DEL NIHILISMO Y LA ANOREXIA PROFESIONAL A LA RESISTENCIA. De la política y el engaño al decálogo enfermero.

 

Un político divide a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos; en segundo, enemigos.

Fiedrich Nietzsche [1]

 Han sido muchas las reflexiones que he ido compartiendo desde que el 09 de enero empezase este nuevo periodo en el Blog. Todas ellas realizadas desde el máximo respeto y tratando, en todo momento, de mantener la coherencia, la sinceridad y el compromiso con lo que soy y con lo que me siento identificado, es decir, siendo y sintiéndome, enfermera.

Sin duda lo trasladado es subjetivo desde el mismo momento en que lo he verbalizado-escrito, desde mis particulares perspectiva y mirada que, por mucho que trate de imprimirles objetividad, siempre quedan impregnadas de las mismas. Decir lo contrario sería engañar y para eso ya están los políticos. No he tratado, por tanto, de ser políticamente correcto porque, entre otras cosas, he aprendido que, si algo tiene la política, o mejor dicho quienes la manipulan desde su condición de políticas/os, es una absoluta falta de corrección, desde el mismo momento en que ésta se adapta a sus intereses concretos y no a los de quienes supuestamente representan o incluso, eufemísticamente, dicen defender. En palabras de una destacada política con altas responsabilidades en sanidad nacional, la política no es defender lo que resulta obvio, necesario o incluso compartido, sino de mantener los equilibrios que permitan mantener el poder, aunque para ello deban perder la coherencia y la dignidad. Blanco y en botella.

Por lo tanto, posiblemente, haya sido en muchas ocasiones incorrecto, pues ni tengo ni deseo mantener ninguna posición de poder que no sea el de la coherencia y el que, por méritos propios, les corresponde a las enfermeras. Este y no otro ha sido mi principal objetivo en todas y cada una de mis reflexiones, con independencia de lo acertado o no que haya podido estar.

Así pues, no he tratado de satisfacer a todas/os o a una mayoría, sino de compartir una visión, posición o planteamiento determinados en todos y cada uno de los temas abordados. Por tanto, siempre han estado sujetos al enriquecedor y necesario debate de quienes leen, analizan y reflexionan sobre ellos. Lamentablemente, en la actualidad, el pensamiento crítico está devaluado y el debate que del mismo debiera derivarse muy debilitado y filtrado por la inmediatez mediática de las redes sociales y su formato encriptado y comprimido en el que además se tiende, como el propio discurso político, a la descalificación, el descrédito y el insulto, por encima de cualquier otro intercambio dialéctico basado en el respeto. Pero, evidentemente, son percepciones de quien, como yo, así piensa, lo que no me impide hacer uso de tales redes, aunque manteniendo unas formas que posiblemente sean consideradas como impropias, por débiles y alejadas, de los zascas al gusto de los consumidores.

Es por ello que en algunas ocasiones tengo la sensación de que mis análisis son tan solo elucubraciones personales alejadas de la realidad o cuanto menos del sentir general enfermero. Y dicha sensación me provoca sentimientos contrapuestos, pero igualmente preocupantes. En ocasiones pienso si la situación realmente no será tan mala como a veces la reflejo, lo que da lugar a que se me tilde de negativo o cenizo. En otras me inquieta el inmovilismo y el conformismo generalizado ante todo lo que está pasando y la débil o nula respuesta que las enfermeras somos capaces de dar, más allá, de puntuales y aisladas manifestaciones que obtienen, como digo, poco eco entre el colectivo. No sé, realmente, cual me preocupa más. Y no sé cuál es más inquietante.

He recorrido semanalmente múltiples y variados temas que nos afectan, directa o indirectamente, a las enfermeras. He planteado y contrastado, dudas y certezas, opiniones y evidencias, ideas y teorías, dilemas y paradigmas, luces y sombras… siempre con la firme convicción de que a pesar de todo o precisamente por todo ello, las enfermeras somos capaces de salir de donde no debemos estar, aunque a veces de la sensación que nos conformemos a estar ahí.

Es necesario responder ante tanto silencio y no callar lo que debe decirse. Actuar con decisión y fortaleza, con las pruebas de nuestra aportación específica, en lugar de permanecer agazapadas en el refugio de nuestra zona de confort. Ser valoradas por lo que somos y no por lo que nos dejan ser. Liderar nuestro espacio propio, evitando que siga siendo colonizado. Tomar nuestras propias decisiones y no esperando a que sean adoptadas por otros. Ser valoradas por nuestras competencias y no por nuestra obediencia. Creer en lo que somos y no en lo que nos quieren hacer creer. Pensar por nosotras mismas. Gestionar los cuidados en lugar de gestionar con cuidado. Vencer el miedo a ser identificadas como lo que somos, para evitar ser ocultadas tras denominaciones vacías y confusas. Defender nuestro espacio propio y no tener que pedir que nos dejen espacio ajeno. Rechazar lo que no nos corresponde y exigir lo que es nuestro. Ser identificadas por nuestra empatía y no tan solo por nuestra simpatía. Ser enfermeras de la comunidad y no del Sistema Sanitario ni mucho menos de ningún otro profesional, en donde trabajamos y con quienes trabajamos. Ser relacionadas de manera intrínseca con los cuidados profesionales y no por el cuidado genérico que todos quieren asumir como propio. Ser profesionales, científicas, investigadoras, docentes y gestoras enfermeras que aportamos conocimiento, ciencia, aprendizaje, eficacia y eficiencia con nuestras competencias específicas.

En definitiva, tener la ciencia y la conciencia de lo que somos y debemos aportar y no de lo que nos dicten que debemos aportar, usurpándonos tanto la ciencia como la conciencia.

Porque no se trata de sobrevivir, de parecer o de aparentar, lo que no somos ni queremos ser. Se trata simplemente, a pesar de su complejidad, de ser enfermeras y estar donde nos corresponde.

Todo ello desde la mirada de quien, como yo, tan solo pretende ser un espectador de lo que sucede y acontece. Pero también, eso es cierto, de quien, como enfermera, se alegra, sufre, implica y compromete con lo que las enfermeras hacemos o nos hacen. Porque nada de lo que hagan las enfermeras o de lo que les hagan a las enfermeras es ajeno a mí. Porque parafraseando y adaptando a Miguel Hernández[2] “Para las enfermeras, sangro, lucho, pervivo. Para las enfermeras, mis ojos y mis manos, como un árbol carnal, generoso y cautivo, doy a las enfermeras”. Pero en esa lucha, por la libertad que decía el poeta, y por las enfermeras que digo yo, junto a otras muchas, aunque no suficientes, no puede ni debe existir el riesgo de ser calladas, ni mucho menos eliminadas como hicieron con él. Porque hay muchas formas de callar, ocultar o eliminar. Nuestra lucha es diferente, pero no por ello menos necesaria. Porque finalmente el objetivo siempre es el mismo, someter al silencio o la invisibilidad, aunque sea de diferentes formas, aquello que se identifica como molesto o peligroso para los intereses de ciertos grupos o colectivos, que no, para el bien público.

