociedad basada en las relaciones sociales, la multiculturalidad y la solidaridad que están mejor representados por los Reyes Magos por razones obvias que no merecen ser desarrolladas en este espacio.
Seguir en esta línea de globalización en la que nos hemos instalado sin tener en cuenta los efectos nocivos que, sobre la cultura, las tradiciones, la ciencia, las relaciones sociales, la solidaridad… pueden tener es contribuir a un deterioro progresivo de nuestra idiosincrasia y nuestra identidad. Más allá de la necesaria interrelación entre diferentes contextos, debemos preservar nuestra identidad propia. La que se adapta a las necesidades reales y no impuestas ni impostadas de otros ámbitos por exitosos o fascinantes que puedan parecer. Implementarlos despreciando las características propias de nuestro contexto es participar en su destrucción y con ella en dar respuestas basadas en falacias y suposiciones alejadas de nuestra cultura y nuestras tradiciones que son finalmente traicionadas, cuando no condenadas.
Hasta aquí este año. Espero y deseo que los tres Reyes Magos, cada cual que les ponga la cara, el género, la identidad, la etnia… que considere, nos aporten la serenidad de identificar y dar cumplida respuesta a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad desde nuestra realidad.Construyendo un contexto de entendimiento con los pueblos latinoamericanos con quienes tanto tenemos en común. Y que ello sirva para generar la referencia y visibilidad que ahora mismo se nos niega desde un impostado “Trickortreat” que nos limita y nos desvaloriza.
Agradezco a todas/os quienes me habéis seguido durante todo este año y deseo que en el próximo mis reflexiones puedan ser mucho más optimistas como consecuencia de una realidad de cambio y de desarrollo transformador enfermero.
Aprovecho para desearos a todas/os Felices Fiestas y Próspero Año Nuevo y que los Reyes Magos os colmen de todo aquello que contribuya a haceros sentir autónomas/os, solidarias/os y felices.
[1] Novelista, aventurero y político francés (18901-1976)
En agradecimiento a Faustino (Tino) Blanco, por creer, apostar e impulsar el cambio
“A nadie le faltan fuerzas; lo que a muchísimos les falta es voluntad.”
Víctor Hugo[1]
Estimada Señora Ministra de Sanidad, Mónica García, me permito dirigirme a usted desde este medio de reflexión enfermero para compartir inquietudes, dudas, incertidumbres, pero también ilusiones y deseos en torno a la salud más allá de la sanidad, a los cuidados más allá de la curación, a los problemas de salud más allá de la enfermedad, a la atención más allá de la asistencia, a la participación ciudadana más allá del protagonismo profesional, a la promoción de la salud más allá de la medicalización… con el tímido, pero esperanzador anhelo de que pueda dar respuesta con su gestión política a las necesidades que plantea el actual Sistema de Salud del que dependen las respuestas eficaces y eficientes que se puedan y deberían dar a las personas, las familias y la comunidad.
Su anterior responsabilidad política, en la Asamblea de la Comunidad de Madrid, estuvo marcada por un posicionamiento firme en defensa de la sanidad pública que estoy convencido seguirá marcando su toma de decisiones en esta nueva etapa al frente del Ministerio de Sanidad. En cualquier caso, me permitirá que, desde el máximo respeto, pero también del más enérgico convencimiento, le traslade las que considero deben ser bases a tener en cuenta a la hora de plantear las necesarias estrategias de cambio, adaptación, mejora o transformación del actual modelo sanitario que, coincidirá conmigo, está muy lejos de responder a las actuales y no adecuadamente identificadas necesidades y demandas de la ciudadanía ni del contexto comunitario en que vive, convive, trabaja, estudia…
Más allá de cualquier posicionamiento político e ideológico, considero que la salud nunca debería ser moneda de cambio de nada ni por parte de nadie. Por lo que, las decisiones que se adopten, deben tener como única y exclusiva referencia a las personas que tienen el derecho a disponer y acceder a la misma desde la equidad.
Desde estos planteamientos que considero son irrenunciables con independencia de la ideología, el partido político, las creencias… a que se pertenezca, y desde mi condición de ciudadano, pero también de enfermera comunitaria, alejada de corporativismos insanos, de la que ni puedo ni quiero renunciar, me permito compartir con usted mis reflexiones.
Sería bueno que desde el principio dejase claro cuál es el foco de atención desde el que, en su ministerio, se va a trabajar. Si va a continuar siendo la enfermedad, el asistencialismo, el paternalismo, la medicalización y la tecnología o si, por el contrario, se va a poner a la salud como eje vertebrador de todas las estrategias. Porque este es sin duda el principal objetivo que debe plantearse a la hora de planificar las acciones. Seguir anteponiendo la patogénesis como elemento determinante de las políticas, hasta ahora mal llamadas de salud, sería un grave problema para la maltrecha salud de nuestro sistema sanitario. Pero esto hay que dejarlo claro desde el principio para que no haya lugar a dudas y puedan plantearse los objetivos a conseguir sin temor a las presiones que los amigos de la enfermedad y los garantes de que se mantenga el actual modelo sanitario realicen, como viene siendo su costumbre y su modus operandi para impedir cualquier atisbo de cambio que identifiquen como un riesgo a su estatus y a su protagonismo.
