La salud y lo saludable están de moda, al igual que el/los cuidado/s. Existe una tendencia, adoptada por una gran parte de la sociedad, por “mantenerse sano, ser saludable y estar cuidado”. Dicha tendencia, es cierto, se ve reforzada por el bombardeo constante de la publicidad, y los medios de comunicación en general, que ven en la salud, lo saludable y los cuidados, un filón para sus intereses comerciales. De tal manera que de tanto repetirlo los conceptos no tan solo pierden valor sino que se desvirtúan y pervierten, al pasar a ser tan solo modelos estandarizados sujetos al consumo de los productos que los promueven. Por su parte los profesionales de la salud, voluntaria o involuntariamente, se incorporan a la corriente consumista y comercial de la salud y los cuidados generando en la población lo que Carlos Álvarez Darder ha venido en denominar la salud persecutoria.
Pero como toda moda, tiene sus contradicciones. Así nos encontramos con que al generarse una corriente determinada para revelarse como singular, desviándose de las corrientes más comunes, en realidad lo que está creando es otra moda distinta. De tal manera quienes inician esta nueva corriente se identifican como disidentes frente a un grueso de imitadores, pero para Simmel eso no es más que una forma inversa de imitación.
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Me atrevo a decir que las enfermeras somos identificadas por parte de los gestores sanitarios, los políticos, gran parte de la sociedad e incluso por parte de las propias enfermeras como un palíndromo.
Aunque palíndromo hace referencia a las palabras, números o frases que se leen igual adelante que atrás y la palabra enfermera no cumple estos requisitos, la analogía que trato de establecer con dicha figura gramatical obedece más al fondo que a la forma. Más al contenido que al continente. Más a la esencia que a la presencia.
Por razones que escapan al objetivo de esta reflexión y a la extensión que la misma requeriría no voy a entrar a valorar tanto los porqués como los qué. Se tiene la creencia, que se traduce en acciones tan repetidas como repetitivas, de que las enfermeras servimos para todo. Esta versatilidad, que se ha querido disfrazar de cualidad, virtud o ventaja, de manera totalmente interesada y alejada de cualquier valoración real hacia la profesión enfermera y quienes la ejercen, ha llevado a que las enfermeras sirvan lo mismo para un roto que para un descosido. De ahí que aunque la palabra enfermera no cumpla los requisitos para ser considerada un palíndromo, sí que lo cumple su identificación y consiguiente ejercicio profesional. Más por intereses organizacionales que por voluntad de las propias enfermeras, aunque lo acepten como un mal menor que les permite tener una mayor perspectiva laboral. De tal manera que podríamos decir que las enfermeras somos un palíndromo.
Los ejemplos que sustentan dicha analogía son muchos y diversos, pero me voy a centrar en analizar lo que sucede concretamente en el ámbito comunitario y más específicamente en Atención Primaria.
En una sociedad totalmente mercantilizada y en la que la economía de mercado impregna cada aspecto, sentimiento, emoción, valor… transformando su verdadero sentido para adaptarlo a las reglas de mercadotecnia y consumo, se hace difícil poder llevar a cabo una gestión que no esté claramente “intoxicada” también de todos estos elementos nocivos.
Las organizaciones sanitarias, que es como han pasado a denominarse en la sociedad descrita en lugar de organizaciones de la salud, no son ajenas a la influencia ejercida por tan poderosa fuerza económica. De tal manera que ya no se habla de usuarios sino de clientes, no se habla de profesionales sino de recursos humanos, no se habla de salud sino de producto final, no se habla de atención sino de asistencia, no se habla de personas sino de enfermos, no se habla de cuidados sino de procesos, no se habla de comunicación sino de información, no se habla de atención domiciliaria sino de vista domiciliaria, no se habla de eficiencia sino de coste, no se habla de coordinador de equipo sino de jefe, no se habla de evolución del problema sino de productividad, no se habla de evaluación sino de cuenta de resultados. Pero toda esta perversión del lenguaje, que para nada es inocente, se trata de enmascarar, suavizar, edulcorar con planteamientos tan grandilocuentes como la humanización de la gestión. Es decir, se asume como cierto que se está llevando a cabo una gestión totalmente tecnócrata, aséptica, distante, desprovista de sentimientos, fría y calculadora, para tener que incorporar elementos de cambio tendentes a esa supuesta humanización que, en ningún caso, pasa por renunciar a ninguno de los aspectos de la gestión anteriormente enumerados. Por lo tanto resulta ciertamente complicado creer que la humanización es un deseo de los gestores, cuando realmente lo que se pretende es generar campañas de marketing que “suavicen” las estrategias de mercado.
Pero, entonces, ¿es posible otro tipo de gestión en el marco de la sociedad descrita? Mi respuesta es claramente positiva en este sentido. No tan solo es posible sino que es deseable.
De manera sistemática aparecen opiniones sobre las especialidades enfermeras sin que las mismas obedezcan a un análisis riguroso de la situación, viniendo a añadir, tan solo, mayor incertidumbre y enfrentamiento al que ya de por si genera el propio proceso de especialización enfermera.
Hace ya más de 30 años que se empezó a hablar “en serio” de las especialidades enfermeras.
Tras el fallido Real Decreto 992/1987 que no llegó nunca a desarrollarse tuvieron que pasar 18 años hasta que se publicó el Real Decreto 450/2005 que regulaba las especialidades enfermeras. Haciéndose de manera precipitada, sin consenso y con una gran incertidumbre sobre lo que suponían para las enfermeras y lo que podían aportar a la sociedad.
El júbilo inicial que este logro ocasionó entre las enfermeras fue tan artificial como el propio Real Decreto que nació con graves deficiencias de desarrollo y de implementación como el transcurrir del tiempo ha venido a demostrar.
Mucho se ha hablado y se sigue hablando sobre el citado Real Decreto que sigue devorando la ilusión inicial que su publicación generó, repito, de manera totalmente artificial e interesada. Pero, sin embargo, nadie ha sido capaz, hasta la fecha, de ponerle el cascabel al gato que impida su sigiloso acecho.
Una vez más y que conste que es un tema que aburre y sobre el que deseo dejar de hacer referencia como causa de todos los males de la enfermería, el modelo médico fue el que se adoptó como referencia para el planteamiento de desarrollo de las siete especialidades enfermeras que finalmente se decidieron plantear con criterios que nadie conoce y que, salvo matrona por directrices europeas, no se tenían evidencias de oportunidad. Se mimetizó, en parte el Real Decreto de 1987 del que se cayó Gerencia y Administración de Enfermería a favor de Salud Laboral. Más allá de cualquier otra valoración sobre su eliminación, no deja de ser curioso que fuese la única especialidad que no existía, ni existe, en el modelo de especialidades médicas.
Se decidieron pues estas siete especialidades (matrona, pediatría, geriatría, salud mental, salud laboral, enfermería familiar y comunitaria (EFyC) y cuidados médico quirúrgicos), sin haber realizado previamente estudio alguno sobre las necesidades que en materia de especialidades enfermeras requería la sociedad, más allá de los deseos que tuviesen las enfermeras por especializarse sin una razón clara de por qué hacerlo.
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