Recientemente, la misma política que comentaba al principio, nos comentaba a un grupo de enfermeras que le trasladábamos nuestras inquietudes, que lo que hacía falta era volver a la ilusión, el compromiso, la motivación de los años 80 cuando se desarrolló la Atención Primaria y las enfermeras fuimos el motor del cambio del entonces denominado nuevo modelo de atención. Esta es la única solución que se le ocurrió trasladarnos a quien tuvo, en su momento, la máxima responsabilidad de la sanidad española, ante todas nuestras preocupaciones, tanto por la sanidad, como por la salud y las enfermeras. Toda una declaración de intenciones de quien ahora nos hablaba como portavoz y representante de uno de los principales partidos políticos. Toda una realidad de lo que podemos esperar las enfermeras de las/os políticas/os y la política con la que juegan a “Trono de Reyes” sin serlo. Toda una patética realidad de lo que para ellas/os es la política, que está a años luz de lo que es hacer buena política y generar buenas políticas. Toda una hipocresía basada en el engaño, en la estrategia del oportunismo y el sofismo por el cual “la ley es una convención y por esto puede ser cambiada según el interés de cada cual”, como apuntara hace más de dos mil años Protágoras[3] de manera clarividente. Con sus trampas dialécticas, pretendiendo enseñar la virtud, cuando nadie, desde el discurso retórico, puede arrogarse tal derecho, tratando de convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles, tal como criticó Platón[4]. Entrenándose en el arte de la persuasión, que no está al servicio de la verdad sino de los intereses del que habla y que el propio Platón dijo que era la «captura» de almas[5], [6], [7]. Trampa que tan bien manejan con las enfermeras, utilizándonos como instrumentos, haciendo alabanzas vacías, demagógicas, hipócritas y llenas de intencionalidad maliciosa, en los escenarios de conveniencia y que tan pronto olvidan y reinterpretan con decisiones totalmente antagónicas y perjudiciales para las propias enfermeras[8].

Por lo tanto, nos queda, tan solo o, sobre todo, el concienciarnos que hay que hacer algo que colectivamente nos posicione y nos identifique como fuerza de salud para la población, como las únicas capaces de dar la respuesta necesaria al contexto de cuidados en el que nos situamos tras la pandemia y del que no podemos abstraernos como enfermeras, tal como lo hacen quienes tan solo piensan en la enfermedad, la tecnología y la técnica en un asistencialismo que genera demanda insatisfecha, dependencia y frustración.

Debemos huir del nihilismo en el que todo se reduce a nada y por lo tanto nada tiene sentido en una realidad aparente, porque es tanto como negar nuestra necesidad como ciencia, disciplina o profesión.

Pero tampoco podemos caer en el absurdo o el absurdismo en el que se manifiesta el conflicto entre la búsqueda de un sentido intrínseco, el objetivo de la enfermería y la inexistencia aparente de ese sentido. Entendiéndolo como absurdo al encontrar este sentido imposible, por entender que enfermería carece de significado o este no es aparente. Debiendo realizar, por el contrario, un esfuerzo para encontrar; el significado intrínseco, absoluto y objetivo de su existencia, no nos vaya a pasar como al mito griego de Sísifo del que ya hablé en una entrada anterior.

Tenemos que superar, por otra parte, la crisis existencial en la que parece nos hemos instalado, al tener profundos cuestionamientos acerca de las razones que motivan y rigen los actos, decisiones y creencias que constituyen la existencia y la razón de ser de la enfermería y las enfermeras, o el escepticismo que nos conduce a negar o ignorar la importancia de lo que aportamos. Escepticismo que debe diferenciarse del negacionismo por exigir evidencia objetiva a tales afirmaciones, y en caso de haber tal evidencia, como es el caso, aceptarla, en tanto que el negacionismo cuestiona o rechaza las evidencias que son claras y manifiestas, como sucede con la aportación que las enfermeras hacemos a la salud de las personas, las familias y la comunidad.

Pero más allá de corrientes filosóficas que expliquen nuestra falta de reacción, nuestro inmovilismo, nuestro conformismo, la negación a nuestras propias posibilidades, debemos plantearnos si realmente estamos en disposición de creer lo que somos y el valor de lo que aportamos o preferimos situarnos en la ingravidez de lo abstracto, de lo intrascendente o de lo superfluo, sin posibilidad de poner los pies en tierra para ejercer nuestra voluntad y capacidad de recorrer el camino que nos conduzca a situarnos como referentes del cuidado profesional enfermero.

De pensar por nosotras mismas desde el paradigma enfermero y no desde paradigmas ajenos que nos obligan a respirar “el aire” que otros nos suministran por miedo a hacerlo de manera autónoma y sin protección.

De tomar nuestras propias decisiones sin depender de la voluntad de otros, asumiendo la responsabilidad que ello supone, pero también disfrutando de la libertad que representa la capacidad de decidir y de equivocarnos.

De liderar sin ataduras y a expensas de lo que otros determinen como correcto o necesario en función de sus intereses y no de los que tienen las personas a las que nos debemos.

De que podamos tener líderes que sean referentes enfermeros y no burócratas de la mediocridad política que actúan como estómagos agradecidos o como parte de la maquinaria política para mantener las apariencias y sostener a quienes les designan.

De actuar sin necesidad que nos tengan que dar permiso para hacerlo y haciéndolo tan solo, o, sobre todo, porque entendamos que así debemos responder para ofrecer aquello que consideramos mejor y más acertado.

Recuperar la filosofía de la Ley General de Sanidad, de Alma Ata, de la Atención Primaria de Salud, de Ernest Lluch, es una opción, es una referencia e incluso una oportunidad. Pero no nos equivoquemos, el tiempo, el contexto, la realidad, incluso nosotras mismas somos diferentes. Ni mejores ni peores, diferentes. Y por tanto debemos identificar aquello por lo que queremos luchar, creer y crear y no por lo que fue y ya no puede, ni tan siquiera, debe ser.

Tenemos elementos más que de sobra para iniciar el camino que nos lleve a plantear esa nueva y necesaria realidad de cuidados profesionales. De fundamentar nuestra respuesta necesaria e imprescindible. De contrastar con evidencias nuestra apuesta de cambio. De rebelarnos contra la irracionalidad del continuismo que obedece a intereses concretos y que regula la voluntad y las respuestas de las/os políticas/os manteniendo un Sistema Nacional de Salud asistencialista, tecnológico y medicalizado, como se demuestra en el componente 18 de Renovación y ampliación de las capacidades del Sistema Nacional de Salud del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia[9], en el que a la Sanidad le asignan tan solo un 1,5% del total de los fondos europeos correspondiendo un 74,8% de dicho porcentaje al Plan de inversión en equipos de alta tecnología y un 5,8% a acciones para reforzar la prevención y promoción de la Salud, en un claro ejemplo de cuál es el interés por la Sanidad y la Salud y cuál la verdadera intención por un cambio por el que ni creen ni apuestan, a pesar del espejismo que supuso en su momento el Marco Estratégico de la Atención Primaria y Comunitaria[10], que la pandemia se ha encargado, en forma de excusa, de enterrar en el olvido, dando así respuesta a los lobbys corporativistas que se opusieron al mismo en su momento y que mantienen el modelo de sanidad que se ha mostrado claramente ineficaz e ineficiente en esta pandemia.

Finalmente, voy a utilizar este descanso estival para tratar de desconectar y recargarme de una energía que, aunque nunca me falta, cada vez me cuesta más autoconvencerme que la empleo para lo que verdaderamente es útil y necesario. No hay nada que me ilusione más que descubrir que toda la que llevo gastada y la que sea necesaria en el futuro puede servir para lograr un cambio que nos permita situar a la salud por encima de cualquier otro interés y a las enfermeras como referentes de la misma.

Despertemos del escepticismo colectivo que duda de su capacidad y sus capacidades, como parte de la anorexia profesional que nos afecta e impide que nos sintamos a gusto con la imagen que proyectamos, provocando una astenia crónica que se traduce en falta de energía y motivación. No incorporemos la interesada e incomprensible obsolescencia programada de enfermeras referentes por el simple y natural hecho de ser mayores, como parte de la cultura social en que lo nuevo y aparentemente perfecto, es lo único y normativamente válido, aceptado y por tanto, deseado, despreciando lo mucho que pueden aportar con su conocimiento y experiencia a impulsar, apoyar, guiar… a las nuevas generaciones que requieren de un equilibrio compartido con ellas, precisamente, para lograr ser como ellas. No esperemos que sean otros quienes nos solucionen el problema. Tenemos un problema de salud profesional que debemos afrontar con nuestros propios recursos y con los que la comunidad pone a nuestro alcance. Hagamos un esfuerzo por consensuarlos y activarlos con el fin de lograr superar esta situación que nos afecta a nosotras como enfermeras pero que afecta también a la sociedad, a su salud y a la capacidad por tener una vida saludable y un Sistema Nacional de Salud que responda a sus necesidades y no a sus enfermedades únicamente.