Señora ministra, sé de su condición de médica anestesista (prefiero denominarle así al contrario del masculino genérico que suele ser habitual en su profesión). Por supuesto, me merece todos los respetos y admiración. Sin embargo, me gustaría que, por primera vez y sirviendo de precedente, su condición disciplinar no suponga ejercer como ministra, en exclusiva como tal. Sabe, me consta, que la salud es demasiado importante para estar no ya tan solo en manos de un solo colectivo, sea el que sea, sino ni tan siquiera que dependa tan solo del sector salud. Es por ello que sería bueno que sus decisiones estuviesen al margen de su disciplina y se centrasen en la salud de la comunidad y la salud pública.
Nuestro Sistema Sanitario se caracteriza por la accesibilidad universal a pesar de los intentos que se llevaron a cabo por romper este derecho por parte de algunos antecesores suyos. Dicha accesibilidad es un derecho para dar respuesta a otro mayor como es la salud, que no depende tan solo de diagnósticos, tratamientos o técnicas médicas por importantes que en determinados momentos puedan serlo, que lo son. Los cuidados profesionales que tanto en el ámbito hospitalario, como en el comunitario o socio-sanitario se prestan, son un valor irrenunciable, indispensable e insustituible de la atención a la salud que, lamentablemente, no se visibiliza ni se pone en valor en las organizaciones sanitarias en general y en su ministerio en particular. Seguir creyendo que los cuidados son una aportación menor, secundaria o subsidiaria, señora ministra, es un error que contribuye al deterioro de las instituciones, al menosprecio de quienes los prestan, a la falta de humanización que, triste e incomprensiblemente, impregna nuestro sistema, a la dependencia que provoca, a la demanda insatisfecha que se genera y a la falta de calidez sentida y percibida de quienes tan solo son asistidos en lugar de ser atendidos.
Es por ello que sería bueno, necesario, importante, clarificador… que desencallara la estrategia de cuidados que en su momento se anunció a bombo y platillo por parte de la ministra Darias en un acto ante las enfermeras y que como tantas otras estrategias quedó reducido a un oportunismo político vacío de interés y de voluntad política y ausente de objetivos. Pero si, como deseo, lo hace, me permito también trasladarle que lo lleve a cabo replanteando desde el principio su fin y los objetivos de la misma para evitar que vuelva a ser colonizada por intereses al margen de la importancia real de los cuidados profesionales y de quienes los prestan. Los cuidados deben preocupar y ocupar la atención, el interés y las decisiones tanto suya, como máxima responsable del ministerio, como de todo su equipo. Y en este sentido y aunque nuevamente fuese por primera vez estaría bien que, siguiendo las recomendaciones realizadas por organismos tan poco sospechos, como pueda resultar yo, tales como la OMS, situase a enfermeras con capacidad en la toma de decisiones en su equipo. No tiene, permítame que se lo diga, ningún sentido, ni coherencia tanto política como de gestión, que se siga vetando sistemáticamente el acceso de las enfermeras a puestos de responsabilidad por las presiones de quienes se siguen creyendo protagonistas únicos para hacerlo, sin importar las consecuencias de tan caprichoso, acientífico, corporativista, reaccionario e irracional comportamiento que, por otra parte, tan solo se mantiene por la connivencia de quien lo consiente y mantiene.
En su momento, la ministra Mª Luisa Carcedo y el secretario general de Sanidad Faustino Blanco, pusieron en marcha la redacción de la Estrategia de Atención Primaria y Comunitaria (EAPyC) en la que participaron profesionales, ciudadanía y técnicos de todas las comunidades autónomas. Finalmente, y a pesar de las resistencias oportunistas y de interés de determinados consejeros autonómicos en el Consejo Interterritorial, se aprobó el texto consensuado por todas las partes[2],[3]. Un documento de base que sin duda debía contribuir a dignificar la Atención Primaria de Salud, a sus profesionales y a la población que da cobertura.
A pesar de que la citada EAPyC es ahora mismo responsabilidad de los servicios de salud de las comunidades autónomas, no estaría de más que desde su ministerio se impulsase una línea de trabajo que permitiese identificar los niveles de implementación y el impacto que tiene tanto en el proceso como en el resultado de salud. La redacción y aprobación fueron sin duda importantes en el necesario cambio que precisa la Atención Primaria de Salud, pero por sí solos son absolutamente insuficientes y pueden acabar siendo papel mojado o una mera referencia sin trascendencia alguna en la dinámica de cambios que se precisan. Nuevamente, caer en la tentación de las presiones ejercidas por quienes consideran la EAPyC como un riesgo a sus intereses sería lamentable y supondría una decepción mayúscula para cuantas/os trabajamos desde el compromiso, y la implicación en un proyecto en el que no tan solo creímos sino en el que nos ilusionamos.
Con posterioridad el ministro Salvador Illa junto al mismo secretario general de sanidad, Faustino Blanco, impulsaron con acierto y valentía la creación de un grupo de expertos, al que me honré pertenecer, para elaborar el “Plan de acción para la transformación del Sistema Nacional de Salud en la era COVID-19”. Se dedicaron muchas horas de trabajo individual y colectivo de cuantas/os conformamos este grupo de expertos y de las/os responsables y técnicas/os del ministerio para consensuar un documento que sirviese de base al necesario cambio del SNS. Sin embargo el cambio del ministro y con él de gran parte de su equipo hizo que el documento no tan solo nunca viera la luz y posiblemente que quedase durmiendo el sueño de los justos en el fondo de algún cajón del ministerio, fuese pasto de alguna destructora de documentos y/o del formateo de algún que otro disco de almacenamiento de datos. Cualquier pregunta al respecto del documento y su presentación, tal como se anunció se iba a realizar, tan solo mereció el silencio o las evasivas de quienes quedaron tras la desbandada ministerial. No es que me asombrase tan repentina desaparición y tan sepulcral hermetismo, dadas las presiones de todo tipo que se ejercieron para que nunca viese la luz, logrando, una vez más su objetivo manipulador para perpetuar un modelo tan nocivo para la salud como beneficioso para sus intereses. Así pues, señora ministra, aunque tan solo fuese por curiosidad no estaría de más que rescatase el documento para comprobar que todo cuanto se planteaba no ofrecía peligro alguno para la seguridad nacional y sí un planteamiento esperanzador para la salud pública y comunitaria de este país. Si no lo encuentra o no se lo facilitan en el ministerio, yo me ofrezco a proporcionárselo. Si antes no sufro, claro está, un repentino ataque informático.
Por otra parte, recién nombrada ministra, trasladó a las enfermeras comunitarias su felicitación por la celebración del Día Internacional de Enfermería Comunitaria (DIE), al tiempo que resaltaba la importancia que nuestra aportación específica tiene para el SNS en su conjunto y muy en particular para la salud comunitaria y la APSyC. Este gesto, que le honra, se agradece y satisface. Sin embargo, permítame que el mismo lo ponga en cuarentena. No por venir de usted, sino por lo que hasta la fecha ha supuesto en todas/os y cada una/o de sus antecesoras/es este tipo de declaraciones de formalismo político, sin mayor recorrido, contenido, sentimiento, o compromiso. Es por ello que me gustaría y quiero creer que su respuesta obedece a un sentimiento sincero de valoración y reconocimiento de la aportación específica, en este caso, de las enfermeras comunitarias y por extensión de las enfermeras en su conjunto.
Siguiendo con mi reflexión compartida quisiera trasladarle la necesidad de que desde su ministerio se dé sentido a una de las pocas competencias que aún mantienen, como es la ordenación profesional. Sí, señora ministra, que le dé sentido porque hasta la fecha y a pesar de honrosas pero escasísimas y efímeras excepciones, nadie de quienes han ocupado el sillón de director/a general ha sido capaz de poner orden en la ordenación necesaria. Y no será porque no haga falta. Así pues, en el caos del desorden establecido y parece que, asumido, nos encontramos con una absoluta falta de criterios en cuanto a las competencias de las diferentes profesiones de la salud y sus especialistas. Y en el caso de las enfermeras es sangrante a la vez que preocupante al no existir perfiles que permitan establecer la imprescindible articulación entre especialistas y no especialistas de manera muy especial en Enfermería Comunitaria. Pero es que además las comisiones nacionales de las especialidades están infrautilizadas, las unidades docentes multiprofesionales son cualquier cosa menos un espacio de formación coherente y de consenso, algunos programas formativos llevan sin revisarse desde su aprobación, no existe el libro de residente, no se abordan muchas competencias fundamentales, priman los criterios de unas disciplinas sobre otras con una evidente y lamentable desproporción, el trabajo en equipo y coordinado brilla por su ausencia prevaleciendo los intereses de la mayoría sobre la minoría de quienes componen las unidades, no existen procesos de reacreditación… en fin, un verdadero despropósito. A todo ello hay que añadir la ausencia de planificación en la convocatoria de plazas de especialistas de enfermería lo que lleva a que se haga en base a criterios de oportunismo o de manera absolutamente aleatoria. Las/os especialistas formadas/os no son contratadas/os al no existir plazas específicas, lo que lleva a que se esté invirtiendo dinero público del que no se obtiene rentabilidad y, lo que es más grave, usurpando el derecho de la población a que se le presten cuidados de mayor calidad al no contratarse a dichas/os especialistas.
Señora ministra, todo esto, también es y significa defender la sanidad pública, espero y deseo que lo tenga en cuenta.
Así pues, puedo trasladarle con absoluta tranquilidad, firmeza y determinación que el actual SNS no es accesible, equitativo, igualitario, sensible, humanizado… con las enfermeras tal y como ha quedado patente en base a lo expuesto y a nuevos argumentos que podría añadir y que reforzarían dicha conclusión. Todo lo cual provoca, no le quepa duda, una gran debilidad del SNS y una merma de calidad en la atención que merecen las personas, las familias y la comunidad. Problemas que tienen y requieren solución urgente y que tan solo depende de la voluntad política que se tenga para querer acometerla y lograrla en lugar de paralizarla como hasta la fecha se ha hecho para no tener “problemas” con aquellos a quienes se les da voz y capacidad de decisión o de alterar la de quienes la tienen.
No tengo dudas, repito, sobre su defensa de la Sanidad Pública. Me cabe, eso sí, la incertidumbre de si la misma la contempla desde la igualdad de oportunidades para todas/os los agentes de salud que intervienen en ella y de si la Sanidad Pública que usted defiende se pretende mantener con el mismo y caduco modelo que actualmente impregna el SNS y que lo hace ineficaz, ineficiente y deshumanizado como se demuestra día a día.