Las/os políticas/os van a seguir existiendo y difícilmente van a cambiar de estrategia. Pero, las enfermeras, debemos ser capaces de afrontar y asumir nuestra responsabilidad para que la salud comunitaria sea tenida en cuenta y que nuestra aportación específica, en cualquier ámbito de actuación, sea, así mismo, valorada y puesta en valor. Su resistencia al cambio debe contar con nuestra resistencia al desánimo. No es que sea posible, es que resulta imprescindible. Y para ello propongo este decálogo, no como dogma ni mandamiento de obligado cumplimiento, sino únicamente como referencia a tener en cuenta para lograr lo que esté en nuestra mano y en nuestra mente hacer y conseguir.

  1. Estar y sentirnos orgullosas/os de denominarnos enfermeras, de los cuidados profesionales que prestamos y de pertenecer a la profesión/disciplina de enfermería.
  2. Naturalizar y ser conscientes del potencial individual y colectivo que como enfermeras tenemos en cualquier ámbito de actuación y saber trasladarlo política, social, institucional o mediáticamente, para que sea conocido, reconocido y demandado.
  3. Fomentar la gestión de los cuidados en cualquier nivel de actuación (individual o colectivo) con independencia, responsabilidad y coherencia profesionales y desde el paradigma enfermero.
  4. Estimular e impulsar, con el respeto y la humildad -que no de la sumisión o la subsidiariedad- y con el rigor y la firmeza, nuestro papel específico en los equipos de trabajo desde la transdisciplinariedad.
  5. Reconocer e identificar el liderazgo de nuestras/os referentes y su aportación singular en el ámbito asistencial, gestor, docente o investigador como modelos a seguir.
  6. Mostrar el compromiso con nuestra profesión desde una perspectiva ética, estética, humanista y de competencia política con la abogacía de la salud que impulse el compromiso, la motivación y la implicación de las enfermeras con las personas, las familias y la comunidad.
  7. Estimular y asumir la responsabilidad de nuestras competencias profesionales y de compromiso con la sociedad y sus necesidades reales para lograr su máxima autonomía a través de una Educación para la Salud capacitadora y participativa que la empodere.
  8. Reivindicar la Investigación enfermera y la incorporación de sus resultados a la actividad profesional, como forma de mejora y calidad continuas.
  9. Incorporar el pensamiento crítico como elemento fundamental del desarrollo científico-profesional, huyendo de la crítica sin fundamento y promoviendo la unidad de acción, de nuestras/os representantes profesionales, laborales o científicas/os, alejada de corporativismos que traten de defender a toda costa intereses y derechos de grupo, sin tener en cuenta ni la justicia ni las implicaciones o perjuicios que puedan causarse a terceros.
  10. Alentar y exigir nuestra presencia, visibilidad y capacidad de decisión real en cuantos organismos, organizaciones o instituciones se tomen decisiones de salud, en igualdad de condiciones a cualquier otra disciplina o profesional.

[1] Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX

[2] Poeta y dramaturgo de especial relevancia en la literatura española del siglo xx

[3] Sofista griego (485-411 a. C)

[4] Filósofo griego (427-347 a. C.)

[5] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/23/politica-de-gestos-o-gestos-sin-hechos/

[6] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/09/23/cuidado-con-la-politica-vs-politica-de-cuidados/

[7] http://efyc.jrmartinezriera.com/2019/05/23/politicos-y-mediocridad/

[8] http://efyc.jrmartinezriera.com/2020/05/09/mutacion-politica-donde-dije-digo-digo-diego/

[9] https://www.lamoncloa.gob.es/temas/fondos-recuperacion/Documents/30042021-Plan_Recuperacion_%20Transformacion_%20Resiliencia.pdf

[10]https://www.mscbs.gob.es/profesionales/proyectosActividades/docs/Marco_Estrategico_APS_25Abril_2019.pdf

INVESTIGACIÓN ENFERMERA Entre todas la mataron y ella sola se murió

“Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no lo llamaría investigación, ¿verdad?”

Alfred Einstein[1]

 A las enfermeras que investigan y comparten el conocimiento generado y a las que utilizan las pruebas aportadas para la mejora continua de sus cuidados.

Nadie cuestiona, al menos públicamente, la importancia de la investigación enfermera y la producción científica que de la misma se deriva, aportando evidencias que argumenten y justifiquen las intervenciones enfermeras a través de los cuidados profesionales prestados.

En este sentido es cada vez menos frecuente la justificación de una intervención basándose en la repetición temporal de la misma, “porque siempre se ha hecho así”, lo que no quiere decir que se haya erradicado.

Las enfermeras han logrado desprenderse del oficio en el que fundamentaban sus actividades y tareas delegadas y subsidiarias, para adoptar la responsabilidad de sus competencias científico disciplinares autónomas, que obligan a fundamentarlas en pruebas derivadas de la investigación.

Para que esto haya sucedido ha sido necesario un salto cualitativo muy importante en el desarrollo de la enfermería tanto a nivel disciplinar como profesional. Pero, siempre hay algún pero, el valor del salto generado ha sido y sigue siendo desigual entre el ámbito docente/investigador y el ámbito asistencial, lo que contribuye a mantener, cuando no a agrandar, la brecha entre ambos y la consiguiente dificultad para que la aportación enfermera sea valorada en las instituciones, sean universitarias o sanitarias, y fomentada, apoyada y respetada, por considerarla fundamental para la atención de calidad que se presta a las personas, las familias y la comunidad.

Son muchos y variados los factores que influyen es este sentido y sería complicado hacer una acertada valoración, en base a mis reflexiones, para determinar con precisión las causas que impiden, dificultan o retrasan la continuidad de conocimiento y de evidencias desde el ámbito universitario al ámbito de la atención, de manera bidireccional, de tal manera que se evitasen o minimizasen las diferencias existentes.

Estamos pues ante una perspectiva que comparte variables, aspectos, elementos, características… similares a la dificultad que persiste para lograr la continuidad de cuidados, a pesar de ser una de los aspectos sobre los que más se incide y se insiste en cualquier desarrollo legislativo o normativo sanitario desde la Ley General de Sanidad de 1986[2]. De tal manera que podemos decir que los cuidados, tanto su prestación como su continuidad, continúan siendo una asignatura pendiente que, ni las enfermeras hemos sido capaces de aprobar, ni las instituciones lo han logrado tampoco, al no identificar la importancia de tal asignatura y su adecuada planificación en el Sistema Nacional de Salud (SNS). SNS, en el que, sin embargo, sí se han logrado satisfacer las expectativas de otros profesionales y de la propia institución. Servicios ofertados por dichos profesionales a los que se les ha dado importancia, apoyándolos y valorándolos como resultados de salud y, por tanto, como aportaciones conocidas y reconocidas para quienes las asumen como propias, aunque no les correspondan en su totalidad al ser compartidas, en su desarrollo y prestación, por otras/os profesionales. Pero también, por quienes las reciben, relacionándolas y valorándolas como si dichos profesionales fuesen los únicos responsables de las mismas. Por último, por quienes las gestionan y las reconocen como exclusiva aportación de dichos/as profesionales. Como consecuencia, la aportación específica de otros profesionales queda fagocitada en el producto médico final, invisibilizada y por tanto no valorada ni reconocida. Por su parte la prestación autónoma de cuidados profesionales enfermeros, al no estar institucionalizada como parte imprescindible de la atención prestada desde una perspectiva integral, integrada e integradora queda desdibujada en el modelo medicalizado, fragmentado y tecnológico en el que se enmarca el SNS y evaluado desde el positivismo racionalista de la ciencia médica que oculta e incluso niega la importancia de la investigación cualitativa y aún más, de aquella que hace partícipe a la comunidad.