Señora ministra, le deseo, créame, lo mejor en su actual puesto. Porque ello supondrá que la incertidumbre se torne en certeza de cambio, mejora, equidad, humanización, capacidad cuidadora y abogacía por la salud desde un modelo salutogénico que nos permita identificar la salud más allá de la dicotomía existente con la enfermedad.
Es mucho mejor sumar que restar. Pero eso creo que usted ya lo sabe.
[1]Novelista francés. (1802-1885)
[2] https://www.lamoncloa.gob.es/serviciosdeprensa/notasprensa/sanidad14/Paginas/2021/151221-cisns_paapc-2022-2023.aspx
[3] https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-6761
“Dignidad significa que me merezco el mejor tratamiento que pueda recibir”.
Maya Angelou[1]
A las enfermeras catalanas por su determinación ante el desprecio institucional. Esperando que sea ejemplo a seguir.
En los últimos años, incluyendo el periodo de la pandemia, se han venido produciendo decisiones, manifestaciones, exclusiones, olvidos… en torno a las enfermeras a sus competencias. Se han tratado de edulcorar e incluso magnificar con apelativos tan heroicos como falsos las aportaciones de las enfermeras, en una muy poco novedosa estrategia política en la que, lamentablemente, una y otra vez hemos venido cayendo las enfermeras creyendo siempre que la última sería sincera. Nada más lejos de la realidad.
La estrategia de Atención Primaria y Comunitaria que se vendió como un nicho de oportunidad para las enfermeras y una posibilidad real de cambio del modelo caduco, ineficaz, ineficiente y absolutamente mediatizado por el modelo hospitalocéntrico, medicalizado, asistencialista, fragmentado, paternalista… del Sistema Sanitario, ha acabado siendo un nuevo brindis al sol que se ha ido diluyendo entre protestas de quienes veían en la estrategia una amenaza a sus intereses corporativistas, aunque trataran de maquillar sus discursos, demandas, exigencias y reivindicaciones de defensores a ultranza de la sanidad pública y la salud en un claro ejemplo de hipocresía y cinismo desde el que manipularon a la opinión pública. Manipulación, por otra parte, para la que utilizaron sin reparo alguno a las enfermeras enfrentándolas a la opinión pública y en la que estas actuaron inocentemente de ariete defensivo de los planteamientos reivindicativos, lanzando piedras sobre su propio tejado y sin que existiese una respuesta de la otra parte en favor de ellas al dejarlas solas ante una ciudadanía atónita que tan solo identificaba aquello que tan bien construyeron con sus discursos tan buenistas como falsos. Pero finalmente fueron logrando sus objetivos laborales que por dignos que sean, no conducen a la solución de los problemas que achacan a la sanidad, sino exclusivamente a los suyos. En este sentido juega tanto la estrategia para crear, desde el victimismo, una imagen y realidad paralela, como la inocencia, inacción, pasividad y el síndrome de Estocolmo en el que muchas enfermeras acaban cayendo con relación a quienes secuestran su capacidad, competencia y autonomía, creyendo que realmente no son capaces de hacer otra cosa que no sea obedecer. Ante esta situación la Atención Primaria, lejos de responder a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad acaba siendo el reducto de una demanda insatisfecha cada vez mayor al amparo de un modelo patogénico en el que la única referencia a la salud, en la mayoría de las ocasiones, acaba siendo la denominación como centro de salud, aunque realmente sea tan solo una triste paradoja.
La Estrategia de Cuidados anunciada a bombo y platillo y de manera oportunista por parte de la entonces ministra Carolina Darias en 2021, fue un nuevo y torpe intento de maquillar la sistemática inacción política y la desidia institucional con relación a los cuidados profesionales. No tan solo no se planificó adecuadamente identificando los objetivos que debían alcanzarse y las acciones a desarrollar, sino que además se desvirtuó desde su inicio al incorporar como objeto de la misma la Enfermería de Práctica Avanzada (EPA) en una clara desviación interesada por un desarrollo que dista mucho de ser actualmente prioritario si tenemos en cuenta el desastre organizativo y de ordenación profesional en el Sistema Sanitario. Cuando no están ni siquiera ordenadas las especialidades enfermeras y su articulación con el resto de profesionales no especialistas, abordar la EPA es una forma de contentar a alguien, no se sabe bien quien, con intereses no compartidos y poco claros al respecto y sin que existan argumentos científicos que avalen la necesidad actual de esta figura. Aunque pueda ser y resultar de interés en un futuro, actualmente no es una prioridad ni profesional, ni académica, ni científica. Ni para el Sistema, ni para la población, ni para las enfermeras. Otra cosa es que haya quien quiera utilizarlo a su favor.
Está claro que los efectos de la falsa y manipulada heroicidad de las enfermeras han ido diluyéndose y ya nadie los recuerda. Las enfermeras han vuelto a ocupar el puesto de mortales e incluso me atrevería a decir que de “insignificantes” mortales para muchos, visto lo visto. Ni añoro las loas artificiales generadas entonces de manera absolutamente intencionada para desviar la atención, ni considero que se deban realizar por entender que hacemos, cuando lo hacemos, lo que debemos y es nuestra obligación como enfermeras. Pero una cosa es que no se caiga en la adulación gratuita, innecesaria y en la mayoría de las ocasiones interesada y otra bien diferente es que se caiga en la más absoluta indiferencia o incluso en la más indignante utilización como medio para lograr determinados fines que poco o nada tienen que ver, ni con la salud de la población a la que atendemos, ni con el desarrollo profesional que de manera tan torpe como insultante se empeñan en convencernos creer con sus propuestas de supuestas nuevas competencias como si de caramelos que se dan a un niño se tratase.
Va siendo hora de que despertemos de un supuesto e idílico escenario de cambio derivado de una angustiosa situación como la vivida durante la pandemia. Se generó un discurso de reflexión que no era tal, sino más bien un discurso ilusionista, que no de ilusión, que eliminaron al identificarlo como un movimiento revolucionario o transformador que podía actuar en contra del modelo, “su modelo”. De tal manera que trasladaban la sensación e incluso el discurso de estar de acuerdo con los cambios, pero cuando estos se sospechaban podían concretarse en una modificación real del modelo, repito “su modelo”, generaban una resistencia enmascarada de victimismo que paraliza cualquier acción transformadora.
Así pues, queda claro que los cantos de sirena que desde las diferentes estrategias se plantean no son más que eso, cantos de sirena que lo único que logran es distraernos del rumbo de navegación y nos hacen encallar cuando no naufragar, mientras otros se mantienen a salvo en “su modelo”.
No interesa el cambio. Ni a los políticos, ni a los sindicatos, ni a una buena parte de las/os profesionales de las diferentes disciplinas que observan como una amenaza a sus intereses corporativos esa posibilidad de cambio. No nos equivoquemos, ni sigamos dejándonos engañar. El modelo de salud no interesa. No es rentable. No encaja en los parámetros patogénicos de quienes mantienen y perpetúan el modelo, aunque lo disfracen con discursos eufemísticos y demagógicos.
Pero es que las enfermeras tampoco creemos en él. Al menos no de manera mayoritaria. Nos sentimos más cómodas en el nicho ecológico-laboral que hemos configurado en el paradigma médico asistencialista en el que nos instalamos y del que nos resistimos a salir. Hemos creado una zona de confort en la que nos sentimos protegidas y desde la que respondemos acatando lo que se nos dice, lo que se nos delega, aunque se intente disfrazar de “nuevas competencias”. De tal manera que la responsabilidad derivada de la capacidad autónoma de decisión se va diluyendo hasta desaparecer, asumiendo el papel secundario, subsidiario, residual… que se nos encomienda para satisfacer las demandas de quienes se posicionan y reivindican como protagonistas exclusivos y víctimas de un sistema que dicen les maltrata. Este discurso es asumido, interiorizado y normalizado por la población y consentido, asimilado y valorado por parte de quienes responden a sus demandas para mayor loa de ellos, peor valoración de las enfermeras y del sistema de salud que se perpetua en el modelo por ellos diseñado, modelado y adaptado a sus necesidades.
Unos han logrado con su estrategia curativo-dependiente convencer a todas las partes de que no hay modelo alternativo. Otras han declinado luchar desde su estrategia de cuidados y empoderamiento en salud por propiciar un cambio que, desde la autonomía competencial de su disciplina, era posible asumir y lograr, pero que evidentemente conlleva riesgos que no se han querido correr, prefiriendo la pasividad y la inacción defensivas que contribuyen a reforzar los planteamientos en los que se sustenta el modelo médico.
No hay que buscar o escudarse en excusas, conspiraciones, sospechas, manías… Para cambiar algo, para transformarlo, hay que implicarse, comprometerse y creer en ello. No se trata de ser como el otro. Se trata de posicionarse con evidencias, argumentos, convicciones y resultados que contrarresten lo que se da por válido por el simple hecho de quién lo determina como verdad absoluta sin que se le responda ni contradiga.
No tan solo se ha logrado generar un sistema perverso sino que contribuimos entre todos a que el mismo se perpetúe ya sea por acción u omisión.
Para lograr los cambios hay muchas formas de actuar. Pero desde luego cualquiera de ellas requiere de la convicción de quererla llevar a cabo con determinación. Que no conlleva en ningún caso la destrucción. Y esa convicción es la que lamentablemente nos falta. Nos falta porque la continuamos enmascarando, fagocitando, ocultando, invisibilizando… desde la fascinación que proyectamos hacia la técnica y que captura, hipnotiza, anestesia a las nuevas enfermeras que acaban incorporándose en un estado de permanente abstracción en el fortalecimiento del modelo que anula su capacidad autónoma de respuesta desde la que se podrían plantear los cambios necesarios. Pero preferimos no despertar de ese estado de obnubilación en el que, aunque no acabamos de sentirnos a gusto, realizadas, felices, nos garantiza cierta seguridad, tranquilidad y, sobre todo, ausencia de responsabilidad.
Se nos llena la boca de decir que las enfermeras somos competentes y sin embargo no damos respuesta en base a nuestra competencia. Que somos autónomas, pero renegamos de nuestra capacidad de decisión. Que somos científicas, pero actuamos a espaldas de nuestra ciencia. Que somos profesionales, pero renunciamos a nuestra identidad.
Sé que lo que digo no es agradable. Verbalizarlo, escribirlo, compartirlo, me duele. Un dolor emocional, profesional, de valores, que no puedo ocultar, pero que tampoco puedo calmar con el silencio o mirando hacia otra parte. Ya no quiero mirar hacia otro lado. Ya no quiero morder mis sentimientos antes de expresarlos. Ya no quiero contener mi tristeza creyendo que así la lograré superar. Ya almaceno demasiado poso improductivo, molesto, residual, inútil, que incluso llega a oler mal.