La Universidad, por su parte, lleva otro ritmo, otra secuencia e incluso tiene otros intereses. Las enfermeras, desde la incorporación de sus estudios en la universidad, hace más de 40 años, han logrado un avance significativo que les ha llevado a alcanzar los máximos logros académicos, situándose al mismo nivel de cualquier otra disciplina. Otra cuestión es lo que han tenido que sacrificar o han dejado por el camino para alcanzar dichos objetivos.

Para empezar, es importante recordar que cuando se iniciaron los estudios en la universidad no existía ninguna revista científica enfermera, hasta que en 1978, apareció ROL de Enfermería que supuso el punto de inflexión que se necesitaba para iniciar la producción científica propia. Fueron momentos importantes, aunque todavía muy inmaduros y faltos del rigor científico exigibles para una disciplina universitaria. Pero a ROL, se incorporaron pronto nuevas e importantes publicaciones científicas que fueron configurando un nuevo mapa de publicaciones científicas enfermeras desconocido hasta entonces en España.

La incipiente producción científica enfermera aún adolecía de la fuerza que otorgan los equipos de investigación multidisciplinares en los que raramente participaban las enfermeras, centradas casi exclusivamente en la docencia universitaria recién estrenada. La fundación, en 1979, de la primera Sociedad Científica Enfermera, la Asociación Española de Enfermería Docente (AEED)[3], tuvo un destacadísimo papel en el desarrollo y consolidación de los estudios de Enfermería, hasta entonces colonizados por los médicos y por la medicina en la recién extinta titulación de Ayudante Técnico Sanitario (ATS).

Pero esta atención casi exclusiva y comprensible a la docencia, provocaba que la actividad investigadora fuese residual cuando no inexistente. Las enfermeras docentes, no formaban parte de proyectos de investigación y mucho menos se presentaban proyectos propios. Destacar, igualmente, el hecho de ser estudios de primer ciclo que impedían el acceso a estudios de 2º ciclo como sí ocurría con otras disciplinas, lo que anulaba de facto el máximo desarrollo académico. Esta serie de inconvenientes, sin embargo, no impidieron seguir creciendo a las enfermeras en la universidad con propuestas valientes e innovadoras que trataban de salvar las barreras existentes para el deseado y necesario desarrollo académico, aunque existiesen resistencias muy importantes por parte de otras disciplinas que incidían en la voluntad política y la consecuente toma de decisiones, necesarias para lograrlo.

En este camino fueron constituyéndose nuevas sociedades científicas que supusieron una importante aportación al desarrollo científico profesional enfermero como es el caso de la Asociación Española de Enfermería en Salud Mental (AEESME) en 1983 o la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC) en 1994, a las que se sumarían otras posteriormente.

La creación, en 1996, de La Unidad de Investigación en Cuidados y Servicios de Salud (Investén-isciii) con el objetivo de fomentar la investigación en cuidados de enfermería, se configuró como una nueva e importante posibilidad para la investigación propia de enfermería.

Por su parte, el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), supuso en 2008, el paso definitivo para que las enfermeras pudiesen romper el techo de cristal impuesto y acceder en igualdad de condiciones al del resto de disciplinas, al máximo desarrollo académico a través del nuevo Grado de Enfermería.

Pero este fulgurante desarrollo en un espacio tan reducido de tiempo no fue suficiente para lograr una equiparación investigadora que se vio claramente dificultada por los criterios impuestos por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA) creada en 2002, que desde el principio, no tuvo en cuenta las diferencias derivadas del desigual desarrollo universitario de algunas disciplinas como Enfermería, argumentando para ello que, a igualdad de nivel igualdad de exigencia, lo que no dejaba de ser una clara inequidad, dado que las circunstancias de unas y otras disciplinas eran y siguen siendo, en muchos casos, claramente desiguales en cuanto a oportunidad. Si a ello añadimos que los criterios por los que se evaluaba y se evalúa la investigación enfermera son los mismos por los que se evalúan al resto de ciencias de la salud pero sin tener en cuenta la especificidad de las disciplinas que la componen y por tanto bajo el paraguas de biomedicina y su paradigma, podemos hacernos una idea del importante obstáculo al que se enfrentaban y siguen enfrentándose las enfermeras en la universidad para lograr una acreditación que, por otra parte, se les exige para poder mantenerse y hacer carrera académica en la universidad.

Sin embargo, esa supuesta, necesaria e imprescindible igualdad entre disciplinas esgrimida, no se tiene en cuenta a la hora de acceder al nivel A1 en el que incorporan a unos y excluyen a otros, las enfermeras, con criterios tan arbitrarios como injustos. La igualdad finalmente es tan solo un comodín para mantener la desigualdad.

Esta situación hace que el foco de atención que al inicio se centraba en la docencia se desplace hacia la investigación, lo que supone una clara distorsión en la compatibilidad entre docencia e investigación dados los pesos que se otorga a uno u otro ámbito en este nuevo escenario. Por otra parte, el hecho de tener que competir en base a criterios de evaluación investigadora marcados por las empresas editoriales con un factor de impacto que se supone marca la calidad de la investigación, se traduce en una mercantilización extrema del conocimiento, al tener que publicar en revistas denominadas de impacto que son las que darán acceso al reconocimiento investigador a unos precios abusivos que son tolerados por todas las partes sin que exista el más mínimo intento de control en lo que se ha convertido en un lucrativo negocio editorial para las multinacionales que lo controlan y en una pesadilla para quienes tienen que publicar, si o si, en estas revistas.

A pesar de todo ello, Enfermería es la segunda área con mayor incremento del impacto normalizado de citas, la segunda en crecimiento particularmente elevado en colaboración internacional y la primera en aumento del impacto normalizado de descargas[4], sin que ello redunde en el ámbito de la atención directa a personas, familias y comunidad.

Este panorama, entre otras muchas cosas, provoca la agonía de múltiples revistas enfermeras españolas de extraordinaria calidad y rigor científico que al no pertenecer al selecto club del Journal Citation Reports (JCR), son prácticamente descartadas por parte de las enfermeras de las universidades para publicar sus trabajos, ya que no son tenidas en cuenta para valorar la actividad científica, abocando a las mismas a una difícil situación para mantener no tan solo la calidad sino la viabilidad de las mismas.

Llegados a este punto nos encontramos con que la investigación que se genera en la universidad es una investigación hecha a medida para poder ser publicada en las revistas de mayor impacto y, por tanto, las que más cobran por publicar, con precios que resultan obscenos en este escenario de pornografía del conocimiento con trata de blancas incluido. Además, se trata de investigaciones que no se llevan a cabo, en la mayoría de los casos, en base a temas de interés para el ámbito de la práctica enfermera, situándose fundamentalmente en un plano teórico o alejado de la realidad y del interés de la mayoría de enfermeras españolas que, además, no consultan, al no tener acceso a las citadas revistas.

Esta situación, por tanto, supone ahondar en la brecha entre docencia e investigación universitaria, y asistencia, al no producirse la continuidad necesaria de conocimiento compartido entre ambas partes que permita incorporar las evidencias generadas a la prestación de cuidados profesionales en base a las necesidades reales que se plantean. De tal manera que el foso que separa a enfermeras de una y otra parte es cada vez más ancho y profundo y el puente que une ambas orillas cada vez más frágil y peligroso, lo que provoca situaciones muy negativas para el necesario desarrollo disciplinar, científico y profesional de la enfermería, que se ve agravado por la desafección existente entre las enfermeras y las sociedades científicas, lo que se traduce en una clara inmadurez de la profesión enfermera.

No hay que olvidar tampoco, la fascinación por el contexto anglosajón que está determinada en gran medida por el simple hecho de utilizar el inglés como lengua vehicular y elemento de excelencia, más allá de lo que aporte el contenido de lo publicado, que es otro de los factores que incide en la publicación del conocimiento científico en general y de enfermería en particular. Cuando tenemos la posibilidad de explorar y explotar el contexto iberolatinoamericano en castellano y portugués, un escenario tan importante y descuidado cultural y científicamente para modificar los desequilibrios existentes.