No es que hayan sucedido cosas últimamente mucho más graves de las que ya se han venido produciendo. Pero ha llegado el momento del colapso. De decir ¡Basta! ¡Hasta aquí hemos llegado! Ya no me cabe más indiferencia, más desprecio, más ignorancia, más insolencia, más indolencia, más intransigencia… venga de donde venga. Sea fuego “amigo” o “enemigo”. Porque ya no sé cuál de ellos es peor, más peligroso, más letal, más destructivo. Pero sí que sé cuál de ellos es más doloroso, triste y penoso.
En este torbellino de sentimientos encontrados y divergentes, reconocibles y extraños, verdaderos y simulados, creíbles y dudosos, reflexivos o evasivos… surgen nuevos hechos, acontecimientos, situaciones, decisiones, que contribuyen aún más si cabe a removerlos y enturbiarlos.
El documento “Plan de Acción de Atención Primaria y Comunitaria de la Conselleria de Sanitat de la Comunitat Valenciana”[2], los convenios firmados en Cataluña[3], [4], [5], el “V Plan de Salud de Castilla y León”[6]… son tan solo algunos ejemplos de lo que está siendo planteado desde los diferentes sistemas de salud autonómicos como “solución” a los graves problemas que presentan todos ellos y que algunos se encargan de capitalizar corporativamente. Todos coinciden en idéntico diagnóstico, médico claro está. El sistema está enfermo y la curación no pasa por cambiar al modelo como indicación terapéutica, sino en mantenerlo pero haciendo que otros, las enfermeras, sean quienes asuman aquello que no son capaces de responder quienes, además, lo han generado, alimentado y enquistado. Lo disfrazan, como habitualmente hacen, con etiquetas llamativas y engañosas con las que convencer a quienes finalmente actuarán como fieles ejecutoras de lo delegado por ellos. Así pues, desde la denominación de “gestión de la demanda” establecen guías, como si de cartillas escolares, recetas culinarias, o catálogos de montaje de IKEA se tratase, en las que se establecen qué y cómo deben actuar las enfermeras para aliviar sus cargadas agendas. Siguiendo paso a paso las indicaciones. Pronto nos harán también un tutorial en YouTube para que no nos equivoquemos. No es asumir más competencias. Es obedecer más órdenes médicas. No nos equivoquemos ni nos dejemos engañar más. No se asumen de manera autónoma y como parte de una competencia propia. Se hace de manera delegada y subsidiaria. Dando por sentado que esta forma de actuar es la única posible y que el trabajo en equipo supone que otros hagan lo que ellos son incapaces de gestionar. Claro está, ello supone que las enfermeras gestionen no la demanda, sino “su demanda”, es decir su incapacidad.
Pero, para ello, deben renunciar a planificar, desarrollar o impulsar competencias propias dirigidas a mejorar la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque finalmente, lo importante, lo relevante, lo que se impone es salvar al otro, al protagonista a quien se identifica como indispensable, al desbordado, aunque ello suponga necesariamente renunciar a otro tipo de propuestas o respuestas que además podrían suponer un cambio de modelo que en ningún caso están dispuestos a aceptar. Nacen, crecen y se desarrollan con la enfermedad y la incorporan como eje y centro de cualquier organización, planificación, desarrollo, proyecto o estrategia, sin dejar espacio alguno a la salud que es identificada únicamente como antagonista a su aportación, pero no como prioridad de actuación. Con salud no hay enfermedad y sin enfermedad se les acaba el discurso manipulador que mantiene secuestrado al Sistema Sanitario.
Pero nada es eterno. Y tanto se ha estirado. Tanto se ha abusado. Tanto se ha maltratado. Tanto se ha negado. Tanto se ha menospreciado a las enfermeras que en algún momento, por pasivas, inánimes, solícitas, subsidiarias que pareciésemos o fuésemos, se produce la negación a continuar, el rechazo a seguir siendo maltratadas, el ¡basta ya! Que tanta falta hace que escuche y se explique. Porque hay que explicar, eso sí, alto y claro, que ya no estamos dispuestas a ser el correveidile de nadie, la muletilla interesada, el parche reparador, el remedio interesado, la diana de sus dardos envenenados, la recicladora de sus desechos. Hay que dejar clara cuál es nuestra competencia, nuestro objetivo, nuestro interés, nuestro compromiso, con ellos, para ellos y por ellos, las personas, las familias y la comunidad. Pero sin renuncias, sin resignaciones, sin cargas ajenas, sin falsas alabanzas, con nuestra aportación singular, específica y autónoma de cuidados. Debemos educar en el autocuidado como derecho de las personas y no como una concesión asumida por ellas para nuestra descarga.
La población debe saber, conocer, comprender, qué está perdiendo al privársele lo que las enfermeras podemos y debemos ofrecerles. La población debe poder exigirlo como derecho irrenunciable para promocionar, mantener, atender o recuperar su salud.
Se han acabado los días de la contemplación, la serenidad mal entendida, la paciencia mal empleada, el consentimiento mal interpretado. Ha llegado la hora de la acción firme al tiempo que serena. De la determinación, De la reafirmación. De la Exigencia compartida por una salud de calidad y calidez. Sin interferencias. Sin oportunismos. Sin intereses personales. Sin discursos engañosos. Con la verdad por delante y el orgullo de saber que lo que hacemos, demandamos, exigimos es lo que corresponde para mejorar la atención humanista que permita situar tanto a las personas como a las enfermeras al nivel de la dignidad humana y no tan solo del interés sanitarista.