A todo esto hay que añadir, la desidia de las autoridades políticas y sanitarias en apoyar decididamente la investigación enfermera y las dificultades para que las enfermeras asistenciales lleven a cabo investigación como hacen profesionales de otras disciplinas en las mismas organizaciones y que se concretan entre otras razones en: la falta de apoyo tanto financiero como de tiempo de dedicación; las ratios de enfermeras por cada 1000 habitantes situadas a la cola de los países de la OCDE a pesar que se quiera maquillar con el falso y demagógico discurso de la contabilización de auxiliares de enfermería en la confección de las citadas ratios; las barreras de acceso o la simple inexistencia de recursos enfermeros (revistas, libros, documentos…) para la investigación; los obstáculos o impedimentos administrativos y laborales en el acceso a bases de datos propias; la negativa a crear plazas vinculadas de enfermería, como sucede en otras disciplinas, que facilitarían la continuidad de conocimiento entre ambas partes y que supone un nuevo y fragrante agravio comparativo; las trabas institucionales en la tutorización de estudiantes por parte de profesionales o para ser profesoras/es asociadas/os; la inclusión de investigadoras enfermeras en equipos en los que no se plantean objetivos de atención y resultados enfermeros; el pertinaz e irracional mimetismo hacia la profesión médica con el que se siguen planificando y desarrollando acciones o actividades enfermeras como las especialidades EIR que separan aún más la formación/investigación entre universidad y asistencia en un estúpido y absurdo intento por generar un espacio aislado a modo de reino de Taifas; la ausencia de contenidos específicos de investigación en muchos de los planes de estudio de enfermería que es sin duda un inicio nefasto para poner en valor la investigación enfermera; la fobia que se genera en muchas/os estudiantes de enfermería a la investigación con el desarrollo de los Trabajos Fin de Grado que en lugar de ser un elemento de motivación por la investigación se convierten en el principal elemento de rechazo hacia ella; la ausencia de programas de captación de investigadores noveles entre estudiantes a través de semilleros de investigación primando por contra las competencias técnicas que revierten en la formación de enfermeras tecnológicas que es lo que demanda el SNS… son tan solo algunos de los ejemplos de lo que es y supone la investigación enfermera en las organizaciones de la salud, pero también en la universidad, en las que, además, no existen generalmente figuras específicas enfermeras con capacidad de decisión que canalicen, promocionen, apoyen y faciliten la investigación enfermera, reduciéndose a puestos como responsables de docencia que habitualmente canalizan, que no gestionan, otro de los grandes negocios del sistema y de quienes lo manejan, la formación. Podemos, por tanto, hacernos una idea de lo complicado que resulta que las evidencias científicas nutran a la práctica enfermera en base a una investigación tan necesaria y sin embargo tan olvidada, ignorada y maltratada.

La investigación enfermera no puede ni debe convertirse en un medio exclusivo de desarrollo académico identificado como un esnobismo por una gran parte de las/os profesionales.

Resulta imprescindible que exista una apuesta clara, concisa, potente, y decidida tanto de políticos como de decisores sanitarios a la hora de identificar la trascendencia de una continuidad del conocimiento entre la universidad y las organizaciones de la salud y la propia comunidad a través de políticas que fomenten la investigación enfermera compartida, que permita una mayor calidad de los cuidados profesionales fundamentada en evidencias científicas accesibles, que se incorpore como un valor añadido de las propias instituciones y de sus enfermeras, favoreciendo el prestigio de las revistas nacionales con criterios de rigor científico contrastados que no supongan una competencia tan desigual como desleal como la que existe actualmente.

Si no se actúa en este sentido en breve diremos aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió. Y los milagros no existen o requieren de una fe con la que no contamos.

Como dijera Tácito “La verdad se robustece con la investigación y la dilación; la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre.”[5] ¿Seguimos dudando o actuamos?

[1] Físico alemán, premio Nobel de Física 1921

[2] «BOE» núm. 102, de 29 de abril de 1986, páginas 15207 a 15224 (18 págs.)

[3] Cachón Rodríguez, E. La Asociación Española de Enfermería Docente (AEED). Trabajando por el futuro. Enf Global. 2003; 3: 1-9. https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/23951/1/633-2927-2-PB%5B1%5D.pdf.

[4] Según el último informe de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) del Ministerio de Ciencia e Innovación.

[5] Jurista, político (senador) y orador romano.

JUVENTUD, ENFERMERAS Y COVID. Tropezando siempre en la misma piedra

Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él.

 

Mahatma Gandhi[1]

 

A las enfermeras que empoderan a la población para hacerla participe de su salud.

 

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

El ser humano no siempre sabe discernir conforme a la razón, que por otra parte es lo que, paradójicamente, le distingue del resto de seres vivos, y por esa causa no aprende de la experiencia y vuelve a equivocarse en una situación semejante.

Sería interminable relatar los hechos, acontecimientos, decisiones… en los que las equivocaciones se han repetido a pesar de los errores iniciales. Por eso me voy a detener en un ejemplo paradigmático y actual como es el de la culpabilización hacia la juventud por su falta de responsabilidad en la situación de pandemia, lo que está provocando en las últimas fechas repuntes importantes de contagios en la población española.

Pero antes de nada es importante que nos situemos en los inicios de la pandemia. El estado de alarma y su consiguiente confinamiento por decreto, supuso un duro golpe para toda la comunidad. Pero no es difícil identificar, aunque lamentablemente no se ha hecho, o se ha hecho de manera muy sesgada y tendenciosa, lo que supuso para la juventud, alejada, no precisamente de manera voluntaria, del ámbito económico o de empleo que es la otra variable que determina muchas de las decisiones y de los tropiezos repetidos.

Se ha tendido de manera generalizada a considerar que la pandemia ha actuado de forma igualitaria en toda la población, con independencia de su clase social, género, marginalidad, educación, edad… como si el virus fuese equitativo en su contagio y supiese discernir las consecuencias que ocasiona en función de dichas variables. Nada más alejado de la realidad.

Posiblemente el caso que a todos nos viene a la cabeza sea el de las personas adultas mayores, con especial mención a las institucionalizadas. Ha sido el grupo etario más castigado por el contagio y la muerte, por razones que se han querido transmitir como naturales o lógicas relacionadas con su edad y las dolencias que padecen y les hacen vulnerables. Sin embargo, fueron las condiciones en que vivían y convivían en las instituciones, las principales y devastadoras razones de su sufrimiento. Este es otro claro ejemplo de la reiteración en los errores cometidos, por políticos y gestores, traducidos en las respuestas que este grupo de población recibe a sus necesidades de salud y sociales, mercantilizando y medicalizando su cuidado.

Pero no es este el caso en el que me quiero centrar. Como decía, la juventud también ha padecido de manera muy singular los efectos de la pandemia. La diferencia está en que ellas/os no reúnen las características que se han instaurado como patrón de referencia y de resultado de la pandemia y que socialmente, ayudados por algunos medios de comunicación, han sido identificados e interiorizados como los únicos que realmente se corresponden con la COVID 19. Es decir, los problemas respiratorios, la anosmia, la ageusia, la hospitalización, los respiradores, la muerte…se relacionan de inmediato con la pandemia y se identifican casi como los únicos efectos que provoca en las personas, como consecuencia de la atención medicalizada que se limita al ámbito exclusivo de la enfermedad, sin identificar nada más allá de la misma. De tal manera que socialmente acaba por considerarse que quien no cumple este patrón se ha librado de los efectos del virus y no le puede ocasionar problema alguno de salud, lo que es claramente inexacto al tiempo que peligroso.

No es necesario relatar ahora lo que caracteriza a la adolescencia y la juventud. Lo que les hace singulares, pero también lo que les hace frágiles ante determinados factores sociales y culturales que no siempre identifican y mucho menos controlan. El difícil equilibrio que supone estar en permanente búsqueda de su personalidad y, lo que es más importante, sentirse identificado con la misma; la autorrealización; la aceptación de sus iguales; el rechazo a lo normativo o lo identificado como impuesto; el miedo a sentirse diferentes; la necesidad de agradar a unos y al mismo tiempo desagradar a otros como forma de reivindicar su ego; la tentación por el riesgo y lo prohibido; la constante búsqueda de la libertad, su libertad, que no siempre coincide con el concepto social y solidario de libertad, son tan solo algunos de los comportamientos y rasgos que acompañan a la juventud.

La considerada normalidad ya era y es un contexto considerado como hostil y rechazable por parte de la juventud, que la identifica como impuesta y que trata permanentemente de salvar, legal o ilegalmente.

Así pues, la irrupción de la pandemia, supone un cambio radical de esa considerada normalidad para pasar a una normalidad impuesta, vigilada y sancionadora que limita la libertad de acción y lo que es más doloroso la libertad de socialización tribal con su círculo de amistades o relaciones sociales.

Cambios, que afectan también a su actividad académica y suponen perder prácticamente cualquier contacto con la realidad exterior, la que se ubica fuera de su ámbito familiar, que en muchos casos es identificado como un contexto opresor del que quieren huir o aislarse. De repente se ven recluidos, en el mejor de los casos, en el reducido espacio de su habitación teniendo que compartir todo el tiempo, su tiempo, con quienes en muchos casos considera sus opresores, sus enemigos e incluso sus competidores, padres/madres y hermanos/as. Por otra parte, la actividad académica, válvula de escape para muchas/os, a pesar de que puedan odiarla, queda limitada a una pantalla en la que ni se dejan ver ni escuchar, ahondando en el aislamiento impuesto. Los incentivos, motivaciones, ilusiones… se reducen a los videojuegos, los chats, las redes sociales, la adicción a las series que consumen compulsivamente…

A todo ello hay que añadir la permanente sensación de estar al margen de todo cuanto sucede con relación a la pandemia. Aparentemente, ni les afecta ni la entienden, porque lamentablemente nadie se ha preocupado en explicarles, por qué tienen que sufrir idénticas restricciones al resto de la población, si ellos como parece, están al margen de los contagios. No son ni tan siquiera tenidos en cuenta para la vacunación, salvo ahora que se dan circunstancias previsibles pero que, al no haber sido previstas ni prevenidas, han desembocado en una nueva y peligrosa situación epidemiológica.

Pero a pesar de todo, la juventud ha tenido, como la gran mayoría de la población, un comportamiento ejemplar en el cumplimiento estricto del confinamiento que resultó fundamental en el control de la pandemia.

El problema a partir de aquí viene determinado por la actitud de la población en la denominada corresponsabilidad que permita mantener a raya al virus en una hipotética recuperación de la libertad que, sin embargo, es identificada por muchas/os como vigilada e incluso injustificada y por lo tanto susceptible de utilizarla como mejor entienden y que supuso la relajación de las medidas de protección individual y colectiva en diferentes fases de la pandemia.

Y es en este momento en el que la ansiada y esperada libertad es interpretada por la juventud de manera diferente al resto de la población. Pero no porque tuviese una intención manifiesta de provocar daño, sino simplemente como una forma diferente de ver la realidad pandémica que nadie ha tenido, ni el tiempo ni la necesidad, de explicarles para que ellos mismos, en base a una educación para la salud capacitadora y participativa, hubiesen tenido la oportunidad de canalizar de otra forma a como lo han hecho en un desesperado intento por recuperar su libertad. No la de la sociedad, no la de su familia, no la de su entorno, sino la suya y la de su grupo.

Es a partir de este comportamiento, considerado por la sociedad en general y por algunos medios de comunicación en particular, como errático e irresponsable, sin más análisis al respecto, cuando se traslada, de manera absolutamente irresponsable, mezquina y propagandística, la carga de culpabilización por lo que sucede con la incidencia de contagios, el aumento de hospitalizaciones y muertes y las nuevas medidas restrictivas, estigmatizando a la juventud y convirtiéndola en el foco de todas las miradas y las culpas. Cuando, realmente, no hay jóvenes malos, sino jóvenes mal orientados[2].

Disociar aquello que caracteriza a la juventud para arremeter contra ella, es un ataque a su dignidad y una falta de respeto a su capacidad, propia de la incompetencia, la hipocresía y la ignorancia de quien así actúa. Es como tratar de comprender o identificar a Peter sin Pan, a Ramón sin Cajal, a Robin sin Hood o a Ortega sin Gasset, pierden sentido al perder parte de su identidad.

La juventud ha demostrado en repetidas ocasiones su capacidad de participación, su solidaridad, su responsabilidad… pero lo ha hecho cuando se le ha dado la oportunidad de aportar ideas, de innovar, de crear, de movilizar… sin mandamientos impuestos, sin normas sancionadoras, sin restricciones incomprensibles, sin órdenes impuestas, no quedando excluidos en la toma de decisiones al ser identificados como meros ejecutores de aquello que se les ordene por parte de quienes se consideran en posesión de la verdad no tan solo absoluta sino incluso exclusiva.

Las enfermeras comunitarias, por su parte, han sido obligadas a recluirse en los centros de salud o ser trasladadas a hospitales sin dejarles la capacidad ni la libertad de llevar a cabo intervenciones comunitarias a través de las cuales lograsen, no tan solo hacer comprensible la pandemia y su comportamiento sino también en cómo, dónde, cuándo, con quién… poder intervenir la juventud de tal manera que se sintieran útiles, capaces y promotores de ideas y acciones que contribuyeran a controlar la pandemia pero también a ayudar a quienes más la padecían. Intervenciones que permitiesen a la juventud la posibilidad de canalizar su ansiada y comprensible libertad sin caer en el único reducto que la sociedad les deja, como las reuniones clandestinas, los botellones, los bailes… que posteriormente son utilizados como armas arrojadizas para culpabilizarlos y mostrarlos como responsables del descontrol, cuando lo que hacen es utilizar las únicas válvulas de escape que les dejan para sentirse libres y que tristemente acaban siendo cepos en los que quedan atrapados y heridos.

Las enfermeras comunitarias, de alguna manera, han sido igualmente retenidas, vigiladas y reducidas para acatar lo que se dicta, sin permitirles lo que tantas veces y a tantos estamentos han trasladado como una necesidad a desarrollar con el fin de contribuir a controlar la pandemia más allá de los hospitales, la tecnología y la medicación, pero también para facilitar que la comunidad en su conjunto y la juventud de manera muy especial se convirtiese en parte activa de la acción promotora que empodera a la población contra la pandemia.

Cuando se creía controlada la pandemia, los mensajes precipitados, confusos e incluso con un claro interés centrado en la economía más que en la salud, como ya sucediera cuando se quiso salvar la navidad en lugar de la sanidad, el comportamiento de la juventud, contagiada de dicha información que quedaba sujeta a la interpretación, vuelve a situarse en el centro de todas las críticas, las iras y las culpas, incrementando el estigma que sobre ella se establece y que permite desviar la atención de lo que realmente provoca estas situaciones de descontrol y de quienes son sus verdaderos responsables, las/os decisoras/es reales.

Una vez más se demuestra que la incomprensible tozudez en impedir que las enfermeras, que son las más competentes en la materia, ocupen puestos de responsabilidad desde los que tomar las mejores decisiones para lograr alcanzar la autogestión, la autodeterminación, la autonomía y el autocuidado de la población y no tan solo para ser consideradas rastreadoras, vacunadoras o técnicas, impide actuar de manera diferente a la oficialmente impuesta.