Que la voz que alzan las enfermeras catalanas sea el punto de inflexión que permita cambiar el rumbo a la deriva que lleva la nave de todas/os en todas partes. Pero que nadie intente capitalizar esta rabia, esta decisión, esta acción, porque entonces nos perderemos en el laberinto de las intrigas palaciegas que a algunos tanto les gustan.
No puede quedar como una anécdota. Debe verse, oírse y sentirse como una transformación irrenunciable enfermera para la salud comunitaria.
[1]Escritora, poeta, cantante y activista por los derechos civiles estadounidense. (1928- 2014)
[2] https://www.san.gva.es/documents/d/assistencia-sanitaria/estrategia_de_salud_comunitaria_es
[3] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10647
[4] https://scientiasalut.gencat.cat/handle/11351/10645
[5] https://salutweb.gencat.cat/ca/departament/eixos-legislatura/conveni-collectiu-ics/
[6] https://www.saludcastillayleon.es/institucion/es/planes-estrategias/v-plan-salud-castilla-leon-encuesta-telefonica-ciudadania-c
Si tuviera que elegir entre el duelo y la nada, elegiría el duelo.
William Faulkner[1]
Mi vida profesional como enfermera ha estado ligada íntimamente a la Revista ROL de Enfermería.
Cuando salió a la luz el primer número de la que se convirtió, en aquel momento, en la primera revista científico-profesional de Enfermería en España, ROL de Enfermería, yo estaba en el último curso de los entonces denominados estudios de Ayudante Técnico Sanitario (ATS) en los que se ocultó de manera absolutamente indigna, interesada y malintencionada a la Enfermería. De manera paralela se había concretado, gracias al trabajo y el esfuerzo de muchas enfermeras del momento, la incorporación de los estudios de Enfermería en la Universidad con una mayor identidad, pero con la timidez de evitar la denominación real que nos correspondía. Los denominados Diplomados Universitarios de Enfermería, venían a sustituir unas siglas que nos marcaron tan negativamente, ATS, por otras que sirvieron nuevamente de parapeto a la denominación como enfermeras al pasar a denominarnos DUE, como si no estuviésemos aún preparadas para presentarnos como tales.
Así pues, ese fue el principio de la Revista ROL de Enfermería y el principio del fin, que se ha prolongado durante demasiado tiempo, de nuestra invisibilidad. Por tanto, ROL de Enfermería sirvió no tan solo como vehículo de una incipiente evolución científico-profesional, sino como escaparate permanente de nuestra evolución como enfermeras. La publicación mensual ininterrumpida permitió tener una visión permanente, actualizada, puntual, precisa y cercana de cuál era y cómo se comportaba la enfermería.
A ello contribuyeron, sin duda, referentes nacionales e internacionales enfermeros que permitieron construir una realidad, conocimiento y sentimiento de pertenencia que nos había sido usurpado y prohibido. Se trataba de generar identidad profesional y que la misma estuviese asentada en sólidos argumentos científicos de nuestra propia disciplina. Referentes que han estado ligadas/os a la historia de la Enfermería y sin las/os que no sería posible entender quiénes somos y lo qué somos. A ellas/os a través de ROL debemos esa aportación singular tan importante y sin la que, posiblemente, no seríamos lo que somos en la actualidad. En las páginas de los sucesivos números queda recogida la cronología de nuestra profesión y la evolución que nos ha permitido situarnos al mismo nivel de cualquier otra disciplina científica. Se trató, por tanto, de una simbiosis perfecta que retroalimentaba a ambas partes. A quienes aportaban porque hacían visible el conocimiento enfermero y sus fundamentos y a quien lo proyectaba porque contribuía a su difusión a través de un medio tan importante como la Revista ROL.
La revista ROL se caracterizó por su dinamismo, adaptación y actualización permanentes. No se convirtió en un continente de contenidos sin más. Trató en todo momento de responder a las necesidades y expectativas de las enfermeras incorporando nuevas secciones, apartados, recursos que permitiesen acceder a toda aquella información tan necesaria como enriquecedora en momentos tan trascendentales para la consolidación científico-profesional de las enfermeras. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED), dio mayor sentido al nombre de la Revista ROL al asumir un rol de portavocía disciplinar que nos situaba a todas/os en el minuto a minuto de lo que estaba suponiendo la docencia enfermera y su impacto en la prestación de cuidados profesionales.
Momentos como la puesta en marcha del nuevo modelo de Atención Primaria, La Ley General de Sanidad, la aparición de nuevas sociedades científicas como la Asociación Española de Enfermería de Salud Mental (AEESME), la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC)… fueron hitos que fueron marcando no tan solo el desarrollo de la Enfermería sino la forma en cómo se compartía con las enfermeras a través de la Revista ROL.
El contexto universitario, laboral, científico, investigador fue modelando una nueva identidad enfermera más reconocible y reconocida, aunque no exenta de dudas, peligros, errores… derivados de las presiones a las que se seguía sometiendo a quienes se identificaba por algunos como amenaza para sus intereses, de la indolencia de quienes entendían que no era necesario darles mayor autonomía, de la pasividad de quienes se comportaban como espectadores a pesar de identificarse como representantes de las enfermeras, de la inacción de quienes no veían necesaria una evolución de su disciplina y de la actividad que de la misma podía derivarse. Y todo esto también puede analizarse, identificarse, estudiarse a través de las páginas de ROL.