Mientras se sigan manteniendo comportamientos derivados del patriarcado asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista que impregna el modelo de nuestro SNS y persista la invisibilización de las enfermeras y los cuidados profesionales que prestan. Mientras se siga considerando a la población como pacientes obedientes de lo ordenado por el sistema, anulando su capacidad decisora, seguirán persistiendo sectores de población, como el de la juventud, que sean utilizados para exculpar al SNS de sus carencias, su ineficacia e ineficiencia, o mejor dicho a quienes mantienen y alimentan el modelo caduco en el que se sustenta, con sus decisiones sujetas a intereses alejados de la salud comunitaria y centradas en lobbys profesionales y económicos.

No deja de ser curioso que en esta situación de repunte se exponga como razonamiento de menor gravedad la contención de hospitalizaciones y de ocupación de las UCI, aunque la Atención Primaria esté saturada como efecto, no de la pandemia, sino de la gestión hospitalcentrista que sigue identificándola como un ámbito de atención menor, subsidiario y residual, al igual que a sus profesionales en general y a las enfermeras comunitarias en particular.

Los botellones tan solo son la consecuencia de la incapacidad y la mediocridad de decisores políticos y gestores que muchas veces los consintieron e incluso promovieron, siendo ahora la principal excusa para disfrazarlos y hacer de los mismos el principal argumento contra una juventud olvidada y relegada. Los botellones se combaten con policía y represión, cuando lo que se requiere es afrontarlos con empatía y educación.

La Atención Primaria, que representa la juventud del SNS, se dignifica con más inversiones y menos aplausos. Con más acciones y menos omisiones. Con más iniciativa y menos pasividad. Con más autonomía y menos dependencia.

Uno de los mayores errores humanos es el de creer que hay sólo un camino para llegar a dónde se quiere. Lo importante es saber a dónde se quiere ir y a partir de ahí elegir el mejor camino, tal como le dijera el gato Cheshire a Alicia en el cuento de Lewis Carroll[3]. Pero para eso hay que saber y querer planificar y eso ya resulta muy difícil para quienes nunca lo consideran ni tan siquiera como una opción.

Y como dijese John Wooden[4] “la juventud necesita modelos, no críticos” que les inspiren y en quienes puedan confiar para desarrollar su creatividad e iniciativa.

El hombre, queda claro, es el único animal capaz de tropezar dos veces, o más, en la misma piedra. Y, después de todo… culpar a la piedra.

[1] Político y pensador indio (1869-1948).

[2] San Juan Bosco

[3] Diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. Sus obras más conocidas son Alicia en el país de las maravillas y su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí.

[4] Entrenador de baloncesto estadounidense considerado el mejor entrenador de la historia de la NCAA

ENTREVISTA LA SER ALICANTE. Cátedra de Enfermería Familiar y Comunitaria

Entrevista de Carlos Arcaya en el programa «Hoy por hoy» de la Cadena SER de Alicante, con motivo de la puesta en marcha de la Cátedra de Enfermería FAmiliar y Comunitaria.

GENERACIONES DE ENFERMERAS COVID. Eslabón perdido u oportunidad de cambio.

“Cada variable era una posibilidad, cada posibilidad una incertidumbre, cada incertidumbre una oportunidad.”

Santiago Postiguillo[1]

 A todas las enfermeras que han tenido que formarse y han tenido que formar durante la pandemia, por presentarnos una oportunidad de cambio.

Cuando en marzo de 2020 se decretó el estado de alarma como consecuencia de la pandemia, nadie preveía el alcance de lo que estaba por venir.

A tres meses vista de acabar el curso académico, las/os estudiantes de enfermería que estaban a punto de finalizar sus estudios para incorporarse, como sucede en este país, de manera inmediata a trabajar como enfermeras en hospitales y centros de salud, se encontraron de golpe con una situación que no tan solo no esperaban ni deseaban, sino que les generaba tanta o más incertidumbre e incluso miedo que al resto de la sociedad en general y de los profesionales de la salud en particular.

La finalización de sus prácticums, ya con la pandemia desbordando el sistema sanitario, la presentación de sus trabajos fin de grado, las gestiones para conseguir su acreditación oficial como enfermeras… pasaron a un segundo plano. La pandemia y la urgencia que imprimía, desplazó cualquier posibilidad de vivir las experiencias de momentos importantes para la vida de un/a estudiante. Ni tan siquiera la magna despedida de los actos de graduación que definitivamente quedarán como algo esperado y no realizado.

Se trataba de la 1ª generación COVID la que sufrió el primer impacto, la que se topó de bruces con la pandemia contagiándoles de sensaciones, emociones, sentimientos… que se agolpaban acompañando a las oleadas de noticias, acontecimientos, decisiones, contradicciones… que se iban generando conforme la pandemia se hacia cada vez más incontrolada e incontrolable.

En unos escenarios como los de los hospitales, centros de salud, residencias de personas mayores…que ya de por sí son inciertos y provocan temor a la hora de “estrenarse” como enfermera profesional, había que añadir ahora una situación que parecía nadie era capaz de controlar y que provocaba cada vez más dolor, sufrimiento y muerte, incluso entre quienes estaban destinados a evitarlo.

A esta primera generación COVID no les dio tiempo a entrenarse, a realizar una gradual incorporación en sus recién ocupados puestos de trabajo, a pausar el tiempo para adaptarse al medio, a ir con cautela tratando de evitar errores, a habituarse a la tensión del momento, a conocer a sus compañeras/os que ya no lo son de pupitre o silla de aula, a disfrutar del momento de su bautizo profesional. Se trató de una inmersión en toda regla que les impidió llevar a cabo todo ese ritual iniciático para convertirse en enfermeras que nadie identificaba como principiantes, porque no había tiempo para principios. Se debía pasar a la fase de experiencia, de acción, de decisión… y todo eso nadie se lo había explicado a esta generación en las aulas, ni tan siquiera en los destinos donde realizaron sus prácticums. Lo que debía ser un progresivo avance en la madurez profesional se convirtió en un sunami que les arrancó de cuajo esa parte experiencial.

La respuesta no pudo ser más positiva por parte de estas enfermeras que, aunque siempre son esperadas como agua de mayo en época de vacaciones, en esta ocasión lo eran como agua imprescindible en una terrible y devastadora sequía. No tuvieron, ni les dieron, tiempo a pensar, tan solo lo tuvieron para actuar, para responder, para prestar los cuidados que se necesitaban más que nunca.

Recibieron, junto al resto de las/os profesionales de la salud, los aplausos balconeros que, aunque no paliaban los efectos del cansancio, la preocupación, el miedo, el dolor… al menos conseguían trasladar el apoyo de una sociedad confinada por decreto. Apoyo que no sabemos qué proporción de sentimiento y cuánta de evasión tenía, pero a la que se agarraron unas/os políticas/os que necesitaban también elementos que desviaran la atención de unas decisiones que se sustentaban en el ensayo-error cuando no en las ocurrencias ante el gran desconocimiento de lo que estaba sucediendo.

Se demostraba, por otra parte, la gran formación que reciben las/os estudiantes de enfermería en la universidad española. Al menos en lo que a dar respuesta al modelo medicalizado y asistencialista de nuestro SNS, se refiere.

Transcurrido el tiempo y aún inmersos en la lucha contra la pandemia, se puede afirmar que su respuesta no pudo ser mejor, ni su actitud más plausible.

Mientras todo esto sucedía, en las aulas vacías de muchas facultades y escuelas de enfermería de toda España se impartía docencia online. No virtual, online. Este ha sido el gran problema. La Universidad española, como el SNS, no estaba preparada para esta pandemia y tuvo que adaptarse de manera precipitada y urgente para no detener la dinámica docente. Pero esto se tradujo fundamentalmente en el traslado de la modalidad presencial, tal cual, a la online, lo que sin duda supuso un terrible fracaso. La Universidad española es fundamentalmente presencial y esta presencialidad, la pandemia, la cercenó.

No hay que olvidar de igual forma que las/os estudiantes tampoco estaban preparadas/os para este cambio repentino y su respuesta fue muy “defensiva”. La presencia tras las pantallas se redujo e invisibilizó e incluso silenció una participación ya de por si resistente en la presencialidad a extremos que generaban la desesperación de docentes y discentes.

Mientras esto sucedía se solicitaba que las/os estudiantes de enfermería se incorporasen en los servicios de salud para reforzar a los mermados y cansados equipos de salud. Sin embargo, no deja de ser paradójico que los mismos que solicitaban dicha incorporación en algunas comunidades, fuesen los que impidiesen su acceso a los servicios para realizar sus periodos prácticos, imprescindibles para poder obtener la titulación que les habilitase como enfermeras según trasladó en varias ocasiones la propia Comunidad Europea.

Esto obligó a algunas universidades a tener que modificar por vía de urgencia los planes de estudio de algunos cursos, con el fin de concentrar toda la docencia teórica que debían recibir en lo que les quedaba de grado durante este periodo de pandemia en que no se les dejaba acudir a realizar sus prácticum, quedando pendiente la realización de los prácticums de manera concentrada durante el curso siguiente. Ajuste que, si bien trata de no retrasar la titulación de dichas/os estudiantes, provoca un claro desajuste en cuanto a la necesaria complementariedad y acompañamiento de los conocimientos teóricos con los prácticos.

Estas y otras circunstancias fueron configurando un contexto cambiante e incierto, para estudiantes y docentes, con consecuencias que se trasladan tanto en los resultados de las evaluaciones, por lo general claramente inferiores a lo habitual, como en la sensación de unos y otros en cuanto a la satisfacción, tanto del proceso de enseñanza-aprendizaje, como de las expectativas que las/os estudiantes y futuras enfermeras tienen con relación a su autoestima y seguridad a la hora de incorporarse a trabajar, teniendo la percepción de que no están suficientemente preparadas/os.

Así pues, estas, segunda (estudiantes actuales de 4º) y tercera (estudiantes actuales de 3º) generaciones COVID de enfermería, tienen ante si un panorama que, aunque es cierto, puede provocar dudas en las futuras enfermeras, ello no debe ser nunca un obstáculo para que las mismas se incorporen con confianza, no exenta de prudencia, a prestar sus cuidados profesionales. Tal como la profesora Patricia Benner tan magníficamente refleja en su libro “From Novice to Expert : Excellence and Power in Clinical Nursing Practice (1984)” que sustenta toda su teoría al respecto, la experiencia, entendida como los conocimientos que no se encuentran en los libros, permitirá a estas generaciones de enfermeras COVID afrontar un contexto de cuidados como el que va a dejar la pandemia y para el que va a resultar imprescindible que, tanto enfermeras expertas como principiantes, identifiquen como foco de atención y liderazgo fundamental. Por tanto, es necesaria más que nunca la unidad de acción enfermera que cohesione y fortalezca la atención cuidadora profesional de manera visible, singular y específica[2], [3], [4].

Pero no es menos importante el que en el seno de la Universidad, las enfermeras docentes hagamos un serio y riguroso análisis, no tan solo de lo sucedido durante la pandemia, sino sobre lo que es y representa la docencia enfermera y en qué punto se encuentra.

No podemos seguir en la inercia del movimiento generado como resultado del Espacio Europeo de Educación Superior. El mismo, tuvo su importancia y resultó fundamental para lograr los objetivos académicos que teníamos planteados las enfermeras. Pero ni el momento, ni el contexto, ni las necesidades, ni la realidad, ni las demandas, ni la propia enfermería son las de entonces, ni las expectativas, ni el contexto en el que se generan o debieran generarse son tampoco comparables.

Es por ello que es urgente, desde mi punto de vista, aprovechar, si se me permite la expresión, la pandemia como punto de inflexión para que la enfermería y las enfermeras dejemos de ser meros productos de la cadena de producción universitaria que abastece al mayor, e incluso casi exclusivo receptor, como es el SNS que lo que demanda no son enfermeras para la comunidad si no enfermeras tecnológicas que den respuesta al modelo en el que sustenta y que la pandemia ha demostrado claramente ineficaz e ineficiente.

Revisemos el paradigma en el que sustentamos nuestro proceso de enseñanza-aprendizaje y desde el que posteriormente se fundamenta el desarrollo profesional de las enfermeras. Tan solo si tenemos claro dicho paradigma y lo reforzamos con evidencias científicas y con una decidida apuesta por su fortalecimiento y comprensión, seremos capaces de adaptar nuestra formación y posterior experiencia a la realidad enfermera que necesita y espera la sociedad como ha quedado patente igualmente en esta pandemia.

Si, por el contrario, lo que hacemos son planteamientos enfermeros desde el paradigma médico imperante, que impregna el SNS, las respuestas que demos podrán ser buenas, pero no enfermeras. No nos equivoquemos ni engañemos a nadie.

Resulta imprescindible el trabajo colaborativo desde la transdisciplinariedad, pero realizándolo cada disciplina, cada profesión, desde su paradigma propio, respetando los principios y objetivos de cada uno de ellos y tratando de complementar y no de excluir.

No creamos, no caigamos de nuevo en el error, de pensar que les corresponde a otros darnos la solución. Es responsabilidad y exigencia de las enfermeras hacerlo, y en su caso reclamarlo donde corresponda. Recientemente hemos podido comprobar como se hacen intentos claros de invisibilización como la propuesta de RD que establece la Organización de las Enseñanzas Universitarias en el que, inicialmente, se excluía a Enfermería como ámbito de conocimiento. La respuesta de organizaciones como la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), Grupo 40+ Iniciativa Enfermera o la Conferencia de Decanas de Enfermería (CNDE), mediante sus alegaciones ha permitido que se modifique en el nuevo borrador, apareciendo Enfermería[5].

Tan solo desde una vigilancia activa, pero también desde el planteamiento claro e inequívocamente enfermero seremos capaces que las enfermeras formadas en la universidad no sean modeladas por el SNS, sino por las necesidades de cuidados de la comunidad donde deben integrarse, sea en hospitales, centros de salud o cualquier otro entorno en el que sea imprescindible la presencia cuidadora enfermera.

Las generaciones de enfermeras COVID no pueden ni deben ser identificadas como un fallo en el sistema de producción universitario, ni como un eslabón perdido, sino como una oportunidad de cambio tan necesario como inaplazable, tendente a lograr que la universidad deje de ser un ámbito cada vez menos atractivo y atrayente para las enfermeras, lo que genera nichos de colonización de otras disciplinas para formar enfermeras, con todo lo que esto supone para la enfermería, las enfermeras y la sociedad a la que deben dar respuestas. Como dijo Duque Ellington[6] “los problemas son oportunidades para demostrar lo que se sabe”, demostrémoslo de manera activa y decidida.

No contribuyamos con nuestra inacción a que la pandemia sea la excusa que nos arrebate, también, nuestra principal base de desarrollo, la docencia enfermera por y para enfermeras.

Seamos valientes, ya que, tal como expresara Víctor Hugo[7], “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.” Y las enfermeras llevamos mucho tiempo demostrando nuestra valentía.

[1] Escritor, profesor y filólogo español

[2] Benner P. The Wisdom of Our Practice. American Journal of Nursing 2000; 100(10):99-105. 

[3] Benner P, Spichiger E, Wallhagen M. Nursing as a coring practice from a phenomenological perspective. Stand J Caring Sci 2005; 19:303-309.

[4] Benner P, Sutphen M, Kahn V, Day L. Formation And Everyday Ethical Comportment. American Association of Critical-Care Nurses 2008;17: 473-476.

[5]https://enfermeriacomunitaria.org/web/attachments/article/2679/Proyecto%20de%20Real%20Decreto%20Organizacio%CC%81n%20Ensen%CC%83anzas%20Universitarias%20y%20Procedimiento%20de%20aseguramiento%20de%20su%20calidad%20v.29%20junio.pdf

[6] Figura importante en la historia del jazz.

[7] Poeta, novelista y dramaturgo francés.