Pero la evolución del panorama editorial en nuestro país con una clarísima influencia del ámbito anglosajón marca de manera absolutamente mercantilista los criterios de las publicaciones en base a los cuales se clasifican las revistas de alto impacto y de prestigio del resto. Criterios sujetos al mercantilismo feroz de las empresas que dominan el mercado editorial científico estableciendo finalmente el ranking que otorga prestigio o no. De tal manera que aquellas publicaciones digamos “domésticas” no por su contenido sino por su gestión como pequeñas empresas editoriales quedan excluidas del circuito con todo lo que ello representa. Es evidente y conocido que la ignorancia mata, pero cada vez resulta más patente que la mercantilización de la ciencia es nociva y no garantiza ni la calidad ni la credibilidad deseables y exigibles, aunque para algunos suponga un lucrativo negocio que mantenemos y alimentamos con nuestras aportaciones y la anuencia de quienes tendrían que velar por la ciencia y el conocimiento como son las universidades. De tal manera que en este escenario resulta difícil posicionarse como referencia científica al no estar incluidas en el selecto club de los elegidos. A pesar de ello ROL siguió su trabajo sin desfallecer y trató de buscar nuevas vías de expansión, difusión e impacto tanto en España como en Iberoamérica. Ello le permitió ir haciéndose hueco en un mundo de gigantes y lograr situarse a las puertas de ese codiciado JCR que se ha configurado como el dios al que todos adoran e idolatran.
Durante todos estos años he sido no tan solo fiel seguidor de la Revista ROL como suscriptor, sino que he tenido el honor de participar tanto como autor y revisor de artículos. He asumido diferentes responsabilidades. Desde corresponsal de la Revista en Alicante, Asesor Científico, Redactor Jefe y finalmente Director. En base a lo cual puedo decir con absoluta seguridad que me siento parte de ROL y que ROL forma parte de mí.
Tras más de cuatro décadas de andadura, estando próximo el 50 aniversario de su fundación, hoy tengo la inmensa tristeza de conocer y compartir que ROL desaparee. Que el buque insignia de las publicaciones enfermeras en España naufraga comercialmente y deja de ser una realidad visible y tangible para la Enfermería y las Enfermeras. Desconozco si su cabecera será objeto de deseo de algún fondo buitre, pero nunca será lo mismo.
No se trata de una desaparición cualquiera. No lo es. Es una pérdida muy difícil de asumir, entender y comprender, más allá de las razones empresariales en las que evidentemente no voy a entrar como nunca he hecho en todos estos años. Supone un antes y un después, un futuro paralizado, una expectativa frustrada, una renuncia no deseada, un cuidado perdido.
Siempre nos quedará el recuerdo, el riquísimo legado recogido en sus páginas que perdurará en el tiempo como referencia indispensable de nuestra evolución como enfermeras. Nos quedará la duda de si pudimos hacer algo más para que no se produjese esta pérdida. Nos quedará el dolor del vacío que deja. Nos quedará la nostalgia de lo que pudo ser y no fue. Nos quedará el silencio de las palabras que ya no leeremos. Nos quedará la memoria de su importancia. Pero perdemos algo más que una publicación, que una revista, que una empresa. Perdemos parte de nosotras mismas como enfermeras.
Tan solo desearía que al menos esto nos sirviese para reflexionar como colectivo, como profesión, como disciplina, como ciencia, sobre lo que es y significa la construcción de la Enfermería y aquellos iconos, referentes, símbolos, aportaciones que la cimentan, fortalecen, cohesionan, alimentan, visibilizan, proyectan, identifican… y sin los que difícilmente podremos seguir avanzando.
Estamos en un momento delicado de nuestra historia y evolución como enfermeras. En un contexto muy competitivo, individualista, agresivo, hedonista, utilitarista… que hace muy difícil la construcción colectiva de una enfermería fuerte y unida, frente a la fascinación de diferentes paradigmas científico-profesionales que nos alejan de nuestra verdadera esencia como enfermeras, sin que ello signifique en ningún caso renunciar a la indispensable adaptación que la evolución social, económica, política, tecnológica… nos demanda. Debemos de ser capaces de identificar, cuidar y retener talento, recursos, referentes, activos que suponen bienes indispensables e insustituibles para nuestra identidad como enfermeras. No hacerlo es contribuir a desdibujarnos, difuminarnos, desvanecernos y acabar en la nadería de la intrascendencia. Pero al mismo tiempo estamos ante una oportunidad sin precedentes para construir un contexto ibero-latinoamericano enfermero que proyecte nuestra identidad propia, nuestra fortaleza, nuestra aportación singular e insustituible. En ese empeño debemos centrar nuestros esfuerzos, nuestro interés, nuestra energía, nuestro conocimiento y, sobre todo, nuestros cuidados.
Tendremos que asumir y pasar el duelo de tan dolorosa pérdida. Soportaremos el momento y seguro que lo superamos. Pero no olvidemos nunca lo que fue, supuso, aportó, representó, la Revista ROL de Enfermería. Hacerlo sería tanto como renunciar a nuestra propia identidad.
[1] Escritor estadounidense, reconocido mundialmente por sus novelas experimentales y galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1949 (1867-1962)